Capítulo XIV

 

 

Sebastián estaba en el estudio con Marco, poniéndole al día sobre los acontecimientos ocurridos en las últimas horas. Necesitaban un plan para atrapar a Valerio, no podían permitir que les pillase desprevenidos. Si ya había tratado de desquitarse utilizando a Elena, seguiría intentándolo, no les cabía la menor duda. Ese hombre estaba trastornado, cegado por su sed de venganza y no se detendría. Así que debían darle caza cuanto antes.

—Puede estar oculto en el bosque.

—O en las montañas. Hay muchas cuevas, podría esconderse en cualquiera de ellas —apuntó Sebastián.

—Tenemos suficientes hombres, peinaremos la zona.

—Yo descartaría las aldeas, ya el reino entero sabe que buscamos a un traidor, le delatarían y Valerio no es estúpido.

—Entonces comenzaremos por los alrededores.

—¿Se lo has contado ya a tu padre?

—No.

—¿Cómo sigue?

—El hechicero le da un mes de vida. Aquel encarcelamiento, le ha pasado factura al fin. Ya nada se puede hacer por él.

—Lo siento mucho amigo.

—Así es la vida, nacemos para morir. —Marco se pasó la mano por el pelo en un gesto cansado—. Fani me está ayudando mucho. Doy gracias por tenerla a mi lado.

—Sabes que cuentas conmigo para lo que necesites.

—Lo sé, gracias. —Marco hizo una pausa y cambió de tema—. Dime, ¿Elena te dio problemas?

—La vi muy asustada cuando la encontré, asustada de mí. Pero rápidamente su miedo se convirtió en enfado y la verdad, lo prefiero.

—Tendrás que hablar claramente con ella. A mí me fue de maravilla cuando le confesé todo a Fani.

—Cierto. Así que según tú, debo confesarle todo dentro de… ¿cinco años?

—Veo que me recordarás durante toda mi vida lo estúpido que fui.

—No te imaginas cuánto disfruto —sonrió, le encantaba recordarle a su amigo los años que sufrió sin decirle nada a la mujer que amaba, por cobardía, por miedo a su reacción.

—Lo que quería decir es que fueras claro con ella. Que le cuentes todo sobre ti, que contestes a sus preguntas, que imagino serán muchas, y lo más importante, decirle que la amas.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó desconcertado al escuchar esa última afirmación.

—Te conozco de toda la vida. No puedes ocultarme una cosa así.

—En eso tienes razón, después de la cena hablaré con ella.

 

La cena. Fue mucho mejor de lo que había esperado. El príncipe encabezaba la mesa, a su derecha estaba su amiga, la princesa y Sebastián a la izquierda. A ella la habían sentado al lado de Estefanía. El resto de la mesa la ocupaban los oficiales de más alto rango. Le habían dicho que el rey estaba enfermo. Era una pena, no lo conocería.

La comida fue de lujo. Tanto la decoración de la mesa como los cinco platos que sirvieron. Descubrió que la capacidad de su estómago era mayor de lo que jamás hubiera imaginado. Lo que más le gustó fue el postre. Se componía de un trozo de pastel de chocolate rodeado de frutas frescas bañadas en más chocolate. Ella adoraba todo lo fabricado con cacao. Debió de ser cosa de Estefanía ofrecer uno de sus postres favoritos.

La conversación en la mesa fue amena y cordial. No se tocaron temas peliagudos. Sin embargo, se podía notar cierta tensión en la cara de los comensales. Seguramente ellos tenían preguntas que hacerle para atrapar al traidor, pero ella también tenía cosas que decir. No es que justificara a Valerio por lo que hizo, pero era comprensible. Nadie quiso escucharle cuando trató de defenderse. Había oído sus explicaciones y las había entendido. Ahora trataría de explicárselas a Sebastián y a los demás para que las comprendieran también. Al menos intentaría que fueran algo indulgentes.

Antes de lo que ella esperaba, Marco se puso en pie.

—¿Por qué no nos dirigimos a la biblioteca y platicamos de cierto asunto? —La pregunta iba dirigida exclusivamente a Sebastián y Elena, aunque sabía perfectamente que su esposa iba incluida en el paquete.

Sebastián asintió con la cabeza y le ofreció el brazo a Elena. Aunque todavía seguía enfadada con él, no podía rechazarle delante de todos sin antes haber hablado. Así pues lo aceptó y todos fueron hasta la biblioteca.

Una vez allí, se sentaron en las butacas aterciopeladas que había en el centro de la enorme sala rodeada de estanterías repletas de libros. Constaba de dos plantas a la cual se accedía desde una escalera de caracol situada en una esquina de la estancia.

Sebastián solo le soltó el brazo a Elena cuando esta ya estaba acomodada y él se colocó al lado, no deseaba separarse de ella ni diez centímetros. Marco y Estefanía se sentaron frente a ellos.

—Antes que nada quiero decir —comenzó Elena—, que ese tal Valerio es digno de lástima. —Todos los presentes fruncieron los ceños tras sus inesperadas palabras—. Creo que ninguno de vosotros se paró a pensar en por qué cambió de bando.

—No puedo creer lo que oigo —murmuró Sebastián.

—¿Estás excusándolo? —intervino Marco.

—No, lo que pasa es que Elena es una mujer muy compasiva. —La defensa provenía de Fani.

—Lo que quiero decir —carraspeó para vocalizar correctamente—, es que nadie le preguntó a ese hombre el por qué hizo lo que hizo, ¿o sí?

—Por supuesto que no se lo preguntamos. —Sebastián incapaz de permanecer sentado junto a ella, se levantó y comenzó a pasearse de un lado a otro—. Valerio no tenía derecho a nada después de lo que hizo y tú no tienes ni idea.

Lo cierto era que tenía razón, pensó Elena. No sabía exactamente qué había hecho ese hombre, solo sabía sus motivos. Y no lo estaba librando de su merecido castigo sino tratando de que lo comprendieran un poco. No conocía las leyes de ese reino y temía que lo colgaran o lo que hicieran en ese lugar con los condenados.

—Lo que sé es que os traicionó…

—Entregó a muchos de los nuestros a la hechicera, algunos de ellos jamás regresaron con vida —interrumpió Sebastián—. ¡Confiamos en él y nos traicionó!

—Reconozco que eso es bastante grave, pero dado que esa hechicera mató a toda su familia… yo comprendo que se acobardara y antes de morir se uniera a ella.

—Eso no es una excusa, Elena. Muchos de nosotros también perdimos a nuestras familias. Yo perdí a mis padres y por su culpa, más xerbuks murieron. Yo habría dado la vida antes de traicionar a mi gente.

Elena se sintió ignorante y horrible. No tenía ni idea de que Sebastián hubiera perdido a sus padres en esa guerra y lamentaba terriblemente su falta de delicadeza. Se le veía muy afectado y dolido por sus palabras a favor del traidor. No obstante, Sebastián era un hombre muy fuerte tanto física como psicológicamente, estaba segura de que él habría muerto orgulloso antes de ceder a la traición, pero no todas las personas tienen esa fortaleza y eso era lo que pretendía que entendieran.

—Sebastián, siento mucho lo de tus padres, no lo sabía. Pero entiende, —Elena se frotaba las manos nerviosa, no sabía cómo explicarles la compasión que había sentido por Valerio—, mataron a su familia frente a sus ojos. Le hubieran matado a él también en ese mismo instante, si no se unía a bruja. No todos son tan fuertes como tú.

Elena se levantó y le tocó el brazo, él detuvo al instante el paseo que estaba ralizando por la biblioteca para aplacar su ira. Sebastián se giró y la miró a los ojos. Esos ojos del color del whisky más embriagador.

—Él no fue tan valiente como tú. No quería morir —susurró y se volvió hacia el príncipe—. No estoy excusándolo alteza, solo les digo esto para que cuando lo atrapen…

—No le cortemos la cabeza. —Marco terminó la frase por ella.

¡Dios mío! Allí acostumbraban a cortar la cabeza. Elena trató de no parecer alarmada cosa que fracasó a los ojos de Fani.

—Elena, no van a cortarle la cabeza a nadie. Quédate tranquila.

—Acostumbramos a decapitar a los traidores reincidentes —le informó Marco a su esposa.

—No mientras yo sea tu mujer.

No sabía por qué, pero esa determinación en la princesa hizo sonreír a Sebastián. La expresión que tenía su amigo en la cara no tenía precio.

Los ojos de él volvieron a los de Elena.

—¿Y tú secuestro? ¿Se lo vas a perdonar?

—Me curó las quemaduras que yo misma me provoqué y no me hizo ningún daño. Sí es cierto que me dio un susto de muerte, pero ya estoy bien.

—Esto es increíble. No me lo puedo aceptar. —Sebastián se giró siguió con su paseo de acá para allá.

—Además, ¿no te has parado a pensar que si no fuera por él no nos habríamos conocido?

En eso tenía que darle la razón. Antes de poder contestar, ella continuó:

—Cosa que me recuerda que tú y yo tenemos una seria conversación que mantener.

Marco se puso en pie y tomo a Fani de su mano, la ayudo a levantarse y dirigió sus palabras a Elena.

—Me alegro de que no te pasara nada, de que estés bien. He escuchado cada palabra que has dicho y puedo prometerte que una vez atrapemos al traidor, le juzgaremos justamente. Sin embargo, no puedo prometerte que le atrapemos con vida, estoy seguro de que no se rendirá. No, sabiendo lo que le espera.

—Que le cortéis la cabeza.

—Sí, claro que él no sabe que has hablado en su favor y que tus palabras han sido escuchadas.

—Gracias por tu promesa. Imagino que no es fácil cambiar las costumbres.

—Créeme cuando te digo que eso de cambiar mis costumbres es algo muy habitual desde que estoy casado con Fani. —Avanzando con su mujer cogida de la mano, Marco se despidió dejando a Elena y Sebastián en la intimidad que la biblioteca les otorgaba.

Él seguía con sus paseos. Tenía las manos entrelazadas en la espalda, la cabeza al frente pero con la mirada perdida en sus pensamientos. Ella pensó que si continuaba así le haría un surco a la alfombra.

—Sebastián. —Su tono no sonó tan firme como hubiera querido. Aunque ya se había disipado toda su furia, todavía estaba enfadada con él.

—¿Por qué le has defendido? —La pregunta tenía una tilde acusadora.

—Creo que eso ya lo he dejado claro, además yo quería hablar de otra cosa.

—Dime Elena, ¿te ha puesto la mano encima y te ha gustado? ¿Es eso? —Sebastián se arrepintió en el mismo instante en que las palabras salieron de su boca.

Elena no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Se levantó furiosa y caminó rápidamente hasta él y alzando la mano le abofeteó.

—¡Cómo te atreves! —rugió ella.

—De acuerdo, me la he merecido.

—¿Ni tan siquiera te vas a disculpar?

—Qué quieres que piense después de que ese desgraciado te amenazara por carta y te secuestrara y tú te pones de su parte.

—Creo que ya expliqué el por qué de mi postura, pero me has llamado puta y quiero una disculpa, ¡ahora! — le exigió.

—No te he llamado eso.

—A mí me ha parecido que sí.

—Pues no lo he hecho.

—Quiero una disculpa o me marcho ahora mismo y jamás volveré a dirigirte la palabra.

Sebastián se alarmó cuando vio el rostro de determinación que había adquirido Elena. Estaba seguro que cumpliría lo dicho si él no se disculpaba. Odiaba pedir perdón porque era aceptar que se había equivocado y obviamente odiaba equivocarse. Sin embargo, esta vez no tenía opción. Ya lo había hecho una vez en Salamanca, podía volver a hacerlo. No había sido tan difícil al fin y al cabo.

—Lo siento Elena, no pretendía insinuar nada de eso. Solo me sentí… —Esta era otra de las cosas que odiaba admitir— …celoso.

La coraza que recubría de ira el corazón de Elena, comenzó a resquebrajarse cuando el sonido de esa última palabra llegó a sus oídos.

—¿Por qué?

—Tú por qué crees. —Sebastián se acercó a ella y le acarició dulcemente la mejilla con sus dedos.

Las piernas de Elena se transformaron en mantequilla ante las palabras susurradas y la tierna caricia. Imágenes de Sebastián desnudo encima de ella hicieron aparición en su mente. La forma tan dulce en que la había tocado, la había besado, le había hecho el amor… Recordó toda esa sensación maravillosa que solo había experimentado en sus brazos. Deseó con todas sus fuerzas que la abrazara en esos momentos y la besara con la misma pasión con que lo había hecho una semana atrás.

Le amaba, estaba segura de ello puesto que nunca había querido a nadie como le quería a él. ¿Era posible que Sebastián también la amara a ella? Podría preguntárselo ahora, sin embargo, no se atrevía. Si él no le decía las palabras que tanto quería escuchar, su corazón se rompería en pedacitos como si de cristal se tratase. Aunque la vida era una aventura y ella sabía desde el instante en que comenzó una relación con Sebastián que arriesgaba su alma.

—¿Por qué no me lo dices?

—Voy a confesarte algo. —El rostro de Sebastián adoptó una expresión perezosa con una media sonrisa que hizo que Elena casi cayera de rodillas a sus pies—. Lo que voy a decirte, nunca pensé que se lo diría a nadie. Es más, nunca pensé siquiera que lo sentiría alguna vez. —Sebastián posó sus manos en la cintura de ella y la pegó a él.

El contacto con su cuerpo impedía respirar a Elena con normalidad. Por un momento pensó que se ahogaría. Sin embargo, que él la sujetase tan fuertemente tenía su ventaja: ya no se caería de bruces por el temblor de sus rodillas.

—Te  amo Elena —dijo al fin.

Ya lo había dicho y en realidad no había sido tan difícil, pensó Sebastián. No, la verdad es que se sentía mejor. Como liberado. Y para mayor satisfacción necesitaba que ella lo repitiera. ¿Lo repetiría? ¿Le amaba ella tanto como él?

A Elena se le nubló la vista de la emoción que sintió. Sebastián correspondía a sus sentimientos. Un estremecimiento placentero y maravilloso la recorrió y olvidó que no sabía nada de él, de aquel reino mágico al que pertenecía, olvidó todo salvo su amor.

—Yo también te amo.

Las palabras de Elena fueron susurradas con tanta dulzura que creyó morir de gusto al escucharlas. Por fin pudo soltar todo el aire que no sabía que había retenido.

Sin poder soportarlo por más tiempo, Sebastián bajó su cabeza para atrapar sus carnosos y rosados labios con los suyos. Llevaba horas conteniendo el deseo de besarla.  Desde que la rescatara de aquella lúgubre cueva donde la había encerrado Valerio, no había querido tocarla sin antes aclarar las cosas entre ellos. No sabía hasta qué punto había estropeado su relación con Elena. Ahora sabía que no había sido tan grave o tal vez ella lo amaba tanto que era incapaz de no perdonarle.

Ya podía volver a saborear la dulce y sabrosa miel que emanaba de su boca. Justo cuando estaba por rozar esa suculenta exquisitez… ella le puso los dedos en los labios y lo detuvo.

—Antes tenemos que hablar, como me has estado acusando de algo que no quiero ni recordar, no me has dejado preguntarte lo que quiero saber.

—De acuerdo, qué quieres saber —le dijo separándose de sus labios apenas unos centímetros.

—Quiero saber quién eres. Qué es este lugar. No quiero que haya secretos entre nosotros si vamos a estar juntos.

—Ya te dije en cuanto nos vimos que podías preguntarme todo lo que quisieras, pero no lo hiciste.

—En ese momento no estaba yo… bueno todavía no era yo.

—Estabas asustada y confundida. Aunque rápidamente cambiaste esos sentimientos por furia.

Elena rió a su pesar. Sebastián todavía la sujetaba de la cintura con sus enormes manos y la mantenía muy pegada a él.

—Mientras estuve cautiva llegué a sentir miedo de ti, de lo que tú eres. De que pudieras ser un asesino, como me dijo mi captor. Eso último lo descarté inmediatamente cuando recordé lo dulce que fuiste al hacerme el amor. Pero aun tenía miedo de ti.

—Lo noté cuando te encontré y quiero decirte…

—Espera, déjame acabar. —Elena respiró hondo y continuó—: Durante el trayecto a caballo fui consciente de que me habías rescatado y mi miedo empezó a desvanecerse. Pero entonces también fui consciente de que habías hecho fuego con las manos y de que habíamos atravesado un muro de roca. Entonces me sentí furiosa.

>> Conocía el tatuaje que tienes en la espalda y en cambio, no sabía nada de tu vida. De quién eras, de dónde venías. Eso me enfureció cada vez más. Y aunque deseaba descansar en ti, mi orgullo herido me lo impidió.

—¿Todavía sigues enfadada?

—No. El baño me ha relajado bastante y ver a Estefanía ha sido un gran consuelo para mí. —Elena levantó la mano y acarició el rostro de Sebastián—. No, ya no estoy enfadada. Sin embargo, todavía quiero saber todo sobre ti y sobre este lugar.

Sebastián soltó la cintura de Elena y tomándola de la mano cruzaron la biblioteca hasta llegar al otro lado donde descansaba un diván. Se sentaron juntos. En ningún momento apartaron la vista el uno del otro. Él bajó su mirada y la fijó en las manos que todavía mantenían unidas.

—Yo soy xerbuk. Nací en este reino que fundaron mis antepasados hace miles de años.

—¿Todos tenéis poderes?

— Sí, todos compartimos los mismos, aunque algunos xerbuks como Benjamín pueden crear rayos eléctricos. También están las demás razas como los sharks que tienen poderes diferentes, como hacer que sus cultivos crezcan muy rápido. Y está Fani, ella es la última de su raza. Es una zedrhik.

—¿Y también tiene poderes como vosotros?

—Ella posee el poder de la telequinesia.

—Oh. ¿Y hay más reinos como este?

—Existen más reinos, pero solo los xerbuks tenemos el privilegio de abrir portales entre ellos y te aseguro que ninguno es igual. En algunos puedes identificarte sin problemas porque poseen una magia increíble y una mente muy abierta. En cambio, en otros tenemos que visitarlos camuflados.

—Como en mi mundo.

—Así es. En tu mundo igual me encerrarían por loco o, en el caso de que probara mis poderes, me harían innumerables pruebas para conocer mi alimentación y mi modo de reproducción.

Esas afirmaciones hicieron reír con ganas a Elena.

—Antes de que me lo preguntes… sí, he visto algunas películas con las que os entretenéis en tu reino. Viví una temporada allí y acabé odiándolo —afirmó Sebastián.

—¿Por qué?

—Demasiado ruido, demasiado humo, demasiada gente, demasiado de todo, excepto de naturaleza. Eso es bastante más escaso allí que en Xerbuk. Y nuestro poder proviene de la fuerza vital de los entornos naturales. De ahí que en tu reino mis poderes se debiliten.

Después Sebastián le contó sobre cómo la hechicera se hizo con el reino años atrás, sobre la profecía y cómo gracias y Fani volvieron a recuperarlo.

Elena se quedó completamente impresionada por todo lo que Sebastián le estaba contando y se mantuvo callada para que continuase relatándole más.

Sebastián también le habló de su hermanita Daniela. De cuánto trabajo le costaba controlarla ya que era muy rebelde. También le habló de su infancia y de cómo era su vida diaria en Xerbuk.

Elena seguía muy callada, Sebastián quería hacerle una pregunta de la que temía su respuesta enormemente, después de todo lo que le había contado, no tenía ni idea de qué pensaba y cómo se sentía.

—¿Te asustan mis poderes? ¿Me tienes miedo?

—No, ya no. Es más, me gustaría que algún día me llevaras a visitar otros reinos.  —La sonrisa de Elena fue amplia y sincera y eso provocó Sebastián un calor ardiente en su vientre.

Estaba maravillosa, más hermosa que las princesas del cualquier reino. Y la tenía allí, al alcance de la mano. Solo para él

Sin pensárselo dos veces, Sebastián se inclinó sobre ella y tomó sus labios. Esta vez Elena no se apartó. Él bebió y bebió de ellos pero no conseguía saciar su sed, necesitaba más de ella. Poniendo sus manos sobre la nuca de Elena, Sebastián la reclinó en el diván y se colocó sobre ella. Siguió besándola cada vez con más pasión. Sus manos recorrían cada curva, cada rincón del cuerpo de su mujer, sin control alguno. Estaba encendido, la prueba de ello presionaba contra la cadera de Elena y ella la levantaba para frotarse contra él. De un momento a otro estaría en llamas y necesitaba desesperadamente hacerle el amor.

—Vamos a tu dormitorio —susurró él entre beso y beso.

—Sí.

Sebastián la cogió en brazos, atravesó la puerta de la biblioteca y se encaminó hacia donde ella le indicó sin importarle que Marco, Fani o algún criado los viese.

Anduvo todo el corredor sin apartar los labios de ella, susurrándole entre jadeos palabras ardientes.

Al fin llegaron a la habitación de Elena. A Sebastián el recorrido le pareció eterno, aunque solo había andado unos pocos metros. Sin tan siquiera detenerse a abrir, atravesó la puerta y se dirigió directamente a la enorme cama con dosel que estaba en el centro rodeado por las mullidas alfombras. La dejó con delicadeza sobre la suave colcha y sin más preámbulo, empezó a quitarse la ropa.

Elena, tendida de espaldas sobre la cama le observaba con los ojos vidriosos por la pasión. Se relamió ante la expectativa de disfrutar del suculento manjar que esperaba saborear en los brazos de Sebastián.

Él rasgó su camisa al quitársela y rompió el cordón que anudaba el pantalón. Las manos le temblaban y sus dedos no atinaban. A Sebastián le extrañó su inesperada torpeza. Hacía una semana desde la última vez que tuviese a Elena entre sus brazos, sin embargo, para él era como si hubiesen pasado años. La necesitaba, la anisaba, la deseaba desesperadamente.

Como ni su camisa ni sus pantalones tenían ya remedio, Sebastián los lanzó al suelo como una gran bola de tela arrugada y se subió a la cama. Se colocó sobre Elena apoyándose con las rodillas, una a cada lado de ella.

La miró con una sonrisa traviesa y unos ojos de un azul oscurecido por la ardorosa pasión que controlaba su cuerpo.

—¿Todavía estás vestida?

—Eso depende de ti.

La contestación de ella le dio carta blanca para que él la pudiese desnudar a su antojo. Así pues, sin apartar los ojos de los de ella, Sebastián recorrió con sus diestras manos, de forma suave el cuerpo de ella. Llegó hasta el borde de su camiseta y se la levantó. Ella alzó los brazos facilitándole la maniobra. Después, Elena se incorporó un poco sujetándose con ambas manos a la nuca de él. Sebastián pasó sus brazos por la espalda de ella, le desabrochó el sujetador y se lo quitó. Elena se dejó caer nuevamente sobre la cama con sus hermosos senos a la vista de él. A Sebastián casi le cae la baba sobre ellos. Para evitar dicha humillación, se agachó rápidamente y tomó uno de sus pezones entre sus labios y lo mordisqueó, lo lamió, jugó con él mientras Elena gemía de placer y entrelazaba sus dedos por su cabellera dorada como un campo de trigo antes de segarlo.

Sebastián pasó de un pecho al otro y siguió atormentándola con su lengua. Después, sus labios bajaron hasta el valle cremoso de su abdomen. Depositó allí suaves besos mientras sus torpes manos intentaban desabrochar los pantalones de Elena. Los botones saltaron por los aires por culpa de su urgencia. Él alzó la cabeza y la miró con ojos de disculpa.

—No importa, no te pares —contestó ella a su mirada de lamento.

—Nunca me había sentido tan… tan… torpe —jadeó—, estoy como si no hubiese hecho el amor en años. Como si no te hubiese tocado durante todo ese tiempo.

—Yo me siento igual.

—Te amo tanto Elena, nunca había amado a nadie.

—Yo creí amar a alguien hace mucho tiempo, pero estaba equivocada porque ningún sentimiento que tuviera en el pasado, se parece ni un poco a lo que siento por ti en este momento.

—¡Dios mío Elena!

Sebastián tiró de los pantalones de ella y se los quitó. Los tiró hechos una bola sobre la ropa que anteriormente se había quitado él.

Se volvió a colocar sobre ella, introdujo su mano entre ambos cuerpos y la tocó en su parte íntima. Estaba tan húmeda, tan caliente y preparada para él que no pudo esperar más y la penetró profundamente arrancándole un grito de su garganta.

Ella se arqueó, ajustó sus manos al trasero de Sebastián y ambos sucumbieron al placer carnal.

Se dejaron arrastrar por la profundidad de sus sentimientos, por la profundidad de un deseo que ninguno de los dos había experimentado anteriormente. Solo juntos podían sentirse completos, como dos piezas de un rompecabezas que encajaban a la perfección.