1 abril, viernes
El trenillo este no vale dos reales. Dicen que era de los ingleses y que los argentinos, para no depender de nadie, se lo compraron. ¡Vaya un negocio! Los tercerolas llevan los asientos tan tiesos que al cabo de dos horas no puede uno con las espaldas. A lo que dicen no llegamos a Santiago hasta mañana a la noche. Paciencia y barajar que diría el otro. En el departamento viaja un uruguayo que le dicen Guardner y trabaja en Montevideo en una fábrica de vidrio. Le pregunté por la caza y me salió con que es su pasión. ¡También es casualidad! Le dije cómo andaba Chile de eso, y él que de Chile no sabía una palabra, porque él paraba en Mendoza, a ver a una tía, pero que en el Uruguay una escopeta regular baja cuarenta perdices en la jornada sin necesidad de correr mucho monte. Le pregunté si es la perdiz roja y dijo que nanay, que por aquí no queda más que parda, que es un bicho que se arranca de los mismos pies y chilla como un pendón. Luego le dije que de liebres qué, y él que aquí ni caso, pero, en cambio, matan el carpincho, que es como un conejo gigante con una piel muy hermosa. Le pregunté si en Chile se daba también el carpincho y me salió con que ya me había dicho que de Chile no sabía una palabra. La chavala no se movió de la ventanilla en todo el día de Dios. Porfía que no se ve un pueblo ni para un milagro y que las vacas andan por todas partes como sin dueño. Ya la dije que reparase en que los campos estaban cercados y que de alguien sería el ganado que hubiese dentro. A la una nos echamos al cinto los bifes que nos pusieron en la estación. Estoy que no sé de qué postura ponerme; no puedo con las espaldas, vamos. En cuanto que oscureció, la chavala se tumbó en el banco, apoyó la cabeza en mi muslo y hasta Mendoza. Las mujeres, ya se sabe, descabezan un sueño en la punta un alfiler.
2 abril, sábado
Amanecía Dios cuando llegamos a Mendoza. Dicen que esto es la tierra del vino. Por probar y mientras se arreglaba el cambio de tren, me ferié una botella. ¡Tampoco tienen mal precio las condenadas! Luego me tuve que ocupar de las maletas y armé un cisco con un panoli que me preguntaba si quería despachar las valijas o las llevaba conmigo. Le dije que las llevaba conmigo, pero facturadas y fue él y las separó. Entonces le pregunté por qué ponía mis valijas aparte y el cipote salió a voces que las llevaba conmigo y que los demás iban a despacharlas. Ya quemado le dije que qué coños querían decir con eso de despacharlas, que eso no era cristiano, y entonces el gilí se atocinó y nos pusimos los dos a voces. Menos mal que terció uno que me hizo ver que facturar y despachar eran una misma cosa.
En un minuto nos metimos en los Andes. ¡Madre, qué picos! Yo me recordaba de los tesos nuestros y la gozaba. La verdad es que uno junto a estos montes queda más chico que una hormiga. El trenillo iba para arriba echando los bofes; daba agonía el verle. Por todas partes hay nieve y eso que aquí ni se ha acabado el verano. En una de las rampas de junto a la vía se arrancó, de repente, una liebrota como un burro y anduve siguiéndola con la vista hasta que se perdió. Digo que si aquí hay liebre, abajo, en los valles, han de andar en rebaños. Estaba de mal café desde lo de las valijas, pero el animalito este me ha cambiado el talante. La chavala se puso de palique con una religiosa que subió en Mendoza y no lo dejaban. Más arriba parece que uno hubiera bebido. No sé si será la sugestión o qué, pero es tal como si tuviera una piedra encima del pecho. En las cimas, empezaron a volar los cóndores. ¡La madre que los echó y qué majestad tienen los condenados! Los babosos de ellos con el collarón blanco y la jeta pelada parecen aves de mal agüero, pero la fetén es que vuelan como los ángeles. Entre éstos y la liebre, estoy negro; no veo la hora de dar gusto al dedo. La monja dice que en el Hostal de Farellones tienen disecado uno y que mide más de tres metros de envergadura. ¡Toma del frasco! A media tarde llegamos arriba y luego el tren empezó a bajar. Si uno mira los picos y, más abajo, al abismo, se le va la cabeza. La monja se apeó en un pueblo y nos quedamos la chica y yo mano a mano. Desde que se hizo noche hasta Santiago no hicimos más que calentarnos la cabeza con planes para el futuro. A última hora pasamos la aduana y como si nada. Sólo quitaron las valijas a una prójima que las llevaba llenas de cortes de traje. ¡Las habrá aprovechadas!
Al entrar en Santiago, con tantas luces y tantas voces por el altavoz y tantas horas de tren no acertaba a abrir la boca. Aquello era un hormiguero y la chavala y yo no hacíamos más que mirar la foto del tío Egidio, la que se hizo durante la mili, aunque ya llovió. Cuando el tren paró nos plantamos en la ventanilla como pasmarotes y de repente se acercó un gacho y la Anita tuvo una corazonada y dijo «¡ése es!» y empezó «tío, tío» y el hombre se acercó sonriendo talmente como los conejos y dijo: «Vos sois la Anita», y la chavala se arrancó a llorar como una lela y yo le sonreía al tío, porque sabía que nada al principio como caerle en gracia. Le dimos las valijas por la ventanilla y fuimos por las otras donde el furgón. Al cabo, se nos acercó una tipa así como implada, de buenas carnes, y el tío dejó las valijas en el suelo y dijo que era su viejita y ella que éramos dos cabros no más y la Anita le plantó dos besos y la tía añadió que salir fuera, que con los parlantes no había manera de entenderse. Ni sé qué se habrá querido decir la gilí con eso de los cabros, pero se me hace que con esta fulana habrá que andar con ojo. Yo le dije al tío Egidio que llamar un mozo, pero me salió con que si yo era un hombre joven, y no tuve más remedio que apencar con las valijas y sonreír a lo bobo. A la puerta había una furgoneta del tiempo de la Nana y dijo el tío que lo pusiera allí y luego me preguntó si manejaba. Le dije que si manejaba qué, y él saltó con que cuál iba a ser, y ya le dije lealmente que no entendía y él, entonces, sin más, se puso como de mal café y se plantó al volante. Detrás íbamos los tres sentados en unas tablas y con la cabeza gacha para no pegarnos en el techo cuando botaba. Y al tío todo se le volvía decir: «Esto es la alameda O’Higgins»; «Esto San Francisco»; «Esto el parque Japonés»; «Esto tal»; «Esto cual» y luego decía: «Lindo ¿no?» y la Anita y yo que muy lindo, aunque no veíamos ni papa. Cuando se detuvo, en una calle ancha, de casas de un solo piso, nos dijo que era la Recoleta y que era un sitio tranquilo y que más allasito estaba el negocio y a dos cuadras, el cementerio. ¡No te giba! Por hablar de algo le pregunté por qué eran las casas tan bajas y él se rio y salió con que buen detalle era que al señor marido de la Anita le picara la curiosidad por las cosas y que las casas eran así por los temblores, pues. La chavala dijo si era cierto que había muchos y él dijo que temblorcitos como moscas. La tía no hacía más que mirarnos y decir que parecíamos dos cabros, no más, y sonreír a la mandria. ¡No te amuela!
Nos apeamos y entonces salió una tipa con jeta como de mora y dijo la tía que era la niña de mano y ella nos miraba todo el tiempo sin dejarlo y el tío dijo que era una mapucha de Temuco. Yo, por lo de la curiosidad, le dije que qué era mapucha y él que india, araucana y que Temuco, la reducción. Iba a preguntarle qué era la reducción, pero se me hizo que la cosa olía ya a cachondeo y lo dejé. Luego, en la cena, apenas pudimos abrir el pico, porque el tío se lo dice todo. La casa no vale dos reales, por más que él como si fuera un palacio. Nos acostamos temprano y anduvimos cuchicheando hasta las tantas. Dice la chavala, y no le falta razón, que ya le lleva años el tío a la tía. La dije que ciertamente y que se me hacía que el tío era así un poquito agarrado, pero ella saltó con que a cuento de qué decía eso y cerré el pico para no gibarla. No sé por qué me parece que aquí no voy a hacer carrera. La pieza es muy chica y la cama está pegada a la pared de forma que si yo quiero bajar a orinar tengo que pasar por encima de la chavala. Tampoco hay una mala silla donde doblar la ropa, ni nada de nada. En fin, mañana será otro día. Estoy que no puedo ni con mi alma.
3 abril, domingo
El tío ni palabra. Parece como si yo hubiera venido aquí a pegar la gorra. Eso sí, en el café se emperró en ponerme cinco terrones y no tuve otro remedio que aguantar. ¡Vamos, que la cosa tiene guasa! A pique estuve de decirle que aunque pobre, ni la Anita ni yo, a Dios gracias, venimos de pasar necesidad. Callé la boca, sin embargo, para no poner peor las cosas. La tía se pasó la mañana cantando y la machucha, o como se llame el pellejo ese, yendo de acá para allá como un fantasma. A las doce, subimos a misa, a San Francisco, y estuvimos viendo la Alameda como Dios manda. ¡Ya tiene tráfico esta ciudad, ya! Dice el tío Egidio que como no hay «metro» todo sale por fuera, y no le falta razón. Lo cierto es que aquí hay carros de todos los tamaños y todos los colores. El tío cogió la pichicharra de que debía aprender a distinguirlos desde el primer día y allá anduvimos parados en el bordillo como lelos, tres cuartos de hora. Él preguntaba: «¿Ese?» y yo tenía que decirle: «micro», o «liebre» o «colectivo», o lo que fuese, y él decía: «Bien» o «no»; y si decía «no» yo tenía que repetir hasta que acertara. Me giba lo que nadie sabe esto de que me traten como a un piernas. Uno, me parece a mí ya ha demostrado que sabe desenvolverse, y lo que no sepa hoy ya lo aprenderá mañana, que tampoco se ganó Zamora en una hora, como yo digo.
Camino de casa el tío Egidio nos enseñó los negocios del centro y la calle Ahumada, y la Plaza de Armas, y los principales monumentos, pero de que la tía dijo que tomar unas pichanguitas, él que aligerásemos que era la hora del rancho. Luego se pasó la tarde cascando y sólo al final preguntó cómo se las arreglaba su hermano allá. Le dije lealmente que el negocio le daba para ir tirando y él movía la cabeza de un lado a otro y sonreía a lo bobo. Después cogió la perra de su barraca y no lo dejó hasta la hora de cenar. ¡Vaya un pico de oro que se gasta el gilí! La tía agarró la baraja y preguntó si jugábamos a la canasta. Ya le dije que no y entonces se puso a hacer montones ella sola. A la hora de acostarnos, salió con que había olvidado el correo y nos dio dos cartas de allá. La chavala dijo que leerlas en la cama, se amonó entre las sábanas y que las leyera en alto y despacio. Según leía me iba entrando por el pecho como un ansia y apenas si podía pronunciar. La carta de los viejos, ya se sabe, vengan recomendaciones, que si el médico, que si el frío, que si el tío Egidio. Se empezó a mover la cama, miré para la Anita y la gilí toda la almohada empapada. Me hice el soca para que se desahogara a gusto, pero cuando me puse a leer la de Melecio, casi no había de qué. El vaina de él que cuando se vio solo en Barcelona le parecía que andaba en otro planeta y que en el tren de regreso era tal y como si fuese acompañando un entierro. Piensa vacunar a la Doly contra el moquillo a pesar de que es vieja y poca utilidad puede rendirle, pero el animal es ya para él como uno de la familia. Al terminar, la chavala me dijo que se acordaba de su casa y que no lo podía remediar. Ya le dije que eso ahora no contaba y que no volviera a mentar a lo bobo lo que habíamos dejado, porque no conducía a nada más que a gibar la parte. Así y todo yo no pude dejar de pensar en Melecio, y en la Amparo, y en el Mele, y en todo hasta que me quedé roque. ¡Anda y que tampoco tenemos kilómetros por medio!
4 abril, lunes
Desde la ventana se ven los picos de los Andes, con las puntas nevadas, y sólo de mirarles se le encoge a uno el ombligo. Es como si uno estuviera encerrado, órdiga. ¡Virgen, qué agonía! Luego eso de no tener nada que hacer más que pensar en la vida de la mañana a la noche. Esto no me gusta un pelo. Yo debería decirle al tío que necesito darle al parche cuanto antes para matar el gusanillo. Pero, lo que yo me digo: ¿Cómo va a reaccionar este hombre? Él porfía que en unos días no haga más que comer y dormir, que tiempo habrá de lo demás y que ahora a reponerme. Ya le dije que bien repuesto estaba, que llevo casi un mes tocándome la barriga, pero él me salió, no sé a cuento de qué, que de siempre los españoles fuimos muy orgullosos. La chavala anda como lela y a la legua se ve que está afectada. Me giba lo que nadie sabe la manera de ser de esta mujer. La verdad es que se gasta un temperamento que no hay Dios que la entienda. Ayer, allá y suspirando por venir aquí, hoy aquí, suspirando por volver allá. La fetén es que la chavala se ha llevado un desengaño de órdago por más que ella diga misa. Pero, al fin y al cabo, lo que yo me digo, ¿que el tío no es lo que creíamos? Bueno; eso, me parece a mí, no quiere decir nada; a unos les gusta airear los billetes y a otros candarlos. Cada uno es cada uno.
A la tarde dimos un clareo con la tía. La dije lealmente que me chocaba la cantidad de mendigos y ella que no eran mendigos, sino rotos y que los rotos son tan caballeros como el que más. No sé, no sé. Puede que sean caballeros, pero la fetén es que con esos sombreros y esos pantalones que se gastan, los gilis talmente parecen Cantinflas.
Nos sentamos en una fuente de soda de la calle Ahumada y parece que la chavala salió de mejor garbo. A la noche le dije, con toda la buena intención, que comprendía que se hubiera llevado un desengaño, pero que le echara calma al asunto. Ella saltó, tan chulilla, que desengaño a cuento de qué. Ya la dije, en buen plan, que no tuviera rostro y que no me tirara de la lengua, pero como si no. Acabé recordándola lo de los negros y todo lo demás y fue ella, entonces, y se arrancó a llorar de unas formas que inclusive devolvió y todo. En la cama quise contentarla pero ni por pienso; la panoli retiraba la mano cada vez que la iba a tocar.
Verdaderamente será difícil que yo me aclimate. Me da a mí el corazón que aquí no hay nada que hacer.
5 abril, martes
Hoy me llevó a la barraca el tío. El negocio es de postín, pero parece poco atendido. A la puerta había un cantinflas de esos y yo le saludé y el cipote se quitó el sombrero. ¡No te giba! Me dijo el tío que él empezó barriendo la oficina, y luego de recadero, y luego en la tupi, y luego de chupatintas, y luego de socio, y terminó quedándose con todo. Le dije lealmente que ya era mérito, y él que sólo un poquito de conocimiento de la vida y que yo haría otro tanto porque sabía por su hermano que yo era un hombre capaz y que en América el que trabaja y es capaz hace platita. Cuando me dijo que había ampliado el negocio el año anterior pensando en nosotros aproveché para soltarle que quería empezar cuanto antes a currelar, porque no tengo coraje para aguantar que otro me eche de comer. El hombre se reía como un conejo y me prometió que al tiro y que ya hablaríamos en casa del asunto. Según me mostraba el taller pasé un sofoco del demonio cuando le vi con la sacristía abierta, enseñando el faldistón de la camisa. Ya es la segunda vez que le pillo así. Los gilís de la sierra se daban de codo y se coñeaban y ya le dije que «tío, la bragueta», y él se miró, y se vio lo blanco y, tan pancho, salió con que desde joven es muy distraído, y se cerró la ventana como si tal cosa.
A la chavala se la pasó el berrinche. Esta tarde agarramos una micro y anduvimos dando clareos por cinco pesos hasta que cayó la noche. La ciudad ésta tiene vida, como yo digo, aunque desde luego no es Buenos Aires. Eso sí, a monumentos no creo que nadie la achante. Y la gente es cariñosa, que lo mismo que digo una cosa digo la otra. De regreso, la chavala se emperró en poner la radio a ver si cogíamos España. La cogimos y sólo de sentir el habla de allá se me puso el corazón como una pasa. Lo que yo le digo a la Anita, uno no será un animal de bellota, pero tiene sus querencias como cada quisque.
6 abril, miércoles
Quedan ochenta calas y el tío sin explicarse. Hoy las cambié y me largaron 700 pesos. La chavala, loca, que hemos hecho chamba; ya la dije que menos chamba, puesto que si por un diario te sacan aquí quince pesos y por una merienda doscientos, tampoco vamos muy lejos con siete de los pequeños. El tío, a ver, una de dos, o me pone a trabajar o afloja la mosca.
A la tarde me llegué al Consulado. De regreso me colé en un bar y el cipote del mostrador de que me oyó hablar me salió con que ¡pucha, un coño! Ya le dije que sin ofender y el torda recogió velas y que había querido decir español. Le hice ver que tampoco eran formas, vamos, y él, de buenos modos, que es un decir, porque coño es la primera palabra que los españoles tenemos en la boca. Le aclaré que eso, como todo, es cuestión de educación, y que a mí no me gusta hablar mal por la misma razón que no me peta andar desaseado. El gilí se dio a razones y dijo que pagaba un trago y que disculpase y que qué quería decir, pues, la palabra esa. Le expliqué y él soltó el trapo y me salió con que de dónde era y se lo dije y le pregunté su nombre y salió con que Lautaro y le dije, entonces, si eso era un alias o nombre cristiano. El mandria se reía las muelas y porfió que en Chile todos se llaman así. ¡No te giba! Lo cierto es que trago va trago viene terminé un poquillo mamado y entonces le dije que cuando amasara un carro de plata le pagaría un pasaje para que conociera mi país y que ya vería cosa fina. Luego no acertaba a encontrar la casa del tío, y la chavala, de que me echó la vista encima, se puso así como implada, se arrancó a llorar y no la vi el pelo hasta la hora de cenar. El tío me puso jeta y andaba como pensativo y al acostarnos me salió con que mañana conversaremos. Luego les sentí discutir en la pieza y la tía decía que tomarse un trago es natural en un gallo joven, pero el tío decía que mierda, y que cuándo le había visto a él curadito, y que si el gallo andaba así antes de ganar un peso qué sería luego. A la chavala no hubo manera de sacarla una palabra del cuerpo y de que apagué la luz, la sentí llorar como si hubiera en casa una desgracia. ¡La cosa tiene pelotas, vamos!
7 abril, jueves
Fui con el tío esta mañana a la barraca, me metió en su despacho, trancó la puerta y sin más coplas, me plantó que mi primer cometido sería de cobro de los mandados, para corretear facturas, y que embolsaría 180 pitos diarios. Así, de primeras, no me pareció mal, pero de que eché la cuenta por dentro y reparé que eran 18 pelas, tentado estuve de cantarle cuatro verdades. Pepita en la lengua no tengo. Me subió un sofoco a la cara que para qué, pero el gacho me doró la píldora y me salió con que de esta manera conocería en poco tiempo la ciudad y luego ya conversaríamos. Me preguntó si contento, y yo, como un vaina, que a ver. Pero no debió verme muy pispo que digamos porque empezó con que si él llegó aquí con lo puesto, y sin un tío macanudo que le echase una manita, y que pasó dos meses en el campo recogiendo paltas y durmiendo en una parva, y que si sabía cuánto ganaba por una jornada de peón. Le respondí lealmente que no, y él, para acoquinarme, que cinco pesos diarios. Callé la boca, pero de sobras me sé yo que cinco pesos de hace treinta años ya serían lo que ahora quinientos; lo que ocurre es que para estos viejales un peso siempre es un peso y no quieren darse cuenta de que el peso no hay que mirarle y lo que hay que mirar es el pan. A pesar de que no abrí el pico, el marrajo cogió carrerilla y me preguntó si sabía lo que le quedaba de cinco pitos diarios y le dije que, claro, no, y él que cuatro, y yo le dije entonces que bueno, tío, eran otros tiempos, pero eso le cabreó y se puso a voces que todos los tiempos eran buenos o malos, que eso va en los gallos, si son capaces o no, y yo le dije que por probar, probaría, y él me salió con que hiciera caso de su consejo y dejara el tinto a un lado. Por no oírle le dije que bueno, y que mañana empezaría, pero el cipote se puso loco, como si me hubiera ciscado en su madre, y salió con que mal principio, y que cuando a uno le ofrecen un empleo debe decir ahorita, no más, y no demorarlo, y que el que dice mañana no es más que un flojo y un roto de mierda. Tentado estuve de decirle que a mí no me levantó la voz ni mi padre, que gloria haya, y que a fin de cuentas con 180 pesos me limpio yo el ojete. Bien sabe Dios que si cerré el pico fue en atención a la chavala y a su barriga, y que en otras circunstancias ni el tío Egidio ni San Egidio me agarran a mí para el chorizo. ¡No te amuela el torda este! Lo que le sobra al candongo de él es labia, como yo digo, y a la próxima habrá que decirle que la historia de las paltas ya me la sé y que me cuente ahora la de risa. Le pedí las facturas y he pasado el día de acá para allá como un zascandil, sin más que una hora para comer. A fin de cuentas tampoco me va a perjudicar, creo yo, informarme del terreno que piso, por la que pueda tronar.
A la chavala la puse al corriente al acostarnos. Le pregunté qué le parecía y la panoli que si me había creído que el tío iba a hacerme socio de la noche a la mañana; que, de principio, es natural que desconfíe. Le dije que tampoco eso, pero que 180 pesos eran más o menos dieciocho pelas y que eso lo gana allá un pelado con la gorra y que para tanto como eso no hace falta correr mucho mundo. Ella, de que me vio atufado, calló la boca como mejor solución. Tardé en dormirme dándole vueltas al asunto.
8 abril, viernes
Hoy me dijo el hocicudo de Efrén, el carrero, que también él es español, de la parte de Zamora, y que lleva cinco años acá tomando las medidas a la ciudad. Le pregunté si cinco años sin salir de carrero, y él que y gracias, que allá mucho cuento con América, pero que él ha corrido ya tres países y en ninguno atan los perros con longaniza. Le confesé que ayer me pegué una pechada de órdago cobrando facturas y me dijo que más tonto soy yo, que haciendo la mitad gano lo mismo. Eso también es cierto, que, al fin y a la postre, uno no lleva parte en los beneficios. Le pagué un trago donde Lautaro y luego le pregunté qué clase de patrón era mi tío. Me dijo que más o menos, pero fuera de eso, chitón. Se conoce que cinco años dando patadas por el mundo le han enseñado a candar la boca. El Efrén tiene así, al primer vistazo, jeta de acelga, pero tratado no resulta mal rapaz.
A Lautaro le pregunté por la caza y dice que más o menos, que él tiene unos parroquianos que suben los domingos y matan al rato y que cualquier día me presentaría un gallo que en asuntos de caza no hay quien le enseñe nada. Quedé con Efrén en estudiar a diario nuestras veredas y ver el camino que podemos hacer juntos y que para que mi tío no diga, le aguardaré en la esquina. Lo que haga en el carro lo ahorro en la micro y eso queda para el bolso. Dios nos manda ser hermanos, pero no primos.
Ni sé qué se hará la chavala en este tiempo. Hoy, cuando volví a casa me la encontré agarrada a la radio. Yo me canso de decirle que por eso no anda más cerca de casa, pero ella porfía, y no le falta razón, que con ello no hace mal a nadie y que mientras la tía le da a la baraja ella la goza con la radio. Esta noche me salió con que si sabía lo que pensaba la tía de mí. Le dije que qué, y ella que la tía había dicho que yo era un gallo harto encachado y que ella le preguntó con qué se come eso y la tía dijo que un muchacho guapo. ¡Qué cosas! ¿Pero es que también los hombres pueden ser guapos? Las mujeres, ya se sabe, aunque te pones a ver y cada día las entiendo menos. Claro que más pelo echaríamos si fuera ella y no él la dueña del negocio.
9 abril, sábado
Una semana que llegamos, se dice pronto. Antes que nos demos cuenta llevaremos un año aquí. Así es la vida y uno, en definitiva no puede hacer otra cosa que bailar al son que le tocan. Ando como achucharrado y sólo de ver los picos de la cordillera paso la pena negra. Hoy me dio por pensar que, después de todo, en casa no echaba nada en falta, o sea que si nos largamos fue sólo por la cochina avaricia. Bien mirado, allá con los caceríos, los amiguetes y un empleo descansado uno tenía para ir tirando, pero no. Decía mi padre, y con razón, que los hombres son como las gallinas, que las echas la maíz y se van a picar la mierda.
A la mañana me las tuve tiesas con el tío. ¡No te amuela! El cipote emperrado en que me colocara un mandil para repartir, como si uno fuese un cualquiera. Ya le dije que eso no, que estaba enseñado al uniforme que, no es porque yo lo dijera, pero poco tenía que envidiar del de la Armada. El candongo de él, que sabía por experiencia que la ropa no aguanta estos trajines, y ya le dije que si le parecía bonito que su sobrino saliese a la calle como un cantinflas de esos que andan picando piedra en la calle Ahumada. Ya quemado, se fue de la cuestión y dijo que uno no debería achuncharse de su vida de trabajo y ya le dije que de eso a disfrazarme por aquello de no marrotar la ropa, hay distancia.
La Anita cada día come menos. Está que pisa un huevo y no lo rompe, como yo digo. Ciertamente la comida aquí no es como para correr por ella, con tanto choclo y ese aceite de gigantea que se gastan, pero, vamos… Ya le digo que se esfuerce, pero como si no. Lo que le ocurre a la chavala es que se ha llevado un desengaño de aúpa, pero antes que confesarlo se dejaría abrir en canal.
Al acostarnos me preguntó si me había recordado de qué ayer fue Viernes Santo. Verdaderamente. Mira que allá este es un día grande; bueno, pues aquí, ni muestra. Razón le sobraba a Marcelo, el uruguayo, cuando decía que tocante a religión los extranjeros son más fríos que otro poco.
10 abril, domingo
Sigo como aliquebrado. Quedé con Efrén donde Lautaro y luego no me determiné a ir. La chavala no me quitaba ojo y si yo digo de salir es fijo que se arma la polca. Por la mañana anduvimos en misa y luego subimos con los tíos al cerro de San Cristóbal, en el funicular. Desde arriba, la ciudad parece talmente de muñecas, y los carros, unos detrás de otros, como si fuesen hormigas. La tía propuso tomar un traguito en la cantina, pero el tío dijo que estábamos demorando y lo dejamos para otro día. Pasé la tarde mano sobre mano, mientras la tía hacía montones con la baraja. A ratos levantaba la vista y me miraba sin decir palabra y ponía los ojos como las vacas cuando las van a ordeñar. La tía sí, al pronto, parece una tipa implada, pero luego no tiene mal corazón. Al anochecer, el tío salió a comprar el diario y no lo dejó hasta la hora de cenar. A la Anita ya la digo que, de seguir así, tendremos que ir al fútbol o inventar otra pendejada, pero que yo no aguanto otro domingo en este plan.
11 abril, lunes
A la tía le gusta hablar de entierros más que el comer con los dedos. Me giba lo que nadie sabe, porque entre el desengaño, el no comer, la pena y los entierros no sé qué clase de crío canijo va a parir la chavala. Pero la tía, erre que erre. Se pasa la vida en el balcón y como que esto es camino casi obligado, quieras que no, sales a docena y media de entierros por día. Ya le dije que qué gusto le sacaba, y ella se puso a reír a lo bobo y dijo que por lo menos el gustazo de saber que está vivita. También son ganas de enredar. Andábamos en el balcón y, en éstas, se puso a mirarme lo mismo que las vacas cuando las van a ordeñar, y ya, sin saber qué cara poner, le pregunté que qué, y ella que si me había dicho mi señora que yo era un gallo harto encachado. Le dije que a ver, y ella, entonces, me confesó que el tío no me había comprendido y que aguantara que ya sería para mejor. Le dije si, por un casual, se refería a lo de recadero, y ella que a qué, si no. Seguía mirándome sin dejarlo y ya le dije que muy gentil y que me largaba a la tarea. A la chavala, ni palabra. Al Efrén, como quien no quiere la cosa, le pregunté esta tarde si el tío llevaba muchos años de casado y él que no lo conoció de otra manera. Le tiré otro viaje, pero el marrajo, quieto parado. Al cipote de él la lengua le ha debido dar más de un disgusto.
El tiempo está quedo, pero en toda la santa mañana se acaba de ir la bruma. Mentira parece que ahora anden allá estrenando la primavera. Esto de dar la vuelta al tiempo tampoco tiene chiste, la verdad. Uno se hace a una idea desde crío de los meses y las estaciones y empezar a contar de otra manera es una gaita. Esta noche se oía la radio de España como si la tuviéramos en la mismísima esquina.
12 abril, martes
Hay que andar todo el día de Dios trotando calles para ver el tamaño de esta capital. ¡La madre que la echó! Puestos a mirar, fuera del centro, no hay más que casas de un solo piso y si uno se hace la reflexión de que vecinos tiene tantos como Madrid, la cosa se explica. Así es que uno anda como un zarandillo y si no fuera por el Efrén, que me echa una mano, ni sé qué sería de mí.
Lo cierto es que no paro ni a sol ni a sombra y que cada día me está más grande el cuello de la camisa. Menos mal que de vez en cuando me paso por donde Lautaro a conversarnos una botella. Hoy me topé allí con una cuadrilla de cazadores, pero el jefe, un tipo estirado, no dio facilidades. Paciencia. Me limité a preguntarle cómo anda el asunto acá y me salió con que para distraerse. Le dije que a qué llamaba él distraerse y el torda que más o menos. ¡Gibar! Parece que les pidiera uno la mujer, órdiga. Me puso de mal café y ya le dije que podía meterse la lengua en el culo si es que no le petaba hablar, pero él ni se amoscó ni nada; sólo se rio y que dejémoslo, no más. Lo que yo le digo al Efrén que lo que es aguante tienen aquí un rato largo.
A última hora se puso a diluviar en forma; no cayó más agua el día que enterraron a Zafra.
En casa me bañé los pies en sal. Tengo los zancajos en carne viva.
13 abril, miércoles
¡La madre que les parió! Ya veo yo que lo de los terremotos no es un decir. Andaba esta mañana en la plaza de Armas cuando el Carrera empezó que me voy, que no me voy, y los carros aparcados, venga de brincar, y por bajo tierra se sentía un ruido como si los demonios anduvieran a la greña. Yo, como un panoli, me quedé quieto parado en medio la calle, hasta que un cantinflas de esos me voceó que acá, patronato, y me metí con él a un portal. Me entró un rilis que no podía ponerme quieto y el cantinflas la gozaba y decía que era un temblorcito de mierda y que en el hoyo de una puerta no había para que chuparse. Le dije que yo no estaba enseñado a esto y él al sentirme hablar dijo que ¡pucha, un coño!, y yo me reí como podía haberme ciscado en su madre. Se ve que los panolis estos lo han aprendido en jueves. Luego me salió con que temblaba lo mismito que un chancho eléctrico. ¡No te amuela! El torda de él no hacía más que reír a lo mandria y ya me cabreó tanto choteo, me di media vuelta y le dejé con la palabra en la boca.
Me llegué a casa en un verbo, pero la chavala no estaba y salió la tía y me dijo que había sido un sismo de nada. Le dije que el susto no me lo quitaba nadie y ella me hizo sentar, sacó una botella de pisco y me sirvió un trago. Luego se sentó a mi lado y me preguntó si andaba contento con la paga. Le respondí que más o menos, y ella que mi tío no era malo, pero le gusta poner a prueba a la gente y que ya cambiaría el naipe, pues. Empezó a mirarme otra vez como las vacas cuando las van a ordeñar y me levanté y le dije que aún me quedaban muchas patadas por dar y me largué. La gente en la calle, como si nada. Y es lo que yo le digo a la chavala. ¿Pero es que también uno puede enseñarse a estas cosas? Lo cierto es que uno anda ansioso de comentar como si hubiera salvado el pellejo de una buena y en cuanto que abre el pico le sueltan que ha sido un temblorcito no más. Al acostarse dijo la tía que la tincaba que iba a repetir por la noche, pero no. A la Anita no le he dicho una palabra de la forma tan particular que tiene la tía de mirarme de un tiempo a esta parte.
14 abril, jueves
El Efrén me presentó esta tarde a su amigo cazador. Parece un chavea majo y anda de ascensorista en el Carrera. Le pregunté qué tal, y él que seiscientos diarios y las propinas, pero que a como está la cosa eso no alcanza ni para un trago y que como la Polla no le saque de pobre ya va arreglado. También son maneras de hablar. El chalado parece como que me hubiera adivinado el pensamiento y me salió con que la polla es acá la lotería, que ellos dicen la polla, a lo que nosotros decimos la lotería. Me dijo luego que se llama Oswaldo y que si me petaba podíamos vernos donde Lautaro entre semana. Le propuse que qué tal los sábados y él, que bien, mientras no tenga servicio de tarde. Quedamos en firme para el próximo y que si el domingo 24 no hay novedad subiremos al campo con las escopetas. ¡Ya iba siendo hora! Parece como que las cosas fueran entrando en caja. Uno se deja llevar a veces por el sentimiento y se encoge, como si el mundo le acobardase o cosa parecida. La verdad es que en todas partes cuecen habas y uno no ve lo suyo a modo más que cuando lo deja. Esta es la fetén y el que diga lo contrario miente. A ver si no la gracia que me hacía a mí ir pedaleando como un paria hasta lo de Miranda, o pasarme la santa mañana en los claustros, dando la hora, o aguantando las chinchorrerías de don Basilio. Aquí, al menos, tiene uno independencia y un porvenir por delante. De regreso encontré a la chavala pegada a la radio. Me giba lo que nadie sabe la manía ésta. Al acostarnos me salió con que si ocurriría algo en su casa que no la escriben. Ya le dije que esto no es Tudela y que no es aquello de hoy envío la carta y mañana la lees, o sea que en estas circunstancias hay que darle tiempo al tiempo.
15 abril, viernes
Como quien no quiere la cosa, este mediodía me vino otra vez el tío con el pleito del mandil. Ya le dije que ese era asunto resuelto y que no me determino, y él me salió, entonces, con que si sabía lo que cuesta un corte aquí. Le advertí que eso era cuenta mía, pero el cipote se puso por las nubes y dijo que, bien pensado, también era cuenta suya y por eso se interesaba. De buenas formas le hice ver que yo ganaba de sobras el salario que me daba, pero entonces me soltó que yo no pagaba ni el pan que comía y que mi señora estaba en las mismas. Se me hincharon las narices y le dije que buscaría mi propia casa porque no me gusta que me vendan los favores. La cosa se ponía fea y, menos mal, que terció la tía con que la entregase 80 diarios para el gasto de los dos y todos tan contentos. Verdaderamente el tío tiene unos prontos que no hay quien le aguante. La tía porfía que es muy celoso de su platita, como todo el que ha tenido que rajuñárselas. Bien mirado, él está en su papel, pero tampoco uno se va a dejar candar la boca por un pedazo de pan. Uno no será un señorito de cuna, qué coño, pero también tiene su dignidad. A fin de cuentas uno ha dejado allá su empleo y su categoría y nunca necesitó andar mendigando. La cosa me ha puesto negro y, al acostarnos, la dije a la chavala que no me va el carácter del tío y que será muy difícil que nos entendamos. Ella que tampoco le haga la contra porque si hemos de volver a casa habrá de ser a costa de su bolsillo. Ya la dije que de dar la vuelta ni hablar, que yo tengo mi orgullo y que antes me entierran acá con pellejo y todo que regresar como un fracasado.
He quedado con el Efrén en jugar mañana la partida en lo de Lautaro. Acá hacen semana inglesa y las tardes de los sábados no trabaja ni Rita.
16 abril, sábado
Anduvimos donde Lautaro echando un cacho. La verdad es que a los juegos de esta gente les falta el qué. Me tocó palmar como un señorito por aquello de que uno todavía no está impuesto. Estuvieron el Efrén, Oswaldo y Dativo, el de la tupi, que no es porque yo lo diga, pero es de lo mejorcito de la barraca. De entrada, le pregunté qué clase de patrono era mi tío y el mandria que más o menos, pero que si tuviera la mano tan abierta como la bragueta, mejor nos pintaría a todos.
Nos jugamos café y copa y el Dativo, por aprovecharlo, se echó la copa al cinto y luego anduvo toda la tarde renqueando del estómago. Ya le dije que no debió beber, pero me salió con que para eso no jugaba, puesto que si pierde, pierde, y ganar sin asunto tampoco es gracia. Lo que es por mí, que reviente; él es el amo de la burra, como yo digo. Al acabar la partida nos pusimos de cháchara y el Efrén salió con que llevaba cinco años acá y todavía no había aprendido por donde hay que empezar para hacerse rico. Oswaldo, que es uno de esos tipos que se la saben entera y que el empinar el codo le gusta por vivir, le dijo que por de pronto el tinto, las carreras y los amigos sobraban, que para hacer plata hay que apretarse la cincha y andar juntando pesos un montón de años. Dije lealmente que, a mi ver, no traía cuenta el sistema y Oswaldo que cuate y que por eso mismo no había salido de pobre. El cipote no hacía más que beber a lo loco y, a última hora, Lautaro dijo que no le servía otro trago, y que si andaba a las tomas se fuese a otra parte. Me pensé que el Oswaldo se cabrearía, pero sólo dijo dejémoslo no más y que otra manito, pero Dativo andaba sin humor con lo del estómago y yo tenía prisa y lo dejamos. Quedé con Oswaldo para ir juntos otro sábado a pedir un permiso. Le pregunté que si a un coto y él que, bien mirado, acá todos son cotos, ya que no queda un fundo sin cercar.
A última hora me di un garbeo con la Anita. Anduvimos por el centro de escaparates. La chavala, que no es tonta, echó el ojo a un chal de vicuña, pero buen precio tiene el condenado. De regreso, me dijo que sigue preocupada porque los viejos ni pío. Ya la dije que esto no es Tudela y, sin venir a qué, ella se puso, a voces, que la cargaba ya lo de Tudela y que dejara de tratarla como una pasmada. ¡No te giba! Callé la boca por tener la fiesta en paz.
17 abril, domingo
Acá todo quisque le dice al cine biógrafo. ¡Qué cosas! ¡También son ganas de hablar por hablar! Claro que con esto de las palabras no hay razones, pero llamarle al cine biógrafo parece una coña, como yo digo. Vimos una película que está bien traída, pero en extranjero y con carteles debajo. El tío, digo yo que por congraciarse, me dio mucho palique y, a la salida, empezó que si tenía ganas de darse un clareo por España era por hincharse de Ver zarzuelas. Le hice ver que también yo por la zarzuela es chaladura. Me preguntó si se hacían ahora nuevas y le dije lealmente que pocas y que lo que le gusta a la gente es oír las viejas y seguir el compás con el pie. Él empezó entonces con lo del «caballero del alto plumero» por lo bajines y así fuimos hasta la micro. El cipote parecía otro hombre.
De regreso nos encontramos a la mapucha en la cama la tía. Creí que se iba a armar, pero resulta que la tía lo hace a intención para encontrar la cama caliente. Vamos, creo yo que no son maneras. Cerré el pico, porque, en realidad, a mí ni me va ni me viene, pero, ya en la pieza, le dije a la chavala que eso era abusar, pero ella, tan templada, que si pudiera haría lo propio. Mal anda el mundo, me parece a mí, si los pobres hemos nacido para calentar las camas de los ricos. Aunque después de todo, a mí plín, que diría el otro.
18 abril, lunes
Llevo unos días que se me hinchan los pies de dar patadas, pero por no oírle, prefiero no decirle al tío una palabra. También es verdad que los zapatos me aprietan de más y en el derecho, por la parte del zancajo, tengo una mancadura que no veas, pero los ingresos no dan para reemplazarlos. Digo yo que para mayo cambiará el panorama.
Esta tarde me preguntó mi tío si quería apuntarme de bombero en la España y ya le dije que si dejar lo de la barraca. Me salió con que lo de bombero era un honor acá y que toda la gente hace de bombero por lo menos un par de años en la vida, por afición. Le pregunté qué había que hacer y qué provecho se sacaba y el pelado que, como provecho, la satisfacción y que, como hacer, apagar los fuegos y jugarse el poto cuando se tercia. ¡No te giba! Éramos pocos y parió la abuela. Le respondí que no interesaba y parece como que le cabreó la contestación. A la hora de cenar me sacó un diploma y me lo mostró y me dijo que se lo dieron el año pasado y que es el nombramiento de bombero honorario después de treinta años de servicios. El candongo de él se implaba como un pavo real al decirlo y luego nos enseñó el casco y el uniforme. Lealmente le dije que también son ganas de enredar y que por qué el municipio no tiene un servicio de bomberos como cada quisque en España. Me salió con que deje a España ahora en paz y me preocupe de vivir la vida de Chile, porque si hago punta a dos cosas no me resultará ninguna. Por no porfiar en que nones terminé por decirle que cuando arregle mi vida aquí volveremos al asunto.
Hubo carta de los viejos. La Anita, la mujer, parecía otra y, aunque soltó unas lagrimitas, ha andado todo el día con más garbo. El viejo que siguen echándonos de menos y que cómo nos las arreglamos con el tío. También escribió Crescencio. El cipote de él, que, desde que me largué, andan reventados, pues el señor Moro está para lo de arriba y él solo para todo lo de abajo y es no parar, pero que le mande sellos. Luego dice que para el curso próximo se ha hecho cargo de la calefacción porque el sereno de los dominicos apandaba carbón. Mal pleito ese; lo sé por experiencia. En fin, que entre unos y otros me han revuelto el sentimiento y cuando me acosté andaba con la cabeza en otro sitio.
20 abril, miércoles
Anoche acogotaron a un tipo en la misma esquina de la barraca. Por las noches el barrio está mal alumbrado y se presta a cualquier cosa. El público andaba hoy revuelto y dice la tía que del mal, el menos, porque bien cerca le han dejado del camposanto. Me giba lo que nadie sabe que gasten bromas con estas cosas. Lo cierto es que el fulano las entregó sin decir oste ni moste. Por lo visto, los cogoteros le rebozaron de parafina y le pegaron fuego. ¡Anda y que tampoco se gastan recochineo ni nada, los tipos estos! Todo para robarle doscientos pesos. Ya le digo a la chavala que oído al parche y que, a ciertas horas, mejor no moverse de casa si no es en la micro.
No sé a santo de qué pero esta noche me dio por recordarme del barco. Con tantas impresiones ni comentarlo hemos podido. La Anita dice que lo pasó como en su vida y qué razón tenía el alemán cuando decía que se abonaría a vivir a bordo y que las preocupaciones empiezan al desembarcar. Luego cambió el disco y me contó que la tía dice que el tío se cansará pronto de tenerme de recadero y me dará un buen empleo. Que su boca sea un ángel, aunque la verdad es que eso todavía no lo he visto yo.
21 abril, jueves
Anduve toda la santa mañana con Efrén en el carro. Mientras no me baje la hinchazón de los pies no doy un paso; eso lo saben en China. El marrajo se puso de confidencias y me dijo que allá, en Zamora, se las apañaba. Andaba de barrendero en el ayuntamiento y los domingos de acomodador en el fútbol, pero se le vino un primo acá y le metió los perros en danza, y lo que pasa. Luego, como en Buenos Aires no había de qué, se largó a Montevideo. Allí le dijeron que en Chile la gente era más floja, o sea que había más porvenir para los que venían con ansia de trabajar, y se las piró a Santiago. Pero lo que él dice, con tanto vete y ven y los salarios tan bajos ni para los viajes. Ciertamente no hay cosa con cosa. El cipote emperrado en que él no vale para los negocios, que teniendo una poquita de plata de principio tal vez, pero que lo difícil es arrancar. Ya en este plan, le confesé que me había llevado un desengaño y que tanto hablar de América, yo me creí que en América se sacaba oro de las piedras, pero que uno llega a América y son los menos los que andan en coche, como en todas partes. Luego le conté lo de la Anita que se creía que iba a tener negros a su servicio, y lo de la mapucha, que calentaba la cama a la tía cuando salía de noche, pero el cipote ni mus. Ya en plan confianzudo le pregunté si, por un casual, se había llevado alguna vez un lapo por irse del pico y él que a lo mejor, pero que, de todos modos, nada como tener quieta la lengua para vivir tranquilo. Le pregunté si tenía familia y él que dos cabros. Ya le dije que también son formas de hablar estas de los chilenos y que los tíos, sin darse cuenta, sueltan cada pecado que se mea la perra.
El hombre se reía las muelas y dijo que todo eso del lenguaje es una chorrada y a un chileno que hable como un libro, a lo mejor, se le toma en España por un deslenguado y a la recíproca. La fetén es que en estos asuntos uno nunca sabe a qué carta quedarse.
22 abril, viernes
A la chavala la hablé hoy de lo del cacerío del domingo. La cosa está al caer y no quedaba otro remedio. La panoli se subió a la parra y empezó con que allá bien porque aún le quedaban las amigas, pero que aquí qué. La confesé que la afición puede más que yo y que si he de dejar la escopeta prefiero que me rocíen de parafina, como al pelado ese del otro día, y me peguen fuego. Saltó con que muy bonito y que a los demás que les den tila. Ya la dije que no se trataba de eso y que te pones a ver y yo no hago mal a nadie saliendo al campo con la escopeta. Ella porfió que tanto se puede hacer daño a uno por darle un bofetón como por dejar de dárselo y que precisamente en su estado la dolía más mi desconsideración que si un día me incomodaba de más, y la soltaba una guantada. Quise hacerla ver que mi padre era mi padre y no dejó un domingo de subir al monte, y que mi madre la gozaba preparándole la merienda y los arreos, sólo de ver cómo la gozaba él. Ella dale con que los tiempos eran otros y que si, además, allá me había dicho algo alguna vez por casualidad. Lealmente la dije que cada domingo y que si yo seguí con la afición fue porque por un oído me entraba y por otro me salía lo que decía. La tipa se atocinó, se puso faltona y acabó con las lagrimitas. Por meterla las cabras en el corral saqué a colación lo del padre, que palmó en cuanto que la guillotina le segó la mano, que además es la fetén, pero a la gilí le faltó tiempo para decirme que si no había de verme el pelo tanto la daba vivo como muerto. ¡Lo que hay que aguantar! Para rematar la suerte empezó que muy bonito todo eso de quejarme de que tenía los pies lastimados y luego dedicar el descanso a correr el monte. Me puso negro y ya la dije que si me mancaba el zapato peor para mí y que si se había llevado un chasco al llegar acá no por eso tenía derecho a embromarnos a todos, y que anduviera con ojo no se me fuera a escapar la izquierda en una de estas y la saltara las muelas.
He andado todo el día de mal café. Uno se cree que estas polcas no le afectan, pero la verdad es que le dejan como achucharrado. Al volver a casa me encontré en la esquina una cuadrilla de guitarras y a un gacho largándoles un sermón. Dice el Efrén que son los canutos y que tienen su religión y sus prácticas como cada quisque. De que acabó el sermón, los gilís se pusieron en fila y se fueron por las calles cantando a lo bobo. ¡No te giba! Lo que yo digo, bien es que tengan su religión, que eso nadie se lo discute, pero que canten en su casa por lo bajines y no incordien.
23 abril, sábado
Estuve con Oswaldo donde don Heliodoro, un español que ha hecho plata, ve ahí, y que vive a todo trapo. ¡Madre, qué choza! Entra uno en ella como acobardado y menos mal que tanto él como ella son dos tipos bien sencillos que le tratan a uno como si fuera un igual. ¡Buena diferencia con el otro! Al saber que yo era español, me preguntó cómo andaba aquello y ya le dije que de todo había y que, como siempre ocurre, los buenos y los honrados éramos los menos. Luego me preguntó si es cierto que los americanos andan ahora poniendo el hombro y le respondí lealmente que eso decían, pero que yo no había visto que a mi señora la regalaran los solomillos en la plaza. Nos dio la tarjeta y le preguntó a Oswaldo cómo iríamos al fundo desde Melipilla, y Oswaldo, que en el carro la leche, si el tren llega al pelo y, si no, a patita. Al salir le dije a Oswaldo que eran simpáticos y él me salió con que con una ruca así también él sería simpático. Le hice ver que son dos cosas distintas, pero el cipote se obstinó y determiné callar la boca. El gilí quería echar unos tragos donde Lautaro, pero le dije que tenía corte y quedamos a las tres en la estación. Estuve dudando si acostarme o no acostarme, pero el tío andaba hoy de buenas y le dije a la tía que dejase de hacer montones y armábamos una de julepe entre los cuatro. Luego resultó que el panoli de él ni sabía con qué se come eso. Ya le dije que era obligación asistir y que para eso le había dado dos meneos y que si él respondía con la falsa le quitaba el chiste al juego. De primeras se puso burro, pero acabó con que llevaría yo razón, pero que él cuando tenía mi tiempo no le hacía la contra a un viejo así dijera que era noche en pleno día; que hace treinta años había otro respeto. Lo que yo digo, si a él le peta podemos jugar al corro, pero sin mediar la plata. ¡También gibaría que por complacerle le fuera yo a regalar los cuatro cochinos pesos que me deja a la semana!
Terminamos a la una y yo dije entonces que me iba a la estación porque pasaría el domingo en el campo con un amigo. El tío me puso jeta, pero, al menos, calló la boca. La tía quería prepararme una tortilla a toda prisa, pero ya le dije que no se molestara y que compraría un bocadillo en la estación. La chavala de morros, para no perder la costumbre. Hay que ver lo que cuesta a un cazador meter en cintura a la parienta. ¡Más que al perro, que ya es decir! Si yo me sé esto de qué me caso y me busco complicaciones. Al largarme la pegué un beso, pero ella como si fuera una estatua. ¡Hay que gibarse!
24 abril, domingo
Aguardé una hora en la estación y al cabo, llegó el Oswaldo. Venía sin perro ni nada y se lo dije, y él me salió con que sólo le faltaba un perro en casa. Le conté lo de la Doly, y que allá en España los cazadores tenemos el perro como uno de la familia. El vaina se mondaba y salió con que son dos lados de la vida. El tren traía un cuarto de hora y aguardamos en el bar. El gilí se calzó una botella y nada más arrancar ya iba diciendo huevadas. Total que la cosa empezó mal y cuando en Melipilla tuvimos que esperar tres cuartos de hora al carro la leche, yo ya andaba de mal talante. A las seis llegamos al cazadero. El campo es hermoso, todo ondulado y lleno de espinos, y a veces los espinos son tan espesos que le agarran a uno como si fuesen uñas. ¡La madre que los parió! Así y todo, de entrada, me arrancaron dos perdices. Yo ni las conocía ni nada y el mandria de Oswaldo me voceó y yo tiré entonces, pero no sé si porque extrañaba al compañero, o iban ya largas, o qué, marré como un principiante y el tío la gozaba y me salió con que sí que íbamos a hacer buen morral. Después las cogí el tranquillo y bajé seis en un par de horas, más una rabona de cuatro kilos que se me enredó en los pies. El cipote del Oswaldo no hacía más que darle a la botella y apenas si disparó la escopeta. A pesar de que se me daba bien la cosa cuando nos sentamos a merendar, yo tenía una barba así. Y es que por más que me esforzaba no se me quitaba del pensamiento el último cacerío con Melecio. Ve ahí, entonces no hicimos más que una perdiz, pero era otra cosa. Y es que la caza, como todo en la vida, es cuestión de corazón y, si uno va a disgusto, el hecho de hacer una buena percha no le quita el morro. En primer lugar me giba que mi compañero esté en otra cosa. Recuerdo Melecio: no estaba más serio en misa que en el monte. Y es como debe de ser, me parece a mí. En cambio este vaina venga de reír a lo pelele, sin motivo ni fundamento. Con Melecio yo ya sabía, le silbaba una vez y el hombre ya andaba al quite porque sabía que le entraba la perdiz; y si dos, la liebre. Al Oswaldo le silbaba y lo mismo que si me rascase el ombligo. Y es lo que yo me digo, éste es un asunto de años y de amistad fetén y una cosa así, de compenetración, no se improvisa. Luego está la caza que, como yo digo, acá le deja a uno tan ansioso de cazar como antes de haber cazado. Va por parejo con el tabaco, que uno fuma acá de negro, pero es como si no. Yo me recuerdo allá, sólo por ver pegarse el pelotazo a una perdiz valía la pena de darse una pechada. Pero lo que es esto… Estas perdices son medio maricas, como yo digo, se le arrancan a uno de los pies, y, para más garantía, chillan como pendones y, por si todavía fuera poco, te vuelan sin malicia, por lo derecho, para que las caigas sin otro trabajo que echarte la escopeta a la cara. Y eso, no, vamos. Para el que no va por la carne, sino por el deporte, eso es demasiada romería. A uno le agradan las pegas para vencerlas y poder vocear después en el café, que es un tío fenómeno y que cada día que pasa las corta mejor. Es como las liebres. Lo único que salen un sí es no es largas, pero ¡madre!, no he visto cosa más confiada, corren al paso y de vez en cuando culo a tierra y, por si no fuera bastante, son grandotas como burros. ¿Qué ciencia va a tener esto? Uno las sacude como quien sacude a un saco de papas. Y si siquiera fuera cierto eso de que hay una detrás de cada yerbajo. Pero ni por pienso. Alguna más que allá, ciertamente, pero, vamos, tampoco para tanto. Se lo dije al Oswaldo y él, que dejémoslo no más, que lo lindo de la caza era esto de poder tomar un trago al aire libre. El tío apestaba a vino y cuando le dije de seguir me salió con que él por la tarde no daba un paso y que me aguardaba en la chacra y que no olvidara que el tren las envelaba a las seis y teníamos que hacer cinco kilómetros a pata. ¡No te giba! Anduve solo un par de horas por el monte como tolondro. Según caía el sol sobre los picos me dio por pensar en lo del marqués, y en Melecio, y en la Doly y en todo lo de allá. Bajé otro par de perdices, pero como si nada. Por vueltas que le dé, esto nunca podrá ser lo mismo. Uno necesita su amiguete de toda la vida, su perro, sus bacillares y, si me apuras un poco, hasta sus perdices. Bien mirado, éstas ni son perdices ni nada. Son como codornices; cebadas, eso sí. Y lo mismo de pasmadas que ellas.
De regreso me topé con un cantinflas de esos que andaba al cuidado del ganado y me dijo que sabía dónde había un alojamiento de liebre. ¡No te amuela! Le pregunté si le decía alojamiento a la cama y él se puso a sonreír a lo mandria y que no se las paraba conmigo. Me cabreó la salida y no hice ni intención. El Oswaldo andaba mamado en la chacra. Cogimos carretera adelante y a la estación. He llegado reventado. Tengo los pies que no sé si son míos o del vecino. La chavala, ni palabra, como si no me conociera. Yo callé la boca. Cuando las cosas se ponen así son peor las explicaciones.
25 abril, lunes
En todo el santo día la he hincado. Me agarré al carro del Efrén y no hice más que lo que me cogía de camino. A la tarde, el tío me puso a caldo con que si era un flojo y un tumbón. Tentado estuve de decirle que me buscara sustituto, que ya estaba harto de dar patadas. Callé la boca por la chavala, pero él debió interpretarlo mal y salió con que si quiero hacer platita acá deje los vicios a un lado. Le pregunté, en buenas formas, que qué vicios, y él salió con que las fuentes de soda, la caza y los amigos. Le dije que si eso eran vicios y el cipote, que todo lo que estorba al trabajo es vicio. ¡Lo que hay que oír! No quise llevar las cosas más lejos, pero el mandria tampoco lo entendió y me salió con que si me parecía lindo que el sobrino del patrón anduviera todo el santo día de conversa con el carretonero. Yo debí decirle que si le parecía lindo a él que el sobrino del patrón se pasase el día como un zarandillo por quinientas cochinas pelas, pero cerré el pico por no poner peor las cosas. Decididamente, este país no me va. Si el crestón este se ha creído que va a tenerme una vida dándole al parche como un esclavo y encima vigilándome los asuetos, está fresco. Uno no será un potentado, qué coño, pero tiene su dignidad. Al fin y al cabo, yo no necesitaba un pedazo de pan y si me vine acá no fue para hacer de criado de nadie, sino para tenerlos a mi servicio. Y es lo que yo me digo, cualquier día el torda este me va a calentar los cascos de más y voy a ponerle las peras a cuarto. Pepita en la lengua no tengo.
Al salir de la barraca pasé por la armería. ¡Hay que agarrarse! Casi a treinta pitos cartucho los del dieciséis. Más o menos, tres pelas. Pedí plomo y que, de eso, nada. Total, que uno gana para un ciento de cartuchos al mes a todo tirar. Verdaderamente esto no es vida. Para asomarse al campo todas las semanas haría falta una fortuna. Compré una docena y eso para hacer la de los furtivos allá; disparar poquito y sobre seguro.
A la chavala se la va pasando el berrinche Lo mejor, no hacerla caso y cuando se largue la nube que avise. Parece que los pies andan esta noche un poquito más listos.
27 abril, miércoles
Comimos las perdices. El tío, mucho aspaviento a la excursión, pero la fetén es que nunca le vi jamar con más apetito. Y estaban buenas las condenadas. No es que sean las de allá, con ese gusto a bravío que le enciende a uno la sangre, pero son tiernas y tienen buen paladar.
Al salir de la sierra me dijo Dativo si quería acompañarles a ponerle una vela a las animitas por el finado del otro día. Le dije que bien, a lo bobo. Le pregunté por el estómago y el cipote, que para las cagas. Estuvimos seis, y en la misma pared de la barraca hicieron un hueco, metimos la Virgen y le prendimos una candela. Le pregunté al Dativo para qué hacíamos todo eso, y él, que por lo del crimen del otro día, que es una costumbre y que el finado lo agradece. Luego me quedé mano a mano con él y el hombre, dale con el estómago, que los que tenemos salud no sabemos lo que tenemos y en cambio, al que le falta, padece y padece y así no más es la vida. Verdaderamente, la salud no se sabe lo que vale hasta que se pierde. Le pregunté de dónde era y él, que chileno de Chile. El hombre tiene así un aquel de tío meapoco, pero digo yo que será por lo del estómago. Talmente es un tipo que da compasión.
No sé por qué ni por qué no, hoy me bajó la hinchazón de los pies. Los zapatos apenas me mancan y ando como nuevo. Digo yo si no habría en el monte alguna hierba que al pisarla me haya arreglado sin yo darme cuenta. Me alegro porque ya empezaba a preocuparme. Dice el Efrén que un hermano suyo empezó así, a lo bobo, y luego le dijo el doctor que la carne se le había pegado al hueso y hubo que cortar.
La Anita oyó esta tarde «Doña Francisquita» por la radio. La gilí bailaba en una pata. Me harto de decirla que no mire para atrás, pero como si cantase.
30 abril, sábado
Uno se mete en la rutina sin percatarse y luego, aunque uno lo quiera, es difícil salir. Es como cuando a uno se le mete la bici en la rodera de un camión; antes te caes que salir de ella. Y si quieres hacerlo, sin pegarte la costalada, has de apearte y hacer las cosas a ciencia y paciencia; pensando lo que haces. Casi un mes llevo aquí y entre la sierra, la casa y el bar de Lautaro tengo hecha la vida. Te pones a ver y hace cuatro semanas ni sabía que existiera esta ciudad y ahora casi me la sé de carrerilla. Después de todo, el tío va a tener razón, pues si me mete en la oficina sin más, yo andaría ahora por la calle como un chivo en un garaje. Hoy lo dije así en el bar y el Efrén, como de costumbre, calló la boca, pero Dativo se puso a voces que si a él un tío suyo le hace una de éstas, le hubiera largado a la chucha sin más explicaciones. Le hice ver que mi tío era muy celoso de su plata como todo aquel a quien le ha costado ganarla, pero él, ni caso, que mi tío era un perro huacho tamaño grande y que de sobras le conocía. El Oswaldo se mamó a escape y salió con que mañana tenía servicio, pero como había concentración del partido iba a hacer la chancha. Ya le dije que a ver si le despedían por una pendejada así, pero el panoli se las sabe todas, tiró de diario y me enseñó cuatro páginas de ofertas de trabajo y que le dolían los remos de darle a la manivela para subir parejas a acostarse y que no le importaría pasar unos días al garete. Eché un vistazo a las colocaciones y ciertamente las hay apañadas. Cuando dejé el diario saltó el Oswaldo, con mucho retintín, que si seguía pensando que mi tío se cagaba en la diferencia.
Todo esto me ha dado que pensar y a la noche se lo planté a la chavala. Ella, que tenga paciencia, que si le sabemos llevar, lo que hoy es del tío, mañana será nuestro. La hice ver que el tío sí está cascado, pero lo que es la tía está para enterrarnos a todos y mientras ella no palme, aquí no hay nada que hacer. La Anita, que de todas maneras y que cuando ese día llegue, lo mejor liquidar todo y volvernos por donde habíamos venido. Ya le dije que eso ni mentarlo y que se haga a la idea de que acá vinimos por propia voluntad y que acá seguiremos a gusto o a disgusto. La chavala se mosqueó y para quitar hierro le dije que mañana no subo al monte por complacerla. No le dije ni pío del precio de los cartuchos.