Capítulo 20

Kor-tel lo acompañó a la mañana siguiente a la cabaña donde yacía Del, como había prometido. De Gowenna no había ni rastro. Sin embargo, la choza no estaba vacía. Numerosos seres de los pantanos se habían colocado en fila a lo largo de las bajas y tejidas paredes, pero Skar no pudo comprobar si El-tra se hallaba entre ellos. No sólo los dos hermanos, sino todas las criaturas de los pantanos eran tan iguales como los gemelos univitelinos: figuras grises, enjutas y encorvadas, que irradiaban seguridad, y, al mismo tiempo, algo amenazador. Su aspecto hizo pensar a Skar en un molde que hubiera servido para crear muchos individuos iguales. Ya no tuvo la certeza de que la afirmación de Kor-tel, según la cual eran todos uno solo y uno era todos, fuera simple retórica. Cabía dentro de lo posible que todos constituyeran un solo ser. ¿Quién había dicho que una conciencia debía limitarse a un único cuerpo?

Kor-tel señaló el lecho de Del y se arrodilló al otro lado. Los demás habitantes de los pantanos no se movieron. Nada daba a entender que hubiese vida en ellos.

La escena le resultó vagamente conocida: Kor-tel se inclinó hacia adelante, apoyó una mano en la frente de Del y quedó inmóvil. Transcurrieron minutos que formaron un cuarto de hora y luego media, hasta que Skar perdió la noción del tiempo y él mismo cayó en una especie de trance. El rectángulo de claridad que el sol pintaba detras de la entrada se desplazaba despacio, pero aparte de eso nada cambiaba en la choza. Del seguía profundamente dormido y muy tranquilo, casi demasiado tranquilo. No obstante, Skar observó que sucedía algo, que algo se formaba, un algo sin cuerpo, invisible y vibrante, que estaba en todas partes, y, al mismo tiempo, no estaba en ninguna… Un puño agresivo, dispuesto a atacar, a triturar, a aniquilar. No era casualidad que se le ocurriera esa comparación. El satái sintió la violencia que de súbito llenaba la pieza. Un poder vengativo y destructor. Cualquier cosa que hiciera aquel martillo inmaterial, sería demoledor. Irremediablemente. Miró a Del y tuvo miedo.

Kor-tel pareció darse cuenta de su preocupación. Posó en su rostro unos ojos ocultos, y, con la mano libre, hizo un gesto complicado.

—No padezcas, hermano —dijo con voz suave y tranquilizadora—. No haremos nada sin tu consentimiento. Exploramos…

—¿Exploráis? —inquirió Skar, y su voz sonó hueca, como si la choza de ramas y hojas se hubiera convertido de pronto en una húmeda cripta de piedra, a miles de metros de profundidad.

—Su espíritu es fuerte —continuó Kor-tel—. Tanto como el tuyo, aunque de manera distinta.

—¿Podréis ayudarlo? —preguntó Skar, angustiado.

Tenía la boca seca y le costaba hablar.

—Podremos, hermano. Pero el modo en que lo haríamos no te gustaría.

—¿Qué significa eso?

—Lo que intentó Gowenna estaba bien… por el momento —explicó Kor-tel—. Pero Del se desmoronaría, de seguir con el espíritu apresado… Sin remedio… Por otro lado, si lo despertamos se convertirá en nuestro enemigo.

—¡Bah! —exclamó Skar, aunque carecía de fuerzas para contradecir las palabras del habitante de Cosh— Del es mi amigo. Nos conocemos desde hace más de diez años.

—El amor y el odio se tocan, hermano —murmuró Kor-tel—. Y un sentimiento es tan poderoso como el otro.

Skar agitó las manos en un ademán de impotencia.

—Kor-tel, te lo suplico —dijo—. No estoy de humor para escuchar vuestros acertijos. ¡Habla claro!

La criatura de los pantanos respiró de forma perceptible.

—Procuraré expresarme con vuestras palabras, pero resultará difícil e incompleto. Gowenna le impuso un hechizo que le hizo olvidar todo lo sucedido, lo que sentía y pensaba. Pero su espíritu lucha contra eso. Le falta la energía necesaria para romper el hechizo, y, al mismo tiempo, no está tan débil como para rendirse. Y, si no lo sacamos de ese estado, enloquecerá.

—Hasta aquí te entiendo —musitó—. ¿Creéis poder ayudarlo?

—No conviene que lo olvide todo, Skar, porque acabaría destrozado. Llevaría permanentemente un odio en su corazón, sin saber por qué. Y ese odio sería catastrófico. Sin embargo, hay un camino. Del conserva intacto su molde, y es muy resistente. Podríamos hacerlo despertar de nuevo.

—¿Y eso qué significa?

—Haríamos con él lo que tú hiciste con El-tra, cuando uno de ellos murió. No hay manera de darle más de lo que tiene, pero sí contamos con los medios para lograr que olvide. Como si jamás hubiese conocido a Vela, que sería una extraña para él. La vida de un hombre es como un libro, Skar. Un libro con incontables páginas. No podemos arrancar una de esas páginas sin destruir el resto. Pero sí podemos escribirlo de nuevo. Desde la primera palabra.

«Lo que tú hiciste con El-tra… —se dijo el satái— cuando uno de ellos murió…».

Y de repente revivió la escena, allá en Combat. Casi con más claridad que entonces.

No había muerto uno de ellos. Habían muerto todos. Los tres. Y él había logrado devolver la vida a dos.

—Sí, Skar. Eso es lo que significa —dijo Kor-tel, muy serio—. Expresado con vuestras palabras. Tendríamos que matarlo. Pero luego podría seguir viviendo tal como era antes, aunque creado de nuevo.

El satái quiso decir algo, pero tenía la garganta oprimida y la lengua se negó a prestar su servicio. ¿Matar? ¿Matar a Del? Aunque se tratara de una muerte revocable, el amigo moriría… Mediante una sola palabra, quizá sólo mediante un gesto suyo. Skar volvió a notar el puño invisible que estaba suspendido encima del pecho de Del. Un puño dispuesto a precipitarse y pulverizar su espíritu.

¿Y luego qué? No sabía cómo, pero le constaba que las criaturas de los pantanos cumplirían su palabra y lo harían resucitar, y su amigo sería un Del que nunca había oído hablar de Vela y que nunca había luchado contra él ni estado de parte del enemigo.

Un desconocido.

Quitarle la memoria no serviría de nada. No mientras él, Skar, conservara sus propios recuerdos. Lo ocurrido estaría siempre entre ellos, en cada mirada, en cada gesto, en cada palabra de Del. Ya no sería el Del de antes, sino un ser como los guerreros de Vela, un muñeco. Si aceptaba la proposición de Kor-tel, mataría sin remedio al amigo, porque la persona que luego surgiera ya no sería Del.

En consecuencia, dijo que no.

Kor-tel apartó la mano de la frente del satái enfermo.

—Conocía de antemano tu decisión —dijo.

—No puedo. Yo… El…

—No me debes ninguna explicación —lo interrumpió el ser de los pantanos—. Comprendemos y respetamos tus motivos. Cargas con un gran peso, Skar… Del te odiará por lo que has hecho.

Skar tragó saliva. Empezaba a dolerle la garganta.

—Despenadlo —murmuró, no sin esfuerzo.

—Despertará por sí solo —contestó Kor-tel— Pero dale tiempo. Al menos unas horas, después de varios días de prisión… ¿ya sabes que no podéis quedaros aquí? —agregó el habitante de Cosh tras una pausa, en tono de compasión.

—Lo sé. Es natural —dijo Skar.

Aquella gente no toleraría a un enemigo en el corazón de su país. Pero lo peor era que todo había sido inútil.

Se derrumbaba la esperanza de que los habitantes de los pantanos pudiesen ayudarlos, pero se hacía cargo, asimismo, de que Kor-tel no podía tener prisionero a Del. Lo dejaría marchar y, si Del se iba, él tenía que irse también. La idea era cruel, pero concluyente. O abandonaban juntos la tierra de Cosh, o se quedaban.

—Dejadme solo —suplicó.

Desaparecieron las sombras de las paredes, pero Kor-tel siguió sentado y lo miró.

—Lo siento, hermano —dijo—. Te debemos mucho; más de lo que te podamos pagar nunca.

Skar se esforzó en sonreír.

—No he venido para cobrar deudas.

—Ya lo sé, hermano —señaló Kor-tel—. Pero quien nada exige, te compromete todavía más. Nosotros te apoyaremos en todo lo posible. Sin embargo, esta lucha es únicamente tuya. Podemos perderla en tu lugar, mas nunca ganarla. Recuerda lo que te dije anoche. El poder de Cosh no es nada en comparación con lo que dormita en tu interior, Skar. Si quisieras, podrías ser un dios.

—¿Un dios? —repitió el satái con una risa que fue devuelta por las torcidas paredes—. Quizás un demonio.

—¿En qué consiste la diferencia?

—Me gustaría saberlo —murmuró Skar—. ¿Qué eran quienes construyeron Combat? ¿Dioses o demonios?

—Tal vez ambas cosas a la vez —respondió Kor-tel, levantándose también, aunque todavía no se fue de la choza—. Gowenna te curará las heridas, y después…

—Después saldremos de Cosh —terminó Skar la frase.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo necesario —le ofreció Kor-tel— Espera a que pase el invierno, antes de reanudar el camino.

—Gracias por tu ofrecimiento, pero cuanto antes desaparezcamos de Cosh, mejor. Tanto para nosotros como para vosotros. Partiremos mañana mismo, cuando amanezca.

La criatura de los pantanos pareció querer decir algo, pero dio media vuelta sin abrir la boca y lo dejó a solas con Del.

Skar se cubrió los ojos con una mano. En su pecho empezó a extenderse una rara tensión, como si un grito quisiera salir y no pudiera. Apretó los puños, impotente; los apretó contra su frente y se acurrucó junto al lecho de Del. ¡Inútil, todo había sido inútil! De repente, supo que ya no podía ganar. Abandonarían Cosh, tanto daba que fuese al día siguiente como dentro de seis meses…, y la lucha continuaría.

En alguna parte los esperaría Vela.

Y Skar experimentó una cólera súbita, tan violenta como el dolor de poco antes. Se enderezó, echó la cabeza hacia atrás y se golpeó con rabia los muslos.

Eso lo hizo reaccionar. Con un último vistazo al compañero inconsciente, también él dejó la cabaña.

Gowenna le salió al encuentro a medio camino de su propia choza. Iba acompañada de dos habitantes de los pantanos. Los El-tra. Alzó una mano para indicarle que se detuviera y, al ver que Skar intentaba esquivarla, le cortó el paso. La expresión de su rostro le dio a entender que había escuchado toda la conversación.

—¿Qué significa esto? —exclamó—. Te has negado a…

—Me he negado a matar a Del, sí —la cortó Skar—. Y no estoy dispuesto a discutir mi decisión contigo.

De nuevo se producía la situación de antes: Gowenna no era más que un blanco en el que descargar sus iras, y el satái lo hizo furibundo, con una satisfacción casi sádica.

—Nos iremos —anunció en tono cortante—. Mañana a primera hora, tanto si te gusta como si no. Abandonaremos Cosh, y dejo a tu elección que vengas con nosotros o te quedes.

El inesperado ataque cogió completamente por sorpresa a Gowenna, que calló durante unos segundos sin saber qué replicar, fija la mirada en el satái.

—No sabes lo que haces —murmuró al fin.

—¡Ya lo creo que lo sé, Gowenna!

—¡No! —chilló ella—. ¡Te has vuelto loco! ¡No puedes arrastrar a un Del encadenado a lo largo de centenares de kilómetros! Es un peligro para ti y para nosotros. Tú…, tú… —jadeó, con los ojos desmesuradamente abiertos— no pensarás dejar que…

—Dejaré que se vaya, sí —contestó Skar, tranquilo.

—¿Para que regrese junto a Vela? Junto a esa…? ¿Vas a enviarlo a…?

—Yo no lo enviaré a ninguna parte —la corrigió Skar—. Del no me pertenece. Lo dejaré ir a donde quiera. Eso es todo.

—Y nos pones en peligro a los demás…

—¡No, Gowenna! Es al contrario. En peligro os pongo si me quedo. Tú misma lo dijiste: no puedo encadenar a Del, y aunque pudiera no lo haría. No tardará en despertar, y abandonará Cosh por su propia voluntad, como hombre libre.

Gowenna quiso objetar algo, pero Skar habló deprisa y en voz más alta.

—Nada cambia, mujer. Vinimos a Cosh para huir de Vela y tener donde reposar un par de días. No habíamos contado con traer a Del.

—Pero ahora está aquí, y puede convertirse en un peligro.

—¿Ah, sí? —replicó Skar, burlón—. ¿En qué peligro? ¿Qué ha visto Del? Un par de árboles y matas; nada más… No nos puede perjudicar más que si hubiese permanecido todo este tiempo con Vela.

—Sin embargo, tú…

—Yo creo —la interrumpió de nuevo Skar— que es tu orgullo el que no permite que Del se vaya. ¿Qué tienes, Gowenna? ¿Tanto te preocupa esa espada más con que puede contar Vela? ¿O no soportas la idea de perder la ocasión de darle un buen golpe?

Gowenna palideció. Le temblaban los labios, pero no dijo nada más, sino que dio media vuelta y desapareció entre los árboles. Uno de los habitantes de los pantanos la siguió, mientras que el otro quedó atrás, mirando a Skar sin comprenderlo.

—Era innecesario —señaló—. Y además fuiste cruel.

El satái lo miró ceñudo. Gowenna se había ido, pero su ira continuaba, y El-tra le pareció igualmente adecuado como cabeza de turco.

—Tal vez —gruñó—. Pero me alivió soltarlo. Y era la verdad. ¿Por qué sigues tú aquí? ¿Para hacerme reproches? ¡Ahórratelos! Sé muy bien lo que tengo que hacer y no hacer.

Como era su costumbre, El-tra pasó sus preguntas por alto.

—Pues a mí me parece que no lo sabes, Skar —dijo, calmoso—. Quieres irte, y lo comprendo. Pero si huyes antes de que tus heridas estén curadas, te perjudicarás a ti mismo. No estás en condiciones de soportar nuevas fatigas. Necesitas cuidados, y, además, descanso.

—¡Cuánta nobleza! —exclamó Skar, ofensivo—. Os preocupáis de mí como si fuese un hijo, pero yo ya sé guardarme.

—Piensa en el bosque —le recordó El-tra—. Tuviste ocasión de comprobar su poder. ¿No lo consideras una advertencia suficiente?

Las palabras del ser de los pantanos tuvieron sobre la furia de Skar el efecto de un jarro de agua fría. El satái había procurado apartar de su mente, a la fuerza, el recuerdo de la huida a través del bosque de cristal. Y ahora, El-tra lo despertaba de nuevo.

—Eso… era otra cosa —musitó.

—No, Skar. Vela no ha hecho más que empezar a descubrir sus posibilidades. Simplemente, juega con la piedra. De saber aplicar de veras sus poderes, podría habernos hecho mucho más daño. Pero aprenderá…

—¿Y qué puedo hacer para impedirlo? —inquirió Skar—. ¿Interponerme en su camino, espada en mano, y matarla?

El-tra meneó la cabeza.

—Aunque pudieses, no serviría de nada. Los poderes de la piedra han cobrado nueva vida. Sería inútil matar a Vela. Otra persona encontraría la piedra, y quizá sería peor.

—Tienes una manera muy confortante de dar ánimos —rezongó Skar.