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Pensara Pearl lo que pensase, decidió Issy al llegar a casa, era el momento de empezar a preparar las tartas de Navidad. Hizo acopio de las enormes bolsas de pasas sultanas y de pasas de Corinto (preguntándose, como hacía una vez al año y solo una vez al año, en qué se diferenciaban), así como de cerezas glaseadas y de frutas confitadas. Si no comenzaba con ellas en ese momento, no tendría tiempo suficiente para que maceraran y no tendrían el punto justo ni estarían deliciosas cuando fueran necesarias.

Darny atravesó la cocina en cuanto volvió de su grupo para hacer los deberes. Nada más entrar por la puerta, Issy dio un respingo. Sus pasos eran los de un adulto, aunque solo tenía once años. Y, por supuesto, tenía sus propias llaves desde los seis.

—¡Hola! —gritó.

En circunstancias normales, pasaría junto a ella en dirección a su dormitorio para ponerse a jugar con su Xbox. A menos, claro, que ella estuviera preparando algo bueno para comer.

La casa que Austin y Darny habían heredado de sus padres era un bonito adosado de ladrillo rojo, con un amplio salón comedor en la planta baja, una cocina en la parte trasera y tres pequeños dormitorios en la planta superior. Había un trocito de jardín en la parte trasera, que no era lo bastante grande para jugar al fútbol, al rugby, al balonmano ni a Robin Hood, claro que eso no había impedido que los niños lo intentaran a lo largo de los años. Tras cinco años con dos chicos como únicos ocupantes, uno de ellos demasiado pequeño y otro demasiado agobiado por el trabajo y muy soñador, la casa se encontraba en un estado muy lamentable, aunque contaban con una limpiadora algo taciturna. Poco a poco, Issy estaba intentando rehabilitarla: una mano de pintura por aquí; unas baldosas nuevas por allá. La estructura de la casa aparecía de nuevo, aunque Issy mantuvo intacto el trozo de rodapié en el que un niño de cinco años había pintado con tinta indeleble una hilera de coches de carreras.

—¿Por qué no se lo impediste? —le preguntó a Austin.

—Bueno, la verdad es que me gustaba bastante —contestó él con voz tranquila—. Se le da bien el dibujo, y colocó las ruedas en su sitio y todo.

Issy lo miró y decidió que era muy dulce. Limpió el resto de la pintura, pero conservó los coches. Lo demás estaba intentando reformarlo.

No podía evitarlo. No tenía la sensación de que necesitaba ir al psicólogo para que le confirmara que se debía a la inseguridad de su infancia, al espíritu inquieto de su madre y a la figura ausente de un padre al que nunca había conocido. La única constante de su vida fue su adorado abuelo Joe, cuya pastelería siempre había sido un refugio acogedor y cálido para ella. Desde entonces, había intentado reproducir esa sensación acogedora y cálida allá donde iba.

Antes de conocer a Austin, Helena le había dicho que era una persona a la que le gustaba complacer a los demás. Issy le había preguntado qué tenía eso de malo, y Helena le había señalado que todos sus novios habían sido unos manipuladores espantosos. Sin embargo, Issy jamás podría ir por la vida como Helena, haciendo lo que le venía en gana sin importarle las consecuencias. Conocer a Austin, que apreciaba que a ella le gustara complacerlo... En fin, los chicos se habían quejado al principio por lo de la casa. «¿Quién necesita cortinas?», había dicho Darny, que las veía como un símbolo aburguesado (aunque seguramente no tenía ni idea del significado de esa palabra) de la vergüenza y de la falsa intimidad que el gobierno ni siquiera permitía que se tuviera. Pero Issy insistió y la casa comenzaba a ser muy acogedora, poco a poco, a medida que las ventanas se limpiaban, que instalaba una mesa nueva en la cocina con su banco acolchado (dejaron que Darny se quedara con la antigua a modo de escritorio para su habitación, aunque estaba llena de manchas de tinta y pegamento, con un trozo lleno de cortes allí donde jugaban a clavar el cuchillo), que trasladaba todos sus útiles de cocina (que Issy compraba como otra mujer compraría zapatos) y que colocaba lámparas allí donde solo había bombillas (Austin se había quejado de que no veía bien hasta que Issy le dijo que era romántico y que haría que sucedieran cosas románticas, lo que había llevado a que él reconsiderase su postura) e incluso cojines (que desaparecían a todas horas, ya que Darny se los llevaba a su dormitorio para que le sirvieran de diana). Parecía un hogar, señaló Issy, como el que tenían las personas normales, y no una pocilga donde vivían delincuentes.

Austin protestó alegremente, porque era lo que se esperaba de él y también porque eso mismo llevaban diciéndole las cotillas de sus tías durante años, que el lugar necesitaba de un toque femenino. En el pasado, numerosas mujeres se habían comprometido a hacerlo y lo habían intentado. Austin y Darny incluso les habían puesto un mote: eran las «Ayyy», porque ponían cara de preocupación y siempre decían «Ayyy» mientras miraban a Darny como si fuera un cachorrito abandonado. Austin detestaba que alguien dijera «Ayyy». Eso quería decir que Darny estaba a punto de hacer o de decir algo imperdonable.

Sin embargo, por algún motivo, Issy era distinta. Issy no decía «Ayyy». Ella prestaba atención. Y gracias a ella tenían la sensación de que volver a una casa acogedora y calentita todas las noches podía ser bastante agradable, aunque para ello tuvieran que hacerse las camas y recordar sacar la basura y usar los cubiertos y comer fruta y otras cosas. Sí, había más cosas además de muebles cómodos y otras minucias por aquí y por allá, pero ese era el precio a pagar, pensaba Austin, por todo lo bueno, por algo que se asemejaba bastante a la felicidad.

Darny se quitó la mochila y el abrigo, y fue dejando por ahí los libros de texto, el gorro, la bufanda, las cartas de Moshi Monster y trocitos de plásticos.

—Hola, Darny —lo saludó Issy mientras él atravesaba la cocina.

—¿Qué estás preparando? —preguntó él—. Me muero de hambre.

—Siempre te estás muriendo de hambre... —replicó Issy—. Pero esto no te lo puedes comer.

Darny miró en los enormes moldes.

—¿Qué estás preparando?

—Bueno, esta es la parte más sencilla. Estoy marinando la fruta.

Darny olisqueó la botella con la que ella estaba regando generosamente la mezcla.

—¡Uf! ¿Qué es?

—Brandi.

—¿Puedo...?

—No —contestó Issy sin titubear.

—Vamos, solo un sorbito. En Francia, dejan que los niños beban vino con la comida.

—Y comen caballos y tienen amantes. Cuando decidamos ser franceses, Darny, ya te lo diré.

Darny frunció el ceño.

—¿Y qué hay de comer?

—Coge un par de plátanos. También te he hecho unas tostadas de frutas —contestó Issy—. Y hay lasaña en el horno.

—¿Tostadas de frutas? No puedo creerme que tengas una pastelería y que yo solo pille tostadas de frutas.

—Pues aprende a hacer tus propios dulces.

—Claro, claro... —repuso Darny—. Eso es cosa de chicas.

—¿Tienes miedo? —preguntó Issy.

—¡No!

—Mi abuelo horneaba cientos de cuernos de crema al día hasta que cumplió los setenta años.

Darny resopló.

—¿Qué tiene de gracioso?

—Cuernos de crema. Suena fatal.

Issy lo pensó un momento.

—Sí que suena mal —convino a la postre—. Pero los hombres son unos pasteleros estupendos. O pueden serlo.

Darny ya había engullido la tostada de frutas y estaba pelando un plátano. Miró el teléfono.

—Estoy esperando su llamada —dijo Issy—. Sonará en cualquier momento.

—Me da igual —se apresuró a decir Darny—. Además, seguro que está en una estúpida reunión.

Darny clavó la vista en las puertas francesas que daban al patio, oscuro a esas horas. Podía ver sus reflejos en el cristal. La casa era acogedora y cómoda. No pensaba admitirlo, pero le gustaba que Issy estuviera allí. Era agradable. Claro que ella no era... Ella no era su madre ni nada parecido. Porque eso no iba a pasar en la vida. Pero al lado de las mujeres agobiantes que Austin había llevado a casa a lo largo de los años, suponía que Issy estaba bastante bien. Y una vez allí, bueno, era casi como si tuvieran una bonita casa como el resto de sus amigos, y todo parecía que estaba bien, cuando en realidad las cosas no iban bien desde hacía mucho tiempo. Así que ¿por qué estaba el imbécil de su hermano en Estados Unidos?

—Conoces los colegios en Estados Unidos, ¿no? —preguntó, como si no le importara, al tiempo que intentaba robar unas cuantas pasas del cuenco.

Issy le dio un golpecito en la mano con la cuchara de madera.

—Sí —contestó ella. De hecho, nunca había estado en Estados Unidos, así que le costaba un poco calmar la ansiedad de Darny.

—¿Tienen... tienen muchas armas y demás en los colegios? —preguntó él al final.

—No —aseguró Issy, que deseaba poder estar más convencida—. Seguro que no. Desde luego que no.

Darny esbozó una mueca desdeñosa.

—¿Y cantan a todas horas?

—No lo sé —contestó Issy—. De verdad que no lo sé.

Sonó el teléfono.

—Lo siento —dijo Austin—. La reunión se ha eternizado. Querían que conociera a más personas y que me presentara en su reunión ejecutiva...

—Vaya —dijo Issy—. Sí que los has impresionado.

—No sé yo —repuso Austin—. Creo que solo les gusta oírme hablar.

—No seas modesto —replicó Issy con voz cantarina, aunque un poco temblorosa—. Por supuesto que te adoran. ¿Por qué no te iban a adorar? Eres increíble.

Austin se percató del deje preocupado de la voz de Issy y se puso verde en silencio. No quería pensar, ni quería imaginárselo, lo que supondría que le ofrecieran un trabajo en Estados Unidos... y tal parecía que era lo que iba a pasar. No solo un trabajo, sino una carrera profesional, una oportunidad de oro. Dada la situación del sector bancario en esos momentos, tenía suerte de seguir trabajando, por no hablar de lo que supondría una carrera profesional con cierta proyección. Y la idea de ganar dinero por una vez, no solo de ir tirando... Issy tenía la pastelería, por supuesto, pero apenas si conseguía beneficios, y sería agradable que los dos pudieran disfrutar de cosas bonitas, que pudieran tomarse unas buenas vacaciones e incluso... En fin. No quería pensar en el siguiente paso. Eso era adelantarse mucho a los acontecimientos. Pero estaba ahí. Tendría sentido, se dijo con firmeza. Sin importar lo que les deparara el futuro. Tendría sentido contar con un colchón que los respaldara. Estar asegurados. Juntos.

—Bueno, han sido muy amables —reconoció él—. ¿Cómo le va a Darny en el colegio?

Issy no quería decirle que lo había visto en el patio en compañía de un profesor, que lo acompañaba a toda prisa hacia la puerta. Intentaba no involucrarse demasiado en los asuntos escolares, aunque se preocupaba casi tanto como Austin por Darny, que era el niño más pequeño del curso y el único que no contaba aunque fuera con uno de sus progenitores.

—Bueno... —contestó.

—¿Qué estás haciendo?

—Una tarta de Navidad. ¡Huele que alimenta!

—Huele fatal —dijo Darny por el altavoz—. Y no me deja probarla.

—Porque has dicho que huele fatal —replicó Issy, algo que no admitía discusión—. Y tiene casi un veinte por ciento de alcohol, así que no puedes tomarla de ninguna de las maneras.

—Austin me dejaría.

—No, no te dejaría —respondió el aludido a través del teléfono.

—Cuando disfrutemos de representación proporcional —repuso Darny—, mi voz será tenida en cuenta en esta casa.

—Como empieces con el derecho al voto de los adolescentes, cuelgo —le avisó Austin.

—No, no cuelgues... —dijo Issy.

Se produjo un breve silencio durante el cual Darny le hizo un gesto obsceno al teléfono y después masculló lo mucho que cambiaría el mundo cuando los adolescentes pudieran votar mientras cogía unos cuantos plátanos, que se llevó a la planta alta.

—¿Se ha ido? —preguntó Austin al final.

—Sí —contestó Issy—. La verdad es que está de muy buen humor esta noche. A lo mejor no le ha ido tan mal en el colegio.

—Oh, estupendo —dijo Austin—. Gracias, Issy. La verdad, pensaba que la edad del pavo sería un poco más adelante.

—Bueno, todavía no está tan mal —repuso ella—. Todavía nos dirige la palabra. Creo que eso vendrá pronto. Pero sus zapatillas deportivas...

—Lo sé —dijo Austin, que frunció la nariz—. Dejé de percatarme del olor antes de que tú aparecieras.

—Mmm —murmuró Issy.

Se produjo otro silencio. Eso no era normal en ellos. Lo normal era que la conversación fluyera. Él le contaría cosas del banco y ella le hablaría de algún cliente gracioso o del motivo de la última discusión entre Caroline y Pearl.

Sin embargo, ella estaba haciendo lo mismo de siempre. Mientras que para él parecía que la vida estaba cambiando por completo.

Issy se devanó los sesos en busca de algún tema de conversación, pero no se le ocurrió nada. Al lado de Nueva York, su día había sido muy normal: había hablado con sus proveedores de azúcar y había intentado convencer a Pearl de colocar algunos adornos navideños. Y el resto del tiempo... En fin, no podía decírselo, porque sería injusto para él, porque sería como culparlo por estar lejos, sería como si se estuviera convirtiendo en una de esas espantosas mujeres que no podían estar solas, algo que ella no quería ser, y que no dejaban de quejarse a su media naranja. De modo que no podía contarle la mayor parte de lo que había estado pasando por su cabeza, de lo que seguía pasando por ella. No podía decirle lo mucho que lo echaba de menos y lo mucho que quería que volviera a casa y lo mucho que temía que él fuera a poner sus vidas patas arriba justo cuando, por primera vez en años, tenía la sensación de contar con un refugio seguro.

Así que no dijo nada.

—Bueno, ¿qué se cuece por ahí? —preguntó Austin, desconcertado.

Conseguir que Issy hablara no solía ser un problema. De hecho, el problema solía ser que se callara durante los partidos de críquet.

—Bueno, nada del otro mundo. Lo de siempre.

Issy sintió que se ponía como un tomate mientras el silencio se prolongaba. Austin, en cambio, estaba esperando para cruzar una calle de cuatro carriles sin saber muy bien desde qué dirección iban a aparecer los coches, de modo que esos mínimos indicios emocionales se le escapaban. Creyó que estaba enfadada con él por haberla dejado con Darny.

—Oye, la tía Jessica dijo que estaría encantada de quedarse con Darny...

—¿Qué? —preguntó Issy, exasperada—. Darny y yo no tenemos el menor problema. Está bien. No te preocupes por nosotros.

—No me preocupo —le aseguró Austin al tiempo que un taxi amarillo le pitaba por tener la temeridad de detenerse antes de cruzar la calle—. Solo te lo comentaba. Ya sabes... para que lo tengas como opción.

—Vuelvo a casa todas las noches después de un día de trabajo y consigo revisarle los deberes y hacerle la cena. Creo que la cosa marcha. Me parece que no necesito opciones, ¿y tú?

—No, no, lo estás haciendo genial. —Austin se preguntó en qué momento se le había empezado a ir de las manos esa conversación—. Lo siento —se disculpó—. No quería decir que... —El móvil le pitó. Tenía otra llamada entrante—. Oye, tengo que dejarte. Te llamaré más tarde.

—Ya me habré acostado —replicó Issy, que sonó más arisca de lo que pretendía—. Podemos hablar mañana.

—Vale... vale.

Issy se asustó por la frustración que sentía al colgar el teléfono. No habían conseguido mantener una conversación en condiciones, no habían hablado de nada importante, y ella seguía sin saber qué estaba haciendo Austin ni cómo le iban las cosas; solo había llegado a la conclusión, tras hablar con él, de que se lo estaba pasando en grande.

Se dijo que se estaba comportando como una tonta, que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Se estaba comiendo la cabeza sin motivo alguno. Su último novio había sido muy distante en el plano emocional y la había tratado fatal, por lo que le estaba costando un poco llevar su nueva relación. A Graeme no podía reprocharle nada, porque de lo contrario él se callaba y se mostraba muy frío; sabía que Austin era muy distinto, pero estaba segura de hasta dónde podía llegar. Los hombres... No, no solo los hombres, todo el mundo se alejaba de las personas dependientes sentimentalmente. Ella no quería parecerlo. Quería mostrarse cariñosa, informal y alegre, y recordarle que estaban construyendo un hogar lleno de amor, no quería que la viera a la defensiva, como a una bruja.

Issy suspiró y miró de nuevo la fruta que estaba preparando.

—No —dijo, aunque se sentía un poco tonta e infantil—. No puedes tener pensamientos negativos mientras preparas la tarta de Navidad. Da mala suerte. ¡Darny! —gritó para que la oyera en la planta superior—. ¿Quieres bajar y echar veinte peniques en la mezcla?

—¿Pueden ser monedas de dos libras?

—¡No!

Austin suspiró. No quería preocupar a Issy, pero a veces era muy fácil hacerlo. Lo habían llamado del colegio antes de irse. Kirsty Dubose, la jefa de estudios de primaria, siempre había sido muy blanda con Darny en el pasado debido a su historial. Además, sin que él lo supiera, la mujer estaba coladita por él. La señora Baedeker, la nueva jefa de estudios de Darny en secundaria, no se andaba con tonterías. Y el comportamiento de Darny ponía los pelos de punta.

—Estamos ante lo que se podría calificar de una situación extrema, de una última oportunidad —le soltó la señora Baedeker a Austin, a quien a veces le resultaba difícil recordar que era un adulto en un ambiente escolar.

—¿Por contestarle mal al profesor? —protestó Austin.

—Por alterar insistentemente el orden de la clase y por insubordinación —puntualizó la señora Baedeker.

A Austin le costó contener una sonrisa.

—No tiene gracia —continuó ella—. Impide que los demás aprendan. Y déjeme decirle una cosa: puede que Darny Tyler sea muy listo, muy ingenioso, muy leído y todo lo que quiera, y puede que acabe enderezándose y vaya por el buen camino. —Golpeó el escritorio con la palma de la mano para enfatizar sus palabras—. Pero hay muchos niños en este colegio que carecen de lo que tiene Darny y que necesitan buenas clases, lecciones organizadas y disciplina, y él está impidiendo que eso suceda, y ni está bien ni quiero ese problema en mi colegio.

El último comentario le había cerrado la boca a Austin de inmediato. Le expuso el argumento de la señora Baedeker a Darny con vehemencia, y Darny lo refutó con la misma vehemencia, diciendo que los exámenes formales eran una pérdida de tiempo y que daba igual, que esos niños intentaban quemarlo durante el recreo, así que era una venganza justa, y que sin duda alguna el pensamiento crítico era un punto cardinal de la educación. Issy se había escondido en la cocina y les había preparado una quiche de bacalao ahumado. Sin embargo, a Austin le costaba preocuparse por Issy y por Darny a la vez, y en ese momento su cabeza estaba concentrada en su hermano, aunque Issy no dejara de pensar en él.