LAS INCESANTES CEREMONIAS DE LA VIDA surgen continuamente, los humanos aparecen eternamente en el seno de la esperanza, siempre a punto de caer de la sartén al fuego: esa era la suma de la sabiduría de mi larga vida aquella noche, ofrecida en un estado de ánimo de creativa ansiedad, contestada por Random con un movimiento de cabeza y una amistosa obscenidad.

Estábamos en la biblioteca, y yo me encontraba sentado en el borde del gran escritorio. Random ocupaba una silla a mi derecha. Gérard permanecía de pie en el otro extremo de la habitación, observando algunas armas que colgaban de la pared. O tal vez lo que miraba era el aguafuerte del unicornio hecho por Rein. Fuera lo que fuere, al igual que nosotros, ignoraba a Julián, que estaba sentado desgarbadamente en una butaca al lado de las vitrinas, justo en el centro, con las piernas extendidas, los brazos cruzados y mirándose las botas. Piona —tal vez un metro cincuenta y cinco de estatura—, ojos verdes fijos en los ojos azules de Flora a medida que hablaban, allí, al lado de la chimenea, con su cabello sustituyendo el vacío hogar, ardiendo sin llamas, me recordaba, como siempre, una obra que el artista acabara de terminar. Ese lugar en el nacimiento de su cuello donde su pulgar había marcado la clavícula siempre atrajo mis ojos como la marca de un maestro artesano, especialmente cuando alzaba la cabeza, burlona o imperiosa, para mirarnos a nosotros, seres más altos. En ese momento sonrió ligeramente, sin duda consciente de mi mirada, casi una facultad clarividente cuyo reconocimiento nunca le quitó su capacidad de sorprender. Llewella, alejada en una esquina, fingiendo estudiar un libro, nos daba la espalda a todos, con sus verdes trenzas descansando unos centímetros por encima del oscuro cuello de su vestido. Nunca pude estar seguro de si la distancia que mantenía con todos se debía al odio, a la consciencia de su propia alienación, o a la simple cautela. Probablemente fuera un poco de todo. La suya no era una presencia tan familiar en Ámbar.

… Y el hecho de que nosotros constituíamos una colección de individuos en vez de un grupo, una familia, en un momento en que yo quería adquirir algo así como una identidad colectiva, una voluntad de cooperar, fue lo que me impulsó a hacer mis comentarios y lo que forzó el reconocimiento de Random.

Sentí una presencia familiar, escuché un «hola, Corwin», y allí estaba Deirdre, contactando conmigo. Extendí mi mano y cogí la suya, alzándola. Dio un paso hacia adelante, como si fuera el primer paso de un baile formal, y se acercó, mirándome. Por un instante una ventana enrejada había enmarcado su cabeza y sus hombros, y un rico tapiz había adornado la pared izquierda. Todo planeado, por supuesto. Sin embargo, efectivo. Tenía mi Triunfo en su mano izquierda. Sonrió. Los otros miraron en nuestra dirección cuando apareció, golpeándoles con aquella sonrisa, como la Mona Lisa con una ametralladora, y se volvió lentamente.

—Corwin —dijo, me besó brevemente y se apartó—. Temo haber llegado demasiado pronto.

—Nunca —repliqué, girando hacia Random, quien acababa de ponerse de pie, ganándome por segundos.

—¿Puedo ofrecerte una copa, hermana? —preguntó, tomando su mano e indicándole el bar.

—Sí, claro. Gracias.

Y la llevó consigo y le sirvió algo de vino, supongo que evitando, o al menos posponiendo, su habitual enfrentamiento con Flora. Pensaba que al menos la mayor parte de las viejas fricciones todavía estaban presentes tal como yo las recordaba. Así que si por el momento aquello me costaba su compañía, por lo menos mantenía el índice de tranquilidad doméstica, que en ese momento para mí era importante. Random puede ser bueno para esas cosas cuando quiere.

Di golpecitos en el borde del escritorio con la punta de los dedos, me froté el hombro dolorido, descrucé y volví a cruzar las piernas, pensé si debía encender un cigarrillo…

Repentinamente él estuvo allí. En el extremo más alejado de la habitación, Gérard se había vuelto hacia su izquierda, dijo algo y extendió la mano. Un instante después, estrechaba la mano izquierda y única de Benedict, el miembro que faltaba de nuestro grupo.

De acuerdo. El hecho de que Benedict eligiera aparecer a través del Triunfo de Gérard en vez del mío era su modo de expresar sus sentimientos hacia mí. ¿Era también la señal de una alianza para mantenerme a raya? Por lo menos había sido un movimiento calculado para hacer que me lo cuestionara. ¿Habría sido Benedict quien le sugiriera a Gérard nuestro ejercicio de la mañana? Probablemente.

En ese momento Julián se puso de pie, cruzó la habitación y saludó a Benedict, dándole la mano. Esta actividad atrajo a Llewella. Se volvió, cerrando su libro y poniéndolo a un lado. Sonriendo, avanzó y saludó a Benedict, le hizo un movimiento de cabeza a Julián, y le dijo algo a Gérard. La improvisada conferencia continuó, animándose. Una vez más, de acuerdo.

Cuatro y tres. Y dos en el medio…

Esperé, mirando al grupo del otro lado de la habitación. Ya estábamos todos presentes, por lo que les podría haber pedido su atención para comenzar lo que tenía en mente. Sin embargo…

Era demasiado tentador. Estaba seguro de que todos nosotros podíamos sentir la tensión. Era como si repentinamente se hubieran activado en la habitación dos polos magnéticos. Tenía curiosidad por ver cómo quedarían conformados los lados.

Flora me lanzó una rápida mirada. Dudaba de que hubiera cambiado durante la noche… a menos que, por supuesto, hubiera surgido algún nuevo acontecimiento. No, estaba seguro de que había anticipado bien el siguiente movimiento.

Y no me equivoqué. Pude escucharla mencionar que tenía sed y que le gustaría una copa de vino. Se volvió parcialmente e hizo un movimiento en mi dirección, como si esperara que Piona la acompañara. Dudó por un momento cuando esto no sucedió, convirtiéndose repentinamente en el foco de atención de todos; dándose cuenta de ello, tomó una decisión rápida, sonrió y avanzó hacia mí.

—Corwin —dijo—, creo que me gustaría una copa de vino.

Sin volver la cabeza ni quitar la vista del grupo delante mío, llamé por encima del hombro.

—Random, ¿le servirías una copa de vino a Flora?

—Por supuesto —replicó, y escuché los sonidos necesarios para ello.

Flora asintió, dejó de sonreír, y pasó más allá de mí hacia mi derecha.

Cuatro y cuatro, dejando a la querida Fiona ardiendo brillantemente en el centro de la habitación. Siendo totalmente consciente de ello y disfrutándolo, inmediatamente se volvió hacia el espejo oval de marco oscuro y complejamente tallado, que colgaba en el espacio libre entre las dos estanterías más próximas. Comenzó a arreglarse un mechón de cabello suelto en la cercanías de su sien izquierda.

Su movimiento produjo un resplandor verde y plata entre las rojas y doradas geometrías de la alfombra, cerca del lugar donde había descansado su pie izquierdo.

Yo tenía el deseo simultáneo de maldecir y sonreír. La consumada zorra jugaba con nosotros otra vez. Aunque siempre era notable… Nada había cambiado. Sin maldecir ni sonreír, avancé, tal como ella sabía que lo haría.

Pero Julián también se aproximó, y un poco más rápidamente que yo. Él estaba algo más cerca, y tal vez lo detectó una fracción de segundo antes.

Lo recogió, haciéndolo oscilar suavemente.

—Tu brazalete, hermana —ofreció amablemente—. Parece haber olvidado tu muñeca. Aquí tienes… permíteme.

Ella extendió la mano, ofreciéndole una de esas sonrisas de párpados caídos mientras él le volvía a abrochar la cadena de esmeraldas. Cuando terminó, él cogió su mano entre las suyas y comenzó a volverse para regresar a su esquina, desde donde los otros trataban de mirar por el rabillo del ojo mientras fingían estar ocupados.

—Estoy seguro de que te divertirá mucho el chiste que estábamos a punto de compartir —comenzó él.

La sonrisa de ella se hizo incluso más encantadora mientras soltaba su mano.

—Gracias, Julián —replicó—. Estoy segura de que cuando lo escuche me reiré. Pero me temo que seré la última, como siempre —se volvió y cogió mi brazo—. Creo que tengo más ganas —añadió— de una copa de vino.

Así que la llevé conmigo y vi que se la sirvieran. Cinco y cuatro.

Julián, al que le desagrada mostrar sentimientos fuertes, tomó una decisión pocos momentos después y nos siguió. Se sirvió una copa, bebió de ella, me estudió durante diez o quince segundos, y luego dijo:

—Creo que ya estamos todos presentes. ¿Cuándo piensas comenzar con lo que sea que tengas en mente?

—No veo ningún motivo para que lo sigamos retrasando —respondí— ahora que todo el mundo ha tenido su turno. —Entonces alcé la voz y la dirigí a través de la habitación—. Ha llegado la hora. Pongámonos cómodos.

Los demás se fueron acercando; se colocaron sillas y se sirvió más vino. Un minuto más tarde comenzó la audiencia.

—Gracias —dije cuando cesaron todos los ruidos—. Tengo un cierto número de cosas que me gustaría decir. El curso de los acontecimientos dependerá de lo que ocurra antes, y entraremos en ello inmediatamente. Random, cuéntales lo que me dijiste ayer.

—De acuerdo.

Retrocedí hasta el asiento que había detrás del escritorio y Random avanzó para ocupar su borde. Me recliné y escuché de nuevo la historia de su contacto con Brand y su intento de rescatarlo. Fue una versión condensada, sin las especulaciones que dominaban mi consciencia desde que Random las colocara allí. Pero a pesar de su omisión, el tácito descubrimiento de las implicaciones pasó por la mente de todos. Estaba seguro de ello. Esta fue la razón principal por la que quise que Random hablara primero. Si yo simplemente hubiera intervenido para exponer mis sospechas, seguramente se me habría acusado de intentar la por tanto tiempo honrada práctica de apartar la atención de mí… acto que inmediatamente hubiera sido seguido por los ruidos aislados, agudos y metálicos de sus mentes cerrándose en mi contra. De esta manera, a pesar de cualquier pensamiento de que Random pudiera contar lo que yo quisiera que dijese, le escucharían, y mientras tanto, sus mentes no pararían de hacerse preguntas. Jugarían con las ideas, intentando primero deducir la razón por la que yo había convocado esta asamblea. Dejarían el tiempo suficiente para permitir que los hechos se asentaran inmediatamente después de la corroboración. Y se estarían preguntando si podríamos presentar la evidencia. Yo mismo me estaba haciendo esa pregunta.

Mientras esperaba y me hacía preguntas, observaba a los otros, ejercicio infructuoso y sin embargo inevitable. La simple curiosidad, incluso más que la sospecha, me obligaba a escrutar esos rostros en busca de reacciones, pistas, indicaciones… en las caras que conocía mejor que ninguna, hasta los límites de mi comprensión de tales cosas. Y, por supuesto, no me indicaron nada. Tal vez sea verdad que miras a una persona la primera vez que la ves, y después de eso coges rápidos atajos cada vez que la reconoces. Mi cerebro es lo suficientemente perezoso como para darle credibilidad a esa idea, usando sus poderes de abstracción y la presunción de regularidad para evitar, siempre que es posible, el trabajo. Aunque esta vez me obligué a mirar, pero esto tampoco ayudó. Julián mantenía su máscara entre aburrida y divertida. Gérard aparecía alternativamente sorprendido, enojado, y pensativo. Benedict simplemente tenía un aspecto adusto y de sospecha. Llewella parecía tan triste e inescrutable como siempre. Deirdre, distraída; Flora, condescendiente; y Piona estaba estudiando a los demás, incluido yo, reuniendo su propio catálogo de reacciones.

De lo único que pude estar seguro después de un tiempo, era que Random estaba causando una gran impresión. Mientras que nadie se traicionaba, vi que el aburrimiento desaparecía, desvaneciéndose la vieja sospecha mientras la nueva cobraba vida. El interés creció entre mi familia. Casi era fascinación. Entonces todo el mundo tuvo preguntas. Primero unas pocas, luego montones.

—Esperad —interrumpí—. Dejad que acabe. Todo. Algunas de ellas se responderán por sí mismas. Haced las otras después.

Hubo gruñidos y asentimientos, y Random continuó hasta el final real. Esto es, continuó hasta nuestra lucha con las criaturas en casa de Flora, indicando que eran de la misma especie de la que había matado a Caine. Flora corroboró esta parte.

Entonces, cuando surgieron las preguntas, los observé cuidadosamente. Mientras preguntaran sobre el material de la historia de Random, todo estaría bien. Pero yo quería cortar el asunto poco antes de las especulaciones de que alguno de nosotros estuviera detrás del asunto. Tan pronto como surgiera eso, se hablaría de mí y aparecería el olor de arenque rojo frito. Esto podría conducir a palabras desagradables, haciendo que surgiera un estado anímico que yo no estaba ansioso por crear. Mejor que fuéramos primero por las pruebas, dejando para después las recriminaciones, y si fuera posible arrinconar al culpable ahora, consolidando allí mismo mi posición.

Así que observé y esperé. Cuando sentí que el momento vital se estaba aproximando demasiado, detuve el reloj.

—No sería necesaria esta discusión ni estas especulaciones —dije—, si conociéramos todos los hechos ahora. Y puede que haya una manera de conseguirlos… ahora mismo. Esa es la razón por la que estáis aquí.

Lo conseguí. Tenía su atención. Estaban preparados. Incluso ansiosos.

—Propongo que intentemos contactar con Brand y traerlo a casa —anuncié—, ahora.

—¿Cómo? —me preguntó Benedict.

—Los Triunfos.

—Ya se intentó —dijo Julián—. No se le puede alcanzar de esa manera. No responde.

—No me estaba refiriendo a la manera normal —observé—. Os pedí a todos que trajerais los Triunfos con vosotros. Confío que los tengáis.

Todos asintieron.

—Bien —proseguí—. Saquemos el Triunfo de Brand ahora. Propongo que los nueve intentemos contactar con él simultáneamente.

—Una idea interesante —dijo Benedict.

—Sí —corroboró Julián, sacando los suyos y buscando entre ellos—. Al menos vale la pena intentarlo. Puede que genere poder adicional. No lo sé.

Localicé el Triunfo de Brand. Esperé hasta que los otros lo hubieran encontrado. Luego dije:

—Coordinemos las cosas. ¿Estáis preparados?

Los ocho asintieron.

—Entonces adelante. Intentémoslo. Ahora. Estudié mi carta. Los rasgos de Brand se parecían a los míos, pero era más bajo y delgado y su cabello similar al de Piona. Vestía un traje de montar verde. Estaba sobre un caballo blanco. ¿Hacía cuánto tiempo de esto? ¿Cuánto?, me pregunté. Tenía algo de soñador, de místico, de poeta; Brand siempre estaba desilusionado o contento, era cínico o se entregaba por completo. Sus sentimientos nunca parecían encontrar un terreno intermedio. Catalogarlo como un maníaco depresivo sería emplear un término demasiado fácil para su complejo carácter, sin embargo podría servir para indicar una dirección de partida, con multitud de calificativos que llenaran el camino a partir de ahí. Continuando con esto, debo admitir que hubo momentos en que lo encontré completamente encantador, considerado y leal, como para estimarlo por encima de toda mi familia. En otros momentos, sin embargo, podía ser tan amargo, sarcástico, y totalmente salvaje, que intentaba evitar su compañía por miedo a hacerle daño. La última vez que le había visto fue en una de estas ocasiones, justo antes de que Eric y yo tuviéramos la pelea que condujo a mi exilio de Ámbar.

… Y esos eran mis pensamientos y sentimientos mientras observaba su Triunfo, lanzando mi mente hacia él, mi voluntad, abriendo el sitio vacío que buscaba que él llenara. A mi alrededor los demás revisaban sus propios recuerdos, haciendo lo mismo.

Lentamente la carta fue cobrando una cualidad de sueño-polvo, adquiriendo la ilusión de profundidad. Siguió esa sensación borrosa, familiar, con el sentido de movimiento que anuncia el contacto con el sujeto. El Triunfo se hizo más frío bajo mis dedos, y entonces los contornos fluyeron y se formaron, consiguiendo una repentina solidez de visión, persistente, dramática, completa.

Parecía estar en una celda. Había un muro de piedra detrás suyo. Había paja en el suelo. Estaba encadenado, y su cadena iba directamente a un enorme anillo empotrado en el muro por encima y detrás de él. Era una cadena bastante larga, que le dejaba suficiente espacio para moverse, factor que aprovechaba, ya que yacía sobre un montón de paja y harapos en una esquina. Su pelo y barba estaban bastante largos, y su cara más delgada que nunca. Su ropa estaba hecha jirones y sucia. Daba la impresión de estar dormido. Mi mente retrocedió hasta mi propio encarcelamiento… los olores, el frío, la humedad, la soledad, la locura que aparecía intermitentemente. Por lo menos a él todavía le quedaban los ojos, ya que parpadearon y pude verlos cuando varios de nosotros pronunciamos su nombre; eran verdes, con un aspecto vacío e ido.

¿Estaba drogado? ¿O pensaba que alucinaba?

Pero repentinamente su espíritu volvió. Se puso en pie. Extendió la mano.

—¡Hermanos! —exclamó—. ¡Hermanas!

—¡Voy! —escuchamos un grito que sacudió la habitación.

Gérard se había puesto en pie de un salto, tirando su silla.

Se lanzó a través de la habitación y cogió un enorme hacha de batalla que colgaba de la pared. Se lo pasó por la muñeca, manteniendo el Triunfo en esa misma mano. Luego extendió su mano libre y repentinamente estuvo allí, cogiendo a Brand, que eligió ese momento para desmayarse otra vez. La imagen fluctuó. El contacto se rompió.

Maldiciendo, busqué en el paquete el Triunfo de Gérard. Varios de los otros parecían estar haciendo lo mismo. Localizándola, busqué el contacto. Lentamente, girando, se produjo la unión. ¡Allí!

Gérard había estirado la cadena a través de las piedras del muro y la estaba atacando con el hacha. Sin embargo era pesada, y resistió sus poderosos golpes durante un buen rato. Eventualmente, varios de los eslabones quedaron aplastados y marcados, pero él la había estado golpeando unos dos minutos, y el ruido alertó a los guardias.

Se escucharon ruidos desde la izquierda… sonido de llaves, el deslizarse de barras, el crujir de bisagras. Aunque mi campo de percepción no se extendía tan lejos, parecía obvio que la puerta de la celda se estaba abriendo. Brand se puso en pie una vez más. Gérard continuaba golpeando la cadena.

—¡Gérard! ¡La puerta! —grité.

—¡Lo sé! —rugió, pasando la cadena alrededor de su brazo y tirando de ella. No cedió.

Entonces soltó la cadena y golpeó con el hacha cuando uno de los guerreros de los espolones en las manos se lanzó sobre él esgrimiendo la espada. El tipo cayó, para ser reemplazado por otro. Entonces un tercero y un cuarto se amontonaron a su alrededor. Otros les seguían detrás.

En ese momento hubo un movimiento borroso y Random apareció de rodillas en la celda, con su mano derecha sujetando la de Brand mientras su izquierda mantenía la silla ante él como si fuera un escudo, con las patas hacia adelante. Se puso en pie de un salto y se lanzó sobre los atacantes, empujando la silla como un carnero embistiendo. Retrocedieron. Levantó la silla, moviéndola en un semicírculo. Uno yacía muerto en el suelo, cercenado por el hacha de Gérard. Otro se había hecho a un lado, cogiéndose el muñón de su brazo derecho. Random sacó una daga y la dejó en un estómago cercano, le aplastó el cráneo a dos más con la silla, e hizo retroceder al último hombre. Misteriosamente, mientras ocurría esto, el hombre muerto se elevó del suelo y lentamente fue subiendo a la deriva, chorreando y goteando todo el rato. El que había sido apuñalado cayó de rodillas, cogiendo el puñal.

Mientras tanto, Gérard había agarrado la cadena con las dos manos. Apoyó un pie contra el muro y comenzó a tirar. Sus hombros se alzaron mientras los grandes músculos se tensaban en toda su espalda. La cadena resistió. Tal vez diez segundos. Quince…

Entonces, con un chasquido, se partió. Gérard trastabilló hacia atrás, manteniendo el equilibrio al extender la mano. Miró atrás, aparentemente a Random, que en ese momento estaba fuera de mi línea de visión. Satisfecho en principio, se volvió, agachándose y cogiendo a Brand, que se había vuelto a desmayar. Sosteniéndolo en sus brazos, giró y extendió una mano por debajo de su cuerpo. Random apareció otra vez a la vista a su lado, sin la silla, y también nos hizo un gesto.

Todos extendimos las manos hacia ellos, y un momento después estuvieron entre nosotros, que los rodeamos.

Había surgido una especie de alegría exaltada mientras nos abalanzábamos sobre él para tocarlo, para verlo; era nuestro hermano, que había estado ausente todos estos años y que justo ahora acabábamos de arrebatárselo a sus misteriosos carceleros. Y al fin, esperanzadoramente, tal vez algunas respuestas también habrían sido liberadas junto con él. Sólo que tenía un aspecto tan débil, tan delgado, tan pálido…

—¡Atrás! —grito Gérard—. ¡Dejad que lo lleve hasta el sofá! Entonces podréis mirar…

Silencio absoluto. Todos habíamos retrocedido para quedarnos luego como piedras ante la visión de sangre en las ropas de Brand, fresca y chorreante. De su costado izquierdo sobresalía un cuchillo que ninguno de sus carceleros pudo haberle clavado en la celda. Alguien de la familia había intentado hundírselo en el riñón. No me reconfortó el hecho de que la Conjetura de Random-Corwin de que Había Uno de Nosotros Detrás de Todo acabara de recibir una significativa corroboración. Durante un instante concentré todas mis facultades en un intento de fotografiar mentalmente la posición que ocupaba cada uno cuando liberamos a Brand. Entonces el hechizo se rompió. Gérard llevó a Brand al sofá y todos nos apartamos; nos dábamos cuenta no sólo de lo que había ocurrido, sino de lo que implicaba.

Gérard puso a Brand boca abajo y le arrancó la sucia camisa.

—Traedme agua limpia —dijo—. Y toallas. Conseguidme una solución salina y glucosa… Traedme un equipo médico completo.

Deirdre y Flora se dirigieron hacia la puerta.

—Mis habitaciones son las más próximas —dijo Random—. Una de vosotras encontrará allí un equipo médico. Pero el único lugar donde hay suero es en el laboratorio en el tercer piso. Será mejor que vaya y os ayude.

Se marcharon juntos.

Todos habíamos recibido educación médica en algún momento de nuestras vidas, tanto aquí como en la Sombra. Aunque lo que aprendimos en la Sombra tenía que ser modificado en Ámbar. La mayoría de los antibióticos de los mundos de sombra, por ejemplo, no servían aquí. Por otro lado, nuestros procesos inmunológicos personales parecían funcionar de manera diferente al de las otras personas a las que habíamos estudiado, por lo que resulta mucho más difícil para nosotros llegar a tener una infección… y en caso de tenerla, la tratamos de una manera más expeditiva. Es que también poseemos unas marcadas capacidades regenerativas.

Lo cual tiene que ser así, por supuesto, ya que el ideal necesariamente es superior a sus sombras. Y amberitas que somos, y conscientes de estos hechos desde nuestra infancia, todos recibimos una educación médica en una época temprana de nuestras vidas. Básicamente, a pesar de lo que a menudo se dice sobre ser tu propio médico, esto se basa en nuestra justificada desconfianza de casi todo el mundo, y en mayor medida de aquellos que pueden tener nuestras vidas en sus manos. Lo cual explica parcialmente el porqué no aparté a Gérard a un lado para tratar a Brand yo mismo, a pesar del hecho de que yo había pasado por una facultad de medicina en la Tierra de sombra durante las últimas generaciones. La otra parte de la explicación es que Gérard no permitía que nadie se acercara a Brand. Julián y Piona se habían aproximado, aparentemente con la misma idea en mente, sólo para encontrarse con el brazo de Gérard como una barrera en un cruce de vías.

—No —dijo—. Sé que yo no lo hice, y eso es lo único que sé. No habrá ninguna segunda oportunidad para nadie más.

Si cualquiera de nosotros hubiera tenido esa clase de herida en un estado físico sano, diría que si superaba la primera media hora, lograría sobrevivir. Aunque Brand… El estado en el que se encontraba… No se sabía.

Cuando los otros volvieron con el material y el equipo, Gérard limpió a Brand, suturó la herida, y la vendó. Enganchó el suero, le quitó las esposas, rompiéndolas con un martillo y un cincel que Random había localizado, cubrió a Brand con una sábana y una manta, y le volvió a tomar el pulso.

—¿Cómo está? —pregunté.

—Débil —respondió, y acercó una silla, sentándose al lado del sofá—. Que alguien me traiga mi espada… y una copa de vino. No bebí antes. También un poco de comida, si queda algo en la mesa, estoy hambriento.

Llewella se dirigió a la mesa y Random le trajo la espada que estaba detrás de la puerta.

—¿Piensas quedarte aquí? —preguntó Random, alcanzándole el arma.

—Sí.

—¿Y si trasladáramos a Brand a una cama mejor?

—Está bien donde se encuentra. Yo decidiré cuándo se le puede mover. Mientras tanto que alguien encienda un fuego en la chimenea. Luego apagad algunas de esas velas.

Random asintió.

—Lo haré yo —dijo. Después cogió el cuchillo que Gérard había extraído del costado de Brand, un estilete fino, con una hoja de unos dieciséis centímetros de largo. Lo sostuvo sobre la palma de su mano.

—¿Reconoce alguien esto? —preguntó.

—Yo no —contestó Benedict.

—Ni yo —dijo Julián.

—No —afirmé.

Las chicas sacudieron la cabeza.

Random lo estudió.

—Se puede esconder fácilmente… en una manga, en una bota o una chaqueta. Hizo falta mucha sangre fría para usarlo de esa manera…

—Desesperación —añadí yo.

—… y una precisa anticipación de nuestra escena multitudinaria. Fue un acto perfectamente planeado.

—¿Pudo haberlo hecho alguno de los guardias? —preguntó Julián—. ¿Allí en la celda?

—No —respondió Gérard—. Ninguno se acercó lo suficiente.

—Parece un cuchillo perfecto para ser arrojado de lejos —comentó Deirdre.

—Lo es —corroboró Random, sopesándolo con la punta de los dedos—. Sólo que ninguno tuvo la posibilidad de un buen lanzamiento, o la oportunidad. Estoy seguro.

Llewella volvió, llevando una bandeja con rodajas de carne, media barra de pan, una botella de vino y una copa. Vacié una mesa pequeña y la coloqué al lado de la silla de Gérard. Mientras Llewella depositaba la bandeja, preguntó:

—¿Pero por qué? Eso sólo nos deja a nosotros. ¿Por qué uno de nosotros querría hacerlo?

Suspiré.

—¿De quién crees que pudo haber sido prisionero? —pregunté.

—¿Uno de nosotros?

—Sí, en caso de que hubiera descubierto algo que debía permanecer en secreto. La misma razón sirvió para encerrarlo donde estaba y mantenerlo allí.

Frunció las cejas.

—Eso tampoco tiene sentido. ¿Por qué no lo mataron y acabaron con el asunto?

Me encogí de hombros.

—Tendría alguna utilidad para ellos —aventuré—. Pero sólo hay una persona que pueda responder a esa pregunta adecuadamente. Cuando lo encuentres, pregúntale a él.

—O a ella —dijo Julián—. Hermana, repentinamente pareces ser demasiado ingenua.

La mirada de ella quedó clavada en los ojos de Julián, un par de icebergs reflejando frígidos infinitos.

—Tal como recuerdo —dijo—, te levantaste de la silla cuando aparecieron, giraste a la izquierda, rodeaste el escritorio y permaneciste ligeramente a la izquierda de Gérard. Te inclinaste bastante hacia adelante. Y creo que tus manos estaban fuera del campo de visión.

—Y tal como yo recuerdo —siguió él—, tú también estabas a una distancia desde donde podías clavarle el cuchillo, a la izquierda de Gérard… e inclinada hacia adelante.

—Tendría que haberlo hecho con mi mano izquierda, y yo soy diestra.

—Tal vez le deba la poca vida que todavía posee a ese hecho.

—Pareces terriblemente ansioso, Julián, de descubrir que fue otra persona.

—De acuerdo —corté—. De acuerdo. Sabéis que esto no conduce a ningún lado. Sólo uno de nosotros lo hizo, y esta no es la manera de descubrirlo.

—A él o a ella —añadió Julián.

Gérard se levantó, irguiéndose por encima de nosotros, y nos miró furioso.

—No dejaré que molestéis a mi paciente —exclamó—. Random, dijiste que te ibas a encargar del fuego.

—Ahora mismo —dijo Random, y comenzó a hacerlo.

—Vayamos hasta la sala de estar que hay en el hall principal de abajo —sugerí—. Gérard, pondré a dos guardias fuera de la habitación para que monten vigilancia ante la puerta.

—No —dijo Gérard—. Prefiero que cualquiera que lo intente pueda llegar hasta aquí. Os daré su cabeza por la mañana.

Asentí.

—Bien, puedes llamarnos si necesitas algo… o contacta con uno de nosotros a través del Triunfo. Te contaremos por la mañana cualquier cosa que hayamos podido averiguar.

Gérard se sentó, gruñó, y comenzó a comer. Random encendió el fuego y apagó algunas luces. La manta de Brand subía y bajaba al ritmo de su respiración, lenta pero regularmente. Salimos en silencio de la habitación y nos dirigimos hacia las escaleras, dejándolos allí juntos, con el fuego crepitando, los tubos y las botellas.