CAPÍTULO III

Texas toma una decisión

LESPUÉS de los terribles sucesos vividos en Carson City durante la trágica lucha con el monstruoso Zenker, Texas se había trasladado a su rancho en compañía de Stella, Vera y Daphne. Las dos últimas, habían sufrido una terrible crisis nerviosa que las obligó a guardar cama durante unos días para recobrar el perdido equilibrio y en cuanto a Stella, también había acusado las huellas de la trágica noche del incendio, pero acaso reconfortada con el éxito logrado y con la presencia de su prometido que no se separaba de ella, fue la primera en recobrarse y dedicarse a atender con todo cariño a su prima y a Daphne.

El niño, un precioso muchachuelo de dos años que empezaba a hacerse comprender torpemente, servía de distracción a la joven y los ratos que no necesitaba atender a las enfermas, lo llevaba a pasear por los pastos o le montaba a caballo, bajo la vigilancia del duro mejicano, que ya se había repuesto de su herida.

Nino tomaba al pequeño como a un muñeco temiendo siempre que se le deshiciese entre sus rudas manos y exclamaba:

—Bueno, manito, ¡repinto! A ver si aprendes a montar a caballo como el patrón o así y entonces te enseñaré a manejar estos juguetitos que meten mucho ruido… Cuando baje a la primera feria, te voy a comprar uno más lindo que un sol y te lo voy a colgar al cinto para que te acostumbres a saber lo que pesa ¡maldito sea Jalisco! Los hombres deben saber cuanto antes para que sirven estos cacharros y manejarlos como el primero, creo yo.

Stella se indignaba con él replicando:

—¡No sea bruto, Nino! Apenas si ha salido del cascarón y ya está usted tratando de convertirle en un pistolero.

—¡Bueno va! Cuando yo tenía un año menos, mi abuelo me daba a chupar el cañón de su 45 como si fuese un biberón para que no me desgañitase a llorar… y vea; esto me hacía tanta gracia, que dejaba de llorar y chupaba de él como si fuese un caramelo.

—Bueno, pues yo no quiero que se acostumbre a matar hombres como si fuesen conejos. Le haremos abogado.

—Bueno va, ¡maldita sea Sonora! Hágale pistolero mejor y luego abogado, podrá ser juez y ganar mucho dinero resolviendo pleitos a tiros. Me acuerdo una vez en Sonora, que se presentó, un abogadillo a defender a un ranchero que acusaba a su capataz de haberle robado varias reses. El hombre se desgañitaba a dar razones y a enseñar un libro muy gordo, del que no hacía más que leer cosas muy raras que nadie entendía, hasta que el abogado del capataz, un juez que había pertenecido a la cuadrilla de Jesse James, le preguntó con sorna:

—Léame usted las cinco cláusulas de la Ley del 45.

El hombrecillo muy asombrado balbuceó:

—¿Qué Ley es esa? Yo no conozco más que la Ley del año 68 que dice…

—Basta —exclamó el juez abogado sacando su Colt—. La Ley del 45 es ésta y las cinco cláusulas están dentro. Aquí no hay más razón que la que yo defiendo y desafío al jurado a que afirme que hay otra mejor.

—¡Y no lo hubo, repinto! ¿Qué la iba a haber, si aquel tío cortaba un hilo a cincuenta pasos sin apuntar?

Stella terminaba por reír, pero evitaba que el mejicano intentase aficionar al pequeño al gusto de las armas. El estado de las tres mujeres había dejado en suspenso todo lo concerniente a la proyectada boda de Texas con Stella. Debía darse tiempo al tiempo y dejar que todas recobrasen la salud para que el acontecimiento revistiese los caracteres de alegría que el caso debía exigir.

Mientras Texas, siempre alerta, había hecho doblar la vigilancia en los alrededores del rancho e incluso había destacado a un hombre de confianza a Carson City a ver si averiguaba allí algo del desaparecido Zenker, pero aquel regresó después de una búsqueda infructuosa y todo quedó como adormecido, aunque Texas no se fiaba.

Conocía a Zenker, sabía que este no se resignaba a la derrota y sentía curiosidad para averiguar cuáles serían sus primeros actos hostiles después que se rehiciese.

En cuanto a Spack, no había podido averiguar una sola palabra de él y Vera retrasaba su reposición solo de pensar en él y en su suerte.

Texas cuando la visitaba, trataba de levantar su ánimo afirmando que un día u otro se daría con su pista y entonces sería llegado el momento de buscarle y darle cuenta de lo sucedido para fijar su actitud.

Así las cosas, un día llegó al rancho una carta depositada en Washington con el sello oficial de la Secretaría de Estado. Texas no necesitó hacer esfuerzos para adivinar que procedía de Snock el Secretario y se preguntaba con disgusto, que nueva misión trataría de confiarle para turbar aquel agradable y merecido descanso.

Pero cuando la abrió, su asombro no tuvo límites. En efecto, contenía una carta de su amigo Snock, pero a esta acompañaba un recorte de periódico y este recorte era el mismo en el que se anunciaba la muerte de Vera. Leyó el recorte con avidez y luego la carta decía:

»Querido Jim:

»Hace algún tiempo que no sé una palabra de tus andanzas, aunque me figuro que estarás entregado a dar fin de esa fatídica banda de malhechores de guante blanco, que gracias a ti han cesado en sus actividades contra los intereses de la Nación, me figuro que por haber dedicado a ti toda su preferencia.

»Me lo hace sospechar así, el adjunto suelto que acabo de leer en la prensa de aquí y que te remito por si lo desconoces. Como Vera era la hija de Spack y tú acabaste con él, he sospechado que también te hayas visto obligado a concluir con la hija, aunque sé la repugnancia que ello te haya podido causar por tratarse de una mujer.

»Ahora sólo te queda Zenker, el más astuto y peligroso de los tres. Me alegraría saber algo de tus andanzas en este asunto y conocer algún detalle de tus luchas. No tengo que reiterarte que si algo necesitas de mí y puedo ayudarte, no tienes más que mandar.

»Te envía un fuerte abrazo tu viejo amigo,

Snock».

Texas se quedó meditando sobre el suelto que le enviaba, su amigo. No acertaba a imaginar de donde procedía la noticia y que objeto podía tener dar a la publicidad con aquella seguridad y aquel falso lujo de detalles la muerte de Vera.

Después de una honda meditación, sacó diversas conclusiones que fue anotando en un papel.

Si nadie tenía noticias de un hecho que había quedado entre los protagonistas y aún alguno como Zenker ignoraba la terrible verdad, ¿quién podía haber cursado aquel telegrama?

Solamente el propio interesado. ¿Con qué finalidad?

Posiblemente con la de correr la noticia para que llegase a oídos del financiero y establecer contacto con él, Dios sabía por qué procedimientos.

Por otra parte, creyéndose viudo de la única hija del millonario, le convenía hacerlo público, para en su día reclamar la herencia. Esto sería lo más ventajoso, porque ese día tendría que dar la cara y entonces… la presencia de Vera sería su perdición.

Admitiendo que fuese el propio Zenker quien hubiese enviado la noticia, ¿dónde estaba y desde dónde se cuidó de enviar el telegrama a Washington? Tenía que averiguarlo rápidamente, porque esto podía ser un hilo aunque débil que le llevase a localizar al sanguinario secretario para darle la batida final.

Esto no podía aclararlo nadie mejor que el secretario del Presidente y sin pensarlo más, se dirigió al puesto de telégrafos cursando un despacho que decía:

«Querido Snock:

»Recibí tu carta. Estoy bien. Te escribo largamente, pero ruégote que con máxima urgencia averigües en periódico quien envió noticia y desde donde. Procura ver el despacho original y telegrafíame copia.

»Abrazos.

Texas.

Jim guardó la carta y el recorte sin querer dar cuenta de él ni a la propia Stella y esperó. Cuando tuviese todos los cabos posibles reunidos, sería el momento de sembrar la alarma entre las mujeres e incluso de tomar una decisión extrema que habría de soliviantarlas si se veía obligado a abandonar el rancho para buscar de un modo definitivo a Zenker.

Al día siguiente, volvió a recibir otro telegrama del secretario. Un poco más amplio decía:

«Querido Jim:

»Recibí tu telegrama. Rápidamente me trasladé en persona al periódico y pedí ver el despacho. Este dice de la forma más extractada, lo mismo que el suelto de prensa. Se expidió hace dos días en Boixe, la capital de Idaho. Va firmado con la inicial Z. y el periódico no tiene corresponsal alguno en dicha capital.

»Lo acogieron estimando que lo firmaba modestamente el propio viudo de la víctima y por eso añadieron que se había refugiado a llorar su dolor en algún rincón oculto del Oeste.

»Dime si necesitas que haga alguna gestión más y la realizaré con el gusto de siempre.

»Te abraza».

Snock.

Texas sonrió con humorismo trágico al leer el contenido del telegrama. Zenker se había pasado de listo al realizar aquel acto absurdo de propagar la noticia de la muerte de Vera. En su día, el despacho sería una prueba condenatoria contra él y de momento, sin él sospecharlo le había proporcionado una pista para localizarle.

Zenker se había refugiado en algún lugar de Boixe, Dios sabía con qué propósitos y tan seguro estaba que Texas a tan larga distancia no llegaría a enterarse del suelto, que permanecería allí tranquilamente, esperando acontecimientos o quizá preparando alguna nueva trampa en la que pretendiese hacerle caer.

Para desbaratar sus planes, no había nada mejor que adelantarse a ellos y darle la batalla en su propia madriguera cuando se hallase más confiado y seguro de que no sucedería así. Si lograba sorprenderle, la pugna quedaría liquidada de una vez y para siempre y él podría vivir tranquilo no sólo por él sino por las mujeres que tenía bajo su custodia.

Se imponía darles la noticia y comunicarles sus proyectos. Adivinaba que iba a tener que sostener una desagradable discusión con Stella, quien no le dejaría partir de nuevo en busca del peligro, pero él no podía permanecer de brazos cruzados dándole todas las ventajas al enemigo, cuando la suerte había puesto en sus manos la mejor arma para el ataque.

Así, aprovechando que las tres mujeres se hallaban reunidas en el dormitorio de Vera, se presentó en él grave y preocupado y las tres con esa intuición femenina que nada deja escapar, adivinaron al verle que algo extraordinario iba a suceder.

Stella se envaró y avanzando hacia él preguntó:

—¿Qué sucede, Jim? ¿Qué mala noticia vienes a darnos?

Él sonrió con despreocupación afirmando:

—No seas agorera, Stella, no hay mala noticia… Yo al menos creo que es buena, aunque nos complique un poco la tranquilidad. Escuchen y sobre todo, usted Vera. Esto le afecta de cerca.

Texas le leyó el suelto del periódico mirándola a hurtadillas y observando que la joven se ponía roja como una artemisa y unas lágrimas de rabia mal contenidas acudían a sus ojos.

Cuando concluyó la lectura, ella sollozó:

—¡Qué asco y que bochorno!… ¡Es la última puñalada que podía dar a mi amor propio y a mi dignidad!… Lanzar a los cuatro vientos la noticia de esta boda trágica que ha sido como mi justo castigo…

—No hay que afectarse así —dijo Texas—. Una boda equivocada la realizan cientos de mujeres. Lo que hay que dejar siempre aclarado es quién fue el malo y el bueno.

—En esta ocasión nada puedo echarle en cara.

—Sí, Vera. Usted fue una muchacha sugestionada por él y por su padre, que por fortuna supo ver la verdad y reaccionar a tiempo. Él no reaccionará ni a las puertas del infierno.

Stella que iba mucho más allá en sus pensamientos, preguntó:

—Bien, Jim, ¿cuál es tu idea al darnos cuenta de ese suelto?

—Querida, eres muy imaginativa. En efecto, tengo una idea y vengo a comunicarla. He hecho indagaciones, pues este suelto me lo envía mi amigo Snock y he averiguado que el telegrama fue enviado no desde Nevada, sino desde Boixe en Idaho y está firmado por la inicial Z.

—¡Zenker! —exclamó palideciendo Stella.

—Esa es mi sospecha. Zenker está en Idaho y…

Pareció dudar en completar su pensamiento, pero su prometida impetuosa, exclamó:

—¿Y piensas marcharte a comprobarlo?

—Justamente, querida, pareces una pitonisa.

Ella acongojada, repuso:

—Claro, como que es mi corazón el que habla y éste me dice que intentas ir a jugarte la vida de nuevo.

—Pero querida, comprende que es más fácil para mí obtener un éxito definitivo sorprendiendo al enemigo cuando no espera, que dejándole que sea él quien prepare la trampa. Acuérdate de Elko. La ventaja estuvo siempre de parte de Zenker y a no haber sido por una verdadera casualidad, a estas horas el triunfo rotundo habría sido de él.

—Sí, pero Zenker no es de los que se confían. Tú fuiste allí de buena fe, sin darte cuenta de lo que podía surgir y surgió. Él estará con los ojos muy abiertos para que no se repita el caso.

—Bueno, pero yo gozaré de la ventaja de que también esta vez iré prevenido y no de buena fe. Estoy seguro de que con la ayuda de Nino sorprenderemos a esa alimaña y daremos fin de ella.

Vera intervino para suplicar:

—¡Por Dios, Jim, no se exponga más por mí!… Deje a ese monstruo que se encenague más en su propio barro… Quizá se conforme con apropiarse de mi capital creyéndome muerta.

Texas asaltado de una repentina sospecha palideció y se apresuró a insinuar:

—¿Se ha dado usted cuenta de lo que puede suceder con eso que ha dicho?

—No le entiendo —afirmó ella desasosegada.

—Pues sencillamente, que si ese es su propósito, nunca heredará su fortuna mientras su padre viva, y muerta usted según su creencia, sólo le resta deshacerse de su padre y alzarse como heredero legítimo.

—Pero vivo yo aún…

—Cierto, más, si cuando usted quiera dar a conocer la verdad él se ha apresurado a obrar, entonces podrá evitar que le robe su patrimonio, pero no evitar que se haya deshecho de su padre si lo localiza.

Vera lanzó un grito desgarrador al oír las afirmaciones de Texas. Conocía sobradamente al desnaturalizado secretario para no dudar que sería capaz de realizar aquel nuevo crimen.

—¡Dios mío! —sollozó—. ¡No!, eso no… Mi padre…

—Cálmese, Vera —se apresuró a rogar Jim— es por esto por lo que no quiero darle un minuto de reposo. Debo atacarle con rapidez y si la cosa no resulta tan segura y rápida como yo deseo… Entonces sería el momento de poner al descubierto la verdad desmintiendo la noticia.

—Esto le haría ver que resulta estéril deshacerse de su padre, pues no lograría hacerse con el dinero.

—Pero… si se pone en contacto con él y se descubre la horrible verdad… ¿ha pensado usted en lo que puede suceder? O Zenker tendrá que matar a mi padre para que mi padre no le mate a él o al contrario. El dilema es espantoso.

—Razón de más para que yo intente localizarle. Si por casualidad hubiese encontrado a su padre contándole la historia a medida de su gusto, yo podría exponerme a hacerle saber la verdad y entonces… apuesto la cabeza a que su padre al saberla viva y salvada por mí, concentraría toda su furia contra Zenker y sería un aliado más para nosotros. Con discreción, podría llevarse a cabo todo esto y cogerle dentro de un terrible cepo del que no podría escapar esta vez.

Stella que escuchaba con anhelo cuanto se hablaba y veía reflejado en el semblante de su prima una terrible angustia por la suerte de su padre, tomó una decisión heroica y encarándose con su prometido, dijo enérgica:

—Tienes razón, Jim. El dilema es terrible, pero no hay otro. Me angustia que te vayas, pero comprendo que no hay otro remedio. Ve y que la suerte sea contigo.

—Bien, querida, ya sabía yo que te mostrarías razonable. Te juro que seré desconfiado y discreto y que viviré con los ojos muy abiertos para no ser sorprendido. Voy a avisar a Nino para que tenga todo preparado y mañana partiremos para Boixe. Esta vez me dice el corazón que el triunfo será nuestro.

Y abandonó la estancia dejando a las tres mujeres atribuladas y presas de la mayor zozobra.