30
Todos los seres humanos tienen recuerdos que solo contarían a sus mejores amigos; tienen otros que solo se contarían a sí mismos en el mayor de los secretos. Pero además, hay cosas que uno ni siquiera se atreve a contarse a sí mismo.
FIÓDOR MIJÁILOVICH DOSTOYEVSKI, Memorias del subsuelo
—Ten cuidado, Lucas, no querrás que se derrame una sola gota. —La voz de su madre, su amenaza.
Aferra la pesada bandeja y recorre la sala sirviendo las mesas. Esquiva manos que le quieren tocar, pies que le quieren hacer la zancadilla y labios que le quieren besar mientras las botellas oscilan a punto de caerse.
—Ven aquí, Lucas. Mi amigo quiere conocerte —la voz de Oriol. Su mirada fría—. Le debo un favor y tú vas a ayudarme a pagarlo. No te preocupes, él te dirá cómo hacerlo, no será complicado solo tienes que quedarte muy quietecito.
La bandeja cae al suelo, las botellas se rompen. Oriol sonríe y lo agarra. Lo tira al suelo de un bofetón. Su ebrio amigo ríe a carcajadas. No tiene dientes.
Un joven Marcel está sentado cerca, lo observa y niega con la cabeza. «Te lo advertí —parecen susurrar sus labios—. Conmigo hubiera sido todo mucho más fácil.»
Lleva tiempo ofreciéndole protección a cambio de caricias indeseadas. Lucas siempre lo ha rechazado. Ahora se arrepiente. El prestamista lo habría salvado si lo considerara suyo. Ahora no hará nada, excepto esperar su turno y pagar a su padre.
Se revuelve en el suelo. Alguien le rompe los pantalones.
Oriol se ríe.
—No seas tan escrupuloso, pórtate bien y será rápido, ni siquiera te vas a enterar —susurra.
Lucas le escupe. Poco más puede hacer.
—Eres un mal hijo. ¿No vas a ayudarme a pagar las deudas?
Un peso sobre él, asfixiándole. Una rodilla separándole las piernas. Dedos recorriéndole el trasero. El aliento del borracho en su nuca.
Estira los brazos buscando algo con lo que defenderse y encuentra una de las botellas rotas. La empuña alzando la mano con desesperación.
Un alarido. Sangre cayendo sobre su cara.
La presión sobre él cesa. El borracho se ha apartado. Un tajo abre su rostro desde la ceja hasta la comisura de su desdentada boca. Una boca que le amenaza mientras Oriol hace restallar el cinturón sobre su espalda.
Rueda por el suelo y echa a correr. Salta la barra y entra en la cocina. La mujer que hay allí, una puta vieja que cada mañana le da a escondidas mendrugos de pan, le tiende un cuchillo y le señala la puerta.
—No dejes que te cojan.
Corre hacia el puerto. Hacia el mar. Allí será libre.
Hace frío, el viento sopla con fuerza, las olas se levantan por encima del espigón haciéndole trastabillar. Sigue corriendo. La cara mojada por el mar, por las lágrimas. Sus pies desnudos tropiezan. Cae.
Y entonces lo siente.
Su fétido aliento en la nuca.
Sus dedos tirándole del pelo.
El hombre sin dientes le ha atrapado.
Y Lucas se vuelve cuchillo en mano.
Se lo clava una y cien veces en el estómago, ante la atónita mirada de Oriol.
Pero el hombre no le suelta, sus dedos están engarfiados en su pelo. Y Lucas le hunde de nuevo la afilada hoja. La piel se abre, la sangre resbala por su muñeca, las tripas caen sobre su mano. Las olas se estrellan contra ellos. Los empujan contra las rocas.
Y él no le suelta.
Y Oriol los mira molesto.
—¿Te das cuenta de que la estás organizando? Esto no entraba en el plan, ¿cómo le voy a explicar a Marcel que has matado a su hombre? Se va a enfadar y no es lo que se dice compasivo —masculla arrugando la frente—. Se suponía que tenía que hacerte pasar un mal rato, aterrorizarte un poco, y luego, cuando Marcel interviniera convirtiéndose en tu salvador, tú caerías en sus brazos voluntariamente. Lo has estropeado todo —sisea disgustado—. No pienso cargar con el muerto —suelta y se acerca a ellos.
Lucas le mira aterrorizado mientras intenta escapar de los dedos que se enredan en su pelo, mientras clava el cuchillo en las tripas vacías del hombre sin dientes.
—Le diré que os perdí la pista en el puerto —afirma Oriol indiferente, dándole un fuerte empujón que le saca de la plataforma del espigón.
Y Lucas cae al agua. El hombre sin dientes aún aferrado a él.
Suelta el cuchillo y patalea hasta escapar. Nada hacia la superficie. Las olas lo empujan contra la escollera. Le desuellan la espalda en cada golpe. Un último esfuerzo. Aire, por fin. Y una mano se aferra a su pie, hundiéndole de nuevo. Y a través del agua que vuelve a cubrirle ve a Oriol. Oriol que le mira y se ríe.
Lucas patalea, sin aire, sin fuerzas, sin esperanzas.
Los dedos del hombre sin dientes se aflojan en su tobillo.
Las olas lo empujan contra el espigón, donde Oriol le espera riéndose.
Y Lucas nada hacia la playa.
Alicia escuchó el casi inaudible gemido y saltó a la silla de ruedas. Atravesó el corredor hasta la habitación de Lucas e intentó abrir la puertaventana. Estaba cerrada desde dentro. La golpeó mientras escuchaba los quedos gemidos. Nadie acudió a abrir. Se dirigió al estudio para salir desde allí a la galería. Recorrió el corto trayecto hasta el dormitorio e intentó girar el pomo de la puerta, este no se movió. También estaba cerrada desde el interior.
Olvidándose de todo decoro, pegó el oído a la madera. Lo escuchó gemir en un tono muy bajo y de repente: el silencio. Un silencio tensó, opresivo, carente por completo de sonidos. Y tras este, el estertor agónico de alguien que intenta respirar y no lo consigue.
—¡Mamá, capitán! —gritó con todas sus fuerzas mientras se deslizaba por la galería tan rápido como sus brazos se lo permitían—. Lucas se está ahogando...
Biel salió al instante al pasillo, su mirada voló hasta la puerta cerrada de su nieto. Ningún sonido escapaba tras ella. Miró a su pupila. ¿Cómo había oído ella algo que él no había conseguido escuchar?
—Se ha encerrado. He intentado entrar y no puedo... y se está ahogando —gimió desesperada, dándole la respuesta a su pregunta.
—Jana, avisa al señor Abad —ordenó bastón en mano dirigiéndose al dormitorio de Lucas.
Al llegar allí comprobó que, efectivamente, la puerta estaba atrancada y que por los sonidos del interior, parecía que su nieto se estuviera asfixiando. En silencio, sin articular más palabras que los jadeos agonizantes propios de los moribundos.
Golpeó la puerta, exigiendo con potente voz que esta fuera abierta, pero solo le contestó un escalofriante grito. Luego, el silencio. Y tras este, un resuello aterrador.
—Apártese, capitán —La voz de Enoc. Serena. Imperturbable.
Una fuerte patada contra la cerradura, y esta saltó, abriéndose la puerta.
Biel se precipitó dentro, con Alicia, Jana y Enoc tras él.
—Dios santo...
Lucas estaba estirado sobre la cama, los ojos ciegos fijos en el techo y la boca abierta en un mudo grito mientras su pecho se estremecía en busca de un aire que no conseguía inhalar. El cuerpo tan arqueado que su espalda ni siquiera tocaba el colchón mientras sus dedos arañaban el cabecero con desespero, intentando quizá aferrarse a la pulida superficie. Mantenía las piernas juntas y extendidas, y las sacudía sin apenas fuerzas, como si unas garras invisibles de las que no podía deshacerse tiraran de sus pies. De repente se quedó inmóvil, sus ojos se cerraron y todo su cuerpo cayó laxo, sin vida. Y al instante siguiente un gemido desgarrado y la lucha comenzó de nuevo con renovado y aterrador ímpetu.
Alicia apartó al capitán de su camino, se deslizó hasta la cama y tomó el rostro de Lucas con ambas manos.
—Estoy aquí, contigo —susurró pegando su cara a la de él, aterrorizada. Nunca le había visto así, siempre conseguía detener sus pesadillas antes de llegar a ese punto—. Nadie te va a hacer nada. No lo permitiré.
Lucas la miró sin ver e, intentando aferrarse al cabecero, continuó debatiéndose contra las sábanas enredadas en sus pies.
—El capitán está aquí —exclamó Alicia, y él se detuvo un instante—. Tu abuelo ha venido. ¿No oyes el bastón? —Lucas volvió a quedarse inmóvil y giró apenas la cabeza, escuchando—. Está en el cuarto, con nosotros, y va a romperle los dedos al hombre sin dientes.
Y Biel hizo lo único que se le ocurrió hacer. Elevó el bastón sobre su cabeza y lo descargó con fuerza sobre el lecho, junto a los pies de su nieto.
Lucas encogió las piernas en un espasmo y al instante siguiente gateó con rapidez sobre la cama hasta quedar acurrucado contra el cabecero, todo su cuerpo convulsionándose mientras se aferraba trastornado al borde de la pulida madera.
—Lucas, tranquilo. No pasa nada —susurró Alicia posando una mano sobre las de él. Lucas se soltó al instante, asiéndose a sus dedos—. El capitán está aquí, contigo, va a protegerte, no dejará que te pase nada...
Lucas giró lentamente la cabeza y dirigió hacia el anciano una aterrorizada mirada llena de vergüenza. La mirada de un niño asustado. De un hombre atrapado en horribles pesadillas.
—No me eche de casa, capitán. No lo haga —suplicó asustado aferrándose a las manos de Alicia—. No fue culpa mía, se lo prometo. Se tumbó sobre mí y lo intentó, pero no le dejé hacerlo. ¡Lo juro! ¿Tú me crees, Alicia? —La miró suplicante y ella asintió con la cabeza—. Le clavé la botella en la cara y eché a correr. Pero me siguió. Le clavé el cuchillo pero no se moría. Mire, capitán... las tripas, las tengo en mis manos —le tendió sus manos vacías a la vez que se encogía más y más sobre sí mismo—, lo intenté, pero no se moría... ¡No quería morirse! —Se calló de repente, acobardado—. ¿Me va a echar de casa porque lo he matado?
—Claro que no, Lucas. Nadie te va a echar de tu casa —afirmó Biel acercándose a él despacio, temiendo que se asustara aún más e intentara escapar.
Lucas miró a Alicia y reculó hacia el otro extremo de la cama, alejándose del capitán, para que este centrara su atención en él y no en ella. Tenía que protegerla. No podía dejar que se enfadara con Alicia cuando ella solo había querido ayudarle.
—¿Me va a empujar? —musitó con voz infantil. Biel negó con la cabeza, deteniendo su avance—. Ahora soy listo, no voy a decir nada —susurró conspirador bajando de la cama y retrocediendo de espaldas, sin apartar la vista de su abuelo—. Marcel no tiene por qué enterarse de que el hombre sin dientes no quiere morirse. —Biel asintió en silencio y Lucas pareció tranquilizarse un poco—. Dígale a Oriol que no me tire al agua...
—No te tirará, te lo prometo —le aseguró Biel tendiéndole la mano.
Lucas detuvo su huida y estrechó los ojos, atento a la mano de su abuelo.
—¿Le dirá que no se ría?
—Nadie se reirá de ti —aseveró Biel dando otro paso hacia su nieto.
—¡Oriol sí lo hará! —gritó Lucas tapándose la cabeza con los brazos—. Me empujará y me ahogaré. ¡Mírelo! Me mira y se ríe. Se ríe y se ríe. Dígale que no se ría, capitán... —susurró resbalando hasta el suelo.
Alicia, consciente de que no podía acceder con la silla de ruedas hasta donde Lucas se encontraba, saltó sobre el lecho y culebreó para llegar al otro extremo de la habitación.
Biel la detuvo con un gesto y recorrió el estrecho pasillo entre la cama y la pared para llegar hasta su nieto. Y luego, hizo lo que nunca antes había hecho: se arrodilló renqueante usando la pared como apoyo y envolvió al asustado muchacho entre sus fuertes brazos sin importarle que este intentara apartarse de él.
—Me ocuparé de todo, no tengas miedo —afirmó sin permitir que Lucas escapara de su abrazo—. Nadie va a volver a reírse de ti ni a hacerte daño, no lo voy a consentir.
—¿Ni siquiera Marcel?
—Ni siquiera él. No volverá a acercarse a ti, yo me encargaré de eso. No vas a volver a tener pesadillas, ¿me escuchas? Se acabaron. Nadie te va a atacar mientras duermes. Yo vigilaré tus sueños, y si alguien se acerca le golpearé con el bastón.
—Anna me defendía con su muleta... —musitó Lucas tembloroso.
—Yo soy más fuerte que ella. Cuando pego hago más daño —afirmó un poco celoso.
—Le ha roto los dedos al hombre sin dientes...
—Sí. Lo hice. Ya no podrá agarrarte nunca más.
—¿Hará que Oriol deje de reírse? Ahora ya soy listo, no debería reírse de mí.
—No lo volverá a hacer, le romperé la boca con el bastón si lo hace.
Lucas volvió a estremecerse y, acurrucándose contra el recio cuerpo del capitán, estalló en silenciosos sollozos.
Biel lo sostuvo entre sus brazos, mostrando una paciencia que jamás había tenido. Esperó hasta que dejó de temblar y su respiración se volvió pausada. Y en ese momento, consciente del dolor artrítico que le atormentaba las rodillas y de que le iba a ser imposible levantarse con Lucas en brazos, le hizo un gesto a su antiguo oficial.
Enoc se acercó silencioso hasta ellos y en el instante en que intentó coger a Lucas, este despertó sobresaltado y apartándose bruscamente, miró a su alrededor confundido.
—¿Qué puñetas hacéis todos aquí? —gimió poniéndose en pie.
—Has tenido una pesadilla... —susurró Alicia.
Lucas la miró sobrecogido al comprender que no todo había sido parte de la pesadilla. Se tambaleó como si le hubiesen golpeado y un gruñido que era casi un gemido abandonó sus labios antes de que pudiera silenciarlo y erguirse de nuevo.
—Fuera de mi cuarto... —siseó herido—. ¡Largaos todos! ¡El espectáculo se ha terminado! —exclamó saltando sobre la cama para dirigirse a las puertas cristaleras que daban al exterior.
—Señor Abad, Jana, Alicia, por favor, retírense a dormir... —ordenó Biel aún sentado en el suelo. Todos obedecieron, excepto Alicia que se trasladó a su silla para ir en pos de Lucas. Lo encontró aferrado a la balaustrada del corredor. Respiraba agitado, meciéndose adelante y atrás a la vez que negaba con la cabeza.
—Creí que seguía en la pesadilla, por eso dije... esas cosas —susurró cuando la sintió tras él—. ¿Qué pensará el capitán de mí? ¿Qué piensas tú de mí? —inquirió estremeciéndose.
—Que eres el hombre más valiente que he conocido nunca —susurró ella con cariño—. Era necesario que lo soltaras, Lucas, no podías seguir guardándotelo dentro —intentó tomarle la mano, pero él se apartó con brusquedad, regresando de nuevo al dormitorio.
—Vuelve a la cama, Alicia —le ordenó antes de cerrar con un fuerte portazo que hizo temblar los cristales. Cuando se giró comprobó agradecido que todos habían salido de la habitación. Todos, menos su abuelo, quien sentado en el suelo le observaba con atención—. Váyase, capitán —le pidió cuando vio que el anciano no tenía intención de moverse.
—No puedo —replicó Biel permitiendo por primera vez que le viera vulnerable—. No llevo bastón por gusto, sino porque mis rodillas fallan. Hasta que no me ayudes a levantarme no vas a poder deshacerte de mí. —Le tendió la mano, desafiante.
Lucas tragó el nudo que tenía en la garganta, y acercándose a él le sujetó con fuerza por el antebrazo, los dedos de su abuelo se engarfiaron con fuerza en el suyo mientras tiraba de él para levantarle. Esperó hasta que tomó el bastón con la mano libre y luego intentó soltarse.
Biel no se lo permitió.
—No volverás a huir ni a esconderte —le advirtió sujetándole con dedos férreos.
—Yo no huyo ni me escondo —escupió Lucas intentando soltarse, sin conseguirlo.
—Me alegra oír eso, porque todavía tenemos una conversación pendiente. ¿Qué ocurrió la noche que te escapaste de aquí?
—¡Suélteme! —gimió Lucas empalideciendo mientras forcejeaba para escapar de las garras de su abuelo.
—Acabas de decir que no huyes ni te escondes. ¿Qué eres, un mentiroso o un cobarde?
—Un cobarde —musitó bajando la mirada—. Un maldito cobarde.
—Ningún cobarde volvería a nadar cerca del espigón en el que estuvieron a punto de ahogarle. Y tú lo has hecho —replicó Biel apretándole el brazo con sus fuertes dedos—. ¿Qué ocurrió esa noche, Lucas? Vomítalo de una vez y acaba con el miedo.
Lucas giró la cabeza, su mirada azul fija en las puertas cristaleras que daban al corredor.
—¿Cuántos años tenías cuando Oriol intentó ahogarte? —Biel cambió la pregunta al comprender que si quería saber tendría que ir poco a poco.
—Iba a cumplir diez.
—¿Dónde estaba Anna esa noche? —inquirió; por lo poco que conocía a la mujer, estaba seguro de que hubiera dado su vida por protegerle de aquello.
Lucas se encogió de hombros.
—Aún no la conocía. Me encontró a la mañana siguiente, en la playa. Me arrastró hasta su casa.
—¿A la Barceloneta? —Lucas asintió—. Tenías que ser un niño muy enclenque para que pudiera llevarte...
—No sé cómo lo consiguió. Estaba muy delgado, pero era casi tan alto como ella —le contó, tambaleándose. Biel lo empujó hasta la cama, donde ambos se sentaron—. Me curó las heridas y yo no hice más que gruñirle.
—Es el carácter de los Agramunt —le defendió Biel.
—Anna tiene peor genio que usted, se lo aseguro —murmuró Lucas frotándose las rasposas mejillas.
Biel sonrió y continuó haciendo preguntas sin importancia aparente que Lucas se apresuraba a responder.
—... Enfermó. La vi empeorar día a día, hasta que no podía levantarse de la cama sin perder la respiración. Fue entonces cuando le pedí dinero a Marcel, sabía que él me lo daría aunque no se lo pudiera devolver... —se detuvo para corregirse—. Me lo dio porque sabía que no se lo iba a devolver. Tenía que pagarle de otra... manera. Y entonces apareció usted y pagó mi deuda. No pensaba volver a pedirle prestado nunca más. —Lucas centró la mirada en los oscuros ojos de su abuelo—. Se lo juro.
—Te creo.
—Pero cuando el director me dijo que Anna moriría si la sacaba de allí...
—Debí escucharte cuando intentaste decírmelo.
—Y yo debí quedarme y hacerme escuchar en vez de salir huyendo. Soy un cobarde.
—No lo eres.
—Sí lo soy. Acudí a Marcel e hice un trato con él. Está obsesionado conmigo desde que vivía en Las Tres Sirenas. Intentó enredarme en sus jueguecitos cuando era un niño, y no le sentó bien que le rechazara. Me costó muchas palizas —confesó flexionando las rodillas y envolviéndose estas con los brazos—. La noche que escapé de aquí no lo rechacé.
Biel silenció el rugido que pugnaba por escapar de sus labios. Marcel había estado presente durante toda la conversación. Al igual que Oriol. Ambos habían convertido la infancia de su nieto en una pesadilla. Una pesadilla que se repetía cada noche. Apretó con firmeza el hombro de Lucas, instándole a continuar.
—Acepté cada uno de sus juegos sin protestar —murmuró mostrándole las marcas de abrasiones que aún enrojecían sus muñecas—. Ese era el trato. Si yo no protestaba él se ocuparía de Anna. Acepté los azotes en silencio, pero luego él me soltó y me dijo que me doblara sobre una mesa. Que separara las piernas. Sentí su aliento en la nuca y la pesadilla se hizo real otra vez. Así que le golpeé y hui. A pesar de que necesitaba que pagara el tratamiento de Anna. Mi miedo pudo haberle costado la vida... sí soy un cobarde.
—No lo eres, Lucas. Nadie, ni siquiera yo, habría aguantado lo que tú aguantaste.
Lucas negó con la cabeza y luego escondió el rostro entre sus rodillas.
—Ahora que lo sabe todo... ¿Quiere que me vaya de su casa? —preguntó en voz baja.
Esta vez el rugido sí escapó de la boca de Biel, quien aferró con brusquedad a su nieto por el cabello, obligándole a levantar la cabeza.
—Eres mi nieto y estoy orgulloso del niño que eras y del hombre en el que te has convertido. Y nada va a cambiar eso nunca. ¡Me has escuchado bien, marinero, o necesitas que te lo diga más claro! —exclamó furioso.
Lucas lo miró perplejo y acto seguido le abrazó con fuerza.
Y Biel le abrazó a su vez, amenazándole con terribles castigos si volvía a dudar de su valentía o de cualquier otra cosa que él decidiera. Era su abuelo y su deber como nieto era obedecerle y creerle en todo. Y no había más que hablar.
Tiempo después, permitió que sus brazos soltaran el cuerpo laxo de su nieto y lo tumbó despacio en la cama. Permaneció unos minutos mirándole, hasta que se convenció de que estaba completamente dormido. Se levantó renqueante para abrir la puertaventana y que la brisa del amanecer refrescara la habitación.
Y en ese momento se encontró con los preocupados ojos de Alicia.
—¿Has estado en el corredor todo este tiempo? —inquirió perplejo.
—¿Cómo está Lucas? —fue la respuesta de la muchacha.
Biel se hizo a un lado y Alicia se deslizó al interior de la habitación. Retiró con cariño un mechón de pelo que había caído sobre los ojos de Lucas y perfiló con ternura las líneas tensas de su frente hasta que estas desaparecieron. Luego posó la palma de la mano sobre su mejilla rasposa a la vez que le daba un afectuoso beso en la sien.
Biel observó asombrado como su nieto, completamente dormido, se removió hasta que su cabeza reposó contra la de Alicia. Contempló en silencio como se mecía contra la mano que le acariciaba el rostro mientras movía inquieto los brazos, buscando algo. Algo que encontró en el mismo momento en que Alicia le dio la mano y los dedos de ambos se entrelazaron.
Arqueó una ceja al percatarse de que lo que sucedía en el corazón de ambos jóvenes era mucho más profundo de lo que había pensado. Sonrió complacido. Iba a tener que vigilarles con suma atención.
Esperó un instante, hasta que Alicia cerró los ojos y su respiración se acompasó con la de Lucas, y luego abandonó la habitación para dirigirse a la suya. Allí encontró a Jana despierta y esperándole.
—Más tarde te contaré lo que ha sucedido, pero ahora, por favor, ve con Lucas, le he dejado con Alicia. —Entró en el vestidor para cambiarse—. No debes quitarles la vista de encima —advirtió asomando la cabeza.
—No seas ingenuo, capitán, llevo semanas sin quitarles la vista de encima, y aun así, estoy segura de que encontrarán sus rincones igual que nosotros encontrábamos los nuestros —afirmó ella—. Deberías preocuparte menos de vigilarles y más de buscar una solución.
Biel enarcó una ceja, no cabía duda de que su esposa tenía razón. Acabó de vestirse y se dirigió a la sala de mapas, donde, tal como imaginaba, encontró a Enoc. Ambos hombres conversaron unos instantes en voz baja.
—Ocúpese de ello, señor Abad. No me importa a quién tenga que recurrir ni cuánto deba pagar. Simplemente, resuélvalo.
—No será necesario recurrir a nadie, capitán. Pero sí deberá tener paciencia, ahora estará alerta, esperando su reacción. Debemos dejar que se relaje. Y luego... será un inmenso placer cumplir sus órdenes.