Capítulo 10

Recinto Militar de District
District City, Kathil
Marca Capelense, Mancomunidad Federada

16 de noviembre de 3062

Apretándose la correa lateral de su traje refrigerante bien almohadillado, Evan adaptó el paso al de la Leftenant General Fallon a medida que salían de un corredor y caminaban a lo largo de la amplia extensión abierta del hangar de ‘Mechs. El frío primaveral levantaba carne de gallina en sus brazos y piernas expuestos: el traje de MechWarrior tradicional no estaba diseñado para climas fríos. Una vez que estuviese en combate y que la curva de calor de su BattleMech subiese, empero, Evan sabía que apreciaría el efecto.

—Ese hombre está fuera de control —dijo, chasqueando su voz con indignación.

Tenía que dejar claro que el no había ordenado el asalto de Barajas, que había tenido lugar apenas una hora antes. Desde entonces, la base había parecido un hormiguero trastornado, con cada uno de los miembros del GRC dirigiéndose a sus puestos. El propio Evan apenas había tenido tiempo de cambiarse el uniforme de combate antes de que Fallon le hubiese arrastrado fuera hacia el hangar de ‘Mech—. El Hauptmann General Weintraub autorizó la fuerza, sí, pero no la fuerza excesiva. Especialmente, no contra la milicia de Kathil.

—Esa es una línea muy débil —respondió Fallon con facilidad, lo que alarmó a Evan. El no había esperado que ella defendiese a alguien como Xander Barajas, que rayaba la frontera de un psicópata—. Si esos dos tipos hubiesen tomado el control del Hetzer y destruido nuestros ‘Mechs, ¿crees que el general estaría menos enojado de lo que lo está ahora?

Evan frunció el entrecejo. Había una oportunidad de que el Hetzer pudiese haber destruido un ‘Mech (posible, aunque escasa). Pero destruir ambos (eso caía en el campo de lo improbable):

—Es complicado hablar de situaciones hipotéticas —dijo el.

Los azules ojos de ella se prendieron en Evan con firme resolución:

—Esa es exactamente mi opinión. El Leftenant Barajas actuó como creyó necesario para proteger a su unidad y para obedecer al general.

Con cautela, Evan asintió. Desde el mismo momento en que Fallon lo había tomado bajo su ala, después de la ceremonia de condecoración de McCarthy, el había estado ocupado intentado adivinar la forma de pensar de ella. Parecía que ella era más agresiva de lo que él había creído:

—Si usted va a decirle eso al General Weintraub, eso puede ser un modo de justificar las acciones de Xander —se atrevió a decir.
—Y eso, también, podría cubrirte las espaldas bastante bien —dijo ella con guasa, adivinando la verdadera preocupación de él—. No te preocupes, Evan. Tu hombre se llevará un rapapolvo, pero yo le protegeré. Y cortaré cualquier intento de tratar de desviar la culpa hacia ti.

Evan sabía cuanto podía significar el apoyo directo de Karen Fallon para su carrera, y tampoco estaba dispuesto a jugar el papel del soldado inservible. Su silencio dejó clara su postura, en apariencia, cuando Fallon parecía satisfecha con la ausencia de respuesta.

Cuando finalmente habló de nuevo, Evan suavizó su tono hacia un nivel más familiar:

—De acuerdo. Con independencia de las esperanzas no cumplidas, ¿ese destacamento de seguridad estaba en posición de coger a nuestro cuerpo de oficiales bajo “custodia protectora”?

Fallon asintió:

—Si hubiesen logrado acercarse a nuestro edificio de operaciones, podían habernos cogido, a Mitchell y a mí y a mucho de nuestro estado mayor táctico clave, en una reunión matinal y nos habrían secuestrado antes de que nadie hubiese tenido oportunidad de dar la alarma. El Leftenant General Price habría sido el oficial de más alta graduación que habría quedado libre, y el no habría sabido como coordinar nuestras diversas fuerzas. —Ella sonrió un poco—. Un plan simple, pero que si hubiese tenido éxito, habría destruido nuestra fuerza de forma muy eficiente.
—¿Y nuestra respuesta?
—El general pretende usar estas acciones para justificar la reducción de la MMC de Kathil en una milicia con base ciudadana y más pequeña. Si podemos dividir sus fuerzas, podemos hacerles más complicada su oposición a nosotros (y mucho más difícil su coordinación con los Dragones, cuando éstos finalmente lleguen). Estamos enviando efectivos de ‘Mechs y blindados hacia Radcliffe en la espera de tomar un rápido control de su complejo administrativo y de coger a sus líderes desprevenidos. Si vamos a movernos, ha de ser ahora.
—Porque si no lo hacemos, la milicia puede hacer público el asalto de Barajas, y usarlo como base para desahuciarnos a la fuerza de Kathil —dijo Evan, intranquilo con tal pensamiento—. Si la milicia tuviese a la opinión pública de su lado, tendríamos que irnos, o arriesgarnos a una masacre como la de Kentares. No creo que esto le sentase bien a la Princesa-Arcontesa (ella tiene bastantes problemas para dejar las cosas como están).
—Pienso que tienes la situación perfectamente encuadrada y asimilada —dijo Fallon con aprobación—. Planeamos dispersarlos en trozos impotentes a lo largo de todo el mundo (con los oficiales retenidos, las tropas no tendrán otra opción que obedecer).

Es un plan sólido (es decir, contando con que ellos no estén ya preparados para atacarnos con todas sus fuerzas). Tenemos que controlar esta situación con rapidez, antes de que se dispare.

Ya lo ha hecho, fue el primer pensamiento de Evan. Las impulsivas acciones de Barajas en la puerta habían cruzado una línea muy definida: un oficial del ejército había disparado sobre soldados que, teóricamente, eran sus aliados. Ese era el primer paso hacia una palabra en la que nadie quería pensar aún, que nadie quería decir en voz alta: guerra. Pero si el Octavo lanzaba un ataque por derecho de prioridad, y dividía a la milicia en unidades no efectivas, ellos podrían evitar que las cosas se pusiesen peores, y, en el proceso, consolidar su petición de que el Octavo era la única fuerza militar, en el plantea, con potencia bastante para proteger Kathil.

Y si iban a hacerlo, había que hacerlo antes de que llegasen los Dragones, en poco más de dos semanas. Weintraub era de la opinión de que la “cooperación” forzosa de VanLees con el Octavo aseguraría que los Dragones se declarasen a favor del lado correcto del conflicto, o que, al menos, se mantuviesen neutrales. Evan no estaba seguro. Estos eran los Dragones, después de todo no sentían un amor especial por Katrina. Y si se unían a la milicia, Weintraub tendría en sus manos un verdadero problema.

Tenían que golpear ahora y, si tenía que decir la verdad, Evan esperaba con ganas enfrentarse con McCarthy. Evan tenía que admitir que el hombre era bastante simpático, pero su envidia de los éxitos de McCarthy teñía sus sentimientos. ¿Qué hacia a McCarthy merecedor de mayor admiración? Sólo porque había estado en el lugar adecuado en el momento oportuno, era, de repente, un héroe. Si Evan tenía la oportunidad, comprobaría como de bien el “heroísmo y la prueba extrema de valor” del otro guerrero aguantaba bajo un par de rifles gauss. Entonces, comprobarían quién era aclamado como el “héroe de Kathil”.

Habían llegado a los pies del Cerberus de Evan, un ‘Mech de asalto que había llegado a querer. Llamado así por la bestia mitológica que guardaba las puertas de los dominios infernales, su Cerberus no habría parecido fuera de lugar ni entre los dioses ni entre los monstruos. La máquina de noventa y cinco toneladas descansaba en una postura de piernas abiertas sobre sus singulares pies con forma de garra, su reducido centro de gravedad le otorgaba un equilibrio superior, además de una velocidad superior a la media. No disponía de las manos articuladas de otros muchos BattleMechs, habiendo sido sustituidas por dos de las armas más pesadas que una máquina de guerra podía llevar en el campo de batalla. Evan se erguía directamente debajo del reducido brazo derecho, mirando fijamente hacia arriba, hacia el calibre amplio y oscuro del rifle gauss montado en el brazo. Estos cañones podían disparar balas de ferroníquel a una velocidad superior a la supersónica. Y Evan tenía dos de ellos.

Un caballete del personal había sido empujado sobre las ruedas hasta la máquina, con la escalera conduciendo a la cabina del Cerberus.

—¿Ordenes? —preguntó a Fallon, esperando una asignación que le pondría al frente de la ofensiva, donde pudiese tener una oportunidad de destacar.
—Estarás respaldando a la unidad de Jim Wendt —dijo ella de inmediato—. El ya está en camino, esperando pillar a la milicia por sorpresa y ocupar su base antes de que las noticias del ataque fallido sobre nuestras puertas lleguen hasta ellos. Tu compañía fue la siguiente unidad completa de ‘Mech que pudimos poner en marcha en el acto, aunque tenemos un regimiento de blindados al completo preparándose para salir pitando, y nuestra ala aeroespacial de alerta permanente ya está en el aire. —Fallon lo sujetó con una mano en cada hombro, sus brillantes ojos azules presionado sobre los de él como un cañón de energía—. Llevamos minutos aquí, así que muévete. Otro batallón estará preparado y en movimiento dentro de una hora. Pronto, o seremos la fuerza indiscutible en Kathil, o estaremos en una lucha real.

Evan asintió y forzó una oblicua sonrisa:

—Pienso que usted descubrirá que ellos están desplegados y esperándonos —dijo él—. Sampreis puede haber apostado por el equipo de seguridad, pero Zibler y McCarthy no me cuadran como hombres que se dejan a sí mismos al descubierto ante riesgos innecesarios.
—Probablemente tengas razón —admitió ella—. Pero no lo sabremos hasta que el primer disparo (en realidad el segundo disparo ahora) sea hecho. Ahora abróchate y lárgate. —Ella levantó una mano para anticipar su siguiente pregunta—. Y para hacerlo oficial, el General Weintraub ha autorizado el uso inmediato de la fuerza si te encuentras con patrullas de la MMC de Kathil.

Ceñudo, Evan se paró con un pie sobre el peldaño inferior del caballete: 

—¿Qué pasa con el Segundo Cuadro del ICNA? —La unidad de adiestramiento de la academia tenía fuerzas en la zona. Si ellos habían contactado con la milicia de Sampreis, Evan quería saber cuán lejos estaba autorizado a llegar.

Fallon se liberó de la pregunta con un aire despreocupado:

—Los aprendices no han tomado partido hasta ahora, y no existe señal de que puedan tomar una postura contra nosotros. Espero que se doblarán ante nuestras líneas tan pronto como les lleguen las noticias. —Su sonrisa no alcanzó sus ojos—. En cualquier caso, la mayoría de los cuadros permanecen en maniobras de entrenamiento ampliado en la costa oeste. Pero si están ahí fuera, y presencias algún acto hostil o tienes pruebas positivas de que están cooperando con la MMC, puedes considerar de aplicación las órdenes del general.
—¿Informo directamente al General Weintraub?

Esta vez Fallon agitó la cabeza, sonriendo débilmente a su apenas disimulada ambición:

—No, tu me informas a mí. Yo informo a Mitchell. Tu pillaste esta cama cuando saltaste a mi lado contra la Condesa Reichart.
—Muy bien. Y siempre es una buena cosa saber en la cama de quien estás durmiendo. —Subió la escalera, sin lanzar otra mirada hacia atrás, permitiendo que Fallon ignorase el comentario picante. Además, ya se había apuntado bastantes puntos con ella. Era una cosa muy rara decir la última palabra con un general.

El diseño de la carlinga del Cerberus era único, enterrada, como estaba, debajo de los hombros de grueso blindaje y con la torreta que portaba el sistema de defensa antimisíles por encima de ella. Toda esta protección no hacía fácil la apertura de la escotilla de acceso o que el dosel fuese expulsado lejos. Por el contrario, toda la cara del BattleMech se alargaba hacia fuera sobre un sistema hidráulico, como si en parte se quitase una máscara. El caballete por el que ascendió Evan le depositó en una pequeña plataforma, exactamente a unos pasos de un puente extendido colocado entre el desquiciado rostro y la “línea del cuello” de la máquina humanoide.

El caminó a lo largo, ascendiendo hacia arriba y hacia atrás en la cabina y revolviéndose en la débilmente reclinada silla del piloto. Se ajustó en el arnés de cinco correas, dejando que la hebilla de fácil desabrochado presionase sobre el chaleco refrigerante acolchado en su abdomen. De un estante sobre su cabeza, extrajo el neurocasco del BattleMech y siguió tirando de el, apoyando los bordes inferiores contra las hombreras reforzadas de su traje refrigerante que servían de apoyo añadido y asegurándolo vía una gruesa correa a la barbilla. Un lío de cables serpenteó hacia abajo desde la barbilla extendida del casco y descansó sobre sus rodillas. Los cuatro cables más delgados los pegó a las conexiones de los biosensores, los aseguró en el compartimento de debajo del asiento y, con rapidez, los enganchó en la parte superior de los brazos y en el interior de los muslos. El cable más grueso y más largo lo conectó al puerto del ordenador del ‘Mech.

Accionando los botones y haciendo una serie de ajustes de control en respuesta a las variadas luces de aviso, Evan rápidamente puso en funcionamiento el motor de fusión del ‘Mech. Su poderoso gruñido calentó el corazón del Cerberus y sacudió la máquina con energía moderada. El ordenador parpadeó con una verde luz fosforescente, detallando los chequeos de estado de los diversos subsistemas y, luego, poniendo en marcha el sintetizador de voz para repetir las últimas comprobaciones.

—Secuencia de inicio del motor de fusión completada —anunció en voz alta—.

Todos los sistemas operativos. Control del sistema de seguridad iniciado.

Dado que cada BattleMech tenía un valor de decenas de millones de billetes C, la seguridad nunca se tomaba a broma. Dos etapas separadas confirmaban la autoridad de un MechWarrior para controlar los monstruos del campo de batalla. La primera, un simple chequeo de identidad, compararía la señal de voz de Evan con el patrón registrado y salvado en la memoria.

—Kommandant Evan Greene —se identificó a sí mismo— Octavo Grupo Regimental de Combate de la Mancomunidad Federada, Segundo Batallón de ‘Mechs.
—Encontrado patrón de voz. Por favor, verifíquese con la clave de identificación personal (CIP).

Dada la habilidad para grabar y reproducir con sencillez la voz hablada de cualquier persona, la CIP era un código conocido sólo por el MechWarrior. Podía ser tan simple como unas pocas palabras dichas o tan elaborado como una serie de sílabas disparatadas; la mayoría de los MechWarriors elegían una frase lo bastante fácil de recordar para ellos, pero lo suficientemente personal como para hacer difícil que cualquier otro la adivinase.

—La oportunidad llama a la puerta —dijo el sin alterarse.

Evan sonrió para sí mismo cuando el ordenador liberó el control de la musculatura de miomero, el Cerberus doblando las rodillas en una postura más intensa.

Un golpe en otro botón y la extendida cara del BattleMech se deslizó hacia atrás hasta encerrarse en un sello hermético. Pisó el acelerador para un paso fácil, tocó suavemente en la palanca de control mientras la máquina de guerra de noventa y cinco toneladas empezaba a moverse hacia el exterior del hangar.

La oportunidad estaba llamando, desde luego. Y era el tiempo de abrir la puerta de una patada.