Capítulo 11

La primera oportunidad que tuvo Prudence para dar un paseo por el campamento del circo, fue dos días más tarde. Buscó a Pam para pedirle que le acompañara.

—¡Oh, Prudence Tengo tantas ganas de terminar este libro…! —repuso Pam, que estaba en mitad de la novela histórica que se refería al período que estaba estudiando en clase. Las de primer curso siempre se burlaban de que Pam no leyese jamás libro alguno a menos que tuviera relación con sus estudios.

—Ven, Pam —le suplicó Prudence, cogiéndola del brazo. Pam había recibido muy pocas demostraciones de afecto durante su vida, y siempre se conmovió fácilmente por cualquier gesto amable por parte de Prudence. Se levantó en seguida y sus ojos de corta de vista, brillaron tras los gruesos cristales de sus lentes. Dejó su libro para ir en busca de su sombrero, y las dos niñas salieron juntas como la vez anterior.

En media hora llegaron al campamento.

—¡Vaya, hemos venido por el mismo camino que la semana pasada! —dijo Pam.

—Sí —replicó Prudence, fingiendo sorprenderse también—. Y mira…, aún sigue ahí el campamento del circo… y esos preciosos caballos continúan en el campo. Bajemos al campamento a ver si hay algún elefante o cualquier animal interesante.

Pam no estaba muy segura de que le agradase el encuentro con los elefantes, porque los animales la ponían nerviosa, pero siguió a Prudence obedientemente. Penetraron en el campo donde estaban las tiendas y las jaulas sin que nadie se fijara en ellas.

Al cabo de un rato los ojos perspicaces de Prudence descubrieron al hombre desaliñado con quien estuvo hablando Carlota, y se dirigió a él.

—¿Le importa que echemos un vistazo al campamento? —le preguntó con su mejor sonrisa.

—No, vayan donde quieran, señoritas —repuso el hombre.

—¿Son del circo esos caballos que están en ese campo de ahí cerca? —quiso saber Prudence, y señaló el campo donde viera a Carlota montando a caballo.

—Sí —replicó el hombre y continuó con la limpieza del arnés que tenía sobre las rodillas.

—¡Ojalá supiera montar como Carlota! —dijo Prudence, mirando los caballos con expresión inocente, y el hombre alzó la cabeza para mirarla.

—Ah, ella monta estupendamente —dijo—. En realidad es, en conjunto, una niña estupenda.

—¿Entonces hace tiempo que la conoce? —dijo Prudence, con la misma expresión de inocencia.

—Desde que era un bebé —replicó el hombre.

—Tiene una vida muy interesante, ¿verdad? —dijo Prudence, fingiendo saber más de lo que sabía—. Me encanta oír todas sus historias.

Pam contemplaba a Prudence, boquiabierta. ¡Aquello era una novedad para ella! Se preguntó preocupada si Prudence estaría contando otra de sus mentiras…, ¿pero por qué iba a hacerlo?

—Oh, te ha contado su vida, ¿eh? —exclamó el hombre, bastante sorprendido—. Yo creo que no… —Se detuvo en seco. Prudence estaba excitada. Ahora sí que por fin iba a descubrir algo que valiera la pena. Miró al hombre con los ojos muy abiertos y expresión sincera. ¡Nadie era capaz de desenmascarar a Prudence cuando se hacía la inocente, y no lo era!

—Sí, soy su mejor amiga —continuó Prudence—. Me dijo que viniera aquí y viera el campamento. Me dijo que no le importaba.

Pam estaba ahora ya plenamente convencida de que Prudence mentía, y sintiéndose incómoda, se alejó para observar un carromato. No podía continuar escuchando. No era capaz de imaginar por qué Prudence se comportaba de aquel modo. En su naturaleza había tan poco de rencor, que no se le ocurrió que Prudence pudiera estar tratando de descubrir algo que pudiera perjudicar a Carlota.

Prudence se alegró de que Pam se alejara. ¡Ahora podría actuar con más rapidez! Tenía el presentimiento de que Carlota debía haber estado relacionada de alguna manera con la vida del circo y por eso hizo a aquel hombre la siguiente pregunta:

—Supongo que a Carlota le encantaría la vida del circo, ¿verdad?

Evidentemente el hombre no vio nada de extraño en aquella pregunta, Supuso que Carlota había hablado de su vida con Prudence, y asintió con la cabeza.

—No debiera haberlo dejado —replicó—. Mi hermano, que trabajaba en la misma compañía que Carlota, dijo que si abandonaba el circo destrozaría su corazón. Esa niña sabía manejar los caballos mejor que un hombre, Me alegró dejarle galopar el otro día cuando vino aquí. Mañana nos vamos… de manera que dile, cuando regreses, que si quiere dar otra galopada, tendrá que venir mañana por la mañana muy temprano, como hizo hace dos semanas.

Prudence casi temblaba de exhalación. Había descubierto todo lo que deseaba saber. Aquella antipática Carlota era una niña circense… ¡una horrible, y vulgar niña circense! ¿Cómo se atrevió la señorita Theobald a aceptar en su colegio una niña así? ¿Es que esperaba que las niñas de buenas familias, como Prudence, alternaran con niñas saltimbanquis?

Llamó a Pam y las dos juntas regresaron al colegio en silencio. Pam seguía sintiéndose violenta por las mentiras que Prudence había dicho al hombre del campamento… y Prudence pensaba en lo lista que había sido, No se daba cuenta de que aquello no era verdadera inteligencia… sino sólo una astucia vergonzosa.

Se preguntaba cómo hacer circular la noticia entre las niñas. ¿Y si dejaba caer alguna insinuación aquí y allá? ¡Si pudiera hablar con aquella estúpida de Alison, en seguida lo publicaría por todas partes! Aquella noche en la sala común fue en busca de Alison que estaba componiendo un complicado rompecabezas. Le encantaban los rompecabezas, aunque no solía tener facilidad para ellos, casi siempre terminaba tirando la mitad de las piezas por el suelo.

Era un rompecabezas muy interesante, y cuatro o cinco niñas se habían acercado para ver cómo le iba a Alison.

Bobby cogió una pieza.

—¿Ésta no va aquí? —le dijo colocándola en su sitio. Hilary cogió otra pieza y al tratar de colocarla casi desbarata lo que ya había hecho.

—¡Oh! —exclamó Alison exasperada—. Si hay algo que aborrezca más que nada es que me ayuden a terminar los rompecabezas. Primero Bobby, y luego Hilary, y luego la que sea. ¡Los termino mucho más de prisa cuando nadie me ayuda!

—Aún no te he visto terminar ninguno, Alison —le dijo Pat en tono retador.

—¿Por qué no los haces como es debido? —dijo Doris, que aunque no valía gran cosa para aprenderse las lecciones era extraordinariamente rápida para componer rompecabezas—. Siempre empiezas poniendo piezas juntas aquí y allí. Lo que tienes que hacer es comenzar por las piezas exteriores. Mira, tienen un borde recto, y…

—Ya lo sé —replicó Alison impaciente—, pero Sadie dice…

Inmediatamente las niñas que la rodeaban entonaron el sonsonete con gran satisfacción.

—¡Sadie dice… Sadie dice… Sadie, Sadie, Sadie dice!

Las niñas que estaban al fondo de la sala también se unieron al coro y Sadie, de buen talante, alzó su bonita cabeza.

—No les hagas caso, Alison —dijo. Pero Alison sí les hacía, porque nunca supo soportar con gracia que le tomasen el pelo. Recogió el rompecabezas metiendo las piezas dentro de la caja, se le cayeron dos o tres al suelo, y salió de la estancia avergonzada.

Prudence la siguió con la esperanza de poder deslizar unas palabritas en su oído.

—¡Alison! —le gritó—. ¡Qué vergüenza burlarse de ti de esa manera! Sal al jardín conmigo. Hace una tarde espléndida.

—No, gracias —replicó Alison, con bastante rudeza porque no le gustaba Prudence—. ¡No estoy de humor para escucharte decir cosas desagradables de la mitad de las niñas de la clase!

Prudence enrojeció. Era cierto que no perdía ocasión de explicar chismes de sus compañeras tratando de sembrar la discordia entre ellas… pero no había caído en la cuenta de que ellas lo sabían. Era evidente a todas luces que Alison no estaba dispuesta a escuchar ningún chisme referente a Carlota.

«Tendré que pensar otro medio», se dijo Prudence para sus adentros. Pero no tuvo que pensar mucho… porque la ocasión se presentó aquella misma noche con mucho más rapidez de lo que Prudence había esperado.

Regresó o la sala común. Carlota estaba allí riendo mientras contaba un chiste con su medio acento extranjero, que tan agradable resultaba al oído. Las niñas la rodeaban, y Prudence sintió la punzada de los celos al verlas. Su rostro estaba tan sombrío mientras miraba a Carlota que Bobby se echó a reír en voz alta.

—¡Ahí viene la vieja «Leche-Agria»! —exclamó y todas rieron.

—¡«Leche-Agria»! —dijo Carlota—. Es un bonito nombre. ¿Por qué estás «agria», Prudence?

De pronto Prudence se sintió llena de odio.

—¡Es suficiente para agriar a cualquiera el tener que convivir con una vulgar muchacha circense como tú! —le dijo en un tono tan lleno de aborrecimiento que todos la miraron asombradas. Carlota rió.

—¡Me gustaría verte en un circo! —le dijo risueña—. A los tigres les encantaría comerte para cenar, y no creo que nadie te echara de menos.

—Ten cuidado, Carlota —le amenazó Prudence—. Sé todo lo referente a ti. ¡Todo… todo!

—¡Qué interesante! —replicó Carlota, aunque sus ojos comenzaron a brillar peligrosamente.

—Sí… muy interesante —continuó Prudence—. Todas te despreciarían si supieran lo que yo sé. Entonces no tendrías ninguna amiga. ¡Nadie quiere tratar a una… vulgar saltimbanqui!

—Cállate, Prudence —le dijo Bobby temiendo que Carlota perdiera los estribos—. No digas mentiras tontas.

—No son mentiras tontas —replicó Prudence—. Es la verdad, la pura verdad. Cerca de Trenton ha acampado un circo y estuve hablando con uno de los hombres… y me dijo que Carlota pertenecía al circo, que sabía cómo manejar a los caballos, y que no era más que una vulgar muchacha que trabajaba en un circo propiedad de su hermano. ¡Y nosotras hemos de vivir con una niña como ella!

Cuando Prudence concluyó de hablar se hizo un silencio absoluto. Carlota miró a todas las niñas con ojos llameantes. Ellas también la miraron, y al fin habló Pat:

—Carlota…, ¿de verdad vivías en un circo?

Prudence las observaba a todas satisfecha de su bomba. Ahora iba a ver Carlota lo que le decían las niñas decentes y bien educadas, y ella, Prudence, tendría su venganza. Aguardó con impaciencia la caída de la fiera Carlota.

Ante la pregunta de Pat, Carlota miró hacia las mellizas asintiendo con la cabeza.

—Sí —declaró—. Yo trabajaba en un circo y me entusiasmaba.

Las niñas miraron a Carlota con sorpresa y entusiasmo. Tenía los ojos brillantes y las mejillas rojas. Todas la imaginaron perfectamente montando en la pista de un circo, y la rodearon con ansiedad.

—¡Carlota! ¡Qué maravilloso!

—¡Oye, Carlota! ¡Es sencillamente estupendo!

—¡Carlota, tienes que explicárnoslo todo!

—Siempre supe que no eras una niña como las demás.

—¡Oh, Carlota, nunca nos lo dijiste! ¿Por qué no nos lo contaste?

—Pues… prometí a la señorita Theobald que no os lo diría —repuso Carlota—. Comprended… en realidad es una extraña historia… mi padre se casó con una circense… que huyó de su lado llevándome consigo cuando yo era un bebé. Murió poco después y yo fui educada por la gente del circo. Se portaron estupendamente conmigo.

Se detuvo recordando muchas cosas.

—Continúa —le dijo Katy impaciente—. Continúa, por favor.

—Pues bien… me entusiasmaban los caballos, igual que a mi madre —prosiguió Carlota—, así que, naturalmente montaba en la pista. Bueno, no hace mucho tiempo, mi padre, que había estado buscándome a mí y a mi madre durante años, descubrió de pronto que mi madre había muerto y que yo estaba en un circo. Mi padre es un hombre rico… y me hizo dejar el circo, y cuando descubrió mi poca educación, pensó enviarme a un colegio para que aprendiera.

—¡Oh, Carlota…, qué romántico! —exclamó Alison—. Igual que una novela. Siempre te he encontrado un algo especial, Carlota, pero supuse que se debería a que eres extranjera.

—Mi madre era española —repuso Carlota—, y alguna gente del circo eran también españoles, aunque muchos venían del centro de Europa. Eran gente estupenda. Ojalá pudiera volver con ellos. Yo no me adapto aquí. No pertenezco a este mundo. Ni me gusta tampoco. Nuestras ideas son completamente diferentes… y nunca, nunca aprenderé.

Parecía tan abatida que las niñas, con sus palabras de cariño, trataron de consolarla.

—¡No te preocupes, Carlota! Pronto te irás amoldando… mucho mejor ahora que ya sabemos todo lo referente a ti. ¿Por qué no quiso la señorita Theobald que supiéramos que habías pertenecido a un circo?

—Pues supongo que pensaría que ibais a mirarme con un poco de menosprecio —dijo Carlota, y las niñas se apresuraron a contestar:

—¡Mirarte con menosprecio! ¡Si estamos emocionadas! ¡Carlota, enséñanos algunas cosas estupendas de las que sabes hacer!

—Prometí a la señorita Theobald que no lo haría —dijo Carlota—, para no descubrirme. El otro día rompí mi promesa en el gimnasio… pero no pude evitarlo. Había estado recordando y soñando con los tiempos de circo… y en mi querido caballo Terry y me volví loca y por eso hice todas esas cosas en el gimnasio. ¡Sé hacer muchas más de las que os demostré entonces!

—¡Carlota! ¡Anda con las manos, cabeza abajo! —le suplicó Bobby—. ¡Caramba! ¡Qué divertidas vamos a estar! Eres una criatura violenta con tus arrebatos y tu lengua atrevida… pero eres natural y amable, y ahora que comprendemos la clase de vida que has llevado hasta ahora, te queremos más. Es maravilloso que te hayas adaptado tan bien. ¡Qué suerte que hayas sido sincera con nosotras, pues no te hubiéramos admirado como si hubieras tenido miedo de decimos la verdad!

—Miedo de deciros la verdad… vaya, si me siento orgullosa de ella —exclamó Carlota con los ojos brillantes—. ¿Por qué había de avergonzarme de saber tratar a los caballos? ¿Por qué había de avergonzarme de vivir con gente sencilla, si tienen los corazones más buenos del mundo?

Y dándose un ligero impulso, apoyó las manos en el suelo y comenzó a caminar solemnemente por la sala con los pies en alto y moviendo sus fuertes manitas. Las niñas la rodearon, riendo, admiradas.

—¡Vaya…, el segundo curso tendrá celos cuando sepa lo de Carlota! —exclamó Bobby.

—¡Desde luego! —dijo Sadie, que estaba tan llena de admiración y contenta como las demás. Todo parecía sorprendente e irreal.

Todas estaban contentas y emocionadas… excepto una. Esa niña, naturalmente, era Prudence. No podía entender la actitud de sus compañeras, por ser completamente opuesta a lo que ella había esperado. Costaba creerlo.

Prudence guardaba silencio escuchando los gritos y exclamaciones de admiración. El corazón le dolía dentro del pecho. La bomba que acababa de arrojar había explotado, pero a la única que hizo daño fue a la propia lanzadora. En vez de hacer que las niñas despreciaran a Carlota, sólo consiguió que la rodearan entusiasmadas. Ahora Carlota se exhibiría más que antes… y tendría más amigas que nunca. ¿Cómo podría gustar a nadie una niña desagradable y vulgar como aquélla, que incluso a veces no era capaz ni de poner las haches?

Nadie hizo caso de Prudence. En primer lugar estaban demasiado entusiasmadas con Carlota… y por otra parte la despreciaban por su mezquino intento de perjudicar a una compañera por algo que no podía evitar. Bobby le dio un codazo con cierta rudeza, y Prudence casi se deshace en lágrimas de rabia y desesperación.

Salió de la sala. Ver a Carlota andando sobre sus manos y aclamada por todas las alumnas de primer curso, era más de lo que ella podía soportar. Las últimas palabras que oyó fueron:

—¡Llamemos a las de segundo curso! ¿Dónde están? ¿En el gimnasio? ¡Vamos a decirles que vengan a ver a Carlota! ¡Es maravillosa!

«Yo pretendía que mi noticia la perjudicara… y sólo le ha proporcionado suerte y amistades> —pensó Prudence con amargura—. ¿Y qué voy a hacer ahora?»