Nota de la autora
Fue un día de junio de 2010, un día húmedo de calor pegajoso.
En el pueblo de Plaisance-du-Gers.
Cerca de Lourdes.
Yo me había instalado en la terraza de un café.
Hacía tanto calor que nadie se atrevía a salir sin un motivo imperioso.
Yo pedí una clara y abrí un periódico.
Llegó una pareja. Un hombre con chanclas, camiseta holgada sin mangas y short azul de nailon. Un mequetrefe que exhibía una leve sotabarba rubia. Y una mujer. Brigitte Bardot con la peluca castaña de Camille en El desprecio y unas gafas grandes muy oscuras.
Tan guapa, que las burbujas de la clara se me metieron por la nariz.
Y dos niños pequeños. Ocho y diez años, aproximadamente.
La pareja se instaló en una mesa cercana a la mía.
Tras un prolongado conciliábulo, pidieron.
Yo leía mi periódico con un ojo y observaba a esa familia con el otro.
El hombre le hablaba a la mujer en un tono muy bajo, muy bajo.
La reñía. Ella no chistaba. Ella miraba fijamente al frente.
Estaba embarazada de cuatro meses, quizás cinco.
Y luego…
El hombre levantó el brazo y le pegó varias veces. La cara de la mujer chocó contra un pilar de piedra. Rebotó, rebotó.
Ella no emitió el más mínimo grito.
Se volvió a colocar las gafas en su sitio.
Los niños exclamaron: pero ¿qué ha hecho mamá?
El mequetrefe respondió: si vosotros no lo sabéis, ella sí que lo sabe.
El camarero trajo las consumiciones. Ellos cogieron sus pajas, bebieron.
Más tarde, yo seguí a la mujer cuando se dirigió al servicio.
El hombre me alcanzó y me inmovilizó contra la pared.
Si armas jaleo, le doy una paliza, dijo.
Ella me miró.
Nunca olvidaré esa mirada.
Me suplicaba que no hiciera nada.
Me hizo un gesto para que me marchara.
Me marché.
Y ya no vi nada más.
Estuve mucho tiempo sin ver nada.
Hasta que me decidí a escribir.
La escritura sirve para ver lo que querríamos olvidar.
Apenas había empezado cuando la voz de Hortense volvió. Como un contrapunto. Y la de Gary. Y Joséphine, Shirley, Zoé, Philippe. Llegaron todos. Se apresuraron a contarme sus novedades.
Vinieron a mezclarse con la historia de Léonie y de Stella, de Ray, Adrian, Georges y Suzon, de Julie y de todos los demás que brotaban como setas en mi historia.
Escribí esta novela pensando en aquella mujer de la terraza del café de Plaisance-du-Gers.
Y en todas a las que interrogué para este libro. Mujeres apaleadas, violadas, maltratadas. Ellas tuvieron la valentía de hablarme, y yo se lo agradezco.
Gracias también a aquellos y aquellas que me acompañaron:
¡Nadine que me acogió en su granja, con los asnos, los perros, los gatos, las ocas, el cerdo y el loro!
Gloria que me abrió las puertas de la Chatarrería.
Jérôme, mi asesor médico.
Martine de Rabaudy, mi asesora «musical».
Didier Rolland, bombero.
Michèle Benveniti del consulado francés de Edimburgo.
Gracias también a:
Octavie Dirheimer
Charlotte de Champfleury
Sophie Montgermont
Thierry Perret
Coco Chérie
Sarah Maeght
Alain Castoriano, en directo desde Miami, Sophie Legrand en Inglaterra.
Dom Dom, Patricia, Lilo, Marianne, Maggy, Gilbert, Christophe.
Gracias a:
Clara Frugioni, Le Moyen Âge sur le bout du nez, Belles Lettres, 2011.
Margery Williams, Le Lapin de velours (1922), Casterman, 1995.
Peter Lineham, Les Dames de Zamora, Belles Lettres, 1998.
Inès de la Fressange, La Parisienne, Flammarion, 2010.
Bruno Monsaingeon y su libro Mademoiselle sobre Nadia Boulanger, Van de Velde, 1980.
Georges Duby y Michelle Perrot, Histoire des femmes en Occident, tomo 2, «Le Moyen Âge», Tempus, 2002.
Gracias también a aquellos cuyas conversaciones me inspiraron, aquellos que me nutrieron de detalles, ¡«los divinos detalles»!
Gemma, Béatrice A. y Béatrice B. D., Inès de la Fressange, Marie-Louise de Clermont-Tonnerre, Jean-Jacques Picart, Franck Della Valle, Élise, Willy le Devin, Aurélie Raya, Carine Bizet, Michel, Guillemette Faure, David Larousserie, Anne Cécile Baudoin, Adèle Van Reeth, Philippe Petit.
¡Y eso, durante los tres volúmenes!
Gracias una y otra vez a Charlotte y a Clément, mis adorables hijos.
A Romain. A Jean-Marie, por supuesto. Gracias por estar siempre ahí.