17
Huck distribuyó los cepos para osos alrededor de la cabaña, disimulándolos con ramas y hojarasca. Luego se sentó en la puerta a engrasar el rifle de abatir bisontes.
Quién llegaría primero. Podía ser Tom. Ojalá, porque eso significaría que Tom podía tener algo de pirata. Todavía algo de pirata en su interior. No esperaba que viniera a defenderlo, eso no. Hacía años que no esperaba eso. Pero Tom podía esforzarse por llegar el primero, de todos modos. Esforzarse por evitar lo que iba a suceder. Caería en uno de los cepos, y Huck lo dejaría allí, con vida, antes de escapar. Al oeste. Aunque escapar no era lo más importante. Ni siquiera sabía si seguía existiendo algo llamado oeste. O ya todo serían vallas. De aquí hasta el mar.
Escapar. ¿Adónde? Todo costaba demasiado. Cada comida. Cada paso. Sin sol. Algo se había helado ya, en el centro mismo, y era insoportable pensar que ese frío iba a durar siempre.
Alguien iba a venir y ojalá, también, no fuera Tom. Ojalá fueran los otros, con esos disfraces que por fin mostraban lo que de verdad eran. Aunque eso significara que de Tom no quedaba nada.
Una cabeza apareció detrás de un arbusto, justo frente a él. Se ocultó y volvió a salir, como un perro de la pradera asomando la nariz en su agujero.
—¡No dispares! ¡Soy yo!
Joe Harper.
—¡Voy a salir!
Joe se puso en pie con los brazos en alto. Apoyó el rifle contra el marco de la puerta y sacó los dos revólveres, apuntándolo.
—¿Qué quieres, Joe?
—Ya saben lo de Alfred. Y lo de Ben. La voz ha corrido por el pueblo. Y tienen miedo de ser los siguientes. Bob dice que no pararás hasta acabar con ellos. Vienen hacia aquí. ¡Tienes que marcharte! ¡Deprisa! ¡Están a punto de llegar!
—¿Cuántos son?
—¡Muchos!
—¿Pero cuántos? ¿Doce?
—¿Cómo voy a saberlo? joder, no los he contado. Vienen para acá. ¡Están a punto de llegar!
—Gracias, Joe.
Joe bajó las manos y avanzó un par de pasos enérgicos, como si fuera a echar a correr hacia él.
—Por el río — dijo — si tienes una balsa puedes escapar río abajo.
Navegar otra vez. A favor de la corriente. Hacia el mar. Debería ser una gran idea. Flotar sobre aquella cinta de agua y parpadear ante los muchos soles que se rompían contra su superficie. Pero ni siquiera parecía real. Como un sueño que no sabes si lo es.
—Quieto ahí, Joe. Hay cepos. Podrías pisar uno.
—¿Cepos?
—Sí. Trampas. Te arrancarían la pierna.
Joe se le quedó mirando un momento, como si no entendiera lo que le estaba diciendo. Trampas, susurró.
—¡Pero son muchos! ¡No podrás con ellos, aunque haya trampas! ¡Con todos no!
—Puede ser.
—Y no es bueno. Te entiendo. Pero no es bueno hacer esto. Ellos no lo son, pero esto tampoco lo es.
—No me importa lo que es bueno.
—No matar. Eso es bueno.
—Claro — dijo Huck— no matar. Ir a clase. Ir a misa. Ir a la guerra.
Joe miró hacia atrás como un gamo con la oreja levantada. Huck captó un rumor distante, como un leve temblor en el aire.
—Yo no participé en eso — dijo Joe — no estaba con ellos. Quiero que lo sepas.
—Está bien.
—Adiós, Hucky.
Joe corrió de vuelta hacia el pueblo. Devolvió los revólveres a sus fundas. Recogió el rifle, entró en la cabaña y cerró la puerta.
Sintió en el suelo el retumbar de la cabalgada. Una remota vibración en la planta de los pies. Luego oyó los gritos y los disparos al aire. El estruendo del miedo. Estaba solo. Ahora el fantasma era él.