9
El amanecer había llegado y se había ido de Gwaren, y la ciudad ya estaba llena de actividad. Aquellos residentes que habían pasado los dos días previos ocultándose estaban ahora saliendo lentamente a las calles, los ojos parpadeando incrédulos ante la devastación que les rodeaba. Los cielos taciturnos volaban con un espray salado del océano, distinguiendo el hedor de los cuerpos en putrefacción que ya estaba empezando a permear el aire. La ciudad estaba casi demasiado tranquila, una penumbra sobre los restos como un manto que sólo era perturbado ahora.
El Arl Rendorn fue rápido en darse cuenta de que se necesitaba orden. Tras despertar a un número de oficiales que estaban aún medio borrachos de las actividades de la noche previa, hizo que gran parte del ejército rebelde se levantara y se moviera. Los hombres fueron mandados a patrullar las calles y a propagar el mensaje: La gente de Gwaren estaría a salvo bajo el Príncipe Maric. Los almacenes de grano estaban abiertos y sirvieron de refugio a aquellos que habían pasado la noche agazapados en los cascarones calcinados de sus hogares. Lo más importante de todo, los soldados empezaron a recoger a los muertos.
No pasó mucho antes de que las columnas de humo negro enfermizo se alzaran de las piras, rápidamente captadas por la brisa y dispersas. El hedor a carne quemada estaba por todas partes, y una grasa oscura se depositaba sobre cada superficie. Aquellos que se aventuraban fuera lo hacían con pañuelos cubriendo sus bocas. Aún así, la lavandería aún estaba colgando de los hilos, y una pizca de botes pesqueros aún navegaba en las olas. La vida tenía que continuar, sin importar quién gobernara.
Sobre la colina supervisando la ciudad, la mansión era enormemente pacífica. Aquellos que no habían sido despertados para asistir a la actividad de la ciudad dormían, aunque aquí y allá podía verse señales de actividad. Un par de los sirvientes del Teyrn habían vuelto a tientas, inseguros de su estatus pero sin estar dispuestos a abandonar el único hogar que habían conocido. De igual modo, los seguidores del campamento que mantenían el ejército alimentado y los linos limpios ya estaban andando de puntillas por los pasillos de la mansión, almacenando sus suministros de comida y barriendo la peor parte de los escombros.
Los establos de la mansión aún estaban en silencio, la mayoría de sus nuevos ocupantes o durmiendo de pie o masticando heno en silencio. Uno de los caballos de guerra más grandes había sido sacado de su redil, y pacientemente bañado por la polvorienta luz del sol de la mañana mientras Loghain lo ensillaba. Había varias alforjas esperando a ser atadas, también, aunque ninguna de ellas era particularmente pesada. Uno no cargaba a un caballo de guerra con paquetes gigantes como a una mula.
Fue afortunado, entonces, que Loghain tuviera poco que llevar. Había encontrado sus cueros viejos metidos en uno de los carros de suministros durante la noche después de una hora de búsqueda a la luz de las antorchas. Se sentía bien llevarlos de nuevo, como un par de botas familiares hace tiempo desgastadas. Tras un poco de dudas, había decidido mantener su capa de teniente también. Se la había ganado, después de todo. Entonces había conseguido una tienda y algo de equipo para acampar con la ayuda de una sirvienta muy sorprendida. Todo esto se había hecho en silencio, con la esperanza de que se hubiera ido por su camino antes de que el resto de la mansión despertara.
Tristemente, no iba a ser así. Loghain escuchó pasos enfadados aproximarse y los identificó como pertenecientes a Maric incluso antes de que irrumpiera en el establo.
El Príncipe estaba pálido y sudoroso, el pelo rubio revuelto. El hecho de que hubiera llegado corriendo era dolorosamente aparente, ya que no llevaba ni zapatos ni camiseta… sólo un par de pantalones anchos sin duda puestos con prisa. Las vendas gruesas alrededor de su pecho ya estaban manchadas de sangre oscura por la actividad. Maric se inclinó pesadamente en un bastón de madera que estaba usando de muleta y estaba jadeando en la entrada, señalando a Loghain indignado.
—¿Dónde te crees que vas? —exigió Maric, jadeando por aliento.
Loghain le ignoró, manteniendo su atención centrada en atar la silla.
Maric frunció el ceño y cojeó dentro, esparciendo el heno suelto que cubría el suelo. Un gato atigrado gordo, que había estado limpiándose contenidamente cerca, decidió que era suficiente y trotó fuera de la puerta que había dejado abierta, la cola alzada con indignación en el aire. Maric observó a Loghain y se detuvo a la distancia de un brazo, casi tambaleándose y maldiciendo al bastón mientras trataba de mantener el equilibrio.
—Sé que no se te ha ordenado cabalgar a ninguna parte, —dijo alerta—. Y ya sé que has estado ocultándote, recogiendo tus cosas.
Loghain no alzó la mirada.
—No me estoy ocultando.
—¿Entonces cómo lo llamas? ¿Ensillando antes del amanecer, sin molestarte en decir nada a nadie? ¿Adónde vas? ¿Vas a volver?
Loghain terminó de atar la silla con un exasperado tirón y entonces giró hacia Maric, sus dientes apretados con furia. Se detuvo, suspirando hacia dentro mientras veía la confusión de Maric crecer. Con una mueca, miró a Maric directamente a los ojos.
—Debí haberme ido hace mucho tiempo. Dije que te iba a llevar de vuelta a tu ejército, y lo hice. Pero ahora es hora de que me vaya.
—¡Lo sabía! —Maric irrumpió un paso más lejos y entonces giró de nuevo, claramente frustrado porque su herida no le dejara caminar apropiadamente—. Tan pronto me dijeron lo que tramabas, ¡Sabía qué estabas haciendo! —Él agitó su cabeza incrédulo—. Por el aliento del Hacedor, Loghain, ¿por qué ahora? ¿Qué te ha llevado a esto, tan de repente?
La cara de Loghain era de piedra. Se giró de vuelta a su caballo, cogiendo una de las riendas.
—Simplemente es la hora. Estás bien, Maric. —Su tono sonaba vacío, incluso para sí mismo—. No me necesitas.
—¡No seas idiota! —se mofó Maric. Entonces se detuvo, mirando a Loghain con curiosidad—. ¿Estás enfadado conmigo por la carga de ayer? No tenía ni idea de lo que el mago iba a hacerle a Rowan, sólo pensé que…
—No, no es eso.
—¿Entonces qué?
—Necesito volver, —afirmó firmemente Loghain. El énfasis tal que Maric no necesitó preguntar adónde se refería—. Necesito encontrar… lo que quede de mi padre. Necesito enterrarle. Necesito saber qué le ocurrió a los demás, si se escaparon o no. ¿Qué le ocurrió a la Hermana Ailis? —Él miró a Maric seriamente—. Esa gente de la que se preocupaba. No querría que los abandonara. He hecho mi parte, aquí. Necesito ir y… tengo un deber. Y no es sólo aquí.
—¿Entonces por qué parece que estás huyendo?
Loghain suspiró. Este era el hombre que se había cruzado en la vida de Loghain y le había traído todos sus problemas con él. Debido a él, el padre de Loghain estaba muerto y Loghain había sido arrastrado a una guerra de la que nunca quiso formar parte. Aún así de algún modo durante los últimos tres años, Maric se había convertido en su amigo. ¿Cómo había pasado eso? Aún no estaba seguro.
Fuera, los sonidos de la mansión volviendo a la vida ya podían escucharse, los hombres gritando y las botas corriendo. Sin duda Maric había despertado a todo el ejército antes de venir. No iba a ponérselo fácil, ¿no? Típico de él.
Loghain se rió entre dientes cansado, rascándose la cabeza.
—No estoy acostumbrado a hablar tanto, —admitió él.
—No tiene sentido. Hablas conmigo todo el tiempo. Rowan siempre dice que soy el único que puede sacarte más de tres palabras seguidas. —Maric sonrió, y entonces su cara se volvió muy seria. Extendió el brazo y puso una mano en el hombro de Loghain, la mano de un amigo preocupado—. Así que habla conmigo. ¿De verdad tienes que hacer esto ahora?
—Si no ahora, ¿entonces cuándo? Han pasado tres años. —Loghain volvió a la tarea de atar las alforjas—. No soy uno de tus rebeldes, Maric, no realmente. No soy uno de tus caballeros. No hay lugar para mí aquí.
—Podría hacerte caballero. —Sonaba casi como una amenaza.
Loghain fijó la mirada con la de Maric, y el desafío colgó ahí en el aire durante un largo momento. Entonces Maric transigió, reluctante. Nada más necesitaba ser dicho en el asunto.
Maric se inclinó en su muleta y observó a Loghain preparar sus bolsas y reunir su aljaba. Permaneció en silencio, aunque era evidente que desesperadamente quería continuar objetando.
Los sonidos de actividad aumentaron fuera hasta que Loghain escuchó nuevos pasos llegando. Pasos con armadura. Se tensó y suspiró hacia dentro, sin mirar a propósito mientras Rowan entraba un momento después, sus placas pesadas recién pulidas y brillando. Sus bucles marrones aún estaban húmedos de lavárselos, los rizos húmedos aplastados contra su pálida piel. Ella aún estaba encantadora, pensó él, incluso si su expresión era rígida y helada.
—¿Qué está pasando? —exigió ella.
Maric estaba a punto de responder pero vaciló mientras Rowan daba una mirada perforadora en su dirección, frunciendo el ceño. Él pareció sentirse abatido, y claramente inseguro de lo que había hecho para merecer un saludo tan hostil.
—Me marcho, —anunció Loghain, interrumpiendo el enfrentamiento.
La cabeza de Rowan se volvió hacia Loghain, su expresión suavizándose en confusión—. ¿Te marchas? ¿De verdad?
—Sí. De verdad.
—He estado tratando de convencerle de que se quede, —metió baza Maric, suspirando en exasperación.
Rowan se quedó en la entrada, moviéndose en su armadura incómoda. Abrió su boca varias veces como si fuera a hablar pero no dijo nada, y Loghain hizo lo que pudo por no darse cuenta. Si Maric se percató de la tensión, no hizo ninguna muestra de ello. Él se giró y cojeó hacia uno de los rediles de caballos, inclinándose contra él con una punzada de dolor. Finalmente Rowan encontró la voz.
—No te vayas, —rogó ella—. No así.
—No hay motivo para que me quede, —dijo Loghain bruscamente.
—¿Qué hay de los Orlesianos? —Preguntó Maric—. Sé cómo te sientes respecto a ellos. Finalmente estamos progresando contra Meghren. ¿No quieres verlo derrotado? Si vas a hacer algo por tu padre, ¿por qué no hacer eso?
Loghain resopló con desprecio.
—No me necesitáis para eso.
—¡Te equivocas! ¡Lo hacemos!
Rowan dio un paso hacia delante.
—Maric tiene razón. Una vez le dijiste a mi padre que no es lo suficientemente flexible. Todos los mejores planes han sido tuyos, Loghain. Sin ti, no estaríamos aquí.
—Creo que me estáis dando demasiado crédito, —resopló él—. Los Elfos de la Noche eran cosa mía. Todo lo demás lo podríais haber hecho por vuestra cuenta. Sólo soy un teniente, si lo recordáis.
—No va nada mal con nuestra memoria. —La expresión fría de Rowan volvió—. Si de verdad deseas irte ahora, con tanto por hacer, entonces no podemos detenerte. —Sus ojos se volvieron duros—. Pero había supuesto que eras un hombre mejor.
Los ojos de Maric se abrieron de aturdimiento. Loghain se quedó tranquilo. Apretaba y aflojaba sus puños en furia mientras Rowan mantenía el terreno, inquebrantable.
—He hecho todo lo que se me ha pedido, —dijo en un tono tranquilo, enfadado—, ¿y pediríais aún más?
—Sí, es cierto. —Asintió ella—. No tenemos el mismo lujo que tú, Loghain, de ir y venir como nos plazca. O derrotamos a los Orlesianos y les echamos de Ferelden o morimos. Pero si hay cosas más importantes que te preocupan, entonces pase lo que pase… vete.
—Rowan, —advirtió Maric inseguro.
Ella ignoró a Maric y caminó hasta Loghain, poniendo su cara a un centímetro de la suya. Él no vaciló.
—¿No eres un Fereldeño? —exigió ella—. ¿No es este tu futuro Rey? ¿No le debes tu lealtad? Por lo que Maric me ha dicho, tu padre lo entendía.
—Rowan, no, —dijo Maric con más fuerza.
Ella hizo un gesto hacia Maric.
—¿Es o no es este tu amigo? ¿No hemos derramado los tres sangre juntos durante años? ¿No es ese un vínculo más importante que cualquier cosa? —La súplica en sus ojos grises traicionaba sus duras palabras. Loghain encontraba difícil contener su furia.
Así que no dijo nada.
Hubo silencio por un tiempo, y entonces Rowan retrocedió reluctante. Loghain suspiró con fuerza y se dio la vuelta. No podía enfrentarse a aquellos ojos.
—Loghain, —empezó lentamente Maric—, Sé que nunca prometiste que te quedarías. Sé que fue lanzado a tu regazo y todo esto nunca debería haber ocurrido. —Él sonrió tristemente y se encogió de hombros—. Pero lo hizo. Tú estás aquí y yo he llegado a confiar en ti. Todos lo hemos hecho, incluso el Arl. Por favor no te alejes de esto.
Loghain se dobló.
—Maric…
Sosteniéndose firmemente sobre el bastón, Maric se puso de rodillas. Alarmada, Rowan corrió para apoyarle, para tratar de volver a ponerle de pie, pero él se negó. El bastón tembló, y él gruñó con esfuerzo mientras caía por completo y entonces alzaba la mirada hacia Loghain.
—Por favor, te lo ruego. Tú y Rowan sois los únicos amigos que tengo.
Rowan se detuvo, su mano alejándose de Maric como si estuviera al rojo vivo. Ella tensamente retrocedió de él, su cara una máscara de piedra.
Loghain bajó la mirada hacia Maric, horrorizado por el grandioso gesto. Peor, sentía su resolución tambalearse. Esto se había sentido mucho más claro durante la noche. Ahora se sentía como un cobarde.
—Estás abriéndote las heridas, —se quejó a Maric.
Maric se dobló del dolor, sosteniendo su lado vendado con cuidado.
—Umm… probablemente, sí.
—Debe ser por toda la actividad, —comentó Rowan secamente.
Loghain agitó su cabeza incrédulo.
—Por el aliento del Hacedor, hombre, ¿no se supone que tienes algo de dignidad? ¿En alguna parte?
—¿Yo? ¿Dignidad?
—Al ser el supuesto futuro Rey y eso.
—Creo que Rowan se llevó mi dignidad.
Ella resopló burlonamente, plegando sus brazos.
—No había nada más que valiera la pena.
Maric se rió entre dientes y alzó la mirada de nuevo hacia Loghain, serio.
—¿Así que esto significa que te quedas, entonces? Prácticamente corrí aquí en paños menores, ya sabes.
—Si lo hubieras hecho, eso ciertamente habría hecho esto toda una imagen, ¿no?
—Lo digo en serio. —Loghain podía ver que estaba, serio más allá de ninguna duda—. No creo que podamos hacer esto sin ti.
Aparentemente debía haberse escabullido mientras aún estaba oscuro, dejando sus cueros y todo lo demás atrás. Porque no había otra forma que fuera a escapar, ¿no? Él suspiró irritado a Maric.
—Bueno, si pretendes venir corriendo detrás de mí cada vez que trate de marcharme…
—No cada vez.
—Muy bien. Me quedo.
Maric sonrió ampliamente y luchó por volver a ponerse en pie, pero lo hizo demasiado rápidamente. Gritó de dolor y casi se cae, pero Rowan corrió hacia delante y le cogió primero. Su armadura arañó contra su pecho desnudo, y él flaqueó en sus brazos, riéndose al mismo tiempo.
—¡Au! ¡Cuidado con esos!
—Qué viril es usted, mi príncipe, —suspiró ella.
Ellos rieron y se sonrieron los unos a los otros, un momento que rápidamente se desvaneció mientras la sonrisa de Rowan flaqueaba. Después de ayudar a Maric a ponerse en pie, se alejó. Él miró hacia ella, desconcertado, antes de que la mancha de sangre rápidamente extendiéndose en sus vendas llamara su atención.
—Ahhh, —jadeó él—, ¡Wilhelm me fruncirá el ceño seguro ahora!
Loghain miró a su caballo de guerra, estando ahí ensillado y preparado para marchar. Con un agitar silencioso de su cabeza, empezó a desatar las bolsas. Rowan se giró para irse, pero Maric alzó sus manos para detenerla.
—¡Espera! —gritó él. Entonces agarró el bastón y rápidamente cojeó hacia la puerta, un hombre con una misión.
Ella miró hacia él, frunciendo el ceño.
—¿Qué tiene planeado ahora?
Loghain se encogió de hombros.
—Con él, podría ser cualquier cosa.
Los dos estaban ahí en el polvo y el heno escuchando los leves sonidos de la conmoción fuera y el ocasionar relinchar de los caballos. Loghain pensaba que debía hablar, pero mientras la tensión se formaba, parecía volverse un obstáculo insalvable. Volvió su atención a la silla, sintiendo los ojos de Rowan sobre su espalda.
Después de lo que pareció una eternidad, ella habló, su voz dolorida y dudosa.
—¿Estabas yéndote por mí?
Él se detuvo.
—Me estaba yendo porque era el hombre inferior. De acuerdo a ti.
Ella flaqueó.
—Yo… no debería ser el único motivo para que te quedes.
—No lo eres. —Él se giró hacia ella, su mirada dura—. Lo es él.
Ella asintió lentamente, sus ojos inundándose de lágrimas que no derramó. Él no tuvo que decir nada más. Se quedaron donde estaban, la distancia entre ellos llenando toda la habitación, ninguno de ellos hablaba. El momento se estiró en agonía.
Loghain se preguntaba si tendría que recordar este momento, si tendría que memorizar la curva de su mandíbula, los ojos grises que parpadeaban hacia él desde debajo de esos rizos marrones, la fuerza tras su desesperadamente infeliz ceño fruncido. Se preguntaba si necesitaría este recuerdo como un escudo, si ciertamente iba a quedarse. Seguramente estaba loco.
Finalmente Maric cojeó de vuelta a través de la puerta, el Arl Rendorn y varios otros soldados a remolque. Rowan y Loghain apartaron la mirada en direcciones diferentes, su momento acabado abruptamente. El Arl parecía perplejo y confuso miró a Maric, que parecía bastante contento consigo mismo.
—Creo que necesitamos hacer lo que estábamos discutiendo hace un par de días, Su Gracia, —anunció Maric, respirando con fuerza y sudando por todo el correr.
El Arl miró dudoso a Maric.
—¿Te refieres a ahora? —Entonces se percató del caballo de guerra y de los paquetes, y frunció el ceño—. ¿Vas a alguna parte? —preguntó directamente a Loghain.
Loghain se encogió de hombros.
—Ya no.
—Sí, creo que deberíamos hacerlo ahora mismo, —insistió Maric.
El Arl Rendorn digirió ese pensamiento un momento mientras los otros soldados le miraban interrogantes. Entonces asintió.
—Como desees. Quizás sea para mejor. —Él se giró para encarar a Loghain—. Loghain Mac Tir, has servido bien a tu príncipe en estos años pasados. Has demostrado ser un líder de hombres capacitado, y no hay…
—Espere, —interrumpió Loghain—. Dije que me quedaría, no necesito…
—Déjame acabar. —El Arl sonrió—. No hay día que pase sin que Maric y yo no comentemos cuán valiosa es tu presencia. Tu rango actual no es indicativo de tu importancia para nuestra causa. Por lo tanto, pese a tu carencia de título de caballero, sentimos que es apropiado que se te dé el rango de comandante.
Loghain había estado a punto de interrumpir de nuevo, percibiendo algún tipo de recompensa a continuación… pero se detuvo. No tenía ni idea de que Maric pretendiera esto. La protesta se quedó en su garganta, y él miró al Arl, estupefacto. Maric sonrió contento.
—Esto te coloca inmediatamente por debajo de mí en la cadena de mando, Loghain, —continuó el Arl—. Mis órdenes a los otros oficiales serán confiadas a través de ti, y esperaría que aceptes deberes más logísticos. Esto es en caso, por supuesto, ¿de que estés dispuesto a aceptar el ascenso? —La comisura de la boca del Arl se torció ligeramente entretenido—. Has demostrado ser… impredecible sobre tales asuntos en el pasado, después de todo.
Loghain miró, su boca abierta.
—No es un soborno, —mencionó Maric—. Sólo quería que supieras que estaba…
—Lo haré. —Las palabras salieron de la boca de Loghain casi antes de que se diera cuenta de que las estaba diciendo. Alzó la mirada y vio la mano del Arl siéndole ofrecida y la agitó vagamente.
—Bien hecho. —Sonrió el Arl.
Loghain retiró su mano y se giró hacia Maric, que estaba sonriendo y ofreciendo su propia mano. Loghain se quedó ahí en silencio y miró como si no tuviera idea de lo que significaba.
Después de un momento, Maric extrañamente bajó su mano.
—Err… ¿algo va mal?
—No. —Loghain miró fuertemente al suelo, poniendo una mueca.
Entonces extrañamente se arrodilló ante Maric. Su cara se sentía caliente y ruborizada, y sabía que debía parecer un imbécil. Los soldados aturdidos tras el Arl se miraron los unos a los otros incrédulos.
Maric bajó la mirada a él con un horror abyecto.
—¿Qué estás haciendo?
Loghain frunció el ceño concienzudamente, pero entonces asintió. Sabía que esto era lo que necesitaba hacer.
—Puede que no sea caballero, —dijo firmemente—, pero estoy seguro que no habrá un comandante en tu ejército que no haya hecho algún juramento de algún tipo.
Ahora era el turno de Maric de estar estupefacto. Su boca se abrió, y entonces miró indefenso del Arl Rendorn a Rowan y de vuelta a Loghain.
—¡No! ¡No, no, no necesito ningún tipo de juramento de ti!
—Maric…
—Lo has malinterpretado, yo nunca… Quiero decir sé cómo te sientes, tu padre fue completamente…
—Maric, —interrumpió Loghain—. Cállate.
La boca de Maric se cerró con un clic audible.
Tras ellos, Rowan lentamente se retiró a la entrada. Nadie se percató mientras ella silenciosamente se giraba y se marchaba.
—Si de verdad quieres que me quede, —empezó Loghain, alzando la mirada a Maric—, entonces lo haré. Y si vas a confiarme tu ejército, si vas a confiarme tanto, entonces me siento honrado. Puede que no sea de alta cuna, y no tengo ni idea de cuánto vale mi palabra para ti… pero la tienes. Eres mi amigo y mi príncipe y juro servirte bien.
Maric tragó con fuerza.
—Tu palabra significa mucho para mí, Loghain, —dijo simplemente él. Parecía profundamente tocado.
Lentamente Loghain se levantó de nuevo. El Arl Rendorn asintió hacia él en silencio, con orgullo en los ojos del hombre mayor. Los soldados tras el Arl saludaron. Él se quedó ahí atónito enfrente de ellos, sin estar seguro de qué decir.
Maric sonreía como un imbécil.
—Comandante Loghain, —dijo él en voz alta, como probando el título.
Loghain se rió entre dientes con remordimientos.
—Eso suena extraño.
—Estoy dispuesto a apostar que aún hay una botella o dos de vino por encontrar de la última noche.
Loghain resopló.
—Llena de porquería, quizás.
—¿Y qué mejor forma de celebrar tu ascenso?
—¿Te pondrás una camisa, por lo menos?
—Bien, bien. Si insistes. —Maric se rió entre dientes, apoyando el hombro en su bastón y cojeando fuera de la puerta.
Loghain esperó un momento, agitando su cabeza en incredulidad silenciosa. Soy un imbécil, pensó él.
Entonces siguió a Maric afuera.