VEINTIUNO

 

Addenda al diario íntimo del maestro nacional Reposiano Guitarra

 

Miércoles, 3 de noviembre de 1982

 

E

l Papa Juan Pablo II ha actuado hoy en el Santiago Bernabéu. El campo, lleno a rebosar de juventud. El Papa está con los jóvenes. ¡Y yo, que me había prometido sentirme joven toda la vida! ¡Un cuerno! ¡No me da la gana! Me vuelvo con los míos. Pero con los míos de verdad. Con los pocos que quedamos, o con los pocos que dejaron. Aunque para ancianidad, la de Arcos Paulín. Desde que acabó la guerra, sin saber de él. Y el otro día me mandan de la editorial una carta suya, de Bélgica, donde me pide noticia de todos. ¿Aún se acuerda de las Misiones Pedagógicas, de aquellos cuatro días nuestros en la sierra de la Culebra? Me explica que hace dibujos para los tebeos. Yo no le vi pintar un mono entonces. Antes hubiera dicho que tenía un negocio de coches en Fuenterrabía. O en Lasarte. Ya no sé. Al parecer ha sabido de mí por un librito mío. ¿Cómo habrá llegado un libro mío a la tierra de Eddy Merckx? Mejor nombrar al ciclista, porque no creo que se pueda aludir a ese país por su gastronomía. Tristeza de una ciudad sin río, apuntó Baudelaire sobre Bruselas. Y eso fue lo mejor que dijo de Bélgica. Claro que en las condiciones en que ya estaba el poeta, o lo que quedaba del poeta...

¿A quién le puede interesar estos libros de encargo que hago? No sé ni cómo me los encargan. Claro, porque los venden. Manuales absurdos para ganar al ajedrez o al backgammon, yo, que en mi vida le he ganado a nadie en nada. Origen e historia de los apellidos españoles; total para qué, si este país con cuatro apellidos se basta a sí mismo. La verdad sobre los médiums, la enciclopedia de los talismanes y las piedras mágicas, los secretos de la cábala. Biografías disparatadas de Yuri Gagarin, que saqueo de libros de la editorial Progreso de Moscú. Vidas laudatorias, ditirámbicas, de próceres de Hispanoamérica, que reinvento a partir de lo que dicen la enciclopedia Espasa y la Larousse. He puesto en solfa a los más grandes, desde Moctezuma hasta el cura Hidalgo, pasando por San Martín, Bolívar, Artigas, Emiliano Zapata, Frida Kahlo... Siempre gente con bigote.

Dios mío. Llevo cuarenta años pegado a una máquina de escribir, como un caracol a su concha. Dándole a la tecla todos los días. Me he ganado bien la vida escribiendo novelitas del Oeste y policíacas. Disparad por un dólar, Tres hombres para un revólver, La mujer ciento veinticinco, Último vuelo al infierno... Luego me han pedido terror y ciencia-ficción, y hasta que Maruja no me ha descubierto que era lo mismo, he sudado lo mío. Pero ella lo vio claro enseguida: Reposiano, donde pone Arizona cámbialo por Saturno, y donde dice oficina central del FBI pon ahora el castillo maldito. Y venga. Pero los bolsilibros se están hundiendo del todo. La novela de quiosco apenas se vende. Y la empresa no paga. Hoy la gente ve la televisión todo el rato y al quiosco sólo va para comprarse chicles y revistas verdes. Suerte de estos otros encargos.

¡Pues no hemos escrito novelitas de a duro Maruja y yo mano a mano en la Olivetti! Gracias a eso, nos hemos pegado la vida padre, sin que nos faltase de nada, prácticamente. Todas las noches, copa fuera de casa, y todos los domingos cine, paseo, ración de gambas y cerveza, y luego vuelta en bus a nuestro pisito de Plata y Castañar. Y cómo aguanta la máquina. Uno tiene una Lettera 32 igual que sus personajes tienen un Magnum 38. Pero en realidad no mano a mano, así nunca hemos escrito Maruja y yo; lo hacíamos alternándonos. Ella por la tarde, yo a la noche. Por la mañana dormíamos un rato. Una máquina de escribir caliente que nunca paraba. ¡De esta forma sí que salían hasta diez novelas al mes! En la editorial estaban pasmados con mi producción, porque nunca les conté la verdad. ¿Que mi mujer, la mujer de Austin Guitar, también le daba a la tecla? ¡Anda ya! Ahora vamos tirando sólo con lo mío. Maruja hace tiempo que no escribe porque ya ve poco. Ahí la oigo, trasteando en la cocina. Viene también olor a coles.

 

 

Domingo, 7 de noviembre de 1982

 

¡Qué sensación tan extraña volver a ponerme en mi viejo cuadernillo de hule! En cuanto complete estas cuatro páginas que quedaron en blanco se lo envío a Arcos Paulín, y me olvido de verdad de todo. ¡A tomar por culo la bicicleta!

 

 

Lunes, 8 de noviembre de 1982

 

Estos días le he preguntado mucho a Maruja, pero se acuerda de lo mismo que yo. María Luisa se fue de Madrid cuando la guerra. Volvió, se casó con un catedrático de Historia y se dedicó a coleccionar discos antiguos. Y eso lo sabemos porque un día la entrevistaron en la radio con motivo de su afición. Espiri González se hizo falangista en el hospital donde se curaba del tiro en el hombro. Pienso en Orfilio y me pongo a temblar. A Espiridión le puso la camisa azul la enfermera. Tuvo que pasarse a Derecho, porque en las municipales, hace un par de años, figuraba como abogado en las listas de la UCD. Iba de los diez primeros. Un nombre en una lista electoral, ¿habrá otra cosa más democrática? ¡Sí! Un nombre en la guía de teléfonos.

Nada más puedo añadir con respecto a aquel grupo.

Ah, el chico, el sobrino. Salió vivo del desastre, pero se quedó tocado de una pierna. Cuando vino a Madrid ya era verano, poco antes de la guerra. Anduvo preguntando por cada uno de nosotros en el Patronato, y todos escurrimos el bulto. Un cenizo, un pájaro de mal agüero. Maruja y yo creemos que era el mensajero del mal. Por lo menos, a nosotros no nos trajo más que desgracia. Y a sí mismo. También resultó pernicioso para lo suyo. Se lo cargó la guardia civil años después. Guardo una revista con la noticia. Pero esa historia la contaré luego con más detalle.

Y Maruja y yo. Nos casamos en cuanto ella salió de la cárcel. Fue una boda pobretona, de gente armiñada, pero quedó bonita. Entonces aún éramos jóvenes y nuestros corazones palpitaban potentes y rápidos como el pecho de un pájaro. En el desbarajuste de la guerra había superado mi kentomanía. Y eso que me alisté voluntario de camillero en la Cruz Roja para poder seguir inyectándome ráfagas de aquella luz. Pero no hay más luz que la de la infancia. Don Antonio Machado lo dijo en los últimos versos que escribió: estos días azules y este sol de la infancia. Los llevaba, cuando murió, apuntados en un papelito, doblado en el bolsillo. Cada hombre es un papel con una frase dentro, como un pastelillo chino.

 

 

Martes, 9 de noviembre de 1982

 

Pienso todo el rato en Orfilio y me vienen a la cabeza unos versículos del Antiguo Testamento:

Este mal hay en todo cuanto existe bajo el sol: que sea una misma la suerte de todos y que el corazón de los hijos de los hombres esté lleno de mal y de enloquecimiento durante su vida y luego la muerte. ¿Y quién es exceptuado? (Eclesiastés 9, 3).

 

 

Miércoles, 10 de noviembre de 1982

 

Al chico empezamos a verle mucho en Estudio 1, un programa de televisión que adaptaba obras de teatro. Hasta podría asegurar que la cara de Velasco Flaínez fue lo primero que salió en la pantalla cuando nos compramos el aparato. Al principio Maruja y yo no nos quedamos estupefactos, sino horrorizados; y sin embargo enseguida nos acostumbramos a la presencia continua del muchacho. Había tomado el nombre de Abelardo Velasco, y se había dejado bigote y perilla; muy atildado todo él. Pero sus ojos salvajes, su mechón negro golpeándole la frente como un puñetazo en medio de la noche, decían a voces que era el demonio de siempre. Aún no tendría cincuenta años. Vivía casado con una actriz muy maja, que se llama Agustina Haro y que últimamente vuelve a hacer algunos dramáticos. Entonces estaban los dos en la cresta de la ola a raíz de un Caballero de Olmedo que grabaron para un Estudio 1 y que llevaba varios años reemitiéndose. Abelardo Velasco hacía de don Alonso, y su mujer, de Inés. Aquel reparto era de primerísima categoría. Estaban Jaime Blanch, Víctor Valverde, Carlos Lemos, Charo López y María Luisa Ponte. Y lo dirigía Cayetano Luca de Tena, uno de esos monárquicos del franquismo, conservadores en política, pero más libres en el pensamiento y en el arte. Vamos, que la obra nos gustaba mucho, como a todo el mundo. Entre el público, el chico y su mujer tenían fama de actores desafectos, y eso también le daba mucho encanto a la pareja. De ella se decía que fue actriz de García Lorca antes de la guerra. Andaban fumando muy estilosos por Oliver, el café de Adolfo Marsillach, o se les veía en las revistas escuchando jazz en Bourbon Street, en Diego de León, siete, en compañía de Nuria Torray. Y bebiendo whisky existencialista en vasos de tubo con María Asquerino.

El caso es que una tarde de domingo, fue el quince de abril de mil novecientos setenta y tres, que no se me pase adjuntar la revista, el muchacho hizo la última de las suyas. El delegado nacional de Sindicatos, como regalo de cumpleaños para su mujer, organizó en su finca del sur de Madrid un torneo doméstico de tiro al pichón y para darle glamour invitó, o mandó venir, a lo más vistoso de la televisión del momento. El cumpleaños había sido el día anterior, pero desde que acabó la guerra la mujer lo celebraba siempre este otro día para que no se la identificase con la República sin comerlo ni beberlo.

Se juntaron en el lugar muchos artistas. Por ejemplo, Juanjo Menéndez, premiado en aquellos días como el mejor actor nacional; el presentador del Un, dos, tres... Kiko Ledgard, y Valentín Tornos, que hacía de Don Cicuta en ese concurso; la actriz Julia Gutiérrez Caba acompañada de su hermano Emilio; Monica Randall, que iba peinada igual que la mujer del comisario McMillan, y una bailaora de moda que se llamaba la Polaca. También estaban presentes las más altas autoridades relacionadas con el medio. El ministro de Información y Turismo Sánchez Bella, que había sido de los beatos de Acción Católica; Adolfo Suárez, director general de Radiodifusión y Televisión, entonces aún más cerca de Falange que de la presidencia del Gobierno, y el director general de Prensa, Alejandro Fernández Sordo. ¡Qué aciertos tenía el franquismo! ¡Poner de director de la prensa a uno que se llama Sordo!

Parece que Abelardo Velasco no había perdido puntería ni a pesar de los años ni a pesar del whisky, al que tanto se había aficionado, y cuando le tocó tirar apareció con una escopeta en cada mano, a la manera de El hombre del rifle. También tenía a otro a quien parecerle. Se plantó patiabierto en medio de la celebración y con las armas empuñadas como si fueran pistolas, y una ramita de tomillo en la boca, apuntó a un delegado provincial del Frente de Juventudes que andaba cerca del palco presidencial, y se lo cargó de un tiro. Dio a continuación unos pasos, se detuvo delante de un miembro del Opus Dei que se secaba la frente con un pañuelo y le disparó a quemarropa, sus gafas negras salieron lanzadas como un escupitajo. La muerte no tiene compasión en estas tierras.

Antes de que la Guardia Civil acribillase al muchacho y dejase su cuerpo hecho una piltrafa sobre la grava del campo de tiro, aún tuvo ocasión de saltarle la tapa de los sesos a la mujer del anfitrión y de abrirle un boquete en el pecho a un camarero que llevaba una bandeja de jabugo. Nunca más se ha repuesto en televisión una obra en la que apareciese Abelardo Velasco.

 

 

Jueves, 11 de noviembre de 1982

 

Estábamos inspirados por el ideario krausista, y por el ideal de escuela de Tolstoi, y éramos también los húsares negros de la República, como lo fueron los maestros de Jules Ferry, el ministro francés que decretó la escuela francesa laica, gratuita y obligatoria, cincuenta años antes de que España lo intentara. Y estuvimos a punto de conseguirlo. Cuando salimos en aquella misión hacia la sierra de la Culebra, el Patronato ya había creado por toda España cinco mil bibliotecas.

Esto me lo dijo don Luis Bello, al poco de regresar de la misión. Fui a encontrarle a la tertulia que tenía en la cervecería La Española, en la glorieta de Bilbao. La tertulia la había fundado Heliófilo, el primer director de El Sol, y la continuaban el dibujante Bagaría, el periodista Corpus Barga, el crítico Diez Cañedo, toda, gente de aquel diario. A don Luis le llevaba el último número, el ocho, de la revista PAN (Poetas Andantes y Navegantes), que era el órgano de las Misiones Pedagógicas, porque me publicaron en ella un resumen de nuestra experiencia y Maruja me animó para que se lo diera a leer. Cuando llegué, los camareros ya habían empezado a colocar las sillas sobre las mesas de mármol. Pasaban por la calle los últimos tranvías reflejándose en los charcos y en el asfalto mojado. Dentro de la cervecería olía a serrín y a polvo de cucarachas. Don Luis me atendió con su sonrisa misericordiosa y buena.

¡Pan! ¿Sabe que es la palabra más bonita de nuestro idioma, muchacho?, parecía que le costaba trabajo estar vivo, y que su mirada ardiente era el clavo al rojo por el que continuaba agarrado al mundo. El pan lo es todo para la gente. Es el primer alimento del niño cuando se separa del pecho materno, y fue el primer alimento sagrado de los cristianos, y es lo que pide el pueblo con el mismo arrebato con que exige justicia, tierra y libertad. Pan y libertad. Pan y tierra. Pan y justicia...

Yo me había presentado de boina y traje oscuro, con un impermeable negro al brazo y el diario de la noche. Quería causarle buen efecto. En un rincón de la cervecería, los participantes de otra tertulia se resistían a despedirse. Era gente del cine, los típicos que pasaban toda la tarde con un vaso de agua y el sombrero puesto para dar la impresión de que están de paso y van a irse de un momento a otro, de manera que no se ven obligados a pedir consumición alguna. Uno de ellos, al que le había dado el presupuesto para alguna copa de Jerez, se arrancó con la Salutación del optimista.

¡Ínclitas razas ubérrimas...!

... votan Gil Robles acérrimas, murmuró don Luis, y me agarró del codo, y por un momento creí que quería sujetarse a mí. Luego me atrajo hacia su cara, hasta rozarme con aquellos bigotes de morsa presa en una Casa de Fieras.

A los maestros, hay que ayudar sobre todo a los maestros de los pueblos, insistió. Hay que retribuirles con equidad. ¿Sabe qué fue lo primero que le pedí a don Fernando de los Ríos cuando tomó la cartera de Instrucción Pública? Que se equiparasen los salarios de los maestros de pueblo con los de ciudad.

Y así ha sido, don Luis.

Claro, claro. ¡De otra manera no podía seguir siendo!

Luis Bello murió de pronto, al poco de nuestro encuentro, a primeros de noviembre. Dos meses después de Cossío.

 

 

Viernes, 12 de noviembre de 1982

 

Ha muerto Leónidas Breznev, que era clavado a un conocido nuestro. Un vinatero de Cuenca, pero que más bien parecía un esquimal. Con el forro del gorro a modo de ceja y gordo de engullir sartenes de migas. Daba más miedo cuando reía que cuando estaba serio. Nuestro vecino se murió antes que el ruso. Pobre Isolino. Se vino a Madrid a trabajar en la empresa Marconi, se afincó en la colonia y se murió. Todo esto en veinte años, pero se cuenta en una línea. Eso es lo que ocupa la vida de un pobre. Llevamos quince días de socialismo real en España, y ya ha venido el Papa a vigilarnos. La gente le besaba las manos. ¿Qué es lo que más recuerdo de nuestras Misiones Pedagógicas? Eso mismo. Cuando nos íbamos de los pueblos y los viejos nos besaban las manos.

 

 

Lunes, 15 de noviembre de 1982

 

Me he acordado hoy de otra cosa. Una vez entramos con la camioneta en una aldea, y una patulea de niños se lió a correr detrás de nosotros. Nos gritaban: ¡Comuniiistas! ¡comuniiistas! Alguno le quiso tirar una piedra al coche. Pero luego, cuando bajamos y vieron los proyectores, nos rodearon y empezaron a preguntamos: ¿A qué hora empieza la película?, ¿a qué hora? He estado un buen rato repasando los tebeos que nos ha mandado Arcos Paulín. Qué trazo tiene. Pero es demasiado realista, no manifiesta carácter para la caricatura. Él se lo pierde. Esta tarde sin falta le envío este diario. Yo ya no lo quiero. Maruja, ¿te imaginas que Arcos Paulín haga un tebeo con todo esto? ¿Te imaginas un tebeo de las Misiones Pedagógicas? Nosotros también les podríamos haber llevado tebeos a aquellos niños...

 

 

Paco Castañón continuó escuchando la cinta mientras conducía su Volvo 121, ranchera, rojo con bandas blancas. Aceleró hasta que el paisaje no pudo alcanzarle. De pronto, los árboles empezaron a juntarse todos en una mancha borrosa, y al frente la carretera se borraba también, o quizá fuese que no estaba acabada de dibujar. Tuvo al poco la sensación de que más bien nada estaba cambiando ahí afuera, o acaso de que nada había ahí afuera, y que en realidad era él quien se desvanecía. Un presentimiento le agarró como se clava la pala de una excavadora en el suelo y lo arranca. De alguna manera supo que se iba a evaporar muy pronto, en cuanto Arcos Paulín también dejase de hablar de él.

 

 

Fin