Capítulo Veintiocho

Mientras dormía todo daba vueltas en su cabeza. De padre a hijo, asesinato y avaricia, sangre brillando sobre piedras centelleantes. Había legados de los que no podías librarte, no importa cuán rápido o cuán lejos corras.

Podía verse a sí misma, una niña, sin madre a quien temer o proteger. Nadie que la escondiera o que se colocara como escudo. Podía verse —siempre podía verse— sola en un cuarto gélido con la luz roja proveniente del símbolo parpadeante, parpadeando, parpadeando en el edificio de al lado.

Podía saborear su miedo cuándo él entraba, ese sabor brillante, y metálico. Como si ya hubiera sangre en su garganta. Sangre caliente contra el frío.

Los niños no deberían temer a sus padres. Ella sabía eso ahora, en alguna parte de su cerebro inquieto, lo sabía. Pero la niña no conocía nada excepto el miedo.

No hubo nadie que lo detuviera, nadie que luchara por ella cuando su mano había restallado como una serpiente. Nadie que la protegiera cuando la había atormentado, cuando había arremetido contra ella. No hubo nadie que oyera sus gritos, que le rogara que se detuviera.

Otra vez no, otra vez no. Por favor, por favor, otra vez no.

Ella no había tenido a nadie que corriera cuando el hueso de su brazo se partió en dos como una rama quebrada bajo un pie descuidado. Sólo se había tenido a sí misma, y al cuchillo.

Podía sentir la sangre corriendo por sus manos, por su rostro, y la forma en que su cuerpo se había sacudido cuando había clavado esa hoja en la carne de él. Podía verse manchada por ella, cubierta con ella, chorreando, como un animal en la matanza. E incluso durante el sueño, ella era consciente de la locura de ese animal, la absoluta falta de humanidad.

Los sonidos que ella hacía eran horrorosos. Incluso después de que él estuviera muerto, los sonidos que ella hacía eran horrorosos.

Luchó, apuñalando, apuñalando, apuñalando.

—Vuelve. Oh Dios, cariño, vuelve.

Pánico y protección. Alguien que la oyera, que la ayudara. A través de la locura de los recuerdos, oyó la voz de Roarke, le olió y se acurrucó con fuerza en los brazos que él había deslizado a su alrededor.

—No puedo. —No podía quitárselo de encima. Había tanta sangre.

—Estamos aquí. Ambos estamos aquí mismo. Te tengo. —Presionó los labios contra el pelo de ella, contra su mejilla—. Déjalo ir, Eve. Déjalo ir ahora.

—Tengo frío. Tengo tanto frío.

Él le frotó la espalda y los brazos con las manos, demasiado asustado para dejarla ni siquiera durante el tiempo que costaría levantarse para ir a buscar una manta.

—Agárrate a mí.

La levantó hasta su regazo, meciéndola como lo haría con un niño. Y los estremecimientos que la atormentaban disminuyeron gradualmente. Su respiración se estabilizó.

—Estoy bien. —Dejó caer la cabeza débilmente sobre su hombro—. Lo siento.

Pero cuando él no aflojó su agarre, cuando continuó meciéndola, Eve cerró los ojos, intentando sumergirse en el consuelo que él necesitaba tanto como ella.

Aún así, ella veía lo que había sido, lo que había hecho. En lo que se había convertido en esa horrible habitación de Dallas. Roarke podía verlo. Lo vivía con ella a través de sus pesadillas.

Acurrucándose contra él, se quedó mirando a la oscuridad otra vez y se preguntó si podría soportar la vergüenza si cualquier otro llegara a ver un atisbo de en qué se había convertido Eve Dallas.

* * *

Peabody adoraba las sesiones informativas en la oficina de casa de Eve. Por muy grave que fuera el asunto, había siempre una atmósfera informal cuando le agregabas comida. Y una reunión para desayunar no sólo significaba café auténtico, sino huevos auténticos, carne auténtica y toda clase de dulces pegajosos y azucarados.

Y ella podría justificar las calorías adicionales porque era combustible relacionado con el trabajo. No había, en su opinión, ningún aspecto negativo en la situación actual.

Todos estaban dentro: Feeney, McNab, Trueheart, Baxter, Dallas, incluso Roarke. Y chico, oh chico, una mirada a Roarke por la mañana era una sacudida tan deliciosa para el sistema como el fuerte café negro endulzado con azúcar de verdad.

Era poco sorprendente que la teniente estuviera tan delgada. Ella tenía que quemar las calorías simplemente con mirarlo. Considerando eso, Peabody atrapó un par más de lonchas de beicon y calculó que realmente podría perder peso durante la sesión informativa.

Era un trato bastante bueno.

—Las actualizaciones están en tus expedientes —comenzó Eve, y Peabody dividió su atención entre su plato y su compañera.

Eve se apoyó en una esquina de su escritorio, con el café en una mano y el puntero láser en la otra.

—Feeney y nuestro civil hicieron algunos progresos anoche, igual que McNab. McNab, dale tus datos al equipo.

Él tuvo que tragar, rápido y con dificultad, un bocado de Donut.

—Señor. Mi área son los enlaces, los D y C[24] de ambas víctimas.

Lo examinó con rapidez, precisando posiciones de transmisión, con una considerable cantidad de código para expertos en computadoras. La jerga, las preguntas y comentarios que Feeney le lanzó en el mismo dialecto le dio tiempo a Eve para terminarse su café y contemplar otra taza.

—Examinarás esas posiciones esta mañana —señaló Eve cuando hubo una breve pausa—. Con estas imágenes. Pantalla uno. Éste es Steven Whittier. Los datos actuales nos llevan a creer que es el hijo de Alex Crew. En la pantalla dos, veis a Trevor Whittier, hijo de Steven Whittier y probablemente el nieto de Crew. Por los datos acumulados y el perfil, encaja. Steven Whittier es el fundador y el dueño actual de Whittier Construction.

—Una preciosa burbujita —comentó Baxter.

—Más grande y más fuerte cuando hemos determinado que Whittier Construction es el contratista de un enorme trabajo de rehabilitación, un edificio de la Avenida B. La compañía está autorizada para instalar cuatro depósitos de gasolina. Ninguna de las otras potenciales coincidencias tiene tantos enlaces como éste. Los datos oficiales de Steven Whittier establecen que su padre ha fallecido. Su madre...

Dividió la pantalla y mostró la imagen de una mujer conocida como Janine Strokes Whittier.

—Actualmente reside en Leisure Gardens, una instalación de retiro y cuidado en Long Island, donde el viejo Whittier tiene una segunda residencia. Ella está en el grupo de edades correcto, tiene el perfil racial adecuado y coincide con la morfología del ordenador.

—¿Traeremos a los Whittiers para interrogarlos, Teniente? —preguntó Peabody.

—Por el momento no. Sólo tenemos pruebas circunstanciales y suposiciones. Son buenas pruebas circunstanciales y suposiciones, pero no son suficientes para empujar al fiscal a expedir una orden. No son suficientes para arrestarlos y mucho menos para llevarlos a juicio. Así que obtendremos más.

—Trueheart y yo podemos coger las fotos, ponerlas junto con un par más y mostrárselas a la camarera. Si escoge a uno de estos tipos —dijo Baxter— tenemos más.

—Hazlo. McNab, encuéntrame alguien en las fuentes de transmisión que recuerde haber visto a uno o a ambos de estos hombres. Feeney, necesito que escarbes hacia atrás. Si Janine y Steven Whittier anduvieron con otros nombres antes de esto, los quiero.

—Los tendrás —le dijo y pilló un bocado de huevos.

—Peabody y yo nos dirigiremos a esta obra primero, haremos coincidir el rastro y haremos un barrido. Si a Cobb lo mataron allí, habrá sangre. Quiero testigos, quiero evidencias físicas. Lo clausuraremos y luego los arrestaremos. Roarke, cuento con tu seguridad para mantener a Samantha Gannon y a su familia seguros hasta que clavemos esto.

—Está hecho.

—Señor. —Como cualquier estudiante aplicado, Trueheart levantó su mano—. El detective Baxter y yo podríamos ir al hotel y mostrar a la señoritaa Gannon las imágenes. Ella podría reconocer a uno o a ambos de estos hombres. Si es así, podría darnos otro enlace.

—Es una buena idea, Trueheart. Haz los arreglos. Construyamos bien este caso. —Miró hacia el tablero y las víctimas—. Nadie más va a morir sobre un montón de jodidas rocas.

Cuando el equipo comenzó a dispersarse, Roarke deslizó la punta de un dedo a lo largo del hombro de Eve.

—¿Tienes un momento, Teniente?

—Medio momento. —Con la mente en los entresijos de la investigación, fue tras él hacia su oficina.

Él cerró la puerta, entonces, ahuecando las manos bajo los codos de ella, la elevó hasta la punta de sus botas y capturó su boca en un beso corto y acalorado.

—¡Hey! —Ella se derrumbó sobre la planta de sus pies con un ruido sordo— ¿Qué hay de malo contigo?

—Tenía que sacar eso de mi cabeza. Algo sobre observarte impartiendo órdenes me excita.

—Ver crecer la hierba te excita. —Se giró hacia la puerta, pero plantó una mano en ella—. ¿Las palabras “obstrucción a la justicia” te suenan de algo?

—Vagamente. Y aunque un rápido asalto de obstrucción podría ser entretenido, no es lo que tenía en mente. Tengo algunas cosas de las que ocuparme esta mañana, pero una parte del día puede ser reorganizada para ello.

—Si Feeney te quiere a bordo para el trabajo electrónico, eso queda entre tú y él.

—Está hincando los dientes en ello en estos momentos. No creo que necesite que yo muerda el resto. Pero tú podrías quererme cerca cuando hables con Steven Whittier.

—¿Por qué?

—Porque me conoce. Y por lo que sé de él, no puede haber tomado parte en lo que les hicieron a esas mujeres. No a sabiendas.

—La gente puede hacer un montón de cosas que están fuera de su carácter cuando están cegados por piedras relucientes y brillantes.

—De acuerdo. Otra razón por la que podrías quererme cerca. Sé un poco sobre esa clase de cosas. —Él acarició la cadena, bajo la camisa de ella, de forma que el diamante en forma de lágrima que él una vez le había dado centelleó entre ellos—, he conocido a gente que han matado por ellas. Sabré si él lo hizo. Para ti son sólo cosas. Llevas esto puesto por mí. Ése es su único valor para ti.

Él sonrió un poco mientras lo deslizaba bajo su camisa de nuevo.

—Si te hubiese dado un trozo de cuarzo, significaría lo mismo.

—Él pudo no haberlo hecho por los diamantes, no directamente, sino para protegerse a sí mismo y a su familia. Samantha Gannon sabe cosas sobre él que no están en el libro. Cosas que nadie sabe fuera de ese grupo que formaron hace medio siglo. Quién es él, de quién procede. La gente mata por eso, también.

—¿Esta línea de pensamiento es la que provocó tu pesadilla?

—No lo sé. Tal vez esta línea de pensamiento salió de eso. En la superficie, Whittier se ha construido una vida buena y decente. Pero a menudo es lo que está bajo la superficie lo que guía a las personas. Él tiene mucho que perder si sale a la luz: quién era su padre, lo que hizo, que Steven Whittier es una invención.

—¿Es eso lo que crees? —Él la tocó, una mano en su mejilla, una mejilla pálida debido a una noche en blanco— ¿Qué porque el nombre le fue dado por el camino en lugar de al comienzo, no es real?

—No es lo que yo creo, es lo que él cree lo que importa.

Ahora él enmarcaba el rostro de ella.

—Tú sabes quién eres, Eve.

—La mayoría de las veces. —Ella levantó una mano, la colocó sobre su muñeca—. Quieres estar cerca debido a la pesadilla. Ya habías decidido que yo hacía correlaciones conmigo misma en esto. No negaré que lo hago, pero no interfiere en el trabajo.

—No pensé que lo hiciera.

—Pensaré en ello. Contactaré contigo y te lo haré saber. —Se giró hacia la puerta, luego se volvió—. Gracias.

—De nada.

* * *

El edificio de la Avenida B era una belleza. O como le dijo a ella el capataz cooperativo de la obra, los tres edificios que se convertirían en un complejo multiuso eran una belleza. El ladrillo viejo ya había sido limpiado por completo de mugre, hollín y graffiti, así que el color resplandecía en un rosa suave.

Ella dudó que eso durara demasiado.

Las líneas eran limpias y rectas, con la belleza de la simplicidad de formas.

—Es una maldita vergüenza la forma que se abandonó —fue la opinión del capataz Hinkey mientras las guiaba por la entrada del edificio central—. Solían ser apartamentos y cosas así, y las estructuras básicas se mantuvieron firmes. Pero, caramba, si hubiera visto las tripas del lugar. Hecho una completa mierda. La madera estaba podrida, los pisos combados, la fontanería era de la maldita edad del hielo. Las paredes estaban agrietadas y las ventanas estropeadas. Algunas personas no tienen ningún respeto con los edificios, ¿sabe?

—Supongo que no. ¿Clausura el lugar cuándo los obreros no están aquí?

—Maldita sea, por supuesto. Están los vándalos, saqueadores, vagabundos sin techo, gilipollas buscando un lugar donde hacer el vago o donde negociar. —Sacudió la cabeza, adornada con una gorra polvorienta de publicidad de Whittier—. Tenemos un montón de equipo aquí dentro, sin mencionar los suministros. Steve, el señor Whittier, no escatima en seguridad. Lleva una operación con clase.

Ella no sabía de clases, pero sabía de ruido. Allí dentro abundaba.

—Un montón de espacio —comentó ella.

—Cinco pisos, tres edificios. Hay alrededor de mil setecientos metros cuadrados, sin contar la zona del tejado. Será una mezcla de residencial y negocio. Manteniendo tantas características y estructuras originales como podamos rescatar, e instalaremos unas nuevas donde no podamos, manteniendo el estilo original.

—Ya. Tanto espacio, tres edificios, hay un montón de vías de entrada y salida. Un montón que cubrir.

—Colocamos un sistema de seguridad central, y respaldos individuales en cada edificio.

—¿Quién tiene los códigos?

—Ah, esos serían Steve, yo mismo, el carpintero jefe, el ayudante del capataz y la compañía de seguridad.

—Podría proporcionarle esos nombres a mi compañera. Nos gustaría echar un vistazo.

—Si van a ir más lejos de aquí, tendrán que ponerse un casco protector y gafas. Es la ley.

—Ningún problema. —Eve tomó el casco amarillo canario y las gafas de seguridad— ¿Puede mostrarme dónde han usado el aislante ignífugo?

—Malditamente cerca de todos los forjados del suelo que debían ser sellados. —Se rascó la barbilla—. Si quiere, podemos empezar aquí, y examinarlo todo. Pero ya le digo, nadie podría entrar aquí, fuera del horario.

—Es mi trabajo hacer comprobaciones, Hinkey.

—Hay que hacer lo que hay que hacer. —Él sacudió con fuerza un pulgar y comenzó a serpentear alrededor del equipo—. Esto de aquí es el espacio comercial. Probablemente lo alquilarán para restaurante. El suelo de aquí ha sido sellado. Hubo que arrancar lo que quedó del original. Los suelos nuevos aún no han sido instalados, sólo la base y el sellado.

Eve sacó el escáner de su equipo de campo e hizo un recorrido estándar para buscar huellas de sangre. Calibrando el tamaño del edificio y el tiempo que se requeriría para escanear cada área de pisos, ella se enderezó de su posición encogida.

—¿Podría hacerme un favor, Hinkey? ¿Qué tal si hace que alguien guíe a mi compañera por el siguiente edificio mientras usted y yo nos encargamos de este? Atacaremos el tercero después. Nos ahorrará a todos algo de tiempo y problemas.

—Como quiera. —Él tomó un transmisor de su cinturón—. Hola, Carmine. Te necesito en el primer piso, edificio dos.

Se dividieron en equipos y Eve se movió de área en área por el primer piso. Después de un rato fue capaz, en la mayoría de los casos, de no prestar atención al ruido. Zumbidos, remolinos, la succión de los compresores y el chasquido de las pistolas de aire comprimido.

Las voces de los obreros llegaban con una variedad de acentos. Brooklyn, Queens, hispano y jerga callejera. Los descartó, junto con la música seleccionada en cada sección como melodía de fondo. Rock basura, country metálico, salsa y rap.

Puesto que él le brindaba su tiempo sin poner inconvenientes, escuchó el encendido comentario de Hinkey sobre el progreso del trabajo y sus detalles sólo a medias.

Hablaba de forma monótona sobre controles de clima, inspecciones, sistemas eléctricos y de filtrado, paredes, adornos, obreros y fontanería. El cerebro de ella estaba abarrotado con eso para cuando atacaron el segundo piso.

Él charlaba sobre ventanas y marcos, deteniéndose para reprender a un obrero y consultar con otro miembro del equipo de la obra acerca de unas especificaciones. Eso le dio a Eve esperanzas de que se lo quitaría de encima, pero la alcanzó antes de que lograra llegar al tercer piso.

—Los apartamentos están encima. Le da a la gente un lugar decente para vivir. De hecho, mi hija se casa la próxima primavera. Ella y el tipo ya han solicitado esta unidad a la derecha de aquí.

Eve levantó la mirada a tiempo de verlo parecer un poco perplejo y sentimental.

—Será agradable para ellos, supongo. Y sé que el lugar está bien construido. Sólido. —Golpeó la pared con una mano—. Nada de esa mierda hecha de palillos de dientes y pegamento que emplean en algunos de esos lugares cuando te topas con uno de esos edificios viejos reconstruidos. Steve se enorgullece de ello.

—¿Lleva mucho tiempo trabajando con él?

—Diecisiete años este octubre. No es en absoluto poco de fiar. Conoce sus edificios también. Trabaja codo con codo contigo en una crisis.

Ella encontró algunas gotas de sangre, las descartó igual que las que tenía en otras áreas. No era suficiente. Y si pones a un montón de gente junto con un montón de herramientas, se derramará un poco de sangre.

—¿Pasa mucho tiempo en esta obra?

—Oh, sí. Es la más grande que hemos tenido. Trabajó hasta perder el culo para obtener esta licitación, y está por aquí todos los días.

Caminó con ella fuera de la unidad, atravesando el vestíbulo formado por paredes tachonadas.

—¿Qué hay de su hijo?

—¿Qué pasa con él?

—¿Le dedica tiempo?

Hinkey bufó burlonamente, luego se refrenó.

—Trabaja en la oficina.

Eve hizo una pausa.

—No le gusta mucho.

—No me corresponde a mí decirlo, en cualquier caso. —Hinkey levantó un hombro musculoso—. Sólo diré que no se parece a su viejo, no por lo que veo.

—Así que él no viene por aquí.

—Ha estado aquí un par de veces, tal vez. No se toma mucho interés. Es del tipo de traje y corbata, ¿sabe?

—Sí, ya sé. —Ella pasó por encima de una pila de algún tipo de productos de madera—. ¿Él tenía los códigos de acceso?

—No veo por qué habría de tenerlos.

—Es el hijo del jefe.

El encogimiento de hombros de Hinkey fue su respuesta.

Le zumbaban los oídos y la cabeza le palpitaba para cuando atacaron el cuarto piso. Decidió que hubiera pedido protectores de oídos si hubiese sabido lo malo que sería. Le pareció que aquí las herramientas alcanzaban el nivel de grito. Atisbó, con cierto respeto, una gran sierra dentada manejada por un hombre que parecía pesar cuarenta y cinco kilos.

Ella le dio un amplio margen de maniobra, girando el escáner.

Y dio con el filón principal.

—Joder, ¿qué es eso…? disculpe.

—Es un maldito montón de sangre, Hinkey. —Pasó el escáner sobre el suelo, revelando un patrón azul brillante a lo largo del piso y salpicando la pared—. ¿Alguno de sus hombres se ha cortado un apéndice con esa sierra por aquí arriba?

—Jesucristo, no. Teniente, no veo cómo podría eso ser sangre.

Pero ella sí podía. Igual que podía ver la mancha bajando hacia el vestíbulo. A donde Tina Cobb había tratado de llegar gateando.

Él había pasado por en medio, notó ella, agachándose para ver mejor. Había dejado algunas huellas, ¿así que no era tan hábil?

Igual que Cobb, vio ella. Huellas de manos, ensangrentadas. Intentó levantarse contra la pared, usándola como soporte y presionando su mano allí y allí.

Él se había tomado su tiempo con ella, Eve estaba segura de eso. La había dejado gatear, cojear, tropezar por toda la longitud del pasillo del cuarto piso antes darle el golpe de gracia.

—No puede ser sangre. —Hinkey clavó los ojos en el azul, sacudiendo la cabeza lentamente de un lado a otro—. La hubiéramos visto. Por San Pedro, debe de estar equivocada.

—Necesito esta área despejada. Tengo que pedirle que saque a sus obreros de este edificio. Es la escena de un crimen. —Sacó su comunicador—. ¿Peabody? La he encontrado. Cuarto piso.

—Tengo que... tengo que llamar al jefe.

—Hágalo, Hinkey. Dígale que esté disponible en su casa en una hora. —Eve lo miró, sintiendo una punzada de simpatía al ver el horror en sus ojos—. Saque a sus obreros fuera de este edificio y llame a Whittier. Quiero hablar con él.

* * *

En menos de una hora, el ruido de la construcción había sido reemplazado por el ruido de los policías. Aunque ella no tenía muchas esperanzas de recoger más evidencias probatorias, desplegó un equipo de rastreadores por todo el edificio. Una unidad forense tomó imágenes de la mano y las huellas, y con su mágica tecnología extrajeron muestras microscópicas de sangre para comparar el ADN.

Ella ya había hallado coincidencias de la huella digital del índice en la pared con las huellas archivadas de Tina Cobb.

—Sé que vas a decir que es sólo trabajo policial, Dallas, sólo investigación paso a paso, pero es una especie de milagro que hayamos podido clavar esta escena.

Peabody estudió los patrones de sangre, intensamente azules bajo los escáneres colocados en trípodes.

—En unas pocas semanas, tal vez días, habrían colocado el suelo, habrían cubierto las paredes. Él escogió un buen lugar para esto.

—Nadie la vería, ni la oiría —indicó Eve—. Lo bastante accesible como para hacerla entrar, pudo haber utilizado docenas de razones. Está lleno de tuberías para ser usadas como arma homicida, de lonas para envolver su cuerpo para transportarlo. Primero tenía que conseguir la gasolina. Ponerla en el vehículo de transporte. Una vez aquí dentro, podía acceder a la gasolina. Seguiremos por allí arriba. Habrá registros de lo que se guarda o de lo que se compró a través de la cuenta de Whittier.

—Me pondré a ello.

—Hazlo de camino. Vayamos a ver a Whittier.

* * *

No lo quería en la escena, todavía no. Quería tener este primer contacto en su casa, donde un hombre se siente más cómodo. Y donde un hombre, culpable o inocente, tiende a sentirse más inquieto cuando se enfrenta a una placa.

No lo quería rodeado de sus empleados y sus amigos.

Abrió la puerta él mismo, y ella vio en su cara una noche sin dormir, lo que por ahora cuadraba con lo que podría ser la conmoción y la preocupación.

Le tendió una mano, lo que ella consideró como los modales automáticos de un hombre educado para ser cortés.

—¿Teniente Dallas? Steve Whittier. No sé qué pensar, ni qué decir. No lo entiendo. Hinkey piensa que ha habido algún error, y me inclino a estar de acuerdo. Me gustaría ir a la obra y…

—No puedo permitirle hacer eso por el momento. ¿Podemos entrar?

—¿Qué? Oh, sí. Lo siento. Disculpen. Ah... —Hizo un gesto, dando un paso atrás—. Deberíamos sentarnos. —Se pasó una mano por la cara—. En algún sitio. Aquí dentro, creo. Mi esposa está fuera, espero que regrese pronto. No quiero que se encuentre con esto. Preferiría intentar contárselo... bien.

Las acompañó a su estudio, extendiendo las manos hacia unas sillas.

—¿Desean algo? ¿Algo de beber?

—No. Señor Whittier, voy a grabar esta entrevista. Y voy a leerle sus derechos.

—Mis... —Se hundió en una silla—. ¿Me da un minuto? ¿Soy sospechoso de algo? Debería... ¿necesito un abogado?

—Tiene derecho a un abogado o a un representante en cualquier momento durante este proceso. Lo que quiero es obtener una declaración suya, señor Whittier. Hacerle algunas preguntas. —Colocó una grabadora a la vista sobre la mesa y recitó la ley Miranda revisada—. ¿Entiende sus derechos y obligaciones sobre este asunto?

—Sí, supongo que lo hago. Eso es todo lo que entiendo.

—¿Puede decirme dónde estaba la noche del dieciséis de septiembre?

—No lo sé. Probablemente aquí en casa. Necesito comprobar mi agenda.

Se levantó para ir hasta el escritorio para tomar un pequeño y lustroso calendario.

—Bien, estaba equivocado sobre eso. Pat y yo cenamos fuera con unos amigos. Ahora recuerdo. Nos encontramos con ellos a eso de las siete treinta en la Sirena. Es un local de mariscos en la Primera Avenida entre la Setenta y uno y la Segunda. Primero bebimos algo, después nos sentamos a la mesa cerca de las ocho. No llegamos a casa hasta alrededor de la medianoche.

—¿Los nombres de las personas con las que estaban?

—James y Keira Sutherland.

—¿Y después de la medianoche?

—¿Disculpe?

—Después de la medianoche, señor Whittier, ¿qué hizo usted?

—Nos fuimos a la cama. Mi esposa y yo nos fuimos a la cama.

Se sonrojó cuando lo dijo, y su expresión le recordó a ella la vergüenza de Feeney cuando se había dado cuenta de que ella y Roarke se habían tomado un descanso recreativo.

Dedujo que Whittier y su esposa se habían permitido el gusto de un poco de esparcimiento antes de dormir.

—¿Y qué hay de la noche del catorce de septiembre?

—No lo entiendo. —Masculló, pero comprobó su agenda—. No tengo nada anotado. Un jueves, un jueves —dijo, cerrando los ojos—. Creo que estábamos en casa, pero tendría que preguntarle a Pat. Ella recuerda estas cosas mejor que yo. Tendemos a quedarnos en casa la mayoría de las noches. Hace demasiado calor para salir fuera.

Él era un corderito, pensó ella, inocente como un corderito, como si tuviera siete años. Habría apostado toda la banca por ello.

—¿Conoce a Tina Cobb?

—No creo... el nombre me resulta vagamente familiar… una de esas cosas que crees que has oído en alguna parte. Lo siento. Teniente Dallas, si tan sólo pudiera decirme qué está pasando, exactamente qué... —Se detuvo.

Eve vio en su cara el instante en que el nombre le hizo clic. Y al verlo, supo que hubiera tenido razón en apostar la banca. Este hombre no había tenido nada que ver con las salpicaduras de sangre de la chica.

—Oh, dulce Jesús. La chica que fue quemada, quemada en el solar a unas manzanas de la obra. Está aquí por ella.

Eve alcanzó su bolso, justo cuando el timbre sonaba en la puerta. Roarke, pensó. Había hecho la elección correcta al contactar con él después de todo. No para ayudarla a determinar la implicación de Whittier, sino para ofrecerle al hombre alguien familiar en la habitación cuando ella lo presionara sobre su hijo.

—Mi compañera atenderá la puerta —dijo ella y sacó la foto de Tina del bolso—. ¿Reconoce a esta mujer, señor Whittier?

—Dios mío, sí, oh Dios. De los informativos. La vi en las noticias. Era apenas una niña. Usted piensa que la mataron en mi edificio, pero no lo entiendo. Fue encontrada quemada hasta morir en ese solar.

—No la mataron allí.

—No puede esperar que yo crea que alguno de mis empleados tuviera algo que ver en algo como esto. —Levantó la mirada, con la confusión reflejada en la cara mientras se ponía en pie—. ¿Roarke?

—Steve.

—Roarke es un asesor civil en esta investigación —aclaró Eve—. ¿Tiene alguna objeción a su presencia aquí en estos momentos?

—No. Yo no…

—¿Quién tiene los códigos de seguridad de su edificio de la Avenida B?

—Ah. Dios mío. —Steve se presionó la cabeza con una mano durante un momento—. Los tengo yo, y la compañía de seguridad, por supuesto. Hinkey, ah... No puedo pensar bien. Yule, Gainer. Eso debería ser todo.

—¿Su esposa?

—¿Pat? —Sonrió débilmente—. No. No hay motivo para ello.

—¿Su hijo?

—No. —Pero sus ojos se pusieron en blanco—. No. Trevor no trabaja en las obras.

—¿Pero ha estado en ese edificio?

—Sí. No me gusta esta implicación, teniente. No me gusta en absoluto.

—¿Es consciente su hijo de que su abuelo fue Alex Crew?

Todo trazo de color desapareció de las mejillas de Steve.

—Creo que me gustaría ese abogado ahora.

—Es su elección. —Situarse como escudo, pensó Eve. Instinto. Un padre protegiendo a su hijo—. Es más difícil mantener ciertos hechos apartados de los medios de comunicación una vez que entran los abogados, por supuesto. Difícil mantener su conexión con Alex Crew y los acontecimientos ocurridos cincuenta años atrás, apartados de la opinión pública. Supongo que preferiría que ciertos detalles de su pasado permaneciesen en privado, señor Whittier.

—¿Qué tiene esto que ver con Alex Crew?

—¿Qué haría para mantener su ascendencia en privado, señor Whittier?

—Casi cualquier cosa. Casi. De hecho, el temor por eso ha arruinado la salud de mi madre. Si esto se descubre, podría matarla.

—El libro de Samantha Gannon descubrió mucho.

—No hizo la conexión. Y mi madre no sabe nada del libro. Puedo controlar, en parte, lo que ella sabe. Necesita estar protegida de esos recuerdos, teniente. Ella nunca ha hecho daño a nadie y no merece ser puesta en exhibición. No se encuentra bien.

—No tengo intención de hacer eso. No quiero tener que hablar con ella, ni obligarla a hablar conmigo de nada de esto.

—Quieres proteger a tu madre —dijo Roarke, con calma—. Igual que ella te protegió. Pero hay precios que deben ser pagados, Steve, tal como ella pagó en su día. Tendrás que hablar por ella.

—¿Qué puedo deciros? Por amor de Dios, era un niño la última vez que lo vi. Él murió en prisión. Él no tiene nada que ver conmigo, con ninguno de nosotros. Nos construimos esta vida.

—¿La pagaron los diamantes? —inquirió Eve, y la cabeza giró al instante, con la ofensa visible en su cara.

—No lo hicieron. Aunque supiera dónde estaban, no los habría tocado. No usé nada de él, no quería nada suyo.

—Su hijo sabe de ellos.

—¡Eso no lo convierte en un asesino! Eso no significa que él matase a alguna pobre chica. Está hablando de mi hijo.

—¿Pudo él tener acceso a los códigos de seguridad?

—No le di los códigos. Me está pidiendo que implique a mi hijo. A mi niño.

—Le pido la verdad. Le pido que me ayude a cerrar la puerta que su padre ha tenido abierta todos estos años.

—Cerrar el círculo —murmuró Steve y enterró la cara entre sus manos—. Dios mío. Dios mío.

—¿Qué le trajo Alex Crew aquella noche? ¿Qué trajo él a la casa de Columbus?

—¿Qué? —Con una media risa, Steve sacudió la cabeza—. Un juguete. Sólo un juguete. —Hizo un gesto hacia los estantes y los juguetes antiguos—. Me dio un buldózer a escala. No lo quería. Él me daba miedo, pero lo tomé porque tenía más miedo de no hacerlo. Luego me envió arriba. No sé lo que le dijo a mi madre en los siguientes minutos, aparte de sus amenazas habituales. Sé que oí el llanto de ella durante una hora después de que se marchara. Luego hicimos el equipaje.

—¿Tiene todavía el juguete?

—Lo conservo para recordarme lo que él era, lo que vencí gracias a los sacrificios de mi madre. Es realmente irónico. Una excavadora. Me gusta pensar que arrasé y enterré el pasado. —Levantó la mirada hacia los estantes, luego, frunciendo el ceño, se levantó—. Debería estar aquí. No puedo recordar haberlo movido. Es curioso.

Juguetes antiguos, meditó Eve mientras Whittier buscaba. El ex de Gannon tenía juguetes antiguos en su oficina y una copia previa del libro.

—¿Colecciona su hijo ese tipo de cosas, también?

—Sí, es algo que Trevor y yo compartimos. Él está más interesado en su valor para los coleccionistas, es más serio que yo sobre ese punto. No está aquí.

Se dio la vuelta, su cara ahora estaba blanca y parecía haberse derrumbado sobre sí mismo.

—No quiere decir nada. He debido de haberlo extraviado. Es sólo un juguete.