25
Época actual
En el sótano de la antigua fábrica de máquinas de escribir las ratas habían retomado su atolondrado devenir. Inquietas por los vapores de la gasolina, ya no cuidaban sus recorridos y cruzaban la estancia muy cerca de Laura y Ted. A veces se acercaban y los observaban.
—Tú no mataste a esas mujeres —dijo Laura—. Tu padre lo hizo.
Él la observó, perplejo.
—Probablemente siempre lo sospechaste —continuó ella—, y cuando Frank murió esas sospechas se convirtieron en certezas.
—El sueño de la muchacha en el maletero… —dijo Ted más para sí que para Laura. Y mientras reflexionaba, una verdad fuerte como un puño lo golpeó. Levantó la cabeza, los ojos bien abiertos.
—¿Qué?
—Mi padre trató de matarme —dijo Ted maravillado.
Laura había llegado a la misma conclusión.
—Una de las últimas veces que hablé con él —explicó Ted—, fue en la universidad, cuando me dijo que Blaine era mi hermano. Ese día estaba tan enojado con él por cómo se había comportado con mi madre y conmigo que le hablé por primera vez de los sueños en los que veía a la mujer en el maletero del Mustang.
Ted hizo una pausa.
Ted recurrió a su mirilla especial pero no le permitió ver el asiento del acompañante.
—Debió de darse cuenta, cuando le hablé del sueño, de que tarde o temprano lo recordaría todo. El hijo de puta fue a buscarme a la universidad esa misma noche.
—Tyler estaba con tu novia —completó Laura—. Además llevaba puesta la chaqueta de la universidad.
Ted se puso intempestivamente de pie. Una rata que lo observaba desde la abertura en el suelo volvió a esconderse.
—Fue oportuno hasta para morirse… Si lo hubiera recordado antes. Ahora ya no sirve de nada.
—Siéntate, Ted, por favor. Y no digas eso. Muchas familias tendrán respuestas.
—Sí, claro, que un maníaco aterrorizó y descuartizó a sus hijas; bonita respuesta. El tipo está muerto, Laura, se lo llevó un cáncer mientras dormía. ¿Se te ocurre una injusticia más grande?
—La verdad es que no. Pero nada de eso es tu culpa.
Silencio.
—Si lo hubiese recordado antes…
—Hemos llegado hasta aquí con mucho esfuerzo, Ted. El tratamiento y la medicación han sido importantes, pero en el fondo has sido tú el que lo ha conseguido. Lo has hecho por Holly, por las niñas.
Él asentía. Su familia parecía parte de una galaxia lejana.
—¿Recuerdas cómo lo supiste, Ted? ¿Fue a partir de los sueños?
—Creo que no. —Ted no parecía del todo convencido—. Los sueños siempre estuvieron allí. Creo que fue a raíz de Blaine…, cuando lo vi en la televisión y lo reconocí como mi hermano, pensé que quizá mi padre había asesinado a su novia, que lo había hecho como un favor o algo así. Fue un pensamiento…, inconsciente, supongo…, no lo sé. Pensé que mi padre había sido diagnosticado con ese cáncer terminal y que él podría haberlo hecho.
—Ya veo. Y eso levantó tus sospechas…, ese pensamiento.
—Sí, creo que sí. Por eso seguí a Blaine. Necesitaba investigarlo, saber si había tenido algo que ver. Pero para ese entonces ya sabía lo que mi padre había hecho… Fueron los torneos de ajedrez, Laura; así descubrí muchos de los asesinatos de ese tiempo. Aprovechaba los viajes para matar a mujeres indefensas.
—Mírame, Ted. Ya lo sabemos todo. Tu padre ha muerto y tu familia te espera. Mírame.
—Sabes que no es tan sencillo. Les he hecho daño… —A Ted se le llenaron los ojos de lágrimas—. ¿Cómo sigue Justin?
—Me temo que continúa en coma. Aunque los médicos son optimistas.
—Golpeé a mi amigo hasta casi matarlo.
—Tú estabas confundido en ese momento. El peso de la culpa por los asesinatos te había vencido, Ted. Te creías responsable y reaccionaste irracionalmente. Porque Justin de alguna manera lo descubrió, ¿verdad?
—Sí, creo que sí. Supe que estaba siguiéndome. Lo vi una noche cuando me escabullí en la casa de Blaine, él estaba afuera, en su coche. Contraté a un detective para que lo siguiera y así fue como supe que él y Holly se estaban viendo. —Ted sonrió con resignación—. El pobre detective debió de creer que había destapado una olla grande, pero el romance entre ellos no fue un problema para mí. El problema es que Justin también me había seguido hasta aquí, y quizá había visto lo que guardaba en esa habitación de arriba a la que tú has entrado.
—¿Justin te llamó a su despacho para hablar de los asesinatos?
—La verdad es que no lo sé. Quizá quería hablarme de otra cosa. Pero ya era demasiado tarde…, yo, no veía las cosas con claridad; ahora lo entiendo.
—Justin se pondrá bien y lo entenderá, estoy segura. Tu cuadro era severo en ese momento, Ted.
—Sí, lo sé. Ya había tomado la decisión de quitarme la vida; había ido a ver a Robichaud por lo del testamento y creía que un tumor en el cerebro me estaba matando.
—¿No crees que las cosas son mucho mejores ahora?
Ted sabía que eso solo iba a ser cierto si su amigo se recuperaba.
—Supongo que sí.
Laura se puso de pie. Ted la miró con incredulidad, sin comprender lo que la doctora se proponía. Ni siquiera cuando le extendió la mano supo exactamente qué hacer con ella.
—Lo has hecho muy bien, Ted.
Él se levantó con algo de torpeza y le estrechó la mano.
—Gracias por todo, Laura. —Hablaba en susurros. Su voz estaba a punto de quebrarse.
Entonces escucharon un fuerte ruido en la parte de atrás, demasiado potente para ser causado por roedores. Laura se sobresaltó. Ted en cambio sintió un escalofrío al recordar que allí había dejado maniatado al guardia de seguridad. ¡Por Dios, le había dejado caer encima un aluvión de máquinas de escribir! Antes de abandonarlo había comprobado que respiraba, pero podía haber sufrido una herida interna o algo por el estilo. Pensaba en esto cuando la figura de Lee Stillwell se irguió como un tótem gris alejado del cono de luz que apenas iluminaba a Ted y a Laura.
Una voz grave surgió desde las sombras. Laura se volvió y se llevó un susto de muerte al ver a Lee de pie; casi había olvidado su existencia.
—Déjanos ir de una vez, grandísimo hijo de puta —dijo Lee.
El guardia tenía las manos encadenadas a la altura del pecho y sostenía un objeto pequeño. No era posible advertir de qué se trataba a esa distancia, hasta que una llama diminuta surgió con un suave chasquido.