CAPÍTULO 10.

 

 

 

Cinco años después del intento fallido de declarar las calcinaciones de utilidad pública, las teleras seguían exhalando su aliento mortal. Que finalmente la ley no hubiera sido ratificada por el Senado no significaba que las teleras hubieran sido prohibidas. No en vano, eran muchas las compañías mineras que utilizaban las calcinaciones al aire libre como método principal de beneficio del mineral. Los cielos de la comarca siempre estaban cubiertos de espesas capas de humo que todo lo inundaban de penumbra y de muerte. Las protestas de los propietarios afectados continuaban, normalmente eran acalladas con indemnizaciones por parte de la Compañía. Unas indemnizaciones que nunca dejaban satisfecho a ninguna de las partes, unos porque las veían ridículas y otros porque las veían demasiado generosas. Baltasar Espinosa seguía siendo el principal responsable de negociar la cantidad a abonar por el terreno afectado. Gracias a su intermediación, cada año había crecido el número de hectáreas que pasaba a ser propiedad de la Riotinto Company Limited. En cualquier caso, a su avanzada edad, delegaba parte de su trabajo en su hijo Nicolás, que cada vez tomaba más responsabilidades y se había convertido en un temido abogado cuando algún propietario osaba enfrentarse a la todopoderosa compañía en los tribunales. Nicolás Espinosa también tuvo que hacer frente, como su padre había hecho durante los últimos años, a la liga antihumista, cuyo objetivo último no era otro que la prohibición total de las calcinaciones al aire libre. Cualquier protesta y denuncia por su parte, era rápidamente respondida por informes de las compañías mineras que utilizaban todas sus influencias y su dinero para dar una imagen muy distinta de las calcinaciones al aire libre. Los humos de Huelva cada vez tenían mayor repercusión mediática a nivel nacional y las empresas mineras tuvieron que recurrir a la compra de opiniones partidistas de muchos periodistas y políticos. Muchos de los informes que las compañías elevaron al gobierno, para acallar las críticas que se sucedían continuamente, fueron elaboradas por comisiones científicas de médicos y de ingenieros que previamente habían sido generosamente sobornados por las empresas mineras.

Pese a todo el esfuerzo de las compañías por demostrar la inocuidad de los humos procedentes de las teleras, el conflicto era continuo y la prensa nacional quedó dividida respecto al asunto.

Nicolás Espinosa, desde su puesto como colaborador en el diario “La Provincia” se convirtió en el más férreo defensor de las calcinaciones. Desde sus páginas emprendió una cada vez más activa campaña en busca del apoyo social:

– ¡Oponerse a los humos es lo mismo que oponerse al progreso y al desarrollo industrial de la provincia! –argumentaba en cada una de las conferencias a las que era invitado–. Si desde Madrid y otros medios critican el sistema que se emplea en las minas de la provincia de Huelva no es por otro motivo que por desconocimiento de lo que ocurre en esta región. Las protestas que llegan hasta la capital, no son las de los vecinos de estas tierras, sino la de los caciques de la región que ven cómo su poder se quebranta con la llegada de nuevos hombres gracias a los cuales estamos haciendo que la provincia de Huelva sea conocida en el mundo entero. ¿Acaso no tiene derecho la gente de estas tierras a ganar un salario digno que los libere del yugo al que los grandes terratenientes de esta comarca los sometieron durante generaciones enteras? ¡Los tiempos de la esclavitud ya quedaron atrás, señores, por más que les pese a algunos…! ¡No se dejen engañar! Las protestas por los humos tienen su origen en el hecho de que la industria minera adquiere más relevancia y poder cada día y ciertos personajes comprueban cómo se reduce con ello su círculo de influencia tanto en la provincia como en el mismo gobierno de la nación. Todos los vecinos de estas minas saben que el sistema de calcinaciones al aire libre se puso en funcionamiento hace casi medio siglo, esto no es un invento nuevo que trajeran los ingleses tal y como pregonan algunos. Pero entonces nadie protestaba por las consecuencias que ocasionaban los humos de las teleras, ¿y saben por qué, señores? Yo se lo diré, entonces, ni el Marqués de Remisa primero, ni la Real Hacienda después, supusieron peligro alguno para la situación privilegiada que disfrutaban estos personajes que ahora claman al cielo por lo nocivo de tales humos. No se equivoquen, a estos caciques no les importa en absoluto el porvenir de esta provincia, lo único que estos hombres pretenden es que nada cambie, su preocupación no es otra que tener cogido por los huevos a los hombres que para ellos trabajan. Con la puesta en marcha de estas explotaciones a los hombres de esta comarca se les ha dado la oportunidad de elegir qué quieren hacer con su vida y para quién quieren trabajar. Y el obrero onubense no lo duda un instante, prefiere acudir a las minas, como de hecho acuden gente de cada rincón de España, a seguir esclavizados por estos terratenientes, labrando sus tierras a cambio de un mendrugo de pan. ¡Ahí está el trasfondo de todas sus quejas!: estos caciques, lo que verdaderamente temen, es la libertad que la mina ofrece a estos vecinos…

Las palabras de Nicolás Espinosa eran grandilocuentes, cargadas de demagogia. Sus ataques a los terratenientes del lugar, especialmente a los de Zalamea y Calañas, que tanta oposición mostraban a las calcinaciones, eran constantes, ya fuera desde las letras de “La Provincia” o bien desde algún estrado improvisado que en más de una ocasión utilizaba para arengar a los vecinos para que se posicionaran de parte de los intereses de la Compañía.

–Gracias a la llegada de las industrias mineras las perspectivas de futuro para esta provincia son alentadoras, las vías de comunicación mejoraron de forma considerable, las villas han visto cómo su población se incrementaba como nunca antes, mientras que en otras provincias la tendencia es a emigrar, a Huelva no dejan de llegar gente para trabajar en las minas, sólo en Riotinto trabajan más de diez mil almas, será sólo cuestión de tiempo que se terminen estableciendo importantes industrias y fábricas. Existe un antes y un después desde que las minas fueran vendidas a los ingleses, un antes, donde todo era miseria, pobreza, y hambre, donde todo era sombra y penumbra, un antes donde los grandes propietarios se creían los amos y señores no sólo de la mayor parte de estas tierras sino también de sus gentes. Ahora todo es distinto señores, gracias a las minas todo ha cambiado y oponerse a los humos, oponerse al desarrollo de la industria minera no es otra cosa que seguirles el juego a esos caciques, seguir bajo su yugo…

La liga antihumista pretende hacernos ver que los humos han provocado la destrucción del manto vegetal, ¿a qué se están refiriendo? ¡En estos cerros no había más que jaras, brezo y aulagas! Las compañías mineras han comprado muchas hectáreas de terreno, a un precio muy por encima de su valor real y todo sin que se haya llegado a comprobar que los humos de las calcinaciones sean en realidad los responsables de la destrucción de ciertos cultivos. Y respecto a la acusación de que las empresas mineras contaminan las aguas… ¿alguien vio alguna vez a los animales saciar su sed en la ribera del Amarguillo? ¡En estos terrenos sólo existen aguas agrias que nunca fueron bebibles! La Riotinto Company ha construido abrevaderos para el ganado, los lugareños ya no tienen que recorrer grandes distancias con sus rebaños. También achacan a los humos que son causa de insalubridad para la población, ¡todo es falso señores!, tal y como así lo atestiguan numerosos estudios. Las tasas de mortalidad de los pueblos afectados son de las más bajas de la provincia, el Congreso llegó a declarar las calcinaciones de utilidad pública incluso, dejando bien claro que en modo alguno afectaban a la salud, ciertas epidemias pasaron de largo sin hacer mella en las poblaciones mineras…

Para terminar me gustaría leerles las conclusiones finales de la Memoria de la Sociedad de Minas de Alosno, en las que, el reconocido ingeniero, Ernesto Deligny deja bien claro las consecuencias que traería consigo ceder ante las presiones de los caciques y prohibir las calcinaciones:

–“…las sociedades que han cumplido con su deber en el planteo de sus labores y de sus fábricas, cumplen y cumplirán con su deber pagando con exactitud los daños probados. Pero protestan con todas sus fuerzas contra toda exigencia que para dar satisfacción a las ruidosas e injustificadas acusaciones que han agitado a la opinión pública engañada, ocasione la ruina de las empresas y una irremediable catástrofe para tantos trabajadores que, desde hace treinta años, están viviendo con desahogo en aquellas tierras…”

Y a modo de conclusión señores, tan sólo quiero hacerles una única pregunta: ¿qué es lo que ustedes quisieran para sus hijos, la esclavitud a la que estuvieron sometidos sus padres en un pasado, o la libertad y la prosperidad que les ofrece las minas? Creo que no hace falta que les diga qué es lo que yo querría para los míos… ¡vivan los humos, vivan las minas, viva el progreso y viva Huelva!

El discurso de Nicolás Espinosa era aplaudido con efusividad en las plazas de muchos pueblos y en ciertos círculos de la provincia que apoyaban con entusiasmo el desarrollo industrial que estaba experimentando la provincia gracias al empuje de las compañías mineras. Eran muchos los industriales y empresarios que tenían intereses y tratos con las compañías mineras y veían con recelo que las protestas de los terratenientes de Zalamea afectaran a sus negocios, de ahí el apoyo incondicional a las palabras de Nicolás Espinosa.

 

Además de los humos, otros muchos problemas ocasionaban quebraderos de cabeza a los directivos de la Riotinto Company Limited. El precio del cobre había bajado, lo que obligaba a aumentar la producción para que las minas ofrecieran beneficios, todo ello conllevaba aumentar la mano de obra y los costes. La llegada de miles de hombres desde los lugares más remotos del país y de la vecina Portugal desarticuló por completo la frágil estructura social de la comunidad minera y rara era la semana que no había disputas y hostilidades entre los obreros y la Compañía. Las tensiones iban en aumento y los conflictos laborales cada vez eran más frecuentes. Los pueblos mineros se convirtieron en el caldo de cultivo ideal para los movimientos anarquistas y socialistas, las amenazas de huelga se cernían continuamente sobre las explotaciones. La Riotinto Company no estaba dispuesta a que el asunto se le fuera de las manos, y las reuniones giraban en torno a los conflictos que generaban las protestas de los trabajadores.

– ¡La Compañía les proporciona casas, escuela y servicio médico! ¿Qué más quiere esa gente? Su salario llega casi a triplicar el de un jornalero del campo, ¿para qué quieren más dinero si la mayor parte de lo que ganan se lo gastan en las tabernas? –protestaba uno de los directivos ante las peticiones de los obreros.

–…los días de manta resulta imposible trabajar en el exterior y aún así se les abona la mitad de su salario, ¿Cómo les vamos a pagar el jornal completo por un trabajo que no hacen? ¡No es culpa suya que no se pueda faenar esos días, pero tampoco es culpa de la Compañía!

–También quieren introducir la jornada laboral de ocho horas… –se atrevió a sugerir otro de los directivos con voz queda, dado el cariz que estaba tomando la discusión.

–Eso ya se probó en alguna sección, ¿qué ocurrió entonces?, todos los aquí reunidos conocen el resultado, allí donde se aplicaron las ocho horas la producción bajó de forma considerable.

–Y si ya no tuviéramos problemas más que suficientes en las minas, ahora resulta que los buscamos nosotros mismos, ¡estamos convirtiendo estas minas en un verdadero nido de ratas! ¿De quién fue la genial idea de ofrecerle un puesto de trabajo a un agitador como Tornet?

–Cuando llegó a las minas nadie sabía nada de su pasado en Cuba, sabía leer y escribir, por eso fue fácil que ascendiera de puesto… –se excusó uno de los responsables de contratar al personal, que sabía que ese nombre saldría a relucir tarde o temprano.

– ¿Nadie estaba al corriente de lo que ese hombre lió en Cuba? ¿Nadie fue consciente de que, una vez al mes, ese hombre tenía que presentarse ante la policía? ¿Nadie? –todos callaban–. ¡No, absolutamente nadie! Y no sólo nadie se dio cuenta del tipo que se nos había colado en las minas sino que se le asigna a ese anarquista el papel de cronometrador, donde su principal función consistía en calcular los salarios que le correspondían a los trabajadores…

Nicolás Espinosa había sido el que había sacado a la luz la historia de Maximiliano Tornet. Se le había asignado el puesto de adjunto del jefe de personal y no le había hecho falta mucho tiempo para ganarse la enemistad de gran parte de la plantilla desde que fuera nombrado para tal cargo. Las condiciones de trabajo habían empeorado, el número de multas que se imponía a los trabajadores había aumentado y también el número de despidos. Sin embargo, desde el punto de vista de la compañía, el nombramiento de Nicolás Espinosa había sido todo un acierto, pues había supuesto un incremento de la productividad y una disminución de los conatos de huelga. Además, John Osborne, director interino de las minas a la espera de que llegara desde Londres un nuevo director, respaldaba la labor y la mano dura del joven Espinosa.

Aquel mes de agosto de 1887 Nicolás Espinosa encontró a Maximiliano Tornet vendiendo ejemplares de periódicos revolucionarios, ya sospechaba acerca de la ideología del anarquista y aquello le sirvió de motivo más que suficiente para despedir al exiliado cubano. Cuando después registraron su domicilio, encontraron numerosa propaganda anarquista. Fue entonces cuando los directivos de la Riotinto Company tomaron conciencia de lo implantado que estaba el ideario anarquista en las minas. Desde aquel momento cualquier ideal revolucionario fue perseguido y reprimido entre los trabajadores y cada vez que conseguían localizar a los principales cabecillas, eran despedidos al instante y sus nombres pasaban a formar parte de una lista roja que se engrosaba día a día. Aquellos cuyos nombres figuraran en dicha lista no volverían a trabajar en las minas nunca más. En cualquier caso y, pese al exhaustivo trabajo que Espinosa había estado llevando a cabo desde entonces, el movimiento reivindicativo y anarquista había germinado entre unos trabajadores que estaban hastiados del trato que recibían por parte de los ingleses. Hombres, mujeres y niños trabajaban de sol a sol, en condiciones infrahumanas, los ingleses se negaban a negociar cualquier tipo de mejora en las condiciones de trabajo, los días de manta les eran descontados de su salario. El nombramiento de Espinosa no había hecho más que empeorar la situación. Riotinto era una caldera a punto de estallar…