CAPÍTULO 10

Se dice que un favor trae otro, aunque generalmente no es así. Esta vez, e irónicamente, resultó de esta manera. Yo le conseguí a Paul un empresario, y él me consiguió un trabajo.

El hombre que se ocupaba de la publicidad del espectáculo de Paul era un homosexual. No lo parecía. Tenía más aspecto de granjero. Tal vez algunos granjeros también sean homosexuales. Todos lo querían a Mike Standford. Buscaban todas las excusas posibles para Mike. Era necesario. Siempre estaba ebrio. Lo estaba en las primeras noches de estreno, cuando tenía que haber estado conversando con los periodistas, y se empezaba a recuperar a la mañana, cuando tenía que haber estado despachando la publicidad Pero, como dije, la gente le tenía simpatía. Y esa no es una mala condición para un agente de publicidad. Después de todo, se los contrata para agradar.

Pero Mike estaba empezando a resultar un riesgo, se había descuidado demasiadas veces. No fue exactamente despedido de su empleo, pero varios clientes sugirieron que necesitaba un asistente.

Cuando Harvey Clinton, la empresa que estaba detrás de la obra de Paul, empezó a quejarse de él fue una cosa seria, porque Clinton era el principal apoyo económico de Mike. Ese fue el cambio.

Paul sugirió mi nombre. No era un gran sueldo, pero si la obra andaba eventualmente bien, había una participación en los beneficios, y fue un punto de arranque para mí.

El pobre Mike era un ex actor, como yo, “grado de honores” (fracasado). Tenía una cueva de ratón como oficina fuera de Shaftesbury Avenue. En un tiempo no le había ido demasiado mal, hasta que se metió con un bailarín que lo arruinó y luego lo dejó, en quiebra también. La reacción de Mike al desengaño amoroso fue darle a la botella. Una pena, realmente, porque Mike era un hombre agradable, de buen corazón, no cruel como algunos homosexuales. Es como las putas, hay el tipo de las de buen corazón, y del otro, las que le roban a uno de la billetera cuando se va a pagar la cuenta, aunque si uno lo piensa, lo mismo sucede con los que no son homosexuales, también.

Me gustaría aclarar que no planeé arruinar a Mike. No tenía otra cosa de la que vivir, y de todos modos nos llevamos bien. Cuando fui a su pocilga, estaba encogido sobre un humeante fuego, después de una 'sesión vespertina, obviamente tenía una borrachera terrible. Levantó la mirada hacia mí, lejos de estar lúcido.

—¿Me van a despedir?

Pensé que sería ahorrarse problemas si hablábamos directamente del asunto.

—Yo no lo voy a despedir —dije—, seguiremos trabajando juntos.

—Puede hundirme fácilmente.

—Lo sé. Pero no me gusta hundir a nadie. No le tengo más simpatía que usted a Harvey Clinton. — Siempre le había tenido antipatía. Tenía una cara redonda y pálida como un pastel de grasa, un cuerpo carnoso, una mojada boca sensual y un pelo amarillo claro como pelusa, pegado a la nuca como una peluca crespón. Yo lo había visto actuar una vez, muchos años atrás, cuando me había tocado ser jurado de admisión. No es nada divertido actuar como jurado, en el mejor de los casos. Para Clinton actuar de jurado le hacía ver el infierno como un día de verano. Jugueteaba con los actores como una trucha cosquillosa. Se podía ver el miedo en los ojos de aquéllos, sino eran solicitados. Y se las conversaba a las actrices. Cuando pensaba en él, siempre veía su lengua mojada, que pasaba por su boca mojada. Supongo que algunos pobres tipos caían en sus redes. Aunque Dios sabe que hay que estar muy presionado para convivir con Clinton. A mí no me gustaba Clinton, pero veinte libras por semana, son veinte libras por semana.

—¿Por qué no me despidió Clinton?

Mike volvió a mirarme. Apenas podía levantar los párpados.

—Suponga que evalúa su experiencia —dije tranquilizadoramente.

—Vea —siguió murmurando—, no hay gran cosa que aprender. Sólo hay que conversar para convencer a la gente, y conseguir ángulos. Cuando haya tomado un par de Alkas y un trago de licor, le mostraré los libros de recortes. Enseguida le va a tomar la mano. Yo no voy a durar mucho.

Pensé que era una línea de actor inferior, el viejo borracho que trataba de acaparar la simpatía en la última escena. Terminó su Alka Seltzer, y se sirvió un brandy, fumando y tosiendo. Entre las toses, revisó su libro de citas, conmigo. No era ningún tonto. Mientras sus dedos manchados de nicotina señalaban cada nombre en el libro, me daba una rápida reseña del carácter del hombre, su debilidad, sus vanidades y obsesiones.

—Tiene que ser un poco psicólogo para estar en el negocio de publicidad —dijo—. La cosa es que, cuando yo empecé en este juego, era sólo cuestión de tijeretear un poco de trabajo la primer noche, y en cuanto a las mujeres, una o dos fotos en las páginas brillantes. Ahora es más complicado. Todo eso de hacerse una imagen. Tenemos que tratar con imágenes y personas, y toda esa chapucería.

Largó una carcajada sibilante, y me sonrió, su expresión bondadosa y un poco triste.

—En el ramo de publicidad (perdón, relaciones públicas) lo que importa no es lo que “es” sino lo que “aparenta” ser. ¿Se da cuenta? Deles una gran mano y mantenga los ojos bien abiertos. Pronto se va a poner bien al tanto de los detalles de la ocupación —repitió—. Estoy cansado. Me iré a dormir.

Se fue arrastrando los pies y se dio vuelta en el umbral de la puerta.

—Jessie, Mrs. Cárter llega alrededor de las diez y media. Yo que usted aparecería entonces. Lo llamaré si hubiera algo urgente esta noche.

Mientras caminaba por la calle, después de esta sesión con Mike, supe que por fin, tenía los medios para destruir el matrimonio de Paul. La publicidad, el arma más destructiva de todas para un actor, o para cualquier otra persona que llegara a eso. Pensé que nunca se había hecho antes. No deliberadamente. La fría persecución del éxito de otra persona y para destruir su matrimonio. Conocía la debilidad en las raíces del hombre que odiaba, conocía el poder del arma que tenía en las manos.

Alimentaría las debilidades hasta que sofocaran al hombre.

Recordé nuevamente la razón que tuve en Durrington para concebir lo que humorísticamente llamé Operación Caso-Loco: cuando al muchacho de pueblo le va bien, descarta la chica con la que se casó en la selva. Se mueve en una atmósfera más alta, purificada. Las lindas muñecas lo merodean, más jóvenes, más sofisticadas que su mujer provinciana.

Adiós, mujer. Fue agradable seducirse. Es triste tener que traicionarte, pero lo comprendes, ¿no es así?

Supongo que subconscientemente todavía tenía dudas sobre la teoría del hermano Pete. Entretanto, tenía que aprender a utilizar mis nuevas armas de destrucción.