19

Cuando la puerta que daba acceso al cuarto trasero del O. J. Bar & Grill de Amsterdam Ave, se abrió de nuevo, aproximadamente una hora después de haberse ido Dortmunder, Tiny Bulcher estaba casi terminando una historia:

—… así que limpié el hacha y la devolví al campamento de las excursionistas.

Tanto Ralph Winslow como Jim O’Hara miraron hacia la puerta con una trémula esperanza en sus ojos, pero se trataba tan sólo de Rollo, que miró a Tiny y le dijo:

—Hay ahí afuera un vermouth-dulce-sin-agua que pregunta por ti.

—¿Un tipo pequeño que parece una rata ahogada?

—Eso mismo.

—Mándamelo aquí de una patada en el culo —dijo Tiny.

Rollo asintió y cerró la puerta tras de sí. Tiny dijo:

—Es mi colega con la dirección del bofia ése —chocó el puño derecho contra su palma izquierda—. Parece que vuelven los buenos tiempos —dijo.

Winslow y O’Hara se le quedaron viendo las manos.

La puerta se abrió sólo un poco y una estrecha cara de nariz picuda y piel agrisada atisbo desde el resquicio. Sus ojuelos como cuentas pestañeaban y de su boca pálida y tristemente curvada surgió una áspera y quejumbrosa voz:

—Te vas a poner muy enfadado, Tiny.

—¿Sí?

—No fue culpa mía, Tiny —los ojuelos saltaron de Winslow a O’Hara en busca de ayuda, pero no la encontraron, y parpadearon en dirección de Tiny un poco más—. De verdad que no fue culpa mía.

Tiny se quedó mirando fijamente la pequeña cara nerviosa de la puerta, y finalmente dijo:

—Benjy, ¿te acuerdas la vez aquella cuando un tipo dijo que nadie podía besar su propio codo y yo le demostré que sí podía?

Winslow y O’Hara se miraron entre sí.

—Sí, Tiny —dijo la carita.

Por debajo de la afilada barbilla una nerviosa nuez subía y bajaba, como una bomba de extracción petrolífera.

—Si tengo que levantarme de aquí, Benjy —dijo Tiny—, e ir a por ti, te prometo que vas a besarte el codo.

—Oh, no tienes por qué levantarte, Tiny —dijo Benjy, y dio una especie de brinco hacia el interior del cuarto, cerrando la puerta tras de sí, revelándose como un hombrecillo delgado y tieso, todo vestido de gris, con unas pocas hebras de pelo muerto pegadas a su estrecha calva grisácea. En su temblorosa mano llevaba un vaso en el que el marronáceo vermouth hacía pequeñas olitas. Fue a sentarse en la misma silla que Dortmunder había dejado, justo enfrente de Tiny.

—Ven aquí, Benjy —dijo Tiny, y palmoteo sonoramente en la silla que tenía a su lado.

—Muy bien, Tiny.

Benjy contorneó la mesa, prodigando a Winslow y O’Hara rápidas y trémulas sonrisas, que eran como señales de petición de ayuda de una isla desierta. Deslizándose en la silla que Tiny tenía a su lado, colocó su vaso sobre la mesa y manchó al hacerlo de vermouth el fieltro (no era aquélla su primera mancha).

Tiny apoyó su mano sobre la nuca de Benjy, en un gesto que casi parecía amistoso.

—Éste es Benjy Klopzik —dijo a los otros—. Un buen colega hasta ahora.

—Y sigo siendo tu colega, Tiny.

Tiny meneó suavemente la nuca de Benjy y la cabeza del hombrecillo tremoló de un lado a otro.

—Déjame hacer las presentaciones, Benjy —dijo, y señaló a los otros dos, que pestañeaban tanto como Benjy—. Ése es Ralph Winslow, y ese otro Jim O’Hara. O’Hara acaba de salir del trullo.

—¿Cómo estáis? —dijo Benjy, con una horripilante sonrisa.

O’Hara le respondió con un gesto de cabeza propio de un patio de prisión; breve, orientado, casi clandestino. Winslow, en una macabra parodia de su anterior buen talante, levantó su vaso, donde los tintineantes cubitos de hielo hacía tiempo que se habían disuelto, y dijo:

—Encantado de conocerte. Llevamos aquí un rato contando historias. Tiny nos ha contado unas cuantas muy interesantes.

—¿Ah, sí? —dijo Benjy, remojándose los labios con la punta de su grisácea lengua—. Me gustaría oír alguna de ellas, Tiny.

—Soy yo quien quiere oír tu historia, Benjy —Tiny le dio otro cariñoso meneo—. No conseguiste esa dirección, ¿verdad?

—Me detuvieron.

Tiny se quedó mirando fijamente al hombrecillo que pestañeaba hacia él con desesperada sinceridad. Suavemente, como un trueno lejano, Tiny dijo:

—Cuéntamelo todo.

—Yo estaba rondando por cerca de la comi, como tú me dijiste que hiciera —dijo Benjy— y toda la noche los polis se han pasado metiendo gente. Era como una puerta giratoria. Y en ésas que me viene un bofia y me dice: «Tú parece que tienes ganas de venirte con nosotros. Venga adentro.» Y me metieron para allá y me sacudieron por todos lados, preguntándome todo el tiempo por el anillo ese, o sea —dijo apelando a Winslow y O’Hara—. ¿Tengo yo pinta de andarme paseando por ahí con un anillazo en el bolsillo?

Winslow y O’Hara menearon negativamente la cabeza. Tiny meneó la cabeza de Benjy.

—Benjy, Benjy, Benjy —dijo, más con pena que con ira—. Te mandé que hicieras un trabajo muy simple.

—Mira, al tipo sí que lo vi —dijo Benjy—. Al poli del pelo rojo que tú me dijiste. Mañana te lo sigo. Es cosa hecha —y forzando una sonrisa, añadió—: Y, además, te digo que tenías toda la razón, Tiny. Porque a mí también me pegó una patada en la rodilla.

Tiny se mostró interesado.

—¿Ah, sí?

—Y luego dijo a los otros que con aquello ya tenía bastante. Y se tiró un escupitajo. Y para cuando yo salí, él ya se había ido.

Winslow, sacando a relucir su buen talante, dijo:

—Eso pudo haberle ocurrido a cualquiera. Toca madera, Benjy.

—Mañana seguro que lo cojo, Tiny —prometió Benjy.

—Es todo culpa del cochino rubí ése —dijo O’Hara—. Nadie puede hacer nada. Cuando finalmente piso la calle, la cosa resulta que está de lo más jodido.

Tiny, un tanto reticentemente, soltó la nuca de Benjy —éste pestañeó de agradecimiento por otros sesenta como él— y colocó sus dos antebrazos como baúles sobre la mesa.

—Es cierto —dijo con voz de mal agüero, parecida a un trueno—. Hay demasiada agitación. Y eso empieza a cabrearme.

—¿Crees que la Ley habrá encontrado ya el pedrusco a estas horas?

—La Ley —dijo Tiny con disgusto—. ¿Acaso vas a confiar en la Ley?

—Tenemos que hacerlo nosotros mismos —soltó animado Benjy, para luego arrepentirse de haber hablado. Y aterrorizado, echó un trago de vermouth.

Todos se lo quedaron mirando. Tiny dijo:

—¿Qué quieres decir con nosotros?

—Bueno… —Benjy, viendo que la retirada era imposible, decidió huir hacia adelante—. Fue un tipo de esta ciudad quien lo hizo, ¿no? O sea, que yo os conozco y vosotros conocéis a otros tipos, y vosotros sabéis que esos tipos… —señalando con un gesto a Winslow y O’Hara— … y ellos conocen a otros tipos. Apuesto a que podríamos empezar aquí mismo, diciendo los tipos que cada uno conoce y trazando líneas de conexión de tipos que conocen a otros tipos, hasta ver los que conoce cada uno.

—Benjy —dijo Tiny, inclinándose hacia él—. Si no dices pronto algo que yo pueda entender te voy a dar una hostia.

—De este lado de la ley —dijo Benjy con desespero— todo el mundo conoce a todo el mundo, y todos tenemos lo que se dice amigos mutuos, ¿no? ¡No tenemos más que ir preguntando por ahí, y seguro que damos con el rubí!

—Y con el tipo que le metió mano —subrayó O’Hara.

—Bueno, pues se lo quitamos —dijo Benjy, con poca convicción y envalentonado—. Le damos el rubí a la bofia. Y asunto concluido.

—Y al tipo que le metió mano —dijo Tiny— me lo entregáis a mí.

—Lo que sea —dijo Benjy—. La cuestión es que la cosa se calme.

Winslow dijo:

—Tiene su cosa la idea. Creo que se trata de una buena idea. Me gusta.

O’Hara se mostró dudoso.

—No sé, Ralph. Siento que no está bien, ¿sabes? Eso de entregarlo a la bofia.

—¿Al que montó todo este cisco? —Tiny hizo chasquear sus dedos—. Lo voy a volver del revés y luego del derecho.

—Además —dijo Winslow— las cosas como son, Jim, la gente se denuncia entre sí cada día. Así es como se negocian las condenas, ¿no? Yo te entrego a éste, tú me entregas a este otro, y así todo.

—Y luego —dijo Benjy— están los soplones profesionales. O sea, que todos conocemos a los tipos que hacen de su boca un oficio ¿no? Uno se enfada con quien sea, va y se lo cuenta en secreto a cierto tipo, y éste le va con el cuento a la bofia, y el tipo con quien uno estaba enfadado se va al talego directo. Y de ahí en adelante, uno empieza a tener cuidado con lo que le dice a ese tipo.

Tiny preguntó:

—¿Qué tipo?

Sonaba como si estuviera a punto de enfadarse.

—El soplón —dijo Benjy—. El tipo que uno sabe que es un soplón.

—Como tú —le dijo Tiny.

—Oh, venga, Tiny —dijo Benjy.

Tiny se lo quedó mirando fijamente.

—¿Todo lo que has dicho iba en serio? —dijo.

Winslow dijo:

—Mira, Tiny, quizás suene un poco raro, pero creo que podríamos hacerlo. Tenemos la mano de obra, tenemos los medios y estamos interesados en resolver este asunto.

—Necesitamos un centro —dijo Tiny—. Y también un cuartel general. Y alguien que esté al frente.

Winslow dijo:

—Hay un teléfono en este cuarto, ahí sobre esas cajas de licores. A Rollo no le importaría. Podríamos empezar a llamar desde aquí y dar este número para que nos llame quienquiera que tenga noticias. Podemos hacer turnos para estar al teléfono.

—Puede ser —dijo Tiny.

Poniéndose en pie, Winslow dijo:

—Le hablaré a Rollo del tema.

Y dejó la habitación.

O’Hara dijo:

—Yo puedo quedarme aquí un rato. Me recuerda mi celda, sólo que sin ventana. E incluso es mejor que el cuarto que tengo ahora.

Benjy estaba feliz como un cachorro jugando con una pelota. Meneando el rabo, dijo:

—Ha sido una buena idea, ¿no?, ¿eh?, ¿eh?

—Benjy —dijo Tiny—, vete y pregúntale a la bofia qué pistas tienen.

Benjy pareció tremendamente dolido:

—¡Oh, vamos, Tiny!

—Vale, vale —dijo Tiny—. Ve y pídele a algún colega que le pregunte a la pasma las pistas que tienen.

—Claro, Tiny —dijo Benjy.

Y nuevamente feliz se echó al coleto lo que le quedaba del vermouth y se puso en pie.

—Y no te tires toda la noche.

—Claro, Tiny.

Benjy se escabulló del cuarto y Tiny dirigió sus cargadas cejas hacia O’Hara, diciendo:

—¿Por qué te echaron el guante a ti?

—Robo de armas —dijo O’Hara—. Mi colega tuvo una pelea con su mujer y ésta nos llevó al talego.

—Una lagarta le fue un día a alguien con un cuento sobre mí —dijo Tiny—. La colgué de una cornisa por las bragas —meneó la cabeza—. No debía haberse comprado unas bragas tan baratas —dijo.