El hombre sentado en una silla de ruedas que la observaba mientras recogía los pétalos, sonrió con una sonrisa un poco aviesa.
—Siempre la misma criatura meticulosa. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.
Se rió y en su risa podía apreciarse cierta malicia. Pero Mary Durrant no se inmutó.
—Me gusta que todo esté ordenado. Sabes, Phil, tampoco a ti te gustaría que la casa pareciera un campo de batalla.
Su marido replicó con una nota de amargura:
—Bueno, por lo menos yo no tengo oportunidad de convertirla en un campo de batalla.
Philip Durrant había sufrido un ataque de poliomielitis que le había dejado paralítico poco después de su matrimonio. Para Mary, que le adoraba, era tanto su hijo como su marido. A él a veces le avergonzaba un poco el amor absorbente de su esposa. Mary no tenía la imaginación suficiente para comprender que a veces le fastidiaba su satisfacción al verle depender de ella.
Philip prosiguió con rapidez, temiendo escuchar algunas palabras de conmiseración o simpatía.
—¡La verdad es que no hay palabras con que calificar la noticia que nos ha dado tu padre! ¡Después de tanto tiempo! ¿Cómo puedes quedarte tan tranquila?
—Será porque me cuesta trabajo comprenderlo. ¡Es tan extraordinario! Al principio no podía creer lo que mi padre decía. Si hubiera sido Hester, pensaría que lo estaba inventando todo. Ya sabes como es Hester.
El rostro de Philip Durrant perdió algo de su amargura.
—Una vehemente y apasionada criatura que empieza la vida, buscando problemas que seguro que encontrará —comentó suavemente.
Mary descartó su análisis con un gesto. El carácter del prójimo no le interesaba.
—Supongo que es cierto —opinó dubitativa—. ¿No crees que ese hombre puede habérselo inventado todo?
—¿El científico distraído? Sería agradable creerlo, pero parece que Andrew Marshall se ha tomado en serio el asunto. Y tratándose de Marshall, Marshall & Marshall, la cosa ofrece garantías.
—¿Qué consecuencias traerá esto, Phil? —preguntó Mary Durrant, frunciendo el entrecejo.
—Significa que Jacko será exculpado. Es decir, si las autoridades están satisfechas, y creo que puede contarse con que lo estarán.
—Supongo que todo será muy agradable —Mary exhaló un suspiro.
Philip Durrant volvió a reír, con la misma risa amarga.
—Polly, eres un caso.
Nadie, salvo su marido, había nunca llamado Polly a Mary Durrant. El nombre resultaba ridículamente inapropiado para su belleza estatuaria. Ella le miró un poco sorprendida.
—No sé qué he dicho que pueda divertirte tanto.
—¡Lo dices con un tono tan aristocrático! Parecías lady Fulanita de Tal alabando las labores de artesanía de los escolares del pueblo en la venta de caridad.
—¡Pero es que es de verdad agradable! —exclamó Mary desconcertada—. No me digas que era satisfactorio tener un asesino en la familia.
—No estrictamente en la familia.
—Viene a ser lo mismo. Era muy molesto y se sentía uno muy incómodo. ¡Todo el mundo estaba tan excitado y sentía tanta curiosidad! Me resultó insoportable.
—Te portaste muy bien. Los dejaste helados con esa mirada glacial tuya. Les hiciste bajar el tono y avergonzarse de sí mismos. Es extraordinario como te las arreglas para no mostrar nunca la menor emoción.
—Me desagradó mucho todo aquello, pero como quiera que sea, murió y todo había terminado. Y ahora... ahora supongo que habrá que desenterrar de nuevo todo el asunto. Un fastidio.
—Sí —Philip Durrant, pensativo, movió los hombros con un leve gesto de dolor. Su mujer se acercó, presurosa.
—¿Te ha dado un calambre? Espera. Déjame que cambie este cojín. Así. ¿Estás mejor?
—Deberías haber sido enfermera.
—No tengo el menor deseo de cuidar a un montón de gente. Sólo a ti.
Lo dijo con sencillez, pero detrás de las escuetas palabras había mucha pasión.
Sonó el teléfono y Mary atendió la llamada.
—Diga... sí, al habla... Ah, eres tú —Le dijo a Philip—. Es Micky... Sí, sí, ya lo sabemos. Papá ha telefoneado. Sí, claro... Sí... Sí... Philip dice que si los abogados están satisfechos, la cosa debe de ser cierta... La verdad, Micky, no sé por qué te impresiona tanto. No veo por qué he de ser obtusa... La verdad, Micky, creo que... ¡Oye! ¡Oye! —Frunció el entrecejo enfadada—. Ha colgado.
Colgó el teléfono.
—La verdad, Philip, es que no comprendo a Micky.
—¿Qué dijo exactamente?
—¡Se ha puesto de una manera! Dijo que era una obtusa, que no me daba cuenta de las consecuencias. ¡Será un infierno! Ésa fue su expresión. ¿Por qué? No lo comprendo.
—Está asustado, ¿eh?
—¿Por qué?
—La verdad es que tiene razón. Traerá consecuencias.
Mary parecía un poco aturdida.
—¿Quieres decir que volverá a despertarse el interés de la gente por el asunto? Naturalmente, me alegro de que Jacko sea exculpado, pero sería muy desagradable que la gente empezara a hablar otra vez.
—No se trata sólo de lo que digan los vecinos. Es más grave que eso.
Ella le miró, interrogante.
—¡La policía también se interesará en el asunto!
—¿La policía? —exclamó Mary con viveza—. ¿Qué tiene que ver en todo esto?
—Querida mía, piensa.
Mary se acercó lentamente y se sentó a su lado.
—Ahora vuelve a ser un crimen sin resolver, ¿comprendes? —comentó Philip.
—¡No me digas que van a volver a ocuparse de esto después de tanto tiempo!
—Ésa es una idea muy bonita, pero me temo que sea completamente errónea.
—Pero después de haber sido tan estúpidos, equivocándose de ese modo con respecto a Jacko, no querrán desenterrar el asunto.
—¡Puede que no quieran desenterrarlo, pero probablemente tendrán que hacerlo! El deber es el deber.
—Oh, Philip, estoy segura de que te equivocas. Se hablará un poco del asunto y luego todo se olvidará.
—Y entonces viviremos muy felices por siempre jamás, amén —replicó Philip con su voz burlona.
—¿Por qué no?
Él meneó la cabeza.
—No es tan sencillo como eso. Tu padre tiene razón. Tenemos que reunimos todos y deliberar. Será bueno que vaya Marshall, como dijo él.
—¿Quieres decir ir a Sunny Point?
—Sí.
—Pero no podemos.
—¿No?
—Es imposible. Eres un inválido y...
—No soy un inválido —Philip habló con cierta irritación—. Estoy fuerte y sano. Sólo he perdido el uso de las piernas. Podría ir a Tumbuctú con el transporte adecuado.
—Estoy segura de que no te sentará nada bien ir a Sunny Point. Con este asunto tan desagradable...
—No tengo la mente enferma.
—Y además, no veo que podamos dejar la casa. Últimamente se han producido muchos robos.
—Que venga alguien a dormir aquí.
—Eso se dice pronto, como si fuera una cosa muy fácil.
—Esa señora No-sé-cuántos podría venir todos los días. Deja ya de plantear pegas domésticas, Polly. Lo cierto es que no quieres ir.
—No, no quiero ir.
—No estaremos mucho
tiempo —la tranquilizó Philip—. Pero creo que debemos ir. Ésta es
una ocasión en la que la familia tiene que presentarse unida ante
el mundo. Tenemos que saber exactamente qué terreno
pisamos.