CAPÍTULO 39
LOGROÑO - PENSIÓN BOTÓN DE ORO
29 DE JULIO DE 1938 - 20:30 HORAS
Rubén Gayarre se abrochó los cordones de sus botas meticulosamente, muy despacio, asegurándose de que en cada gesto encontraría la fuerza para lo que se disponía a hacer.
A continuación, sacó el chaleco de camuflaje y se lo puso sobre la camisa verde.
Se miró en el espejo del armario.
Toda su vida, desde que tenía uso de razón, había sido un buen cazador.
Desde los cuatro años, había vivido junto a una escopeta. Sabía moverse por el monte con seguridad. Sabía seguir un rastro.
El asma, según su padre, era una prueba que le había puesto el Señor para que se esforzase.
Rubén Gayarre tenía una virtud por encima de todas las demás: la fuerza de su voluntad. Era capaz de sobreponerse a todos los obstáculos y salir adelante. Cuando le rechazaron en el Ejército al principio de la guerra, lejos de venirse abajo, tomó la determinación de convertirse en una pieza esencial en la contienda.
Y lo había conseguido.
Desde su puesto en Inteligencia, tenía acceso a más información que la mayoría de los oficiales.
Gracias a eso, había sido posiblemente uno de los primeros en Logroño en enterarse de que aquel chico que había salido en la fotografía del periódico local, Rodrigo Sandiego, había desertado. Un héroe que se había pasado al otro bando. Le había hecho llegar el dato a Agustina Palacios, por una vía indirecta, por supuesto; no quería ser el portador de una noticia que él consideraba tan beneficiosa para sus intereses, no quería que Agustina y mucho menos Sofía vieran en sus ojos la esperanza de que ella se olvidara por fin de aquel traidor. Prefería que todo ocurriera de un modo más casual, por decirlo de alguna forma.
Rubén Gayarre se sentía cómodo caminando por la sombra, sin ser visto.
Por eso, cuando Agustina le contó que Sofía se había ido abruptamente y le pidió ayuda para encontrarla, él abrazó a la mujer y le prometió que la encontraría.
Si algo se le daba bien, era olfatear.
Además, tenía la ventaja de contar con información de primera mano acerca de todo lo que ocurría en el frente. Sabía que, si quería encontrar a Sofía, lo primero era encontrar a Rodrigo. Lo extraño era que a esas alturas no supiera que estaba con el Batallón 22. Pero eso sólo se debía a la peculiar manera que tenía el comandante Durán de hacer las cosas, tomando sus propias decisiones, y sin dar cuenta a casi nadie. Sus éxitos le avalaban y había conseguido un estatus especial.
No obstante, no era más que cuestión de tiempo que Rubén lo descubriera.
La información era su fuerte.
La otra cosa que se le daba bien a Rubén Gayarre era disparar un rifle.
Cuanto más lejos de su objetivo, mejor.
Contra un ciervo o un jabalí lo había hecho cientos de veces.
Llegado el caso, contra un ser humano no podía ser muy distinto.
Rubén tomó su mochila, sus dos rifles, se miró por última vez en el espejo, y salió de la habitación.