Capítulo 16
Terrenos de estacionamiento
de la MMC
Radcliffe,
Kathil
Marca Capelense, Mancomunidad
Federada
22 de noviembre de
3062
David estudió el
tosco boceto del litoral oriental de Muran que Tara Michaels había
dibujado en el gran tablero de borrado en seco. Imanes con forma de
‘Mech sembraban el dibujo coloreado, mostrando las posiciones
estimadas de los elementos del Octavo GRC y el despliegue
correspondiente de fuerzas de la milicia. Un imán con la forma de
un Spider denotaba a las lanzas
ligeras, los Enforcers a las medias,
los Caesars a las pesadas y
los Victors a las lanzas de peso de
asalto. La mayoría de los ‘Mechs de la Katzbalger estaban agrupados
alrededor de, o estaban comprimidos en, District City, protegiendo
la capital como si poseyese alguna ventaja estratégica distinta de
la legitimidad política. La milicia continuaba ocupando Radcliffe y
varias ciudades cercanas, aunque su posición en algunas estaba,
lógicamente, empezando a perderse.
—¿Qué hay sobre
el municipio de Kelso? —preguntó el, rodeando el área sobre el
tablero y manchándose, en el proceso, los dedos de tinta
roja.
Tara hojeó un
montón de mapas, impresos recientemente esa mañana con datos más
precisos que los que ella había pintado en el tablero. Localizando
Kelso, ella lo estudió y agitó la cabeza:
—Podemos
presentarnos allí con total facilidad. El Octavo tiene sólo dos
lanzas de MechWarriors novatos en el puesto, apoyadas por una
compañía de blindados. Sin apoyo aerospacial.
—Ella continuó
observando el mapa. — Pero no hay ninguna ventaja en controlar esa
zona. Kelso es una comunidad sin salida.
David frotó sus
palmas contra los laterales de las piernas en señal de
frustración:
—Entonces, ¿por
qué estaba el Octavo allí?
Tara dejó libre
el mapa que estaba estudiando y se lo acercó a David:
—Está cruzando el
Río Howell desde Woodland —dijo ella, como si eso lo
explicase.
Una rápida mirada
al mapa refrescó la memoria de David:
—El Segundo
Cuadro del ICNA. Exacto. —En los últimos días, el cuadro de
adiestramiento había movido elementos más cerca del límite de la
expansiva batalla entre el Octavo GRC y las fuerzas de la milicia.
Ellos aún no se habían comprometido a apoyar a ningún lado, y su
cercana proximidad ponía a todo el mundo más nervioso.
Especialmente al
General Sampreis, quien estaba trabajando duro para unir al Segundo
con la milicia. La unidad era solo un cuadro de adiestramiento,
pero era uno de los más prestigiosos en el ICNA, y eso significaba
que ningún lado podía dejarla fuera de sus cálculos. Cada día
aumentaba las preocupaciones de que el Segundo pudiese optar por
unirse a la Katzbalger. Y en ese caso, la
MMC tendría pocas posibilidades de resistir hasta que llegasen
los Dragones Capelenses.
Pero ese era un
problema para el viejo, decidió el, alejando la preocupación. En
este momento su tarea era romper la firme guerra de agotamiento que
el Octavo estaba librando contra la milicia. Exhaló ruidosamente,
sintiendo la presión. La mayoría de la milicia contaba las horas
hasta que llegasen los Dragones dentro de dos semanas, pero si no
daba con algún tipo de plan para paralizar la capacidades ofensivas
del GRC, no quedaría nada para recibirlos. Tenía que reunirse con
el General Sampreis en treinta minutos y presentar sus propuestas,
y, en este momento, no tenía nada que ofrecer. El tiempo seguía
corriendo.
—¿Dónde nos deja
eso? —preguntó el.
Tara se estiró,
aliviando los cansados músculos, y dejó caer el mapa que estaba
examinando sobre la mesa:
—Eso deja a la
milicia sin buenos objetivos al sur de District City. No que yo
pueda encontrar
—dijo ella—. Eso
nos deja a nosotros con los ojos enrojecidos de mirar fijamente los
mapas toda la mañana y a mí, al menos, saltándome el almuerzo.
Tomemos un bocadillo, David. Toma un respiro. Ataca esto de nuevo,
después.
David levantó la
vista del mapa que sostenía , inseguro de si el estaba leyendo
demasiado en el tono de ella. Había habido algo en su voz, algo
indeciso, y personal. Era más que simplemente llamarle a él por su
nombre—como parte del personal de planificación, ella se había
ganado el derecho de hacerlo en privado. Pero mirando en sus ojos
marrón chocolate, el podía detectar la misma pregunta intencional
que ella había planteado de forma implícita—un indicio de posible
interés.
—¿Después?
—preguntó el.
—Después de un
descanso —dijo ella—. ¿Regresas fresco?
No había
equivocación en la implicación esta vez, pero aún estaba esa
indecisión—como si Tara no estuviese segura ella misma de lo que
esperaba que fuese la respuesta de él.
Ella era, con
toda seguridad, preciosa, y David aún podía rememorar la forma en
que su voz, profunda y como de husky, le había electrificado en su
primer encuentro. Ella también había estado interesada en él,
pensaba. Pero nada había prendido aún entre ellos. En realidad,
después de esa primera conexión, David había sentido que el impulso
de ella se alejaba a medida que el se mantenía ocupado con otros
intereses, y otra gente. Por ejemplo, Amanda Black.
Mientras tanto,
Tara crecía personalmente. Se estaba convirtiendo en uno de sus
mejores jefes de lanza, destinada a su propia compañía cuando se
abrió un lugar en la TOE. Ellos trabajaban bien juntos y apreciaban
la mutua compañía. David la miró durante un instante, considerando
las posibilidades. Luego el dijo:
—No —indeciso al
principio, luego haciéndose más fuerte—. No, no pienso así. —El
estaba respondiéndole a ella, tanto las cuestiones no expresadas
como las evidentes. — Tengo una reunión con le General Sampreis en
treinta minutos. Ve por delante.
Tara asintió y se
giró hacia la puerta. Se detuvo sólo durante un
segundo:
—¿Está
bien?
David sabía que
ella, realmente, estaba preguntando: ¿Estamos bien? El estaba
comprobando que podía leer las mentes de la mayoría de sus
guerreros, especialmente de aquellos de su compañía original. Eso
era un signo de que el se sentía más cómodo con ellos, y ellos con
él:
—Es perfecto —le
dijo a ella sonriendo.
Su creciente
relación con sus soldados no reemplazaba el peso de responsabilidad
que recaía sobre sus espaldas, pero hacía que la carga cambiase
hacia una posición más soportable. Ahora si sólo pudiese imaginarse
como podían sobrevivir esos soldados.
De repente se
detuvo, mirando fijamente al mapa que Tara había dejado caer sobre
la mesa antes de irse. Este mostraba District City, rodeada por las
fortificaciones pesadas del Octavo, en algunos lugares
extendiéndose incluso hacia los suburbios. Quizás, solo quizás. Los
indicios de un plan empezaron a agitarse en su mente . .
.
David podía
sentir la desesperación que colgaba sobre la oficina del General
Sampreis, como la neblina de humo de cigarro que se agitaba
alrededor del ventilador de techo que giraba con lentitud. No había
posturas vistosas aquí, no entre los oficiales MechWarriors de más
alta graduación. Sampreis trataba de ocultar su preocupación detrás
de una máscara de confianza, pero, al fin y al cabo, era el
general; el tenía que hacer algún tipo de intento de aplomo incluso
entre su personal de mayor rango.
Pero la fachada
se desvaneció cuando David anunció el objetivo elegido tan pronto
como entró caminando en la sala.
—¿Usted quiere
golpear en District City? —dijo, aún incrédulo, el General
Sampreis, a pesar de todo indicando a David una silla vacía entre
los jefes de los batallones de ‘Mech Primero y Tercero—. No era
usted una de las personas que argumentaba contra cualquier intento
de retar a Weintraub por D.C., ¿qué eso no tenía ningún valor
estratégico real? —Sampreis dio un vistazo a la foto holográfica de
su mesa de despacho en la que estaba junto a Morgan Hasek-Davion.—
Personalmente, creo que tendríamos que asaltar la ciudad para
liberar al Duque VanLees y familia. Dejar a los nobles gobernantes
de Kathil en las manos de ese arrogante hijo de Amaris no casa bien
conmigo, en absoluto.
Desde luego que
no, para alguien con aspiraciones tanto políticas como militares.
Aunque el Octavo había ocupado District City desde el principio, el
general había continuado buscando evasivas y trabajando por una
victoria diplomática. Pero una vez que el Duque VanLees había sido
capturado, todo en lo que Sampreis podía pensar era que había
perdido su apoyo político local. Nunca se imaginó que el propio
George Hasek hubiese excusado las acciones del Duque Petyr ante el
pueblo y apoyado la autoridad de la milicia sobre Kathil. El
general no podía pretender asignar una alta prioridad al rescate
del duque.
Puesto que, salvo
como un pequeño empujón de las relaciones públicas, la operación
sería un gesto inútil. Los nobles no luchaban en las guerras. Eran
buenos para iniciarlas, y, a veces, para acabarlas, aunque en este
caso George Hasek era la mejor oportunidad para eso. Una vez que la
batalla empezaba, creía David, era mejor ignorar a la nobleza
cuanto fuese posible.
—En realidad, no
quiero atacar District City —explicó David— sino acercarme lo
bastante como para que haya poca diferencia. Uno de los miembros de
mi personal de planificación, Tara Michaels, hizo que me percatase
del hecho de que, en este momento, no hay oportunidad de objetivos
sólidos al sur de District City. Y con sus fuerzas cambiando
constantemente, no podemos predecir donde podrá dejar el Octavo un
hueco para contraatacar. Así que eso me hizo pensar. De acuerdo con
nuestro servicio de inteligencia, la fuerza de guarnición en, y
alrededor de, District City ha permanecido bastante estable, hasta
el punto donde creo que podemos predecir sus movimientos. Si
golpeamos en el momento correcto, creo que podemos forzar un hueco
de treinta, quizás incluso de sesenta, minutos antes de que ellos
pudiesen responder.
—¿Sesenta
minutos? —la Teniente Coronel Marsha Yori, la nueva jefa de
batallón de más alta graduación, frunció el ceño y exhaló una
bocanada de humo de cigarro hacia el techo. Su voz no dejaba duda
acerca de su opinión. Estas personas querían un plan que ofreciese
salvación. David tenía un plan (aparentemente el único en la sala)
pero, a primera vista, parecía inútil. — ¿Qué podemos esperar
lograr en sesenta minutos?
David desenrolló
el mapa que había traído con el, dejándolo caer sobre la mesa de
despacho de Sampreis:
—Inutilizamos la
planta de municiones de Kay Bume —dijo con soltura—. Está
localizada aquí en Stihl, un suburbio en la orilla al sudeste de
D.C.: mayoritariamente locales industriales y propiedades
comerciales de baja renta. Con excepción de la patrulla de reserva,
su defensa inicial tendrá que llegar desde el espaciopuerto, aquí.
—David puso un dedo en la extensión gris localizada en la orilla
oriental de District City, al norte de Stihl.
—¿Qué pasa con
los defensores de la ciudad? —preguntó el Mayor Karl Tarsk—. Deben
tener un batallón completo de ‘Mechs y blindados desplegado a lo
largo de la ciudad. Ellos pueden responder mucho más
rápido.
—Más cerca de dos
—estuvo de acuerdo David—. Pero su primer pensamiento será proteger
el RMD y el Salón de los Nobles.
—¿Una planta de
municiones? —persistió, aún escéptico, Tarsk. — Solo una pequeña
ventaja táctica. Sus existencias deben igualar, al menos, la
producción de una semana de las instalaciones de Kay Bume. ¿Qué
puede esperar lograr?
—Misiles
—respondió Yori, empezando a ver lo que David tenía en mente. Ella
miró a Sampreis—. Esa planta es la única instalación bajo control
del Octavo GRC que produce misiles. Las otras tres de Kathil están
bajo nuestro control o bajo el del Segundo del ICNA.
Ella miró a David
y, lógicamente, leyó la sorpresa en su rostro, ya que ella lo había
pillado con tanta rapidez. Ella golpeó su cabeza con un dedo
índice:
—Seis años
destinada a los cuerpos de logística, protegiendo fábricas y
canales de suministro.
Espero los
detalles, también. Pero le adelanto que no me gusta su plan. —Ella
agitó la cabeza. — He visto los mismos informes que el Mayor
McCarthy. El Octavo ha estado gastando misiles muy
libremente.
Algunos de sus
mejores diseños de ‘Mech ( Salamanders, Rakshasas, Orions) dependen
de los MCAs para su capacidad ofensiva principal. Destruya su
habilidad para renovar las existencias, y verán una reducción
drástica en sus maniobras ofensivas.
Sampreis asintió
pensativo:
—Golpearles tan
cerca de su base puede también convencerles para replegarse y
darnos algún respiro hasta que los Dragones hagan su bajada al
planeta. —Volvió a mirar a David, puso su cigarro en el cenicero
con forma de platillo y lo dejó allí. — ¿Cómo planea usted
aproximarse a la ciudad? Lo situaran en los sensores desde el
principio, y estará rodeado por las fuerzas de apoyo del
GRC.
—Usaremos una
Nave de Descenso para dejarnos justo en las afueras de Stihl y
permanecerá lista para sacarnos de allí una vez que hayamos
cumplido nuestra misión. Necesitaremos una escolta de cazas pesados
en el camino de regreso.
Sampreis se
inclinó hacia atrás en su silla, su cara mostrando una desilusión
repentina:
—Ustedes los
necesitarán en el camino de vuelta, en el de ida y mientras estén
sobre el terreno.
Sin mencionar la
alarma que provocará la actividad de la Nave de Descenso en el
Octavo. Las Naves de Descenso no son conocidas por sus
aproximaciones sutiles, Mayor.
—Cuento con eso,
General. La Nave de Descenso hará una línea recta hacia Ostin, en
la costa. El Octavo puede incluso hacer salir a su cazas de alerta
permanente y moverlos hacia Ostin, lo que sería incluso mejor.
Luego, nos desviamos aquí —David se inclinó hacia delante para
dibujar una línea a través del mapa, moviéndose a través de una
zona subrayada en amarillo para acabar en el barrio suroriental de
District City— hasta Stihl.
Yori golpeó sobre
el área subrayada:
—Esta es una zona
de prohibición de vuelo, Mayor. La planta geotermal de
Ashton-McKinney está localizada allí, y el aire sobre la misma esta
ocupado por las transmisiones de energía de microondas hacia
las instalaciones espaciales y hacia toros colectores del satélite.
Su equipo sería convertido en cenizas.
—Con la única
excepción de que la Ashton-McKinney no es una estación de conexión
geosincrónica.
Yori frunció el
ceño:
—¿Qué significa
eso?
David estaba
ahora de vuelta a su propio campo. En el sentido literal—sus años
jóvenes en Kathil, y su legado como Ulano, le daban un mejor
conocimiento de la historia local que cualquiera de los otros
oficiales:
—Algunas plantas
geotermales envían su energía de vuelta al espacio a instalaciones
de muelles que se mantienen en una órbita geosincrónica (adaptando
las rotaciones de modo que siempre están sobre el mismo punto del
planeta) —explicó el—. Eso significa que no tienen que rastrear
diversas trayectorias.
Algunas plantas
cambian entre instalaciones y transmisoras orbitales sobre órbitas
variables, de modo que tienen la capacidad de cambiar sus
transmisiones a lo largo de toda la atmósfera.
>>Ashton-McKinney
es una planta más vieja, y un cruce entre las dos. Ellos cambian
entre una selección de instalaciones orbitales reducidas, siendo
cubiertas durante el tiempo de baja temporal por otra estación
geotermal. Cada semana o así, alcanzan un punto de aire muerto
donde no son requeridos, de modo que apagan la planta para un día
de mantenimiento. Ese tiempo de aire muerto se convierte en dos
días y crea una ruta de acceso temporal para nuestra
operación.
David los tenía.
El plan era vasto, pero bastante bueno, teniendo en cuenta que lo
había preparado en treinta minutos o menos. Durante los dos
próximos días, todos los oficiales le echarían una mirada para
mejorarlo enormemente o (en caso de no lograrlo) refinarlo para
cubrir cualquier contingencia. Pero por ahora, era la única cosa
sobre la mesa, y era lo bastante audaz para conseguir la
aprobación. Sampreis solicitó los votos de los otros oficiales en
silencio y añadió su propia respuesta de asentimiento a la de
Tarsk.
La Coronel Yori
respondió la última:
—Buena suerte,
Mayor. Y aquí esperamos que no la necesite. —Ella se inclinó hacia
delante para estudiar el mapa de nuevo. — Arriesgado, pero tenemos
las espaldas contra la pared. —Ella osciló su cigarro sobre la zona
de prohibición de vuelo. — Si sólo una persona allí fuera está en
el asunto y pulsa el botón para volver a encender la estación
microondas . . . —Ella dejó caer las palabras, golpeando el cigarro
y dejando caer algunas cenizas apagadas, que revolotearon hacia
abajo sobre la zona subrayada.
—No quedaría
mucho de ustedes para golpear el suelo.