Capítulo Nueve

Fue su turno de despertar con una manta encima. Como era su costumbre, despertó de la misma forma en que se durmió. Rápida y completamente.

Miró el reloj y se estremeció cuando vio que llevaba dos horas siendo un peso muerto. Sin embargo, aún faltaba para las siete, había esperado haber vuelto a la normalidad antes de que Laine volviera.

Salió de la cama, se tomó un par de píldoras más para el persistente dolor de cabeza y luego bajó a encontrase con ella.

Estaba a unos pasos de la cocina cuando el aroma extendió la mano, sus dedos seductores le cautivaron los sentidos y lo atrajo el resto del camino.

¿Y no era la cosa más condenadamente bonita? pensó él, parada allí con su blusa y pantalones limpios y un paño enganchado en la pretina mientras revolvía algo que hervía a fuego lento en una cacerola en la cocina. Estaba usando una cuchara de mango largo de madera, manteniendo el ritmo con ella y sus caderas al compás que rebotaba de un mini reproductor de CD en el mostrador.

Reconoció a Marshall Tucker y percibió que encajarían bastante bien en el tema de la música.

El perro estaba tendido en el suelo, mordiendo un rollo de cuerda que había tenido considerable acción por lo que se veía. Había alegres narcisos amarillos en un jarrón azul moteado sobre la mesa. Una serie de verduras frescas agrupada al lado de una plancha para cortar en el mostrador.

Nunca había sido mucho de escenas hogareñas… o eso había creído. Pero ésta lo golpeó en pleno centro. Un hombre, decidió, podía tropezarse con ella los próximos cuarenta o cincuenta años y sentirse muy bien al respecto.

Henry golpeó con la cola dos veces y se levantó para hacer cabriolas y golpear la cuerda mutilada contra el muslo de Max.

Golpeando la cuchara en el costado de la olla, Laine se volvió y miró.

—¿Dormiste bien?

—Sí, pero despertar es incluso mejor. —Para aplacar a Henry, se agachó para darle un tirón de la cuerda, y se vio en un enérgico juego de tira y afloja.

—Ahora la has hecho buena. Puede seguir durante días.

Max arrancó la cuerda, y efectuó un lanzamiento bajo y fuerte por el pasillo. A continuación, arañando por el suelo de madera, Henry salió en una loca persecución.

—Llegaste más temprano de lo que esperaba.

Lo vio caminar hacia ella, e irguió las cejas mientras maniobraba a su alrededor hasta que su espalda estuvo contra el mostrador. Puso una mano a cada lado, enjaulándola, luego se inclinó y se puso a trabajar en su boca.

Ella comenzó a anclar las manos en las caderas, pero las dejó caer. En cambio empezó a derretirse, su cuerpo resplandeciente bajo el asalto perezoso. Su pulso se aceleró, su cerebro se trabó. Cuando logró abrir los ojos, él se había echado atrás y le sonreía.

—Hola, Laine.

—Hola, Max.

Sin dejar de mirarla, se agachó para darle otro tirón alegremente a la cuerda que Henry había vuelto a traer.

—Algo huele muy bien. —Se inclinó para olerle el cuello—. Además de ti.

—Pensé que podríamos comer un poco de pollo con fettuccine en salsa de crema.

Él miró la olla y la salsa cremosa que se cocía a fuego lento.

—No estás jugando conmigo, ¿verdad?

—Vaya, sí, pero no con eso. Hay una botella de pinot noir enfriándose en el frigorífico. Podrías abrirla y servirnos una copa.

—Puedo hacerlo. —Retrocedió, fue a por otra ronda con Henry, ganó la cuerda y la arrojó de nuevo—. De verdad cocinas —dijo mientras sacaba el vino.

—Me gusta cocinar de vez en cuando. Dado que sólo soy yo la mayor parte del tiempo, no me molesto en liarme mucho. Esto es un cambio agradable.

—Me alegro de poder ayudar. —Agarró el sacacorchos que ella le dio y estudió el cerdo de plata montado en la parte superior—. Los coleccionas.

—Sólo una de esas cosas. —Colocó dos copas de vino en tonos ámbar sobre el mostrador. Le gustaba ver la manera en que él cambiaba entre los deberes de sommelier y jugar con el perro. Para darle un descanso, se puso en cuclillas para sacar una lata de una alacena de metal.

—¡Henry! ¡Quieres un regalo!

El perro abandonó la cuerda de inmediato para instantáneamente ponerse a saltar, a temblar y ladrar como loco. Max podría haber jurado que vio lágrimas de desesperación en los ojos del perro cuando Laine le mostró una galleta Milk-Bone.

—Sólo los buenos perros consiguen un regalo —dijo con recato, y Henry se dejó caer de culo en el suelo y se estremeció por el esfuerzo de controlarse. Cuando le lanzó la galleta, Henry cortó el aire como un exterior veterano dispuesto a atrapar un batazo corto. Corrió con ella como un ladrón.

—¿Le echas coca?

—Su nombre es Henry, y es un adicto a los Milk-Bone. Eso lo mantendrá ocupado durante cinco minutos. —Sacó una sartén—. Tengo que saltear el pollo.

—Saltear el pollo. —Gimió—. Oh, cielos.

—Realmente eres fácil.

—Eso no me ofende. —Esperó a que ella sacara un paquete de pechugas de pollo del frigorífico y empezara a cortarlas en tiras—. ¿Puedes hablar y hacer eso?

—Sí. Soy muy hábil.

—Estupendo. Entonces, ¿qué tal fue el negocio?

Agarró la copa que él había dejado a su lado y dio un sorbo.

—¿Quieres saber cómo fueron las cosas hoy en el mundo de la venta al por menor, o si vi algo sospechoso?

—Las dos cosas.

—Hoy nos fue muy bien, como suele suceder. Vendí un aparador Sheraton muy bonito, entre otras cosas. No parece que nada en la tienda, o en mi oficina o el almacén fuera perturbado… a excepción de un poco de sangre en el suelo de la habitación del fondo, que asumo es tuya. —Roció aceite en la sartén y lo miró—. ¿Y tu cabeza?

—Mejor.

—Excelente. Y no vi a nadie sospechoso aparte de a la señora Franquist, que va una o dos veces al mes a criticar los precios. ¿Y tu día?

—Ocupado, hasta a la hora de la siesta. —La puso al tanto mientras ella echaba las tiras de pollo en el aceite y empezaba a preparar la ensalada.

—Supongo que debe haber muchos días así, en que vas haciendo muchas preguntas y en realidad no consigues ninguna respuesta.

—Un no sigue siendo una respuesta.

—Supongo que sí. ¿Por qué un buen chico de Savannah va a Nueva York para ser detective privado?

—Primero decide ser policía porque le gusta resolver cosas y hacerlas bien. Por lo menos tan bien como se pueden hacer. Pero no es una buena opción. No juega bien en equipo.

Sonrió un poco y volvió a la ensalada.

—¿No?

—No tanto. Y tantas reglas, empiezan a picar. Como un cuello demasiado apretado. Resuelve que lo que realmente le gusta hacer es mirar debajo de las piedras, pero le gusta elegir las piedras. Para hacer eso, tiene que hacerse privado. Para hacer eso y vivir bien... Me gusta vivir bien, dicho sea de paso.

—Naturalmente. —Echó un poco de vino en el pollo, bajó el gas y tapó la cacerola.

—Así que para vivir bien, tienes que ser bueno en escoger las piedras, y encontrar a personas que viven aún mejor que tú, que te paguen para que fisgonees en los asuntos desagradables pasando por debajo de ellos. —Agarró un trozo de zanahoria—. El muchacho del sur se muda al norte, los yanquis buena parte del tiempo se imaginan que se mueve despacio, que piensa despacio, que actúa despacio.

Laine levantó la vista de la ensalada que estaba revolviendo en un pequeño tazón de acero inoxidable.

—Grave error.

—Exacto, y mi ventaja. Sea como sea, me interesé por la seguridad informática… trabajo cibernético. Casi fui por ese camino, pero no se saca bastante. Así que agregué mi talento a la mezcla. A Reliance le gustó mi trabajo y me puso en nómina. Nos va bastante bien el uno con el otro en todo.

—¿Tus talentos se extienden a poner la mesa?

—Una habilidad que aprendí en las rodillas de mi madre.

—Los platos están ahí, los cubiertos allí y las servilletas en ese cajón.

—Tomo nota.

Puso agua para la pasta mientras él se ocupaba. Después de verificar el pollo y ajustar el calor, Laine recogió su copa otra vez.

—Max, he pensado mucho en esto durante el día.

—Supuse que lo harías.

—Creo que te portarás bien con mi padre por un par de razones. Te interesas por mí, y él no es tu objetivo. Recuperar las piedras sí lo es.

—Esas son dos razones.

—Y hay otra. Eres un buen hombre. No brillante y lustroso —dijo cuando se detuvo para mirarla—. Lo que sería simplemente irritante para una persona como yo, pues estaría siempre viendo mi propio reflejo rebotando en alguien así, y siempre me quedaría con las ganas. Pero un buen hombre, que quizás doble la verdad cuando le conviene, pero cumple su palabra cuando la da. Tranquiliza mi mente en muchos niveles saber eso.

—No voy a hacerte una promesa que no pueda cumplir.

—Ves, acabas de decir lo correcto.

Y

Mientras Laine y Max comían pasta en la cocina, Alex Crew cenaba un filete poco hecho acompañado de un cabernet decente en la cabaña rústica que había alquilado en el parque estatal.

No le importaba lo rústico, pero le hacía apreciar la privacidad. Sus habitaciones en el Wayfarer en Angel’s Gap habían llegado a ser de repente demasiado calientes para convenirle.

Maxfield Gannon, pensó, estudiando la licencia de detective de Max mientras comía. Era un agente libre en busca de una recompensa, o un trabajador privado de la compañía de seguros. De cualquier manera, el hombre era un fastidio.

Matarlo habría sido un error… aunque había sufrido un tentador y satisfactorio momento considerándolo mientras vigilaba al detective inconsciente, furioso por la interrupción.

Pero hasta una palurda fuerza de policía como ésta, que protegía torpemente aquél pequeño y lastimoso pueblo, se cabrearía ante un asesinato. Mejor para sus fines si continuaban vagando poniendo multas por estacionamiento indebido y provocando a la juventud local.

Mejor, reflexionó mientras bebía vino, y más fácil haberle quitado la identificación a ese fastidio y haber hecho una llamada anónima. Le gustaba pensar en este Maxfield Gannon tratando de explicarle a la ley local sencillamente qué había estado haciendo dentro de una tienda cerrada a las tres y media de la mañana. Debía haber arreglado las cosas bien para que el incidente le diera algún tiempo. Y sin duda había enviado un mensaje muy claro a Jack O'Hara a través de su hija.

Pero era molesto igualmente. No había podido tomarse el tiempo para registrar el local, y había tenido que cambiar de alojamiento. Eso era muy incómodo.

Sacó una pequeña libreta encuadernada en piel e hizo una lista de esos débitos adicionales. Cuándo diera con O' Hara —y por supuesto que lo haría— quería poder detallar todas esas ofensas claramente mientras lo torturaba para sacarle la localización del resto de los diamantes.

Por la manera en que la lista aumentaba, iba a hacer sufrir bastante a O'Hara. Era algo que anhelar.

Podría añadir a la hija de O'Hara y al IP a su lista de pagos pendientes también. Era un bono, desde el punto de vista general, para un hombre que equiparaba infligir dolor con el poder.

Fue rápido y misericordioso con Myers, el codicioso y estúpido comprador de gemas que había empleado como hombre de dentro. Pero luego Myers no había hecho más que ser lo suficientemente estúpido como para creer que tenía derecho a una cuarta parte. Y lo bastante codicioso como para reunirse con él a solas, en una obra en construcción cerrada, en medio de la noche, cuando le prometió una parte mayor.

Realmente el hombre no merecía vivir, si uno lo pensaba.

En cualquier caso, era un cabo suelto que tenía que ser cortado. El rastro lo habría llevado a él finalmente. Se habría jactado con alguien, o habría tirado el dinero, derrochándolo en coches o mujeres chabacanas, o Dios sabe qué clase de gente consideraba deseable.

Había gimoteado, suplicado y llorado como un bebé cuando Crew le apuntó el arma a la cabeza. Una exhibición de mal gusto, en realidad, pero ¿qué se podía esperar?

También le había entregado la llave de la taquilla del buzón donde había escondido la muñeca Raggedy Andy[15] con una bolsa de gemas en su vientre.

Un genio realmente, tenía que concederle el crédito a O'Hara por ese pequeño toque. Esconder gemas del valor de millones de dólares en un objeto inocuo, objeto que nadie miraría dos veces. Así, cuando sonase la alarma, cuando el edificio se cerrase, cuando pulularan los policías, nadie pensaría que todas esas joyas aún estarían dentro, metidas en una cosa tan inocente como la muñeca de una niña. Después era sólo cuestión de recuperar lo extraordinario dentro de lo ordinario mientras la búsqueda continuaba en otras partes.

Sí, podía concederle el crédito a Jack por ese divertido detalle, pero eso no anulaba todos los débitos.

Apenas se podía confiar en que mantuvieran los millones de dólares en joyas durante el año que habían acordado. ¿Cómo podía confiar en que los ladrones mantuvieran su palabra?

Después de todo, él no había tenido intención de mantener la suya.

Además, lo quería todo. Siempre tuvo la intención de quedarse con todo. Los demás habían sido simples herramientas. Cuando una herramienta había cumplido su propósito, uno la desechaba. Mejor, la destruía.

Pero lo habían engañado, se le habían escurrido entre los dedos y se habían llevado la mitad del premio con ellos. Y le habían costado semanas de tiempo y esfuerzo. Tuvo que preocuparse de que no fuesen capturados en una de las ridículas estafas que a Big Jack tanto le gustaban, y acabasen por confesar el robo y perder la mitad de su propiedad.

Deberían estar muertos. El hecho de que uno de ellos siguiera viviendo, respirando, caminando, ocultándose, era un insulto personal. Él nunca toleraba los insultos.

Su plan había sido sencillo y limpio. Myers primero, estilo ejecución para hacerlo parecer como si una de sus deudas de juego lo había alcanzado. Luego O'Hara y Young, esos idiotas incompetentes. Deberían haber estado donde él les había dicho que fueran, pero eran demasiado estúpidos para seguir instrucciones.

Si lo hubiesen hecho, habría contactado con ellos como había planeado, habría plantado las semillas de preocupación sobre la muerte de Myers y organizado una reunión en un lugar tranquilo y aislado, no muy diferente a donde cenaba ahora.

Allí, podría haberse encargado de ellos con un mínimo de esfuerzo, ya que ninguno tenía siquiera estómago para llevar un arma. Habría dejado suficientes pruebas para vincularlos con el trabajo de Nueva York, y montado la escena para que pareciera, incluso al policía más idiota, una pelea entre ladrones.

Pero ellos habían escapado sin dejar rastro. Hundido su cuidadosa planificación tratando de pasar a la clandestinidad. Más de un mes, le había costado más de un mes rastrear finalmente y seguir la pista de Willy de vuelta a Nueva York, sólo para perderlo por centímetros y verse obligado a invertir más tiempo, más esfuerzo, más dinero para perseguirlo hasta Maryland.

Para luego perderlo por un accidente de tráfico.

Sacudiendo la cabeza, Crew cortó otro trozo de carne poco hecha. Ahora nunca podría cobrar directamente a Willy, por lo que la cuenta se transferiría a Big Jack… y a los demás.

Cómo hacerlo era el tema, las posibilidades lo entretuvieron el resto de su comida.

¿Iría directamente tras la chica en ese punto, sacándole la ubicación de su padre y el paradero de las joyas? Pero si Willy había muerto antes de darle toda la información, sería un esfuerzo inútil.

Luego había que tomar en consideración a Maxfield Gannon. Sería sensato investigar un poco, averiguar qué clase de hombre era. Susceptible al soborno, ¿quizá? Obviamente, sabía algo sobre la chica o no habría entrado a escondidas en su tienda.

O, y la idea lo golpeó como una flecha en el corazón, ella ya había hecho un trato con Gannon. Y eso sería muy malo, pensó golpeando el puño sobre la mesa una y otra vez. Eso sería muy malo para todos los involucrados.

Alex no iba a conformarse con la mitad. No era aceptable. Por lo tanto, iba a encontrar una manera de recuperar el resto de su propiedad.

La chica era la llave. Que ella lo supiera o no, era impreciso. Pero había un hecho sencillo: Era la hija de Jack, y la niña de sus ojos ladrones.

Era el cebo.

Teniendo en cuenta eso, se echó hacia atrás, se secó pulcramente la boca con la servilleta. En realidad, la comida era mejor allí de lo que se podría pensar, y el silencio era tranquilizador.

Tranquilo. Privado. Un buen refugio en el bosque. Empezó a sonreír mientras se consentía otra copa de vino. Tranquilidad y privacidad, sin vecinos molestos cerca para que interviniesen si uno iba a tener una discusión con... socios. Una discusión que quizás llegase a ser un poco acalorada.

Miró alrededor de la cabaña, la oscuridad campestre que presionaba las ventanas.

Se podría hacer muy bien, pensó. Se podría hacer muy bien de verdad.

Y

Fue muy extraño despertar con un hombre en su cama. Por un lado, un hombre ocupaba espacio, y por otro, ella no estaba acostumbrada a preocuparse por el aspecto que tenía en el momento en que abría los ojos por la mañana.

Supuso que superaría la última parte si seguía despertándose con ese hombre en la cama durante mucho tiempo. Y siempre podía conseguirse una cama más grande para compensar la primera parte.

La pregunta era, ¿cómo se sentía sobre compartir su cama, y no sólo era una metáfora de su vida, con este hombre por cualquier plazo de tiempo? No había tenido tiempo para pensar en ello, no habían tenido tiempo, se corrigió.

Cerró los ojos e intentó imaginarse dentro de un mes. El jardín estaría floreciendo, y ella estaría pensando en ropa de verano, en sacar sus muebles de exterior del cobertizo. Henry acudiría a su cita anual con el veterinario.

Y estaría planificando la fiesta de bebé de Jenny.

Laine abrió un ojo, miró a Max.

Todavía estaba allí. Tenía la cara aplastada contra la almohada, con el pelo todo mono y revuelto.

Por lo tanto, se sentía muy bien con respecto a tenerlo ahí dentro de un mes.

«Intenta seis meses. —Cerró los ojos de nuevo y programó.»

El Día de Acción de Gracias estaría próximo. Con su habitual forma organizada, no le importaba lo que dijera Jenny, no era obsesivo ni vergonzoso, habría terminado sus compras de Navidad. Estaría organizando las fiestas navideñas, y cómo decoraría la tienda y la casa.

Ordenaría una carga de leña y disfrutaría encendiendo la chimenea todas las noches. Tendría algunas botellas de buen champán para que ella y Max pudieran...

Uh-oh, ahí estaba él.

Abrió los ojos ahora y lo estudió. Sí, allí estaba él. Apareciendo hasta en sus pequeños planes, tumbado allí a su lado durmiendo, mientras que Henry, su pre-alarma, estaba empezando a moverse.

Tuvo el presentimiento de que si agregaba seis meses a esa proyección y un año, todavía estaría allí.

Él abrió los ojos, un destello rápido de ese color castaño leonado, y ella soltó un aullido de sorpresa.

—Te percibí mirándome.

—No miraba. Pensaba.

—También percibí eso.

Su brazo salió disparado y la rodeó. Sintió un pequeño e insensato temblor de emoción en el vientre ante la facilidad con que tiró de ella y la puso debajo.

—Tengo que dejar salir a Henry.

—Puede esperar un minuto. —Su boca tomó la suya, por lo que el temblor pasó a un latido.

—Somos criaturas de hábitos. —Se quedó sin aliento—. Henry y yo.

—Las criaturas de hábitos siempre deben estar dispuestas a desarrollar otro hábito. —Acarició con la nariz el cuello donde su pulso latía con fuerza—. Eres toda cálida y suave por la mañana.

—Me estoy volviendo más tibia y más suave conforme pasan los minutos.

Los labios de él se curvaron contra su piel, luego levantó la cabeza para mirarla a los ojos.

—Vamos a ver eso.

Puso las manos bajo las caderas y se las levantó. Y se deslizó dentro de ella. Esos ojos azules brillantes se enturbiaron.

—Oh sí. —La observó, la observó a la pálida luz de la mañana mientras la acariciaba—. Tienes toda la razón.

* * *

Henry gimoteó y plantó sus patas delanteras en el costado de la cama. Inclinó la cabeza como tratando de averiguar por qué los dos humanos todavía estaban allí con los ojos cerrados, cuando había pasado el tiempo de dejarlo salir.

Ladró una vez. Un evidente signo de interrogación.

—Está bien, Henry, sólo un minuto.

Max pasó las yemas de los dedos sobre el brazo Laine.

—¿Quieres que lo haga yo?

—Ya lo hiciste. Gracias.

—Ja, ja. ¿Quieres que saque al perro?

—No, tenemos nuestra pequeña rutina.

Se levantó de la cama, y Henry corrió a la puerta del dormitorio, volvió corriendo, y empezó a bailar mientras ella sacaba la bata del armario.

—¿La rutina incluye café? —preguntó Max.

—No hay rutina sin café.

—Alabado sea Dios. Voy a darme una ducha y después bajo.

—Tómate tu tiempo. ¿Estás seguro de que deseas salir, Henry? ¿Estás absolutamente, positivamente seguro?

Por el tono y la reacción maníaca del perro, Max imaginó que la comedia era parte del ritual de la mañana. Le gustaba oír el galope del perro subiendo y bajando la escalera mientras Laine reía a carcajadas.

Sonrió todo el camino a la ducha.

Allá abajo, con Henry rebotando en las cuatro patas, Laine abrió la puerta del lavadero. Por rutina, abrió la puerta exterior, de modo Henry pudiera atravesarla volando en lugar de contornearse a través de la gatera, y así podía respirar el aire fresco de la mañana.

Admiró sus bulbos de primavera, se agachó para oler los jacintos que había plantado en púrpura y rosa. Con los brazos cruzados, se quedó allí y observó a Henry hacer su circuito matinal, levantando la pata en cada árbol del patio trasero. Finalmente, saldría a correr por el bosque, lo sabía, para ver si podía asustar a unas cuantas ardillas y molestar algunos ciervos. Pero esa pequeña aventura esperaría hasta que hubiera marcado escrupulosamente su perímetro.

Escuchó el gorjeo de los pájaros y el bullir de su animado riachuelo. Estaba todavía caliente de Max, todavía caliente por él, y se preguntó cómo alguien podía tener una sola preocupación en una mañana tan perfecta y pacífica.

Retrocedió y cerró la puerta exterior. Y estaba empezando a tararear cuando volvió a la cocina.

Salió de detrás de la puerta y se le disparó el corazón a la garganta. Estaba abriendo la boca para gritar cuando él se llevó un dedo de advertencia a los labios y el sonido se perdió en la distancia.