UNA BALSA DE LUZ DE LUNA… la fantasmal luz de la antorcha, como el color del fuego en películas en blanco y negro… estrellas… unos pocos hilos de niebla…
Me apoyé en la barandilla, mirando el mundo… Un silencio profundo sostenía la noche, la ciudad bañada de sueño, todo el universo desde aquí. Cosas distantes: el mar, Ámbar, Arden, Garnath, el Faro de Cabra, la Arboleda del Unicornio, mi tumba en la cima de Kolvir… Silenciosa, lejana, sin embargo, clara allí abajo, inconfundible… La vista desde el ojo de un dios, diría yo, o la de un alma liberada, flotando, alejándose… En medio de la noche…
Vine al lugar donde los fantasmas juegan a ser fantasmas, donde las profecías, portentos, signos y deseos animados, pasean por las nocturnas avenidas y los altos vestíbulos del palacio de Ámbar en el cielo, Tir-na Nog’th…
Volviéndome, dándole la espalda a la barandilla y a los vestigios del día en el mundo de abajo, contemplé las avenidas y las oscuras terrazas, los pasillos de los señores, las habitaciones de los plebeyos… La luz de la luna es intensa en Tir-na Nog’th, plata sobre las fachadas de todos nuestros lugares imaginados… Con el bastón en la mano, entré, y los seres extraños se movieron a mi alrededor, aparecieron en las ventanas, en los balcones, en los bancos, en las puertas… Pasaba sin ser visto, ya que, dicho apropiadamente, era yo el ser fantasmal en su realidad, cualquiera que esta fuera…
Silencio y plata… Sólo el golpear de mi bastón, e incluso este, casi inaudible… Más niebla vagando hacia el corazón de las cosas… El palacio es una blanca hoguera de plata… Rocío, como gotas de mercurio, en los pétalos y tallos sutilmente enarenados en los jardines de los paseos… La luna pasajera tan dolorosa al ojo como el sol del mediodía, brillando por encima de las estrellas, oscurecidas por ella… Plata y silencio… El brillo…
No había planeado venir aquí, ya que sus profecías —si son realmente eso— eran engañosas, sus similitudes con las vidas y lugares de abajo, perturbadoras, un espectáculo a menudo desconcertante. Sin embargo, había venido… Una parte de mi trato con el tiempo…
Después de dejar a Brand que continuara su recuperación al cuidado de Gérard, me di cuenta de que yo mismo necesitaba un descanso, y esperaba hallarlo sin necesidad de revelar que estaba herido. Piona, realmente, se había marchado, y ni ella ni Julián podían ser contactados a través de los Triunfos. Si les hubiera contado a Benedict y a Gérard lo que me dijo Brand, estoy seguro de que habrían insistido en que comenzáramos a buscarla, a buscarlos a los dos. También estaba seguro de que tales esfuerzos no hubieran servido para nada.
Mandé que llamaran a Random y a Canelón y me retiré a mis habitaciones, dando a entender que estaría todo el día descansando y meditando como preparación para la noche que pasaría en Tir-na Nog’th… un comportamiento razonable para cualquier amberita con un problema grave. Yo no seguía este procedimiento al pie de la letra, pero la mayoría sí lo hacía. Ese era el momento adecuado para que yo lo siguiera, ya que así podría justificar mi descanso sin decir que estaba herido. Tendría un día, una noche, y parte del día siguiente para que mi herida se curara lo suficiente como para no molestarme tanto, lo cual era bueno. Estaba seguro de que sería un tiempo bien empleado.
Tenía que contárselo a alguien. Se lo dije a Random y a Canelón. Reclinado sobre almohadones en mi cama, les conté los planes de Brand, Piona y Bleys, y de la cábala formada por Eric-Julián-Caine. Les conté lo que Brand había dicho sobre mi regreso y su propio encarcelamiento a manos de sus aliados conspiradores. Entendieron por qué los supervivientes de las dos facciones —Piona y Julián— habían huido: para reunir a sus fuerzas, esperando que se mataran entre ellos, pero con pocas posibilidades de que esto ocurriera. Al menos, no inmediatamente. Lo más probable es que uno u otro avanzaran para tomar Ámbar primero.
—Tendrán que sacar número y esperar su turno, como todo el mundo —había comentado Random.
—No necesariamente —recuerdo que dije—. Los aliados que buscó Piona son los mismos seres que han aparecido desde el camino negro.
—¿Y los del Círculo negro que había en Lorraine? —había preguntado Canelón.
—Igual. Esa fue la forma en la que se manifestaron en aquella sombra. Han recorrido una gran distancia.
—Ubicuos bastardos —dijo Random.
Asintiendo, traté de explicarles…
Y así vine a Tir-na Nog’th. Cuando la luna se alzó y apareció el reflejo de Ámbar tenuemente en los cielos, atravesada por la luz de las estrellas, un pálido halo alrededor de sus torres y diminutos destellos de movimiento sobre sus muros, esperé; esperé con Canelón y Random, esperé en el más alto saliente de Kolvir, allí donde, toscamente, en la roca, están marcados los tres escalones…
Cuando la luz de la luna se posó sobre ellos, el contorno de toda la escalera comenzó a cobrar forma, cubriendo el gran golfo hasta aquel punto por encima del mar donde se mantenía la visión de la ciudad. Cuando la luz de la luna cayó de lleno sobre ella, la escalera había cobrado tanta substancia como nunca llegaría a tener, y yo puse mi pie sobre la piedra… Random llevaba un paquete completo de Triunfos consigo, y yo traía el mío en mi chaqueta. Grayswandir, forjada sobre esta misma roca por la luz de la luna, tenía poder en la ciudad en el cielo, por lo que llevaba mi espada conmigo. Había descansado todo el día, y portaba un bastón sobre el que apoyarme. Ilusión de distancia y tiempo… Una vez que se ha iniciado el movimiento, deja de ser una simple progresión aritmética. Yo estaba aquí, estaba allí, había subido un cuarto del camino antes de que mi hombro hubiera olvidado el apretón de la mano de Canelón… Si miraba demasiado intensamente cualquier parte de la escalera, perdía su trémula opacidad y podía ver el océano, muy abajo, como a través de una lente translúcida… Perdí el paso del tiempo, aunque siempre, después, parece que no ha sido mucho… A la misma distancia en que se encontraba la ciudad en el cielo, debajo, a mi derecha, apareció el brillante contorno de Rabma bajo el mar. Pensé en Moira, y me pregunté cómo estaría. ¿Qué sería del doble de Ámbar si alguna vez esta caía? ¿Se mantendría intacta la imagen en su espejo? ¿O los edificios y los huesos se verían también sacudidos mientras nuestras flotas surcaban el mar? No hubo respuesta en las aguas que me confundían, aunque sentí una punzada de dolor en mi costado.
Al final de la escalera, avancé, entrando en la ciudad fantasma de la misma forma que uno entraría en Ámbar después de subir por la gran escalera que hay en la cara de Kolvir, la que mira al mar.
Me incliné sobre la barandilla, contemplando el mundo.
El camino negro se perdía hacia el sur. No podía verlo de noche. No es que importara. Ahora sabía hacia dónde conducía. O, más bien, hacia dónde Brand decía que conducía. Como parecía que él había gastado todo el valor de una vida en excusas para mentir, yo creía saber hacia dónde conducía.
Todo el camino.
Desde el resplandor de Ámbar y el poder, por el limpio esplendor de la Sombra adyacente, lejos, a través de las imágenes cada vez más oscuras que conducen fuera, en cualquier dirección, más lejos, cruzando los retorcidos paisajes, y más lejos aún, continuando por lugares vistos sólo en el delirio o en los sueños, y de nuevo todavía más lejos, más allá del lugar donde yo me detengo… Donde yo me detengo…
¿Cómo exponer de manera simple aquello que no es simple…? Supongo que en el solipsismo es donde tenemos que comenzar… en la noción de que nada existe salvo el ego, o, al menos, de que no podemos ser realmente conscientes de nada salvo de nuestra propia existencia y experiencia. Puedo encontrar, en algún lugar de la Sombra, cualquier cosa que yo pueda visualizar. Cualquiera de nosotros puede. Esto, en buena fe, no trasciende los límites del ego. Se puede discutir, y de hecho ya lo ha sido, por nuestra familia, que nosotros creamos las sombras que visitamos del material de nuestras propias psiques, que sólo nosotros existimos de verdad, que las sombras que atravesamos son sólo proyecciones de nuestros deseos… Sean cuales fueren los méritos de este argumento, y tiene varios, penetra bastante en la explicación de la actitud de nuestra familia hacia la gente, lugares, y cosas que hay fuera de Ámbar. A saber, que somos fabricantes de juguetes y ellos nuestros juguetes… a veces, peligrosamente animados, por cierto; pero esto también es parte del juego. Somos empresarios por temperamento, y nos tratamos mutuamente de acuerdo con esto. Mientras que el solipsismo tiende a dejarte turbado en cuestiones de etiología, uno fácilmente puede evitar la turbación negándose a admitir la validez de las cuestiones. La mayoría de nosotros somos, como a menudo he observado, casi completamente pragmáticos en la conducción de nuestros asuntos. Casi…
Sin embargo… sin embargo hay un elemento perturbador en el cuadro. Hay un lugar donde las sombras enloquecen: cuando, a propósito, te obligas a continuar, atravesando un estrato tras otro de Sombra, dejando —de nuevo, a propósito— un trozo de tu comprensión a cada paso del camino, llegando al final a un lugar enloquecido más allá del cual ya no puedes avanzar. ¿Por qué hacer esto? Diría que por la esperanza de conseguir más comprensión, o un juego nuevo… Pero cuando llegas a este lugar, como todos lo hemos hecho, te das cuenta de que has alcanzado el límite de la Sombra o el final de ti mismo… términos sinónimos, como siempre hemos pensado. Ahora, sin embargo…
Ahora sé que esto no es así, ahora que estoy aquí, esperando, fuera de las Cortes del Caos, contándote cómo ocurrió, sé que no es así. Pero lo sabía bien aquella noche en Tir-na Nog’th, y lo había sabido antes, cuando luché con el hombre-cabra en el Círculo Negro de Lorraine, después de fugarme de las mazmorras de Ámbar, cuando puse mis ojos sobre el arruinado Garnath… Sabía que ese no era todo el trayecto. Pasaba a través de la locura hacia el caos y continuaba avanzando. Los seres que lo recorrían venían de algún lugar, y yo no los había creado. De alguna manera les había ayudado a obtener un pasaje, pero no surgían de mi versión de la realidad. Eran de la suya propia o de la de alguien más —no importa esto— y agujereaban la pequeña metafísica que habíamos tejido a lo largo de las eras. Habían entrado en nuestro coto de caza, no pertenecían a él, lo amenazaban, nos amenazaban. Piona y Brand habían llegado más allá, encontrando algo donde el resto de nosotros creía que nada existía. El peligro que había entrado en nuestro mundo casi, en cierto nivel, valía la evidencia conseguida: no estábamos solos, ni las sombras eran de verdad nuestros juguetes. Sea cual fuere nuestra relación con la Sombra, nunca más podría observarla bajo la vieja luz…
Todo ello debido a que el camino negro conducía hacia el sur e iba más allá del fin del mundo, donde yo me detengo.
Silencio y plata… Alejándome de la barandilla, apoyándome en mi bastón, atravesando la visión entretejida con niebla, penetrando en la perturbadora ciudad… Fantasmas… Sombras de sombras… Imágenes de probabilidades… Podrían-ser y podrían-haber-sido… Probabilidad perdida… Probabilidad recuperada…
Caminando, ahora por el paseo marítimo… Figuras, rostros, muchos de ellos familiares… ¿Qué hacen? Difícil de decir… Algunos labios se mueven, algunas caras muestran animación. No hay palabras aquí para mí. Paso entre ellos, desapercibido.
Allí… una de esas figuras… Sola, pero esperando… Los dedos desanudando los minutos, lanzándolos lejos… El rostro mira en otra dirección, y yo deseo verlo… Un signo de que lo haré o debería… Está sentada en un banco de piedra bajo un nudoso árbol… Mira en la dirección del palacio… Su silueta es muy familiar… Acercándome, veo que es Lorraine… Continúa observando un punto muy lejos de mí, no me escucha decir que he vengado su muerte.
Pero mío es el poder de ser oído aquí… Descansa en la espada a mi lado.
Empuño a Grayswandir, levanto la espada por encima de mi cabeza, donde la luz de la luna le confiere a sus dibujos una especie de movimiento. La coloco en el suelo entre nosotros.
—¡Corwin!
Su cabeza gira bruscamente, su cabello cobra color bajo la luz de la luna, sus ojos se enfocan.
—¿De dónde vienes? Llegas temprano.
—¿Me esperabas a mí?
—Por supuesto. Me dijiste…
—¿Cómo llegaste a este lugar?
—¿Este banco…?
—No. Esta ciudad.
—¿Ámbar? No entiendo. Tú mismo me trajiste. Yo…
—¿Eres feliz aquí?
—Sabes que lo soy, siempre que esté contigo.
No había olvidado la perfección de sus dientes, el destello de pecas bajo el velo de la suave luz…
—¿Qué ocurrió? Es muy importante. Finge por un momento que no lo sé, y cuéntame todo lo que nos ocurrió a nosotros después de la batalla del Círculo Negro de Lorraine.
Frunció el ceño. Se puso en pie. Me dio la espalda.
—Discutimos —comenzó—. Me seguiste, hiciste que Melkin se marchara, y hablamos. Vi que me había equivocado y fui contigo a Avalón. Allí, tu hermano Benedict te convenció para que hablaras con Eric. No os reconciliasteis, pero acordasteis una tregua debido a algo que te dijo. Él juró no dañarte y tú juraste defender Ámbar, con Benedict como testigo. Permanecimos en Avalón mientras tú conseguías unos productos químicos, y luego nos marchamos a otros sitio, un lugar donde compraste unas armas extrañas. Ganamos la batalla, pero Eric yace herido ahora —se calló y me miró—. ¿Estás pensando en acabar con la tregua? ¿Es eso, Corwin?
Negué con la cabeza, y aunque sabía que no debía hacerlo, extendí los brazos para abrazarla. Quería abrazarla, a pesar del hecho de que uno de los dos no existiría, no podía existir, cuando ese diminuto trozo de espacio entre nuestra piel fuera cruzado; quería decirle que no importaba lo que ocurrió o lo que ocurriría…
El impacto no fue muy fuerte, pero hizo que me tambaleara. Quedé tendido al lado de Grayswandir… Mi bastón cayó en la hierba a unos pasos de distancia. Poniéndome de rodillas, vi que había desaparecido el color de su rostro, de sus ojos, de su cabello. Su boca configuraba palabras fantasmales mientras su cabeza se volvía, buscando. Guardando Grayswandir, recuperando el bastón, me incorporé una vez más. Su mirada pasó a través de mí y se enfocó. Su cara se relajó, sonriendo, y avanzó. Me hice a un lado y, dando media vuelta, la vi correr hacia el hombre que se aproximaba, la contemplé abrazada en sus brazos, vislumbré la cara de él cuando la inclinaba hacia la de ella, fantasma con suerte, una rosa de plata en el cuello de su capa… la besó, este hombre a quien nunca conocería, plata sobre silencio, y plata…
Me alejé… Sin mirar atrás… Cruzando el paseo marítimo…
La voz de Random:
—Corwin, ¿estás bien?
—Sí.
—¿Está ocurriendo algo interesante?
—Más tarde, Random.
—Lo siento.
Y repentinamente, la resplandeciente escalera ante los terrenos de palacio… la subo, y giro a la derecha… Despacio y fácil, ahora, hacia el jardín… A mi alrededor flores fantasmas palpitan en sus tallos, arbustos fantasmas, brotes caídos como muestras congeladas de fuegos artificiales. Sin colores, todo… Sólo lo esencial está esbozado, grados de luminosidad en plata, sólo lo básico llega al ojo, está aquí. ¿Es Tir-na Ñog’th una esfera especial de la Sombra en el mundo real, sacudida por los dictados e impulsos del inconsciente… un test proyectado a todo tamaño en el cielo, incluso, tal vez, un aparato terapéutico? Diría que a pesar de la plata, si esta es una parte del alma, la noche es muy oscura… Y silenciosa…
Camino… Entre fuentes, bancos, arboledas, ingeniosos huecos en laberintos de setos… Cruzando los paseos, subiendo un escalón ocasional, pasando por pequeños puentes… Dejando atrás estanques, entre árboles, por una extraña escultura, un reloj solar (¿reloj lunar aquí?), girando a mi derecha, siguiendo firmemente hacia adelante, doblando, después de un rato, el extremo norte del palacio, donde giro a la izquierda, más allá de un patio rodeado de balcones, con más fantasmas esparcidos en ellos, detrás, dentro…
Me dirijo hacia la parte de atrás, sólo para ver los jardines traseros del palacio desde este lado, otra vez, ya que son hermosos a la luz normal de la luna en la verdadera Ámbar.
Unas pocas figuras más, hablando, de pie… No hay ningún movimiento aparente salvo el mío.
… Y me siento arrastrado hacia la derecha. Ya que uno nunca debe desoír un oráculo gratis, hacia allí me dirijo.
… Hacia una mata de altos setos, hay una pequeña zona abierta dentro, si es que no la han dejado crecer demasiado… Hace mucho había…
Dos figuras, abrazadas, dentro. Se separan cuando estoy a punto de dar media vuelta para irme. No es asunto mío, pero… Deirdre… Una de ellas es Deirdre. Sé quién será el hombre antes de que se gire. Es una broma cruel de parte del poder que pueda gobernar este lugar plateado, este silencio… Retrocedo, retrocedo, lejos de ese seto… Girando, tambaleándome, incorporándome otra vez, ahora alejándome, rápidamente…
La voz de Random:
—¿Corwin? ¿Te encuentras bien?
—¡Luego, maldición! ¡Luego!
—Falta poco para que amanezca, Corwin. Creí que era mejor que te lo recordara…
—¡Ya lo has hecho!
Alejándome ahora, rápidamente… El tiempo también es un sueño en Tir-na Nog’th. Es un consuelo pequeño, pero mejor que nada. Rápidamente, alejándome ahora, yendo otra vez…
Hacia el palacio, brillante arquitectura de la mente o del espíritu, erguido allí más claramente de lo que nunca lo estuvo el verdadero… Juzgar la perfección es emitir un veredicto inútil, pero tengo que ver qué hay dentro… Esto tiene que ser una especie de final, ya que estoy obsesionado. Esta vez no me detuve para recuperar el bastón de donde había caído, entre las hierbas brillantes. Sé a dónde debo dirigirme, lo que debo hacer. Ahora es obvio, aunque la lógica que se había apoderado de mí entonces no es la de una mente despierta. Me apresuro, subiendo, hacia el portal de atrás… El dolor penetrante de mi costado vuelve otra vez… Atravieso el umbral, dentro…
A una ausencia de luz de las estrellas y la luna: la iluminación no tiene dirección, parece estar casi a la deriva, sin destino fijo. Donde no se posa, las sombras son absolutas, y ocultan grandes secciones de la habitación, el vestíbulo, y la escalera.
Entro en ellas, atravesándolas, casi corriendo… En la falta de colores de mi hogar… La aprensión se apodera de mí… En ese momento las zonas negras parecen como agujeros en este trozo de realidad… Temo pasar demasiado cerca. Caerme en ellas y perderme…
Girando… Cruzando… Finalmente… Entrando… En la sala del trono… Medidas de oscuridad apiladas donde mis ojos dibujarían líneas para ver el mismo trono…
Pero allí hay movimiento.
Algo se aleja, a mi derecha, mientras avanzo.
Las botas aparecen a la vista a medida que me acerco a la base.
Grayswandir surge en mi mano, encontrando el camino hacia un parche de luz, renovando su poder de cambiar y engañar, adquiriendo un brillo propio…
Pongo el pie izquierdo en el escalón, descanso mi mano izquierda sobre la rodilla. Me distrae, pero lo soporto, el palpitar de mi herida curándose. Espero que caiga la oscuridad, el vacío, como un telón apropiado para los gestos teatrales que llevo esta noche.
Y se hace a un lado, mostrando una mano, un brazo, un hombro; el brazo resplandece, es metálico, sus planos como las facetas de una joya; su muñeca y codo, maravillosos tejidos de cable de plata, sujetos con destellos de fuego; la mano, estilizada, esquelética, un juguete suizo, un insecto metálico, funcional, mortal, hermosa a su manera…
Y se hace a un lado, mostrando el resto del hombre…
Benedict está relajado al lado del trono, con su mano izquierda y humana apoyada ligeramente sobre él. Se inclina hacia el trono. Sus labios se mueven.
Y se hace a un lado, mostrando al ocupante del trono…
—¡Dará!
Vuelta hacia su derecha, ella sonríe, le asiente a Benedict, sus labios se mueven. Avanzo y extiendo a Grayswandir hasta que su punta descansa levemente en la concavidad que hay debajo de su esternón…
Lentamente, muy lentamente, ella vuelve la cabeza y me mira a los ojos. Cobra color y vida. Sus labios se mueven otra vez, y ahora sus palabras me llegan.
—¿Qué sois?
—No. Esa es mi pregunta. Contéstala. Ahora.
—Soy Dará. Dará de Ámbar, Reina Dará. Tengo este trono por derecho de sangre y de conquista. ¿Quién sois vos?
—Corwin. También de Ámbar. ¡No te muevas! No te pregunté quién eras…
—Corwin ha estado muerto todos estos siglos. He visto su tumba.
—Vacía.
—No. Su cuerpo está dentro.
—¡Dime tu ascendencia!
Sus ojos se mueven hacia la derecha, donde la sombra de Benedict todavía permanece. Una espada ha aparecido en su nueva mano, semejando casi un extensión de esta, pero él la sostiene floja, relajadamente. Su mano izquierda ahora descansa en el brazo de ella. Los ojos de él me buscan detrás de la empuñadura de Grayswandir. No pudiendo encontrarme, vuelven otra vez a aquello que es visible —Grayswandir—, reconociendo su diseño…
—Soy la bisnieta de Benedict y la doncella del infierno, Lintra, a quien él amó y, más tarde, mató. —Benedict, ante esto, hace una mueca de dolor, pero ella continúa—. Nunca la conocí. Mi madre, y la madre de mi madre, nacieron en un lugar donde el tiempo no transcurre como en Ámbar. Yo soy la primera de la línea de mi madre en llevar todas las marcas de humanidad. Y vos, Lord Corwin, sois sólo un fantasma de un pasado muerto hace mucho, aunque un fantasma peligroso. Cómo llegasteis aquí, no lo sé, pero no debisteis haber venido. Volved a vuestra tumba. No perturbéis a los vivos. —Mi mano tiembla. Grayswandir se mueve menos de un centímetro. Pero basta.
El ataque que lanza Benedict apenas está por debajo del umbral de mi percepción. El brazo nuevo mueve su nueva mano que sostiene la espada que ataca a Grayswandir, mientras su brazo viejo mueve su vieja mano, que se ha aferrado a Dará por encima del trono… Esta impresión subliminal me llega momentos después, cuando retrocedo, cortando el aire, y me recupero, contraatacando reflexivamente con un en garde… Es ridículo que un par de fantasmas estén peleando. Y aquí ni siquiera es una pelea limpia. Él no puede alcanzarme ni tocarme, mientras que Grayswandir…
¡Pero no! Su espada cambia de mano cuando suelta a Dará y gira, juntando la mano vieja y la nueva. Su muñeca izquierda gira mientras la desliza hacia adelante y abajo, colocándose en lo que sería un corps a corps si estuviéramos enfrentándonos con nuestros cuerpos mortales. Durante un momento nuestras guardias quedan bloqueadas. Ese momento es suficiente…
Esa resplandeciente mano se adelanta, un movimiento de luz de luna y fuego, negrura y suavidad, toda ángulos, ninguna curva, con los dedos ligeramente doblados, la plateada palma con unos dibujos a medias familiares, avanza, avanza, e intenta cogerme del cuello…
Su intento fracasa, y los dedos cogen mi hombro y el pulgar se clava… no sé si busca la clavícula o la laringe. Lanzo un golpe con la izquierda, hacia su estómago, y allí no hay nada…
La voz de Random:
—¡Corwin! ¡El sol está a punto de salir! ¡Tienes que bajar ahora mismo!
Ni siquiera puedo responder. En un segundo o dos esa mano destrozará mi hombro. Esa mano… Grayswandir y esa mano, que extrañamente se le parece, son las únicas dos cosas que parecen coexistir en mi mundo y en la ciudad de los fantasmas…
—¡Lo veo, Corwin! ¡Sepárate y contáctame! El Triunfo…
Hago girar a Grayswandir, sacándola de su inmovilidad, haciéndola caer en un arco largo y cortante…
Sólo un fantasma podría haber derrotado a Benedict o al fantasma de Benedict con esa maniobra. Estamos demasiado cerca para que pueda bloquear mi espada, pero su réplica, perfectamente colocada, me hubiera cortado el brazo si hubiera encontrado un brazo en su camino…
Como no lo hay, finalizo mi ataque, dando el golpe con toda la fuerza de mi brazo derecho, por encima de ese aparato letal de luz de luna y fuego, negrura y suavidad, cerca del punto donde está unido a él.
Con una espantosa sacudida de mi hombro, el brazo se separa de Benedict y se queda inmóvil… Los dos caemos.
—¡Levántate! ¡Por el unicornio, Corwin, levántate! ¡El sol está saliendo! ¡La ciudad va a desaparecer a tu alrededor!
El suelo debajo mío tiembla, cobrando una transparencia neblinosa. Vislumbro una extensión de agua. Girando, me pongo en pie, evitando a duras penas el intento del fantasma de coger el brazo que ha perdido. Se aferra a mí como un parásito muerto, y mi costado vuelve a dolerme…
Repentinamente, soy pesado, y la visión del océano no desaparece. Comienzo a hundirme en el suelo. El color vuelve al mundo, oscilando en franjas de color rosa. El suelo, indiferente a mí, se desvanece y el golfo de aire se abre…
Caigo…
—¡Por aquí, Corwin! ¡Ya!
Random está en la cima de una montaña e intenta alcanzarme. Extiendo mi brazo…