Capítulo 30

NGMF Robert Davion
Orbita cercana, Kathil
Marca Capelense, Mancomunidad Federada

7 de diciembre de 3062

Seis diferentes Naves de Descenso volaban ahora hacia Kathil, navíos amistosos de la milicia que trataban de cubrir al Primero de Dragones Capelenses mientras el regimiento realizaba su último intento por penetrar en el planeta. La Robert Davion las rastreaba, mostrando las naves en el tanque holográfico y siguiendoles la pista a través de sus trayectorias de vuelo. Si convergían sobre Kathil de acuerdo con sus patrones actuales, golpearían la atmósfera en seis lugares diferentes, aunque sólo uno de ellos quedaba bastante cerca de la localización actual de la Nave de Guerra. Una séptima también parecía que pasaría bastante cerca, el resto de la retornada Guardian y su escolta Octopus, pero éste último Kerr lo podía ignorar.

Mostró los dientes y se agarró a los reposabrazos de su silla con tanta fuerza que los músculos de su brazo se estremecieron. En el mejor de los casos podía ser capaz de golpear a dos de las Naves de Descenso que estaban haciendo la entrada en el planeta. En el peor de los casos, extendería sus esfuerzos demasiado y erraría en inutilizar a ambos. En ese momento, Kerr habría ofrecido la Arcontesa a su hermano Victor a cambio de una tripulación completa y, tal vez, una pantalla adecuada de cazas aerospaciales para agrupar al enemigo en las zonas de exterminio.

Pero no tenía ninguna de esas cosas, y Kerr no pretendía permitir que la primera batalla de la Robert Davion se convirtiese en un final deslucido. El rastro del navío más cercano a su Nave de Guerra era de una Nave de Descenso de los Dragones: una Overlord, que transportaba un batallón completo del regimiento de ‘Mechs. Serían su objetivo. Su presa. Su victoria.

—Almirante, hemos perdido las lecturas del rayo emisor de microondas de Yare — informó la Jefe Watson—. Se han callado.

Kerr gruñó en señal de reconocimiento, mirando fijamente al holotanque. Así que, por fin, Yare le dejaba el asunto en sus manos: mucho mejor. Las emisiones indiscriminadas de energía habían causado algún daño a los navíos que apoyaban a la milicia, pero al final sólo podía quitar la gloria que correspondía a la Robert Davion.

—¡Más abajo! —gritó al timonel. El Suboficial Erikson sudaba copiosamente, tratando de apartar la gran Nave de Guerra de la atmósfera de Kathil. Esta era una maniobra peligrosa para este tipo de navío. Dadas las velocidades del planeta y la Nave de Guerra, y el ángulo de aproximación, tocar la atmósfera sería parecido a volar en un caza aerospacial junto a una estación espacial. El blindaje de la estación podía ceder, pero no serías capaz de identificar lo que quedase del caza.

El Almirante Kerr fijó la vista en el holotanque, observando como la Overlord de los Dragones trataba de cambiar de rumbo. El rastro de luz que surgía tras ella se combaba ligeramente, un cambio verificado cuando la Jefe Watson manifestó su ligero cambio de velocidad.

No obstante, no sería bastante. El impulso de los Dragones era demasiado grande; estaban entrando en Kathil a gran velocidad, a al menos tres gravedades de desaceleración. El impulso te permitía girar sólo a lo lejos, y el ímpetu de la Overlord la restringía a un estrecho rango de ángulos de aproximación. Podían empujarse varios klicks hacia un lado u otro, pero el alcance de la Robert Davion se extendía cientos de kilómetros cuando se tomaba en cuenta la capacidad de interceptación de sus misiles de clase naval Killer Whale y Barracuda.

—No lo pueden hacer —dijo, en tono confiado. En su mente, con rapidez, trazó la máxima desviación de la Overlord y el alcance de su Nave de Guerra—. No pueden escapar de nuestro alcance.
—No — confirmó Deborah Watson —. No pueden.
—Preparados, hangares de misiles —ordenó Kerr — Tracen los caminos de interceptación y esperen mi orden para disparar. — Estaba a escasos segundos de un ataque intensísimo. Kerr reduciría todo un tercio de los Dragones para liberar hidrogeno en el espacio, y luego conectaría con Weintraub y encontraría las formas de apoyar la guerra del general con un bombardeo táctico. Muy pronto, la Arcontesa tendría, una vez más, el control indiscutible sobre Kathil.
—Cambio en la trayectoria de un objetivo secundario —gritó Watson, con un tono de voz que cambiaba de un registro confiado a otro de confusión y, posteriormente, de alarma—. ¡Al-almirante! ¡La Guardian cambia de rumbo!

Desde luego así era. Una Nave de Descenso herida, incluso una vieja de clase Excalibur readaptada como nave de asalto, no iba a cambiar andanadas con una Nave de Guerra de última generación. ¿Por qué sonaba Watson tan preocupada? Kerr miró el rumbo de la Guardian y el remolcador espacial, vio el ángulo de la línea . . .Hacia el interior, ¡hacia la R. Davion!

—¡Desprendimiento! —gritó Watson mientras tecleaba para ubicar los dos navíos en una pantalla de visión principal. La Excalibur continuaba con el vuelo de su propio motor, cogida en una dirección balística a medida que la gravedad de Kathil actuaba para dirigirla hacia la Nave de Guerra. La Octopus giró más de noventa grados, su propio motor tensandose para alejar al remolcador de la nave de asalto con rumbo a la destrucción.
—¡Maldita sea su intrusión! —gritó Kerr. Al soldado raso que manejaba las armas, le ordenó. —

Todas las baterías de estribor, rastreen a ese bastardo capitán de una Nave de Descenso liaoita y presentenles mis mejores respetos. ¡Corten esa nave completamente y lancen sus tripas al espacio! —El soldado raso empezó a transmitir la orden.

—¿Por qué no nos sigue? —preguntó Watson a nadie en particular—. No hay sensores activos en absoluto; es como si se tratase de una nave muerta. Como . . .no hay nadie a bordo. —Su cara mostró el miedo. — ¡Almirante! Pienso que pretenden . . . Pienso que pretenden . . . —No parecía capaz de decirlo.

Kerr captó el significado de la frase en la voz de ella, empero, y miró con una alarma creciente como la trayectoria de la Guardian lentamente cambiaba hasta coincidir, de forma infalible, con el gran icono que representaba a la Nave de Guerra de la Mancomunidad Federada conocida como Robert Davion. Watson se levantó con lentitud, sus ojos atraídos por la pantalla principal donde la Guardian se hacia cada vez más grande:

—Oh . . . Dios . . . mío . . .
—¡Fuego! —gritó Kerr a su hombre de armas—. Todos los cañones, ¡andanada completa! Fuego, malditos seáis, ¡fuego!

Fue la última orden del almirante, dada a lo que realmente era un barco muerto. Los enormes láseres navales de la Robert Davion enviaron al exterior brillantes rayos de luz, que perforaron la proa de la Nave de Descenso de clase Excalibur. Un par de misiles Barracuda lanzados apresuradamente lograron cortar el lateral de la Guardian. Andanadas del cañón proyector de partículas y olas de misiles normales los siguieron, golpeando a la enorme Nave de Descenso en un intento final y desesperado de desviarla de su rumbo. Fragmentos y glóbulos fundidos de blindaje formaron remolinos saliendo de las críticas heridas, y la escasa atmósfera que quedaba en la Guardian explotó en rápidos destellos antes de ser disipada por el vacío.

Y a través de tal nube de cascotes, la Guardian siguió dificultosamente hacia adelante. Como el Almirante Kerr había deducido antes, el ímpetu de una navío nacido para el espacio era algo que no podía cambiarse con facilidad.

La descarga de las armas detuvo a la Guardian duran un fracción de segundo y la empujó hacia un lado quizás medio grado. En distancias mayores, ese leve cambio podría dar lugar a kilómetros de diferencia. En realidad, dejado a sus propios medios, finalmente habría llegado al límite de la atmósfera de Kathil, haciendo pedazos el navío y convirtiéndolo en un campo de cascotes.

Habría ocurrido, salvo que la Robert Davion se encontraba en mitad de su camino.

Dieciséis mil toneladas de Nava de Descenso bajo una aceleración casi constante de una gravedad estándar durante varias horas significaba una cantidad considerable de energía cinética: bastante para destruir ambos navíos, de forma instantánea, en un entorno ideal. Aunque ese no era el caso, cuando la Guardianse incrustó en la nave central de la R. Davion y nada cerca continuó igual.

Incluso un golpe oblicuo, sin embargo, transmitió suficiente energía para cortar una tercera parte de la Guardian y quebrar la popa de la Nave de Guerra de ochocientos metros. La Robert Davion realmente se dobló levemente cuando la Nave de Descenso golpeó sobre y a lo largo de su espina dorsal.

La sección de ingeniería, que contenía el enorme motor de fusión, giró doce grado respecto del eje normal de la Nave de Guerra; sería la primera parte de laR. Davion que golpearía la atmósfera de Kathil, treinta segundos más tarde.

La Guardian, con el impulso del motor finalmente extinguido, se desvió hacia la atmósfera, provocando el impacto un aplastamiento de la mole destripada antes de que girase libre bajo el abrazo frío y oscuro del sistema solar de Kathil. La muerte de la Robert Davion no fue en ningún caso tan tranquila y silenciosa. Con la sección del motor acercándose lentamente hacia la atmósfera, la Nave de Guerra se estremeció y agitó tan violentamente que un nuevo agujero se abrió en el tercio de la proa del navío: la estructura fracturándose como si estuviese sujeta a niveles de tensión para los que nunca había sido preparada. Y cuando toda la nave cayó en la atmósfera de Kathil, dando vueltas, con el blindaje sin proteger brillando rojo y arrastrándose detrás como una cola encendida, la Nave de Guerra finalmente se rompió en tres grandes trozos.

La proa del navío se zambulló hacia abajo en el ángulo más empinado, lo que hizo que el calor fundiese su blindaje en cascotes candentes. Lo que quedaba, en el momento en que golpeó el planeta, chocó en el océano de Kathil más alejado al sudeste del continente de Thespia. Su impacto puso a hervir millones de galones de agua marina que se convirtieron en vapor y levantó una ola gigantesca de cincuenta metros que barrió todo el mundo. En el momento en que golpeó Thespia, por suerte, la mayoría de su poder se había perdido, y se alzaba hasta una simple ola solitaria de sólo tres metros de alta: bastante para inundar las calles de dos ciudades costeras, aunque la pérdida de vidas fue mínima.

No tan afortunadas fueron las pequeñas ciudades del oeste central de Muran, un territorio productor de madera. Miles de acres de bosques y los edificios de un pueblo fueron arrasados por la onda de choque cuando la arrugada sección del motor explotó al pasar y, luego, se enterró en las Montañas Ironback. Los terremotos resultantes causaron incluso más destrucción y despertaron al Monte Daffyd. La erupción del volcán dormido lanzó lava sobre más zona maderera y, aunque demasiado lejos de las ciudades locales para amenazarlas directamente, hizo llover sobre ellas una densa ceniza durante días y provocó el abandono de dos pueblos más pequeños.

Eso dejaba sólo la sección media de la una vez poderosa Robert Davion, la sección que había contenido el puente de mando del Almirante Kerr. Con todas las órdenes silenciadas para siempre ahora la arruinada sección giraba por toda la atmósfera superior más lejos que todas las demás, arrojando todo un campo de cascotes. Su masa, finalmente, cayó en picado sobre Kathil y golpeó en los desiertos de Thespia, lejos de cualquier área habitada, donde quedó, finalmente, olvidada. Con relación a sus detritus, algunos de los mismos permanecerían dispersos en una órbita permanente sobre Kathil, convirtiéndose en un peligro para los satélites y los pequeños aviones. El resto desaparecería del cielo a lo largo de los siguientes meses en una brillante exhibición de estrellas fugaces ante las que los niños pedirían deseos.