Capítulo 4
Golpes a la vida
Hay distintos tipos de boxeadores y en este capítulo veremos a los más importantes, los esenciales. «Si te lo propones y te esfuerzas, lo lograrás», un pensamiento que representa a la sociedad estadounidense. Tipos honestos, íntegros, que ganan peleas contradiciendo órdenes de la mafia, y lo pagan.
La felicidad de un pueblo simbolizada en el esplendor de un boxeador cuya caída es la mejor metáfora del fin de una etapa histórica de un país. Las películas de boxeadores cuentan historias, pero también momentos y valores de una época. ¡Adelante! Ya sonó la campana. Empieza el primer round.
Los protagonistas de estos films son esas personas que se dan trompadas arriba de un ring. Abajo del cuadrilátero, no. Tienen la mano prohibida. Arriba de un ring disparan un montón de piñas y el que más trompadas tira frecuentemente gana, por puntos o por KO. En este caso, los golpes son definitivos y terminan con el rival desparramado en la lona.
A mi entender, tres films son centrales, aunque no necesariamente tienen un vínculo en común, salvo el que es evidente: tratan sobre la vida de boxeadores. El primero en cuestión, Rocky (1976), protagonizado y escrito por Sylvester Stallone, se convirtió en un clásico. The Set-Up (1949), que aquí se tradujo como El luchador, es una maravillosa obra maestra, con dirección de Robert Wise y una actuación para la eternidad de Robert Ryan. El último, Gatica, «el Mono» (1993), de Leonardo Favio, me permitirá reflexionar no solo sobre el producto cinematográfico, sino también sobre la Argentina del primer peronismo y las propuestas políticas que se desprenden de la visión del realizador.
Elegí Rocky para empezar, a decir verdad, porque tiene colores. Cuando hice el ciclo televisivo Cine con texto, por Canal 7, me habían recomendado que arrancara con una película en colores porque si lo hacía con una en blanco y negro la gente iba a aburrirse y decir: «¡No! ¡¿Otra película en blanco y negro?! ¡En este canal siempre se ven películas en blanco y negro!». Además del aporte cromático, la película tiene a su favor que está protagonizada por un actor que todavía no ha huido de la memoria colectiva, aunque está a punto de hacerlo. Stallone hizo hace poco Rocky 5, Rocky 6, Rocky no sé cuanto, y cada vez está más deteriorado el hombre. Porque la vida es así, deteriora a la gente, incluso a Stallone. Pero esa primera Rocky de la saga fue una buena película. Stallone llevaba mucho tiempo con ese guión bajo el brazo y nadie se lo aceptaba. Había puesto como condición a los posibles productores que él debía protagonizar la película. Y en efecto, le dieron esa prerrogativa.
El film da una imagen triunfalista del boxeador y no cuestiona el mundo del box. En general, las grandes realizaciones sobre el boxeo fueron alegatos en su contra, como El luchador o Más dura será la caída (1956), dirigida por Mark Robson y protagonizada por Humphrey Bogart. Pero Rocky es la exaltación de la voluntad, de esa voluntad que los norteamericanos consideran importantísima y que han elevado a la categoría de valor supremo. Un imperio se hace con una voluntad poderosa, y si no hay una voluntad poderosa no se hace un imperio. Rocky Balboa es el ejemplo del norteamericano que voluntariamente toma una decisión: quiere ser campeón. Para eso, se entrena con esfuerzo y humildad a la vez. Y esa humildad, que es un poco la metáfora de la película, contrasta por completo con el orgullo tremendo del campeón, Apollo Creed. Con este personaje, Stallone confecciona una relectura del boxeador más grande de todos los tiempos, Cassius Clay, el memorable Muhammad Alí.
«Si te lo propones y te esfuerzas, lo lograrás». Esta frase resume el espíritu de la película. Se suceden las escenas en las que Rocky se esfuerza en su entrenamiento, subiendo enormes escalinatas en Filadelfia, con un festejo desbordado cuando llega a la cima. Se festeja a sí mismo, festeja el éxito de su propio esfuerzo.
Dos estilos se van a enfrentar en la pelea final: Rocky, el retador, un boxeador con mucho corazón, y Apollo, el campeón, un boxeador cerebral, técnico. Yo no soy Ulises Barrera, que era un genio en analizar el box, pero puedo afirmar que los boxeadores, en general, se dividen en dos tipos: por un lado, los habilidosos, que no suelen tener una pegada muy fuerte, pero poseen un estilo exquisito, saben mucho de box y de cómo eludir los golpes feroces que les largan sus adversarios; por otro, los noqueadores, que son pura potencia (en términos más nuestros, «el fajador» o «el peleador»). Apollo es el estilista y Rocky el fajador.
¿En qué pelea de Muhammad Alí se basó Stallone para su film? Estoy seguro de que no se inspiró, como se dice, en uno de los míticos combates con Joe Frazier, sino que fue en el que se midió con Ringo Bonavena, el 7 de diciembre de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York.
Bonavena fue a pelear con Alí, quien, con su tremenda soberbia, había dicho que lo noquearía en el noveno round. Durante cinco rounds hizo lo que quiso con el argentino, jugó con él, y en el noveno, cuando todos esperaban que lo noqueara, Bonavena le encajó una piña impresionante, que sorprendió al campeón. A partir de ese momento, la pelea se le complicó a Alí. Bonavena era un Rocky, un pugilista torpe, con pie plano, que no sabía boxear, mientras que Alí transformaba el boxeo en arte. El estadounidense pudo ganarle en el decimoquinto round, porque lo derribó por tercera vez. Rocky era Bonavena; Apollo Creed, Alí.
Queda claro que en la pelea entre Rocky y Apollo se enfrentan dos estilos distintos. De todos modos, como suele ocurrir, el pegador sorprende al estilista con una piña inesperada, pero que el estilista, por la confianza que tiene en sí mismo, propicia. En la realidad, Alí nunca empleó la guardia, era un gran bailarín, danzaba alrededor del cuadrilátero, se burlaba de su adversario y le pegaba mientras se movía a su alrededor. En la ficción, Apollo comienza a hacer algo similar y Rocky le encaja un uppercut que lo derriba. A partir de ese momento, la pelea se hace mucho más enredada y los dos se pegan como solo puede pasar en el cine, porque si en la realidad se dieran así ninguno duraría más de dos rounds. Las piñas que los boxeadores se aplican en el cine son hollywoodenses, exageradas. Y la pelea entre Rocky y Apollo es tremendamente exagerada. Dura los 15 rounds. Es la exaltación del coraje frente a la habilidad; es la voluntad de este callejero, que pide incluso que le abran un ojo para poder ver, al costo de perderlo, y que puede pelearle al campeón del mundo. Sin embargo, el jurado decide que Apollo es el vencedor, por puntos. A pesar de la derrota, Rocky busca a su esposa en la platea para decirle «I love you, I love you». Ahora, es la exaltación del amor.
El luchador (The Set-Up), en glorioso blanco y negro, es quizá, junto con Toro salvaje (1980), una de las mejores películas que se hicieron sobre este deporte brutal —soy enemigo del boxeo, pero tengamos en cuenta que hay quienes aún lo consideran un deporte—, con algunas escenas de infinito placer estético cinematográfico. Tiene duración real: empieza con un reloj que marca la hora y finaliza con ese mismo reloj, setenta y dos minutos más tarde.
El nombre de Stoker Thompson (Robert Ryan) figura en el listado de quienes van a boxear esa noche. Alguien enciende un fósforo y lo tacha. Yo, en literatura, jamás podría hacer algo así. Es una resolución muy visual. La imagen nos está diciendo que Stoker Thompson es un perdedor, un tachado. ¡Chapeau para Robert Wise o a quien se le haya ocurrido!
Elegí El luchador porque es una película sombría, triste, de un tipo que tiene que humillarse y dejarse vencer: «Stoker, tenés que perder esta pelea en el cuarto round». Pero el entrenador, como está seguro de que va a perder, no se lo dice. En una de las escenas, dos apostadores conversan frente al cartel que anuncia los combates:
—¿Qué hay de Nelson y Thompson?
—¿Stoker Thompson? ¿Sigue peleando?
—Lo recuerdo desde que era niño.
—No me digas que eres tan viejo…
Como Stoker Thompson no sabe del arreglo, gana la pelea. Y esa es su perdición, porque la mafia cree que los ha traicionado y le tiende una emboscada. El pobre boxeador sale del estadio por un callejón, con el rostro lleno de heridas, pero sonriente. Cuatro hombres lo acorralan, entre ellos, su rival. Uno lo increpa: «Muy bien, Stoker, hablaremos ahora». Lo golpean, se defiende, pero lo sujetan. Recibe un golpe en el rostro, responde. «No volverás a golpear a nadie con esa mano», le dicen. Cae al piso y se la destrozan. No lo oímos gritar; Robert Wise levanta la cámara y enfoca a una orquesta de jazz, que es como el alarido de Stoker Thompson. «July, July», clama el desafortunado por su amada desde el centro de la calle. Ella le decía: «No boxees más, no tenés edad, estás viejo. Vámonos, hagamos una casa en el campo o donde sea, pero vayamos juntos». Ahora ve cómo se desploma desde la ventana del hotel en que está alojada. Corre, lo alza, lo abraza y lo escucha: «Gané esta noche, July, gané esta noche, pero no voy a poder pelear más porque me rompieron la mano». Ella le responde: «Los dos ganamos esta noche». Y se escapan del horror del boxeo para vivir una vida de paz.
Viajemos ahora a la Argentina peronista de Gatica, «el Mono». Leonardo Favio, el director de la película, es un peronista ortodoxo, de un peronismo silvestre, ingenuo a veces, que muestra a José María Gatica como un símbolo de la felicidad del país durante el primer peronismo. Favio nos dice: «Gatica gana porque el peronismo le daba felicidad a la patria y Gatica le daba felicidad al pueblo».
Gatica era un agrandado, era el boxeador de las clases populares. Alfredo Prada era el preferido de las clases media y alta. Ambos fueron célebres durante los años 40 y 50 por los combates que protagonizaron. «El Mono» era el ídolo del peronismo, un ídolo desaforado, exagerado en todo lo que hacía. A tal extremo llegaba en su certeza de considerarse un grande, que cuando Perón asiste a una de sus peleas, le dice —y cito el texto de la película de Favio—: «Mire, General, cómo ruge la leonera. Dos potencias se saludan».
Perón le consigue una gira por Estados Unidos. Pero Gatica no se entrena, anda con minas, y con minas negras, además, que lo deben haber dejado agotado… Llega el día del combate frente al campeón Ike Williams, 5 de enero de 1951. Favio muestra a relatores famosos de la época, entre ellos Fioravanti y Luis Elías Sojit… (Una digresión: cuando el boxeador Eduardo Lausse se lastimaba, Sojit interrumpía su relato para decir: «Lausse sangra, sangre peronista. Perón cumple, Evita dignifica»…). Volvamos al combate entre Gatica y Williams. Primer round. Suena el gong y el argentino se le va encima al estadounidense. Fioravanti y Sojit están entusiasmados. Pero en ese torbellino Gatica recibe un tortazo que lo noquea. ¡Era el primer round! Según se cuenta, cuando regresó al país, Perón le pidió que lo fuera a ver y le largó: «Gatica, me tenés podrido».
En otras escenas, Favio muestra a Gatica escuchando fragmentos del último discurso de Evita, el 1.º de mayo de 1952, tres meses antes de su muerte, y al boxeador visitando a una agonizante «abanderada de los humildes». Gatica camina y escucha aquel discurso: «Yo les doy a todos las gracias en nombre de los humildes, de los descamisados (…) Pido, con todas las fuerzas de mi alma, que sigan siendo felices con Perón hasta la muerte». Esto es ficción pura. Gatica tenía una estrecha relación con el General, no con su esposa. Evita tejió lazos muy particulares con el deporte, y en especial con el fútbol. En 1951, ella había manifestado sus preferencias por Banfield durante las famosísimas finales disputadas frente a Racing. Era una interna peronista: Evita quería que ganara Banfield porque era el equipo chico, el «humilde», mientras que el ministro de Hacienda, Ramón Cereijo, fanático de Racing, ansiaba que su club consiguiera el tricampeonato. Finalmente, el club de Avellaneda venció en la segunda final con un gol de Mario Boyé, un disparo impresionante que el arquero Manuel Graneros no pudo detener. Seguramente, Evita habrá lagrimeado por la victoria de «Sportivo Cereijo».
En la película, se ve a un periodista que afirma: «Luego de una prolongada ausencia ha regresado al gimnasio nuestro querido José María Gatica, despertando en la afición gran entusiasmo. Nos encontramos con un Gatica empeñado en un riguroso entrenamiento. El Tigre puntano mostró a las claras su estado ideal. Encontramos a un José María Gatica más fuerte, más completo, más decidido que nunca a seguir cautivando multitudes con ese estilo espectacular…». Pero ya nada sería como antes.
La muerte de Evita significó un cambio drástico para el gobierno peronista. Ese cambio se notó en Perón: perdió cintura política y entró en una etapa de superficialidad. Se divertía montado en su Siam Lambretta, que el ingenio popular bautizó como «pochoneta», y luciendo su célebre gorro «pochito», seguido por las chicas de la UES, lo que despertaba una serie de cargadas fáciles de la oposición. Favio sostiene en su film que cuando ese primer peronismo cae también cae Gatica. La derrota empieza con el bombardeo a la Plaza de Mayo, a una ciudad de Buenos Aires indefensa, el 16 de junio de 1955, una fecha que fue borrada de nuestra historia, pero que en los últimos tiempos volvió a ser tenida en cuenta. Fue una masacre de una crueldad inusitada, con cerca de 300 muertos. El último avión, que llevaba en su fuselaje la pintada «Cristo vence», ametralla sin ninguna necesidad a la gente que estaba en la Plaza y huye a Uruguay. Son paradigmáticas las imágenes que enlazan a un Gatica caído, sangrante, mientras los aviones arrojan bombas frente a la Casa de Gobierno.
Así, Favio muestra la decadencia de Gatica. Hay una escena conmovedora. Después del golpe de 1955, Gatica está prohibido, como está prohibido mencionar a Perón y Evita, por el decreto 4161 firmado por Aramburu, Rojas y compañía. Y Gatica, vedado por la Asociación Argentina de Box, le grita a la gente con furia, con bronca, con dolor: «¡Viva Perón, carajo!».
Favio le dedicó la película al escritor Osvaldo Soriano. En una de sus novelas más conocidas, No habrá más penas ni olvido, un personaje se pregunta: «¿Comunista yo? No. Si yo nunca me metí en política. Siempre fui peronista». El director del film le hace decir eso mismo al boxeador: «Yo nunca me metí en política. Siempre fui peronista». Esa es una de las grandes definiciones del peronismo. El peronismo es, para los sectores populares, como el aire que se respira. Es lo más natural del mundo ser peronista para un pobre, para una persona de escasos recursos, para alguien que ha sido ayudado por el peronismo.
Cada una de las películas analizadas muestra una tipología distinta de boxeador. Stallone presenta a Rocky Balboa como el ideal norteamericano, el ideal del imperio. Es el tipo que se propone algo y lo consigue. Todo se sintetiza en la frase «You can do it» («Tú lo puedes hacer»). «Tú lo puedes hacer, Rocky. Si te entrenas bien, vas a llegar a ser campeón». Es un voluntarismo típico de los imperios. Y no es casual que la principal película de propaganda del nazismo se llame El triunfo de la voluntad (1935).
La segunda es una pequeña gran película, que retrata a un derrotado, poco antes del macartismo. El luchador narra la historia de un perdedor en un país de ganadores, como lo será Rocky. El personaje de Robert Ryan es un perdedor, un loser —calificativo que se ha extendido en los últimos tiempos gracias al cine y a las sitcoms—, un tipo que nació para perder y que la única pelea que gana le cuesta su carrera.
En cuanto a Gatica, «el Mono», revela muchos aspectos del peronismo, que deben pensarse desde la Argentina de hoy. Por ejemplo, cuando Favio analiza la caída del ídolo, la asemeja a la debacle del peronismo. El principio del fin del gobierno de Perón se produce con el intento de golpe de Estado del 16 de junio de 1955, que Favio ilustra en forma descarnada, porque se trató de un hecho sanguinario. A ese bombardeo sobre Buenos Aires, Perón contesta con discursos inusitadamente violentos, es verdad, pero hay que ser sinceros: históricamente se ha sabido más sobre las famosas quemas de las iglesias y del Jockey Club que del bombardeo a Plaza de Mayo. Los dos hechos son condenables, pero la masacre de 300 personas indefensas no puede compararse con un hecho de vandalismo. A la historia hay que contarla bien. La quema de las iglesias y del Jockey Club se produjo después del bombardeo a Plaza de Mayo.
El paralelismo que traza Favio en la película coincide con la obra del pintor Daniel Santoro: expone, explica, pinta, de un modo idílico, esa década de gobierno peronista, que llama «la patria de la felicidad». Los rasgos autoritarios están borrados. La historia es infinitamente compleja, y Favio intenta simplificarla en Gatica. Arma un esquema efectivo, pero simple: mientras el peronismo está en el poder, los tipos como Gatica, los tipos amados por el pueblo, están en primer plano. Es el tiempo de Gatica, Alberto Castillo, Hugo del Carril, Enrique Santos Discépolo y Fanny Navarro, por solo citar a algunos.
Y, efectivamente, Gatica es un personaje amado por el pueblo y su tragedia es la de tantos otros boxeadores, también amados por el pueblo, y que terminaron tristemente. Por ejemplo, Joe Louis fue uno de los más grandes boxeadores de la historia, que tuvo dos peleas antológicas con Max Schmeling, y que terminó en la pobreza porque los impuestos lo liquidaron; Muhammad Alí estuvo cinco años sin boxear porque se negó a ir a pelear a Vietnam. ¡Nada menos que el más grande de la historia! Nos robaron cinco años de Alí, porque no quiso ir a la guerra. Y sufre Parkinson desde hace años… El boxeo de hoy es la negación de Muhammad Alí, es el boxeo de Don King, esa persona que se interpreta a sí mismo en la película El abogado del diablo (1997) y que se abraza con Al Pacino, ¡que hace del Demonio!