Capítulo Siete

Le asombró que alguien que compartía el mismo ADN con un ladrón, asegurara su propio negocio con cerraduras normales, y un sistema de alarma insignificante que cualquier niño de doce años con una navaja suiza y un poco de imaginación podría eludir.

En realidad, si esta... cosa que había entre ellos se convertía en una relación real, iba a tener una charla seria con Laine sobre la seguridad en su casa y en la tienda. Quizá una tienda en una ciudad de este tipo y tamaño no requería barrotes, verjas o cámaras de vigilancia, pero ni siquiera se había molestado con luces de seguridad, dentro o afuera. En cuanto a la puerta, era patética. Si él hubiera sido un ladrón que no se preocupara por la sutileza, un par de buenas patadas habrían hecho el trabajo.

Su excusa actual de sistema de alarma hizo la noche BE[12] vergonzosamente fácil. Sorteó la alarma y escogió las cerraduras de la puerta trasera por si acaso algún insomne decidiera dar un paseo por Market Street antes del amanecer. Había caminado desde el hotel, tomándose su tiempo, dando una vuelta a la manzana paseando. Sólo porque algo era fácil no significaba que uno pudiera permitirse el lujo de ser descuidado en el procedimiento.

La ciudad estaba bastante tranquila, por lo que pudo oír el ruido de una caldera dentro de un edificio cuando ésta se encendió. Y el largo y triste silbido de un tren carguero que se elevó sorprendentemente en el silencio. No había borrachos, drogadictos, personas sin hogar, prostitutas o gente de la calle poblando la noche en lo que se considera el centro de Angel’s Gap.

Uno tenía que preguntarse si estaba realmente en América o si había tropezado de alguna manera con una tarjeta postal impresa por la cámara de comercio local.

Era, pensó Max, un poco espeluznante.

Las farolas a lo largo de la acera empinada eran del estilo de fanales antiguos, y cada una de ellas brillaba. Todos los escaparates en las entradas principales eran de vidrio muy fino. Al igual que en Remember When, no había rejas ni barras de seguridad.

¿No había lanzado jamás alguien un ladrillo por una y se había servido a sí mismo antes de salir volando de allí? ¿O pateado una puerta para celebrar un saqueo rápido?

Simplemente no parecía correcto.

Pensó en Nueva York a las tres veintisiete de la mañana. Habría acción o problemas si uno se inclinaba por alguno de los dos. Habría tráfico tanto de peatones como de vehículos, y las tiendas tendrían todo encadenado durante la noche.

Entonces, ¿había más delitos per cápita sólo porque así se esperaba?

Era una teoría interesante y tendría que pensar en ella cuando tuviera un poco de tiempo libre.

Pero por ahora, alarma y cerraduras servidas, abrió la puerta trasera de Remember When.

Entraría y saldría en una hora como máximo, se prometió a sí mismo. Después volvería al hotel a dormir un poco. Cuando Nueva York abriera, contactaría con su cliente y le informaría de que todas las pruebas apuntaban a que Laine Tavish no estaba, a sabiendas, implicada.

Eso lo redimiría, desde su punto de vista, al explicarle a ella las cosas. En cuanto lo hiciera, y la convenciera de no enfurecerse, le sonsacaría información. Tenía la sensación de que ella sería una excelente fuente para rastrear a Big Jack y los diamantes.

Y para cobrar su comisión.

Max cerró la puerta sin hacer ruido detrás de él. Se agachó para encender su lápiz linterna.

Pero en vez de que se encendiera un escaso haz de luz, las luces explotaron dentro de su cabeza.

* * *

Se despertó entumecido en la oscuridad con la cabeza latiendo con todo el entusiasmo y la violencia con que su sobrino golpeaba las tapas de las ollas. Se las arregló para rodar a lo que él creía que era su espalda. Por la forma en que su cabeza palpitaba y giraba, no podía estar seguro.

Levantó una mano para comprobar si aquella cabeza estaba todavía al frente de su cara y sintió correr algo mojado y caliente.

Y la furia se abrió paso a través del dolor. Ya era bastante malo ser emboscado y noqueado, pero era una putada tener que ir a la maldita sala de urgencias y que le pusieran puntos.

No conseguía aclararse totalmente la mente, pero se obligó a sí mismo a sentarse. Ya que su cabeza, que ahora estaba razonablemente seguro estaba todavía en la posición correcta, parecía en peligro de caer de sus hombros, la llevó a sus manos hasta que se sintió más seguro.

Necesitaba levantarse, encender una luz. Hacer un balance de sí mismo y de qué demonios había sucedido. Se limpió la sangre, abrió los ojos doloridos y frunció el ceño ante la puerta trasera abierta.

Quien fuera que lo golpeó desde atrás hacía mucho que se había ido. Empezó a ponerse de pie con la idea de echar un vistazo rápido al lugar antes de seguir su ejemplo.

Y la puerta trasera se llenó de policías.

Max miró largamente a Vince Burger y a los policías que apuntaban en su dirección, y dijo:

—Bueno, mierda.

* * *

—Mire, puede detenerme por entrada ilegal. Escocerá. Lo esquivaré, pero escocerá. Pero…

—Lo detuve por entrada ilegal. —Vince se relajó en su silla de escritorio y sonrió sin humor a Max, que estaba esposado a una silla de visitas en la oficina de la comisaría.

No se veía tan de gran ciudad y engreído ahora, pensó Vince, con la venda en la sien y un chichón considerable en la frente.

—Luego está el intento de robo...

—No estaba robando nada, maldita sea, y usted lo sabe.

—Oh, entonces sólo irrumpe en tiendas en medio de la noche para ver. Como mirar escaparates, pero por dentro. —Levantó una bolsa de pruebas, le dio una sacudida que agitó las herramientas de ladrón de Max y su PDA—. ¿Y las lleva con usted por si acaso tiene que hacer algunas pequeñas reparaciones caseras?

—Mire...

—Puedo detenerlo por posesión de herramientas de robo con allanamiento.

—Es una maldita PDA. Todo el mundo tiene una PDA.

—No.

—Sorpresa, sorpresa —dijo Max acritud—. Yo tenía motivos para estar dentro de la tienda de Laine.

—¿Allana todas las tiendas y los hogares de las mujeres con las que sale?

—Nunca irrumpí en su casa, y es condenadamente elemental, Watson, que quién haya estado en la tienda antes que yo, que quién me noqueó, fuera quien lo hizo. Quiere protegerla, lo entiendo, pero...

—Tiene toda la razón. —Los ojos de chico bueno se endurecieron como carbones—. Es mi amiga. Una buena amiga, y no me gusta que un cabrón de Nueva York se meta con mis amigos.

—Soy un cabrón de Georgia, en realidad. Vivo en Nueva York. Estoy realizando una investigación para un cliente. Una investigación privada.

—Eso es lo que dice, pero no le encontré ninguna licencia.

—Tampoco encontró ninguna billetera —replicó Max— porque quien me noqueó se quedó con ella. Maldita sea, Burger...

—Nada de maldecir en mi despacho.

Desesperado, Max echó la cabeza hacia atrás, y cerró los ojos.

—No pedí un abogado, pero voy a pedirlo, quizá hasta logre verter algunas lágrimas por alguna jodida aspirina.

Vince abrió un cajón y sacó un frasco. Quizá cerró de golpe el cajón por la satisfacción de ver a Max estremecerse, pero se levantó y llenó un vaso de agua.

—Sabe que soy quien digo. —Max agarró las pastillas, las tragó con el agua y rezó porque batiesen récords olímpicos de natación en su torrente sanguíneo—. Ya me investigó. Sabe que soy un investigador privado con licencia. Sabe que solía ser policía. Y mientras está aquí perdiendo el tiempo y gozando al romperme las pelotas, el que estaba en la tienda ha vuelto a su madriguera. Es necesario…

—No querrá decirme lo que tengo de hacer. —La voz fue lo bastante suave para que Max respetara la furia gélida que había bajo ella… sobre todo ya que estaba esposado a una silla—. ¿Le dijo a Laine todo esto? ¿Que acostumbraba ser un policía, que se cambió a privado, y que está trabajando en un caso aquí en Angel’s Gap?

Sólo su suerte, decidió Max, lo había hecho toparse con la versión Norman Rockwell del inflexible policía de pueblo.

—¿Esto es a causa de mi relación con Laine o por estar dentro de la tienda?

—Me da lo mismo. ¿En qué caso está trabajando?

—No le daré ningún detalle hasta que hable con mi cliente.

Y su cliente era poco probable que se alegrara de que hubiera sido arrestado por un resbalón, según los tecnicismos de la ley. No es que él se hubiese resbalado, pero había sido arrestado. Pero eso era otro problema.

—Mire, había alguien en esa tienda cuando entré, y es la misma persona que irrumpió en casa de Laine. Es de Laine de quien tenemos que preocuparnos ahora. Tiene que enviar un ayudante a su casa y asegurarse de que…

—Decirme cómo hacer mi trabajo no me va a hacer sentir más simpatía hacia usted.

—No me importa si quiere invitarme a su fiesta de graduación. Laine necesita protección.

—Usted ha estado haciendo un buen trabajo en eso. —Vince acomodó su peso en el borde de la mesa, como, Max pensó con el corazón encogido, un hombre instalándose para una agradable y larga charla—. Es gracioso cómo aparece usted desde Nueva York justo cuando yo termino con un tipo de Nueva York en la morgue.

—Sí, todavía me estoy riendo por eso. Ocho millones de personas en Nueva York, más o menos —dijo Max con frialdad—. Parece razonable que alguno de ellos se pase por aquí de vez en cuando.

—Supongo que no estoy siendo muy razonable. Esto es lo que veo. Un tipo sale de la tienda de Laine, se asusta y corre hacia la calle, acaba muerto. Usted aparece, persuade a Laine para ir a cenar, y mientras está con usted, la asaltan y destruyen su casa. Antes de que se dé cuenta, usted está dentro de su tienda a las tres y media de la mañana con herramientas de ladrón. ¿Qué estaba buscando, Gannon?

—Paz interior.

—Buena suerte con eso —dijo Vince cuando oyeron la marcha rápida de los pasos por el pasillo.

Laine entró en la habitación. Llevaba un chándal, y el pelo recogido en una cola que dejaba la cara sin enmarcar. Había sombras de falta de sueño en sus ojos, y su mirada desconcertada estaba llena de preocupación.

—¿Qué pasa? Jerry fue a mi casa, me dijo que había problemas en la tienda y que tenía que venir directamente y hablar contigo. ¿Qué tipo de problema?... —Reparó en las esposas y se detuvo en seco cuando las contempló, luego despacio levantó su mirada a la cara de Max—. ¿Qué es eso?

—Laine...

—Va a querer sentarse tranquilo un minuto —Vince advirtió a Max—. Hubo un robo en la tienda —le dijo Vince a Laine—. Hasta donde yo pude ver no hubo ningún daño. Vas a tener que echar un vistazo por ti misma para ver si falta algo.

—Ya entiendo. —Quería sentarse, pero sólo apoyó una mano en el respaldo de una silla—. No, no lo hago. ¿Por qué tienes a Max esposado?

—Recibí una llamada anónima de que había un robo en progreso en la ubicación de tu tienda. Cuando llegué, lo encontré. Dentro. Tenía un buen conjunto de ganzúas en su poder.

Laine tomó aire —inspiró, exhaló— y desplazó su mirada a la cara de Max.

—¿Irrumpiste en mi tienda?

—No. Bueno, sí, técnicamente. Pero después de que lo hiciera otro. Alguien que me golpeó en la cabeza y después llamó para dar el soplo y que me arrestaran.

Ella estudió el vendaje de su sien, pero la preocupación ya se había relajado en sus ojos.

—Eso no explica qué estabas haciendo allí en medio de la noche. —Después de que ella dejara su cama, pensó. Después de haber pasado la noche en su cama.

—Puedo explicarlo. Necesito hablar contigo en privado. Diez minutos. Dame diez minutos.

—Me gustaría oírlo. ¿Puedo hablar con él a solas, Vince?

—Yo no lo recomiendo.

—Soy un investigador privado con licencia. Él lo sabe. —Max señaló con el pulgar a Vince—. Tengo un caso y un cliente, y estoy siguiendo las pistas. No soy libre de decir nada más.

—Entonces nos estaría haciendo perder el tiempo —Vince señaló.

—Diez minutos, Laine.

Investigador. Caso. En el tiempo que le llevó absorber el golpe, añadió a su padre a la mezcla. Dolor, ira y resignación la invadieron como un trío turbio, pero no lo demostró.

—Te agradecería el tiempo, Vince. Es personal.

—Eso es lo que pensé. —Vince se puso de pie—. Como favor hacia ti, entonces. Estaré al otro lado de la puerta. Ten cuidado —agregó a Max—, o vas a tener algunos moretones nuevos que añadir a los viejos.

Max esperó hasta que se cerró la puerta.

—Tienes amigos muy protectores.

—¿Cuánto de los diez minutos quieres perder en observaciones irrelevantes?

—¿Podrías sentarte?

—Podría, pero no lo haré. —Fue hasta la máquina de café de Vince. Tenía que ocupar las manos en algo para no ceder al impulso de abofetear la cara de Max—. ¿A qué juego estás jugando, Max?

—Trabajo para Reliance Insurance y ya me arriesgo mucho diciéndote esto antes de aclararlo con mi cliente.

—¿En serio? Pero asaltar mi tienda después de varias horas de sexo conmigo no es un riesgo que te preocupe, al parecer.

—No sabía. No esperaba... —Joder, pensó—. Puedo pedirte disculpas, pero no habría ninguna diferencia para ti, y no excusaría la manera en que ocurrió.

—Bueno, aquí estamos. —Bebió el café, amargo y negro—. Estamos en la misma página de algo, después de todo.

—Puedes enfadarte conmigo si quieres...

—Qué amable, gracias, creo que lo haré.

—Pero tienes que superarlo. Laine, estás en problemas.

Ella alzó las cejas, y miró deliberadamente las esposas.

—¿Estoy en problemas?

—¿Cuántas personas saben que eres Elaine O'Hara?

No movió ni una pestaña. Él no había esperado que fuera tan buena.

—Debes ser la única, por lo visto. No uso ese nombre. Me lo cambié por el de mi padrastro hace mucho tiempo. Y no veo cómo esto pueda ser de tu incumbencia. —Bebió el café—. ¿Por qué no volvemos a la parte en qué, aproximadamente una hora después de que rodáramos desnudos, fuiste arrestado por irrumpir en mi lugar de trabajo?

La culpa invadió su rostro, pero le hizo sentir un poco de satisfacción.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Con una cabezada, ella dejó el café.

—Con respuestas así, no necesitamos nuestros diez minutos asignados.

—William Young murió en la puerta de tu tienda —dijo Max cuando ella dio un paso hacia la puerta—. Murió, según informes de testigos, casi en tus brazos. Debiste haberlo reconocido.

Su fachada se agrietó minuciosamente, y la pena se abrió paso. Luego se recompuso otra vez.

—Parece más un interrogatorio que una explicación. No estoy interesada en contestar a las preguntas de quien me mintió y me usó. Así que puedes comenzar a decirme lo que estás haciendo aquí y lo que quieres, o voy a traer a Vince de nuevo y vamos a empezar a presentar cargos.

Se tomó un momento. Fue todo lo que necesitó para confirmar en su mente que ella haría eso exactamente. Apartarlo a un lado, cerrar la puerta, alejarse. Era todo lo que necesitaba entender… él abandonaría el trabajo antes de dejar que eso sucediera.

—Irrumpí en tu tienda esta noche para poder limpiarte, para poder informarle a mi cliente esta mañana de que no estabas implicada, y así poder decirte la verdad.

—¿Implicada en qué? ¿La verdad acerca de qué?

—Siéntate un maldito minuto. Estoy cansado de estar estirando el cuello.

Ella se sentó.

—¡Ya está! ¿Contento?

—Hace seis semanas, diamantes evaluados y asegurados por Reliance en veintiocho punto cuatro millones de dólares fueron robados de las oficinas de la International Jewelry Exchange en Nueva York. Dos días después, el cadáver de Jerome Myers, comerciante de gemas con oficinas en ese local, fue encontrado en una obra en construcción de Nueva Jersey. A través de la investigación se ha determinado que este hombre era el intermediario. También se determinó que había una conexión y una asociación con William Young y Jack O'Hara.

—Espera un minuto, espera un minuto. ¿Estás diciendo que crees que mi padre estuvo implicado en un robo por un valor de más de veintiocho millones de dólares? ¿Millones? ¿Que tuvo algo que ver con un asesinato? Lo primero es ridículo, lo segundo imposible. Jack O'Hara soñaba a lo grande, pero es de poca monta. Y nunca hizo daño a nadie, no de esa manera.

—Las cosas cambian.

—No tanto.

—La policía no tienen suficiente para acusar a Jack o a Willy, aunque les encantaría hablar con ellos. Dado que Willy ya no va a hablar con nadie, eso deja a Big Jack. Las compañías de seguros se irritan de verdad cuando tienen que pagar reclamaciones astronómicas.

—Y es ahí donde entras tú.

—Tengo más libertad de movimientos que la policía. Y una cuenta de gastos más grande.

—Y una rentabilidad más grande —añadió ella—. ¿Cuánto es tu parte?

—El cinco por ciento de la cantidad recuperada.

—Así que en este caso, recuperas los veintiocho y tanto, te zampas... —Sus ojos se estrecharon cuando hizo las cuentas—. Un bonito millón, cuatrocientos veinte mil en tu hucha. No está mal.

—Y lo merezco. He dedicado un montón de horas a esto. Sé que Jack y Willy estaban metidos en ello, así como sé que había un tercero.

—¿Yo? —Se habría reído si no hubiera estado tan enojada—. ¿Entonces yo, qué, agarro mi mono y gorra negra, me doy un salto a Nueva York, robó millones de dólares en joyas, corto mi parte, y después vuelvo a casa para alimentar a mi perro?

—No. No es que no estuvieras buena enfundada en un mono. Alex Crew. ¿El nombre te dice algo?

—No.

—Tanto el comerciante como tu padre fueron vistos con él antes del golpe. No es de poca monta, aunque éste sería su trabajo más grande. En aras del tiempo, digamos que no es un buen tipo, y que si te tiene en la mira, estás en problemas.

—¿Por qué habría de tenerme en la mira?

—Porque tú eres la hija de Jack y Willy murió minutos después de hablar contigo. ¿Qué te dijo, Laine?

—No me dijo nada. Por Dios, yo era una niña la última vez que lo vi. No lo reconocí hasta... no sabía quién era cuando entró. Estás persiguiendo la cola equivocada, Max. Jack O'Hara no podría ni empezar a saber cómo organizar o ejecutar un trabajo como éste… y si por algún milagro tomó parte en él, se habría largado con su parte. Es tanto dinero que ni siquiera sabría qué hacer con él.

—¿Entonces por qué estaba Willy aquí? ¿Qué lo asustó? ¿Por qué asaltaron tu casa y tu tienda? Quien entró en tu casa buscaba algo. Probablemente hacían lo mismo, o estaban a punto, cuando los interrumpí en la tienda. Eres demasiado inteligente para no unir los puntos.

—Si yo estoy en la mira de alguien, es porque tú los condujiste a mí. No tengo nada. No he hablado con mi padre desde hace más de cinco años, y no lo veo desde hace más tiempo aún. Me he construido una buena vida aquí, y voy a mantenerla. No voy a dejar que tú, o mi padre o un mítico tercero me la estropee.

Se levantó.

—Voy a sacarte de las esposas y de este lío con Vince. A cambio, me dejas en paz.

—Laine...

—Sólo cállate. —Se pasó la mano por la cara, la primera señal de cansancio—. Rompí mi propia regla y seguí un impulso contigo. Me lo tengo merecido.

Fue hasta a la puerta, y sonrió cansada a Vince.

—Lamento todo este problema. Me gustaría que dejaras ir a Max.

—¿Por qué?

—Ha sido un estúpido malentendido, Vince, y en gran parte por mi culpa. Max trató de convencerme de que necesitaba un mejor sistema de seguridad en la tienda, y yo me obstiné en que no. Tuvimos un pequeño altercado, y él irrumpió en la tienda para demostrar que estaba equivocada.

—Cariño. —Vince levantó una de sus manos grandes y le acarició la mejilla—. Eso es una estupidez.

—Quisiera que no redactaras un informe, si tienes que hacer uno. Y déjalo ir. No vale la pena acusarlo cuando va a utilizar su licencia de investigador, sus clientes ricos y sus abogados caros para sacudírselo de todos modos.

—Necesito saber de qué se trata, Laine.

—Sé que sí. —Los sólidos cimientos de su nueva vida se sacudieron un poco—. Dame un poco de tiempo, quieres, para examinarlo. Estoy tan malditamente cansada ahora mismo, apenas puedo pensar con claridad.

—Está bien. Sea lo que sea, estoy de tu lado.

—Espero que sí.

Salió sin mirar, sin decirle una palabra a Max.

* * *

No iba a desmoronarse. Había trabajado muy duro, había llegado demasiado lejos como para desmoronarse por un hombre bien parecido con un acento sureño de ensueño. Un seductor, pensaba Laine mientras caminaba hacia su casa.

«Sabía que no debía enamorarse de un seductor. ¿Qué era su padre, sino un seductor, un charlatán tramposo?»

Típico, pensó con disgusto. Típico, típico y tan vergonzosamente previsible enamorarse del mismo tipo de hombre. Max Gannon podría mentir y engañar con excusa legal, pero todavía seguía siendo una mentira y un engaño.

Ahora todo por lo que había trabajado estaba en riesgo. Si no era sincera con Vince, nunca confiaría de verdad en ella otra vez. Una vez que confesara... ¿Cómo podría confiar en ella de nuevo?

Estaba jodida de una u otra forma, pensó.

Podía hacer las maletas, seguir adelante, empezar de nuevo. Eso es lo que Big Jack hacía cuando las cosas se ponían difíciles. Que la condenaran si ella hacía lo mismo. Esta era su casa, su lugar, su vida. No iba a renunciar a ella porque un entrometido IP de la gran ciudad llegara y la dejara marcada.

«Y con el corazón destrozado —admitió». Debajo de la ira y de la ansiedad, se le había roto el corazón. Se había permitido ser ella misma con él. Había corrido un gran riesgo, y confiado en él.

La había decepcionado. Los hombres que más le importaban siempre lo hacían.

Se dejó caer en el sofá, lo que causó que Henry volcara su nariz contra el brazo con la esperanza de una buena caricia.

—Ahora no, Henry. Ahora no.

Algo en el tono de su voz lo hizo gemir con lo que parecía ser compasión, antes de dar un par de vueltas y acostarse en el suelo a su lado.

Lección aprendida, se dijo. A partir de ahora el único hombre en su vida era Henry. Y ya era hora de acabar la fiesta de autocompasión y pensar.

Miró el techo.

¿Veintiocho millones en gemas? Ridículo, imposible, hasta risible. ¿El gran y fanfarrón Jack y el dulce e inofensivo Willy llevando a cabo el gran golpe? ¿Millones? ¿Y de un punto de referencia de Nueva York? No había manera de que fuera posible. Al menos no si uno se guiaba por la historia, la habilidad y los antecedentes.

Pero si uno lanzaba lo creíble por la ventana, quedaría lo fantástico.

¿Y si Max tuviera razón? ¿Qué pasaría si lo fantástico había pasado, y tenía razón? A pesar de los años transcurridos sintió una rápida e impredecible emoción ante la posibilidad.

Diamantes. El robo más atractivo. Millones. El número perfecto. Habría sido el trabajo de una vida. La madre de todos los trabajos. Si Jack hubiera...

No, aún no le cabía en la cabeza.

El afecto dentro de ella por su padre, que no moriría, podía hacerla fantasear que él finalmente… finalmente había dado su gran golpe. Pero nada ni nadie podrían convencerla de que Jack O'Hara había tenido alguna participación en un asesinato. Un mentiroso, un estafador, un ladrón con una conciencia muy flexible… de acuerdo, esos atributos le calzaban como un guante. ¿Pero causar daño físico a alguien? No era posible.

Nunca había llevado un arma. El hecho era que tenía fobia a las armas. Todavía recordaba la historia de lo que había ocurrido su primera temporada, antes de que ella naciera. Había atropellado a un gato mientras huía de un allanamiento de morada y no sólo se detuvo para ver el daño, sino que llevó al gato a un veterinario. La policía local descubrió el automóvil —robado, por supuesto— en el estacionamiento.

El gato se recuperó y vivió una vida larga y feliz. Big Jack cumplió de dos a cinco.

No, no habría tomado parte en el asesinato de Jerome Myers.

Pero el estafador podía ser timado, ¿no? ¿Se habría visto envuelto en algo que era más grande y más malo de lo que había creído? ¿Alguien le habría colgado una zanahoria brillante y lo hizo saltar detrás de ella?

Eso lo podía creer.

Por lo tanto había enviado a Willy para decirle algo a ella, o darle algo, pero éste había muerto antes de que pudiera hacerlo.

Pero había tratado de advertirla. «Ahora él sabe donde estás.»

¿Había querido decir Max? ¿Había visto a Max y presa del pánico, había salido corriendo a la calle?

«Esconde el perro»

¿Qué demonios quería decir? ¿Podría Willy haber colocado algún tipo de figura de perro en la tienda? Laine intentó visualizar la tienda después de la visita de Willy. Había arreglado personalmente todas las exhibiciones, y no podía pensar en una sola cosa fuera de lugar. Y ni Jenny ni Angie habían mencionado ningún artículo extraño.

Tal vez había querido decir “bolsa”[13]. Quizás había entendido mal. Uno podría poner gemas en una bolsa. Pero no le había dado una bolsa, y si hubiera tenido una bolsa de gemas escondidas encima, o entre sus cosas, las autoridades la habrían encontrado.

Y todo eso era sólo una estúpida conjetura, basada en la palabra de un hombre que le había mentido.

Soltó un enorme suspiro. ¿Cómo podía pretender defender la honestidad en sus presuntuosas manos cuando ella misma estaba viviendo una mentira?

Tenía que contárselo todo a Vince y a Jenny. Supuso que iba en contra de su aprendizaje de la niñez ofrecer voluntariamente información a un policía, pero podía superarlo. Todo lo que tenía que hacer era encontrar la manera de decírselo.

—Vamos a dar un paseo, Henry.

Las palabras actuaron como un conjuro y entraron en el perro somnoliento, haciéndolo saltar como si sus piernas tuvieran resortes. Saltó todo el camino hasta la puerta principal. Un paseo sacudiría sus telarañas, decidió, le daría tiempo para resolver el mejor modo de decírselo a sus amigos.

Abrió la puerta de entrada para que Henry pudiera salir volando como una bala de cañón. Y vio el coche de Max estacionado al final de su camino de entrada. Estaba detrás del volante, con los ojos protegidos con gafas oscuras. Pero éstos debían haber estado abiertos y enfocados en la casa, ya que salió del coche incluso antes de que ella hubiera cerrado la puerta principal.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Te dije que estás en problemas. Tal vez traje algunos de ellos conmigo, tal vez ya estaban aquí. Pero de cualquier manera, te estoy vigilando, te guste o no.

—Aprendí a cuidar de mí misma al mismo tiempo que aprendí el timo del juego de pepito-paga-doble. Por lo que el único perro guardián que necesito es Henry.

Como Henry estaba intentando trepar a un árbol en busca de una ardilla, Max simplemente echó al perro una mirada torva.

—Estás bromeando.

—Si piensas que vas a cobrar tu cinco por ciento vigilando mi casa, te vas a llevar una decepción.

—No creo que tuvieses algo que ver con aquello. Bueno, sí —añadió cuando ella se mofó y giró para alejarse—. La primera vez que te vi, creí que formabas parte. Te investigué un poco, y las cosas no cuadraban bien, pero dejé de rondarte por cuestiones de trabajo.

—Muchísimas gracias. Si así fue ¿por qué entraste en mi tienda?

—Mi cliente quiere hechos, y no impresiones, aunque me presten una bonita ayuda, en gran parte basándose en mi historial de seguir mi instinto. Recorrí tu casa contigo —dijo cuando ella giró bruscamente su cabeza—. Una mujer que esconde una parte de casi treinta millones en diamantes en el lugar no deja que ningún tipo la ayude a barrer sus suelos y sacar la basura. El siguiente paso era mirar alrededor de la tienda, verificar que no había nada allí que te conectara.

—Te perdiste un paso, Max. Creo que tiene que ver con muchos saltos desnudos en tu cama del hotel.

—Está bien, pongámoslo así. ¿Ves algún halo? —Apuntó hacia lo alto de su cabeza.

Ella sintió una pequeña burbuja que podría haber sido humor en la garganta y se la tragó despiadadamente.

—No —dijo, después de mirarlo estrechamente a los ojos—. Pero espera... ¿son eso pequeños cuernos?

—Está bien, dame un rotundo sí o no. Un hombre abre la puerta de su habitación del hotel a una mujer que se ve increíble, una mujer por quien tiene toda clase de sentimientos pasando por su cabeza… y otras partes del cuerpo. La mujer indica, no, seamos justos, la mujer expone sin reservas que disfrutaría de una noche de contacto físico íntimo. ¿Dime qué tipo le cierra la puerta en la cara?

Ella pasó por un arroyo delgado que corría enérgicamente a causa de las lluvias de primavera.

—No. Ahora contéstame tú a una. Una mujer, al saber que el tipo con quién tuvo ese contacto físico le tendió una trampa, le mintió sobre su objetivo y su interés, ¿tiene derecho a patearle su mentiroso culo maltrecho?

—Claro que sí. —Se quitó las gafas de sol y enganchó unas de las patillas en el bolsillo delantero de sus jeans. Ambos reconocieron el gesto por lo que era.

«Mírame. Tienes que ver lo que estoy diciendo así como oírlo. Porque es importante.»

—Lo tiene, Laine, aun cuando ese interés se torció y cambió a algo con lo que nunca antes había tratado y lo mordió en el culo. Creo que me enamoré de ti anoche.

—Es algo muy fuerte lo que me dices.

—Es algo muy fuerte lo que oyes de mí. Pero lo estoy diciendo. En realidad, creo que caí en algún lugar entre tirar tu basura y pasar la aspiradora a tu sala de estar, entonces giré los brazos en redondo, busqué el equilibrio, y caí de espaldas entre las rondas de contacto físico íntimo.

—¿Y yo por qué debería creerlo?

—No debes. Deberías patearme el culo, sacudirte las manos y alejarte. Espero que no lo hagas.

—Tienes una habilidad para decir lo correcto en el momento adecuado. Esa es una habilidad útil y malditamente sospechosa para mí. —Se volvió un momento, y se frotó los brazos para calentarlos.

—Cuando se trata de trabajo diré lo que tenga que decir para hacerlo. Esto no va de trabajo. Te he hecho daño, y lo siento, pero eso era trabajo. No veo cómo podría haberlo manejado de otra manera.

Ella soltó una risita.

—No, supongo que no.

—Estoy enamorado de ti. Me cayó como un maldito ladrillo en la cabeza, y todavía no puedo ver con claridad. Tampoco sé cómo podría haberlo hecho de otra manera, pero tú tienes todas las cartas, Laine. Puedes acabar la mano, o tirar y marcharte.

Dependía de ella, pensó. ¿No es eso lo que quería? Tomar sus propias decisiones, sus propios riesgos. Pero lo que él no había dicho, y ambos eran lo suficientemente inteligentes como para saberlo, era que tener todas las cartas no significaba que no pudiera perder hasta la camisa.

Tavish reduciría sus pérdidas y se retiraría. Pero O'Hara correría el riesgo de recoger un grande y jugoso bote.

—Pasé la primera parte de mi vida adorando a un hombre que no podía escupir la verdad aunque estuvieran bailando el tango en su lengua. Jack O'Hara.

Tomó aire.

—Simplemente no vale una mierda, pero, Jesús, te hace creer que hay una olla de oro al final del arco iris. Te hace creerlo porque él lo cree.

Bajó las manos, se volvió hacia Max.

—Me pasé la siguiente parte con una mujer que estaba intentando librarse de él. Tratándolo más por mí que por ella, lo que tardé un tiempo en comprender. Finalmente lo logró. La parte siguiente la pasé con un hombre muy decente a quien quiero muchísimo ocupando el lugar de mi padre. Un hombre bueno y cariñoso que nunca podrá conmover mi corazón como aquél mentiroso nato puede. No sé lo que dice eso de mí. Pero he pasado la última parte de mi vida intentando ser responsable, normal y tranquila. Hice un buen trabajo. Y tú me lo has estropeado, Max.

—Lo sé.

—Si me mientes una vez más, no me molestaré en patearte el culo. Sólo voy a sacudirme las manos y me iré.

—Es justo.

—No tengo los diamantes que estás buscando, y no sé nada de ellos. No sé dónde está mi padre, cómo comunicarse con él o por qué Willy vino a verme.

—Está bien.

—Pero si lo descubro, y si eso te lleva a tu cinco por ciento, quiero la mitad.

La contempló un minuto, luego una sonrisa se expandió despacio sobre su cara.

—Sí, condenadamente seguro que me enamoré de ti.

—Ya lo veremos. Puedes entrar. Tengo que llamar a Vince y a Jenny, y pedirles que vengan para confesarles mis pecados. Luego veremos si todavía tengo amigos y un lugar en esta ciudad.