CAPÍTULO 3

Shirley era mi chica, o así lo pensaba yo. Así también el resto del grupo de Durrington, y Shirley, creo, hasta que me fui. Se suponía que tenía que estar dos semanas afuera, eso era todo. Tuve oportunidad de hacerme de unas cien libras esterlinas, más o menos, por un pequeño papel en una película, en el sur, y aparte del dinero, uno nunca sabe qué puede suceder cuando se entra en ese ramo.

Geoffrey Glover me dejó ir sin hacer problemas, lo que no era una deferencia, pero no se puede tener todo. En realidad, estuve afuera tres semanas, debido a problemas del tiempo, y cuando volví, Paul King había sido instalado por dos semanas, como el nuevo joven protagonista, en reemplazo de Bob Brewer.

Me había enterado de que él vendría, pero no estaba preocupado. ¿Por qué habría de estarlo? Shirley tenía para mí úna especie de mirada perdida, vulnerable. ¿Cómo iba a saber yo que para Shirley, Paul tenía la misma irresistible atracción? Tres semanas, estuve afuera, eso es todo. No es que hubiera significado mucha diferencia, aun si no me hubiera ido. En cierta forma hubiera sido peor. Escenas y todo eso.

No había “acuerdo” entre Shirley y yo, cuando me fui. Para cuando volví, simplemente se me había escapado de las manos por Paul. Sin ninguna explicación. Pero en los días subsiguientes, cuando me pescaba mirándola, yo sabía que su amable corazón estaba entristecido.

Ella no podía hacer nada. Yo era bajo, de rasgos irregulares, mayor que Paul. No era alto, esbelto y rubio, de ojos atribulados color azul oscuro, y perdida mirada de chico.

Lo vi por primera vez en el ensayo del lunes a la mañana, después de mi vuelta.

Entré al teatro junto con Geoffrey. Caminamos por el pasillo central. El teatro estaba sombrío, sólo una luz de trabajo en el escenario, porque no conviene gastar de más cuando se tiene un subsidia. Subimos al escenario por los escalones provisorios de madera, y Geoffrey me lo presentó. Paul levantó la mirada del libro que estaba leyendo. Me dirigió una pequeña sonrisa, fría y formal, y me hizo un cabeceo. La lectura empezó. Estaban preparando una obra titulada El Corazón Partido. Paul estaba actuando como protagonista, un joven de carácter débil que era el que contribuía a la desilusión de la joven.

—Shirley, lee tú por Sarah, ella está en lo del dentista esta mañana. De todos modos tú harás de suplente de ella —dijo Geoffrey.

Una vez más sentí el tormento, como si algo que nunca hubiera creído que existiera, cobrara vida. Todos los asuntos amorosos que había tenido anteriormente, no habían tenido sentido. Sentí como que la vida podía ser hermosa. Todo de muy mal gusto, parece estúpido decirlo, pero las cosas que había leído sobre el amor, nuevamente se hicieron verdad. Yo estaba parado como des Grieux en el atrio, y observaba a Manon que bajaba del coche.

Pudo haber sido sus grandes ojos, luminosos y débiles, el momento antes de ponerse los anteojos, o la curva de sus senos debajo de la fina blusa, o la pureza de su expresión, o éstas y otras cosas, aunque a nadie le importa la pureza en estos días. Pero la pureza emanaba de ella como la luz de una antorcha. Bueno, tal vez fuera así o no, pero lo era para mí y eso era todo lo que importaba.

Supongo que cualquier otra persona que la hubiera visto en ese momento, sólo hubiera visto a una chica baja, de aspecto agradable, con grandes ojos marrones y pelo color ratón. Cuando empezó a leer, se puso los anteojos de plástico barato, adornados con plateado. Estaba sentada junto a Paul y tenía los ojos puestos en él, cuando entré. Me miró y me sonrió, pero tibiamente, sin la mirada de bienvenida que yo había esperado. No puedo decir que se me hundió el corazón de desaliento, pero me quedé sorprendido y decepcionado.

La voz de Geoffrey llamándome por mi nombre me volvió a la atención, me uní al grupo, y la lectura siguió. Como de costumbre yo sólo tenía un papel de poca importancia.

No era una obra muy buena. Pero Geoffrey tenía que mechar un poco. Si elegía únicamente los clásicos, hubiera vaciado totalmente el teatro. Acostumbraba a hacer la ocasional pieza sentimental, del tipo de ésta, o si no, una linda comedia provinciana (salida de la fábrica de budín con salsa, de Yorkshire) para que la audiencia sintiera que tenía el corazón en su lugar, y todas esas exageraciones.

Tuvimos un descanso a las once, y fuimos a planta baja para tomar unas tazas de té. Me encontré junto a Vic Jones, que también se había unido a nosotros en mi ausencia. Vic era uno de esos actores bien dispuestos para ayudar a todos, con el que todos también cuentan, y consecuentemente, se lo utilizaba o para reírse o para encargarle trabajos. Era alto, un poco encorvado, y tenía un dejo de cockney en el timbre de voz. Todavía es así. Esto lo perjudicaba, como yo y mi fea cara.

—¿Qué te parece la Compañía? —pregunté

—Buen grupo de gente.

Difícilmente podía decir otra cosa, pero Vic siempre miraba el lado bueno de las cosas.

—¿Hace mucho que estás en esto?

—Veinte años —dijo.

Largo tiempo, demasiado largo, y los dos lo sabíamos. El teatro es como el piso que separa el grano de la cáscara en los graneros, la liviana cáscara se dispersa fácilmente. Sólo el verdadero grano sobrevive. Y cierta gente, mucho después de enmohecerse, todavía abriga sus ilusiones, merodeando por los clubes de teatro, y las oficinas de los intermediarios, diciéndose que fulano de tal tenía cuarenta años cuando se le dio la oportunidad, que mengano de tal fue bueno en televisión a los cincuenta años. Sabíamos la forma, pero ninguno de los dos lo dejaba entrever. No estábamos mostrando nuestras penas, pero cada uno de nosotros pensaba que era demasiado viejo para estar todavía en el Repertorio, y también cada uno sabía que el otro tenía razón.

A la hora del almuerzo Vic y yo caminamos por el callejón hacia el Builder’s Arms. Paul y Shirley caminaban delante de nosotros. Ella llevaba blusa y pollera blancas. Lo miraba hacia arriba, y parecía que él le respondía con monosílabos, como si esto y su aspecto atrayente fuera algo lógico. Algunas personas tienen todo.

Para cuando llegamos al bar, Paul estaba sentado en un banco en el rincón más alejado, y Shirley estaba en el mostrador buscándole cerveza y sándwiches. Vic dijo:

—¿Quieres cerveza y un sándwich de queso? ¿Amargado?

Asentí con un cabeceo y le entregué el dinero a Vic. El bar estaba muy lleno. La observaba a Shirley por el espejo, de la misma manera en que la observé el día de su casamiento.

Cuando volvió Vic, sacudí la cabeza en dirección a Paul.

—¿Qué tal es?

—Buen muchacho, pero lo quiere todo de golpe.

—¿Buen actor?

—Explotará su simpatía.

Los dos sabíamos que eso significaba acaparar el acto. Pero esa era la manera de ser de Paul. No era un duro trabajador.

No como Sarah Barnes. Ella actuaba siempre de protagonista con Paul. Y lo odiaba, por lo que descubrí más tarde. Decía que era un mal actor, a veces delante de él, lo que hacía que !as cosas no fueran agradables en la compañía. Sarah había llegado por el camino duro. Sus padres habían sido actores de music hall, sin éxito, y ella tenía una ambición prevalecedera, por conseguirse su propio lugar en este mundo. No era linda y más tarde solía decir que Shirley era la manzana acaramelada de Paul.

—¡No tiene suficientes agallas para pararse sobre sus propios malditos pies! Tiene que correr a mamá para que lo consuele —dijo ella.

Sarah y yo teníamos mucho en común.

No habíamos estado ensayando más de un par de días, cuando tuve la medida de lo que era Paul. Vic tenía razón con respecto a él. Explotaba su simpatía, desequilibrando la obra. Geoffrey tenía paciencia, aunque en una ocasión, paró el ensayo en la escena de Paul y dijo irritado:

—No, aquí usted tiene que dar la impresión de que piensa que ella es joven y estúpida, ¡la tiene qué humillar!

Paul se encogió de hombros y miró hacia abajo con una media sonrisa. Con aire de superioridad, simplemente de desinterés, de saber más, sin decirlo.

Vic y yo estábamos sentados la primera noche, al costado del escenario. Para ese entonces nos habíamos hecho bastante amigos.

—Está arruinando el papel de Sarah —musitó Vic— pero a la audiencia le va a gustar.

No dijimos nada más. No necesitábamos hacerlo. Cuando fuimos al camarín de Sarah, después de la primera noche de representación, lloraba de rabia, caminando de un lado al otro. Sarah era una chica alta. La altura, para una actriz es una contra. No está bien hacer aparecer al protagonista como un enano, si se lo puede evitar, pero a veces no se puede. No era que Sarah diera esa impresión, pero tenía rasgos severos y rectos y pelo negro, lo que no siempre ayuda. Ya tienen una dura lucha las actrices, de todos modos, aun sin ser demasiado altas. Parecería que nadie se da cuenta de que hay un cincuenta por ciento más de papeles escritos para hombres, que para mujeres. Paul siempre se las ingeniaba para hacerla aparecer como torpe, si podía. Hay muchas pequeñas maneras de hacer que la gente pierda el equilibrio.

—¡Es un sodomita! —dijo Sarah, después de la primera noche de representación.

Vic estaba sentado al borde del toilette de ella.

—Estuviste muy bien, preciosa —dijo.

—¡No me vas a engañar, estuve terrible!

—Lejos de ello —dije respaldando lo que había dicho Vic—. Estuviste...

—¡No, no estuve bien! —me cortó ella.

—¡Estuviste muy bien!

—¡No!

Seguí con este infantil juego por un rato, y luego paré. Tuvimos que mitigar nuestras heridas y subir al bar. Recepción pública, un nuevo alcalde gordo y de cara roja, discursos, gins y tonics, panecillos con pesadas salchichas y todo eso.

Subí y lo felicité a Paul. Mayormente porque Shirley estaba parada junto a él, y quería estar cerca de ella.

—Hay que juzgar la audiencia local —dijo Paul.

—¿No estuvo maravilloso? —dijo Shirley.

Tenía los labios entreabiertos. Recordaba su suavidad, sólo la había besado dos veces.

—Ciertamente estuvo bien —dije cuidadosamente.

Me di vuelta y murmuré una posterior frase convencional de felicitación para Paul, aunque las palabras se me atragantaron en la garganta. Me podía haber ahorrado el aliento. Obviamente no me oyó. Miraba a Shirley hacia abajo, con una expresión fija, casi vidriosa, como si por primera vez se diera cuenta de sus potencialidades, como si estuviera recordando las palabras de Geoffrey, “Tiene que dar la impresión de que piensa que ella es joven y estúpida, humillarla".

No la humilló entonces, por supuesto. Simplemente la miraba fijo hacia abajo con sus sombríos ojos azul oscuro, un poco especulativamente, y por lo que recuerdo, esa fue la primera vez que tuve conciencia de sentir algo, con respecto a él, que me inquietó. Desapareció en un segundo, y no quedó nada más que desprecio profesional y normales celos masculinos. Bastante para empezar.

Shirley obviamente no sentía otra cosa que adoración. Él no se había tirado ningún lance con ninguna de las otras chicas del grupo, no había andado acostándose con ellas, aunque yo suponía que podía haberlo hecho. Para ella esto lo hacía aparecer como el joven sir Galahad que aparentaba.

Ahora sé por qué no había probado suerte con las otras chicas, y no era porque tuviera tendencias homosexuales. Lejos de ello. En cierta forma hubiera sido mejor si las hubiera tenido. Hubiera ahorrado dos muertes, posiblemente tres, muerte por muerte. Shirley no se hubiera casado con él. Pero lo hizo.

Se casaron en el Registro Civil de Durrington, entre espectáculo y espectáculo, un sábado. Para bien o para mal.

Shirley llevaba una especie de traje de tweed y una blusa. Creo que era azul. Era demasiado grandes para ella. Tenía esa mirada nerviosa que mostraba siempre en el teatro. Como si hubiera perdido algunos postizos. No llevaba los anteojos, y parecía más vulnerable que nunca. Geoffrey Glover tenía el anillo en el bolsillo y lo entregó en el momento oportuno, pude ver todo el casamiento como pantallazos de una película. Paul con el mismo aspecto de siempre cuando actuaba como el joven jovial, de cabello rubio, ojos azules apenas entreabiertos, con esa mirada de “juventud sorprendida”, que sabía poner tan bien. La mano de Shirley temblaba un poco, tal vez estuviera asustada, o tal vez fuera de alegría.

Shirley había perdido a sus padres en un accidente de aviación, unos años antes. La madre de Paul, Edith estaba allí. El padre, por lo que decía Paul, había sido un borracho, se había ido durante la guerra y nunca había regresado, y personalmente, no le eché la culpa, habiéndola visto a Edith. No se podía decir que los familiares estuvieran en buena posición económica, y la única persona que estaba allí, Edith, parecía tan contenta como un comensal que acaba de encontrar una horquilla de pelo en la sopa.

Después del casamiento fuimos a tomar algo al Builder’s Arms. Allí estaba toda la compañía, muy alegres y compañeros, como el primer acto de Trelawney of the Wells. Yo estaba sonriente y seguí sonriente hasta que me dolió la cara. Tenía treinta y cinco años entonces, y me sentía de sesenta y cinco. Podía ver 30 u Shirley en el espejo, detrás de la cabeza del barman, que lo miraba a Paul. Cuando nos maquillábamos yo acostumbraba a observarlo en el espejo, de la misma forma. Conocía cada línea de su cara. Aunque siempre tenía los mejores papeles, siempre protestaba. Sabía exactamente cómo desalentar a la gente, también. Si uno tenía un buen papel, le señalaba lo estúpida que era la obra. Si la obra era buena decía “Es una lástima que esta semana no te pongan a ti”.

Creía saber por qué Paul se casaba con Shirley. En parte yo tenía razón. Además de esa otra cosa, de la que yo no sabía nada con seguridad, quería tener a alguien que pensara que él era un genio. Kean y Garrick en una sola persona. Ella realmente lo pensaba, y esto lo re vitalizó.

Me escapé cuando la fiesta de casamiento empezó a ponerse ruidosa, me excusé y volví al teatro. De todos modos, odio actuar cuando estoy desanimado.

Como ya lo he dicho, era un viejo teatro bastante desagradable, aunque el Consejo de las Artes había "arreglado un poco el auditorio, el sótano estaba lleno de sillones destrozados. Olía a viejas obras, a desengaños, a llamados para la bajada final de telón, el eco de aplausos muertos, y la mohosidad de esperanzas marchitas.

Me senté en un sillón roto, y miré una fotografía manchada de Ellen Terry. Geoffrey Glover, en el cuarto de al lado, estaba charlando con Grace, que estaba haciendo el té. La oí decir:

—Apuesto a que van a hacer una linda pareja.

Seguí mirando fijo a Ellen Terry aunque apenas si podía verla. Me reconforté con el pensamiento de que los lagrimales están hechos para ser usados.

Mi problema como actor era que no tenía el aspecto apropiado. Yo lo sabía y también Geoffrey. Tengo buena voz, pero soy bajo, y tengo fea cara, y cuando uno es actor no sólo tiene que vender la voz, también tiene que vender la cara, los gestos, y la manera de moverse. Yo no tenía nada para vender, excepto la voz. Es una sensación desagradable, sentir que uno puede hacer algo, sintiendo dentro de uno el motor que podría llevarlo adelante, sabiendo sin embargo que el chasis no está de acuerdo con el nivel común.

Geoffrey nunca me hubiera dicho esto: no necesitaba hacerlo, y creo que lo sabía. Bastante extrañamente, en cierta forma, a menudo sentía que Geoffrey y yo estábamos en la misma onda con respecto a Paul. Como empresario era lo suficientemente sagaz como para saber cuáles eran los defectos de Paul, pero a menudo, en los espectáculos, los disimulaba, dejando que Paul saliera con la suya, para que no se destruyera la confianza que se tenía. La confianza es una flor frágil, un toque de helada y desapareció.

Uno sólo de los defectos de Paul se le escapaba, o había elegido ignorarlo, su egoísmo como actor. Pero claro, no tenía que actuar con él. No tenía que soportar a Paul, que se robaba las mejores risas en una comedia, o se ponía por delante de uno, atrayendo la atención de la audiencia, o dando la ocasional nota triste que no estaba en el texto de la tragedia, lo que arruinaba una entrada.

Paul tenía veinticinco años cuando se unió a nosotros. El primer impacto que hizo en mí fue, el de un típico estudiante ruso pobre, o uno de los compañeros de Rodolfo en La Bohéme. No tenía una cara moderna, pensaba yo, y aunque se reía fácilmente, siempre tenía esa mirada pensativa y triste detrás de los ojos, como si hubiera recibido malas noticias de su casa. Esto les gustaba muchos a las chicas, incluyendo a Shirley. Ansiaban consolarlo. También le gustaba a la audiencia, aunque aquí era dónde se le escapaba otro defecto de Paul a Geoffrey, Paul quería que la audiencia lo adorara, y la utilizaba como bálsamo para su ego. Hay una diferencia entre esto y ser un gran actor.

Para el actor la audiencia es un ser viviente, como un animal para domar: “Estuvieron fáciles esta noche. “Fue duro hacerlos entrar esta tarde, ¡Dios, qué matinée, hacía morir la muerte!..“¿Qué diablos pasó en el segundo acto?, no estaban allí para nada.

“Ellos”, anónimos, amorfos, sin rostro, y sin embargo transmitiendo una sensación que es necesaria y vital para el actor, y para el éxito de la obra. Después de un tiempo, Paul había conseguido domar la audiencia de Durrington. Sabía exactamente lo que podía sacar de ellos, y por esto, los menospreciaba. Era demasiado fácil.