Capítulo 13

Películas malditas

La ciudad sombría, nocturna, es el espacio en el que el fracasado encontrará su perdición. Estas películas de perdedores desafiaban el sueño de Joseph McCarthy y de John Edgar Hoover de una nación poderosa, donde la libertad aseguraba la felicidad para todos. No hay película más negra y pesimista que Siniestra obsesión (Night and the City, 1950), de Jules Dassin. Cadenas de roca, de Billy Wilder (en España se la llamó El gran carnaval, título que me gusta mucho; aquí se la conoció con el horrendo Cadenas de roca; pero el nombre original era Ace in the Hole, 1951), muestra la ruindad de sus ambiciosos personajes, el carnaval de un pueblo que utiliza la agonía de un hombre como un show, un circo, un espectáculo para la prensa.

En una época en que el pesimismo estaba prohibido y se castigaba, estos dos films malditos se atrevieron a mostrar el lado menos amable de la vida. Hay películas que son malditas porque son grandes películas, si no fueran grandes películas nadie las llamaría malditas, nadie las lloraría. En realidad, lloramos que estas películas no hayan sido vistas por la gente, lloramos que hayan sido ignoradas, lloramos por sus directores, por sus actores, por sus técnicos, por las compañías que las hicieron.

Estos dos films tienen un motivo para ser considerados malditos. Siniestra obsesión, con un gran trabajo protagónico de Richard Widmark, tuvo que rodarse en Londres porque Dassin, su director, estaba en las listas negras del senador McCarthy. Darryl Zanuck, presidente de la Fox, le dijo: «Jules, andate, porque aquí te va a ir muy mal. No vas a filmar la película, vas a limpiar tu celda. Hacela en Londres. Yo te la voy a seguir financiando». Y Dassin se fue a Inglaterra, con Widmark y Gene Tierney, que está bellísima. Allí completó el elenco con actores ingleses. La segunda película, Cadenas de roca fue protagonizada por Kirk Douglas, el padre de Michael Douglas (hay quienes dicen que lo peor que le pasó al cine fueron los Douglas). Acá, Kirk Douglas logra contenerse, gracias a la labor de Wilder. Porque hay actores que no son efectivos, se desbordan demasiado, sobreactúan, algo que también le ocurría a Anthony Queen, pero los buenos directores les dicen, «mirá, Kirk (o mirá, Anthony), pará un poquito, porque esto ya parece un circo ambulante. Vos tenés que estar sufriendo y no arrancándote los pelos».

Night and the City abre con un Widmark, que se llama Harry Fabian, perseguido. Está corriendo. Corre durante toda la película. Esa escena define al personaje. No sabemos de qué huye, pero sabemos por qué corre. Corre porque desea hacer algo importante con su vida. «Quiero ser alguien. Solamente quiero ser alguien», dice. Está desesperado por ser alguien, lo que lleva a un planteo filosófico, el tema del Ser, nada menos.

En un momento le abre la cartera a Gene Tierney:

—No encontrarás dinero ahí, Harry.

—¿Me estás espiando? Solo buscaba un cigarrillo. (Ella le da uno). ¿Cómo te iba a robar? ¿Qué te hace pensar que…?

—¿De quién huyes ahora?

—¿Huir? ¿Yo? Pero si ya me conoces.

—Tres días y tres noches esperando, sin una palabra.

—He estado muy ocupado.

—Creí que estarías tirado en la calle con un cuchillo en la espalda.

Yo vi esta película en el cine Eden Palace de Villa Urquiza. Creo que era 1952. Tendría 9 o 10 años. Descubrí la muerte en la escena en que Phil Nosseross, el gordo que hace Francis Sullivan, le dice a Widmark: «Lo tienes todo… pero eres hombre muerto, Harry Fabian. Hombre muerto». Yo salí del cine con la cabeza que me explotaba. Luego, uno crece y se olvida de cosas, quiere ser grande, llega a ser grande… Busqué esa película por años. No la encontraba, hasta que conseguí la dirección de Jules Dassin y le escribí. Me contestó en un papel no demasiado grande, que arriba tenía impreso su nombre: «No sé nada de esa película. No la tengo. Quizá la tengan en la Fox. Pero no se la pida a Richard Widmark porque él lo único que dice de ese film es “¡uy, cuánto tuve que correr en esa película!”». Esta película marcó mi vida y, a pesar de su maldición, está considerado uno de los más grandes films noir de la historia del cine.

El film noir surge durante los años 40 en Estado Unidos, con una estética basada en la luz expresionista de los alemanes. Para mí, la escena perfecta del cine negro se produce cuando un personaje entra a una habitación; no enciende la luz general, sino una lámpara, que esparce una claridad zonal. Ese personaje se acerca a esa pequeña luz, que corta su rostro entre claroscuros. En ese período inicial se ruedan películas formidables como Los asesinos (1946), de Robert Siodmak; El beso de la muerte (1947), de Henry Hathaway; La jungla de asfalto (1950), de John Huston.

El héroe del film noir es un antihéroe. Su antimacartismo es feroz. Vive en plena Guerra Fría, en plena pasión del anticomunismo norteamericano. El film noir expresa que en Estados Unidos hay tipos que nacen para perder, que no ganan nunca. Como Harry Fabian, el personaje de Siniestra obsesión, que hace de todo para llegar a ser alguien, pero no llega a ser nada, porque no puede, porque está condenado. Por eso es un héroe de film noir, porque lleva la oscuridad en el alma. Está señalado para perder.

El héroe del film noir es un héroe urbano. La ciudad está hecha para que él se pierda, para que pierda. Harry Fabian se muestra perseguido en todo momento. Desesperado sale a la calle, casi lo atropella un auto, y se recuesta contra una pared. Expresa miedo en su rostro, terror. Es el instante en que se da cuenta de que la ciudad lo amenaza.

Ofrecen mil libras por él porque por su culpa ha muerto el padre del jefe del hampa del bajo Londres. Finalmente llega agotado a la casucha de una amiga, en la que se encuentra con la mujer que lo ama, Gene Tierney. Ella le dice: «Podrías haber sido cualquier cosa. Cualquier cosa. Tenías cerebro, ambición. Trabajabas más duro que diez hombres juntos, pero en las cosas equivocadas». Y de pronto se produce un cambio increíble en él, un cambio hacia la grandeza. Tiene un rapto shakesperiano de locura. Va a sacrificarse para devolverle a la mujer que ama algo de todo lo que le quitó.

El título en inglés, Night and the City, fue tomado y transformado por la exitosa serie televisiva para mujeres Sex and the City, con Sarah Jessica Parker. El film también tuvo su remake, en 1992, con Robert De Niro y Jessica Lange, que fue lamentable, con final feliz.

La otra película maldita de este capítulo, Cadenas de roca o El gran carnaval, solo deparó amargura para aquellos que la realizaron. Una enorme amargura por la mediocridad de la clase media norteamericana, que se horrorizó del pesimismo de la historia, de la visión oscura de la condición humana. Billy Wilder tuvo que soportar severas críticas. ¿Qué es «el gran carnaval»? Es el que arma la gente que se acerca a una persona en desgracia fingiendo que quiere ayudar, y el periodismo que monta un espectáculo. Leo Minosa (Richard Benedict) queda atrapado en una mina que antes había sido un cementerio indígena. El hecho se convierte en un acontecimiento que rompe la monotonía de aquel pueblo montañoso de Nuevo México. Vienen de todos lados a ver el lugar, instalan quioscos de «perros calientes». «Vamos por ti, Leo. Espéranos, Leo», cantan afuera. La mujer de Leo, Lorraine (Jan Sterling), lo odia, quiere que se muera. Solo desea que el periodista Chuck Tatum (Kirk Douglas) se la lleve a New York, porque está harta de ese páramo.

Jan Sterling se consagró como una de las mejores villanas del cine negro con este film (su cabellera platinada, falsamente platinada, se parece mucho a la de Lana Turner en El cartero llama dos veces. Dicen que Manuel Puig echaba de su casa a quien hablara mal de Lana Turner. Eso lo haría él. Yo recibo contento a aquellos a quienes no les gusta Lana Turner, porque no me la banco…). Las otras villanas del cine negro son, a mi gusto: Jane Greer, en Out of the past (1947), dirigida por Jacques Tourneur y protagonizada por Robert Mitchum; Virginia Mayo en White Heat (1949), dirigida gloriosamente por Raoul Walsh; Bárbara Stanwyck en Double Indemnity (1944), de Billy Willer; y Gloria Grahame en The Big Heat, la película de Fritz Lang, protagonizada por ese tronco impresionante de Glenn Ford, secundado de manera notable por Lee Marvin.

En Cadenas de roca, Kirk Douglas es un periodista inescrupuloso. «Somos tres personas sepultadas, Leo, usted y yo. Los tres queremos salir y así lo haremos, pero lo haré con elegancia. Usted también puede. No por once apestosos dólares. Ha visto a esa gente. ¿No son un poco aburridos? Para mí son solo el principio. Podrían ser el Sr. y la Sra. América. Antes no estaba seguro, pero ahora sí. Quieren saber. Lo quieren todo. La historia y las hamburguesas. Usted venderá hamburguesas, perritos, refrescos y alfombras indígenas. Esta noche tendrá la caja llena», le dice a Jan Sterling, que no está muy convencida.

En realidad, lo que Kirk Douglas busca, dicho en forma filosófica, es la creación de un acontecimiento: Leo Minosa enterrado en la montaña. Él es el único que ha tomado contacto con el pobre atrapado y va a manejar la situación. La llegada de curiosos y de la prensa convierte el hecho en un carnaval. Y ese carnaval lo maneja Chuck Tatum, que pretende volver al periodismo grande a través de ese gran carnaval (el llegó a ese pueblito en busca de un tema impactante para ganar fama y retornar triunfante a la ciudad).

Y llega el final. «¡Silencio todo el mundo! ¡Apaguen la música y escuchen! ¡Les habla Chuck Tatum! ¡Escúchenme! ¡Escuchad! ¡Escuchad! Leo Minosa ha muerto. Ha sido hace un cuarto de hora, cuando faltaban tres metros para llegar. Ya no se puede hacer nada. Nadie puede arreglarlo. Ha muerto. ¿Me oyen? ¡Ahora vuelvan todos a sus casas! Se acabó el circo».

La escena en la que Kirk Douglas se dirige a la gente apiñada en el lugar es una de las escenas más impactantes del cine de todos los tiempos. Él va herido a la redacción del diario de pueblo en el que trabaja, porque Jan Sterling, la rubia que no le importa que su marido haya muerto, lo tajeó con una tijera. El dueño del periódico, un tipo honesto, escucha de su reportero: «¿Recuerda que le pedí mil dólares? Bueno, puede tenerme gratis». Y el plano final es la caída de Kirk Douglas, que se desploma casi sobre la cámara. Wilder tira el cadáver a los espectadores, a nosotros. Chuck Tatum muere en nuestros brazos, como si el director nos dijera: «Háganse cargo ustedes. ¿No es la vida de todos un gran carnaval? ¿No lo descubrió Chuck Tatum? ¿No pagó el precio de morir porque es un personaje de film noir? Chuck Tatum son ustedes. Mueran con él. Y háganse cargo de lo que él está diciendo al morir de este modo». Y los que descubren cómo es la vida en realidad son esos tipos que pierden. Que pierden a fuerza de descubrir la verdad. La verdad es que la existencia del hombre en este planeta es muy negra y que el ser humano construye un gran carnaval de mentiras, falsedades, traiciones, deslealtades, crímenes.

Siniestra obsesión y Cadenas de roca son dos películas malditas, pertenecientes al film noir norteamericano. Quizá desde ahora sean un poco menos malditas. Son dos películas formidables, que han tenido mala suerte. El cine negro, con una estética heredera, en cuanto a la fotografía, la luz y a la sombra, del expresionismo alemán, expresa al héroe trágico, al perdedor enclaustrado en la ciudad. En este sentido es subversivo: expresa que en ese paraíso de la democracia y de las libertades hay desesperados que mueren, que corren hasta morir, que no logran conquistar lo que buscan y que mueren sin conseguirlo. Es también un cine sobre perdedores, que muestra dos cosas: personajes de la mala vida que roban para vivir, porque ansían salir de una sociedad que los oprime; y el fracaso del robo, que sentencia que «de esta sociedad no salís». Ni siquiera robando. El cine negro es un cine antimacartista. Por eso su auge y desarrollo a fines de los 40 y comienzo de los 50.

El héroe del cine negro muere sin conseguir lo que busca. Si extendemos un poco este concepto, todos estamos condenados a no conseguir en esta sociedad lo que buscamos. Son muy pocos los que lo consiguen, porque esa es, precisamente, la esencia de esta sociedad. Y el resto somos todos perdedores, todos héroes del cine negro. Usted también es un héroe del cine negro. Ganadores hay muy pocos. Y esos son los dueños del poder. El héroe del cine negro expresa la angustia existencial de quien busca algo que lo arranque de la pobreza, la miseria, el frío de la muerte. Porque el frío de la muerte es, en última instancia, la soledad, el abandono, es la falta de amor, la falta de poder. Es el cadáver de Harry Fabian arrojado al río como si fuera una bolsa de basura.

¿Quién se creía que era Billy Wilder, un extranjero que había llegado a Hollywood, salvado de los campos de concentración, y que comenzaba a llenarse de dinero, para rodar una película en la que insultaba al pueblo norteamericano? Los críticos norteamericanos no aceptaron la mirada despiadada de Wilder sobre el pueblo de su país, lejos de la bondad y la generosidad ¿Cómo se atrevió a presentarlo como una trouppe de fantoches? ¿Cómo pudo burlarse así? ¿Por qué equiparó los esfuerzos por salvar a Leo Minosa de las entrañas de la montaña con un show para la diversión de los curiosos y la prensa?

Sin embargo, los cuestionamientos no le deben haber incomodado mucho: era un hombre de un gran sentido del humor. Una vez llegó a una fiesta, y le dieron a destapar una botella de champán. Maniobraba con el corcho, pero no podía. El lugar estaba lleno de gente muy fina. De pronto lanza: «¡Caramba! Cuarenta y cinco años masturbándome y no puedo destapar una botella de champán». ¡Ése era Billy Wilder! Como todo tipo que tiene una visión muy negra de la vida, poseía un gran sentido del humor y de la ironía, que es la única manera de sobrellevar la existencia.