Capítulo Dieciocho

Estaba más cerca de casa que de la Central y era lo bastante tarde para justificar rehuir el viaje al centro de la cuidad. El equipo que tenía en casa era muy superior a todo lo que la policía podía ofrecer… aparte de la alabada División de Detección Electrónica.

El hecho era que con toda probabilidad tenía acceso a un equipo superior al del Pentágono. Era uno de los estímulos del lado matrimonial. Cásate con uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo —uno que amaba sus e-juguetes— y podías jugar con ellos siempre que quisieras.

Es más, Roarke la convencía de dejarlo ayudarla a utilizar el equipo. Dado que Peabody no estaba por allí para hacer el trabajo de zángano, Eve tenía la intención de dejarle sin demasiada pelea.

Le gustaba el ángulo de los diamantes y quería desenterrar algunos datos sobre eso. ¿Quién mejor para ayudar en la recopilación de datos en relación a un robo que un ex ladrón? El pasado turbio de Roarke podría ser una ventaja definitiva en ese sentido.

El matrimonio, por más que tuviese lados tenebrosos y rincones extraños, resultaba ser un buen negocio en general.

Le haría bien jugar al ayudante de investigación. Le apartaría de la mente las revelaciones surgidas de ese pasado turbio que lo habían pillado con la guardia baja. Cuando un hombre adulto descubre que su madre no era la perra sin corazón que lo golpeó en la niñez y después lo abandonó, sino que había sido asesinada mientras él era todavía un bebé —y por su propio padre— eso hace tambalearse. Incluso a un hombre tan firmemente equilibrado como Roarke.

Por lo que al ayudarla, él se ayudaría.

Eso compensaría un poco haberle arruinado los planes para aquella tarde. Había tenido algo un poco más personal, y mucho más enérgico, en mente. Summerset, su perdición personal y mayordomo de Roarke, se había ido a pasar diez días a un spa de recuperación fuera del planeta… por insistencia de Roarke. Sus vacaciones después de romperse una pierna no le habían devuelto todo el rosa a sus mejillas. Como si aquellas mejillas hundidas y pálidas hubieran sido alguna vez rosas. Pero se había ido, que era el punto fundamental. Cada minuto contaba. Ella y Roarke estarían solos en casa, y no había habido ninguna mención, que recordara, de compromisos sociales o comerciales.

Había esperado pasar la tarde follando con su marido hasta volverlo loco, y luego dejarle devolverle el favor.

De todos modos trabajar juntos tenía sus puntos.

Condujo por la puerta grande de hierro que protegía el mundo que Roarke había construido.

Era espectacular, con una extensión de césped tan verde como la hierba que ella había visto en Irlanda, con enormes árboles frondosos y encantadores arbustos en flor. Un santuario de elegancia y paz en el corazón de la ciudad, que ambos habían adoptado como propio. La casa en sí misma era parte fortaleza parte castillo, y de alguna manera había llegado a encarnar su hogar. Se erguía y se extendía, sobresalía espigada con piedras nobles contra el cielo profundo y sus innumerables ventanas iluminadas por la puesta de sol.

Había llegado a entenderle, la desesperación de su infancia y su resuelta determinación de no volver atrás, había llegado a comprender, apreciar incluso, la necesidad de Roarke de crear un hogar tan suntuoso… tan peculiarmente suyo.

Ella había necesitado su insignia y la base de la ley por exactamente los mismos motivos.

Dejó su feo vehículo policial delante de la entrada solemne, trotó escalones arriba por el asqueroso calor del verano y entró en el frío glorioso del vestíbulo.

Ya ansiaba lanzarse al trabajo, organizar sus notas de campo en algún tipo de orden, hacer las primeras carreras, pero se giró hacia el escáner de la casa.

—¿Dónde está Roarke?

Bienvenida a casa, querida Eve.

Como siempre, la voz grabada con especial cariño le causaba escalofríos de vergüenza en su columna vertebral.

—Sí, sí. Contesta la pregunta.

—Está justo detrás de ti.

—¡Jesús! —Se volvió, mordiéndose de nuevo otra maldición cuando vio apoyado a Roarke casualmente en el arco de la sala—. ¿Por qué no sacas simplemente un blaster y disparas?

—Esa no era la bienvenida a casa que había planeado. Tienes sangre en los pantalones.

Miró hacia abajo.

—No es mía. —Frotándosela distraídamente, ella lo estudió.

No era sólo su saludo lo que disparaba su ritmo cardíaco. Eso podía suceder, sucedía en realidad, sólo con mirarlo. No era la cara. O no sólo la cara, con sus deslumbrantes ojos azules, con esa boca increíble curvada ahora en una sonrisa ligera, o el milagro de planos y ángulos que se combinaban en una muestra impresionante de belleza masculina, enmarcada por una melena de pelo negro y sedoso. No era solo la constitución alta, delgada y esbelta que ella sabía era fuerte, con músculos debajo del elegante traje oscuro de negocios que llevaba.

Era todo lo que sabía de él, todo lo que tenía que descubrir, que se combinaban y él irradiaba su amor por ella como una tormenta.

Era absurdo e imposible. Y lo más verdadero y genuino que Eve conocía.

—¿Cómo planeabas darme la bienvenida a casa?

Roarke extendió la mano uniendo los dedos con los suyos cuando ella cruzó el suelo de mármol para tomarla. Entonces él se inclinó, mirándola mientras rozaba sus labios sobre los de ella, mirándola todavía cuando profundizó el beso.

—Algo así —murmuró, con Irlanda a la deriva por su voz—. Para comenzar.

—Buen comienzo. ¿Qué sigue?

Se echó a reír.

—Pensé en una copa de vino en el salón.

—Todo para nosotros, tú y yo, bebiendo vino en el salón.

La alegría en su voz le hizo levantar una ceja.

—Sí, estoy seguro de que Summerset está disfrutando sus vacaciones. Qué dulce de tu parte por preguntar.

—Bla, bla. —Entró en el salón, se dejó caer en uno de los sofás antiguos y deliberadamente plantó sus botas en una valiosa mesa de centro—. ¿Ves lo que estoy haciendo? ¿Crees qué él sintió un fuerte dolor en el culo?

—Eso es muy infantil, teniente.

—¿Y qué?

Él tuvo de reírse y sirvió el vino de una botella que ya había abierto.

—Muy bien, entonces. —Le pasó un vaso, se sentó y puso también los pies encima de la mesa—. ¿Qué tal tu día?

—No, tú primero.

—¿Quieres saber de mis diversas reuniones y el progreso de los planes para la adquisición del grupo Eton, la rehabilitación del complejo residencial de Frankfurt y la reestructuración de la división de la nanotecnología en Chicago?

—Bien, basta de ti. —Levantó el brazo para darle espacio a Galahad, su enorme gato, que aterrizó en el cojín a su lado con un golpe.

—Ya me lo imaginaba. —Roarke jugó con el pelo de Eve mientras ella acariciaba al gato—. ¿Cómo está nuestra nueva detective?

—Está bien. Con un montón de papeleo todavía. Aclarando asuntos antiguos para poder dedicarse a los nuevos. Quise darle unos días en la oficina antes de que saque su nueva y reluciente placa a la calle.

Roarke miró la mancha de sangre en los pantalones de Eve.

—Pero tienes un caso.

—Mmm. —Bebió el vino y dejó que le suavizase las aristas del día—. Me encargué sola de la escena.

—¿Se te está siendo difícil adaptarte a una compañera en vez de una ayudante, teniente?

—No. Quizá. No sé. —Se encogió de hombros irritada—. No podía dejar que se largara, ¿verdad?

Pasó un dedo por la hendidura de su barbilla.

—No querías dejarla ir.

—¿Y por qué habría de querer? Trabajamos bien juntas. Tenemos ritmo. También puedo mantenerla conmigo. Es una buena policía. De todos modos, no la llamé porque ella tenía una gran noche planeada y ya se había ido. Una consigue que se le jodan muchos planes en este trabajo sin necesidad de que yo la llame estropeando su gran celebración.

Él le dio un beso en la mejilla.

—Muy dulce de tu parte.

—No fue así. —Sus hombros quisieron encorvarse—. Fue más fácil que oírla lamentarse por la pérdida de las reservas y por desaprovechar algún vestido, o algo así. La pondré al corriente mañana de todas formas.

—¿Y por qué no me pones al corriente a mí esta noche?

—Eso planeaba. —Deslizó una mirada en su dirección y sonrió—. Creo que podrías ser útil.

—Y sabemos que me encanta ser útil. —Los dedos de Roarke acariciaron su muslo.

Ella dejó su vaso, levantó el tonelaje de Galahad, que se había tumbado en su regazo.

—Ven conmigo entonces, amigo. Tengo un uso para ti.

—Eso suena... interesante.

Salió con ella e inclinó la cabeza cuando Eve se detuvo a mitad de las escaleras.

—¿Algún problema?

—Estuve pensando. ¿Recuerdas cómo Summerset se cayó por las escaleras?

—Es difícil de olvidar.

—Pues bien, lamento que se haya roto la pierna y todo eso, incluso porque eso retrasó su salida de esta casa durante varios días.

—Estás totalmente demasiado sensible, querida Eve. No puede ser bueno para ti asumir el peso del mundo de esta forma.

—Ja, ja. Así que es como mala suerte. Las escaleras, quiero decir. Tenemos que arreglar eso, o uno de nosotros podría ser el próximo.

—Cómo te propones...

Fue imposible terminar la pregunta, y difícil de recordar cuál era la pregunta cuando su boca estaba caliente sobre la suya y sus manos ya muy ocupadas tirando de su cinturón.

Casi sintió que los ojos se le salían.

—No se puede tener bastante de buena suerte, a mi parecer —logró decir, y la hizo girar para que su espalda quedara contra la pared y él poder quitarse la chaqueta.

—Si no nos caemos y matamos, entonces hemos roto la maldición. Este es un traje realmente bueno, ¿verdad?

—Tengo otros.

Ella rió, tiró de su chaqueta y le mordió el cuello. Él le soltó la pistolera y tiró la correa y el arma, que cayeron con un ruido sordo por la escalera.

Siguieron las esposas, los enlaces de bolsillo, una corbata de pura seda, una sola bota. La tenía apoyada contra la pared, casi desnuda, cuando ella se corrió. Le clavó las uñas en la espalda y luego las deslizó para así apretarle el culo.

—Creo que está funcionando.

Con una risa jadeante la derribó sobre los escalones. Tropezaron y rodaron. Cayeron, treparon. En defensa propia ella extendió una mano y se apoderó de uno de los postes de la barandilla, enganchó las piernas alrededor de Roarke como un tornillo de banco para impedir que ambos cayeran en un montón hasta al fondo.

Él saqueó sus pechos mientras las caderas de ella lo llevaban al delirio. Cuando ella se estremeció, cuando se atragantó con su nombre, él presionó su mano entre ellos y la vio correrse otra vez.

Con todo lo que quiso durante su vida, nunca había querido nada tanto como a ella. Cuanto más tenía de ella más la deseaba, en un ciclo interminable de amor, lujuria y deseo. Podía vivir con lo que hubiera antes, con lo que viniese después, mientras tuviese a Eve.

—No te sueltes. —Le agarró las caderas y las levantó—. No te sueltes. —Y entró en ella.

Hubo un momento de placer ciego y explosivo, y sus dedos temblaron en la madera. La fuerza de la necesidad que él tenía de ella, y ella de él, colisionaron casi deteniendo sus corazones. Aturdida, Eve abrió los ojos y miró a los de él. Lo vio perderse a sí mismo, tan unido a ella ahora como el acero fundiéndolos.

Entonces se abrazó a él y no se soltó.

* * *

Se dejaron caer juntos en la escalera como dos supervivientes de un terremoto. Ella no estaba del todo segura de que la tierra no temblara todavía.

Eve solo llevaba una bota, y sus pantalones estaban al revés y sujetos a una pierna por el tobillo. No tenía dudas de que se veía ridícula, pero no tenía energía para preocuparse.

—Estoy bastante segura de que ahora es seguro —comentó.

—Ruego a Dios, porque no me imagino probarlo en esta escalera una segunda vez justo en este momento.

—Soy yo la que tiene un peldaño en la espalda.

—Sí, eres tú. Disculpa. —Rodó de encima de ella, se sentó y se echó el pelo hacia detrás—. Eso fue... No estoy del todo seguro. Memorable. Diría que memorable.

Eve no lo olvidaría pronto.

—La mayor parte de nuestras cosas están abajo, o casi.

Roarke miró hacia abajo y ella también. Durante un momento, mientras reflexionaban, no hubo ningún sonido excepto su respiración desigual.

—Aquí, ves, es aquí donde viene bien tener a alguien recogiendo detrás.

—Si un cierto alguien, que no nombraré durante las próximas tres maravillosas semanas, estuviese aquí para recoger detrás de nosotros, no hubieras conseguido un polvo en las escaleras.

—Tienes razón. Supongo que iré a recoger las cosas entonces. Todavía llevas puesta una bota —indicó él.

Se debatió por un momento, luego decidió que quitársela sería más sencillo que desenredar los pantalones. Una vez que lo hizo, recogió lo que estaba razonablemente a su alcance.

Luego se sentó donde estaba, la barbilla en el puño, y lo miró poner en orden el desorden que habían causado. Nunca era una pena verlo desnudo.

—Tengo que tirar esto y ponerme cualquier cosa.

—¿Por qué no comemos mientras me dices de qué otra manera puedo ser útil?

—Hecho.

* * *

Ya que comerían en la oficina de Eve para su conveniencia, lo dejó escoger el menú. Hasta programó el AutoChef ella misma con la ensalada de langosta de la que él tenía ganas. Decidió que el sexo había quemado el alcohol de su organismo y se permitió una segunda copa de vino mientras comían.

—Bien, mujer que posee residencia privada, en Upper East Side… estuvo fuera de la cuidad dos semanas. Una amiga le cuidaba la casa. La dueña llega a casa esta tarde, al final de la tarde, y ve su sala de estar destrozada. En su declaración dice que las puertas estaban cerradas y la alarma conectada. Sube las escaleras. Hay un olor muy fuerte que la enfurece tanto como el desastre de abajo. Entra en su dormitorio y encuentra a su cuidadora muerta. Muerta hace cinco días, según mi evaluación. Degollada. Sin otras lesiones visibles. Hay indicios de que el ataque vino desde atrás. La cámara de seguridad en la entrada fue desactivada y los discos retirados. No hay signos de entrada forzada. La víctima llevaba un montón de chucherías. Posible, hasta probable, que sean falsas, pero su unidad de muñeca era de una buena marca.

—¿Asalto sexual?

—Mi preliminar en escena dice que no. Voy a esperar y ver lo que el forense tiene que decir. Todavía estaba vestida con ropa de fiesta. Cuando la dueña de la casa se calme, tendremos su verificación para ver si robaron algo. Vi lo que parecían ser antigüedades, obras de arte originales, electrónica de alta calidad. Mi búsqueda inicial en la escena del crimen reveló algunas joyas en un cajón. Parecía un buen material, pero yo no soy conocedora. Posiblemente se trataba de un allanamiento de morada estándar que salió mal, pero...

—Y aquí eres conocedora.

—No me lo pareció. No lo siento. Parece, y sí lo siento, que irrumpieron en busca de algo, o de alguien específico. Parece que esta mujer llegó a casa antes de que él hubiera terminado.

—Mal momento, en todo.

—Absolutamente. Se sabía que la dueña estaba fuera de la cuidad. Puede ser que no esperaba que nadie estuviera allí. Ella entró en el cuarto, él saltó por detrás de ella, le cortó la garganta de oreja a oreja, y bien continuó con su búsqueda o se fue.

—No es tu típico hombre de un allanamiento. Entran y salen rápidamente, sin lío, ni alboroto. Sin armas. Recibes una condena extra cuando te atrapan cargado.

—Tú lo sabrías.

Él simplemente sonrió.

—Como nunca me han atrapado, o condenado, encuentro ese seco sarcasmo inadecuado. Él no robó en el sentido tradicional —continuó Roarke— entonces el robo tradicional no era el objetivo.

—Eso pienso. Entonces haremos una búsqueda de Gannon y de Jacobs, dueña y víctima, y vemos si aparece algo que haría que alguien las quisiera muertas.

—¿Ex esposos, amantes?

—Según la testigo, a Jacobs le gustaba divertirse. Ningún amigo específico. Gannon tiene un ex reciente. Afirma que se separaron de forma amistosa y sin resentimientos aproximadamente un mes atrás. Pero la gente puede ser realmente estúpida en ese tipo de cosas, guarda rencores, o rescoldos.

—Tú lo sabrías.

Ella se quedó en blanco por un momento, y después tuvo una visión de Roarke dándole una paliza a uno de sus colegas y ex amante de una noche.

—Webster no era un ex. Tienes que estar desnudo con alguien durante más de dos horas para calificarlo como ex. Es una ley.

—Acepto la corrección.

—Puedes dejar de parecer satisfecho en cualquier momento. Investigaré al ex Chad Dix. Del Upper East. —No era pizza, pensó ella, pero la ensalada de langosta no estaba mal. Se sirvió más mientras repasaba sus archivos mentales—. La víctima era agente de viajes, trabajaba en Work or Play Travel, en el centro. ¿Los conoces?

—No. No los he usado.

—Algunas personas viajan por otros motivos además de trabajo o diversión. Contrabando, por ejemplo.

Levantó su copa y miró el vino.

—Según ciertos puntos de vista, el contrabando podría caer en las categorías de trabajo o de diversión.

—Se hará aburrido seguir diciendo “tú lo sabrías”. Investigaremos la agencia de viajes, pero no creo que Jacobs fuese un objetivo. Era la casa de Gannon, las cosas de Gannon. Ella estaba fuera de la ciudad, se sabe que estaba fuera de la ciudad.

—¿Trabajo o diversión?

—Trabajo. Estaba en una especie de gira promocional de un libro. Es el libro lo que me interesa.

—¿En serio? Ahora tienes mi atención.

—Mira, yo leo. —Se sirvió más langosta—. Cosas.

—Los archivos de casos no cuentan. —Hizo un gesto con el tenedor—. Pero continúa. ¿Qué te interesa sobre este libro?

—También cuentan —replicó ella—. Es una especie de historia familiar, pero el gran gancho es un robo de diamantes, a principios del siglo XXI, aquí en Nueva York. Es...

—El trabajo de la calle Cuarenta y siete. Hot Rocks. Conozco el libro.

—¿Lo has leído?

—Por supuesto. Los derechos fueron negociados el año pasado. Starline lo adquirió.

—¿Starline? ¿Publicaciones? Es tuya.

—Así es. Atrapé el lanzamiento del editor de adquisiciones en uno de los informes mensuales. Me interesó. Todo el mundo, bien, todo el mundo con ciertos intereses, sabe del trabajo de la calle Cuarenta y siete.

—Tú tendrías esos ciertos intereses.

—Yo sí. Cerca de treinta millones de dólares en diamantes salen de la Bolsa. Alrededor de tres cuartas partes de ellos se recuperan. Pero eso deja un montón de piedras brillantes por ahí. Gannon. Sylvia... Susan... No, Samantha Gannon. Por supuesto.

Sí, Roarke era un tipo que había que tener a mano.

—Muy bien, por tanto sabes lo que sabes. El abuelo de ella recobró o ayudó a recobrar las piedras que recuperaron.

—Sí. Y el bisabuelo, por el lado materno, estaba en el equipo que los robó.

—¿En serio? —Se echó hacia atrás, considerando—. No llegamos ahí.

—Está en el libro. Ella no esconde la conexión. De hecho, las conexiones, los pormenores, son puntos fuertes para venderlo.

—Dame los aspectos más destacados.

—Hubo cuatro miembros conocidos del grupo de trabajo. Uno era un hombre de dentro que manejó el intercambio. Los demás se hicieron pasar por clientes o parte del equipo investigador después de que los diamantes fueron dados por perdidos. Cada uno programó una reunión con uno de los diseñadores o mayoristas del piso de arriba. Cada uno recogió un artículo novedoso plantado por el hombre de dentro. Un perro de cerámica, una muñeca de trapo, etcétera.

—Retrocede. ¿Una muñeca?

—Oculta a la vista de todos —explicó—. Inocuo. En todos los topos había una cuota de la cuarta parte del golpe. Entraron y salieron a plena luz del día. Cuenta la leyenda, y Samantha Gannon perpetúa ésta en su libro, que dos de ellos almorzaron a una manzana de distancia llevando su parte correspondiente.

—Simplemente salieron.

—Brillante en su simplicidad, realmente. Hay una sección de venta al público, al nivel de la calle. Casi un bazar. Y en aquellos días, y todavía de vez en cuando, ciertos joyeros caminaban de tienda en tienda, con una fortuna en gemas metidas en bolsas de papel que ellos llaman briefkes. Con bastantes pelotas, datos y un poco de ayuda interior, es más fácil de lo que podrías pensar llevarte diamantes a la luz del día. Mucho más fácil que fuera del horario de trabajo. ¿Quieres café?

—¿Vas a buscarlo?

—Sí. —Se levantó para ir a la cocina—. Nunca se hubieran salido con la suya —le gritó—. Se mantiene un registro riguroso para piedras de ese tipo. Haría falta una gran dosis de paciencia y fuerza de voluntad para esperar hasta que pasara el tiempo suficiente para liquidarlas, una cuidadosa investigación y un fuerte carácter para escoger la fuente correcta para esa liquidación. Siendo la naturaleza humana como es, estaban destinados a ser atrapados.

—Se llevaron una parte.

—No exactamente. —Volvió con una cafetera y dos tazas—. Las cosas salieron mal casi inmediatamente, comenzando con el deshonor entre ladrones… como invariablemente ocurre. Uno del grupo, cuyo nombre era Crew, pensó que por qué tomar un cuarto cuando podía tenerlo todo. Era de un estilo diferente a O’Hara, el bisabuelo, y a los otros, y ellos deberían haberlo pensado mejor ante de lanzarse con él. Atrajo al hombre de dentro… probablemente prometiéndole un trato mejor. Y le metió dos balas en la cabeza. Usaban balas con una regularidad alarmante en ese entonces. Se quedó con la parte de su compañero muerto y así obtuvo la mitad.

—Y fue tras los otros.

—Sí. Las noticias viajaron y ellos se escondieron antes de que los encontrara. Y así fue como terminaron metiendo a la hija de O'Hara. La cosa se enturbió, como verás cuando leas el libro tú misma. Otro de ellos fue asesinado. Tanto Crew como el detective de la aseguradora olieron la pista. El detective y la hija del ladrón se enamoraron, felizmente, y lo ayudó con la recuperación de la mitad a la que tenía acceso O'Hara. Aunque atraparon a Crew, con algo de drama y heroísmo, éste fue asesinado en la cárcel menos de tres años después de que empezara a cumplir su sentencia. Encontraron su parte original metida en una caja de seguridad aquí en la ciudad, rastreada desde una llave que tenía en su persona en el momento de la detención, pero nunca reveló dónde estaba la otra parte de los diamantes.

—Hace más de cincuenta años. Bien pueden haber desaparecido. Pueden estar en algún estuche de joyería bajo forma de anillos, pulseras, lo que sea.

—Sin duda. Pero es más divertido imaginarlos escondidos dentro de un gato de cerámica acumulando polvo en un estante en una tienda de segunda mano, ¿no?

Lo divertido no lo reconoció, pero el motivo sí.

—Habla de la conexión familiar en el libro, los diamantes que faltan. Cosa sexy. Alguien puede pensar que ella los debe tener, o que sabe dónde están.

—Hay una advertencia en el libro, desde luego. Pero sí, algunos se preguntarán si ella o alguien de su familia los tiene. Si aún andan por ahí sueltos, valdrían mucho más hoy que a principios del siglo. Solo la leyenda ya aumenta el valor.

—¿Cuánto?

—Calculando por lo bajo, quince millones.

—Quince millones no es nada por lo bajo. Es un número que puede lanzar a mucha gente a la caza al tesoro. Lo que, siguiendo ese ángulo, reduce el campo a qué ¿un par de millones de personas?

—Más, diría yo, ya que ella ha estado de gira promoviendo el libro. Incluso aquellos que no han comprado o han leído el libro podrían haber escuchado lo esencial en alguna de sus entrevistas.

—Bien, ¿qué es la vida sin un desafío? ¿Alguna vez los buscaste? ¿Los diamantes de la calle Cuarenta y siete?

—No, pero siempre era entretenido especular sobre ellos con tus amigos delante de una pinta de cerveza en el pub. Recuerdo que en mi juventud había cierto orgullo de que Jack O'Hara, el que escapó, fuera un irlandés. A algunos les gustaba imaginar que había birlado el resto de ellos después de todo, y había vivido sus últimos días como un rey con los beneficios.

—Tú no lo crees.

—No lo sé. Si lo hubiese conseguido, Crew se hubiera lanzado sobre él tan rápido como un perro aplasta una pulga que le muerde en la espalda. Era Crew quién tenía esa parte, y se llevó la localización al infierno con él. Por despecho, quizá, pero más… me parece más porque así eran de él. Los mantuvo con él.

—Tozudo, ¿verdad?

—Está pintado de ese modo en el libro, y por lo que deduje, Samantha Gannon asumió la misión de ser lo más veraz y exacta como fuera posible en el relato.

—Muy bien, echemos un vistazo a nuestro reparto. —Se acercó al ordenador de su escritorio—. No tendré los informes del forense o los científicos hasta mañana temprano. Pero Gannon dijo que la casa estaba cerrada con llave y la seguridad conectada cuando volvió. Eché una buena mirada y la entrada no fue forzada. O bien llegó con Jacobs o solo. Me inclino por lo segundo, lo que requiere de cierta experiencia en seguridad, o conocimiento de los códigos.

—¿El ex?

—Gannon afirma que cambió los códigos después de la ruptura. No quiere decir que él no robara los cambios. Mientras yo lo investigo, me podrías conseguir todo lo que puedas sobre los diamantes y las personas involucradas.

—Mucho más entretenido. —Se sirvió más café y se lo llevó a su oficina contigua.

Ejecutó una búsqueda estándar sobre Chad Dix, y caviló encima de su café mientras su ordenador reunía los datos. Frío, pródigo, sin sentido. Así era como el asesinato de Andrea Jacobs le parecía. No era un asesinato debido al pánico. La herida era demasiado limpia, el método en sí mismo demasiado deliberado para ser pánico. Viniendo desde atrás habría sido tan fácil como eficaz dejarla inconsciente. Su muerte no había aportado nada.

Descartó cualquier posibilidad real de un trabajo profesional. El estado de la casa lo colocaba en un porcentaje bajo. Un robo frustrado era una tapadera bastante decente para asesinato intencional, pero un profesional no sería tan chapucero de dejar tantos objetos de valor portátiles detrás.

Dix, Chad, comenzó el ordenador. Reside en el número 5, 41 de la Calle Setenta y uno Este, Nueva York, Nueva York. Fecha de nacimiento, el 28 de Marzo de 2027. Padres, Mitchell Dix y Gracia Long Dix Unger. Divorciado. Un hermano, Wheaton. Una media hermana, Maylee Unger Brooks.

Leyó por encima su educación y se concentró en su historial profesional. Planificador financiero para Tarbo, Chassie y Dix. Un tipo de dinero, entonces. Le parecía que los tipos que jugueteaban con el dinero de otra gente realmente disfrutaban teniendo un montón propio.

Estudió la foto de la identificación. Maxilar cuadrado, cejas altas, bien afeitado. Estudiadamente guapo, supuso, con pelo castaño bien cortado y grandes ojos castaños.

—Ordenador, ¿el sujeto tiene algún antecedente penal? Incluir cualquier arresto con cargos retirados o suspendidos.

Procesando... Embriaguez y escándalo, multa pagada, noviembre 12, 2049. Posesión de ilegales, multa pagada, 3 de abril de 2050. Destrucción de la propiedad pública, embriaguez pública, restitución hecha, multa pagada, el 4 de julio de 2050. Embriaguez y escándalo, multa pagada, 15 de junio 2053.

—Tenemos un pequeño patrón trabajando aquí, ¿no, Chad? Computadora, ¿registros de rehabilitación de drogas y o alcohol?

Trabajando... Programa de rehabilitación voluntaria, Clínica Stokley, Chicago, Illinois. Programa de cuatro semanas, del 13 de Julio al 10 de Agosto, 2050, concluido. Programa de desintoxicación voluntaria, Clínica Stokley, Chicago, Illinois. Programa de dos semanas, del 16 al 30 de junio de 2053, concluido.

—¿Aún limpio y sobrio, Chad? —se preguntó. Fuese como fuese, su historial no mostraba predisposición a la violencia.

Lo entrevistaría al día siguiente, cavaría más profundo si se justificara. Por el momento pasaría a los datos sobre la víctima.

Andrea Jacobs tenía veintinueve años. Nacida en Brooklyn, hija única, padres todavía vivos, casados el uno con el otro. Residían actualmente en Florida, y Eve había destrozado sus vidas unas horas antes, cuando les notificó que su única hija había muerto.

La foto de identificación de Andrea mostraba a una rubia atractiva con una amplia y brillante sonrisa. No tenía antecedentes penales. Había trabajado para el mismo empleador durante ocho años, había vivido en el mismo apartamento durante la misma cantidad de tiempo.

Se trasladó de Brooklyn, pensó Eve. Consiguió un trabajo y un lugar propio. Chica de Nueva York, de principio a fin. Ya que tenía el permiso del familiar más cercano para entrar en las finanzas de la víctima, insertó el código y sacó los datos.

Ella había vivido con lo justo, reparó Eve, pero no más de lo que cualquier mujer soltera y joven a la que le gustaran los zapatos de lujo y las noches en el club podría vivir. La renta estaba pagada. La cuenta de Saks estaba atrasada, así como un lugar llamado Clones. Un chequeo rápido le informó que Clones era una tienda de imitaciones de diseños en el centro de la cuidad.

Con los datos aún abiertos pasó a sus notas y empezó a organizarlos en su informe. Reunir los datos, observaciones y declaraciones y unirlos en un todo la ayudaba a pensar.

Levantó la mirada cuando Roarke apareció a la puerta.

—Hay bastante información sobre los diamantes, incluyendo descripciones detalladas y fotografías. Mucho más sobre cada uno de los hombres presuntamente responsables del robo. Aún está compilando. Te lo estoy enviando a tu unidad de forma simultánea.

—Gracias. ¿Tienes que supervisar la ejecución?

—En realidad no, no.

—¿Quieres ir a dar un paseo?

—¿Contigo, teniente? Siempre.