Capítulo 2

La bandera del Imperio

En 1860 comienza en Estados Unidos un conflicto interno que se extenderá por cinco años y que se conoce como la Guerra de Secesión. ¿Qué estaba en juego en esa contienda entre el Norte y el Sur? En verdad, la guerra no se hizo para liberar a los esclavos del Sur, como habitualmente se quiere hacer creer. Lo que estaba en juego era el modelo de país. No fue el viento, quien se llevó el Sur de Estados Unidos y con él a sus cosmovisiones y su estilo de vida. Fue su economía la que, aferrada al monocultivo, perdió contra el Norte industrialista.

A diferencia de los Estados Unidos, en la Argentina ganó «el Sur». Las oligarquías criollas lograron imponer una economía basada en el monocultivo, los grandes latifundios y la abundancia fácil. Su modelo consistió en producir materias primas para exportarlas y comprar las manufacturas en el exterior. De ahí que no hayan necesitado un mercado interno, «un país», un modelo integrador. Les bastaron la propiedad de sus campos y la venta de sus productos en mercados externos. Y, claro, la libertad para hacerlo en sus propios términos. Lo demás… lo demás poco les importó.

En este capítulo analizaré dos películas. La primera, Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939), basada en una novela de Margaret Mitchell, que narra la Guerra de Secesión. El elenco estaba encabezado por Clark Gable, Vivien Leigh y Olivia de Havilland, bajo la dirección de Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood (aunque los dos últimos no aparecen en los créditos). Y la segunda, La conspiración (In the Valley of Elah, 2007), dirigida por Paul Haggis e interpretada formidablemente por Tommy Lee Jones, Charlize Theron y Susan Sarandon.

Ambas películas tratan de una bandera. Mejor dicho: hay dos banderas, la del Sur y la del Norte. En Lo que el viento se llevó la guerra impone una de ellas, la del Norte, con sus barras y sus estrellas, la que todos conocemos. En La conspiración, esa bandera le crea a Tommy Lee Jones un conflicto profundo de conciencia. Aquí, el modo en el que se iza la bandera norteamericana condensa lo emocional, lo psicológico y lo ideológico. Si se iza al derecho tiene un significado, pero si se iza al revés tiene otro muy distinto.

Comencemos por Lo que el viento se llevó. Generalmente, las películas norteamericanas sobre el siglo XIX hablan de la lucha contra el indio o de la Guerra de Secesión, que enfrentó al Norte industrialista y al Sur algodonero: el Sur era una región con economía de monocultivo, un territorio precapitalista que vivía de la tierra, que los aristócratas propietarios hacían trabajar a sus esclavos. Esos esclavos cultivaban un solo producto, el algodón, que era vendido más allá de sus fronteras. Al Sur no le interesaba ser un país, sino enviar sus materias primas hacia el exterior. Al Norte, por el contrario, le importaba todo el país, porque le interesaba el mercado interno: era fabricante de manufacturas y necesitaba un país donde ubicar esas mercancías.

La vida sureña estaba totalmente estratificada. Por un lado, los grandes amos, los dueños de la tierra, los terratenientes, y, por otro, los fieles esclavos que trabajaban para ellos. En la película, puede verse un cartel que anuncia «Twelve Oaks. John Wilkes propietario. Quien perturbe la paz de esta plantación será enjuiciado». Y por si quedaran dudas, un diputado sureño les explicaba a los capitalistas del Norte: «Nuestros esclavos están mejor que los obreros de ustedes, porque sus obreros muchas veces no tienen trabajo, en cambio a nuestros esclavos nosotros los protegemos y nunca les falta trabajo».

En su libro Filo, contrafilo y punta, Arturo Jauretche, en un momento inspirado, dijo que la Guerra de Secesión era la guerra de los que producían la materia prima de las camisetas y los que fabricaban las camisetas. Los del Sur producían el algodón, vivían de los frutos de la tierra, vivían en el aire, vivían de nada. Porque si vivo de los frutos de la tierra no tengo más que agarrarlos. En cambio, el Norte era el que fabricaba camisetas.

Lo curioso es que el Sur mandaba el algodón a Inglaterra y compraba camisetas. Y el Norte fabricaba camisetas, con lo cual iba armando un país industrial con peso propio, un país capitalista, trabajador, y el Sur, es decir, los dueños del campo, vivían de la abundancia fácil que da la tierra. Esa tierra, como todos sabemos, Dios no se las destinó. Es una tierra que, en algún momento de la Historia, fue apropiada. El anarquista Pierre-Joseph Proudhon dijo que «la propiedad es un robo». ¡Y tenía razón! ¡La propiedad es un robo! En la Argentina, el general Julio A. Roca —hay quien lo llama «el conquistador del desierto»— derrotó a los indios y repartió sus tierras entre familiares y amigos. Eso no fue lo que hizo Estados Unidos y por eso Estados Unidos es un gran país y nosotros aquí andamos a los tumbos (aunque ellos ahora también están a los tumbos).

En una escena de Lo que el viento se llevó se perciben con claridad estas cuestiones en una discusión entre sureños:

—Hemos tolerado demasiados insultos yanquis. Nos quedaremos con los esclavos con o sin su aprobación. ¡Georgia tenía derecho a separarse de la Unión! El Sur debe imponerse con las armas. ¡Después de atacar a los yanquis en Fort Sumter, debemos luchar! ¡No hay otra opción!

—¡Cierto!

—¡Que los yanquis se rindan!

—Es simple. Los yanquis no pueden luchar y nosotros sí.

—No habrá batalla. Echarán a correr.

—Un sureño puede con veinte yanquis.

—Los derrotaremos en una batalla. Los señores luchan mejor que la chusma. Siempre luchan mejor. ¿Qué dice nuestro capitán?

—Caballeros, si Georgia lucha, yo voy con ella. Ojalá los yanquis nos dejen abandonar la Unión en paz.

—¡Nos han insultado!

—¿No quieres que haya guerra?

—La guerra ha causado mucha miseria en el mundo. Y cuando las guerras acaban, nadie sabe de qué trataron.

—Si no te conociera…

—El señor Butler ha estado en el Norte, que hable. Estará de acuerdo.

—Es difícil ganar una guerra con palabras.

—¿Qué quiere decir?

—No hay una fábrica de cañones en todo el Sur.

—¿Importa eso a un caballero?

—Importará a muchos caballeros.

—¿Insinúa que los yanquis pueden con nosotros?

—No, no insinúo. Digo claramente que están mejor equipados. Tienen fábricas, astilleros, minas y pueden bloquear nuestros puertos. Nosotros tenemos esclavos, algodón y arrogancia.

—¡Me niego a escuchar a un renegado!

Clark Gable interpreta a Rhett Butler, representante del espíritu del Norte. Lo que les dice a los caballeros sureños, que andan en sueños algodonales, es muy simple: el Norte va a ganar la guerra porque tiene algo más que orgullo, altanería, algodón y esclavos. Tiene cañones, tiene astilleros. Puede fabricar cañones y el Sur no tiene ni un solo cañón ni sabe cómo fabricarlo. ¿Qué es lo que está diciendo con esto? En el Norte hay industria, señores. En el Norte está el progreso del siglo XIX, está el espíritu del capitalismo industrial. Lo que hay en el Sur es aristocracia del campo, es el atraso de atarse al monocultivo y a una economía que vive hacia afuera y que no construye. ¿Cómo construye el Norte? Ahora vamos a entender las películas de cowboys. ¿Han visto que siempre hay caravanas que marchan y que se ponen en círculo cuando los indios las atacan? Esos son los colonos. Los colonos conquistan el Oeste porque el ejército norteamericano, contrariamente al de Roca, puso colonos. Liquidaba 100 indios y ponía 2000 colonos. Roca liquidaba 2000 indios y regalaba la tierra a su gente. Así no se hace un gran país.

Otro de los motivos de la Guerra de Secesión fue el tendido del ferrocarril. El Norte tenía una gran necesidad de hacer ferrocarriles hacia el Oeste y el Sur. Pero el Sur se preguntaba: «¿Por qué vamos a pagar impuestos por ferrocarriles que vayan al Oeste, si a nosotros el Oeste no nos importa, no nos compra algodón?». El Norte industrialista quería hacer un país, colonizó el Oeste porque necesitaba llevar ahí sus manufacturas y fue con el ferrocarril. El Sur se negaba a pagar impuestos para el ferrocarril, y estalló la guerra.

Hay que aclarar algo importante: el general George Armstrong Custer, conocido porque fue derrotado en la batalla del Little Big Horn por el cacique Crazy Horse, era un matador de indios. Es decir, el progreso en el Oeste norteamericano era liquidar a los indios para poner a los colonos blancos. Está mal matar a los indios, pero, como dice Marx, en el primer tomo de El Capital, el capitalismo viene al mundo chorreando lodo y sangre. El capitalismo es así. Y el capitalismo estadounidense necesitaba mercados para las manufacturas del Norte: emprendió una matanza atroz para construir un país capitalista. En la Argentina, en cambio, solo se construyó una ciudad, Buenos Aires, que ejerció un colonialismo interno constante sobre las provincias. La llamada «conquista del desierto» del general Roca fue un genocidio, pero la tierra no fue repartida entre miles de colonos para generar un mercado interno, sino que fue entregada a los hermanos y amigos de Roca. El nombre de uno de sus hermanos, Ataliva, dio origen al verbo atalivar, que hoy no se usa mucho pero significa «coimear».

Hay una escena muy importante en Lo que el viento se llevó, un campo de batalla con muertos y heridos desparramados. La cámara comienza tomándolos de a poco, en una especie de zoom back, va retrocediendo y subiendo, con una grúa formidable, y empieza a sonar la melodía típica del Sur. Luego se amplía y cada vez son más los heridos, más los cadáveres, más los sureños agonizantes, derrotados por completo, hasta que el foco queda detenido en una bandera del Sur en lo alto, deshilachada. Esa bandera es el símbolo de la derrota y será reemplazada por la del Norte, la de las barras y las estrellas.

Los motivos de esta guerra quedaron explicitados. El Norte, en tanto propulsaba un desarrollo industrial, era el sector capitalista progresista en ese momento, mientras que el Sur era el elemento reaccionario. En la Argentina, insisto, ganó el Sur, aquí ganaron los señores del campo, los oligarcas, esos que la JP de los 70 llamó —perdónenme, no tengo la culpa— «la puta oligarquía». Esa oligarquía eligió el camino fácil, por eso este país colapsó en los años 30. Apenas vino el crac de Wall Street se acabó la abundancia de la economía argentina, porque los términos de intercambio dejaron de favorecer a los productos primarios. La llamada «puta oligarquía» solo supo agarrar lo que estaba ahí, el trigo y las vacas, y después despilfarró todo. Siempre fue una clase ociosa, improductiva, dedicada al goce fácil de la abundancia fácil. Es de una fuerte carga simbólica la imagen de la familia rica que viajaba a Europa con una vaca, para que pudiera tomar leche argentina lejos de la patria. ¿Y qué dejo esa «puta oligarquía»? Hizo palacetes, casas muy hermosas, esas construcciones que hacen decir «¡qué lindo es Buenos Aires!». Sí, Buenos Aires es muy lindo, pero el resto del país está entregado a la miseria. ¿Por qué? Porque perdió la guerra. Perdió la guerra en Cepeda y en Pavón, después Mitre liquida a los caudillos, como quería Sarmiento en el Facundo, y Roca termina con los indios.

El Sur del continente americano también tuvo su Guerra de Secesión. Justamente cuando terminaba la del país del Norte, empezó acá, de 1865 a 1870: la guerra contra Paraguay. Tres países (Argentina, Uruguay y Brasil) aplastaron al Paraguay del mariscal Francisco Solano López, porque tenía un proyecto industrial y de desarrollo autónomo en América Latina. Y había que aniquilarlo, porque era un pésimo ejemplo para el resto del continente. La banca británica fue la autora intelectual de esa guerra, en la que Paraguay perdió a todos sus hombres. Otro pecado paraguayo había sido apoyar a las montoneras federales de Ángel Vicente Peñaloza y Felipe Varela. Esa fue nuestra Guerra de Secesión, pero aquí ganó el Sur.

La Guerra de Secesión en Estados Unidos es una demostración de cómo perdió el monocultivo y ganó la industria, se colonizó el Oeste, se mató a los indios cruelmente y, a la vez, se impulsó la instalación de colonos. El objetivo: promover un desarrollo capitalista y una gran potencia autónoma.

Decíamos más arriba que la bandera del Sur terminó siendo el símbolo de la derrota. La bandera que unificó a Estados Unidos fue la de las barras y las estrellas. La película La conspiración, dirigida por el talentoso Paul Haggis —también la produjo y escribió el guión—, trata sobre un padre, Hank Deerfield, interpretado por Tommy Lee Jones, cuyo hijo volvió de la guerra de Irak pero está desaparecido. Hay una escena fundamental en el comienzo del film: Hank Deerfield baja de su auto porque ve que en la puerta de una casa hay una bandera de Estados Unidos izada al revés, es decir, con las estrellas hacia abajo. Hank, veterano de guerra de Vietnam, encara al dueño de la casa y se produce el siguiente diálogo:

—¿De dónde es usted?

—De El Salvador.

—¿Sabe lo que significa cuando la bandera está izada al revés?

—No.

—Es una señal de auxilio internacional.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Significa «hay problemas, vengan a salvarnos el culo porque ya ni siquiera tenemos una oración para salvarnos a nosotros mismos».

Hank descubre que su hijo, Mike (Jonathan Tucker), fue muerto a cuchilladas por unos compañeros luego de volver de Irak. Y que lo llamaban Doc. Lo que más le gustaba a Mike era hacer sufrir a los prisioneros iraquíes. Se había transformado en un cruel torturador. Le decían Doc pero no curaba las heridas, las hacía más dolorosas. Esto trastoca por completo la visión del padre, quien toma entre sus manos una bandera que su hijo le había mandado desde Irak. Está doblada y acompañada por una foto que muestra al muchacho, junto a otros soldados, al lado de esa bandera desplegada, flameando. A Hank lo invade la culpa, porque fue veterano de Vietnam y su padre luchó en la Segunda Guerra Mundial. Recuerda que su hijo lo llamó para decirle: «Papá, yo quiero volver, me quiero ir de aquí». La respuesta fue: «Son tus nervios los que hablan». Es como si le hubiera dicho «seguí luchando por América».

Hank regresa con la bandera que le envió su hijo a la casa del salvadoreño. Ve que la otra permanece al derecho, tal como él la hizo poner, la hace bajar e iza la que estuvo en Irak, pero ¡al revés! Y para que nadie la cambie, amarra la soga con cinta de embalar. Ese padre desesperado, que descubrió que su hijo se trasformó en un torturador, coloca la bandera al revés porque está diciendo junto con mucha gente en Estados Unidos: «Por favor, esto es un llamado internacional, sálvennos, no damos más. Ya no sabemos ni decir una oración para salvarnos a nosotros mismos».

Lo que el viento se llevó tiene que ver con nosotros, con los argentinos, porque muestra cómo se hace un país. El Sur quería hacer un no-país, y eso pasó en la Argentina. Con su economía de monocultivo, le importaba un rábano lo que pasara con el interior. Solo quería exportar, miraba hacia afuera. Tal es así que cuando se festeja el Centenario Rubén Darío escribe «Canto a la Argentina», un extenso poema que exalta al país como «inexhausto granero“, desbordado de “ganados y mieses». Esa patria construida por la «puta oligarquía», es el país fácil. Tenemos trigo, tenemos vacas, las vendemos afuera y después nos vamos a Europa y nos gastamos la guita. El país, ¿qué nos importa?, ¿para qué lo queremos?

El Sur argentino era igual al Sur de Estados Unidos, que protestaba porque no quería pagar impuestos para que el Norte hiciera ferrocarriles y así llevar sus manufacturas al Oeste. Entonces, el Norte, con Abraham Lincoln a la cabeza —ese sí era un capitalista—, le dice al Sur que debía retenerle algo de las extraordinarias ganancias que acumulaban por las ventas de algodón en los mercados ultramarinos. ¿Por qué? Para construir los ferrocarriles y que prospere el mercado interno. «¡No!», dice el Sur, «nosotros no les vamos a dar nada. A nosotros el Oeste no nos interesa en absoluto. Solo queremos vender nuestros algodones afuera y las camisetas las compramos hechas en Inglaterra».

Y el Norte hace un país. Se expande hacia el Oeste y, con enorme crueldad, mata a los indios de la región. Hollywood nos mostró las matanzas de indios y encima los presentó como villanos. La crueldad fue doble. Primero los mataron y después los convirtieron en los malos de la película. George Armstrong Custer es el ejemplo del soldado del siglo XIX, que marcha hacia el Oeste, liquida a los indios y, una vez que el Ejército —el 7.º de Caballería— los ha matado llegan los colonos. Ellos hacen pueblos, tienen hijos, cultivan la tierra, compran manufacturas al Norte y se constituyen en un mercado consumidor. Así fue consolidándose un país capitalista. Un capitalista estadounidense diría que la cruel matanza de indios fue el doloroso costo del progreso. Acá, el general Roca mató a todos los indios en su avance sobre el mal llamado «desierto» y les dio la tierra a sus amigos. Las cosas no han cambiado: la tierra sigue siendo de ellos. En contraposición, Estados Unidos hizo que los colonos fueran propietarios de las tierras y por su condición de dueños fueron los que con más pasión la trabajaron. No la dejaron abandonada ni al libre albedrío de la naturaleza. Hicieron un país, un gran país capitalista. La Argentina nunca llegó a ser un gran país capitalista. Simplemente alcanzó a ser un país que vendió ganado, trigo, un país de monocultivo, gracias a la ideología de la oligarquía, la ideología del campo, del campo productor. Esa «puta oligarquía» nunca quiso hacer un país, más bien lo impidió.

En las películas norteamericanas, el problema de la Guerra de Secesión suele ser enfocado desde una óptica lateral, importante pero no fundamental, como es el enfrentamiento entre el Norte abolicionista y el Sur esclavista: el Norte bueno que quería liberar a los esclavos contra el Sur opresor. Pero el Sur era esclavista porque necesitaba los esclavos para levantar la cosecha de algodón, y el Norte quería abolir la esclavitud porque pretendía que los negros fueran obreros en sus fábricas. El Norte fue tan racista como el Sur, y quizás más en algunos aspectos. Quería obreros y pagarles salarios miserables para explotarlos en sus fábricas. Por supuesto, la victoria norteña convirtió a los negros en obreros y en el Sur tuvieron que empezar a pagarles un jornal a sus antiguos esclavos. La Guerra de Secesión es, en definitiva, el enfrentamiento de dos modelos de desarrollo: uno capitalista, basado en la industria, y otro precapitalista, aferrado al campo.