MUCHAS SON LAS VECES en las que me he despertado, a menudo temblando, siempre con miedo, del sueño en el que ocupaba mi vieja celda, ciego otra vez, en las mazmorras que hay bajo el palacio de Ámbar. No es que no esté familiarizado con la situación de estar encarcelado. He sido encerrado en varias ocasiones, durante varios períodos de tiempo. Pero estar solo y ciego, creyendo que era definitivo, incrementó el precio en la caja registradora de la privación sensorial en el almacén de la mente. Todo esto dejó sus marcas. Generalmente mantengo estos recuerdos bien guardados cuando estoy despierto, pero a veces, por la noche, se liberan y bajan bailando por los pasillos, jugando con la caja registradora de ideas, uno, dos, tres. Ver a Brand allí, en su celda, hizo que salieran a plena luz junto con un escalofrío. Ahora bien, al estar con mi familia en la sala de los escudos, no podía evitar el pensamiento de que uno o más de ellos le había hecho a Brand lo mismo que Eric me había hecho a mí. Mientras que esto era en sí mismo un descubrimiento poco sorprendente, la noción de estar ocupando la misma habitación que el culpable, y no tener idea de su identidad, era algo bastante más que inquietante. Cada uno de mis hermanos, de acuerdo con sus fines, también debía sentirse inquieto. Incluyendo al culpable, ahora que el teorema de la existencia había dado positivo. Y esto me consolaba.

Me di cuenta de que todo ese tiempo había estado esperando que se pudiera culpar por completo a alguien ajeno a mi familia. Pero después de aquello… Por un lado me hizo más cauto de lo normal con respecto a lo que pudiera decir; por el otro, era un buen momento para presionar en busca de información, ya que todos se encontraban en un estado extraño y deseaban cooperar para ver si se acababa con la amenaza, y esto podía ser útil. E incluso el grupo culpable querría comportarse de la misma manera que los otros. ¿Quién sabe si no cometería un desliz en el intento?

—Bueno, ¿tienes algún otro experimento interesante que te gustaría llevar a cabo? —me preguntó Julián, cruzando las manos detrás de la cabeza y reclinándose en mi sillón favorito.

—De momento, no —respondí.

—Qué pena —dijo—. Esperaba que dijeras que buscáramos a Papá de la misma manera. Entonces, si tenemos suerte, lo encontramos y así le facilitamos el camino a quien quiera eliminarlo. Y después de eso, todos podríamos jugar a la ruleta rusa con esas bonitas armas que trajiste… todo para el ganador.

—Tus palabras son poco consideradas —observé.

—No lo creas. Consideré cada una que dije —respondió—. Pasamos tanto tiempo mintiéndonos el uno al otro, que llegué a la conclusión de que podría ser divertido decir lo que realmente sentía. Simplemente para ver si alguien se daba cuenta.

—Ahora puedes ver que nos hemos dado cuenta. También nos damos cuenta de que tu verdadero yo no es mejor que el antiguo.

—Sea cual fuere el que más te guste, los dos nos hemos estado preguntando si tienes alguna idea sobre lo próximo que vas a hacer.

—La tengo —anuncié—. Ahora mismo pretendo obtener respuestas a un cierto número de preguntas que tienen que ver con todo lo que nos está ocurriendo. Bien podríamos comenzar con Brand y sus problemas. —Volviéndome hacia Benedict, quien estaba sentado contemplando el fuego, dije—: Benedict, cuando estábamos en Avalón me dijiste que Brand fue uno de los que me buscó cuando desaparecí.

—Así es —respondió Benedict.

—Todos fuimos a buscarte —dijo Julián.

—No al principio —repliqué—. Inicialmente, fuisteis Brand, Gérard, y tú, Benedict. ¿No dijiste eso?

—Sí —respondió—. Aunque los demás fueron más tarde. También te dije eso.

Asentí.

—¿Informó Brand de algo fuera de lo normal por esa época? —pregunté.

—¿Fuera de lo normal? ¿De qué manera? —preguntó a su vez Benedict.

—No lo sé. Estoy buscando alguna conexión entre lo que le ocurrió a él y lo que me ocurrió a mí.

—Entonces estás buscando en el sitio equivocado —dijo Benedict—. Volvió e informó de su fracaso. Y después de eso se quedó por aquí durante eras, sin ser molestado.

—Eso es lo que he podido descubrir —dije—. Aunque creo, por lo que Random me contó, que su última desaparición ocurrió aproximadamente un mes antes de mi propia recuperación y retorno. Eso me resulta un poco peculiar. Si no informó de nada especial después de su infructuosa búsqueda, ¿mencionó algo antes de su desaparición? ¿O en el intermedio? ¿Alguien? ¿Algo? ¡Decidme si os lo dijo!

Entonces siguió un intercambio de miradas a mi alrededor. Aunque parecían más de curiosidad que de sospecha o nervios.

Finalmente, Llewella intervino:

—Bueno. No estoy segura. Quiero decir que no sé si es importante.

Todos los ojos se posaron sobre ella. Mientras hablaba, lentamente, comenzó a anudar y a desanudar los extremos de su cinturón de cuerda.

—Fue en el intermedio, y puede que no tenga ninguna relación —continuó—. Fue algo que me chocó por peculiar. Hace mucho tiempo Brand vino a Rabma…

—¿Hace cuánto tiempo? —pregunté.

Frunció las cejas.

—Cincuenta, sesenta, setenta años… no estoy segura.

Utilicé el impreciso factor de conversión que había elaborado durante mi encarcelamiento. Un día en Ámbar parecía constituir un poco más de dos días y medio de la Tierra de sombra donde había pasado mi exilio. Siempre que fuera posible, quería unir los acontecimientos de Ámbar a mi propia escala temporal, por si surgía alguna extraña relación. Así que Brand había ido a Rabma en algún momento de lo que era, para mí, el siglo diecinueve.

—Fuera cual fuere la fecha —dijo ella—, vino y me hizo una visita. Permaneció varias semanas. —Entonces miró a Random—. Estuvo preguntándome sobre Martin.

Random entrecerró los ojos y ladeó la cabeza.

—¿Te dijo por qué? —le preguntó.

—No exactamente —contestó ella—. Dejó entrever que había conocido a Martin en algún lugar durante sus viajes, dando la impresión de que le gustaría volver a encontrarse con él otra vez. No me di cuenta hasta un poco después de su partida de que la única razón de su visita fue averiguar todo lo que pudiera sobre Martin. Ya sabéis lo sutil que puede ser Brand para averiguar las cosas sin parecer que lo está haciendo. Fue sólo después, cuando hablé con otra gente a la que visitó, que empecé a ver lo que había ocurrido. Aunque nunca descubrí la razón.

—Eso es… bastante peculiar —observó Random—. Ya que me trae a la mente algo a lo que jamás le había dado ningún significado. Una vez me interrogó largamente sobre mi hijo… y bien pudo ser por la misma época. Sin embargo, no me dio a entender que se lo había encontrado… o que tuviera algún deseo de hacerlo. Todo empezó como una especie de broma sobre el tema de los hijos bastardos. Cuando yo me ofendí, él se disculpó e hizo un cierto número de preguntas más adecuadas sobre el chico, que supuse se debían más que nada a una cuestión de educación… para que me quedara un recuerdo más agradable de ese momento. Como tú has dicho, sabe cómo sacarle cosas a la gente. ¿Por qué nunca me habías hablado de esto?

Ella sonrió encantadoramente.

—¿Por qué debería haberlo hecho? —preguntó.

Random asintió lentamente, su cara inexpresiva.

—Bueno, ¿qué le dijiste? —preguntó—. ¿Qué averiguó? ¿Qué es lo que sabes sobre Martin que yo no sepa?

Ella sacudió la cabeza, borrando la sonrisa.

—En realidad… nada —replicó—. Que yo sepa, nadie en Rabma volvió a oír algo sobre Martin después de que atravesara el Patrón y desapareciera. No creo que Brand se marchara sabiendo algo más que cuando llegó.

—Es extraño… —musité—. ¿Se acercó a alguien más para preguntar sobre el tema?

—No lo recuerdo —precisó Julián.

—Ni yo —dijo Benedict.

Los otros negaron con la cabeza.

—Entonces tomemos nota de ello y dejémoslo por ahora —dije—. Hay otras cosas que también necesito saber. Julián, tengo entendido que tú y Gérard intentasteis seguir el camino negro hace tiempo, y que Gérard fue herido en el trayecto. Creo que los dos permanecisteis con Benedict una temporada después de eso, mientras Gérard se recuperaba. Me gustaría saber algo más sobre esa expedición.

—Parece como si ya lo supieras —replicó Julián—. Acabas de decir todo lo que ocurrió.

—¿Dónde te enteraste de esto, Corwin? —preguntó Benedict.

—En Avalón —respondí.

—¿Por quién?

—Dará —afirmé.

Se puso en pie, se acercó a mí y me observó con ojos furiosos.

—¡Todavía insistes en esa historia absurda sobre la muchacha!

Suspiré.

—Hemos hablado de esto una y otra vez, demasiadas veces —dije—. Hasta ahora, ya te he dicho todo lo que sé sobre el tema. O lo aceptas o no lo aceptas. Pero ella es la que me lo dijo.

—Entonces, aparentemente, hay algunas cosas que no me dijiste. Nunca mencionaste esto antes.

—¿Es o no es verdad? Me refiero a lo de Julián y Gérard.

—Es verdad —corroboró.

—Entonces olvida por el momento de dónde procede la información y continuemos con lo que sucedió.

—De acuerdo —dijo Benedict—. Puedo hablar francamente, ahora que la necesidad del secreto ya no existe. Eric, por supuesto. Él desconocía mi paradero, al igual que la mayoría de los demás. Gérard era mi fuente principal de noticias en Ámbar. Eric se volvió más y más aprensivo con respecto al camino negro, hasta que finalmente decidió enviar exploradores para que lo siguieran a través de la Sombra hasta su punto de origen. Eligió a Julián y a Gérard. Fueron atacados por un grupo bastante fuerte de sus criaturas en un punto cercano a Avalón. Gérard me llamó por medio del Triunfo, pidiendo ayuda, y yo fui a prestársela. Eliminamos al enemigo. Como Gérard se había roto una pierna durante la lucha, y el mismo Julián estaba un poco maltrecho, me los llevé a los dos a casa conmigo. En ese momento rompí mi silencio con Eric, y le dije dónde se encontraban y lo que les había ocurrido. Les ordenó que no continuaran su viaje y que volvieran a Ámbar apenas se hubieran recuperado. Se quedaron conmigo hasta que lo hicieron; luego regresaron.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo.

Pero no lo era. Dará también me había dicho algo más. Mencionó a otro visitante. Lo recordaba claramente. Fue aquel día, junto a la corriente: un diminuto arcoiris en la niebla sobre la cascada, con la rueda del molino girando y girando, entregando sueños y aplastándolos; aquel día en que practicamos esgrima, en que hablamos y caminamos la Sombra, atravesando un bosque primordial, llegando a un punto al lado de un poderoso torrente donde giraba un molino adecuado para el granero de los dioses; fue aquel día que fuimos de picnic y flirteamos, en el que ella me contó tantas cosas, algunas sin duda falsas. Pero no había mentido sobre el viaje de Julián y Gérard, y creo que es posible que también dijera la verdad cuando dijo que Brand había visitado a Benedict en Avalen. «Frecuentemente» fue la palabra que usó.

Ahora Benedict no mantenía en secreto su desconfianza de mí. Podía ver que sólo esto era un motivo suficiente para que se guardara información sobre cualquier cosa que él juzgara demasiado delicada para que yo la supiera. Infiernos, creyendo su historia, yo tampoco hubiera confiado en mí si nuestras situaciones se encontraran invertidas. Aunque sólo un idiota se lo habría dicho en ese momento. Debido a las otras posibilidades.

Existía la posibilidad de que más tarde, en privado, pensara hablarme sobre las circunstancias que rodearon las visitas de Brand. Bien podrían involucrar cosas que él no deseara discutir ante el grupo, y especialmente ante el posible asesino de Brand.

O… por supuesto, existía la posibilidad de que el mismo Benedict estuviera detrás de todo. Ni siquiera me gustaba pensar en las consecuencias. Habiendo servido a las órdenes de Napoleón, Lee y MacArthur, apreciaba al maestro en táctica igual que al estratega. Benedict era las dos cosas, y era el mejor que yo hubiera conocido jamás. La reciente pérdida de su brazo derecho de ninguna manera le había disminuido sus capacidades, ni siquiera le había quitado nada de su habilidad para la lucha. La suerte fue la que le impidió convertirme en un montón de trocitos de carne hace poco, cuando tuvimos que pelear debido a un malentendido. No, no quería que fuera Benedict, y no pensaba averiguar en ese momento lo que él decidió mantener oculto. Sólo esperaba que lo guardara para decirlo más tarde.

Así que acepté su «Eso es todo» y decidí cambiar de tema.

—Flora —dije—, cuando te visité por primera vez, después de mi accidente, dijiste algo que todavía no entiendo. Como poco después tuve algo de tiempo para revisar muchas cosas, me crucé con ello en mis recuerdos y ocasionalmente intenté descifrarlo. Todavía no lo entiendo. Así que por favor podrías decirme lo que quisiste dar a entender cuando mencionaste que las sombras contenían más horrores de lo que nadie hubiera podido pensar.

—Ni siquiera recuerdo haberlo dicho —dijo Flora—. Pero supongo que debí hacerlo si te causó tanta impresión. Ya conoces el efecto al que me estaba refiriendo: que Ámbar parece actuar como una especie de imán sobre las sombras adyacentes, atrayendo elementos de ellas; cuanto más te acercas a Ámbar, más fácil se vuelve el camino, incluso para los habitantes de la sombra. Así como siempre parece haber un intercambio de cosas entre las mismas sombras adyacentes, el efecto es más intenso y también un proceso más unilateral cuando se trata de Ámbar. Siempre hemos estado alerta a que pudieran penetrar entes extraños. Bien, durante varios años antes de tu recuperación, un número bastante más elevado de lo usual parecía surgir en las cercanías de Ámbar. Casi invariablemente eran peligrosos. Aunque después de un tiempo, empezaron a aparecer seres que venían de mucho más lejos. Eventualmente, aparecieron algunos que eran completamente desconocidos. No encontramos ninguna razón para esta repentina aparición de amenazas, aunque buscamos bastante lejos las posibles perturbaciones que pudieran estar trayéndolos hasta aquí. En otras palabras, ocurrían penetraciones de la Sombra altamente improbables.

—¿Esto comenzó mientras Papá todavía estaba aquí?

—Oh sí. Comenzó varios años antes de tu recuperación… como ya he dicho.

—Ya veo. ¿Consideró alguien la posibilidad de que hubiera una conexión entre estos acontecimientos y la marcha de Papá?

—Ciertamente —replicó Benedict—. Todavía creo que ese fue el motivo. Se marchó para investigarlo, o para encontrarle una solución.

—Pero es simplemente una conjetura —expuso Julián—. Ya sabéis cómo era. No daba explicaciones.

Benedict se encogió de hombros.

—Pero es una inferencia razonable —dijo—. Tengo entendido que habló de su preocupación sobre… las migraciones de monstruos, si quieres, en numerosas ocasiones.

Extraje mis cartas de su caja, pues había adquirido recientemente el hábito de llevar conmigo un mazo de Triunfos todo el tiempo. Alcé el Triunfo de Gérard y lo contemplé. Los otros estaban en silencio, observándome mientras lo hacía. Momentos más tarde, hubo contacto.

Gérard todavía estaba sentado en su silla, con la espada apoyada sobre las rodillas. Aún comía. Tragó cuando sintió mi presencia y preguntó:

—¿Sí, Corwin? ¿Qué quieres?

—¿Cómo está Brand?

—Durmiendo —replicó—. Su pulso es un poco más fuerte. Su respiración sigue igual… regular. Es demasiado prematuro…

—Lo sé —corté—. Lo que quería era comprobar tu recuerdo de algo: Antes de que Papá se marchara, ¿tuviste la impresión por cualquier cosa que él pudiera haber dicho o hecho de que su partida pudiera estar conectada con el aumento en el número de amenazas de la Sombra que estaban filtrándose en Ámbar?

—Eso —intervino Julián— es lo que se conoce por una pregunta inducida.

Gérard se limpió la boca.

—Sí, pudo haber una conexión —dijo—. Parecía inquieto, preocupado por algo. Y habló de criaturas. Pero nunca comentó que fueran su preocupación principal… o que fuera algo completamente diferente.

—¿Cómo qué?

Sacudió la cabeza.

—Cualquier cosa. Yo… sí… sí, hay algo que probablemente debas saber, por lo que pueda tener de valor. Cierto tiempo después de su desaparición me esforcé en averiguar si fui yo la última persona en verle antes de su partida. Estoy casi seguro de que así es. Ese último día permanecí aquí en el palacio toda la tarde, y ya me preparaba para volver al buque insignia. Papá se había retirado una hora antes, pero yo me había quedado en el cuarto de guardia jugando a las damas con el Capitán Thoben. Como a la mañana siguiente partíamos, decidí llevarme un libro conmigo. Así que vine hasta la biblioteca. Papá estaba sentado frente al escritorio —indicó con la cabeza—. Hojeaba algunos libros viejos, y todavía no se había cambiado de ropa. Me hizo un gesto cuando entré, y yo le dije que sólo había venido a buscar un libro. Él dijo: «Has venido al lugar adecuado», y continuó leyendo. Mientras buscaba entre las estanterías, hizo un comentario sobre el hecho de que no podía dormir. Yo encontré un libro, le di las buenas noches, y él me comentó: «Que tengas una buena travesía», y me marché —volvió a bajar los ojos—. Ahora estoy convencido de que aquella noche llevaba la Joya del Juicio, de que se la vi al cuello como ahora te la veo a ti. Y estoy igualmente convencido de que antes no la tenía puesta. Durante mucho tiempo después, pensé que se la había llevado con él a donde fuese. En sus habitaciones no había ningún indicio de que se hubiera cambiado de ropa. Nunca volví a ver la piedra hasta que tú y Bleys fuisteis derrotados en vuestro asalto a Ámbar. Entonces, era Eric el que la llevaba. Cuando le pregunté sobre ello, me dijo que la encontró en las habitaciones de Papá. Sin evidencias de lo contrario, tuve que aceptar su historia. Pero nunca me sentí satisfecho con ella. Tu pregunta —y ver que la llevabas— me lo recordó. Así que pensé que era mejor que lo supieras.

Gérard alzó la copa en mi dirección, y luego tomó un trago.

—Muy bien. Guarda el fuerte —añadí, y pasé la mano sobre su carta.

—El hermano Brand parece estar bien —dije—, y Gérard no recuerda que Papá dijera nada que pudiera conectar directamente su partida con la filtración de los seres de la Sombra. Me pregunto cómo recordará las cosas Brand cuando recobre la consciencia.

Si la recobra —intervino Julián.

—Creo que lo hará —dije—. Todos hemos superado heridas serias. Nuestra vitalidad es casi en lo único en lo que hemos llegado a confiar. Mi suposición es que estará hablando por la mañana.

—¿Qué pretendes hacer con el culpable —preguntó— si Brand lo señala?

—Interrogarle —contesté.

—Entonces me gustaría ser yo quien llevara el interrogatorio. Estoy empezando a creer que tal vez tengas razón esta vez, Corwin, y que la persona que le apuñaló puede ser también la responsable de nuestro intermitente estado de sitio, de la desaparición de Papá, y del asesinato de Caine. Así que me gustaría interrogarle antes de cortarle el cuello, para lo cual también me gustaría presentarme voluntario.

—Lo tendremos en consideración —dije.

—Tú no estás excluido, Corwin.

—Era consciente de ello.

—Tengo algo que decir —interrumpió Benedict, ahogando una réplica de Julián—. Me inquietan bastante el poder y el objetivo aparente del enemigo. Me he topado con ellos en varias ocasiones ya, y vienen por sangre. Aceptando por el momento tu historia de Dará, Corwin, sus últimas palabras parecen resumir su actitud: «Ámbar será destruida». No conquistada, subyugada. Destruida. Julián, ¿a ti no te importaría reinar aquí, verdad?

Julián Sonrió.

—Tal vez el año próximo para esta fecha —replicó—. Pero hoy no, gracias.

—Lo que quiero decir es que podría verte —o a cualquiera de nosotros— empleando mercenarios o consiguiendo aliados para tomar el poder. Como no puedo verte es utilizando una fuerza tan poderosa que en sí misma después represente un problema. No una fuerza que busca la destrucción en vez de la conquista. No puedo verte a ti, a mí, a Corwin, o a los otros, intentando destruir de verdad Ámbar, o deseosos de jugar con fuerzas que lo harían. Esa es la parte que no me gusta de la idea de Corwin de que uno de nosotros está detrás de esto.

Tuve que asentir. Me daba cuenta de la debilidad de ese eslabón en mi cadena de especulaciones. Sin embargo, había tantos factores que no conocíamos… yo podía ofrecer alternativas, tal como lo hizo Random entonces, pero las adivinanzas no prueban nada.

—Es posible —dijo Random— que uno de nosotros hiciera un trato, subestimando a sus aliados. El culpable quizás ahora esté sudando como el resto de nosotros. Y tal vez ya no esté en posición de parar las cosas, incluso aunque quisiera.

—Le podríamos ofrecer la oportunidad —expuso Piona— de traicionar a sus aliados en nuestro beneficio. Si Julián pudiera ser persuadido de no cortarle el cuello y el resto de nosotros quisiera hacer lo mismo, quizás deseara delatarlos… si la conjetura de Random es correcta. No reclamaría el trono, pero obviamente no iba a tenerlo antes. Se le perdonaría la vida y evitaría a Ámbar unos cuantos problemas. ¿Hay alguien que desee comprometerse en una postura como esta?

—Yo sí —dije—. Si se descubre, le perdonaríamos la vida, con el acuerdo de que la viviría en el exilio.

—Estoy de acuerdo con eso —dijo Benedict.

—Y yo —acordó Random.

—Con una condición —dijo Julián—. Si no ha sido personalmente responsable de la muerte de Caine, estoy de acuerdo. De otra manera, no. Y tendrá que demostrarlo claramente.

—La vida en el exilio —dijo Deirdre—. De acuerdo.

—Yo igual —dijo Flora.

—Y yo —siguió Llewella.

—Gérard posiblemente también esté de acuerdo —comenté—. Pero realmente me pregunto si Brand sentirá lo mismo que nosotros. Tengo la sensación de que no será así.

—Preguntémosle a Gérard —dijo Benedict—. Si Brand sobrevive y resulta ser el único en estar en contra, el culpable sabrá que sólo tiene que evitar a un enemigo… y siempre podrán establecer sus términos sobre el asunto ellos dos.

—De acuerdo —musité, acallando algunas premoniciones, y me volví a poner en contacto con Gérard, que también estuvo de acuerdo.

Así que todos nos pusimos en pie y lo juramos por el Unicornio de Ámbar —el juramento de Julián con una cláusula adicional—, y juramos imponerle el exilio a cualquiera de nuestra familia que violara el juramento. Francamente, no creía que así solucionáramos nada, pero siempre es agradable ver a las familias haciendo algo en común.

Después de jurar, cada uno se encargó de recalcar que pasaría la noche en el palacio, presumiblemente para mostrar que no temían nada de lo que Brand pudiera decir por la mañana… y especialmente para indicar que ninguno tenía el deseo de marcharse de la ciudad, algo que no se olvidaría, incluso si Brand moría durante la noche. Ya que yo no tenía ninguna pregunta más que plantearle al grupo, y viendo que nadie se había atribuido los acontecimientos que cubrimos con el juramento, me recliné contra el sillón y me dediqué a escuchar por un rato. La reunión se disgregó, convirtiéndose en una serie de conversaciones e intercambios, siendo uno de los temas principales el intento de reconstruir lo ocurrido en la biblioteca y el motivo que podía tener cada uno de nosotros para haberlo hecho, salvo el que hablaba. Yo fumaba; no intervine en el asunto. Sin embargo, Deirdre descubrió una posibilidad interesante: que Gérard pudo apuñalarlo mientras nosotros nos congregábamos alrededor, y que sus heroicos esfuerzos no surgían de ningún deseo por salvarle la vida a Brand. Lo que Gérard quería era acercarse y matarlo, impidiendo de esa manera que hablara… en cuyo caso Brand jamás llegaría con vida a la mañana siguiente. Era ingeniosa, pero yo no lo creía. Tampoco lo creyó ninguno de los otros. Por lo menos nadie se presentó voluntario para echar a Gérard de la habitación de arriba.

Después de un rato, Piona se acercó, sentándose a mi lado.

—Bueno, he intentado lo único en lo que podía pensar —dijo—. Espero que salga algo bueno de ello.

—Puede —comenté.

—Veo que has añadido una peculiar pieza de adorno a tu guardarropa —observó, cogiendo la Joya del Juicio entre su dedo pulgar e índice y estudiándola.

Luego alzó los ojos.

—¿Consigues que haga trucos para ti? —preguntó.

—Algunos —contesté.

—Entonces sabías cómo sintonizarte con ella. Tiene que ver con el Patrón, ¿no es cierto?

—Sí. Eric me lo dijo, justo antes de morir.

La soltó, volvió a acomodarse en su asiento, y observó las llamas.

—¿Te dijo que fueras cauto en su uso? —preguntó.

—No —dije.

—Me pregunto si lo planeó o fueron las circunstancias.

—Bueno, se encontraba bastante ocupado con su muerte en ese momento. Eso limitó considerablemente nuestra conversación.

—Lo sé. Me preguntaba si su odio hacia ti pudo más que sus esperanzas por el reino, o si simplemente ignoraba algunos de los principios involucrados.

—¿Qué sabes tú sobre ella?

—Piensa de nuevo en la muerte de Eric, Corwin. Yo no estaba allí cuando ocurrió, pero llegué a tiempo para el funeral. Estuve presente cuando bañaron, afeitaron y vistieron su cuerpo… y examiné sus heridas. Pienso que ninguna de ellas, en sí misma, fue fatal. Tenía tres heridas en el pecho, pero sólo una parecía profunda…

—Una es suficiente, si…

—Espera —me cortó—. Fue difícil, pero intenté deducir el ángulo de la herida con una fina varilla de cristal. Quería hacer una incisión, pero Caine no lo permitió. A pesar de eso, no creo que su corazón o sus arterias fueran dañados. Aún no es tarde para ordenar una autopsia, si quisieras que lo comprobara exhaustivamente. Estoy segura de que sus heridas y la tensión general contribuyeron a su muerte, pero creo que fue la joya la que marcó la diferencia.

—¿Por qué crees eso?

—Debido a algo que me dijo Dworkin cuando estudiaba con él… y a ciertas cosas que noté después. Indicó que así como confería habilidades inusuales, también se alimentaba de la vitalidad de su portador. Cuanto más tiempo la lleves, de alguna manera más te quita. Después de saber eso, observé atentamente, y me di cuenta de que Papá raramente la llevaba puesta, y nunca se la dejaba por largos períodos de tiempo.

Mis pensamientos volvieron a Eric, el día que yacía moribundo en las laderas de Kolvir mientras a su alrededor se combatía furiosamente. Recuerdo la primera mirada que le dirigí, su rostro pálido, la sangre que había en su pecho y cómo respiraba con dificultad… Y la Joya del Juicio, allí en su cadena, palpitaba, como un corazón, entre los pliegues húmedos de su ropa. Nunca la vi hacer eso antes, o después. Recordé que el efecto se había ido debilitando. Y cuando él murió y le crucé sus manos sobre ella, este fenómeno se había detenido.

—¿Qué sabes de sus funciones? —le pregunté.

Sacudió la cabeza.

—Dworkin lo consideraba como un secreto de estado. Conozco lo obvio —el control del clima— y deduje, de algunos comentarios de Papá, que tiene algo que ver con una percepción aumentada, o más profunda. Dworkin lo mencionó principalmente como un ejemplo de la omnipresencia del Patrón en todo lo que nos da poder —incluso los Triunfos contienen el Patrón, lo puedes ver si miras de cerca, el tiempo suficiente—, y lo citó como un ejemplo del principio de conservación: todos nuestros poderes especiales tienen un precio. Cuanto más grande es el poder, más grande la inversión. Los Triunfos apenas tienen importancia, pero producen un elemento de fatiga al ser usados. Caminar a través de la Sombra, que es un ejercicio de la imagen del Patrón que existe dentro nuestro, produce un gasto aún más grande. Atravesar el mismo Patrón, físicamente, ocasiona una pérdida masiva de las energías. Pero la Joya, dijo él, representa incluso más pérdida, y su coste para el que la lleve es exponencial-mente más grande.

De esta manera, si lo que me dijo Piona era correcto, me daba otra visión ambigua del carácter de mi difunto y menos amado hermano. Si era consciente de este fenómeno, y a pesar de ello se puso la joya, utilizándola más tiempo de lo debido en la defensa de Ámbar, se convertía en una especie de héroe. Pero entonces, visto bajo esta luz, el hecho de entregármela a mí, sin darme ninguna advertencia, convertía el asunto en el esfuerzo de una venganza final de alguien que sabe que va a morir. Pero él me había evitado su maldición, así me lo dijo, para poder lanzarla adecuadamente sobre nuestros enemigos en el campo de batalla. Esto, por supuesto, sólo significaba que los había odiado a ellos un poco más de lo que me odiaba a mí, y empleaba sus últimas energías de la manera más estratégica que podía, en favor de Ámbar. Entonces pensé en el carácter parcial de las notas de Dworkin, que yo recuperé del lugar en el que Eric las había ocultado. ¿Podía ser que Eric las consiguiera en su totalidad, eliminando a propósito la parte que advertía de su uso como una posible maldición para su sucesor? Esta idea no me parecía totalmente adecuada, ya que él no tenía ningún modo de saber que yo volvería cuando lo hice, que el curso de la batalla tomaría ese giro, y que yo sería realmente su sucesor. Fácilmente cualquiera de sus favoritos le podría haber sucedido en el poder, en cuyo caso no habría querido que heredara ninguna trampa escondida. No. Tal como yo lo veía, Eric no era completamente consciente de esta propiedad de la piedra, habiendo adquirido sólo instrucciones parciales para su uso, o tal vez alguien pudo llegar a los papeles antes de que yo lo hiciera, eliminando el material suficiente para dejarme con una carga mortal en las manos. O bien pudo ser la acción del enemigo real una vez más.

—¿Conoces el factor de seguridad? —pregunté.

—No —respondió ella—. Sólo puedo darte dos indicaciones, y no sé el valor que puedan tener. La primera es que no recuerdo haber visto nunca a Papá llevándola durante mucho tiempo. La segunda, que yo deduje de ciertas frases dichas por él, comenzando por esta: «cuando ves que la gente se convierte en estatuas estás en problemas o te encuentras en el sitio equivocado». Durante mucho tiempo le insistí para que me explicara qué quería decir, y eventualmente supe que la primera señal de haberla llevado demasiado tiempo es una especie de distorsión de tu sentido del tiempo. Aparentemente, comienza a acelerar el metabolismo —todo— con un efecto global donde el mundo parece ir muy lentamente a tu alrededor. La Joya debe quitarle bastante a una persona. Eso es todo lo que sé, y admito que la mayor parte de lo último son deducciones. ¿Durante cuánto tiempo la has llevado?

—Bastante —dije, tomándome mentalmente el pulso y mirando a mi alrededor para ver si las cosas parecían estar en cámara lenta.

No estaba seguro, ya que yo mismo no me encontraba en el mejor de los estados. Aunque había asumido que todo se debía a mi pelea con Gérard. Sin embargo, no iba a arrancármela sólo porque otro miembro de la familia lo hubiera sugerido, incluso si era la inteligente Piona en una de sus disposiciones más amistosas. Perversidad, terquedad… No, era independencia. Eso era; y una desconfianza puramente formal. Además, sólo me la había puesto hacía unas horas. Esperaría.

—Bien, ya nos has mostrado que la dominas —dijo mi hermana—. Sólo quería avisarte contra una exposición demasiado prolongada hasta que supieras más sobre ella.

—Gracias, Fi. Me la quitaré pronto, y te agradezco que me lo dijeras. De paso, ¿qué fue de Dworkin?

Se tocó la sien.

—Su mente finalmente no resistió, pobre hombre. Me gusta pensar que Papá lo encerró en algún lugar apacible en la Sombra.

—Entiendo —aseguré—. Sí, espero que así sea. Pobre.

Julián se puso en pie, concluyendo una conversación con Llewella. Se estiró, le hizo un gesto, y se acercó.

—Corwin, ¿has pensado en alguna pregunta más que nos quieras hacer? —preguntó.

—Ninguna que desee hacer ahora.

Sonrió.

—¿Algo más que quieras decirnos?

—De momento, no.

—¿Algún experimento más, demostraciones, charadas?

—No.

—Bien. Entonces me marcho a dormir. Buenas noches.

—Adiós.

Se inclinó ante Piona, saludó con la mano a Benedict y a Random, les hizo un gesto con la cabeza a Flora y a Deirdre al pasar junto a ellas camino de la puerta. En el umbral se detuvo, se volvió y dijo:

—Ahora todos podréis hablar de mí —y se marchó.

—De acuerdo —dijo Fiona—. Hagámoslo. Creo que es él.

—¿Por qué? —pregunté.

—Repasaré la lista, reconociendo que es subjetiva e intuitiva. Benedict, en mi opinión, está por encima de la sospecha. Si quisiera el trono, ya lo tendría, utilizando métodos directos, militares. Con todo el tiempo que ha tenido, podría haber planeado un ataque que hubiera sido un éxito, incluso contra Papá. Es así de bueno y todos lo sabemos. Tú, por otro lado, cometiste una serie de errores que no habrías realizado de haber estado en completa posesión de tus facultades. Esa es la razón por la que creo tu historia, con amnesia y todo. Nadie deja que le quemen los ojos por estrategia. Gérard está a punto de demostrar su inocencia. Casi creo que está ahí arriba con Brand más por ese motivo que por deseo de protegerle. De cualquier modo, lo sabremos pronto… o de lo contrario tendremos nuevas sospechas. Random ha estado vigilado demasiado estrechamente estos últimos años como para haber tenido la oportunidad de planear todo lo que está ocurriendo. Así que está fuera. Con respecto a nosotras, especie más delicada, Flora no tiene el cerebro, Deirdre carece del valor, y yo, por supuesto, soy inocente de todo menos de malicia. Eso deja a Julián. ¿Es capaz? Sí. ¿Desea el trono? Por supuesto. ¿Ha tenido el tiempo y la oportunidad? De nuevo, sí. Él es el culpable.

—¿Hubiera matado a Caine? —pregunté—. Eran camaradas.

Arrugó los labios.

—Julián no tiene amigos —afirmó—. Esa personalidad suya helada sólo se derrite con pensamientos sobre sí mismo. Oh, en años recientes parecía estar más unido a Caine que a ningún otro. Pero incluso eso… incluso eso podría haber sido parte del plan. Fingiendo una amistad durante el tiempo suficiente para hacerla parecer creíble, así no resultaría sospechoso en este momento. Me imagino a Julián capaz de eso ya que no me imagino a Julián capacitado para mantener fuertes uniones emocionales.

Sacudí la cabeza.

—No lo sé —dudé—. Su amistad con Caine surgió durante mi ausencia, así que todo lo que sé de ella es de segunda mano. Sin embargo, si Julián estuviera buscando una amistad en la forma de otra personalidad próxima a la suya, esta sería la adecuada. Eran muy parecidos. Tiendo a creer que era real, ya que no creo que nadie fuera capaz de engañar a otra persona sobre su amistad durante años. A menos que la otra persona sea totalmente estúpida, lo cual Caine no era. Y… bueno, dijiste que tu razonamiento era subjetivo e intuitivo. El mío también lo es en algo así. No me gusta pensar que alguien es un canalla tan miserable que usaría a su único amigo de esa manera. Esta es la razón por lo que creo que tu lista no es válida.

Suspiró.

—Para una persona que ha vivido durante tanto tiempo como lo has hecho tú, Corwin, dices cosas bastante estúpidas. ¿Te cambió tu larga estancia en ese lugar raro? Años atrás, hubieras visto lo obvio, como yo.

—Tal vez he cambiado, porque ya no me parece obvio. ¿O puede ser que tú hayas cambiado, Fiona? Un poco más cínica que la niña que una vez conocí. Puede que no hubiera sido tan obvio años atrás para ti.

Sonrió suavemente.

—Nunca le digas a una mujer que ha cambiado, Corwin. Salvo si es para mejor. Solías saber eso, también. ¿Puede que sólo seas realmente una de las sombras de Corwin, enviada de regreso para sufrir e intimidar en su nombre? ¿Se encuentra el verdadero Corwin en algún otro sitio, riéndose de nosotros?

—Estoy aquí, y no estoy riéndome —dije.

Ella rio.

—¡Sí, eso es! —exclamó—. ¡Acabo de decidir que no eres tú mismo! ¡Escuchad este anuncio, todos! —gritó, poniéndose en pie—. ¡Acabo de darme cuenta de que este no es Corwin! ¡Tiene que ser una de sus sombras! ¡Acaba de anunciar que cree en la amistad, la dignidad, la nobleza de espíritu, y todas esas otras cosas que componen los romances populares! ¡Obviamente he descubierto algo!

Los otros la miraban. Se rio otra vez, y luego volvió a sentarse rápidamente.

Escuché que Flora murmuraba «borracha», retomando su conversación con Deirdre. Random dijo:

—Olvidémonos de las sombras —y volvió a la discusión que mantenía con Benedict y Llewella.

—¿Ves? —dijo ella.

—¿Qué?

—Eres insustancial —murmuró, dándome una palmada en la rodilla—. Y yo también lo soy, ahora que lo pienso. Ha sido un mal día, Corwin.

—Lo sé. Yo también me siento horrible. Pensé que había tenido una buena idea al intentar que nos pusiéramos en contacto con Brand. Y no sólo eso, sino que tuvo éxito y lo rescatamos. De mucho le sirvió a él.

—No desestimes esos toques de virtud que has adquirido —dijo—. No eres culpable de cómo acabó.

—Gracias.

—Creo que Julián puede haber tenido una buena idea —dijo—. No me siento con ganas de seguir despierta.

Me puse en pie con ella, acompañándola hasta la puerta.

—Estoy bien —dijo—. De verdad.

—¿Estás segura?

Asintió con un movimiento brusco.

—Entonces te veré por la mañana.

—Eso espero —dijo—. Ahora podéis hablar de mí.

Hizo un guiño y se marchó.

Me volví, y vi que Benedict y Llewella se aproximaban.

—¿Os vais a la cama? —pregunté.

Benedict asintió.

—Yo también —respondió Llewella, y me besó en la mejilla.

—¿Y eso a qué se debe?

—Es por muchas cosas —musitó—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Random estaba agachado ante la chimenea, removiendo el fuego. Deirdre se volvió hacia él y dijo:

—No eches más leña por nosotras. Flora y yo también nos marchamos.

—De acuerdo —dejó el atizador a un lado y se incorporó—. Que durmáis bien —les deseó cuando se marchaban.

Deirdre me dedicó una sonrisa somnolienta y Flora una sonrisa nerviosa. Yo añadí mis buenas noches y las vi marcharse.

—¿Has podido descubrir algo nuevo y útil? —preguntó Random.

Me encogí de hombros.

—¿Tú?

—Opiniones, conjeturas. Ningún hecho nuevo —dijo—. Estábamos intentando adivinar quién sería el próximo en la lista.

—¿Y…?

—Benedict cree que es un cara o cruz. Tú o él. Siempre y cuando tú no estés detrás de todo, por supuesto. También cree que tu amigo Canelón debería andar con cuidado.

—Canelón… Sí, podría ser… y se me tendría que haber ocurrido a mí. También creo que tiene razón en lo referente al cara o cruz. Incluso podría estar ligeramente inclinado en su contra, porque saben que ya estoy alerta debido al intento de achacarme la muerte de Caine.

—Yo diría que todos nosotros somos conscientes de que Benedict también ya está alerta. Dijo lo que pensaba a todo el mundo. Creo que le encantaría que lo intentaran.

Me reí entre dientes.

—Eso nivela la moneda otra vez. Creo que es un cara o cruz.

—También dijo eso. Naturalmente, sabía que te lo diría.

—Naturalmente; me gustaría que empezara a hablarme de nuevo. Bueno… no hay mucho que pueda hacer al respecto ahora —añadí—. Al infierno con todo. Me voy a la cama.

Asintió.

—Mira debajo de ella primero.

Abandonamos la habitación, dirigiéndonos hacia el hall.

—Corwin, me gustaría que hubieras sido lo suficientemente previsor como para haber traído café junto con las armas —dijo—. Me tomaría una taza.

—¿No te quita el sueño?

—No. Me gusta tomar un par de tazas por la noche.

—Yo lo echo de menos por las mañanas. Tendremos que importar algo cuando todo esto se arregle.

—No ayuda mucho ahora, pero es una buena idea. ¿Qué le pasó a Fi?

—Piensa que Julián es nuestro hombre.

—Puede tener razón.

—¿Y qué hay de lo de Caine?

—Supón que no fue una sola persona —especuló, mientras subíamos la escalera—. Supongamos que fueran dos, como Julián y Caine. Al final se pelearon, Caine perdió, Julián lo eliminó y, de paso, utilizó su muerte para debilitar tu posición. Los antiguos amigos se convierten en los peores enemigos.

—No sirve —dije—. Me mareo cuando empiezo a pensar en las posibilidades. No nos queda más salida que esperar que algo ocurra, o forzar las cosas y hacer que algo ocurra. Posiblemente sea esto último. Pero no esta noche…

—¡Hey! ¡Espera!

—Lo siento —me detuve en el descansillo—. No sé qué me ha ocurrido. Supongo que debe ser el último destello de energía antes de caer exhausto.

—Energía nerviosa —dijo, uniéndose a mí una vez más.

Continuamos subiendo, y yo tuve que hacer un esfuerzo para mantener su ritmo, ahogando el deseo de darme prisa.

—Bueno, que duermas bien —me deseó finalmente.

—Buenas noches, Random.

Él continuó por la escalera y yo me dirigí por el corredor hacia mis habitaciones. Me sentía bastante inquieto, razón por la cual se me debió caer la llave.

Extendí la mano y la cogí en el aire antes de que cayera al suelo. Simultáneamente, tuve la impresión de que su movimiento era, de alguna manera, más lento de lo que debiera haber sido. La metí en la cerradura y giré.

La habitación estaba oscura, pero decidí no encender una vela o una lámpara de aceite. Me había acostumbrado a la oscuridad bastante tiempo atrás. Cerré y atranqué la puerta. Mis ojos casi se habían habituado a la penumbra debido a la fugaz luz que entró del corredor. Me volví. También venía alguna luz de las estrellas que se filtraba por entre las cortinas. Atravesé la habitación, desabrochándome el cuello de mi capa.

Me estaba esperando en el dormitorio, a la izquierda de la entrada. Se encontraba perfectamente situado y no hizo nada que pudiera delatarle. Entré en el dormitorio. Tenía la posición ideal, mantenía la daga lista, tenía el elemento de total sorpresa a su favor. Por derecho yo tendría que haber muerto… no en mi cama, sino justo a sus pies. Cuando atravesé el umbral capté un destello de movimiento, me di cuenta de la presencia y su significado.

Me percaté de que era demasiado tarde para evitar el cuchillo incluso cuando alcé mi brazo para tratar de bloquearlo. Pero algo extraño me chocó antes de que lo hiciera la misma hoja: mi atacante parecía moverse demasiado lentamente. Rápido, con toda la tensión de la espera a su espalda… así es como debería haber sido. Yo nunca debería haberme enterado de lo que estaba sucediendo hasta después del acto, y no sé si aun entonces. No debería haber tenido tiempo para volverme parcialmente y girar mi brazo tan lejos como lo hice. Una neblina rojiza llenó mi visión, y sentí que mi antebrazo golpeaba el lado del brazo extendido al mismo tiempo que el acero tocaba mi vientre y entraba. Dentro del rojo que me invadió, parecía haber un ligero trazado de aquella versión cósmica del Patrón que había recorrido antes durante el día. Mientras me doblaba y caía, incapaz de pensar, pero todavía consciente por un momento, el diseño se hizo más claro, aproximándose. Quería huir, pero el caballo, mi cuerpo, se derrumbó. Caí.