Capítulo Diecinueve

«Volvió a la escena. Estaba oscuro —pensó Eve—. No tanto como la noche del crimen, pero casi. No desactivó el sello de la policía.»

—¿Cuánto tiempo se necesitaría para desactivar la alarma, decodificar las cerraduras? ¿En promedio?

—Pero, querida, yo no soy promedio en tales cosas

Ella puso los ojos en blanco.

—¿El sistema es bueno? ¿Es preciso experiencia para pasar, o sólo las herramientas correctas?

—Primero, es un buen vecindario. Seguro y de alto nivel. Hay considerable tráfico de a pie y en las calles. No querrías meter la pata, tener a alguien preguntándose ¿qué está haciendo ese tipo allí? Incluso en medio de la noche. ¿A qué hora fue el asesinato, a propósito?

—La hora de la muerte fue estimada por el estado del cadáver. Pero entre las doce y la una de la madrugada.

—No tan tarde entonces, en particular si creemos que él ya estaba adentro. Al principio de la noche realmente. Entonces querrías entrar sin tardar demasiado tiempo. Si fuera yo, y no lo he sido desde hace muchos años, habría estudiado el sistema antes del evento. Le habría echado una buena mirada de primera mano o hecho mi investigación y sabido qué clase estaba instalada, estudiado en la tienda del proveedor o en línea. Habría sabido qué hacer antes de llegar aquí.

Prudente, pensó ella, para un ladrón.

—¿Y si hubieras hecho todo eso?

Hizo un ruido bajo, considerándolo, y estudió las cerraduras.

—Con cualquier tipo de habilidad tendrías las cerraduras levantadas dentro de cuatro minutos. Tres si tienes buenas manos.

—Tres o cuatro minutos —repitió ella.

—Un espacio más largo del tiempo del que se puede pensar cuando estás parado en algún lugar donde no debes, haciendo algo que no tienes que hacer.

—Sí, lo entiendo.

—Si eres un aficionado, tomará mucho más tiempo. La alarma, bien, ves que nuestra residente ha puesto graciosamente esta pequeña placa de advertencia aquí, diciendo a aquellos con tengan interés que ella está protegida por el First Alarm Group.

Eve bufó desaprobadora.

—Hey, señor ladrón, te voy a echar una mano con este robo. Su abuelo era policía, luego fue privado —añadió Eve—. ¿No le han dicho lo estúpido que es hacer publicidad de tu sistema de seguridad?

—Probablemente. Conque podría ser un subterfugio. Pongamos por caso, vamos a suponer o asumir que nuestro asesino supone que ella está dando los datos correctos. El paquete residencial más vendido está conectado a la misma cerradura. Tendrías que desconectarlo mientras te ocupabas de la cerradura, y eso requiere dedos firmes. Después tendrías que reiniciarlo en el panel que ella probablemente tendrá justo al otro lado de la puerta. Así que podría tomarle a tu hombre un minuto, incluso dos, siempre que sepa lo que hace. Habría hecho mejor en comprar el sistema y practicado con él. ¿Me has traído aquí para que pudiera probar?

—Quería ver… —Se interrumpió cuando un hombre los llamó desde la acera.

—¿Qué están haciendo ahí?

El hombre estaba a mitad de los treinta años, con la mirada de un asiduo habitual de club de salud. Músculo sólido sobre un cuerpo delgado. Detrás de él, al otro lado de la calle, había una mujer en la luz que se derramaba por una puerta abierta. Tenía un TeleLink de bolsillo en la mano.

—¿Problemas? —Preguntó Eve.

—Eso es lo que yo quiero saber. —El hombre rodó sus hombros y se balanceó en la planta de los pies. Posición de combate—. No hay nadie. Si son amigos de quien vive allí, deben saberlo.

—¿Y usted es amigo?

—Vivo enfrente. —Apuntó con el pulgar—. Aquí nos cuidamos los unos a los otros.

—Es bueno saberlo. —Eve sacó su insignia—. ¿Sabe qué pasó aquí?

—Sí. Espere un segundo. —Levantó una mano, se giró y gritó a la mujer en la puerta—. Está bien, cariño. Son policías. Creí que lo eran —dijo cuando se volvió hacia ellos—. Pero quería estar seguro. Un par de policías se nos acercaron y hablaron con nosotros. Lamento haberme echado encima de ustedes. Estamos todos unos poco nerviosos ahora mismo.

—No hay problema. ¿Estaba por aquí la noche del último jueves?

—Estábamos en casa. Estábamos al otro lado de la calle, cuando... —Se quedó mirando fijamente la casa de Gannon—. Jesús, hasta cuesta pensarlo. Conocíamos a Andrea también. Hemos ido a fiestas a casa de Sam, y ella y mi mujer salieron en noches de chicas un par de veces con más amigas. Estábamos enfrente cuando sucedió.

—¿Usted sabía que Andrea Jacobs se quedaba aquí mientras la señorita Gannon estaba fuera de la ciudad?

—Mi mujer fue a su casa la noche antes de que Sam saliera a su gira de libros, sólo para despedirse, desearle buena suerte y preguntarle si quería que alimentásemos a los peces, cualquier cosa así. Sam le dijo que Andrea se quedaría para hacerse cargo de las cosas.

—¿Vio o habló con Andrea Jacobs, durante el tiempo que Samantha Gannon estuvo fuera de la cuidad?

—No creo haberla visto más de una vez. Un saludo rápido desde el otro lado de la calle. Salgo de casa cerca de las seis y media la mayoría de las mañanas. Voy al gimnasio antes de la oficina. Mi esposa sale sobre las ocho. Andrea tenía un horario diferente, así que no esperaba verla mucho. No pensé nada cuando no lo hice.

—Pero reparó en nosotros aquí en la puerta esta noche. ¿Por lo que ocurrió, o por lo general está pendiente?

—Estoy atento. No como un águila —dijo con una media sonrisa—. Sólo me mantengo alerta, ya sabe. Y ustedes parecían estar merodeando, ¿sabe?

—Sí. —Como alguien que podría estar tratando de levantar las cerraduras y evitar la alarma—. ¿Ha notado a alguien que no sea de por aquí? ¿Vio a alguien en la puerta, o simplemente paseando por la zona en el último par de semanas?

—Los policías me preguntaron lo mismo. Lo he pensado una y otra vez. No vi nada. Mi esposa tampoco, porque hemos hablado sobre eso desde que supimos qué pasó. No hemos hablado de otra cosa.

Dejó escapar un largo suspiro.

—Y el pasado jueves, mi esposa y yo nos fuimos a la cama aproximadamente a las diez. Vimos un poco de televisión antes de acostarnos. Cerré todo justo antes de subir. Debo haber mirado hacia afuera. Siempre miro, es un hábito, pero no vi nada. A nadie. Es terrible lo que pasó. No se supone que uno conozca a gente a la que le sucede esto —dijo mientras miraba a la casa—. Se supone que le sucede a gente que otros conocen.

Ella los conocía, pensó Eve cuando volvió donde estaba Roarke. Conocía innumerables muertos.

—Mira a ver el tiempo que se tarda —dijo a Roarke, y señaló hacia la puerta.

—Está bien. —Él sacó un pequeño estuche de cuero del bolsillo y escogió una herramienta—. Tienes que tener en cuenta que no he investigado ni practicado en este sistema en particular. —Se agachó.

—Sí, sí. Tienes una desventaja. Sólo quiero reconstruir un posible escenario. No me parece que quien estuviera vigilando la casa haya escapado de Joe Gimnasio cruzando la calle. No si pasó algún tiempo en el vecindario.

—Mientras hablabas con él, media docena de personas se acercaron a las puertas o ventanas a observar.

—Sí, lo hicieron.

—Aún así, si andas merodeando, podrías pasar por aquí, tomar fotos. —Se enderezó y abrió la puerta—. Y podrías invertir en un clon remoto si pudieras pagar uno. —Mientras hablaba abrió el panel de seguridad en el interior de la puerta, conectó una mini-unidad de bolsillo e introdujo manualmente un comando—. Se viste de otra manera, da un paseo. Sólo haría falta un poco de paciencia. Vamos, ya está.

—Dijiste entre tres y cuatro minutos. Eso fueron dos.

—Hablé de alguien con cierta habilidad. No hablé de mí. Es un sistema decente, pero Industrias Roarke los hace mejores.

—Te haré propaganda la próxima vez que hable con ella. Él subió primero.

—¿Sí?

—Subió primero porque si no esperaba que entrase alguien, habría dejado las luces encendidas después de subir las pantallas de privacidad. Ella lo habría notado cuando entró. Se habría dado cuenta de las luces y del desorden en el salón. Pero no lo hizo. Asumiendo que le funcionaba el cerebro, si lo descubriera habría salido corriendo y llamado a la policía. Pero subió.

Abrió la puerta delantera de nuevo y la dejó cerrarse de golpe.

—Él la oyó. Ella comprueba las cerraduras, las alarmas. Tal vez comprueba el TeleLink aquí abajo en busca de mensajes. —Eve caminó por el salón, rodeando el desorden, ignorando el olor a químicos dejado por los técnicos—. Había salido de juerga, probablemente bebido unas copas. No se demora aquí abajo. Lleva unos zapatos asesinos para el empeine, pero no se los quita hasta que está en el dormitorio. No concibo por qué habría de caminar por aquí sin nadie para admirar sus piernas. Empieza a subir.

Subió la escalera.

—Apuesto que le gusta la casa. Ha vivido en un apartamento durante casi una década. Apuesto que le gusta tener todo este espacio. Gira hacia el cuarto y se quita los jodidos zapatos.

—Un pequeño detalle, ¿pero cómo sabes qué ella no se los quitó allá abajo y subió descalza, llevándolos?

—¿Hum? Ah, sus posiciones y… la de ella. Si hubieran estado en su mano cuando la degollaron, habrían caído más cerca de su cuerpo. Si los hubiese llevado, se habría vuelto hacia al armario, o al menos los habría arrojado más cerca. Me parece. ¿Ves dónde estoy parada?

Él vio donde estaba, al igual que vio las manchas y salpicaduras de sangre en la cama, el suelo, la luz y la pared. El hedor de todo ello apenas estaba oculto bajo las sustancias químicas. Y se preguntó cómo, cómo en nombre de Dios, alguien podría volver a dormir en ese cuarto de nuevo. Vivir con la pesadilla de ese cuarto.

Después miró a su mujer, vio que ella esperaba. Vio sus ojos de policía, fríos e inexpresivos. Vivía con pesadillas, despierta y en sueños.

—Sí, veo.

—Las puertas del armario estaban abiertas. Apuesto por el armario. No empezó aquí. Creo que comenzó en la oficina pasillo abajo. Creo que fue su primera parada y que no llegó muy lejos.

—¿Por qué?

—Si él hubiera revuelto este cuarto, ella habría visto el lío tan pronto como abrió la puerta. No hay heridas defensivas, ningún signo de que tratara de correr o luchar. Segundo, hay una estación de trabajo en la oficina, y todavía está ordenada como un alfiler. Me imagino que fue su punto de partida, y él había previsto tener cuidado, ser ordenado. Jacobs entra y le estropea el plan.

—Y el Plan B es el asesinato.

—Sí. De ninguna forma puede haber ignorado la estación de trabajo, pero no la estropeó. Revisó todo lo demás y no se preocupó por ser ordenado, pero ya había buscado en la estación de trabajo. ¿Por qué liarse con ello otra vez?

Roarke miró el horror de sangre y fluidos que manchaban el suelo y las paredes.

—Y cortarle la garganta a una mujer lleva menos tiempo.

—Puede ser un factor. Creo que la oyó entrar, y en vez de esperar a que ella se fuera a dormir y salir disparado, en vez de dejarla sin sentido, se deslizó aquí, se metió en el armario y la vio venir y lanzar sus zapatos de lujo. La aparta del camino, ¿verdad? Ya hemos pasado por aquí, está registrado. Métete en el ropero.

—Cristo. —Él apartó los montones de ropa y almohadas, y dio un paso dentro del armario abierto.

—¿Ves el ángulo? Tiene que ser el ángulo por la forma en que aterrizó. Está de pie así, en dirección opuesta. Se acercó por detrás, tiró la cabeza hacia atrás por el pelo… ella tenía el pelo largo, y por el ángulo de la herida tuvo que ser así. Corta hacia abajo, de izquierda a derecha. Hazlo. Sólo finge lo del pelo.

Él la alcanzó en dos zancadas, dio a su pelo corto un tirón, fingió asestarla con un cuchillo.

Ella se imaginó a sí misma sacudiéndose una vez. El choque que el organismo experimentaría, el grito de alarma en el cerebro justo cuando el cuerpo moría. Y miró hacia el suelo, volviendo a recordar la posición del cuerpo en su mente.

—Tuvo que ser. Tuvo que ser justo así. No pudo haber dudado ni por un segundo. Incluso un segundo de advertencia, ella habría girado, habría cambiado el ángulo. Tuvo que ser rápido y limpio. Mira, golpeó en el lado de la cama cuando cayó. La salpicadura lo indica. Golpeó el lado de la cama, rebotó, rodó y cayó. Después él volvió al trabajo. Debe haber causado todo este lío después de haberla matado. Debe haber pasado una hora, quizá dos, en la casa con ella, y parte de ese tiempo, en este cuarto con ella, mientras se estaba desangrando. Tiene el pulso firme. Y tiene sangre fría.

—¿Tienes a Samantha Gannon vigilada?

—Sí. Y va a seguir así hasta que lo atrape. Salgamos de aquí.

Esperó hasta que estuvieron en la calle otra vez, en el aire caliente del verano. Hasta que ella volviera a sellar la puerta. Luego le pasó las manos por los brazos, la atrajo hacia sí y la besó suavemente.

—¿Para qué fue eso? —le preguntó Eve.

—Lo necesitábamos.

—Supongo que tienes razón. —Tomó su mano y bajaron las escaleras—. Lo hacíamos.

* * *

Los medios de comunicación ya habían capturado el olor. El TeleLink de la oficina de Eve en la Central de Policía estaba atascado con peticiones, súplicas, demandas de información. Los descartó todos, con placer, lanzándoselos al enlace con los medios. Podían oler la sangre todo lo que quisieran, pero no recibirían nada de ella hasta que estuviera lista.

Esperaba recibir una visita de Nadine Furst en persona antes de que pasara mucho tiempo. Se encargaría de ella cuando llegara el momento. El hecho es que probablemente encontraría una manera de usar a la reportera estrella del directo del Canal 75.

Programó el café y decidió que nunca era demasiado temprano para fastidiar al forense o al laboratorio.

Discutía con el forense asignado a su caso, disgustada al ser informada de que el Examinador jefe Morris tenía permiso, cuando oyó gritos y silbidos estallando desde Detenciones, fuera de su oficina.

—No me importa si es la crisis de verano en su línea de trabajo —chasqueó Eve—. Ocurre que mandar cuerpos no es mi pequeño hobby. Necesito resultados, no excusas.

Cortó la transmisión, y decidió que la primera patada en el culo del día a la perra del laboratorio la ponía de perfecto humor. Luego frunció el ceño ante el repiqueteo que se acercaba a su oficina.

—Buenos días, Dallas.

La incondicional Peabody, recién promovida a detective, ya no llevaba puesto su pulcro uniforme. Y Eve descubrió que era una maldita lástima. Su cuerpo robusto, que mostraba muchas más curvas que con el uniforme azul, estaba ataviado con unos pantalones capri de color lavanda, un ceñido top púrpura y una especie de chaqueta suelta de ambos colores a rayas finas. En vez de los toscos y perfectamente respetables zapatos de policía usaba zapatos de punta de color púrpura con tacones bajos y finos.

Lo que explicaba el repiqueteo.

—¿Qué diablos te has puesto?

—Ropa. Es mi ropa. Estoy probando diferentes looks, así puedo decidirme por mi estilo de trabajo personal. Estoy pensando en un nuevo corte también.

—¿Por qué tienes que tener un nuevo corte? —Estaba acostumbrada a la melena oscura de Peabody, maldita sea—. ¿Por qué la gente siempre tiene que tener uno nuevo? ¿Si no te gustaba el antiguo, por qué tenías el antiguo? Después no te gustará el nuevo y tendrás que tener un corte nuevo. Me vuelves loca.

—Muchas cosas lo hacen.

—¿Y qué diablos es eso? —Señaló con el dedo los zapatos.

—¿No son grandiosos? —giró su tobillo para lucirlos—. Sorprendentemente cómodos, también.

—Esos son zapatos de chica.

—Dallas, no sé cómo decirte esto, pero yo soy una chica.

—Mi compañera no es una chica. No tengo compañera chica. Tengo una policía. Mi compañera es policía, y eso no son zapatos de policía. Tú repiqueteas.

—Gracias, teniente. —Peabody sonrió para sí—. Creo que todo combina muy bien.

—No, Jesucristo con lentejuelas. Repiqueteas al caminar.

—Sólo necesitan rodaje. —Empezó a ponerse de mal humor, entonces vio el expediente del caso, las fotos de la escena del crimen en el escritorio de Eve—. ¿Qué estás haciendo? ¿Estás trabajando en un caso frío?

—Es caliente. Lo cogí ayer, justo antes de terminar el turno.

—¿Cogiste un caso y no me llamaste?

—No te quejes. No te llamé porque tenías la Gran Noche. ¿Recuerdas cómo alardeabas, como si fuese el título de un video? Sé cómo trabajar una escena, Peabody. No había ninguna razón para estropear tus planes.

—A pesar de tu opinión sobre mis zapatos, soy policía. Cuento con que mis planes se fastidien.

—Esta vez no. Mierda, quise que lo disfrutaras. Si vas a hacer un drama, sólo vas a enfurecerme.

Peabody se mordió los labios. Cambió de posición, ya que los zapatos no eran tan cómodos como había declarado. Luego sonrió.

—No lo haré. Te lo agradezco. Fue importante para mí, y McNab se tomó un montón de molestias. Gracias. Lo pasamos fenomenal. Bebí un poco más de lo que debería, así que estoy un poco confusa esta mañana. Pero un golpe de café verdadero debería ayudar. —Miró esperanzada el AutoChef de Eve donde había verdadero, a diferencia del lodo disfrazado de café de Detenciones.

—Adelante. Luego siéntate. Te pondré al día rápidamente.

* * *

—Diamantes perdidos. Es como una búsqueda del tesoro —decidió Peabody—. Como un botín. Podría ser divertido.

Sin decir nada, Eve le pasó una de las fotos de la escena del cuerpo de Andrea Jacobs. Peabody soltó un silbido entre dientes.

—Bueno, no tanto. ¿No había señales de entrada forzada? ¿Asalto sexual?

—Nada aparente en la escena.

—Podría haber llevado a alguien a casa con ella. Mala elección. La gente lo hace.

—Lo comprobaremos. Comprobé su tarjeta de crédito. Su última transacción, que parece haber sido pagar la cuenta de la noche, fue en el Club Six-Oh. Sesenta y Segunda, a las once cuarenta y cinco el jueves por la noche. El tiempo estimado de la muerte fue entre la medianoche y la una.

—Entonces habría ido directamente a la residencia de Gannon desde el club. Si tenía compañía, lo encontró allí.

—Vamos al terreno —dijo Eve, juntando el archivo—. Hablamos con el ex de Gannon, con el jefe y compañeros de trabajo de Jacobs, vamos al club y pasamos por el depósito de cadáveres para acosar a la gente.

—Siempre me gusta esa parte. Puedo enseñar mi insignia nueva —añadió cuando salieron. Abrió su chaqueta para mostrar la insignia de detective enganchada a su cinturón.

—Muy bonita.

—Mi nuevo accesorio favorito.

* * *

Los mandamases de Tarbo, Chassie y Dix, obviamente subscribían la teoría de que una exhibición de excesos atraía clientes cuyas finanzas necesitaban planificación. Las oficinas en la ciudad estaban repartidas en cuatro pisos y disponía de un centro de información principal del tamaño del campo de los Yankees. Ocho hombres y mujeres jóvenes, sin duda contratados tanto por su buen aspecto alegre como por sus habilidades de comunicación, controlaban un mostrador en forma de isla de color rojo vivo que podría haber albergado un pequeño suburbio. Cada uno llevaba un comunicador personal y operaba hábilmente mini centros de datos y comunicación.

Cada uno, obviamente, recibía una higiene dental de primera si sus deslumbrantes e idénticas sonrisas eran algún indicador.

Alrededor de ellos había mostradores más pequeños con más hombres alegres dentudos y mujeres con trajes elegantes, tres áreas de espera con sillas que parecían cómodas, equipadas de pantallas para pasar el tiempo con revistas o videos cortos, y un pequeño jardín de buen gusto con su propio diminuto estanque azul.

La música enérgica, reiterativa, bailaba por el aire a un volumen discreto.

Eve decidió que estaría en una habitación acolchada para deficientes mentales en menos de una semana si trabajara en condiciones similares.

Se acercó al mostrador principal sobre una mullida alfombra plateada.

—Chad Dix.

—El señor Dix está en el cuarenta dos. —La morena radiante dio un toque a su pantalla—. Estaré encantada de hacer que uno de sus ayudantes la escolte. ¿Puede decirme su nombre y la hora de su cita?

Eve puso su insignia en el brillante mostrador rojo.

—Teniente Dallas, NYPSD. Y yo diría que mi cita es ahora. Podemos llegar al cuarenta y dos nosotras mismas, gracias, pero podría querer decirle al señor Dix que vamos de camino.

—Pero tiene que tener autorización para el ascensor.

Eve recogió su insignia y la meneó de un lado a otro.

—Entonces será mejor que se encargue de eso. —Se metió la placa en el bolsillo y caminó a zancadas hasta las filas de ascensores con Peabody.

—¿Puedo ser la policía cabrona la próxima vez? —susurró Peabody mientras esperaban que se abrieran las puertas—. Realmente necesito practicar.

—Me parece que si necesitas practicar no es una verdadera vocación, pero puedes hacer un intento. —Entró en el ascensor—. Cuarenta dos —ordenó y se apoyó en la pared lateral mientras la cabina subía—. Ocúpate del ayudante que lanzarán en nuestro camino.

—¡Buenísimo! —Peabody se frotó las manos. Después rodó los hombros y giró el cuello.

—Definitivamente no es una verdadera vocación —refunfuñó Eve, pero dejó a Peabody ir delante cuando las puertas se abrieron en el cuarenta dos.

Este piso no era menos opulento que el otro, aunque el esquema de color era azul eléctrico y plateado, en lugar de rojo. Las zonas de espera eran más grandes, con la adición de pantallas de pared sintonizadas con diversos programas financieros. Esta estación de información era del tamaño y la forma de un estanque pequeño, pero no había ninguna necesidad de molestarse con ello ya que la ayudante se apremió a cruzar las dobles puertas de cristal, que se abrieron silenciosamente al acercarse.

La ayudante era rubia con el pelo color del sol peinado en una masa de tirabuzones que se derramaban y rodeaban la cabeza como una aureola. Tenía los labios y las mejillas rosadas y un cuerpo de curvas impresionantes perfectamente escondido en una falda estrecha y chaqueta del color de algodón de azúcar.

No queriendo perder su oportunidad, Peabody dio un paso adelante y abrió su chaqueta.

—Detective Peabody, NYPSD. Mi compañera, la teniente Dallas. Tenemos de hablar con Chad Dix con respecto a una investigación.

—El señor Dix está reunido con un cliente, pero estaría encantada de revisar su agenda y reservar una hora para ustedes más tarde hoy. Si pudiera darme alguna idea de la naturaleza de su asunto y cuánto tiempo requerirá.

—La naturaleza de nuestro asunto es el asesinato y el tiempo que requerimos dependerá por completo del señor Dix. —Peabody inclinó la cabeza, alzó la ceja en una dura mirada que le gustaba practicar en el espejo del baño—. Si se siente incapaz de reunirse con nosotros aquí y ahora, estaremos encantadas de llevarlo a la Central de la ciudad y sostener nuestra reunión allí. Usted puede venir con él —añadió Peabody.

—Yo... Si me da sólo un momento.

Cuando se alejó presurosamente, Peabody dio un codazo a Eve.

—“Nuestro asunto es el asesinato”. Pensé que era bueno.

—No apestó —asintió Eve cuando la rubia volvió animadamente—. Vamos a comprobar los resultados.

—Si me acompañan, el señor Dix las verá ahora.

—Pensé que lo haría. —Peabody comenzó a caminar detrás de ella.

—No te regodees —murmuró Eve—. Es de mal gusto.

—Comprobado.

Cruzaron un vestíbulo en forma de abanico hasta el ancho extremo y otro conjunto de puertas dobles. Eran opacas y se abrieron cuando la asistente tocó.

—Detective Peabody y la teniente Dallas, señor Dix.

—Gracias, Juna.

Estaba detrás de una estación de trabajo en forma de U, con la pared de ventanas habitual a su espalda. Su suite de oficina tenía un área lujosa para sentarse, con varias sillas anchas y un anaquel de exhibición con juegos y juguetes antiguos.

Vestía un traje piedra gris con apagadas rayas tiza y una cadena de plata trenzada bajo el cuello de su camisa blanca como la nieve.

—Oficiales. —Con expresión sobria, gesticuló hacia las sillas—. Supongo que esto tiene algo que ver con la tragedia de Samantha Gannon. Me enteré ayer por la noche en un reportaje de los medios. Aún no he podido contactar con Samantha. ¿Podría decirme si ella está bien?

—Tanto como se puede esperar —contestó Eve—. ¿También conocía a Andrea Jacobs?

—Sí. —Sacudió la cabeza y se sentó detrás de su escritorio—. No puedo creer lo que ha sucedido. La conocí a través de Samantha. Socializamos un poco mientras Samantha y yo nos veíamos. Ella era... probablemente suena a cliché, pero ella era una de esas personas que están llenas de vida. Las noticias son vagas, incluso esta mañana. ¿Hubo un robo?

—Estamos en el proceso de verificarlo. ¿Usted y la señorita Gannon ya no se están viendo?

—No, no románticamente.

—¿Por qué motivo?

—No funcionaba.

—¿Para quién?

—Para ninguno de los dos. Sam es una mujer hermosa e interesante, pero ya no nos divertíamos juntos. Decidimos terminar.

—Usted tenía los códigos de su casa.

—Yo... —Se calló un segundo y después carraspeó—. Sí. Como ella tenía los míos. Asumo que ella los cambió después de que rompimos… así como yo cambié los míos.

—¿Puede decirnos dónde estuvo la noche en cuestión?

—Sí, por supuesto. Estuve aquí, en la oficina hasta después de las siete. Tuve una cena de trabajo con un cliente en Bistro, justo en la calle Cincuenta y uno. Juna le puede dar información del cliente si usted lo necesita. Dejé el restaurante aproximadamente a las diez treinta y me fui a casa. Me puse al corriente de algo de papeleo durante una hora más o menos, vi las noticias, como hago cada noche antes de acostarme. Debió haber sido cerca de la medianoche. Luego me fui a la cama.

—¿Hay alguien que pueda confirmarlo?

—No, no después de que dejé el restaurante, en cualquier caso. Cogí un taxi, pero no podría decirle el número del taxi. No tenía ninguna razón para asaltar la casa de Sam y robar algo, o para matar a Andrea, por el amor de Dios.

—Ha tenido algunos problemas de abuso de sustancias a lo largo de los años, señor Dix.

Un músculo tembló en su barbilla.

—Estoy limpio y lo he estado desde hace varios años. He estado en programas de rehabilitación y sigo yendo a reuniones periódicas. Si es necesario, me someteré a análisis, pero quiero representación legal.

—Se lo haremos saber. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo contacto con Andrea Jacobs?

—Hace un par de meses, seis semanas por lo menos. Creo que fuimos todos a un club de jazz en el centro, este verano. Sam y yo, Andrea y el que estaba viendo en ese momento, y un par de personas más. Fue un par de semanas antes de que yo y Sam terminásemos.

—¿Se vieron alguna vez usted y la señorita Jacobs por separado?

—No. —Asumió un tono más rudo—. No engañé a Sam, y mucho menos con una de sus amigas. Y Andrea, por mucho que le gustaran los hombres, no habría cazado furtivamente. Es una ofensa en todos los niveles.

—Insulto a mucha gente, en cada nivel, con mi trabajo. El asesinato no fomenta los buenos modales. Gracias por su colaboración, señor Dix. —Eve se levantó—. Estaremos en contacto si hay algo más.

Se dirigió hacia la puerta, luego se volvió.

—A propósito, ¿ha leído el libro de la señorita Gannon?

—Desde luego. Me dio un ejemplar con antelación hace varias semanas. Y compré uno el día de su lanzamiento.

—¿Tiene alguna teoría sobre los diamantes?

—Es una cosa fascinante, ¿no? Creo que la ex esposa de Crew se alzó con ellos y se dio una muy buena vida en alguna parte.

—Puede ser. Gracias otra vez.

Eve esperó que bajaran hasta el nivel de la calle.

—¿Impresiones, detective?

—Me encanta cuando me llamas así. Es listo, ladino, y no estaba en una reunión. Hizo que la asistente nos lo dijera para evitarnos, si era posible.

—Sí. A la gente simplemente no le gusta hablar con la policía. ¿Por qué será? Estaba preparado —añadió, cuando salieron y empezaron a cruzar el vestíbulo—. Tenía la noche en cuestión toda preparada, ni siquiera tuvimos que recordarle la fecha. Fue hace seis días, y ni siquiera tuvo que pensarlo. La recitó a toda prisa como un estudiante que recita un informe escolar.

—Todavía no está claro la hora del asesinato.

—No, que es probablemente por lo que nos quiso evitar un rato. Vamos a golpear la agencia de viajes ahora.

* * *

Eve supuso que en la mayoría de las circunstancias, Work or Play habría sido un sitio alegre. Las paredes estaban cubiertas de pantallas con gente increíblemente bonita divirtiéndose en lugares exóticos, lo que probablemente convencía a los potenciales viajeros de que lucirían tan increíblemente bonitos divirtiéndose medio desnudos en alguna playa tropical.

Había media docena de agentes en estaciones de trabajo en vez de cubículos, y cada estación estaba decorada con artículos personales: fotos, muñequitos o pisapapeles divertidos, carteles.

Todos los agentes eran mujeres y la oficina olía a chicas. Una clase suavizada de sexo, en opinión de Eve. Todas estaban vestidas con ropa casual de moda —o lo que pensaba ella que estaba de moda—, incluso una mujer que parecía estar lo bastante embarazada como para acarrear tres niños sanos en su vientre.

Con solo mirarla, Eve se puso nerviosa.

Aún peor fueron los seis pares de ojos hinchados, llenos de lágrimas, el sollozo roto ocasional o el sorbido de mocos.

La sala vibraba de estrógeno y emoción.

—Esto es la cosa más horrible. La más horrible. —La embarazada consiguió de algún modo levantarse de la silla. Tenía el pelo castaño con mechas retirado hacia atrás, y su cara era amplia como la luna y del color del chocolate con leche. Puso la mano en el hombro de una de las otras mujeres cuando esta empezó a llorar.

—Podría ser más fácil si volvemos a mi oficina. Ésta es en realidad la estación de Andrea. He estado ocupándola esta mañana. Soy Cecily Newberry. Soy, pues, la jefa.

Les mostró el camino a una oficina contigua diminuta, ordenada y cerró la puerta.

—Las chicas están… bien, estamos hechas un lío. Sencillamente un lío. Francamente no creí a Nara cuando me llamó esta mañana, llorando y balbuceando sobre Andrea. Entonces encendí el canal de noticias y vi el reportaje. Disculpen. —Se apoyó una mano en la parte baja de la espalda y se bajó a sí misma a una silla—. Tengo que sentarme. Parece que tengo un maxibús estacionado en la vejiga.

—¿Cuándo lo espera, señora Newberry? —Preguntó Peabody.

—Diez días más. —Acarició su vientre—. Es el segundo. No sé en qué estaba pensando, programando este bebé para llevarlo en el calor del verano. He venido hoy… tenía la intención de tomarme las próximas semanas. Pero he venido porque... no sabía qué más podía hacer. Qué debería hacer. Andrea trabajó aquí casi desde que abrí. Lo manejaba conmigo, e iba a quedarse a cargo mientras estaba de baja por maternidad.

—Ella no venía a trabajar hacía varios días. ¿No estaba preocupada?

—Estaba de permiso. En realidad debía haber vuelto hoy, cuando yo había planeado comenzar el mío. Oh, Dios. —Se frotó la cara—. Generalmente habría aprovechado nuestros beneficios e ir a algún lado, pero decidió cuidar la casa de una amiga y pintar su apartamento, hacer algunas compras, dijo, ir a unos spas y salones de la ciudad. Esperé tener noticias de ella ayer o el día antes, sólo para hablar conmigo antes de que cambiáramos. Pero realmente no pensé nada de ello cuando no lo hizo. No pensé en absoluto, para ser franca. Entre este bebé, mi niña pequeña en casa, el negocio, la madre de mi marido decidiendo que ahora es un momento excelente para quedarse con nosotros, he estado distraída.

—¿Cuándo habló con ella por última vez?

—Hace un par de semanas. Yo... yo quería mucho a Andrea y era maravillosa para trabajar con ella. Pero teníamos estilos de vida muy diferente. Era soltera y le encantaba salir. Yo estoy muy casada y criando una hija de tres años, teniendo otro y dirigiendo un negocio. Así que no nos vemos a menudo fuera del trabajo, o hablamos a menudo a menos que estuviera relacionado con el trabajo.

—¿Ha venido alguien preguntando sobre ella o por ella expresamente?

—Tiene una base de clientes regulares. La mayoría de mis chicas la tienen. Los clientes preguntan específicamente por ellas cuando están planeando un viaje.

—Tendría una lista de clientes.

—Claro que sí. Debe haber alguna cosa legal que supongo debo hacer antes de dársela, pero no voy a perder mi tiempo ni el suyo. Tengo todos los códigos de acceso de mis empleados. Se los daré. Puede copiar cualquier cosa que crea que pueda ayudar a su unidad de trabajo.

—Le agradezco su colaboración.

—Era una mujer encantadora. Me hacía reír y realizaba un buen trabajo. Nunca supe que le hiciera daño a nadie. Haré lo que pueda para ayudarle a encontrar a quién le hizo esto. Era una de mis chicas, sabe. Ella era una de las mías.

Tardaron una hora en copiar los archivos, averiguar y documentar el contenido de la estación de trabajo y entrevistar a las otras empleadas.

Cada una de las compañeras de trabajo de Andrea había salido con ella a clubes, bares, fiestas, con citas, sin citas. Hubo una gran cantidad de llanto, pero poco nuevo que aprender.

Eve apenas podía esperar a escapar del olor a pena y lápiz de labios.

—Empieza a hacer una búsqueda estándar de los nombres de su base de clientes. Voy a ver a Samantha Gannon y golpear verbalmente al gilipollas del forense.

—¿Morris?

—No, Morris se está tostando en una playa tropical. Nos tocó Duluc. Es más lenta que un caracol cojo. Voy a entrar en calor con ella, luego, si hay tiempo, le patearé las pelotas al imbécil de Dick —añadió, refiriéndose al jefe del laboratorio técnico.

—Cielos, eso debería redondear la mañana. Entonces tal vez podamos almorzar.

—Trataremos con el servicio de limpieza antes del depósito de cadáveres y del laboratorio. ¿No desayunaste hace un par de horas?

—Sí, pero si comienzo a fastidiarte sobre el almuerzo ahora, cederás antes de que desfallezca de hambre.

—Los detectives comen con menos frecuencia que los ayudantes.

—Nunca oí eso. Sólo lo dices para asustarme. —Trotó sobre sus zapatos cada vez más incómodos tras Eve—. ¿Cierto?