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Tarta navideña de galletas, chocolate

y cerezas confitadas

Esta tarta no necesita horneado y está de rechupete. Puedes añadir un chorreón de ron si te apetece acentuar el toque navideño, pero ten en cuenta que el sabor quedará muy presente porque no hay cocción.

Ingredientes

275 g de mantequilla (yo usé 200 g de mantequilla sin sal)

150 ml de golden syrup (puedes sustituirlo por miel de caña)

225 g de chocolate negro de buena calidad

200 g de galletas digestive machacadas

200 g de galletas maría machacadas

125 g de frutos secos variados (cualquier tipo de nueces, almendras... y su uso es opcional)

125 g de cerezas confitadas

Un paquete de Maltesers (o de cualquier otra marca de golosinas de chocolate parecidas)

Forra un molde redondo de 15 cm o uno alargado de 28 x 13 cm con papel para hornear. (Yo usé un molde alargado de silicona, que no es necesario forrar.)

Funde la mantequilla, el golden syrup (o la miel de caña) y el chocolate en un cazo a fuego lento. Esto te puede llevar un rato, ya que es preferible poner el fuego al mínimo. Asegúrate de que el cazo sea bastante grande, porque tendrás que añadir las galletas machacadas. Remueve bien para que todo se mezcle de forma homogénea.

Añade las galletas machacadas, los Maltesers, las cerezas y los frutos secos (en caso de que los vayas a usar). Mezcla todo bien. Asegúrate de machacar las galletas en trozos pequeños de modo que luego se distribuyan bien en el molde.

Vierte la mezcla en el molde forrado. Nivela la parte superior y presiona para evitar las burbujas de aire en el interior. Déjalo enfriar hasta que se endurezca. Necesita unas dos horas en el frigorífico y unos 45 minutos en el congelador. Cuanto más tiempo, mejor. Esta tarta está buenísima un sábado. Para conservarla en condiciones, envuélvela en papel de hornear y guárdala en el frigorífico.

Decórala con hojas de acebo. NO cuentes las calorías. La Navidad es una época de alegría.

Helena cogió a Chadani Imelda y esbozó una sonrisa decidida, acorde con el titánico logro que acababa de acometer. Aunque Chadani no había parado de berrear, había logrado vestirla. Llevaba un abrigo con pompones, un jersey con volantes, un tutú, unos leotardos de encaje con pompones en la parte posterior, unas botas Ugg para bebé de color rosa con estrellitas y un gorro también rosa, adornado con largas cintas y rematado con un pompón. El intenso pelirrojo de la niña contrastaba de forma espantosa con el rosa, pero Chadani era una niña, se recordó Helena con determinación, y por lo tanto tenía que ser identificada como tal.

—¿A que estás preciosa? —le preguntó al bebé con voz tierna.

Chadani la miró con ferocidad al tiempo que le daba un fuerte tirón al gorro. En vano. Su madre se lo había atado para que no lograra quitárselo. Las manitas de una niña de un año no eran rivales para una experimentada enfermera de traumatología y de urgencias. Porque Helena seguía siendo una enfermera y le gustaba repetírselo a todo el mundo. Pensaba volver al trabajo. En cuanto encontrara a la persona o la guardería ideal que pudiera hacerse cargo de Chadani Imelda. De momento, nada de lo que había visto le gustaba.

Issy pensó en un primer momento que Helena debía de estar bromeando en su papel sobreprotector. Con lo fuerte, independiente y segura de sí misma que era, semejante reacción era impensable en su caso. Una reacción que a lo mejor había sorprendido incluso a la propia interesada. De todas formas, desde que Chadani Imelda llegó al mundo y soltó su primer alarido después de que la dejaran sobre el impresionante pecho de su madre tras un parto fácil y corto (Helena llegó al hospital por su propio pie y dio a luz hora y media después sin tomarse siquiera una aspirina), la vida de Helena se había convertido en «el proyecto Chadani».

Después de recuperarse de la impresión que supuso descubrir que Ashok iba a ser padre sin estar casado, con una pelirroja que quitaba el hipo, la cariñosa familia de Ashok hizo bien poco para disuadir a Helena del plan que se había trazado. Ashok era el benjamín de seis hermanos, cuatro de ellos eran mujeres y todos poseían fuertes temperamentos (de ahí que no les preocupara la llegada de una mujer fuerte a la familia). Todos ellos se mostraron dispuestos a ayudarlos, a ofrecerles consejos y a hacerle regalos a la recién nacida, ya que sus propios hijos eran mayores.

De modo que Chadani jamás salía de casa sin llevar una capa de ropa extra por si acaso, o con un biberón de más para que no pasara hambre. El antiguo piso de Issy, donde en esos momentos vivían Helena y Ashok, estaba lleno de juguetes de todo tipo. Aunque antes resultaba pequeño y acogedor, a esas alturas estaba escondido bajo toneladas de plástico, ropita de bebé secándose y un cartel enorme en la pared que rezaba: «Princesa.»

Izzy lo había mirado con los ojos entrecerrados.

—Mi hija tendrá una gran autoestima —insistía Helena—. Me niego a que la mangoneen.

—A ti nadie te mangonea —señaló Issy—. Estoy segura de que lo heredará de ti, de todas formas.

—Nunca se sabe —comentó Helena, al tiempo que se alejaba de Issy para quitar un montón de ropa de bebé de marca del que fuera su viejo sofá de terciopelo rojo.

—Helena, aquí dice que solo se puede limpiar en seco —dijo Issy con firmeza—. Sí, ya sé que no soy madre, pero...

Helena pareció un tanto avergonzada.

—Lo sé, lo sé. Pero está guapísima con ese abrigo. Me sorprende que no la hayan secuestrado a estas alturas. De verdad.

Issy asintió con la cabeza, tal como solía hacer cuando se trataba de Chadani Imelda. La verdad, era un bebé precioso, por supuesto. Era la hija de su mejor amiga. Sin embargo, era llorona, inquieta y exigente. Issy pensaba a veces que tal vez estaría más cómoda sin toda la ropa que le ponía su madre. Y que se comportaría mejor si no tuviera encima a su madre, a su padre y al menos a otros cuatro familiares cada vez que abría la boca para llorar.

—Bueno —dijo Helena dándose importancia—. Dime qué te parece. Estos son los conjuntitos que he preparado para el día de Navidad. Mira este gorro con cuernos de reno, ¿a que es ideal? ¡Para morirse, vamos!

Chadani cogió los cuernos del reno y empezó a mordisquear uno de ellos, furiosa.

—Y después creo que la vestiré de terciopelo rojo para ir a la iglesia.

—¿Desde cuándo vas a la iglesia?

—Creo que todos los feligreses estarán encantados de ver a un bebé precioso el día de Navidad. Es la esencia de estas fiestas —señaló su amiga.

—Sí, bueno, el Niño Jesús, símbolo de la luz y la esperanza para el mundo. No un bebé cualquiera... —Las palabras de Issy lograron que Helena torciera el gesto—. Aunque es evidente que se trata de una niña muy, muy especial. Y, además, ya tiene un año. No puede decirse que sea un bebé, ¿no?

Chadani caminó hasta el televisor y comenzó a tirar al suelo DVD de dibujos animados. Helena ni se inmutó.

—¡Por supuesto!

—Además, Ashok es sij —añadió Issy, aunque no era necesario.

—También iremos al templo para la festividad de Diwali —le aseguró Helena—. Ahí sí que tienes que ir arreglado.

Issy sonrió. Le encantaría abrir una botella de vino, pero recordó que no podía porque Helena todavía le estaba dando el pecho a su hija y, tal como iban las cosas, seguiría haciéndolo hasta el año 2025.

—Bueno, de todas formas —dijo Helena—, Chadani ha... —Y se lanzó a enumerar una lista de todos los logros realizados por su hija durante los últimos días, en los que tal vez se incluyera, o no, el lanzamiento de DVD al suelo...

De repente, a Issy se le pasaron las ganas de hablar en serio con su amiga. Por regla general, solían hablar de cualquier cosa, pero desde que Chadani llegó, Issy era consciente de que cada vez se separaban más, si bien no sabía exactamente cómo había sucedido. Helena había trabado amistad con un montón de madres primerizas a través de una red social para mamás que ella presidía por la virtud de haber protagonizado el parto más natural de todos y de ser la madre que más tiempo llevaba dándole el pecho a su hija. Sus incesantes y atónitas conversaciones sobre el proceso de destete y sobre cómo conseguir que los niños durmieran de un tirón durante toda la noche dejaban a Issy en estado catatónico. Aunque ella intentaba participar en las conversaciones sacando a relucir las nuevas trastadas de Darny (los niños debían ser perfectos o terribles, al parecer, no había término medio; lo mismo que sucedía con los partos: o los niños salían prácticamente sin esfuerzo o la madre se quedaba a las puertas de la muerte y necesitaba seis transfusiones de sangre), Helena la miraba con cierta compasión y le decía que sería distinto cuando tuviera sus propios hijos. Además, comenzar una conversación sobre lo mucho que echaba de menos a su novio le parecía un poco...

—Echo de menos a Austin —dijo, de repente. Lo intentaría—. Está en Nueva York. Y me encantaría que lo estuviera pasando mal.

Helena la miró.

—Ashok está de guardia —comentó—. Me levanto cuatro veces todas las noches, y después, cuando él llega a casa, pretende que mantenga a la niña calladita durante todo el día. ¡En este diminuto apartamento! De verdad te lo digo.

Izzy adoraba el apartamento y aún se sentía un tanto posesiva.

—¡Vaya por Dios! —exclamó con cierta inseguridad, aunque decidió lanzarse a la piscina tras abandonar sus quejas—. ¿Se supone que todavía debe despertarse por las noches?

—Pues sí —contestó su amiga con brusquedad—. Es una niña muy sensible.

Como si lo hiciera en respuesta al comentario, Chadani se acercó al montón de ropa recién lavada y doblada en el sofá y volcó su taza de leche suplementaria encima.

—¡No! —gritó Helena—. ¡No! ¡Eso no se hace! ¡Chadani! No me gusta este tipo de comportamiento. No te estoy criticando como persona ni como diosa. Pero lo que acabas de hacer...

La niña miraba a su madre con la taza aún volcada, como si estuviera llevando a cabo un experimento.

Izzy decidió que era mejor no ahondar en el tema de su novio.

—Bueno, yo me voy —dijo.

Mientras se marchaba, escuchó que Helena decía:

—A ver, mami se pondrá muy contenta si le das esa taza, Chadani Imelda. Muy contenta. Así que si quieres que mami se ponga muy contenta, dale la taza. Dame la taza, Chadani. Ahora mismo. Dale la taza a mami.