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—¿Se ha marchado?
—Sí, se ha marchado.
—Has recibido una impresión muy fuerte, Hester —Kirsten le puso una mano en el hombro—. Ven conmigo. Te serviré un coñac. Todo esto ha sido demasiado.
—No quiero coñac, Kirsty.
—Puede que no lo quieras, pero te sentará bien.
La muchacha dejó que la condujeran por el pasillo hasta la pequeña salita de Kirsten Lindstrom. Aceptó el coñac y empezó a beberlo despacio. Kirsten manifestó irritada:
—Todo ha sido demasiado repentino. Debería habernos advertido. ¿Por qué no nos escribió primero Mr. Marshall?
—Me figuro que el doctor Calgary no le habrá dejado. Quería venir aquí a decírnoslo él mismo primero.
—Quería venir a decírnoslo, ¿eh? ¿Cómo se esperaba que recibiríamos la noticia?
—Me figuro —contestó Hester con una voz extraña, sin entonación— que pensaría que nos iba a alegrar mucho.
—Nos alegrara o no, tenía que ser una impresión muy fuerte. No debía haberlo hecho.
—Pero, en cierto modo, fue valiente al hacerlo —protestó Hester, y su rostro enrojeció—. Quiero decir que no tiene que haber sido fácil. Ir a decirle a una familia que uno de ellos, condenado por asesinato y muerto en la cárcel, era inocente. Sí, creo que tuvo mucho valor, pero preferiría que no lo hubiera hecho.
—Eso lo hubiéramos preferido todos —afirmó miss Lindstrom vivamente.
Hester la miró interesada, dejando de pensar por un momento en su propia preocupación.
—¿De modo que tú también sientes lo mismo, Kirsty? Pensé que a lo mejor era yo sola.
—No soy tonta —replicó miss Lindstrom con acritud—. Entreveo ciertas posibilidades en las que tu doctor Calgary no parece haber pensado.
Hester se puso de pie.
—Tengo que ir a ver a papá.
Kirsten Lindstrom asintió.
—Sí. Ya habrá tenido tiempo de pensar en lo que se debe hacer.
Hester entró en la biblioteca. Gwenda Vaughan estaba llamando por teléfono. Su padre le hizo una seña y Hester se acercó a él, sentándose en el brazo de su butacón.
—Estamos tratando de comunicar con Mary y con Micky —comentó Leo Argyle—. Hay que comunicárselo en seguida.
—Oiga —dijo Gwenda Vaughan—. ¿Es Mrs. Durrant? ¿Mary? Habla Gwenda Vaughan. Tu padre quiere hablar contigo.
Leo se acercó al teléfono.
—¿Mary? ¿Cómo estás? ¿Cómo está Philip...? Me alegro... Acaba de ocurrir algo de lo más extraordinario. Me pareció que debías saberlo en seguida. Un tal doctor Calgary acaba de estar aquí. Traía una carta de Andrew Marshall. Era sobre Jacko. Parece... en realidad resulta increíble, parece que aquella historia que contó Jacko en el juicio, sobre un coche que le había llevado a Drymouth, era completamente cierta. Ese doctor Calgary es el hombre que lo llevó.
Se calló para escuchar lo que le decía su hija.
—Sí, bueno, Mary, no voy a entrar ahora en los detalles de por qué no se presentó en su momento. Tuvo un accidente, conmoción cerebral. Todo parece auténtico. Te llamo para decirte que creo que debemos reunimos aquí todos lo antes posible. A ver si conseguimos que Marshall venga también para discutir el asunto con nosotros. Creo que debemos ser aconsejados legalmente. ¿Podéis tú o Philip...? Sí, ya lo sé. Pero la verdad, querida, me parece que esto es importante... Sí... Bueno, llámame más tarde, si quieres. Voy a tratar de comunicar con Micky.
Gwenda Vaughan se acercó de nuevo al teléfono.
—Trata ahora de ponerme al habla con Micky.
—Como va a tardar un poco, ¿puedo llamar antes, papá, por favor? —dijo Hester—. Quiero hablar con Donald.
—Claro —contestó Leo—. ¿Vas a salir hoy con él?
—Iba a salir —admitió Hester.
Su padre le dirigió una mirada aguda.
—¿Te ha disgustado mucho esto?
—No lo sé. No sé muy bien lo que siento.
Gwenda le hizo sitio junto al teléfono y Hester marcó un número.
—¿Puedo hablar con el doctor Craig, por favor? Sí, sí. De parte de Hester Argyle. —Tras una breve pausa, Hester continuó—: ¿Eres tú, Donald? Creo que no podré ir contigo esta noche a la conferencia. No, no estoy enferma: no es eso, es que... bueno, es que hemos... es que hemos recibido una noticia muy extraña.
El doctor Craig habló de nuevo.
Hester se volvió hacia su padre.
—No es un secreto, ¿verdad?
—No. No es exactamente un secreto, pero... bueno, dile a Donald que no hable de ello por el momento, por favor. Ya sabes cómo son los rumores, siempre se exagera.
—Sí, ya sé. —Hester volvió a hablar con Donald—. En cierto modo, supongo que podrían llamarse buenas noticias, Donald, pero nos han sobresaltado. Preferiría no hablar de ello por teléfono. No, no, no vengas. No vengas, por favor. Esta noche no, mañana a cualquier hora. Es sobre Jacko. Sí, sí, mi hermano. Es que acabamos de enterarnos de que no mató a mi madre. Pero, por favor, Donald, no cuentes nada ni hables de esto con nadie. Mañana te lo contaré todo... No, Donald, no. Sencillamente, no puedo ver a nadie esta noche, ni siquiera a ti. Por favor. Y no cuentes nada de esto.
Colgó el teléfono y le hizo seña a Gwenda de que lo cogiera.
Gwenda pidió un número de Drymouth.
—¿Por qué no vas a la conferencia con Donald, Hester? —preguntó Leo—. Te evitaría pensar en otras cosas.
—No quiero, papá. No podría.
—Hablaste... le diste la impresión de que no era una buena noticia —comentó Leo—. Pero no es así, Hester. Nos sorprendió la noticia. Pero todos estamos muy contentos, muy contentos. ¿Cómo no íbamos a estarlo?
—Eso es lo que tenemos que decir, ¿no? —dijo Hester.
—Pero, hijita... —comenzó Leo en tono de advertencia.
—Pero no es cierto. No es una buena noticia. Es horrible.
—Micky está al teléfono —anunció Gwenda.
Leo se puso. Le hablo a su hijo en términos muy parecidos a los que había empleado con su hija. Pero Micky recibió la noticia de un modo muy distinto a como la había recibido Mary Durrant. No hubo protesta, sorpresa o incredulidad. Aceptó en seguida el hecho.
—¡Qué diablos! —exclamó la voz de Micky—. ¿Después de todo este tiempo? ¡El testigo perdido! ¡Vaya, vaya, Jack no estaba de suerte aquella noche!
Leo volvió a hablar. Micky escuchó.
—Sí. Estoy de acuerdo contigo. Será mejor que nos reunamos todos lo antes posible y que Marshall nos aconseje.
Se rió de pronto, con una risa que Leo recordaba tan bien en el chiquillo que jugaba en el jardín, junto a la ventana.
—¿Por quién apuestas? ¿Cuál de nosotros fue?
Leo soltó el auricular y se apartó bruscamente del teléfono.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Gwenda.
Leo se lo dijo.
—Me parece una broma muy tonta —comentó Gwenda.
Leo le dirigió una rápida mirada.
—Puede que no estuviera
bromeando en absoluto —replicó suavemente.