Laine tamborileaba los dedos en el volante mientras sentada en su coche estacionado en su propia vereda estudiaba el Chevy verde oscuro.
—Sabes, preciosa, tu madre ponía esa mirada en su cara cuando... —Jack calló cuando ella volvió la cabeza lentamente y lo miró fijamente—. Ésa también.
—Robaste un coche.
—Lo considero más una situación de préstamo y arrendamiento.
—¿Levantaste un coche y lo trajiste hasta mi casa?
—¿Qué iba a hacer? ¿Autostop? Sé razonable, Lainie.
—Disculpa. Puedo ver lo irrazonable que soy por oponerme a que mi padre cometa el robo de un coche en mi propio patio trasero. Debería darme vergüenza.
—No seas quisquillosa —refunfuñó él.
—Irrazonable y quisquillosa. Bien, dame una paliza. Vas a llevar el coche de vuelta adonde lo encontraste.
—Pero...
—No, no. —Se puso la cabeza entre las manos y apretó las sienes—. Es demasiado tarde para eso. Te atraparán, irás a la cárcel, y voy a tener que explicar por qué mi padre piensa que es perfectamente válido robar un coche. Vamos a dejarlo a un lado de la carretera en alguna parte. No aquí. En algún lugar. Dios.
Preocupado por el tono de su voz, Henry metió la cabeza en el asiento delantero para lamerle la oreja.
—Está bien. No pasa nada. Dejaremos el coche fuera de la ciudad. —Respiró hondo y se enderezó—. Sin delito no hay castigo.
—Si no tengo el coche, ¿cómo demonios voy a ir a Nueva Jersey? Vamos a considerarlo, Lainie. Tengo que ir a Atlantic City, a la taquilla, obtener los diamantes y traerlos de vuelta. Eso es lo que quieres, ¿no?
—Sí, eso es lo que quiero.
—Estoy haciendo esto por ti, cariño, en contra de mi mejor juicio, porque es lo que quieres. Lo que mi niña quiere está primero. Pero no puedo ir caminando hasta Atlantic City y volver ¿verdad?
Conocía aquel tono. Usándolo, Jack O'Hara podría vender agua de pantano embotellada en una tienda de campaña junto a un reluciente riachuelo de montaña.
—Hay aviones, trenes, y jodidos autobuses.
—No maldigas delante de tu padre —dijo él suavemente—. Y en realidad no esperas que viaje en autobús.
—Por supuesto que no. Claro que no. No voy a ponerme quisquillosa e irracional de nuevo. Puedes llevarte mi coche. Prestado —se corrigió rápidamente—. Puedes tomar mi coche prestado hoy. No lo necesitaré de todos modos. Estaré ocupada en el trabajo, golpeándome la cabeza contra la pared para tratar de encontrar mi cerebro.
—Si así lo deseas, cariño.
Levantó los ojos al cielo.
—Todavía no puedo creer que hayas dejado millones de dólares en diamantes en una taquilla de alquiler, y luego enviaras a Willy aquí con varios millones más.
—Tuvimos que movernos rápido. Jesús, Laine, acabábamos de averiguar que Crew mató a Myers. Seríamos los siguientes. Escondí mi parte y desaparecí. Se suponía que el bastardo de Crew vendría tras de mí. Casi le dibujé un maldito mapa. El alijo estaba a salvo. Willy traía la otra parte aquí, luego regresaría por el resto mientras Crew me seguía a mil kilómetros de distancia. Iba a ser nuestro dinero para usar en el viaje, nuestro cojín.
«Para vivir como reyes —pensó Jack— en esa bonita playa.»
—Nunca imaginé que Crew te localizaría. Yo nunca te causaría problemas, nena. Se suponía que Crew me perseguiría.
—¿Y si te hubiese alcanzado?
Jack sonrió.
—No iba a dejar que me echara el guante. Aún me sé mover, Lainie.
—Sí, aún te sabes mover.
—Sólo estaba comprándole tiempo a Willy. Él iría a México, liquidaría la primera parte del monto. Nos encontraríamos, despegaríamos, y con tanto respaldo nos esconderíamos cómodamente hasta que pasara el calor.
—Entonces, volveríais a recoger el resto de mí.
—Dos, tres años más tarde tal vez. Luego veríamos.
—¿Tú y Willy teníais las llaves de la taquilla en AC?
—En nadie en el mundo confié como en Willy. Excepto en ti, Lainie —añadió, dándole palmaditas en la rodilla—. La policía la tiene ahora. —Frunció los labios ante la idea—. Les llevará un tiempo rastrearla, si es que lo hacen.
—Max la tiene ahora. Yo la saqué del llavero de Willy. Se la di a él.
—¿Cómo es qué...? —La irritación dio paso a la emoción—. La robaste.
—Es una forma de decirlo. Pero si lo vas a comparar con levantar coches, ni comiences. Es completamente diferente.
—Lo hiciste justo debajo de sus narices, ¿no?
Le temblaron los labios.
—Quizá.
Él le dio un pequeño codazo.
—Todavía sabes moverte también.
—Aparentemente. Pero no quiero.
—¿No quieres saber cómo lo llevamos a cabo?
—He entendido la mayor parte. Tu hombre dentro lleva los topos, el perro, la muñeca, etcétera, a su oficina. Cosas inocuas, ¿quién les prestaría atención? Están a la vista. El envío o el embarque entran, él los sustituye, o algunos de ellos, con falsificaciones. Mete un cuarto de la parte en cada uno de los cuatro topos. Y allí se quedan.
—Myers sudó aquella parte. Era codicioso, pero no tenía nervios de acero.
—Hum. No podías esperar mucho tiempo, o él se rajaría. Y no confiabas mucho en él. Un par de días como máximo. Él mismo da la alarma sobre las falsificaciones, lo que le ayuda a cubrirse el culo. La policía cae en picado y se inicia la investigación. Los topos desaparecen bajo la nariz de toda la gente.
—Cada uno de nosotros tomó uno. El hecho es que me hice pasar por agente de seguros, entré en la oficina de Myers mientras todo el mundo pululaba por ahí, y salí con mi parte en mi maletín. Fue hermoso.
Le sonrió.
—Willy y yo almorzamos a un par de manzanas de allí, en el TGI Fridays, después de la retirada, con catorce millones calentando mis bolsillos. Comí nachos. No estaban malos.
Laine se movió en su asiento para quedar cara a cara.
—No voy a decirte que no fue un gran golpe. Tampoco voy a fingir que no entiendo la adrenalina. Pero confío en ti, papá. Confío en que cumplas tu promesa. Necesito esta vida. La necesito aún más de lo que tú necesitas la adrenalina. No me la eches a perder.
—Voy a arreglar todo. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Sólo espera y verás.
Lo vio pasear tranquilamente hasta al coche robado. «Uno por cada minuto — pensó.»
—No me conviertas en uno de ellos, papá —murmuró.
* * *
Hizo que Jack la dejara en el parque con Henry, y esperó que aún fuese lo bastante temprano para que nadie que la conociera estuviese por ahí para comentar sobre el extraño que se iba en su coche.
Dio a Henry media hora para retozar, rodar y perseguir a las ardillas de la ciudad.
Después sacó el teléfono y llamó a Max.
—Gannon.
—Tavish.
—Hola, cariño. ¿Qué pasa?
—Yo... ¿estás en el aeropuerto?
—Sí, acabamos de aterrizar en Nueva York.
—Creí que debía decírtelo, mi padre vino a verme esta mañana.
—¿Y?
Ella oyó la frialdad en su tono, y se estremeció. No valía la pena mencionar el tipo de transporte de su padre esa mañana.
—Resolvimos algunas cosas, Max, y arreglamos otras. Va de camino a buscar su parte de los diamantes. Va a dármelos, para que yo pueda dártelos, y tú... bien, etcétera.
—¿Dónde están, Laine?
—Antes de llegar a eso, quiero que sepas que entiende que la jodió.
—Ah, ¿qué entiende él que jodió?
—Max. —Se inclinó para agarrar la rama que Henry le dejó a lo pies. Tuvo que lanzarla como una jabalina, pero el perro echó a correr fuera de sí de alegría—. Les entró el pánico. Cuando supieron de la muerte de Myers, les entró el pánico. Era un mal plan, no hay duda, pero fue un impulso. Mi padre no se dio cuenta de que Crew sabía de mí, mucho menos que vendría aquí. Sólo pensó que Willy podría darme la estatuilla, y yo la enterraría durante unos años mientras ellos... —se calló al percibir cómo sonaría el resto.
—Mientras ellos reducían la parte restante de las gemas robadas y vivían a cuerpo de rey.
—Más o menos. Pero la cuestión es que estuvo de acuerdo en renunciar a ellas. Va a buscarlas.
—¿Adónde?
—Una taquilla en Atlantic City. Mail box, Etc. Está conduciendo hacia allá ahora. El viaje de ida y vuelta le llevará la mayor parte del día, pero…
—¿Conduciendo qué?
Ella carraspeó.
—Le presté mi coche, tuve que hacerlo. Sé que no confías en él, Max, pero es mi padre. Tengo que confiar en él.
—Está bien.
—¿Eso es todo?
—Tu padre es tu padre, Laine. Hiciste lo que tenías que hacer. Pero no, yo no tengo que confiar en él, y no voy a quedar en estado de shock cuando nos enteremos de que está viviendo en una bonita casa en Barcelona.
—Él tampoco confía en ti. Cree que vas camino a Martinica.
—A Saint Bart, quizá, me gusta más Saint Bart. —Hubo una pausa—. Estás justo en medio de todo esto, ¿no?
—Suerte la mía la de amaros a vosotros dos. —Oyó el cambio en el ruido de fondo y percibió que había salido de la terminal—. Supongo que debes tomar un taxi.
—Sí.
—Será mejor que te deje. Nos vemos cuando vuelvas.
—Cuento con ello. Te amo, Laine.
—Es bueno oír eso. Yo también te amo. Adiós.
Mientras caminaba, Max se metió el móvil en el bolsillo y miró la hora antes de dirigirse a la parada de taxis. Dependiendo del tráfico, podía despachar la parte de Nueva York en un par de horas. Según sus cálculos, podía hacer un desvío a Atlantic City sin grandes problemas.
Si Laine iba a estar atrapada en medio, iba a asegurarse de que no quedaba apretujada.
* * *
Laine caminó desde el parque hacia Market Street con Henry haciendo todo lo posible por girar la cabeza ciento ochenta grados para masticar la correa odiada.
—Las reglas son las reglas, Henry. Por extraño que pueda parecer, casi me lo hice tatuar en el culo hace un par de semanas. —Cuando la respuesta de él fue caer al suelo sobre el vientre y gemir, se agachó hasta que estuvieron nariz con hocico—. Oye, amigo. Hay una ley sobre las correas en esta ciudad. Si no puedes manejarlo y comportarte con dignidad, no irás más a jugar en el parque.
—¿Estás teniendo algún problemas?
Dio un salto, y se encogió cuando sintió la ola de culpa que la asoló, mientras miraba la cara ancha y amigable de Vince.
—No le gusta la correa.
—Entonces va a tener que hablar con el ayuntamiento. Vamos, Henry, tengo parte de un donut destinado a ti. Te acompaño —dijo a Laine—. Tengo que hablar contigo de todos modos.
—Seguro.
—Comenzaste temprano hoy.
—Sí. Tenía muchas cosas acumuladas. Gracias —añadió cuando él tomó la cuerda y arrastró a Henry.
—Ha sido un intervalo de tiempo interesante recientemente.
—Estoy ansiosa por que vuelva a ser aburrido.
—Supongo que debes estarlo.
Aguardó mientras ella sacaba las llaves y abría la puerta principal de la tienda. Mientras ella desactivaba la alarma, él se agachó para desenganchar la correa y rascar a un agradecido Henry.
—Oí que fuiste a la comisaría hace unos días.
—Sí. —Para mantenerse ocupada, se acercó a abrir la caja registradora—. Te dije que conocía a Willy, y pensé... quería ocuparme de hacer los arreglos.
—Sí, ya sé. Puedes hacerlo. Ocuparte de los arreglos. Hemos terminado con él.
—Bien. Eso es bueno.
—Es curioso. Alguien más vino anoche, interesado en el mismo tipo. Sólo una cosa, dijo que lo conocía por el otro nombre. El nombre que estaba en la tarjeta que él te dio.
—¿En serio? Voy a poner a Henry atrás.
—Ya lo haré yo. Vamos, Henry. —Sobornado con medio donut, Henry avanzó hacia el cuarto trasero—. El tipo que vino dijo que Willy, o Jasper, era negociante de libros raros.
—Es posible que lo fuera. O se hacía pasar por uno. Te lo dije, Vince, no he visto a Willy desde que era una niña. Esa es la verdad.
—Y te creo. Solo que es curioso. —Se acercó para apoyarse en el mostrador—. Como es curioso que hubiese cinco llaves entre sus pertenencias, y que cuando las revisté ayer por la noche solo hubieran cuatro. —Aguardó un segundo—. ¿No vas a sugerir que contaron mal?
—No. No te voy a mentir.
—Te lo agradezco. El hombre que fue anoche tenía tus ojos.
—Sería más exacto decir que yo tengo los de él. Si lo reconociste, ¿por qué no lo detuviste?
—Eso también es complicado. Es mejor decir que no se detiene a un hombre por ver algo en sus ojos. Voy a pedirte la llave, Laine.
—No la tengo.
—Maldita sea, Laine. —Se enderezó.
—Se la di a Max —dijo ella rápidamente—. Estoy intentando hacer lo correcto, lo que debería hacer… sin ser responsable de meter a mi padre en la cárcel. Ni hacer que lo maten.
—Una de las cosas que deberías hacer es mantenerme informado. El robo de los diamantes puede ser asunto de Nueva York, Laine, pero uno de los sospechosos del robo murió en mi ciudad. Uno o varios de sus compinches están en mi ciudad, o han estado. Eso pone a mi ciudadanía en riesgo.
—Tienes razón. Estoy teniendo dificultades para mantener el equilibrio en esta línea tan delgada. Y sé que tratas de ayudarme. Encontré la parte de Willy de los diamantes. Yo no sabía que estaban aquí, Vince, lo juro.
—Si no lo sabías, ¿cómo la encontraste?
—Estaban en una estúpida estatuilla. Un perro. He intentado juntar las piezas y sólo puedo concluir que lo metió en un estante cuando estuvo aquí, en un armario o en un cajón, y Jenny o Angie la guardó. Angie, lo más probable. Jenny me habría preguntado por ella, y cuando le pregunté, no se acordaba de haberla visto. Se la di a Max, y él está en Nueva York ahora mismo, devolviéndolos. Puedes confirmarlo. Puedes llamar a Reliance y confirmarlo.
Él no dijo nada durante un momento.
—No te has salido tanto de los límites como para que tenga que confirmarlo, ¿no, Laine?
—No quiero perder tu amistad, ni la de la Jenny. —Tuvo que tomar aire para tranquilizarse—. No quiero perder mi sitio en esta ciudad. No me sentiría insultada si lo comprobaras, Vince.
—Por eso no tengo que hacerlo.
Necesitó un pañuelo después de todo, y sacó uno de la caja de detrás del mostrador.
—Está bien. Está bien. Sé dónde está la otra parte. Lo descubrí esta mañana. Por favor, no me preguntes cómo me enteré.
—Muy bien.
—La llave que saqué de las cosas de Willy es de un casillero. Llamé a Max tan pronto como pude para contárselo. De hecho, estuve hablando con él sobre eso cuando estaba en el parque con Henry. También van a ser devueltos. Es la mitad. No puedo hacer nada sobre la otra mitad. Max tiene pistas, y va a hacer lo que tenga que hacer. Pero en cuanto la mitad de los diamantes estén de vuelta donde deben estar, habré hecho todo lo que puedo. ¿Tendré que mudarme de aquí?
—Le partirías el corazón a Jenny si lo haces. No quiero a tu padre en Angel’s Gap, Laine.
—Comprendo. Debería estar todo resuelto esta noche, mañana a más tardar. Él desaparecerá.
—Hasta que todo esté resuelto, quiero que estés cerca.
—Eso puedo prometerlo.
* * *
Cuando Jack atravesó Nueva Jersey, ya tenía una docena de motivos por las que devolver los diamantes sería un error. Obviamente ese tal Gannon le estaba tomando el pelo a su niña para poder recibir su gorda comisión. ¿No sería mejor para ella averiguarlo lo más temprano posible?
Y volver a Maryland podía llevar a Crew de vuelta a Maryland, y a Laine.
Después estaba el hecho de que la devolución de aquellas bonitas piedras le iba tan bien como un mono de prisión.
Además, Willy habría querido que él se quedase con ellas. Un hombre no podía negar el deseo de un amigo muerto, ¿verdad?
Se sentía mucho mejor cuando maniobró en el tráfico de Atlantic City. Lo bastante para silbar alegremente entre sorbos de Big Gulp[18] por el camino. Estacionó en el recinto del centro comercial y consideró que la mejor forma de salir era saltar a un vuelo en el aeropuerto y dirigirse directamente a México.
Le mandaría una postal a Laine. Ella comprendería. La chica sabía cómo se jugaba el juego.
Se acercó a la pasarela en primer lugar, explorando caras, buscando señales, en busca de policías. Los sitios como ese le daban siempre comezón en los dedos. Mall, centros comerciales, grupos de tiendas de donde las personas salían y entraban con su dinero y tarjetas de crédito tan a la mano.
Día tras día. La gente convencional compraba comida para perro y tarjetas de felicitaciones, vendidos por otras convencionales.
¿Para qué?
Aquellos sitios le daban ganas de caer de rodillas y dar gracias por la vida que llevaba, justo antes de servirse de un poco de aquel dinero, algunas de esas tarjetas de crédito y desaparecer a cualquier otro lugar.
Entró en un Subway y compró jamón y queso con salsa de ajo picante, para darse más tiempo para evaluar la zona. Lo lavó todo con otro gran chute de cafeína fría y usó las instalaciones.
Satisfecho, se dirigió a Mail Boxs, Etc., entró en las casillas y metió la llave.
«Ven con papá —pensó, y abrió la puerta.»
Hizo un sonido similar a un pato al recibir un puñetazo en el estómago, y agarró el único contenido de la taquilla. Un trozo de papel con un mensaje de una línea.
Hola, Jack. Mira detrás de ti.
Se dio la vuelta, con el puño ya cerrado.
—Da un golpe y te tumbo —le dijo Max en tono casual—. Piensa en huir, y considera que soy más joven y más rápido. Únicamente vas a pasar vergüenza.
—Hijo de puta. —Tuvo que decirlo resollando, pero hasta así un par de cabezas se volvieron en su dirección—. Hijo de puta traicionero.
—Le dijo la sartén al cazo, eso sólo demuestra que la sartén carece de imaginación. Llaves. —Extendió la mano—. Las llaves del coche de Laine.
Asqueado, Jack las soltó de golpe en la mano de Max.
—Ya tienes lo que viniste a buscar.
—Por ahora. ¿Por qué no conversamos dentro del coche? No me hagas arrastrarte —dijo en voz baja—. No sólo montaríamos una escena que podría atraer a la policía, sino que a Laine no le gustaría.
—Tú no te preocupas una mierda por ella.
—Tienes razón, no lo hago. Me importa mucho más que eso, que es por lo que no entrego tu culo a la policía. Tienes una oportunidad, O'Hara, y la tienes por ella. Al coche.
Pensó en correr, pero conocía sus limitaciones. Y si corría, no había ninguna posibilidad de recuperar los diamantes. Salió con Max, luego se acomodó en el asiento de pasajeros. Max tomó el asiento del conductor y se puso el maletín en el regazo.
—Así es como va a ser. Vas a estar pegado a mí como chicle a un zapato. Vamos a coger un avión a Columbus.
—Pero que...
—Cállate, Jack. Tengo que confirmar una pista, y hasta que termine, tú y yo seremos hermanos siameses.
—Ella te lo dijo. Mi propia carne y sangre. Te dijo donde tenía el alijo.
—Sí, lo hizo. Me lo contó porque me ama, y cree, se convenció para creerlo, que tú cumplirías el acuerdo y los llevarías de vuelta. Porque te ama. Yo, yo no te amo, Jack, y me imaginé que tenías otros planes para esto.
Abriendo su maletín, Max sacó una hucha de cerámica.
—Mereces puntos por el sentido del ridículo. Yo, tú y el cerdo nos vamos a Columbus, y después volvemos a Maryland. Voy a darte esa posibilidad. La posibilidad de merecer a Laine. Vas a darle esto. —Tocó al cerdo y lo guardó—. Justo como si lo hubieras planeado así desde el principio.
—¿Y quién dice que no?
—Lo digo yo. Tenías jodidos signos de dólar en tus ojos cuando abriste ese casillero. Vamos a mostrar un poco de respeto por los demás aquí. Mi cliente quiere las piedras devueltas. Yo quiero mis honorarios. Laine te quiere a salvo. Vamos a hacer que todo eso suceda. —Puso en marcha el coche—. Terminas esto y yo trato de que quedes limpio en cuanto al golpe. Te escapas, haces daño a Laine, y te perseguiré como un perro rabioso. Serás el trabajo de mi maldita vida. Es una promesa, Jack.
—No estás fanfarroneando. Sé cuando alguien me engaña. Hijo de perra. —La sonrisa de Jack se extendió, amplia y brillante, cuando se inclinó para abrazar a Max—. Bienvenido a la familia.
—El maletín está cerrado con llave, Jack. —Max se apartó, luego puso el maletín atrás, fuera de su alcance.
—No se puede culpar a un hombre por intentarlo —dijo Jack alegremente, y se acomodó para el viaje.
Y
En su cabaña, Crew escogió una camisa color berenjena. Había abandonado el bigote, reemplazándolo con un parche de barba que pensaba que combinaba con la elegante cola de caballo castaño. Quería un aspecto artístico para este viaje. Seleccionó de su suministro un par de gafas de sol con cristales redondos y estudió el efecto.
Probablemente era innecesario tomarse tanto trabajo, pero le gustaba un buen disfraz.
Todo estaba listo para la empresa. Sonrió mientras miraba alrededor de la cabaña. Rústica, sí, pero dudaba que la señorita Tavish se quejara del alojamiento. No tenía previsto que se quedara mucho tiempo.
Metió el 22 al dorso de su cinturón y lo tapó con una chaqueta negra hasta la cadera. Cualquier otra cosa que pudiera necesitar estaba en la bolsa que se echó al hombro antes de salir de la cabaña.
Pensó que era mejor comer algo antes de su cita con la atractiva señorita Tavish. Podría estar demasiado ocupado para cenar esa noche.
* * *
—Hice el trabajo preliminar —dijo Jack, mientras él y Max bebían una cerveza en el bar del aeropuerto—. Cortejé a Myers durante meses. Ahora, lo admito, nunca soñé con un golpe tan grande. Pensaba en pequeño, tomar un par de encargos, limpiando un par de cientos de miles. Después entró Crew.
Jack sacudió la cabeza, dio un sorbo a través de la espuma.
—Con todos sus defectos, es un tipo que piensa en grande.
—Los defectos son que es un asesino a sangre fría.
Frunciendo el ceño, Jack metió su mano grande en un tazón de nueces.
—El mayor error de mi vida, y no me avergüenza decir que he cometido unos cuantos, fue enredarme con un tipo como Crew. No me embaucó, no hay duda. Me deslumbró la idea de todas esas piedras. Todas esas bonitas piedras brillantes. Él tenía los conocimientos para hacer algo así, la visión. Yo tenía los contactos. Pobre Myers. Fui yo quien lo llamó, y se la jugó. Tenía un problema de juego, sabes.
—Sí.
—Por lo que veo, cualquier juego es un problema. La casa siempre va a ganar, por tanto es mejor ser la casa. Los jugadores son gente rica a los que no les importa una mierda si pierden, o imbéciles que realmente piensan que pueden ganar. Myers era un imbécil, hasta el final. Estaba hundido, y con algunos codazos por mi parte se hundió aún más. Vio esto como su salida.
Jack bebió más cerveza.
—Supongo que lo fue. De todos modos, el arreglo fue bien. Rápido y limpio. Tuvo que calcular que irían tras Myers, pero se suponía que él iba a desaparecer. Nadie debía saber hacia dónde iban los otros. Willy y yo salimos inmediatamente de la ciudad, dejé el cerdo en Atlantic City, y dejamos el de Willy en un armario en Delaware. Nos instalamos en un bonito cuarto de hotel en Virginia, pedimos comida fina, un par de botellas de champán. Un buen momento —dijo, y alzó el vaso en un brindis.
»Oí lo de Myers en la CNN. A Willy le encantaba la CNN. Intentamos decirnos a nosotros mismos que había sucedido a causa del juego, pero lo sabíamos. Cambiamos de coches y fuimos a Carolina del Norte. Willy estaba asustado. Diablos, ambos estábamos asustados, pero él estaba nervioso como una puta en una iglesia. Quería marcharse a toda prisa, olvidarse de todo y huir a las montañas. Lo hice desistir. Maldita sea.
Observó la cerveza, la levantó y bebió.
—Yo conduciría a Crew lejos, y él retrocedería y llevaría su parte a Laine. Ella podría guardarla por algún tiempo. Pensé que él estaría a salvo. Creí que ambos lo estarían.
—Pero él sabía de ella. Crew.
—Tengo fotos suyas en mi billetera. —La sacó y la abrió.
Max vio las fotos de un recién nacido con un mechón de pelo rojo brillante y la piel blanca como la crema, y una expresión en la carita que parecía decir: «¿Qué diablos estoy haciendo aquí?»
Tenía muchas de Laine de niña, toda ella cabello y ojos brillantes, que por la sonrisa obviamente había averiguado ya lo que estaba haciendo allí. Luego una adolescente núbil, bonita y digna en su foto de graduación. De Laine usando jeans recortados y un escuálido top, riéndose mientras estaba de pie en el oleaje azul de lo que Max dedujo era Barbados.
—Siempre fue muy guapa, ¿no?
—La bebé más bonita que he visto, y se ponía más guapa cada día. Me pongo sentimental, especialmente después de una cerveza o dos. —Jack se encogió de hombros. Era sólo otra debilidad dada por Dios, después de todo. Cerró la cartera y la guardó otra vez.
—Debo habérsela mostrado a Crew alguna vez. O sólo husmeó y buscó algo que pudiera usar en mi contra, en caso de necesidad. No hay honor entre ladrones, Max, y cualquiera que piense lo contrario es un tonto. ¿Pero matar por dinero? Es una enfermedad. Yo sabía que él la tenía, pero pensé que podría ganarle en el juego.
—Lo encontraré. Y lo entregaré, de una u otra forma. Ese es nuestro vuelo.
* * *
Laine intentó no caminar de un lado para otro, sólo para parecer ocupada. Miró la hora otra vez. Su padre debía estar haciendo el camino de vuelta en ese momento. Le había dicho que llamara cuando así fuese. Debería haber insistido.
Podía llamar otra vez a Max, ¿pero para qué? Estaría camino a Columbus. Quizá ya estuviese allí.
Sólo tenía que pasar el día, eso era todo. Sólo aquel día. Mañana, las noticias lanzarían que una gran parte de los diamantes robados habían sido recuperados. Ella estaría absuelta, su padre estaría absuelto, y la vida recuperaría una apariencia de normalidad.
Tal vez Max recogería el rastro de Crew con la pista de Ohio. Lo encontrarían, y lo encerrarían. Nunca tendría que preocuparse de él otra vez.
—Sigues en la luna. —Jenny le dio un pequeño codazo cuando llevó un plato de queso de George Jones al mostrador, para un cliente.
—Lo siento. Lo siento. Estoy distraída. Me ocuparé del próximo que entre.
—Podrías llevar a Henry a dar otro paseo.
—No, ha tenido bastantes paseos por hoy. Saldrá del cuarto trasero en otra hora de todos modos.
Oyó sonar las campanas.
—Me quedo con éste.
—Es todo tuyo. —Jenny levantó las cejas cuando echó un vistazo al nuevo cliente—. Un poco viejo para ese look —dijo en voz baja, y se alejó.
Laine se fijó su máscara de bienvenida y fue a saludar a Crew.
—Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle?
—Estoy seguro de que puede. —Por sus visitas anteriores a la tienda, conocía la distribución y estaba donde quería exactamente—. Estoy interesado en equipamiento de cocina. Mantequeras, en particular. Mi hermana las colecciona.
—Entonces está de suerte. Tenemos algunas muy bonitas ahora mismo. ¿Por qué no se las muestro?
—Por favor.
La siguió por el cuarto principal al área que ella había establecido para equipamiento de cocina, mobiliario y novedades. Cuando pasaron por la puerta del cuarto trasero, Henry comenzó a gruñir.
—¿Tiene un perro adentro?
—Sí. —Perpleja, Laine miró hacia la puerta. Nunca había visto a Henry gruñir por los ruidos y voces de la tienda—. Es inofensivo y está encerrado en el cuarto trasero. Tuve que traerlo hoy conmigo. —Como sintió la molestia de su cliente, lo tomó del brazo y lo condujo a las vasijas.
—La Caledonian es particularmente bonita, me parece, para coleccionar.
—Mmm. —Había dos clientes y la empleada embarazada. Como los clientes estaban en el mostrador, dedujo que estaban pagando por sus compras—. No sé nada de eso, de verdad. ¿Qué diablos es esto?
—Es una caja Victoriana para carbón, en latón. Si le gustan los artículos de cocina antiguos y únicos, este es un ganador.
—Podría ser. —Sacó el 22 de su cinturón y le apretó el cañón contra el costado—. Quédese muy, muy tranquila. Si grita, si hace cualquier movimiento, mataré a todos en la tienda, comenzando con usted. ¿Entiende?
El calor del pánico se apoderó de ella, luego se enfrió hasta el hielo cuando oyó reírse a Jenny.
—¿Sabe quién soy, señorita Tavish?
—Sí.
—Bien, eso nos ahorra las presentaciones. Va a inventarse una excusa para salir conmigo. —Había planeado llevársela por atrás, pero el maldito perro lo hacía imposible—. Para darme indicaciones, digamos, me acompañará a la esquina. Si alerta o alarma a alguien, la mato.
—Si me mata, no recuperará los diamantes.
—¿Le tiene cariño a su empleada embarazada?
La nausea subió a su garganta.
—Mucho. Iré con usted. No le daré ningún problema.
—Sensata. —Se metió la pistola en el bolsillo, pero mantuvo la mano en ella—. Tengo que ir a la oficina de correos —dijo él, levantando su voz a un tono normal—. ¿Puede decirme dónde está?
—Desde luego. En realidad necesito algunos sellos. ¿Por qué no lo acompaño?
—Le quedaría muy agradecido.
Se volvió, ordenó a sus piernas que se movieran. No podía sentirlas, pero vio a Jenny mirarla y sonreír.
—Voy a la oficina de correos. No tardo.
—Está bien. Oye, ¿por qué no llevas a Henry? —Jenny hizo un gesto hacia la parte trasera, donde los gruñidos se hicieron más fuerte y marcados por ladridos desesperados.
—No. —Tanteó a ciegas en busca la manivela de la puerta, pero la apartó cuando tocó la mano de Crew—. Sólo va a luchar contra la correa.
—Sí, pero... —Frunció el ceño cuando Laine salió sin decir nada más—. Curioso, ella... oh, olvidó su bolso. Discúlpeme un momento.
Jenny lo cogió de debajo del mostrador y estaba a mitad de camino a la puerta cuando se detuvo, y miró a sus clientes.
—¿Dijo qué iba a comprar sellos? La oficina de correos cierra a las cuatro.
—Ya, se le olvidó. ¿Señorita? —La mujer gesticuló hacia sus compras.
—Ella nunca se olvida. —Con el bolso, Jenny corrió hacia la puerta, llevándose la mano al vientre se precipitó a la acera. Vio el brazo de Laine agarrado en la mano del hombre cuando giraron en la esquina, alejándose de correos.
—Oh, Dios, Oh Dios mío. —Se apresuró a volver, casi derribando a los clientes al coger el teléfono y marcar a toda velocidad el número directo de Vince.