Capítulo 12
Marcianos
Vienen del «espacio exterior». Vienen «de afuera». Vienen «a conquistarnos».
Durante los años 50 del siglo pasado los marcianos representaron una clara alusión al enemigo comunista, pues Marte es el «planeta rojo» y la amenaza alienígena revela una sociedad paranoica que teme perder sus valores, sus propiedades y hasta sus mentes a causa de los invasores. Siempre los terráqueos son los hombres y mujeres sanos del american way of life, que, en su pureza e inocencia, son sorprendidos por seres monstruosos que quieren destruirlos. Es notable cómo la ficción tiene más poder que la propaganda directa. La gente llega a tenerles más miedo que a los comunistas, porque (inconscientemente o no) creen que los marcianos vienen a robarles sus vidas y propiedades.
Hay también «marcianos buenos», que expresan la inminencia del fin de la Guerra Fría, como ET, y otros que recrudecen su maldad porque inauguran la época de la globalización liberal encabezada por Estados Unidos. De ellos nadie puede apoderarse, pero ellos pueden apoderarse de lo que deseen.
¿Por qué elegí a los marcianos? En general, salvo en algunas ocasiones, el cine les ha temido. Los marcianos son algo que viene de lejos, de afuera, que viene a contaminar lo que está adentro. Por eso las más grandes películas de marcianos se hicieron en la década del 50 en Estados Unidos, donde el senador Joseph McCarthy se había dedicado a la caza de brujas. McCarthy era un paranoico, que aseguraba que su país era vigilado, penetrado, infiltrado por el enemigo, alguien diferente. El marciano, al venir de afuera, era la metáfora perfecta para que una sociedad con miedo a perder su identidad, dijera «¡cuidado, están viniendo del espacio exterior!», que es lo mismo que decir «¡cuidado, están viniendo los comunistas y se van a apoderar del mundo!».
En una primera lectura política podríamos decir que los marcianos representan a toda ideología que confronta con la ideología imperante en un país. ¿Por qué elegí la versión original de La guerra de los mundos? Porque es una maravilla, y aun cuando sea macartista, conserva su potencial cinematográfico. Por ejemplo, Gunga Din (1939), con Cary Grant, es un film colonialista, y yo no puedo estar nunca de acuerdo con su ideología, pero es muy divertida. ¡Y esto hace que la penetración ideológica de esas películas sea mayor, porque son buenas! Cuando el cine del Tercer Mundo trata de denunciar la miseria, el dolor, la explotación, con películas malas, su intento por desenmascarar la opresión es nulo, no se las toma en serio. En cambio, cuando los norteamericanos quieren hacer propaganda, realizan buenos films.
Los logros estéticos de La guerra de los mundos, estrenada en 1953 y dirigida por Byron Haskin, se deben a que su productor fue George Pál, un gran diseñador, que logró una obra de arte con las naves espaciales. Eran una mezcla de raya, con cabeza de cobra y dos ojos enormes que lanzan rayos mortíferos. Esas son las naves marcianas que vienen a apoderarse de la Tierra, más precisamente de Estados Unidos.
La guerra de los mundos conmovió muchísimo al público. Unos años antes, la versión para radio de Orson Welles también había conmovido a la sociedad estadounidense. Emitida en 1938, provocó pánico y suicidios. La gente creyó reales los relatos ficcionalizados por Welles, que había elaborado boletines informativos con las «novedades» sobre la invasión. Ya en este siglo, en 2005, la novela de ciencia ficción de H. G. Wells volvió al cine con Tom Cruise y la pequeña Dakota Fanning, una actriz excepcional. En esta oportunidad, las naves invasoras no venían de afuera, sino del las entrañas de la Tierra: los marcianos habían estado esperando la oportunidad de salir. En una época post 2001, la necesidad es el petróleo. Los norteamericanos tienen pánico de que la caída de las Torres Gemelas no haya sido provocada por el famoso Bin Laden, a quien no encuentran por ningún lado, sino por gente de adentro, del propio país, implicada con la CIA, el FBI o lo más alto del poder. ¡Ahora la nave surge de adentro! Porque es adentro donde se esconde el enemigo, como el petróleo está en las profundidades terrestres. El gran anhelo de Estados Unidos es que de allí surja ese elemento precioso que les ahorre las guerras que emprenden para su rapiña.
En esta remake de La guerra de los mundos, las naves marcianas surgen del interior de la Tierra porque eran «células dormidas», una imagen que remite al cáncer. Las células cancerígenas pueden estar encapsuladas y de pronto se abren y hacen metástasis. ¡El cáncer está dentro del propio país! La amenaza de los musulmanes es similar: hay «células dormidas» que están dispuestas a despertar en cualquier momento en cualquier lugar del planeta para destruir el poderío de Occidente.
Las películas sobre marcianos, profundamente paranoicas, expresan pesadillas sociales. Y esos sueños terribles siempre dicen algo sobre temores profundos. En este caso, el temor de que la «célula dormida» de los musulmanes despierte y aparezca en la superficie de la Tierra para destruir todo, como también lo destruye el cáncer.
En contraposición con los marcianos malos, está ET, el marciano que viene de afuera repleto de bondad. Es el antimarciano. Aquí el director Steven Spielberg rompió con las reglas del género: el marciano es adorable. El diseño de Carlo Rambaldi fue estupendo. Desde el comienzo del film, ET padece la incomprensión de los habitantes de la Tierra. El pequeño Elliott queda aterrado porque «alguien» o «algo» le devuelve su pelota desde las sombras. Los «malos» son los terráqueos que no entienden que ET se perdió, al igual que se pierde un niño. Se ha perdido y en la tierra… mal lugar para perderse. El marcianito atraviesa su Via Crucis y asume cierta personalidad crística. Tiene que pasar por tormentos terrenales para finalmente regresar a su nave. Y arma un aparatito por el cual trata de comunicarse con su planeta. «ET phone home» («ET llamando a casa»), repite. En ¿Y dónde está el piloto 2?, estrenada pocos meses después que ET, aparece una manito de un marciano que saca un teléfono y dice: «ET phone home». Y la operadora le responde: «Por favor, deposite seis millones de dólares para los primeros diez minutos». Las llamadas intergalácticas son caras en todos lados.
ET es una película protagonizada por chicos, y ellos son los únicos que pueden entender la pureza del pequeño visitante. La pureza de los niños es la que puede recibir la pureza de ET. Perdón por esta afirmación, pero es una mentira tremenda que los niños sean puros. Ya lo descubrió Freud, pero si ustedes quieren creerlo…
Entre los niños sobresale Drew Barrymore, una niñita adorable. Algunos cinéfilos que se pretenden graciosos me dijeron que en el film se ve a Drew Barrymore dos días antes de empezar a tomar drogas… Desgraciadamente, la droga arrasó con ella, hasta que se recuperó e hizo Los ángeles de Charlie (2000) y se llenó de guita. Un final feliz. Ahora debe seguir tomando drogas, pero de mejor calidad…
Volvamos a los niños y su maldad. Una de las maldades que cometen los niños es el que las madres condenan con un «no te toques». No sé, creo que no hay varoncito o mujercita a quien la madre no le haya dicho «no te toques, cuando te bañas no te toques». Pero los niños se tocan, se tocan todo el tiempo. Mientras se tocan imaginan cosas medio perversas. Por ejemplo, en Estados Unidos, los niños incurren habitualmente en la costumbre muy insana, sobre todo para el perjudicado, de matar a otros niños. Estamos acostumbrados a ver noticias de niños que matan a balazos a otros. En efecto, los niños son cada vez más menos niños, comienzan más temprano a ser grandes, el mundo les exige crecer de golpe. Pero este es otro tema.
ET deja su mensaje cuando se va de la Tierra. «Estaré aquí mismo», le dice a Elliot señalándole su cabeza, y después le toca el dedito a modo de Dios en la Capilla Sixtina. «Be good», es el otro mensaje. «Sé bueno». Y se popularizó de tal manera que fue tomado por otros films. En Casada con la mafia (1988), una Michelle Pfeiffer morena —hacía de italiana—, cuando se despide de su hijo que parte hacia la escuela le acerca el dedito y le dice «be good».
Esta es la versión amable del marciano, sobre todo en un tipo como Spielberg, que tiene, al menos hasta ET, una visión optimista de la vida. ET es un canto a la coexistencia pacífica. El marcianito es bueno, el chico es bueno y los que son malos son los científicos. Hay una condena a la técnica desde la comprensión sentimental de un chico y un marciano. Finalmente, ellos se despiden como dos personas que se aman, sentimiento que se forjó a lo largo de la película.
En Día de la Independencia los marcianos vienen y atacan. Obvio: atacan Estados Unidos. Y el que se pone al frente de la lucha contra estos marcianos malvadísimos es nada menos que el Presidente, que, piloto veterano, comanda él mismo el avión que enfrenta a los invasores. Y junto a él va Will Smith, uno de los actores que más detesto, porque es lamentable todo lo que hace. Ahí va Will Smith junto con Bill Pullman —ninguno de los dos va a ganar el Oscar por eso, porque son realmente malos— para enfrentar a los marcianos y los derrotan ¡el 4 de Julio, el día de la Independencia de Estados Unidos! El mundo es salvado por el presidente de los Estados Unidos justo el mismo día de la Independencia. Señores, gracias. ¡Gracias! Les pagamos todo. Les pagamos la deuda con un 800 por ciento de interés. Porque ustedes han salvado al mundo una vez más. El problema es quién los salva a ellos en este momento.
Por si queda alguna duda: Día de la Independencia es la película de la globalización, Estados Unidos pelea en nombre de todo el planeta, con su Presidente al frente. Es como si George W. Bush se hubiera subido a un avión y derrotado a todos los talibanes que andaban sueltos, confundiéndolos con marcianos. La idea del marciano que ataca es la idea del exterior que ataca. Y el exterior siempre ataca a Estados Unidos. En realidad, Estados Unidos es un país que se caracteriza por sentirse atacado, y responde con una fiereza descomunal. Entonces, es mejor no atacarlo.
Una reflexión final: la pulverización de la Casa Blanca por una embestida marciana es una de las escenas más divertidas y atractivas de la película. Siempre creí que esas imágenes le hubieran gustado mucho a Ernesto «Che» Guevara…
Volvamos a los tiempos de la Guerra Fría. Don Siegel es el director de Los usurpadores de cuerpos (1957), protagonizada por Kevin McCarthy, un actor que tiene el mismo apellido que el perseguidor Joseph McCarthy, el senador obsesionado con los comunistas. Siegel se caracterizó por formidables policiales, como Madigan (1968), con Richard Widmark y Henry Fonda, y Harry el Sucio (1971), la película que consagró a Clint Eastwood, uno de esos actores que cada vez fueron dando más, hasta destacarse como un excepcional director.
El protagonista de Los usurpadores de cuerpos se da cuenta de que muchos de sus amigos ya no actúan como solían actuar. Usted observe lo horrible que es esto. Un día se encuentra con uno de sus amigos y ve que tiene la mirada fija, habla de un modo mecánico, le toca la mano y la siente fría. ¡Algo se apoderó de él! Pero ¿quién?, ¿o qué? ¡Acertó! Unos marcianos que dominan los cuerpos de la gente. En realidad, es la ideología comunista que se apodera de los cerebros de los buenos ciudadanos norteamericanos.
Hay dos escenas que son muy importantes. Primera escena: Kevin McCarthy besa a su novia, Dana Wynter, pero se da cuenta que ella ya no es ella. Es una de las imágenes más terroríficas que he visto en el cine. Segunda escena: al final de la historia, el solitario e incomprendido protagonista queda en una autopista a merced de los autos que van y vienen. «¡Esas personas que me persiguen no son humanas! ¡Escúchenme! ¡Estamos en peligro!», les grita a los conductores. Y vuelve a la carga: «¡Miren! ¡Imbéciles! ¡Están en peligro! ¿No lo ven? ¡Andan detrás de ustedes! ¡Andan detrás de todos! ¡Nuestras esposas, nuestros hijos, todos! ¡Ya están aquí! ¡Usted será el siguiente!». En un momento, mira a la cámara y le grita al espectador: «¡Usted será el siguiente!».
En Argentina, el director Emilio Vieyra hizo Después de la mentira (1962), en la que se sumaba al macartismo vernáculo para denunciar la «infiltración comunista». La película no tuvo éxito. Quizá debió llamarse Antes de la verdad o Al costado de lo verosímil. «Yo soy uno de ellos», decía Julia Sandoval al final del film.
De alguna manera, la escena final de Los usurpadores de cuerpos remite al famoso texto atribuido erróneamente a Bertolt Brecht: «Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque no era comunista… ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde».
¿Qué representa el marciano? El marciano es el temido «otro». El Otro. También podemos llamarlo la Otredad, es decir, aquello totalmente distinto a mí. No sé lo que es ese Otro, pero sé que ese Otro me invade y al invadirme me viene a quitar mi individualidad. Esto se ve, en especial, en Los usurpadores de cuerpos. Los marcianos que usurpan los cuerpos y las mentes de los habitantes de un pueblo son, en realidad, una metáfora del comunismo penetrando en Estados Unidos, conquistando cuerpos y mentes. Y a eso fueron los marcianos en Los usurpadores de cuerpos, a usurpar los cuerpos y las mentes de los buenos ciudadanos estadounidenses, occidentales y cristianos, en una sociedad que se ve obligada a defenderse. Esa sociedad deviene en paranoica, que intuye enemigos por todos lados. Las películas de marcianos pretenden entretener, pero su fin es excitar el miedo. ¡Cuidado!, porque el que está a su lado puede ser un marciano, o sea, un comunista. «Usted puede ser el próximo», dice Kevin McCarthy, en Los usurpadores de cuerpos.
Vuelvo a La guerra de los mundos y el macartismo. Durante aquellos años las posibilidades de trabajo en el mundo del cine estaban condicionadas por la existencia de «listas negras», elaboradas por McCarthy y sus secuaces. Las listas negras son uno de los símbolos antidemocráticos por excelencia. En ellas figuran quienes están prohibidos por el poder del Estado, que es el que determina sobre la vida del otro. Hubo muchos guionistas que daban sus guiones a terceros para que los presentaran y les dieran unos dólares por ese trabajo. Los black list eran los perseguidos por el paranoico senador McCarthy, que estaba absolutamente convencido de que la Nación era penetrada por ideologías exóticas. Ideologías exóticas, ideologías que expresan una subversión total de nuestro estilo de vida… todas frases que nos suenan conocidas a los argentinos. Las ideologías extrañas atentan contra el ser nacional.
Hollywood ha hecho películas muy entretenidas sobre los marcianitos. Pero el metamensaje, eso que se desea que perdure más allá del entretenimiento, sobrevuela: «¡Cuidado! Nuestro estilo de vida tradicional, el american way of life, tiene que ser protegido, y esta gente viene de afuera para subvertirlo. Debemos luchar contra ellos». En La guerra de los mundos los marcianos son derrotados por las bacterias de la Tierra, a las cuales los invasores no están acostumbrados. La película termina con un giro religioso: «Dios, en su infinita sabiduría, puso bacterias en la Tierra que los seres humanos pueden tolerar, pero los marcianos no». Es como si se hubiera afirmado «Dios está de nuestro lado», tal como decía Bush para justificar la guerra. Bush sostenía «Dios no es neutral», o sea, «Dios está con los Estados Unidos», o sea, «todo aquel que venga a atacarnos va a atacar nada menos que a Dios, porque Dios está con nosotros y eso nos vuelve invencibles».