32

Llevaban media hora en la sala de evaluación del Lavender Memorial. Laura describió someramente su visita a Nina, la secretaria de Lynch. Sin embargo, se guardó por un momento la revelación final de la mujer.

—La policía nunca la interrogó, pero ella estuvo allí contigo, Ted, antes de que entrases en el despacho de Lynch.

Ted tenía la cabeza en otra parte. La visita de su familia y la extraña experiencia en el patio del hospital lo habían perturbado.

—¿Tiene todo eso alguna importancia?

—Todavía no te he contado el final. Pero antes de eso déjame decirte que sí la tiene, porque confirma que cada evento del primer ciclo tiene una base real, y eso puede ayudarnos a reconstruir tus últimos días.

—Si eso fuese así, ¿para qué visitaría yo a un tipo como Blaine?

—Precisamente de eso quería hablarte. Cuando Nina se marchaba del despacho de Lynch escuchó que tú le recriminabas el haberte seguido a casa de Blaine.

La frase capturó la atención de Ted. La repitió con voz pausada.

—No entiendo qué conexión pude haber tenido con ese tipo.

—Pero ahora sabemos positivamente que tú y él os conocíais. Es probable que haya sido un vínculo del que nadie sabía, ni siquiera Holly. Cuando supiste que Lynch te había seguido hasta allí te enfureciste con él.

Laura se mostraba enigmática. Cada cierto tiempo le dedicaba miradas particularmente incisivas, o eso creyó advertir Ted.

—Un momento, Laura, ¿a qué te refieres con un vínculo?

—A nada en particular, no nos apresuremos. Pero creo que es importante averiguarlo. Ted, ¿te sucede algo?

Él bajó la vista.

—En realidad sí, tengo que pedirte un favor. Desde que he visto a las niñas…

—¿Sí?

Ted parecía quebrado. Pensar en Cindy y Nadine hizo que recordara la promesa que les había hecho antes de irse.

—Ted, puedes decirme lo que sea. Quiero que me hables de qué has sentido al ver a Holly y a las niñas, es algo que también debemos tratar aquí.

Lo dijo sin rodeos:

—Necesito salir de aquí, Laura. Un día o dos, necesito ir a la casa del lago, ver mis cosas, estar en mi lugar. No puedo conectarme con una realidad que no puedo recordar…, y estar aquí me ha ayudado, no me malinterpretes, pero siento que ha llegado la hora de acercarme al sitio donde todo empezó.

—Ted, no sé si es el momento. Estamos haciendo progresos importantes.

—Lo sé, y te lo agradezco profundamente. He podido ver a mis hijas y te lo debo a ti. Pero tengo que seguir recordando, y en la casa del lago hay respuestas, estoy seguro de ello.

—¿Por qué piensas eso?

Sabía que si quería convencerla no tendría más remedio que hablarle de lo que había visto en el patio del hospital.

—He tenido un sueño sumamente extraño. Fue…, una visión o algo parecido. Lo primero que recuerdo es el castillo rosa de las niñas. Yo me acercaba a él, lo examinaba con atención hasta que descubría que detrás había un sendero. Mi hija Cindy estaba conmigo, creo. Luego se marchó. Seguí aquel sendero detrás de la casa del lago no sé durante cuánto tiempo. Pero lo importante es lo que sentía mientras caminaba, como si supiera con certeza que lo que me esperaba al final sería una revelación. La clave de todo.

Laura había cogido una libreta y tomaba notas rápidas.

—Entonces me encontré con un cadáver. Era un alumno de la UMass; llevaba la chaqueta de la universidad y una gorra. Debajo del cuerpo había un charco de sangre. No pude ver su rostro.

—¿Cuándo soñaste esto?

—Ayer.

Ted no iba a revelar que aquello había sucedido estando despierto y con Mike y Espósito observándolo desde el campo de baloncesto. Si albergaba alguna remota esperanza de salir de allí, no iba a ser tan estúpido de decir que había llegado al cadáver siguiendo a una zarigüeya imaginaria.

—¿Qué más sucedió?

—Eso fue todo. No sé qué significan el castillo o el muchacho muerto; seguramente algo que se me escapa. De lo que no tengo dudas es de que aquel sendero detrás de la casa del lago esconde respuestas importantes. Fue una sensación tan fuerte que me ha sido imposible pensar en nada más.

—Ted, tú sabes que a veces los sueños tienen esa particularidad. En ellos nos convencemos de cosas que al despertar no son ciertas.

—Lo sé. Pero esto fue diferente. En cierto sentido, fue como si…, como si una parte de mí me hablara y me diese la respuesta que estoy buscando.

Ted sabía que exageraba. Pero necesitaba ser convincente. Al ver la expresión de Laura supo que el relato al menos había despertado su curiosidad.

Laura seguía tomando notas.

—¿Lo que viste en el sendero te remite de alguna forma a tu paso por la universidad?

—No exactamente. Me refiero a que la chaqueta y la gorra estaban allí por algo, pero la verdad es que mi paso por la universidad es algo borroso. Recuerdo muchas cosas con claridad, como a mis profesores, los juegos de póquer, los empleos que tuve, no sé, detalles así. Con otras cosas me resulta imposible. Supongo que todo lo relacionado con Ly…, con Justin. Si él era mi compañero de habitación y allí nos hicimos amigos, supongo que es lógico que no recuerde muchas de las cosas que compartí con él…

Laura asentía.

—¿Y bien, Laura? ¿Qué dices de la posibilidad de visitar la casa del lago?

La doctora negó suavemente con la cabeza. Había en sus ojos un dejo de tristeza.

—No es el momento, Ted. Lo siento. No descarto que muy pronto podamos organizar una salida terapéutica. Solemos hacerlo cuando creemos que puede ser útil.

Ted se puso de pie. No llevaba ningún tipo de restricción en manos o piernas. Claro que McManus no lo perdía de vista desde la habitación contigua.

—Laura, entiendo lo que me dices, y confío en ti. Lo único que te pido es que lo consideres. Si ese sendero no existe, o no conduce a ninguna parte, no perderemos nada.

Ted parecía un alumno que había dado un paso al frente para recitar la lección. Laura lo observaba por encima de sus gafas de lectura.

—Te prometo que lo consideraré. No obstante, déjame decirte que la decisión no es mía. Yo no soy la directora de este pabellón.

Ted se sentó.

—Lo entiendo. Y me basta con saber que lo pensarás.

—Así será. Te lo prometo.

La última salida
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