Capítulo II

 

 

España

 

Se encontraba frente a una urbanización a las afueras de Salamanca. Era sábado y según el taxista que le había traído eran las once de la noche. Consideró que era un poco tarde para presentarse en casa de una mujer que estaba sola y a la que habían amenazado. No obstante, decidió ir. Cuanto antes la conociera, antes podría empezar una investigación por su cuenta y antes podría regresar a Xerbuk.

Caminó por la acera buscando el número veintisiete de entre todos los que había situados en la parte superior de las puertas. Las casas estaban pegadas unas a otras y no superaban las dos plantas de altura.

La noche era bastante fría, otra cosa que odiaba, el frío. En Xerbuk la temperatura era muy agradable todo el año. Miró al oscuro cielo, había algunas nubes y en los claros pudo ver rayos de luna, pero ninguna estrella. La iluminación en las ciudades era tan intensa que no había lugar para las brillantes estrellas. Otra cosa más que odiaba. Iba a tener que dejar de enumerar las cosas que le disgustaban o no soportaría estar allí ni cinco minutos.

Caminaba a grandes zancadas cuando de pronto escuchó alboroto. Parecían gritos y golpes. Sebastián aceleró sus zancadas en dirección a aquel estruendo. Los gritos se oían cada vez más fuertes a cada paso que avanzaba y empezó a alarmarse.

De pronto se encontró frente a la casa de Elena y paró en seco. Los gritos provenían del interior de la vivienda. La mujer a la que debía proteger estaba en peligro. Tendría que haberse dado más prisa en venir, se reprochó. Debió tomar más en serio las palabras de Fani.

Sebastián corrió hacia la puerta y cuando estaba a punto de echarla abajo, se percató de que el alboroto, no eran gritos sino… ¿Risas?

Totalmente desconcertado, Sebastián llamó al timbre. Tal era el escándalo que tuvo que llamar repetidas veces para hacerse escuchar.  Por fin alguien le abrió la puerta. Una mujer joven, alta, con el cabello rojo, corto y de punta le recibió apoyándose en el quicio a modo casual.

—¡Caramba! ¿Elena pediste un stripper?

Sebastián no podía creer que esa mujer lo estuviera confundiendo con un tío de «estriptis». Dios mío, ¿dónde había ido a parar? ¿Se habría equivocado Fani con la dirección de su amiga?

—Busco a Elena Beltrán. ¿Vive aquí?

—Sí, has llegado justo a tiempo para animar la fiesta.

Aquella mujer se apartó para dejarle pasar.

—Lori, no dejes entrar a… —Elena no pudo acabar la frase cuando se topó con él.

—Podías habernos dicho que contrataste un stripper para la fiesta —continuó Lori alegremente sin apartar la vista del culo a Sebastián.

Elena se quedó sin palabras mientras observaba al hombre que tenía enfrente. Era muy alto, uno noventa por lo menos. Tenía el cabello rubio y ligeramente rizado. Largo hasta los hombros. Sus penetrantes ojos azules se clavaron en ella como espadas bien afiladas. Su torso era ancho y atlético. Llevaba pantalón vaquero y un suéter gris. Elena apenas podía respirar y mucho menos hablar.

—¿Eres Elena Beltrán?

Como ella seguía sin responder, Sebastián continuó hablando.

—Soy amigo de Estefanía, me mandó para que te cuidara.

—¿Qué?

—Estefanía me contó tu problema y vengo para ayudarte y protegerte. —Sacó la carta del bolsillo trasero de su pantalón y se la entregó—. Te manda esto, no pudo venir pero ahí te explica quién soy.

Sin contestarle nada, Elena cogió la carta de sus manos.

—Lori, apaga la música y dile a las chicas que recojan.

—¿Ya acabó la fiesta? ¿Ahora que parecía que se iba a animar más?

La mujer seguía comiéndose con los ojos a Sebastián. Después, dio un sonoro suspiró y se adentró en la casa. Casi al instante la música dejó de sonar.

Mientras, Elena se apresuraba a abrir la carta y leerla.

 

 

Mi querida amiga Elena,

Cuanto lamento no estar allí contigo, pero te prometo que pronto iré a verte. Te echo mucho de menos.

Cuando mi madre me contó lo de aquellas cartas, me puse frenética. Así que no te enfades conmigo por mandarte a Sebastián. Es un gran amigo de mi marido y mío también. Cuidará de ti hasta que tu problema esté solucionado. Por favor Elena, no le pongas las cosas difíciles a Sebastián, todo ha sido idea mía y él ha sido muy amable yendo a Salamanca. Haz caso a lo que te diga, él sabe lo que se hace.

 

Cuídate mucho amiga, hasta pronto.

 

                                                                                                                Estefanía

 

 

¡Oh Dios mío! Su amiga había contratado un guardaespaldas. ¿En qué estaba pensando Estefanía? Ella la conocía muy bien y sabía que no lo aceptaría. Por eso no se había atrevido a venir personalmente. Ahora tendría que enfrentarse a ese hombre y decirle que no tenía trabajo. Si Estefanía pensaba que no se atrevería a decirle nada, estaba muy equivocada. No tenía ninguna intención de llevar a un tío tras ella todo el día, no faltaba más. No pensaba alterar su modo de vida por nada.

—Sebastián, así te llamas ¿no?

—Sí.

—Creo que ha habido un error. Estefanía es una exagerada, yo… no necesito un guardaespaldas.

—Evidentemente ha habido un error —dijo irritado—, nuestra amiga en común me dijo que usted estaba sola y asustada. Pero al parecer se lo está pasando en grande en su pequeña fiestecita.

—¿Cómo dices?

—Lo que ha oído. Y ahora hágame el favor de decirme dónde está mi habitación.

Elena se quedó petrificada. Bajó su vista al suelo y descubrió una bolsa de viaje. ¿Acaso ese hombre pensaba quedarse allí? Si esa era su intención, es que se había vuelto loco de remate. No pensaba alojar a un desconocido por muy recomendado que viniese.

—Creo que no me has entendido. No necesito un guardaespaldas, lo siento mucho pero tendrás que marcharte.

—No.

—¿No? Esta es mi casa y si no se marcha, llamaré a la policía —le amenazó mientras la incredulidad se apoderaba de ella.

—Para lo que sirven esos inútiles…

Elena empezó a sentir pánico pues ese individuo no parecía que pensara en marcharse. Su amiga dijo en su carta que era un buen hombre pero… hasta el momento había sido un grosero y un antipático. ¿Cómo podía fiarse? Y sobre todo, ¿cómo se atrevía a no irse de su casa? Estaba claro que era un hombre acostumbrado a salirse con la suya y ella no tenía experiencia con esa clase de chicos.

Sebastián resopló con impaciencia. Evidentemente, su señora se la había jugado. Lo había mandado a proteger a una mujer que no quería ser protegida. Pero ahora no podía marcharse, había hecho un juramento y eso era inquebrantable.

En ese momento, Lori y tres chicas más pasaban junto a ellos. Se despidieron de Elena con un beso en la mejilla y de Sebastián lanzándoselo con la mano.

—Espera Lori, no te vayas.

—Cielo, creo que tres son multitud. Ciao.

—Pero no conozco a este hombre, no puedes dejarme sola con él —murmuró.

—Cariño, si ese monumento te lo manda Estefanía, yo estoy tranquila. Ella siempre fue la más sensata de las tres.

—Pero…

—Pero nada, Elena. —Después dirigió su mirada al tipo corpulento que tenía enfrente—. Cuida de ella.

—Qué remedio me queda —contestó de forma aburrida.

—Se hace la fuerte pero es más vulnerable de lo que parece.

—¡Yo no soy vulnerable! Estoy perfectamente bien.

—Y también muy tozuda. —Dicho esto, Lori le guiñó un ojo a Sebastián y salió de la casa cerrando la puerta tras de sí.

Elena estaba boquiabierta al ver que su amiga la dejaba sola con un desconocido. Apenas podía creerlo. Lori bien sabía de su miedo a los hombres que no conocía. Sabía que estaba aterrorizada desde hacía varios meses, cuando comenzó a recibir esas cartas amenazadoras. La policía no había dado con el autor y dejaron su caso de lado. Hacía una semana había vuelto a recibir otra de esas cartas. Se había puesto histérica y había llamado a Lori de inmediato, su amiga se quedó junto a ella todo el día y toda la noche. No podía entender que en estos momentos se marchara tan tranquila.

Sabía que ese hombre era amigo de Estefanía y ella siempre había sido una mujer con los pies en la tierra, sensata y cabal. Estaba claro que Lori confiaba en su amiga y en el hombre que le había enviado. Sin embargo, ella no podía fiarse, al menos no con tanta facilidad. Lori podría haberse quedado al menos una noche. En momentos como este preferiría no tener amigas, para lo que la ayudaban a una…

 

Sebastián se sentía engañado y manipulado. Esa mujer no parecía para nada aterrorizada. ¡Por el amor de Dios! Estaba celebrando una fiesta. Debía tranquilizarse y tomárselo con calma. No sabía hasta cuando tendría que permanecer en ese lugar y para ser más precisos, en casa de una mujer que parecía sentir asco con solo mirarlo.

—Bien… Elena… —pronunció su nombre en tono burlón—. ¿Puedes indicarme dónde está mi habitación? Necesito asearme.

—Así que… no vas irte ¿eh?

—No.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

—Hasta que se acabe tu problema.

—¿Qué? La policía ha dejado de investigar, quién sabe cuándo terminará.

—En ese caso, yo lo acabaré.

—¿Piensas investigarlo?

—Sí, lo antes posible. No deseo permanecer en este mundo más tiempo del necesario. No lo soporto.

—¿En este mundo, dices? —preguntó desconcertada.

—No lo entenderías.

—¿Crees que soy tonta?

—No, pero está fuera de tu entendimiento.

—Así que piensas que soy retrasada o algo así.

—Ya te he dicho que no es eso.

—Mejor, no quiero saber nada.

—Estupendo.

Su tono de suficiencia sacaba a Elena de sus casillas. Era un hombre insufrible.

—¿Sabes qué pienso? Que tu cerebro no carbura como es debido.

—No me interesa lo que pienses.

Jamás había conocido a un hombre más grosero y antipático que este que tenía ante sus ojos. ¿Cómo era posible que fuera amigo de Estefanía? Si su amiga era toda amabilidad y simpatía. Tal vez el hombre que tenía frente a ella le había robado la carta al verdadero guardaespaldas que su amiga había enviado y ahora tenía a un sicópata bajo su techo. ¡Oh Dios mío! ¡Se estaba volviendo paranoica! O tal vez no y era en verdad un sicópata o el hombre que le enviaba esas cartas. ¿Cómo podía saberlo?

«Tranquilízate Elena», se dijo a sí misma, lo primero que debía hacer era averiguarlo. Si era el hombre que la acosaba, lo mejor era saberlo lo antes posible y actuar rápido. Decidió ir directa a la cuestión.

—Empiezo a pensar que no eres el amigo de Estefanía.

—¿Crees que tu amiga te ha engañado?

—No, creo que tú me estás engañando. —Se cruzó de brazos y trató de no parecer asustada—. Dame una prueba de que la conoces.

Y encima lo tomaba por mentiroso, pensó Sebastián furioso. Era el colmo. Nadie había dudado jamás de su palabra. Su honor y lealtad estaban por encima de todo y esta mujer le insultaba dudando de él. Ahora recordaba otra de las razones por las que odiaba este reino y su gente.

—Fani se casó con mi mejor amigo, Marco, hace un año y tienen un hermoso bebé llamada Desiré. Viven en un lugar lejano al que no puedes acceder. Hace casi un año que no os veis.

>>Ella me contó lo preocupada que estaba por ti debido a esas cartas que estás recibiendo y me pidió por favor que te protegiese. Y aquí estoy, a pesar de que no me gusta.

Elena lo escuchó atentamente. Al parecer sí conocía a Estefanía o se había informado demasiado bien. ¿La había llamado por su diminutivo? Nadie la llamaba así, ni siquiera su familia. ¿Que vivía en un lugar lejano e inaccesible? ¿Qué significaba eso? Bueno, Estefanía vino a verla una vez y le dijo que no podía ir a visitarla y que sería ella misma la que vendría a Salamanca en cuanto pudiera. Acribilló a preguntas a su amiga sin éxito. Aquel recuerdo hacía que las palabras de Sebastián pareciesen creíbles.

A raíz de la nueva información que le acababa de proporcionar, le habían surgido más y más preguntas. De todas ellas, había una que la dejaba más perturbada: le estaba haciendo un favor a su amiga viniendo a ayudarla. Era incapaz de imaginar a ese hombre estúpido y grosero haciendo un favor. A pesar de que sus dudas empezaban a disiparse, no quería dar su brazo a torcer.

—Nadie la llama Fani.

—Mi amigo y yo sí.

—¿Qué es eso de que no puedo acceder al lugar en dónde se encuentra mi amiga?

—Esa es otra de las cosas que no entenderías.

La irritaba que ese hombre la tomara por tonta. Qué se había creído.

—Explícame eso de que estás aquí para hacerle un favor.

—Significa que yo no quería venir, pero Fani me convenció. Y como le debo mi vida y la de los míos accedí a su petición.

—Dices unas cosas muy extrañas.

—No espero que lo entiendas.

—Sigues tomándome por tonta.

—No te tomo por tonta, pero empiezo a impacientarme.

—Así que, ella no te contrató —continuó ignorando su protesta—. ¿Haces esto gratis?

—En mi mundo no se acostumbra a cobrar por los favores.

—Otra vez diciendo cosas extrañas. ¿Acaso hay más de un mundo?

Sebastián no podía contarle sobre el Reino de Xerbuk, sabía perfectamente que los humanos no lo creerían. Eran unos escépticos por naturaleza. Tenían un lema: «ver para creer». Si Fani no se lo había contado, él no tenía por qué hacerlo. Además, no le apetecía dar explicaciones inútiles.

Pensó que lo mejor era cambiar de tema, ya le había dado suficientes pruebas de que era quien decía ser.

—Elena, estoy cansado. ¿Dónde está mi habitación?

—Así que haces esto desinteresadamente.

—Sí.

No tendría más remedio que aguantar a Sebastián, pensó ella. Al final había conseguido convencerla de que era amigo de Estefanía. Aunque decía las cosas más extrañas y sin sentido que había oído nunca. Y le era casi imposible pensar que alguien pudiese hacer de guardaespaldas o de lo que fuera que iba a hacer Sebastián sin ningún ánimo de lucro. Lo normal hoy en día era hacer las cosas porque se le sacaba cierto beneficio al menos y los grandes favores se guardaban para familiares muy allegados o grandes amistades, y este no era el caso. Claro que Sebastián no estaba dentro de ese grupo de «gente normal». Bien, aceptaría a ese hombre en su casa y esperaba no tener que arrepentirse en el futuro.

—Sebastián, lo cierto es que no tengo otra habitación. Yo creo que lo mejor sería que te hospedaras en un hotel.

—Eso es inaceptable.

—La otra opción es el sofá —contestó con una sonrisa maliciosa mientras señalaba el susodicho mueble.

Sebastián se quedó mirando su futura cama con el entrecejo fruncido. Bueno al fin y al cabo, había dormido en el suelo y al aire libre infinidad de veces. Un sofá no estaba nada mal.

—Está bien. ¿Dónde puedo asearme y cambiarme de ropa?

—Aquella puerta de allí es el baño. —Señaló la puerta que quedaba al otro lado del salón.

—Mañana a primera hora quiero que me enseñes las cartas de tu acosador.

—Solo tengo la última, las otras se las quedó la policía.

—Enséñame lo que tengas. —Sebastián cogió su bolsa de viaje y le dio la espalda a Elena—. Ahora iré a cambiarme y a acostarme. Hasta mañana.

Elena no tenía palabras con que contestarle. Al parecer ese hombre al que solo conocía de unos minutos se iba a adueñar de su casa y a mandar en ella. Y no podía hacer nada al respecto. Llamar a la policía ya no era una opción. Si era amigo de Estefanía no podía hacerle esa faena.

Estaba segura que no podría pegar ojo en toda la noche teniendo a un desconocido en el piso de abajo. Aun así, lo mejor sería acostarse, tal vez mañana encontrase una forma de deshacerse de Sebastián.

—Buenas noches… antipático —susurró la última palabra.

Sebastián ya había cruzado todo el salón así que no pudo escuchar lo que Elena le había llamado por lo bajo.

Dio media vuelta y subió las escaleras hasta su habitación. Ya era muy tarde y estaba acostumbrada a acostarse temprano. Le gustaba madrugar los domingos y salir a correr. La idea de Lori de hacer una fiesta no había funcionado. Sabía de las buenas intenciones de su amiga, solo deseaba animarla y hacer que olvidara todos sus problemas, incluyendo el peor de todos. Su acosador.

Pensó en Estefanía y en Lori. Vaya con las amigas que se había echado. Con su afán de ayudarla no hacían más que complicarle la vida. ¿Acaso no tenía suficiente con sus problemas? Pero tampoco las culpaba de nada, solamente se preocupaban por ella. Eran las mejores amigas que había tenido nunca. Jamás olvidaría como la apoyaron y la consolaron cuando sus padres murieron en aquel accidente de coche hace años. Sus únicos parientes vivían en Barcelona y ella era lo suficientemente adulta como para no ir a complicarles la vida. Así que, tanto Estefanía como Lori nunca dejaron que se sintiera sola. Al menos lo intentaron, porque por las noches se sentía vacía y abandonada.

Estefanía y Lori se habían convertido en su familia, pero ahora que una de ellas se había casado y se había ido a vivir muy lejos… ni siquiera podía llamarla por teléfono o escribirle directamente, le daba las cartas a la madre de ella para que se las entregase.

Ahora solamente le quedaba Lori.