Progenie

Terrenos de estacionamiento de la MMC
Radcliffe, Kathil
Marca Capelense, Mancomunidad Federada

10 de diciembre de 3062

Los dos hombres de infantería, vestidos con uniformes de camuflaje para el campo de batalla y con los rifles sobre el hombro, parecían bastante fuera de lugar en el entorno blanco y antiséptico del hospital de base de la milicia. En un lugar de cuidado y descanso, tal vigilancia militar siempre estaría fuera de lugar.

Evan Greene dejó su propia escolta en la puerta, y asintió a los dos guardias, notando sus ceños confusos mientras entraba. Ellos tenían órdenes de dejarle pasar, aunque, era evidente, también tenían dudas. Bastante justo, decidió Evan: incluso él había tenido que poner sus propias dudas a descansar.

Karen Fallon yacía en la única cama de la habitación con una pierna levantada en tracción y el pecho tan fuertemente vendado que podía también haber estado escayolada. Le miró, sus brillantes ojos azules dibujando rajas como los de los gatos. El hecho de ella hubiese sobrevivido al disco emisor que cayó sobre sùMech de asalto, aplastándolo hasta convertirlo en una masa irreconocible, no debería haberle sorprendido a él. Fallon era una superviviente. Ellas siempre parecía disponer de una salida.

—¿Qué haces aquí, Evan? —dijo ella con firmeza.

El sacó un escuálido ramo de flores, comprado el camino por el vestíbulo. Su leve esencia apenas hizo mella en el olor a desinfectante de la habitación:

—Quería saber como estabas, Karen.—No.— General. —Ella notó la falta de formalidad y frunció el cejo fulminándole con la mirada. El se encogió de hombros. — McCarthy me debía eso.
—Traidor —escupió ella.

Evan fingió una mirada herida y tiró las flores sobre el pie de la cama. Ella parecía mucho más pequeña y frágil de lo que lo había parecido en el campo de batalla. ¿Esta era la mujer que él había esperado que le encumbrase en su carrera? En el momento de las elecciones, el había optado por una inapropiada al seguir a Karen Fallon.

—Te va a costar mucho convencer a un jurado militar de eso —dijo el, mirando hacia la puerta.
— Y no te veo teniendo esa oportunidad a corto plazo. Eres tan peligrosa como una gatita recién nacida, y tienen tu puerta con una guardia doble.

Fallon arrugó el labio en señal de disgusto ante la elección de comparaciones realizada por él:

— Estás trabajando para McCarthy —le acusó, como si eso lo explicase todo.

No, no lo estaba: aunque quizás debería haberlo estado. Evan recordaba la claridad de su repentina constatación de que él y Fallon habían conspirado para dejar que McCarthy les derrotase en Yare: por no trabajar juntos, por buscar cada uno lo suyo, mientras McCarthy trabajaba con toda su unidad para ganar la partida. Evan nunca se había preocupado de su propia unidad. No realmente. Si lo hubiese hacho, quizás, habría refrenado a Xander Barajas. Quizás no habría abandonado a su gente por voluntad propia a los planes de Fallon en Yare.

Sí, recordaba ese momento de claridad y miedo cuando golpeó los controles de eyección, haciendo que la carlinga de su Cerberus se partiese al abrirse por efecto de las cargas explosivas y su silla de mando se elevase como un cohete sobre una leve lengua de llamas. Había sentido la velocidad del fuerte viento mientras el plato de emisión se rompía detrás de él, aplastando a su ‘Mech hasta convertirlo en chatarra. Uno de los soportes de la antena casi lo había empalado mientras rebotaba desde el suelo, medio atravesándole a través de la espalda de su silla mientras se desplegaba el paracaídas y planeaba a salvo sobre la zona de destrucción.

Y sobre el Devastator, que se había mantenido en su sitio ante la cara de la estructura que se derrumbaba. De acuerdo con la estimación de Evan, el plato había enterrado en el suelo a menos de cincuenta metros de los pies de McCarthy. McCarthy nunca hizo un movimiento de retirarse.

—Trabajo por mí mismo. —admitió finalmente Evan. — Como siempre he hecho. Y en estos momentos eso significa cooperar con los que nos derrotaron. Eso es mejor que dedicar mi tiempo a pasear por una celda de diez metros cuadrados. Y escucho cosas. Por ejemplo, las relativas a la marcha de las batallas.

Era bastante obvio que ella quería preguntar, y luchó consigo misma durante varios segundos antes de ceder:.

—¿Qué pasó con los Dragones? ¿Aterrizaron?
—La mayoría de ellos —le dijo Evan—. Perdieron una Nave de Descenso auxiliar con apoyo de blindados y repuestos de armamento: la Nave de Guerra lo hizo antes de golpear la atmósfera. Derribaste tres Naves de Descenso pero fallaste en el premio gordo. —El agitó la cabeza. — Los Dragones atacaron a laKatzbalger como perros de guerra desatados. Por lo que he oído, hemos sufrido tres reveses en los últimos días.
—¿Incluso con el Duque VanLees condenándoles por unirse a la milicia? —preguntó sorprendida.
—Weintraub perdió al Duque VanLees. Mientras luchábamos en Yare, el General Sampreis atacaba District City. Entiendo que la pelea demolió unas pocas esquinas del Salón de Nobles. Ahora, VanLees está aquí en Radcliffe, aunque el general aún mantiene como rehén a la familia del Duque y como garantía de buena conducta de éste. Sampreis falló en liberarlos a todos.

Una chispa de fuego regresó a los ojos azules de Fallon:

—Entonces, eso será suficiente para mantener a VanLees en línea. Y Mitchell reunirá al GRC.

Podemos mantener District City el tiempo suficiente para que lleguen los refuerzos.

—Quizás —dijo Evan—. Pero la milicia también puede reunir más fuerzas. No van a doblegarse, Karen. Acostúmbrate a esa idea. Y no importa quien acabe al mando, es mejor que te prepares para ser juzgada por tus acciones en Yare. Dudo que el General Weintraub o la Arcontesa quieran tener que ver algo con ese desastre. —Se inclinó hacia delante. — La diferencia es que Morgan Hasek-Davion no perdió.

Observó como la cara de Fallon perdía color a medida que ella tomaba conciencia de que su fallo en Yare había abierto el camino para su acusación. Los ganadores escriben la historia, y el tenía razón: ella no era Morgan Hasek-Davion.

—Evan —gritó ella, parándolo cuando se giraba hacia la puerta—. ¿Esto es todo por lo que has venido aquí? ¿De verdad? Podías haber dejado que descubriese las noticias de alguna otra persona.
—Podía —dijo el—. Pero ambos sabemos, General, que prefiero hacer las cosas yo mismo.
—Sonrió un poco. — Esta solo era una oportunidad más.

La niebla matinal de Huntress se había disipado, aparentemente desintegrada del aire por la intensa estela de energías que se desplegaban sobre el campo de batalla. El suelo ardía en llamas allí donde las armas se habían clavado en la antes prístina tierra. Los cadáveres de metal de los BattleMechs caídos se extendían bajo el primer indicio del sol.

El Kingfisher escupió una andanada de dardos de rubí de sus láseres de pulsación, tirando al suelo lo poco que quedaba del blindaje de David y clavándose bien a fondo en el lado izquierdo. La energía destructiva soldó los cañones del cañón proyector de partículas y del láser y, luego, cortó más a fondo hasta destruir también las lentes de puntería. David devolvió el fuego con todo lo que tenía, siendo consciente de que no podría aguantar una nueva andanada como esa. Sus rifles gauss entregaron las dos últimas balas de ferroníquel en el pecho del Kingfisher.

Sabía que no era suficiente.

El Kingfisher aguantó de pie, destruido hasta la ruina pero determinado a llevarse a su enemigo con él. David miró una vez más sus controles de eyección antes de prepararse para la siguiente salva, esperando que sus propias armas estuviesen listas. Pulsó con fuerza los gatillos, esperando que, al menos, un arma pudiese disparar antes de que el OmniMech le rompiese.

Al ver la pequeña andanada de misiles gritar al pasar junto a él para hundirse como un sacacorchos en el Kingfisher, le costó a David varios intensos latidos de corazón recordar que su Devastator no llevaba ningún misil. La toma de conciencia se produjo justo en el mismo momento en que sus propias armas se recargaron y él colocó los retículos de puntería sobre el perfil del Omni . . .

—Sólo para observar que se caía hacia atrás. El reactor no le dejó continuar, pero noté ese destello revelador y supe que había estado cerca. Los campos paralizadores de emergencia actuaron a tiempo.

David podía imaginarse eso momentos finales con claridad mientras se los relataba a los que quedaban de su batallón. Se había obligado a dar un paso atrás alejando su arruinado Devastator y había girado para ver al Steahl del Sargento Fletcher tambalearse sobre el Masakari muerto, mientras volutas de humo gris salían como espirales de su lanzador de misiles. Un humo más oscuro y grasiento se amontonaba sobre el Steahl de MacDougal: él y la Hauptmann Kennedy habían sido las últimas bajas del día de los Ulanos. Polsan había sobrevivido de forma milagrosa a su encuentro a quemarropa con el Daishi, y ellos tres podían ahora empezar la tarea de buscar supervivientes.

—Sólo encontramos unos pocos —dijo David con los ojos distantes mientras miraba el campo de batalla de Huntress con su mente—. Cuatro de nosotros, tres de ellos. Los Jaguares habían desconectado sus dispositivos de eyección. Aquellos que vivían lo hicieron a pesar de todos los esfuerzos que habían hecho por morir peleando.

La sala de reuniones estaba aún en silencio. Tara Michels tenía las manos enlazadas con el Cabo Smith, quedando la leve brecha en la etiqueta militar ignorada mientras todos rendían homenaje al sacrificio de los Ulanos e intentaban comprender el legado de Huntress. Ahora ese legado pertenecía a ellos: los Merodeadores de McCarthy.

Amanda Black ya había escuchado la historia, en privado, y estaba estudiando a los otros junto a David. Aunque ella se había separado permanentemente de la lista de combatientes, ella permanecía a cargo del entrenamiento de la unidad y de otros temas más personales. En eso ella trabajaba estrechamente con Tara, que había sido promovida al cargo de oficial ejecutivo del batallón.

Nunca estaré seguro de si cedí demasiado pronto. David recordaba las palabras de Amanda previas a la batalla de Yare. Ahora ella lo sabía. Y también él.

En ese tiempo de agonía, entre Huntress y Yare, David se había cuestionado a sí mismo hasta el punto de casi creer que lo había hecho, permitiendo que la culpabilidad de su supervivencia redujese su confianza y autoestima. Pero los recuerdos de Huntress le habían molestado cada vez menos a medida que la lucha entre la milicia y el Octavo GRC se convirtió en más importante. En la ceremonia de entrega de la medalla del valor, David se había permitido finalmente empezar a afligirse por los caídos. Y, a medida que se sentía más cerca de su unidad aquí en Kathil, esta había empezado a remplazar los huecos vacíos en su mente. Muchos de ellos también habían caído, pero la batalla aun no había acabado.

David no había cedido. Ni lo iba a hacer, y menos aún con los Dragones Capelenses ayudando a la MMC de Kathil a hacer retroceder muchos de los avances del Octavo GRC. Ahora podían seguir resistiendo, y, quizás, finalmente, expulsar a la Katzbalger totalmente de Kathil.

Las luchas no acababan: todavía no. Pero David aún tenía la esperanza de que las cabezas más tranquilas pudiesen prevalecer.

El visor de vídeo tridimensional se encendió con una bruma compuesta de líneas suaves y colores borrosos, cambiando sin aviso a una nítida imagen del emblema de ComStar. El holovídeo, entregado sólo una hora antes por GHP, se estaba emitiendo en ese momento a los largo de todas las estaciones de Kathil. Había habido numerosos rumores, pero nadie podía asegurar que es lo que iban a escuchar.

Alguna gente pensaba que podía ser la condena pública de la Arcontesa contra George Hasek. Otros esperaban mejores noticias. Esperaban en vano.

El símbolo de ComStar cambió al negro, para ser reemplazado por la insignia de la espada y el sol de la antigua Federación de Soles. La imagen digital se hallaba en una bandera real desplegada a lo largo de una pared y situada detrás de un podio. Los colores nacionales estaban ribeteados de negro, un signo de luto, y el Príncipe Victor Steiner-Davion se erguía de pie en el podio, con las manos asidas con fuerza a ambos lados mientras miraba fija y directamente a los ojos del visor. Vestía la ropa militar completa de las Fuerzas Armadas de la Federación de Soles, un uniforme que la última vez que se usó (de forma oficial) fue durante el gobierno de su padre. De forma manifiesta se constataba la ausencia de todo tipo de decoración, condecoración o medalla de la que él era titular. Solo la insignia de rango de mariscal de campo y el emblema de la Federación adornaban el uniforme.

—Estimados ciudadanos de la Mancomunidad Federada —empezó el—. Lamento muchas cosas.

Lamento que la Mancomunidad haya fracasado, destruyendo los sueños de mis padres de una gran unión.

Lamento haber considerado necesario abandonaros para acabar con la invasión de los Clanes. —Su voz se hizo más severa, repleta de resolución—. Lamento que mi hermana, Katherine, tenga un ansia de poder que continua demandando destrucción, derramamiento de sangre y vidas.

>>Esos son mis lamentos —dijo—, pero aún tengo esperanza. Quería la paz para todos vosotros.

Esa es la razón por la que me aparté a un lado y acepté un puesto con ComStar. Esa es la razón por la que dejé a Katherine en el trono. Pero toda esperanza de paz murió con mi hermano Arthur, asesinado hace dos días en lo que sólo puede ser descrito como un despiadado ataque terrorista.

Victor hizo una pausa, ya que durante un instante su ropas militares casi se deslizaron, pero se recompuso de nuevo con rapidez:

—El asesinato de Arthur recalca la lucha que tiene lugar en estos momentos en mundos tales como Kathil, Nanking y Kentares. Su fantasma me recuerda —una insinuación de dolor y rabia animaba la cara de Victor— que he permitido que en el trono se siente un gobernante loco de poder. Alguien que usa la violencia contra su propia familia. Alguien que traiciona la confianza puesta en nosotros por los ciudadanos de ambos estados de la Mancomunidad. Su fantasma señala a la gente que quiere libertad, justicia. Y señala a la necesidad de recuperar mis legítimas responsabilidades.

>>No puedo abandona mis obligaciones por más tiempo. Los problemas que nos asolan han sido ignorados demasiado tiempo. Ahora, debemos vivir con las consecuencias. Debemos ser conscientes de las diferencias que continúan dividiéndonos a mi y a mi hermana y a mi pueblo entre sí. Si, tengo de que lamentarme. Y mi lamento más profundo es que no nos queda ningún otro camino.
>>Nada —dijo con pesar—, sino la guerra.