9
n mensajero había anunciado con tiempo la llegada del ejército. Todo estaba preparado en el alcázar para recibir al rey. Las despensas habían sido aprovisionadas y las habitaciones limpiadas a fondo para acoger al monarca y sus caballeros, ausentes durante tanto tiempo.
Los habitantes de Toledo habían recibido con tristeza las noticias sobre los últimos acontecimientos. Sabían que la derrota en la batalla de Zalaca podría suponer un nuevo enfrentamiento entre musulmanes y cristianos. Pasado el temor que supuso la llegada del rey Alfonso, ahora todos habían aceptado el cambio y convivían en paz. Si los almorávides decidían atacarlos, habría guerra, y ellos no querían muertes ni sufrimientos.
Cuando la noticia llegó hasta la casa de Saffah, la familia se encontraba en plenos preparativos para el inminente viaje a Sevilla.
A causa de la llegada de los almorávides y a las batallas que esto provocaría, los caminos se habían vuelto aún más peligrosos, por lo que la boda había tenido que ser aplazada. Zelima había aceptado esta circunstancia con tristeza. Procuraba mantener la esperanza de que la situación se calmara en poco tiempo.
Nalia no había olvidado a Jaime de Moriel, por más que lo había intentado. Después de varios meses sin verlo, él había vuelto, lo que suponía una gran desazón para el corazón de la joven. Jaime y ella habían mantenido una agradable amistad afectiva. No podía negar que ese hombre le atraía, y eso era lo que la preocupaba. Su esperanza se centraba en que él la hubiera olvidado. Sólo si no lo veía podría liberarse de su recuerdo algún día.
Por el momento no sería así, y Nalia lo supo en cuanto vio al escudero de Jaime anunciando la llegada de los caballeros en unas horas.
A causa de los heridos, y especialmente debido a la pierna del rey, la marcha había sido lenta. Aun estando muy cerca de Toledo, esos últimos kilómetros se le estaban haciendo eternos a Jaime de Moriel. Su ansiedad por ver a Nalia era tan apremiante que dudaba de su capacidad de control cuando la tuviera delante.
Extenuados y completamente cubiertos de polvo del camino, los caballeros se encaminaron directos a los baños que los escuderos ya habían preparado en cuanto entraron en casa de Saffah. Antes de ayudarle a despojarse del uniforme de batalla, el ayudante de Jaime había cumplido la orden de su amo anunciando a Nalia que la esperara en el jardín. El corazón de la joven sufrió un vuelco al escuchar el mensaje, resultándole imposible reprimir la alegría que suponía para ella volver a verlo.
Por otra parte, su sentido práctico le advertía del peligro que representaba un nuevo encuentro. Aun no siendo lo más prudente, tampoco podría evitarlo.
Limpio y vestido con sencillez: calzas, camisa blanca y un jubón marrón, Jaime bajó las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al llegar al patio se detuvo bruscamente al ver la imagen con la que tanto había soñado. ¡Nalia...!, la hermosa y exquisita Nalia lo contemplaba desde un rincón lleno de flores, el marco idóneo para una flor aún más bella. El color malva de su vaporoso vestido incrementaba el intenso tono de sus ojos, suscitando en el corazón de Jaime una aguda sacudida.
Sin pronunciar palabra, el joven castellano se acercó a ella y la miró con ensimismamiento, como si aún tuviera que cerciorarse de que lo que estaba ocurriendo no era un sueño. Acariciándole el rostro suavemente, Jaime deslizó su mano hacia el delicado cuello de Nalia y acercó sus labios a los de él. Besándola con delicadeza en un principio, no pudo resistir durante mucho tiempo sin estrecharla fuertemente contra él para demostrarle vehementemente toda la pasión que sentía por ella.
— ¡Cómo te he echado de menos, amor mío!
Nalia no pudo contestarle. Los ansiosos labios de Jaime volvieron a capturar su boca con un deseo que la hizo temblar. Si bien en un principio el ímpetu de Jaime la desconcertó,
Nalia no pudo evitar sentir por él la misma atracción que él le demostraba. En esos momentos no pensaba, solamente correspondía en la misma medida a todo lo que Jaime le estaba dando. Nada hubiera podido distraerles de su ensimismamiento Ahme lo sabía. Era muy consciente del amor oculto que esos dos jóvenes sentían el uno por el otro.
No obstante, su misión era proteger a Nalia, sobre todo de un hombre tan imponente como Jaime de Moriel. Nalia era una mujer cauta e inteligente, pero la vehemencia del joven caballero la envolvía y anulaba su sentido común. A pesar de su comprensión, era su deber evitar una catástrofe.
Haciendo ruido para avisar a la pareja, Ahme los interrumpió con prudencia.
Jaime se apartó un poco de Nalia con desgana, sin dejar de mirarla. Le incomodaba la vigilancia a la que la tenían sometida. Por otra parte, le daba también tranquilidad cuando él se encontraba lejos.
— Bienvenido a casa, señor. Doy gracias a Alá de que hayáis vuelto sano de la guerra.
Sin soltar a Nalia, Jaime miró al guardián y le sonrió.
— Gracias, Ahme. Yo también estoy muy contento de estar de vuelta. ¿Todo bien por aquí?
— Muy bien, señor. Ahora parece que todo ha vuelto a la normalidad —añadió el fiel sirviente con una pícara sonrisa.
— Ya veo. Tus interrupciones siguen siendo tan puntuales como siempre —contestó Jaime con buen humor— Como supongo que comprenderás que después de tanto tiempo desee hablar un rato más con Nalia, espero que permitas que permanezcamos solos hasta la hora de la cena.
Ahme miró a su ama antes de contestar, y al captar el ligero movimiento de cabeza con el que le indicaba que se retirara, él aceptó la sugerencia del caballero.
Solos de nuevo, Jaime miró a Nalia con adoración.
— Eres todavía más bella de lo que yo recordaba —dijo pasándole lentamente la mano por el sedoso pelo—. Tu rostro, tu cabello, tu cuerpo... han invadido mis pensamientos constantemente. Tú has iluminado mis tristes días de campamento me has dado fuerzas para luchar enérgicamente contra el enemigo. Si en anteriores campañas luchaba por la patria y el rey, ahora lo he hecho sobre todo por ti. Me preocupaba tu seguridad, y mi principal objetivo era volver a tenerte entre mis brazos cuanto antes. Te deseo tanto, Nalia... —sus palabras vibraron por la fuerte emoción que sentía en esos momentos. Jaime jamás había hecho una declaración semejante. pesar de haber tenido relaciones esporádicas con mujeres, nunca su corazón había latido tan aceleradamente por una mujer—. Y tú, ¿me has recordado?
Nalia estaba ensimismada con sus palabras. Nunca un hombre se había atrevido a ser tan efusivo con ella, y dudaba que alguno de ellos hubiera hecho tan bonita declaración.
— Mucho —expresó con sinceridad—. Recordaba nuestros paseos y nuestras conversaciones. Siempre se echa de menos a un amigo.
Jaime se apartó un poco y la miró serio.
— ¿Y mis besos?
La joven cerró los ojos con pesadumbre.
— No creo que sea muy acertado entrar en ese terreno. Es inútil avanzar si luego hay que retroceder —dijo con cautela—. Nosotros... bueno, quiero decir que yo... estoy muy a gusto contigo, Jaime, pero nuestros destinos tienen caminos diferentes. No es aconsejable que lleguemos más lejos en nuestra relación.
Sus palabras le habían decepcionado. Esperaba más ardor por su parte. Ella trataba de protegerse a sí misma y él lo comprendía, pero en esa ocasión su espíritu caballeresco no cedería ante la súplica de la única mujer que le interesaba. Aunque lo había intuido, ahora acababa de cerciorarse de que si permitía que Nalia se saliera con la suya, no la volvería a ver jamás. Teniendo en cuenta la felicidad que ella le daba, ese sacrificio estaba descartado.
— No has contestado a mi pregunta.
Con pesar, Nalia dedujo que él no había tenido en cuenta su explicación.
— También recordé tus besos. Te tengo afecto, Jaime, y tú... eres un hombre muy apasionado.
— Te juro que nunca los olvidarás. —Besándola con fervor, Jaime volvió a demostrarle de nuevo lo necesario que eran el uno para el otro. Nalia tuvo que capitular ante la evidencia de que ella deseaba a ese hombre tanto como él a ella—. Te quiero a mi lado, Nalia. Anhelo fervientemente que me pertenezcas.
Los pasos de Ahme aproximándose los separó. Jaime observó con satisfacción el rubor que aún teñía las mejillas de Nalia y la miró desafiante, invitándola a negar sus propios sentimientos.
— Eres un hombre muy atrayente, Jaime. Me gustas, pero no puedo ser tuya.
Lo dijo con tal seguridad, que Jaime se ofendió.
— El único obstáculo para que no pudieras sería un marido, y tú no estás casada. No encuentro mayores impedimentos.
— Olvidas mi voluntad, Jaime. Ya me lo pediste en otra ocasión y mi respuesta fue la misma; no entiendo por qué insistes.
La paciencia empezó a abandonar el ánimo del joven. Había hecho lo correcto; se lo había pedido primero a Nalia, y ella insistía en negarse. Aun no deseándolo, tendría que recurrir a fuerzas superiores. Desgraciadamente, ella no le daba alternativa.
Durante la cena, Saffah se informó, a través de los caballeros castellanos, de lo que había ocurrido en Zaragoza y en Badajoz. Todos estaban contentos por estar de vuelta en casa, y no tuvieron inconvenientes en relatar lo que había ocurrido en la guerra.
— ¿Y qué creéis que harán ahora Yusuf y su ejército? —preguntó Saffah.
— Suponemos que igual que nosotros —contestó Lope—: curar sus heridos y recomponer los destrozos que causó la batalla. Pasado un tiempo se reorganizarán, si es que vuelven a ponerse de acuerdo, e intentarán conquistar algunas de las plazas que han perdido.
— ¿Consideráis entonces que sería más peligroso de lo normal viajar ahora?
— ¿Tenéis que salir en viaje de negocios? —preguntó Sancho.
— Bueno... Zelima ha sido pedida en matrimonio y hemos de viajar a Sevilla. Terminaremos de preparar la boda allí. Y aprovecharé para comerciar por toda esa zona y Nalia, además de acompañar a su hermana, tendrá la oportunidad de conocer la hermosa ciudad de Sevilla. Viviremos allí durante unos meses quizás más tiempo—continuó el comerciante con ingenuidad, sin percatarse de la conmoción que acababa de provocar en el ánimo de Jaime de Moriel. Sus ojos, de un verde cálido hasta ese momento, habían cambiado al tenebroso y turbulento verde de las peligrosas profundidades marinas—. Pienso llevar a muchos hombres de escolta, pero antes he de cerciorarme de que los caminos estén tranquilos.
Nalia giró la cabeza al percibir que Jaime la estaba mirando fijamente.
— ¿Por qué no me lo has dicho? —le preguntó con mirada acusadora.
— ¡Por Dios, Jaime!, casi no me has dado tiempo para hablar.
Aun reconociendo que ella tenía razón, su enfado no disminuyó.
— Mi consejo, Saffah —comentó Jaime dirigiéndose al comerciante— es que no os aventuréis a viajar ahora. De todas formas, sea cuando sea que decidáis desplazaros hasta Al-Andalus, Nalia no irá con vosotros.
Jaime había hablado muy calmado, sin embargo los que lo conocían bien, como era el caso de Sancho, sabían que el tono con el que se había expresado no admitía réplica. Mudo de asombro, Saffah lo miró consternado.
— Pero se trata de la boda de Zelima. Su hermana tiene que estar con ella.
Zelima miró a Jaime con incredulidad.
— No puedes estar hablando en serio. Aparte de mi padre, Nalia es la persona que deseo tener a mi lado el día de mi boda.
Nalia había permanecido callada, incapaz de creerse lo que estaba ocurriendo.
— Lo sé, Zelima, y de veras lo siento, pero no toleraré que Nalia se arriesgue en un viaje tan peligroso ni que permanezca tanto tiempo lejos de aquí.
Recuperada del impacto, Nalia sintió que la ira la cegaba. Había soportado con paciencia las órdenes de Jaime de Moriel porque no había tenido otra elección, pero eso era demasiado. Su prepotencia tenía que tener un límite, y ella lo fijaría en esos momentos.
— ¡Me da igual que te opongas! ¡Haré ese viaje con tu aprobación o sin ella!
Fuera de sí, Nalia se había puesto de pie y le taladraba con su furiosa mirada. Jaime también se levantó de un salto, enfrentando de forma fulminante la colérica mirada de ella.
— No pierdas el tiempo con rabietas, Nalia. Sabes muy bien que tienes que obedecerme.
— Creo que ya te he obedecido bastante. A partir de este momento sólo cumpliré mis deseos, no los tuyos.
Consciente de que la discusión podía empeorar hasta extremos peligrosos, Saffah trató de pacificar los ánimos. Los demás caballeros permanecían sentados mientras contemplaban la escena con cierta preocupación. Ellos debían obediencia a Jaime de Moriel.
Lo que él dijera estaba bien y no tenían ningún derecho a meterse en sus asuntos.
— Por favor, Jaime, no nos alteremos y tratemos de entendernos. El miedo que tenéis al viaje es infundado; si es necesario contrataré un ejército para que nos proteja. Tengo medios para ello —le explicó el bondadoso comerciante con paciencia—. En Sevilla estaremos sólo unos meses, hasta que Zelima se acostumbre vivir en una nueva familia.
Saffah siempre había sospechado que Jaime de Moriel estaba interesado en Nalia; ahora, acababa de comprobarlo. Debía intentarlo, aunque teniendo en cuenta la fuerte personalidad de ese hombre, dudaba mucho de poder conseguirlo.
Los ojos bondadosos de Zelima conmovieron a Jaime durante unos segundos. Estaban muy unidas, eso tenía que reconocerlo, ese era el motivo de que hubieran planeado pasar juntas el mayor tiempo posible. De todas formas, la separación entre ellas sería tan dolorosa que... pensando a toda velocidad, a Jaime se le acumularon turbios pensamientos en su mente, deducciones sencillas de la lógica más aplastante: Nalia y Zelima jamás se separarían. Saffah arreglaría dos matrimonios, no uno, pues... Jaime cambió de actitud y le dedicó a Zelima una sonrisa inocente. No pensaba ceder, pero quería averiguar con exactitud lo que Saffah tenía en mente.
— Sé lo unidas que estáis, y supongo que lo que tú más desearías sería tener siempre a Nalia a tu lado, ¿verdad Zelima?
Una sonrisa esperanzadora iluminó el dulce rostro de la joven.
— Eso sería maravilloso. Ambas podríamos vivir en Sevilla si Nalia aceptara a...
Una mirada de advertencia por parte de Nalia detuvo el discurso de Zelima. Había hablado de corazón, que era lo que Jaime pretendía, y no se había equivocado en sus conclusiones.
— ¿A Ismail Bakr por casualidad? —preguntó Jaime, malévolo.
En vista de que la discusión nada tenía que ver con ellos, los hombres de Jaime decidieron retirarse. Nalia también lo intentó, pero Jaime la detuvo presionándola suavemente en el hombro parque volviera a sentarse.
— Contéstame Zelima —la ordenó Jaime.
La joven estaba consternada. Sin quererlo había perjudicado su hermana y ese error podría costarle muy caro a Nalia.
— ¡Déjala en paz, Jaime! ¡Estás imaginando cosas; no hay ninguna base sólida para tus divagaciones! —gritó Nalia a la defensiva.
Jaime no apartó sus ojos acusadores del rostro de Zelima.
— ¿Zelima?
Viendo la indefensión de su hija y el miedo que se reflejaba en su rostro, Saffah se incorporó también y decidió hablar con Jaime.
— No es necesario acosarla más, de Moriel, yo os daré las explicaciones que deseéis.
Jaime hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
— Me parece una postura inteligente.
Más relajados, los cuatro volvieron a sentarse y Saffah pidió uno de los sirvientes que sirviera vino.
Nalia estaba indignada con Jaime y así lo expresaban sus ojos cada vez que lo miraba. Las deducciones que él había hecho eran absurdas. De todas formas, teniendo en cuenta lo testarudo que era, no tenía muchas garantías de que su padre lograra convencerlo de su error.
— El viaje que pensamos emprender tenía el único objetivo de la boda de Zelima. Todos estamos muy contentos con ese enlace y queremos celebrarlo con alegría —empezó a relatar Saffah con sinceridad. Había comprobado que sería muy perjudicial para todos mentir al caballero castellano—. Más tarde, y al recibir una carta de smail Bakr insistiendo en su interés por contraer matrimonio con Nalia, se me ocurrió la idea de mudarnos todos a Sevilla y vivir allí partir de ahora. —Nalia miró a su padre, asombrada. No tenía ni idea de sus planes—. Ismail cuenta con mi aprobación, y quizás cuando Nalia lo trate más, se decida a aceptarlo. Siempre hemos sido muy felices juntos. Ahora que me hago viejo, no quiero separarme de mis hijas.
Saffah no dijo que en el caso de que Ismail Bakr no pudiera ser su yerno, tal vez Nalia se enamorara de algún mozárabe del agrado de todos. Al fin y al cabo ella era cristiana y quizás le fuera más fácil aceptar a un hombre de su misma religión. La cuestión ahora era la seguridad de Nalia. En Sevilla no correría ningún peligro y además, egoístamente, él no quería separarse de ella.
Jaime le lanzó a Nalia una mirada acusadora: sus sospechas no habían sido infundadas. Ya se ocuparía él de que ella aprendiera contarle siempre la verdad.
En ese caso, Nalia había estado ajena a los planes de su padre. También sabía que, aunque hubiera tratado de explicárselo, él no la habría creído.
El gesto de Zelima seguía siendo de desolación, y Jaime lo lamentaba. Apreciaba a esa muchacha y no quería hacerle daño, pero ni por ella ni por nadie arriesgaría su felicidad presente.
— Te deseo mucha felicidad, Zelima. Puedes retirarte si lo deseas.
Jaime retuvo de nuevo a Nalia cuando intentó seguir a su hermana.
— Ahora hablaremos claro, Saffah —le anunció sentándose lentamente—. Si bien es muy loable que deseéis estar cerca de vuestras hijas, desgraciadamente, es muy común que finalmente padres e hijos tengan que separarse. Yo no tengo nada contra vos; muy al contrario, valoro vuestra honradez y agradezco vuestra hospitalida—explicó con calma—. No obstante, quiero que tengáis muy claro que no autorizaré que os llevéis a Nalia.
La joven bullía de rabia y se disponía a verter una serie de improperios contra Jaime. Su padre la detuvo con un gesto de la mano.
— ¿Es por un capricho o por un motivo importante? —inquirió el comerciante con calma.
— Tengo mis razones.
— Esa explicación no me tranquiliza.
— Lo sé, Saffah, pero no puedo ser más explícito. Sólo añadiré que no estoy dispuesto a soportar una nueva ausencia de Nalia.
El bondadoso comerciante lo miró reflexivo, hasta que una luz se le hizo en la mente. Lo había tenido delante durante todo ese tiempo y no lo había visto. Nalia no era hija suya, aunque él la había criado y la quería como si lo fuera. Ruy de Ara, el verdadero padre de la joven, le había rogado en su carta que velara por su futuro.
Acababa de darse cuenta de que quizás Jaime de Moriel representara ese futuro. Ese joven reunía en su persona todas las cualidades que Ruy hubiera deseado que tuviera el marido de su hija. Tal vez era muy aventurado hacer ese tipo de conjeturas, pero quizás las circunstancias estaban trazando el destino de Nalia a través de la insistencia del caballero castellano. Aun sabiendo que le resultaría muy doloroso la lejanía de Nalia, por un marido como Jaime de Moriel valdría la pena el sacrificio.
— ¿Qué es lo que queréis?
— Deseo que me entreguéis a Nalia.
La joven lo miró con incredulidad, completamente atónita por su atrevimiento.
— ¡Ni lo sueñes, Jaime de Moriel! —contestó ella con mirada desafiante—. No sólo no accederé a tus caprichos, sino que me iré con mi padre y mi hermana, y te juro por lo más sagrado que no volverás a verme.
Saffah suspiró con cansancio. Él era un hombre tranquilo, sin ningún deseo de soportar la tormenta que se avecinaba.
— He hecho una petición a tu padre, y él es el que tiene que contestar.
— Ni siquiera la considerará. ¡Es completamente absurdo! No soy una esclava a la que se pueda comprar como una mercancía.
— Yo no he hablado ni de compra ni de venta...
— ¡Calma, por favor! —exclamó Saffah intentando mantener la paz entre los dos jóvenes—. Mis hijas han sido preparadas desde la infancia para el matrimonio, y no creo que vos, Jaime de Moriel, podáis ofrecérselo.
— Por ahora, no, pero sí prometo respetar a Nalia. Yo le ofreceré todo lo que una mujer puede desear, y jamás la forzaré hacer algo que ella no desee.
La colérica expresión de Nalia no varió.
— No tienes que prometer nada; nunca accederé a quedarme contigo.
Jaime se volvió irritado para contestarla, pero Saffah intervino a tiempo.
— Vuestra petición es muy delicada y debo reflexionar. Por favor, dadme un poco de tiempo.
— Dos días.
— Pero padre, ¿qué estás diciendo? No hay nada que pensar. Por favor, respeta mis deseos y respóndele ahora.
Saffah la miró apesadumbrado. Nalia estaba enfadada y no podía pensar con claridad; él sí. Jaime de Moriel era el marido que Nalia necesitaba. Durante mucho tiempo había pensado en una oportunidad semejante y le había parecido un sueño irrealizable.
Sólo un marido poderoso, noble y rico podría defenderla de los Jaranegra. Afortunadamente, los de Moriel contaban con ese poder. Si bien el joven no podía prometer matrimonio porque no sabía que Nalia era tan cristiana como él, estaba enamorado de ella. Ese amor convertiría su interés en algo tan poderoso que tarde o temprano lo llevaría a casarse con ella en cuanto descubriera la verdad.