27
Época actual
Por alguna razón, Lee creyó que amenazar a Ted con el mechero podía ser una buena idea. O bien el golpe le impidió pensar con claridad o Lee nunca había escuchado hablar de los vapores de la gasolina, porque en cuanto la pequeña llama azul se convirtió en una gran bola de fuego su rostro se transformó a causa de la sorpresa. Su ojo reducido se abrió lo más que pudo antes de que el guardia comenzara a sacudirse en una danza frenética, gritando de dolor atrapado en una esfera de llamas.
Laura y Ted no tuvieron mucho tiempo para reaccionar. Una pared de fuego avanzó hacia ellos y los tentáculos azules de las llamas treparon por todas partes. Se alejaron lo más rápido que pudieron en direcciones opuestas. Los gritos de Lee se volvían cada vez más espeluznantes. El olor a carne quemada lo ocupaba todo.
El sótano se dividió en dos y Laura quedó atrapada del lado opuesto a la puerta. Cuando el guardia daba sus últimos alaridos agónicos ella intentaba buscar un modo de pasar al otro lado, pero el fuego había formado una barrera que avanzaba en dirección a ella; el humo era cada vez más denso. Las bombillas estallaban una a una pintando una nueva realidad naranja y pulsante. Las ratas chillaban.
Ted le gritaba que fuera hacia la parte de atrás mientras él intentaba mover el sofá verde, que aún no había sido alcanzado por las llamas, para formar un puente apoyado entre una mesa y unos trastos apilados. No funcionó. Las llamas alcanzaron su camisa y debió quitársela y taparse la boca con ella para poder respirar. Gritó algo ininteligible.
—¿¡Qué!? —Laura se encontraba a unos diez metros de distancia, pero en vez de avanzar se veía obligada a retroceder. También se quitó la camisa y respiraba a través de ella, pero aun así empezaba a sentir que sus ideas se deslizaban con pesadez.
Ted volvió a intentarlo, esta vez quitándose la camisa de la boca.
—La trampilla, Laura. Métete allí y cierra la tapa.
Esta vez Laura lo entendió. Sin embargo, supo que sería imposible conseguirlo en semejantes condiciones. Las llamas se interponían entre ella y la abertura en el suelo.
—¡Ted, no puedo llegar!
Él le gritó algo más, pero su voz fue amortiguada por el crepitar del fuego. El humo se había vuelto demasiado denso y respirar a través de la tela de la camisa era ya casi imposible; Laura no lo soportó más y se la quitó de la boca. Un ataque de tos la hizo caer de rodillas. No había sido del todo consciente del escozor en los ojos hasta que descubrió que a ras del suelo el aire era un poco más respirable. Volvió a cubrirse el rostro con la tela y se arrastró hasta la pared lateral. Se dijo que la única oportunidad que tendría de cumplir su objetivo sería reptar junto al zócalo. Había una serie de mesas de acero alineadas que formaban una especie de túnel por el que le fue posible avanzar con relativa facilidad. El fuego interrumpió su avance en dos o tres oportunidades y debió pegarse lo máximo posible a la pared o incluso salir del improvisado túnel. A medida que se aproximaba el humo se hacía más denso incluso allí abajo.
En total tenía que recorrer unos ocho metros. Parecía sencillo, pero a mitad de camino empezó a pensar que no lo lograría. Una cortina roja le bloqueaba el paso por completo. Si quería seguir tendría que salir de debajo de la mesa, pero la situación no era mucho mejor hacia el lado. Cuando miró hacia atrás vio que ya ni siquiera podía regresar.
Llamó a gritos a Ted pero no obtuvo respuesta. ¿Habría salido del sótano o estaría inconsciente? La policía estaba en camino y podrían llegar de un momento a otro; si ella alcanzaba la trampilla y resistía allí adentro lo suficiente podría gritar hasta que alguien desde afuera la escuchara.
Pero para eso tenía que llegar a la trampilla; no tenía mucho tiempo. O intentaba salir del túnel y llegar hacia la abertura dando un rodeo, o seguía por el camino más corto y cruzaba aquella cortina de fuego. Debía intentarlo, por Walter.
Se envolvió la cabeza con la camisa, antepuso el antebrazo como un escudo y cruzó a toda velocidad.
FIN