FUE JUSTO DESPUÉS de que el policía se marchara… Acababa la tarde. Yacía en la cama y me sentía mejor. Tendido allí, reflexionando en los peligros que acarreaba vivir en Ámbar. Brand y yo estábamos postrados gracias al arma favorita de la familia. Me pregunté quién habría salido peor parado. Probablemente, él. Podría haberle llegado al riñón, y encima se encontraba en malas condiciones físicas.
Trastabillando, había recorrido la habitación, ida y vuelta, dos veces, antes de que el pasante de Bill trajera los papeles para que los firmara. Era necesario que conociera mis límites. Siempre lo es. Ya que suelo curarme bastante más rápido que la gente de la sombra, sentía que debía ser capaz de ponerme en pie y caminar algo, hacerlo de la misma manera en que lo haría una de estas personas después de, digamos, un día y medio, tal vez dos. Demostré que podía hacerlo. Me dolió, y la primera vez me mareé, aunque la segunda menos. Eso era algo. Así que me tendí allí, sintiéndome mejor.
Extendí las cartas en abanico varias veces, jugando solitarios privados, leyendo ambiguos futuros entre rostros familiares. Me contuve en cada ocasión, frenando el deseo de ponerme en contacto con Random, de contarle lo que había ocurrido, de preguntarle por algún acontecimiento nuevo. «Más tarde», me decía continuamente. Cada hora adicional que duerman, son dos horas y media para ti aquí. Cada dos horas y media para ti en este lugar, es el equivalente de seis u ocho para algún mortal inferior. Quédate. Piensa. Recupérate.
Y así ocurrió, que poco después de la cena, justo cuando el cielo comenzaba a oscurecerse otra vez, me sorprendieron. Ya le había contado a un joven policía con el uniforme bien almidonado todo lo que pensaba decirle. No supe si me creyó, pero fue educado y no se quedó mucho tiempo. De hecho, poco después de marcharse, fue cuando las cosas comenzaron a suceder.
Acostado allí, sintiéndome mejor, esperaba la visita del doctor Bailey para hacer un chequeo rutinario y que comprobara si todavía estaba cuerdo. Acostado allí, analizando todas las cosas que me había dicho Bill, tratando de hacerlas encajar en otras cosas que yo sabía o había deducido…
¡Contacto! Se me habían anticipado. Había alguien en Ámbar que era madrugador.
—¡Corwin!
Era Random, bastante agitado.
—¡Corwin! ¡Levántate! ¡Abre la puerta! Brand ha recuperado la consciencia y pregunta por ti.
—¿Has estado golpeando esa puerta, tratando de despertarme?
—Así es.
—¿Estás solo?
—Sí.
—Bien. No estoy dentro. Me has alcanzado en la Sombra.
—No entiendo.
—Ni yo tampoco. Estoy herido, pero viviré. Más tarde te contaré la historia. Cuéntame lo de Brand.
—Se despertó sólo hace un rato. Le dijo a Gérard que tenía que hablar contigo inmediatamente. Gérard llamó a un sirviente y le envió a tu habitación. Cuando no pudo despertarte, vino a verme. Le envié de vuelta para que le dijera a Gérard que yo te llevaría pronto.
—Ya veo —dije, estirándome lentamente y sentándome—. Métete en algún sitio donde no te puedan ver, entonces iré. Necesitaré una bata o algo así. Me falta algo de ropa.
—Entonces será mejor que vuelva a mis habitaciones.
—De acuerdo. Ve allí.
—Dame un minuto.
Y silencio.
Moví lentamente mis piernas. Me senté en el borde de la cama. Recogí los Triunfos y los volví a guardar en su caja. Tenía la impresión de que era importante que ocultara mi herida de regreso a Ámbar. Incluso en épocas normales, uno no va por ahí haciendo publicidad de su propia vulnerabilidad.
Respiré profundamente y me puse en pie, cogiéndome del cabecero de la cama. Lo que había practicado dio sus frutos. Respiré normalmente y relajé la mano de la que me sostenía. No estaba mal, si me movía despacio, si no me esforzaba más allá de lo mínimo requerido para mantener las apariencias… Tal vez pudiera mantenerlo en secreto hasta que mis fuerzas retornaran de verdad.
Justo en ese momento, oí unas pisadas, y una solícita enfermera quedó contorneada en el umbral de la puerta, resuelta, simétrica, diferente a un copo de nieve principalmente porque estos son muy parecidos.
—¡Vuelva a esa cama, señor Corey! ¡Se supone que no debe estar levantado!
—Señora —expliqué—, es imprescindible que me levante. Tengo que marcharme.
—Podría haber llamado para pedir una taza —dijo, entrando en la habitación y avanzando.
Sacudí cansadamente la cabeza justo en el momento en que la presencia de Random entraba en contacto conmigo una vez más. Me pregunté de qué manera informaría sobre esto… y si mencionaría la imagen prismática que quedaría de mí después de haberme ido. Supongo que sería otra anotación para el creciente archivo de folklore que tiendo a dejar detrás mío.
—Piense en esto de esta manera, querida mía —le dije—. Durante todo este tiempo la nuestra ha sido una relación puramente física. Habrá otros… muchos otros. ¡Adieu!
Me incliné, enviándole un beso a medida que me marchaba a Ámbar, dejándola en un intento de coger un arcoíris mientras yo cogía el hombro de Random y me tambaleaba.
—¡Corwin! Qué demonios…
—Si la sangre tiene que ser el precio del almirantazgo, acabo de ganarme una graduación naval —observé—. Dame algo que ponerme.
Me pasó una larga y pesada capa por los hombros y yo intenté cerrármela en la garganta.
—Todo listo —dije—. Llévame hasta él.
Me condujo fuera de la habitación hacia el hall, hasta las escaleras. Mientras caminábamos me apoyaba pesadamente en él.
—¿Es grave la herida? —me preguntó.
—De cuchillo —repliqué, y apoyé la mano en ella—. Alguien me atacó en mi habitación la noche pasada.
—¿Quién?
—Bueno, no puedes haber sido tú, ya que te acababa de dejar —expliqué—, y Gérard estaba arriba, en la biblioteca, con Brand. Quita a esos tres del resto, y comienza a adivinar. Eso es lo mejor…
—Julián —cortó.
—Su tipo definitivamente atrae la atención —concedí—. Piona me estuvo haciendo la apología de su culpabilidad la otra noche y, por supuesto, no es ningún secreto que él no es uno de mis favoritos.
—Corwin, Julián se ha marchado del palacio. Se fue durante la noche. El sirviente que vino a buscarme me dijo que se había ido. ¿Qué te parece eso a ti?
Llegamos hasta la escalera. Mantuve una mano en Random y la otra en la barandilla. En el primer rellano nos detuvimos para que descansara un poco.
—No lo sé —dije—. A veces puede ser tan malo extender el beneficio de la duda demasiado lejos, como no darlo. Pero se me ocurre que si pensó que se había deshecho de mí, quedaría mucho mejor permaneciendo aquí aparentando sorpresa al enterarse en vez de largarse inmediatamente. Eso sí que es sospechoso. Me inclino a pensar que se marchó porque temía lo que Brand pudiera decir una vez que recuperara la consciencia.
—Pero tú sobreviviste, Corwin. Pudiste escapar de quien fuera el que te atacó, y él no pudo estar seguro de que te había matado. Si fuera yo, ahora me encontraría a mundos de distancia.
—Eso es cierto —reconocí, y volvimos a bajar otra vez—. Sí, tal vez tengas razón. Por ahora, dejémoslo como una cuestión académica. Y nadie tiene que saber que estoy herido. —Asintió.
—Como digas.
—Mientras tanto, podrías darme algunas sugerencias de cómo entró en mi habitación mi atacante.
—¿La puerta?
—Se cierra desde dentro. Ahora la mantengo así. Y la cerradura de la puerta es nueva.
—De acuerdo, lo tengo. Mi respuesta requiere que también sea un miembro de la familia.
—Cuéntamela.
—Alguien estaba lo suficientemente dispuesto a darse una buena sacudida física y mental como para caminar otra vez el Patrón para intentar matarte. Fue abajo, lo atravesó, se proyectó a tu habitación, y te atacó.
—Eso sería perfecto si no fuera por una cosa. Todos nos marchamos más o menos a la misma hora. El ataque no ocurrió más tarde por la noche; ocurrió apenas entré en la habitación. No creo que uno de nosotros tuviera el suficiente tiempo para bajar hasta la cámara, y menos atravesar el Patrón. El atacante ya estaba allí, esperando. Así que si fue uno de nosotros, logró entrar por algún otro medio.
—Entonces logró abrir la cerradura con algún truco.
—Posiblemente —dije cuando llegamos al rellano y continuamos—. Descansaremos en la esquina, así podré entrar en la biblioteca sin necesidad de ayuda.
—Seguro. —Así lo hicimos. Me arreglé, cubriéndome por completo con la capa, enderecé los hombros y avancé, golpeando la puerta.
—Un momento —la voz de Gérard.
Pasos acercándose a la puerta…
—¿Quién es?
—Corwin —contesté—. Random está conmigo.
Le escuché preguntar:
—¿Quieres a Random también?
Y escuché un suave «No» como réplica.
La puerta se abrió.
—Sólo tú, Corwin —dijo Gérard.
Asentí, volviéndome hacia Random.
—Más tarde —le dije.
Me devolvió el gesto y retrocedió en la dirección por la que habíamos venido. Entré en la biblioteca.
—Abre la capa, Corwin —ordenó Gérard.
—Eso no es necesario —intervino Brand.
Dirigí la mirada hacia él, y vi que estaba apoyado sobre unos cuantos almohadones, mostrando una sonrisa de dientes amarillos.
—Lo siento, pero yo no soy tan confiado como Brand —dijo Gérard—, y no dejaré que todo lo que he hecho por él se venga abajo. Déjame ver.
—He dicho que no es necesario —repitió Brand—. Él no es el que me apuñaló.
Gérard se volvió rápidamente.
—¿Cómo sabes que no es él? —preguntó.
—Porque sé quién fue, por supuesto. No seas pesado, Gérard. No hubiera pedido verle si tuviera algún motivo para temerle.
—Estabas inconsciente cuando te traje. No podías saber quién fue.
—¿Estás seguro de eso?
—Bueno… ¿Por qué no me lo dijiste, entonces?
—Tengo mis razones, y son válidas. Y ahora quisiera hablar a solas con Corwin.
Gérard bajó la cabeza.
—Espero que no estés delirando —musitó. Se acercó a la puerta y la volvió a abrir—. Estaré a una distancia en la que podré oír tu llamada —añadió, cerrándola detrás suyo.
Me acerqué. Brand extendió su mano y yo se la estreché.
—Me alegra ver que has podido regresar —comentó.
—Lo mismo digo —añadí, y entonces cogí la silla de Gérard, tratando de no derrumbarme sobre ella.
—¿Cómo te encuentras ahora? —pregunté.
—En un sentido, podrido. Pero en otro, mejor de lo que he estado en años. Todo es relativo.
—La mayoría de las cosas lo son.
—Ámbar, no.
Suspiré.
—De acuerdo. No me estaba poniendo técnico. ¿Qué demonios sucedió?
Su mirada era muy intensa. Me estaba estudiando, buscando algo. ¿Qué? Supongo que conocimiento. O, más correctamente, ignorancia. Como esta es más difícil de medir, su mente tenía que estar funcionando a toda velocidad. Conociéndole, estaba más interesado en lo que yo no sabía que en lo que sabía. Si podía evitarlo, no iba a darme ninguna pista. Daría lo mínimo para conseguir todo lo que deseaba. No gastaría ningún vatio más del que debiera. Esta era su manera de actuar, y, por supuesto, quería algo. A menos… En años recientes he tratado de convencerme de que la gente cambia, que el paso del tiempo no sirve meramente para acentuar lo que ya está ahí, que los cambios cualitativos a veces ocurren en la gente debido a cosas que han hecho, visto, pensado, y sentido. Esto me brinda algún solaz en tiempos como estos, cuando todo lo demás parece ir mal, por no mencionar que fortalece mi filosofía de las cosas. Y Brand probablemente había sido el responsable de salvar mi vida y mi memoria, fueran cuales fueren sus motivos. Muy bien. Decidí darle el beneficio de la duda, sin dejar al descubierto mi espalda. Esta era una pequeña concesión, mi movimiento contra la simple psicología de humores que generalmente rige las aperturas de nuestros juegos.
—Las cosas nunca son lo que parecen, Corwin —comenzó—. Tu amigo hoy es tu enemigo mañana y…
—¡Corta eso! —exclamé—. Este es el momento de poner las cartas sobre la mesa. Aprecio lo que Branden Corey hizo por mí… y fue a mí a quien se le ocurrió usar los Triunfos para intentar localizarte.
Asintió.
—Supongo que había buenas razones para ese incremento de amor fraternal después de todo este tiempo.
—Yo también puedo suponer que tenías otros motivos cuando me ayudaste.
Volvió a sonreír, alzando la mano derecha y dejándola caer.
—Entonces, estamos en paz el uno con el otro, o en deuda, depende cómo analice uno estas cosas. Ya que parece que ahora nos necesitamos mutuamente, sería bueno que nos entendiéramos.
—Comienzas a divagar, Brand. Estás intentando distraerme. No arruines mi esfuerzo del día para ser idealista. Me sacaste de la cama para decirme algo; dímelo ya.
—El mismo viejo Corwin —dijo, riéndose entre dientes. Luego miró hacia un lado—. ¿O no lo eres? Me pregunto… ¿Crees que te cambió… vivir todo ese tiempo en la Sombra, sin saber quién eras, permaneciendo en un lugar tan diferente de Ámbar?
—Quizás —repliqué—. No lo sé. Sí, me cambió. Sé que me hizo impaciente cuando se trata de intrigas familiares.
—Hablar clara y directamente, ¿eso es lo que quieres? Pero así se pierde parte de la diversión… aunque puede ser un cambio valioso. Mantienes a todo el mundo desconcertado… cambiando cuando menos lo esperan. Sí, tal vez sea positivo. También refrescante. ¡De acuerdo! No temas. Así termina mi introducción. Aquí acaba el intercambio de bienvenida. Iré derecho al grano, amordazaré a la Insensatez y le arrebataré al sórdido misterio la perla del más dulce de los sentidos. Pero primero una cosa, si me lo permites. ¿Tienes algo que se pueda fumar? Han pasado muchos años, y me gustaría cualquier cosa… para celebrar mi vuelta a casa.
Iba a decir que no, pero estaba convencido de que había unos cigarrillos en el escritorio, a mi izquierda. No deseaba forzar mi costado, pero dije:
—Espera un momento.
Intenté hacer que mis movimientos parecieran casuales cuando me incorporé y atravesé la habitación. Apoyé mi mano con naturalidad sobre el escritorio mientras inspeccionaba los cajones, evitando que viera que me estaba sosteniendo pesadamente sobre él. Oculté mis movimientos con el cuerpo y con la capa tanto como pude.
Localicé el paquete de cigarrillos y di media vuelta, deteniéndome para encender un par de cigarrillos en la chimenea. Brand tardó en coger el que le ofrecía.
—Te tiembla un poco la mano —observó—. ¿Qué ocurre?
—Trasnoché demasiado ayer —dije, volviendo a mi silla.
—No había pensado en eso. Supongo que tuvisteis una gran fiesta, ¿no? Por supuesto. Todos juntos en una habitación… celebrando el inesperado éxito que supuso mi localización y rescate… oscurecido por el desesperado acto de alguien muy nervioso y muy culpable… El éxito se empañó cuando me hirieron, cerrándome la boca, ¿pero por cuánto tiempo? Luego…
—Dijiste que sabías quién lo había hecho. ¿Estabas bromeando?
—No, no bromeaba.
—Entonces, ¿quién fue?
—En su momento, querido hermano. En su momento. Secuencia y orden, tiempo y medida… son muy importantes en este asunto. Permíteme que disfrute, ya a salvo, de mi drama una vez que ha pasado. Os imagino a todos a mi alrededor, atendiéndome. ¡Ah! ¡Qué no daría por ser testigo de esa escena! ¿Me podrías describir la expresión en el rostro de cada uno?
—Me temo que sus caras eran la menor de mis preocupaciones en ese momento.
Suspiró, echando humo.
—Ah, eso está bien —prosiguió—. No te preocupes, puedo ver sus caras. Ya sabes que tengo una imaginación muy desarrollada. Impacto, abatimiento, desconcierto… oscureciéndose hacia la sospecha, el miedo. Me dijeron que luego todos os marchasteis, quedándose el gentil Gérard para hacer de enfermera —se detuvo, miró el humo, y durante un momento el tono burlón desapareció—. ¿Sabes? Él es el único decente de todos nosotros.
—Ocupa una buena posición en mi lista de gente buena —dije.
—Me cuidó bien. Siempre ha cuidado de la familia —repentinamente se rio entre dientes—. Sinceramente, no sé por qué se molesta. Pero, como estaba diciendo, seguramente os marchasteis a otra habitación para hablar. Lamento habérmelo perdido. Todas esas emociones, sospechas y mentiras rebotando de uno a otro… y nadie se atrevía a ser el primero en retirarse. Todos exhibiendo un comportamiento impecable, pero con un ojo listo para captar el más ligero desliz. Intentos de intimidar al culpable. Tal vez se arrojaron algunas piedras para conseguir un chivo expiatorio. Pero, resumiendo, no se consiguió gran cosa. ¿Tengo razón?
Asentí, apreciando la manera en que su mente funcionaba, resignado a dejar que lo contara a su modo.
—Sabes que tienes razón —comenté.
Me miró con intensidad al decir eso, y luego continuó:
—Pero, finalmente, todo el mundo se marchó. O bien permanecieron despiertos analizando lo sucedido o fueron a reunirse con un cómplice. Secuencias escondidas en la noche. Es halagador pensar que mi estado de salud fue el factor principal en la mente de todos. Algunos, por supuesto, estaban a favor de que me recuperara, y otros, en contra. Y en medio de todo ello, yo me fortalecía —no, florecía—, tratando de complacer a los que estaban a mi favor. Gérard estuvo un buen rato poniéndome al día sobre los últimos acontecimientos históricos. Cuando ya me cansé de esto, hice que te llamaran.
—En caso de que no te hayas dado cuenta, estoy aquí. ¿Qué querías decirme?
—¡Paciencia, hermano! ¡Paciencia! Piensa en todos los años que pasaste en la Sombra, sin poder ni siquiera recordar… esto —hizo un gesto con su cigarrillo, abarcando la habitación—. Piensa en todo ese tiempo que tú esperaste en la ignorancia hasta que yo te localicé. Supongo que unos pocos momentos más de incertidumbre no son tan importantes.
—Me dijeron que me buscaste —dije—. Me pregunto qué razones tenías, ya que cuando dejamos de vernos no éramos muy amigos.
Asintió.
—No puedo negarlo —reconoció—. Pero, con el tiempo, siempre se me pasan los enfados.
Di un bufido.
—He estado pensando qué contarte y si me creerías —continuó—. Dudé que lo aceptaras si simplemente aparecía diciéndote que mis actuales motivos son casi altruistas en su totalidad.
Volví a bufar.
—Pero esto es cierto —prosiguió—, y para acallar tus sospechas, añadiré que ello se debe a que no tengo mucha elección en el asunto. Los comienzos siempre son difíciles. No sé por dónde empezar, ya que siempre habrá algún acontecimiento anterior. Tú estuviste fuera tanto tiempo. Sin embargo, si debemos elegir un punto central, que sea el trono. Ya está. Lo he dicho. ¿Sabes?, habíamos pensado en una manera de hacernos con él. Todo ocurrió poco después de tu desaparición y, en gran parte, impulsado por ella. Papá sospechaba que Eric te había matado. Pero no había ninguna evidencia. Aunque nosotros potenciamos este sentimiento… una palabra aquí y allí, dicha cada cierto tiempo. Los años pasaron, y fue imposible llegar hasta ti por ningún medio y, poco a poco, cobró más fuerza la noción de que habías muerto. Papá miraba a Eric con creciente desaprobación. Entonces, una noche, después de una discusión que yo había comenzado sobre un tema totalmente intrascendente —estábamos casi todos a la mesa—, él dijo que ningún fratricida subiría jamás al trono, y miraba a Eric cuando lo dijo. Ya sabes la mirada intensa que tenía. Eric se puso rojo como una puesta de sol, y no pudo tragar bocado durante un buen rato. Pero entonces Papá llevó las cosas mucho más lejos de lo que alguno de nosotros había anticipado o deseado. Para ser justo contigo, no sé si hablaba solamente para dar rienda suelta a sus sentimientos, o si realmente creía en lo que decía. Pero nos dijo que estaba casi decidido a que fueras tú su sucesor, por lo que se tomaba lo que te hubiera ocurrido de una manera bastante personal. No habría hablado de ello si no hubiera estado convencido de tu muerte. En los meses que siguieron, te levantamos un cenotafio para darle una forma sólida a esta conclusión, y nos aseguramos de que nadie olvidara los sentimientos de Papá hacia Eric. Ya que pensábamos que, después de ti, Eric era el que más posibilidades tenía de llegar al trono.
—¡Pensábamos! ¿Quiénes eran los otros?
—Paciencia, Corwin. ¡Secuencia y orden, tiempo y medida! Acento, énfasis… Escucha —cogió otro cigarrillo, lo encendió con la colilla del anterior, apuñalando el aire con el extremo ardiente.
—El paso siguiente requería que sacáramos a Papá de Ámbar. Esta era la parte más crucial y peligrosa del asunto, y fue en este punto donde no estuvimos de acuerdo. A mí no me gustaba la idea de una alianza con un poder que no entendía por completo, especialmente una alianza que le daba ventaja sobre nosotros. Usar las sombras es una cosa; dejar que te usen a ti es enfermizo, sean cuales fueren las circunstancias. Estuve en contra de ello, pero la mayoría lo quiso de otra manera —sonrió—. Dos a uno. Sí, éramos tres. Entonces seguimos adelante con el plan. Se puso la trampa, y Papá fue detrás del cebo…
—¿Vive todavía? —pregunté.
—No lo sé —contestó Brand—. Después de la trampa todo nos empezó a salir mal, y luego tuve problemas propios de los que preocuparme. Sin embargo, una vez que Papá se marchó, nuestro siguiente movimiento fue consolidar nuestra posición mientras esperábamos un período de tiempo respetable para que pareciera adecuada la presunción de su muerte. Idealmente, lo único que necesitábamos era la cooperación de una persona. Podía ser Caine o Julián… no importaba quién. Bleys ya se había marchado a la Sombra para reunir una gran fuerza militar…
—¡Bleys! ¿Era uno de los vuestros?
—Ciertamente. Teníamos pensado que fuera él quien subiera al trono… con suficientes restricciones que no le permitieran ostentar el poder absoluto, por supuesto, formando un triunvirato de facto. Como te estaba diciendo, esta es la razón por la que se marchó para reunir tropas. Esperábamos tomar el trono sin derramamiento de sangre, pero estaríamos preparados en caso de que las palabras resultaran insuficientes para ganar nuestra causa. Si Julián nos abría el camino de tierra, o Caine el marítimo, transportaríamos a las tropas con rapidez y, si fuera necesario, ganaríamos la batalla con la fuerza de las armas. Desafortunadamente, yo elegí al hombre erróneo. En mi estimación, Caine era más fácil de corromper que Julián. Por lo que, con medida delicadeza, le tanteé al respecto. Al principio pareció estar de acuerdo en unirse a nosotros. Pero, o lo reconsideró después, o desde el comienzo me engañó hábilmente. Por supuesto, prefiero pensar que fue lo primero. Fuera lo que fuere, en algún punto llegó a la conclusión de que se beneficiaría más ayudando al otro aspirante al trono. Para ser más exactos, a Eric. Ahora bien, las esperanzas de Eric se habían visto frustradas por la actitud de Papá hacia él… pero Papá no estaba, y nuestro planeado movimiento le dio a Eric la oportunidad de actuar como defensor de Ámbar. Lamentablemente para nosotros, tal posición le colocaría a sólo un paso del trono. Empeorando aún más las cosas, Julián se unió a Caine y puso la lealtad de sus tropas a favor de Eric. De esta manera, se formó el otro trío. Y así Eric juró públicamente defender el trono, y, a partir de ese momento, se trazaron las líneas divisorias. Entonces, naturalmente, yo quedé en una posición un poco embarazosa. Sobre mí caía toda su animosidad, ya que desconocían quiénes estaban de mi lado. Pero no podían aprisionarme o someterme a tortura, porque inmediatamente me liberarían con los Triunfos. Y, al no saber quiénes eran mis aliados, temían matarme. Por lo que, durante un tiempo, la situación se quedó en tablas. Manteniéndome estrechamente vigilado, se encargaron de que no actuara contra ellos de manera directa. Entonces planeamos un ataque más sutil. De nuevo me opuse, y otra vez perdí dos a uno. Utilizaríamos las mismas fuerzas que usamos contra Papá, esta vez con el propósito de desacreditar a Eric. Si se demostraba que la defensa de Ámbar, tan confiadamente asumida por él, resultaba ser una tarea demasiado pesada, y si en ese momento aparecía Bleys en escena y arreglaba la situación con rapidez, incluso este tendría el apoyo popular cuando tomara bajo su responsabilidad el papel de defensor del reino. Y una vez transcurrido un período de tiempo adecuado, ya sin oposición, asumiría el papel de soberano por el bien de Ámbar.
—Una pregunta —interrumpí—. ¿Qué pensabais hacer con Benedict? Sé que él desaprobaba todas estas maniobras y permanecía alejado en su Avalón, pero si Ámbar se veía amenazada de verdad…
—Sí —dijo—, y por esa razón, parte de nuestro plan consistía en distraer a Benedict creándole una serie de problemas que le mantuvieran ocupado. —Pensé en los ataques al Avalón de Benedict por las doncellas del infierno. Pensé en el muñón de su brazo derecho. Abrí la boca para hablar de nuevo, pero Brand levantó la mano.
—Deja que acabe a mi manera, Corwin. Sé cuáles son tus pensamientos. También siento el dolor en tu costado, idéntico al mío. Sí, conozco estas cosas y muchas más —sus ojos ardían extrañamente cuando cogió otro cigarrillo e hizo que se encendiera solo. Aspiró profundamente y habló mientras exhalaba—. Me separé de los otros por esta decisión. Vi que era muy peligroso y que colocaría a la misma Ámbar en una situación muy extrema. Me separé de ellos… —observó el humo durante unos momentos antes de continuar—: Pero el plan ya estaba en marcha, y no podía, así por las buenas, marcharme. Me opuse a su acción, y lo hice para protegerme de ellos y para salvaguardar Ámbar. Era demasiado tarde para pasarme al lado de Eric. No me hubiera aceptado… y, además, estaba seguro de que iba a perder. Fue en ese momento cuando decidí emplear ciertas nuevas habilidades que había adquirido. Muchas veces me pregunté por qué Eric mantenía con Flora un contacto tan estrecho y por qué estaba ella en esa Tierra de sombra fingiendo que disfrutaba su estancia allí. Tuve la sospecha de que había algo que él ocultaba y que, tal vez, ella estuviera en ese lugar por órdenes suyas. Con la certeza de que no haría falta demasiada sutileza para descubrir los motivos que tenía Flora para estar allí, me dediqué a ello. Entonces, y de manera repentina, el ritmo se aceleró. Mi propio grupo estaba preocupado con respecto a mi paradero. Y cuando te localicé y te devolví algunos recuerdos, Eric se enteró a través de Flora de que había algo que no iba bien. Y pronto me vi perseguido por los dos grupos. Había llegado a la conclusión de que tu regreso echaría los planes de todo el mundo por la ventana, y me sacaría del problema en el que yo me encontraba, por lo menos el tiempo suficiente hasta que se solucionaran las cosas. El deseo de Eric de subir al trono se vería obstaculizado, tú tendrías apoyo de mucha gente, y mi grupo ya no podría continuar con su plan. Además, supuse que tú no olvidarías que fui yo quien te ayudó. Entonces, tú te escapaste de Porter, y las cosas se complicaron de verdad. Todos nosotros te estábamos buscando, como más tarde me enteré, por diferentes motivos. Pero mis antiguos socios tenían algo a su favor. Descubrieron lo que estaba ocurriendo, te localizaron, y llegaron allí primero. Obviamente, había una sola manera de mantener el status quo, de forma que ellos siguieran con la ventaja. Bleys hizo los disparos que te mandaron a ti y a tu coche al lago. Yo llegué justo cuando los hacía. Él se marchó casi inmediatamente, ya que creía haber hecho un trabajo completo. Pero yo te pude sacar del coche, y aún quedaba lo suficiente de ti como para empezar otro tratamiento. Era frustrante, ahora que lo pienso de nuevo, no saber si el tratamiento anterior había sido efectivo, si despertarías como Corwin o Corey… Me marché inmediatamente a través de la Sombra apenas llegó ayuda. Mis socios me cogieron poco después, encerrándome donde me encontrasteis. ¿Conoces el resto de la historia?
—No toda.
—Bien. Haz que me detenga cuando llegue a lo que tú conoces. El grupo de Eric supo lo del accidente. Consiguió enterarse de tu paradero e hizo que te trasladaran a una clínica privada, donde te podrían proteger mejor y te mantuvieron continuamente drogado para que no aparecieras en escena. Así se protegieron ellos.
—¿Por qué Eric querría mantenerme vivo, especialmente si mi presencia iba a arruinar sus planes?
—Por ese entonces, siete de nosotros sabíamos que todavía vivías. Éramos muchos. Ya era demasiado tarde para matarte, que es lo que le hubiera gustado hacer. Todavía intentaba limpiarse de las palabras de Papá. Si te hubiera ocurrido algo estando en su poder, esto hubiera frenado su subida al trono. Si Benedict alguna vez se enteraba, o Gérard… No, no lo habría conseguido. Después, sí. Antes, no. Lo que ocurrió es que el conocimiento general de tu existencia le obligó a moverse antes. Fijó la fecha para su coronación y decidió mantenerte fuera da su camino hasta que tuviera lugar. Creo que fue algo extremadamente prematuro, pero sé que no tenía mucha elección. Estoy seguro de que ya sabes lo que ocurrió después de eso, ya que te sucedió a ti.
—Me uní a Bleys cuando iba a atacar. No fue muy afortunado. —Se encogió de hombros.
—Oh, pudo serlo… si hubierais ganado, y si hubieras sido capaz de controlar a Bleys. Pero no tenías ninguna oportunidad, ninguna de verdad. Mi conocimiento de sus motivaciones comienza a disolverse en este punto, pero creo que todo aquel ataque constituyó una especie de movimiento de distracción.
—¿Por qué?
—Como ya he dicho, no lo sé. Pero ya tenían a Eric donde querían… No era necesario lanzar ese ataque.
Sacudí la cabeza. Demasiados conocimientos en muy poco tiempo… Muchos de los hechos parecían verdaderos, una vez extraía la subjetividad del narrador. Sin embargo…
—No sé… —comencé.
—Por supuesto —dijo—. Pero si preguntas, contestaré.
—¿Quién era el tercer miembro de vuestro grupo?
—La misma persona que me apuñaló, por supuesto. ¿Te gustaría aventurar un nombre?
—Simplemente, dímelo.
—Piona. Todo fue idea suya.
—¿Por qué no me lo dijiste al principio?
—Porque no te habrías quedado quieto el tiempo necesario para escuchar todo lo que tenía que decirte. Te habrías lanzado inmediatamente tras ella con la intención de encerrarla e iniciar una investigación, para descubrir que ya se había marchado, perdiendo de esta manera un tiempo precioso. Todavía puedes hacerlo, pero al menos me prestaste la suficiente atención como para convencerte de que sé en lo que estoy metido. Y ahora, cuando te diga que el tiempo es esencial, y que debes oír el resto de mi historia tan pronto como sea posible —si Ámbar quiere tener alguna oportunidad—, puede que me escuches en vez de ir tras una dama enloquecida.
Yo me había incorporado a medias de mi silla.
—¿No debería ir tras ella? —pregunté.
—Al demonio con ella, por ahora. Tienes problemas más grandes. Sería mejor que te sentaras otra vez.
Así lo hice.