Capítulo 6
A las niñas se les permitía ir juntas a la ciudad a merendar, de compras, o al cine. Ninguna podía ir sola a menos que perteneciera al último curso. A las pequeñas les encantaba ir juntas para comprar caramelos, cintas para el cabello, pasteles, o si daban alguna película buena y era divertido verla.
Aquella semana proyectaban el film «Clive de la India», y como el primer curso estaba estudiando el mismo período con la señorita Lewis en la clase de historia, decidieron ir a verla. La señorita Lewis les animó.
—Desde luego que debierais ir —les dijo—. Así vuestra lección de historia cobraría vida. Daré un premio especial a la mejor crítica escrita de la película presentada por cualquier alumna de primero o segundo curso.
Aquella semana tenían más dificultades para ir al cine las de primer curso que las de segundo. Las de primero tenían casi todas las clases ocupadas entre unas cosas y otras.
—Yo no podré ir hasta el viernes —suspiró Janet—. Tengo que limpiar el armario de la clase de arte esta noche, cuando iréis la mayoría. Oh, ¿por qué me ofrecería a la señorita Walter? ¡No sé hasta dónde va a arrastrarme mi buena voluntad!
—Pues no es probable que te arrastre muy lejos —replicó Bobby—. ¡De manera que anímate!
Janet arrojó una goma a Bobby. Estaban en la sala común con las demás, y había un ruido ensordecedor. La radio estaba en un extremo de la habitación, algunas habían puesto el gramófono en el otro, y Sheila y Katy discutían a voz en grito.
—¿Es preciso tener la radio y el gramófono sonando a un tiempo cuando nadie escucha ni lo uno ni lo otro? —susurró la voz de Pamela—. Estoy tratando de leer y recordar lo que he leído, pero es inútil.
—Bueno, Pam, no debieras estudiar ahora —le dijo Pat alzando la vista de su labor de punto—. Debieras descansar como nosotras. ¡Dice Sadie que anoche en sueños repetías fechas históricas!
—Bobby, cómprame una entrada para el viernes por la noche —dijo Janet buscando su goma por todas partes—. Tendré que correr como una loca, ya lo sé, a menos que la señorita Roberts me perdone la hora de estudio esa noche.
—A mí me la perdonó —dijo Hilary—. Fui anoche y la señorita Roberts se portó maravillosamente… me dejó salir media hora antes para que pudiese ver la película.
—Bueno, le pediré que sea buena, y que me deje salir a mí también —exclamó Janet—. ¡Oh!, ¿dónde está mi goma? ¿Por qué la tiré a Bobby? ¡Qué lástima de goma!
Al día siguiente era jueves, y aquella tarde iban a ir al cine la mayoría del primer curso, excepto Janet, quien debía cumplir su promesa y arreglar el armario para la señorita Walker.
«Le pediré a la señorita Roberts que mañana me deje salir más temprano —pensó Janet mientras sacaba toda clase de cosas del armario y las iba dejando en el suelo—. ¡Cielos, qué colección de cosas se reúnen en la clase de arte! ¡No creo que nadie haya arreglado este armario durante años!».
Al día siguiente Janet no tuvo suerte. Aquella semana le tocaba arreglar las flores de la clase, y la señorita Roberts descubrió que había muy poca agua en los jarrones. Se dirigió a Janet mirándola con desaprobación.
—No me extraña que nuestras flores inclinen la cabeza esta semana, Janet —dijo introduciendo el dedo en el jarro más próximo—. Este jarrón está casi vacío. Creo que debieras atender mejor tus responsabilidades, incluso las más pequeñas.
Janet enrojeció. Por lo general solía recordar las cosas pequeñas tanto como las importantes, pero aquel día las flores se le habían ido de la memoria. Murmurando una disculpa fue en busca de un jarro de agua.
Entró en la clase con él, y cuando iba a verter el agua en el jarrón que estaba en el dintel de la ventana, saltó el gato del colegio al otro lado del cristal.
Janet se sobresaltó tan violentamente, que sacudió el jarrón, haciendo que un chorro de agua fuera a caer sobre la cabeza de Prudence. Se deslizó en seguida por el interior de su cuello y la niña lanzó un grito. La señorita Roberts alzó la vista, contrariada.
—¿Qué te ocurre, Prudence? Janet, ¿qué es lo que has hecho?
—¡Oh, señorita Roberts! ¡Janet me ha empapado! —se lamentó Prudence—. ¡Deliberadamente ha dejado caer un chorro de agua por mi cuello!
—¡No es verdad! —exclamó Janet—. El gato ha saltado a la ventana y me ha asustado, eso es todo.
La señorita Roberts miró fríamente a Janet. Había presenciado demasiadas travesuras de la niña para creer que se tratase sólo de un accidente.
—Prudence, ve a secarte al vestuario —le dijo—. Janet, Prudence estaba escribiendo una lista de datos geográficos para poder consultarla en el futuro; como ahora no podrá terminarla, quisiera que cogieras su libreta y esta noche, durante el estudio, se los copiaras.
Janet estaba desolada recordando su intención de pedirle permiso para salir pronto aquella noche.
—Señorita Roberts, la verdad es que ha sido un accidente —insistió Janet—. Escribiré lo que Prudence estaba haciendo, pero ¿no podría hacerlo durante el recreo y no durante el estudio?
—Lo harás durante el estudio —replicó la señorita Roberts—. Y ahora, ¿quieres dejar de jugar con el agua y ponerte a trabajar?
Janet apretó los labios y salió de la habitación. Ahora sí que no podría ver la película. Cuando iba al vestuario a dejar el jarro encontró a Prudence, que se había secado muy de prisa, porque en realidad no estaba tan mojada como había dicho.
—¡Prudence! Tú sabes que ha sido un accidente —dijo Janet deteniéndola—. Esta noche quiero salir pronto para ver «Clive de la India», y no podré ir, a menos que seas sincera y vayas a decirle a la señorita Roberts que tú sabes que en verdad ha sido un accidente y le pidas que me deje salir pronto.
—No pienso hacer nada de eso —replicó Prudence—. Tú y Bobby siempre andáis gastando bromas estúpidas. ¡No seré yo quien te saque de este apuro!
Y regresó a la clase. Janet la miró marchar furiosa y dolida. Después de guardar el jarro dentro del armario cerró la puerta de golpe. Janet tenía el genio muy vivo, y en aquel momento hubiera vertido una docena de jarros de agua helada por encima de Prudence.
Cuando llegó el recreo le contó a Bobby lo que le había ocurrido, y su amiga replicó enojada:
—Prudence se cree tan santa y no obstante no ha querido hacer una cosa tan insignificante como ésta. Ahora… veamos… ¿No hay ningún medio de que puedas salir temprano para ir al cine a pesar de todo, Janet?
—No —repuso Janet dolida—. Esta noche la señorita Roberts vigilará la hora de estudio que hacemos juntas las de primero y las de segundo. Si fuera la señorita Jenks tendría oportunidad de escabullirme con la esperanza de que no lo notase. Pero la señorita Roberts esta noche no apartará su vista de mí.
—Si yo pudiera… ¿y si yo pudiera hacer que la señorita Roberts volviera a salir de la habitación? —dijo Bobby y sus ojos comenzaron a brillar.
—No seas tonta, Bobby —repuso Janet—. No podrás engañarla dos veces seguidas de esa manera… y además después de tan poco tiempo.
—Bueno… ¿y si lo hiciera de un modo distinto? —dijo Bobby—. Por ejemplo, haciendo que te llamaran a ti.
—¡Ooooh! —exclamó Janet bailándole los ojos—. ¡Eso sí que es una idea! Sí… podríamos hacerlo así. ¿Pero y todo lo que tengo que copiar para Prudence?
—Yo lo haré por ti —dijo Bobby—. Puedo imitar tu letra por si a la señorita Roberts se le ocurriera verlo.
—De acuerdo —dijo Janet—. Bueno, y ahora…, ¿cómo vamos a hacerlo?
—Le pediré a la señorita Roberts que me deje ir a buscar un libro a la biblioteca —explicó Bobby—. Y cuando regrese diré: «Señorita Roberts, Mademoiselle dice si Janet puede ir porque quiere hacerla estudiar particularmente» y apuesto a que la señorita Roberts te deja ir sin oponer resistencia… y así podrás marcharte a tiempo y ver toda la película.
—Es un poco peligroso —dijo Janet—, pero vale la pena intentarlo. Espero que no me descubran.
Bobby—Nada—Me—Importa sonrió:
—¡Quién no se arriesga, nada consigue! —sentenció—. Bueno, yo haré cuanto pueda por ti.
De manera que aquella noche cuando el primero y segundo curso estaban estudiando tranquilamente, Bobby levantó la mano.
—Por favor, señorita Roberts, ¿puedo ir a buscar un libro a la biblioteca?
—Bueno, pero no te entretengas —dijo la señorita Roberts, que estaba muy ocupada corrigiendo ejercicios, y apenas levantó la vista. Bobby sonrió a Janet y salió de la estancia, volviendo al cabo de poco con un libro bajo el brazo.
—Por favor, señorita Roberts —dijo acercándose a la mesa de la profesora—. ¿Podría ir Janet a estudiar con Mademoiselle ahora?
Janet se puso roja de emoción.
—Vaya —exclamó la señorita Roberts bastante extrañada—. Mademoiselle no me ha dicho nada cuanto la he visto en la sala común. Supongo que se le olvidaría. Sí, Janet… será mejor que vayas… y puedes escribir esas notas de geografía más tarde, cuando estés de nuevo en la sala común.
—Gracias, señorita Roberts —murmuró Janet saliendo de la estancia como un conejo. Corrió al vestuario, cogió su sombrero, y luego de salir al jardín a toda prisa, fue al cobertizo a coger su bicicleta y pronto estuvo camino de la ciudad. ¡Cómo deseaba no encontrar a ninguna profesora ni a ninguna alumna de último curso para que no vieran que iba sola!
Se metió en el cine sin ser vista y pronto quedó absorta en la contemplación de la película, mientras sus compañeras de primer curso continuaban estudiando en silencio la lección del día siguiente. Sólo Prudence sospechaba, porque vio las miradas que se cruzaron entre Janet y Bobby. Sus sospechas fueron en aumento al no ver a Janet aquella noche en la sala común, después del estudio.
—La lección de Janet con Mademoiselle va siendo muy larga —le dijo a Bobby.
—¿Ah, sí? —replicó Bobby—. ¡Qué bien para las dos! —Bobby había copiado la geografía para Prudence, procurando que su letra se pareciese a la de Janet, y dejó el cuaderno sobre el pupitre de Prudence mientras ésta estuvo unos minutos ausente de la sala. Al regresar lo encontró. Al principio creyó que Janet se lo había copiado y la buscó con la mirada, pero Janet no estaba allí. ¡Qué raro era eso!
Prudence observó su libreta con atención, descubriendo que aquélla no era en realidad la letra de Janet, y miró a Bobby, que estaba tumbada en una silla leyendo despreocupadamente con las piernas colgando por encima del apoya brazos.
—¡Esta no es la letra de Janet! —dijo Prudence a Bobby, quien no le hizo caso y continuó leyendo—. ¡Bobby! Te digo que ésta no es la letra de Janet —replicó Prudence contrariada.
—¿De veras has dicho eso? —dijo Bobby—. Bueno, repítelo si quieres. No creo que le interese a nadie. A mí por lo menos no.
—Yo creo que entre tú y Janet habéis tramado un complot —exclamó Prudence de pronto—. No creo que Mademoiselle la hubiese llamado… y creo que has sido tú quien ha escrito estas páginas.
—Cállate, estoy leyendo —replicó Bobby.
Prudence estaba furiosa y dolida. De manera que Janet había conseguido ir al cine a pesar de todo. ¡Bien, ya cuidaría ella de que se enterase la señorita Roberts!
Así que a la mañana siguiente, cuando la señorita Roberts le pidió su cuaderno de geografía para asegurarse de que Janet había escrito lo que le ordenó.
Prudence descubrió el juego. Se acercó a la mesa de la señorita Roberts con el cuaderno. La profesora le echó un vistazo y asintió.
—¡Está bien! —dijo sin notar nada anormal en la escritura.
—Bobby lo ha escrito muy bien, ¿no es cierto? —dijo Prudence en voz baja. La señorita Roberts miró rápidamente el cuaderno y a Prudence, comprendiendo en seguida lo que había querido decirle.
—Puedes volver a tu sitio —le dijo, porque no le agradaban las acusicas, y Prudence se alejó satisfecha de que la profesora hubiera adivinado lo que había querido decirle.
Cuando la señorita Roberts vio a Mademoiselle le preguntó en seguida:
—¿Por casualidad le dio usted clase anoche a Janet Robins?
Mademoiselle enarcó las cejas, sorprendida.
—Anoche estuve en el cine —replicó—. Y Janet también estaba. Yo la vi. ¿Por qué me hace esta pregunta? Yo no doy clase por las noches.
—Gracias —dijo la señorita Roberts, y llamó a una niña que pasaba.
—Ve a buscar a Janet Robin y dile que venga a verme —le dijo muy seria, y la niña salió corriendo en busca de Janet, que estaba en la pista de tenis.
—¡Atiza! —exclamó Janet cuando hubo recibido el mensaje—. Me la voy a cargar. El gato se ha escapado del saco…, ¿pero quién lo ha dejado escapar? Bobby, dime adiós para siempre… ¡Tengo que encararme con la señorita Roberts enfurecida… y no saldré con vida!
Bobby sonrió.
—¡Pobrecilla Janet! —le dijo—. Buena suerte. Te esperaré aquí, vieja camarada.