8

A Lisa Morris le irritaron las miradas perspicaces y compasivas que le dirigieron las esposas de los otros oficiales. Estaba habituada a la vida del ejercito por haberse criado en cuarteles, e incluso acostumbrada a las aventuras de su marido. Sin embargo, hasta entonces David había actuado con discreción, y nadie se había enterado de sus devaneos.

Solo el hecho de que en esta ocasión se hubiese enamorado verdaderamente justificaría su comportamiento. Si así era, sin duda accedería gustoso al divorcio. Lisa debía anunciarle que lo había solicitado, y pronto.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que camino directamente hacia un hombre alto, vestido con un uniforme de color caquí, sin verlo.

—Alto, señora Morris —dijo una voz ronca y ruda.

Unas manos fuertes y firmes la cogieron por los hombros y enseguida la soltaron cuando ella se detuvo.

La mujer alzo la vista hasta los ojos increíblemente azules del medico del puesto, el capitán Todd Powell. Aquel hombre no se parecía en nada a su esposo. Era tan violento que ninguno de los soldados se había atrevido a fingir una enfermedad para aludir alguna misión desagradable. Se mostraba cruel cuando le importunaban y a veces bebía en exceso.

Sin embargo, siempre había tratado a Lisa con amabilidad. Cuando perdió el bebe y su marido se hallaba de maniobras, fue Todd Powell quien permaneció sentado junto a su cama toda la noche mientras ella lloraba y dormía a ratos. Fue Todd quien entero al niño, quien hablo con ella, quien la escucho y finalmente la obligo a volver a la vida. Tal vez intimidaba a los demás, pero a Lisa le inspiraba una ternura extraña, que se reflejo en sus ojos cuando le sonrió.

—Gracias, capitán Powell —dijo con dulzura—. Estaba reflexionando sobre ciertas cuestiones.

Lo siento.

El capitán tomo aliento.

—Tengo entendido que esas cuestiones podrían ser la ultima amante de su esposo —dijo bruscamente.

La mujer enrojeció.

—No debería decirme esas cosas.

—Alguien debe decir algo sensato, señora. ¿Durante cuanto tiempo esta dispuesta a tolerar la ultrajante conducta de su marido? Sin duda habrá oído el cotilleo.

—Por supuesto que si. —Vacilo, mirando alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharlos—. Yo ... he iniciado los tramites de divorcio. No se adonde iré...

El rostro y la mirada del hombre se suavizaron.

—Yo si. —Cogiéndola del brazo, la condujo hacia un coche—. Usted viene conmigo.

—¡Capitán Powell! —protesto ella.

—Solo quiero presentarle a una persona —dijo el.

Tras ayudarla a subir al automóvil, se sentó al volante junto a ella y refunfuño con impaciencia hasta que consiguió que el motor arrancara.

Cuando el viento le refresco el rostro, Lisa se sino mejor y olvido los chismorreos. El doctor Powell tenia una manera de asumir la responsabilidad de las situaciones que la reconfortaba. Sonrió ante la ironía que suponía ser cuidada, pues había pasado la mayor parte de su vida atendiendo a su padre primero y luego a David.

Resultaba agradable que alguien se mostrase solicito con el a.

El capitán no se alejo demasiado; detuvo el vehículo en un pequeño establecimiento cercano a la ciudad de Courtland.

—Aquí es —anuncio.

Después de ayudarla a apearse del coche, la condujo hasta una bonita casa blanca que destacaba entre las que flanqueaban la diminuta oficina de correos. El llamo a la puerta, y sonrió, quitándose el sombrero, cuando una mujer mayor salió a recibirles.

—Hola, Todd —saludo la mujer—. ¿Quien es esta señora?

—Una joven que muy pronto necesitara un lugar donde alojarse —respondió Todd—. ¿Todavía tiene una habitación disponible para alquilar?

—Claro que si —dijo la mujer amablemente—. Soy la señora Moye. Y puede pagar su manutención ocupándose de las tareas domesticas, silo necesita.

—Usted no me conoce... —comenzó a decir Lisa.

—Conozco a Todd —la atajo la señora Moye—. La opinión que el tiene de usted me basta.

—No estoy muy preparada... —dijo Lisa.

—Cuando lo este, podrá instalarse en la habitación —interrumpió la señora Moye—. ¿No les gustaría entrar y tomar una taza de te?

—Ojala tuviésemos tiempo —intervino Todd cortésmente—. Tal vez la próxima vez.

—Espero que sea así. Adiós, querido amigo.

—No me ha presentado —observo Lisa cuando Todd le abrió la portezuela del coche.—No hubiese sido prudente. —Clavo su intensa mirada azul en los ojos de la mujer—. Esta demasiado delgada, pero continua siendo encantadora.

Lisa se sintió aturdida. Ningún hombre la había mirado nunca como el capitán Powell. Ante su presencia, experimentaba extrañas punzadas en los muslos, en el bajo vientre, y un hormigueo recorría todo su cuerpo. Ni en los momentos mas íntimos David había provocado en ella sensaciones tan placenteras.

Todd se aclaro la garganta.

—Supongo que será mejor que nos apresuremos a regresar al puesto.

—Si, si, desde luego.

Lisa entro en el coche. El hombre poso la mano sobre la muñeca de ella para ayudarla y se demoro un instante. La mujer alzo la vista para mirarlo, y se le encendió todo el cuerpo. Era alto y corpulento. Tenia manos grandes y un rostro de rasgos irregulares y toscos; no era guapo en absoluto. Sus lacios cabellos negros calan, indomables, sobre su frente amplia y sudorosa. Tenia cejas espesas y una nariz enorme. No era atractivo, pero ella deseaba besarlo. Lisa desvió la vista, sintiendo algo muy semejante al pánico.

—Cuidado con la falda —aviso el.

Cerro la portezuela y rodeo el automóvil mientras Lisa lo observaba con una mezcla de incertidumbre y anhelo. No debía interesarse por el, pues el capitán solo trataba de mostrarse amable.

Todd Powell sabia lo que era sufrir. Su esposa y su hijo habían sido asesinados muchos anos atrás. Solía beber cuando lo recordaba. Se lo había contado a Lisa cuando ella convalecía, abatida y angustiada, tras haber perdido a su bebe. El capitán le había explicado que conocía el dolor que causaba la muerte de un hijo. Le había hablado del levantamiento apache a consecuencia del cual murió su familia, de su propia angustia. No se lo había revelado a nadie mas que a ella.

Aquel momento de debilidad los avergonzó poco después, y por ello habían evitado aludir a el. Sin embargo, había nacido entre ellos un afecto que crecía día a día. El la observaba cuando ella no se hallaba en el cuartel de su marido, al igual que Lisa lo contemplaba cuando el no lo advertía, aunque procuraba no hacerlo. Era una mujer honesta, y el capitán Powell, un hombre honorable.

Pero si no estuviese casada... ¡Ojala no lo estuviese!

Regresaron al puesto sin que ninguna mirada fisgona los observara.

—Gracias —dijo ella, vacilante—. Me reconforta saber que dispondré de alojamiento en caso de que lo necesite.

—Usted sabe que el no abandonara a su amante —dijo el capitán, con voz serena—. Lo único que puede esperar es que la situación empeore con el tiempo. Su esposo es un insensato, y la muchacha esta profundamente enamorada de el. Ella no es una mala persona —añadió con rudeza—. Es una mujer bastante atractiva que no suele perseguir a los hombres casados. Fue el quien la acoso.

—Comprendo—replico ella. Luego busco los ojos del capitán—. ¿Usted la conoce El pareció molesto.

—Se algo sobre ella. Es una mujer joven que procede de una familia pobre, pero honrada y honorable, que no aprueba la relación.

Ella se movió un poco.

—Tal vez el también esta enamorado —dijo con calma—. Eso explicaría su comportamiento.

—Alzo la vista—. Gracias por ayudarme.

El capitán apretó la mandíbula.

—No es ninguna molestia ayudar a alguien con problemas. Buenos días, señora Morris.

Ella observo como se alejaba, con las manos unidas a la espalda en su postura característica, hacia el dispensario. Parecía triste y solo, y ella sintió pena por la soledad del hombre. En realidad ella también se encontraba sola. Decidió que esa noche hablaría con David del divorcio. De nada serviría posponerlo...

Lisa acababa de poner la cena en la mesa y estaba retirando la cafetera del fuego cuando la puerta principal se cerro de un golpe y unos pasos pesados resonar,,,, en la cocina.

—El capitán Arthur me ha dicho que lo vio en el automóvil del capitán Powell. —David estaba furioso, el rostro rojo de ira.

Ella se volvió hacia el con gran serenidad. —Si, así es. La cena esta en la mesa.

El guardo silencio. Lisa casi podía ver al cerebro de su marido trabajando, tratando de decidir como afrontar ese nuevo y extraño comportamiento.

—¿Por que paseabas en coche con el medico del puesto?

—Porque e1 sabia donde podía alquilar una habitación —respondió ella.

Lo miraba con firmeza y sin parpadear, como una serpiente presta a atacar. La transformación que había experimentado sorprendía a David. Lisa, tranquila y silenciosa, se había convertido de pronto en una mujer independiente y obstinada. Hasta su postura había cambiado.

—No esta bien que te vean en compañía de otro hombre...

—¿Esta bien que te vean a ti con otra mujer? —interrumpió ella, con calma.

El enrojeció.

—Selina no es asunto de tu incumbencia —dijo, tajante. —Es de la incumbencia de todo el puesto, ¿o no sabias que las esposas de tus oficiales se regocijan informándome de vuestra aventura? —pregunto ella.

El coronel se meso, irritado e incomodo, su espesa cabellera rubia.

—No lo sabia —dijo lentamente.

—No importa, David. Ya no importa. He hablado con un abogado —anunció ella, aspirando hondo— para iniciar los tramites de divorcio.

El la miraba atónito.

—Has iniciado... que? —estallo—. ¡Como te atreves! Ella entrelazo las manos delante de su regazo.

—Lo hago con la mejor intención... Sin duda lo comprenderás. Si verdaderamente amas a esa chica, y ella te ama...

David había enmudecido. Lo primero en que pensó fue en su carrera; el divorcio le perjudicaría, sobre todo si era su esposa quien lo solicitaba.

—Debes paralizar los tramites —dijo fríamente, con una mirada amenazadora.

—¡No lo haré! David, ambos sabemos que te casaste conmigo por mi posición. Durante anos me has deshonrado con quien te ha apetecido. Pero esta ultima afrenta resulta intolerable. Me has convertido en el hazmerreir del puesto. Me divorciare de ti. ¡Y nada de lo que digas o hagas me detendrá!

El perdió la cabeza. Impulsado por el afán de vengar la humillación a que ella se proponía someterle, alzo la mano y abofeteo a la mujer con tanta fuerza que la hizo caer sobre la plancha de hierro candente de la cocina de leña.

Lisa grito y se aparto de un salto cuando un lengüetazo de dolor le quemo la cadera en el lugar en que la tela del vestido se había pegado a la piel. El tejido prendió fuego de repente, y ella agito la falda, nerviosa. El miedo y el dolor hicieron que olvidase la punzada que sentía en la mejilla mientras trataba desesperadamente de apagar el fuego.

David se quedo estupefacto un instante. Luego reacciono rápidamente. Cogió el cubo de agua de la mesa de la cocina y arrojo el contenido sobre la falda de su mujer. Logro extinguir el fuego que ya había causado una grave quemadura a Lisa. El coronel observo la piel roja y ampollada de la cadera y el costado de su esposa a traves del agujero ennegrecido de la tela de la falda.

—Lisa, perdóname, no pretendía... —comenzó a decir, con voz ronca.

La mujer le golpeo las manos, sollozando, e interpuso una silla entre ambos. Se sentía muy mal.

El dolor era terrible. De pronto, se le nublo la visión, y se sumió en un negro y frío olvido.

Cuando Lisa despertó, se hallaba en el dispensario del puesto, Todd Powell estaba inclinado sobre ella. El hombre tenía una mirada cínica y un modo brusco de hablar que conseguía irritar a casi todos. Los soldados le temían tanto como a los indios, lo cual le divertía muchísimo.

Entorno los ojos al examinar la mejilla amoratada de la mujer tendida en la camilla. Detrás de el, David lo observaba, pálido y abatido.

—Le he administrado un poco de morfina para aplacar el dolor, señora Morris —explico Powell—. La quemadura probablemente le dejara cicatriz, pero no es nada grave.

—Gracias —dijo ella, empezando a notar los efectos de la droga.

—¿Puedo llevarla a casa ahora? —pregunto David. Powell se volvió y se enfrento al hombre.

— N o .

—Yo soy el comandante en jefe —recordó David.

—No soy ni ciego ni ignorante —replico el medico, impertérrito—. Una ojeada a la mejilla de su esposa explicara este... accidente..., coronel Morris. Todos estamos enterados de sus devaneos y yo se que ella ha iniciado los tramites de divorcio. No regresara a su cuartel. A menos que le apetezca comparecer ante un tribunal militar por conducta impropia de un oficial y caballero, le aconsejo que no fuerce los acontecimientos.

—Usted sabe muchas cosas —dijo David, enfadado.

Llevo mucho tiempo aquí, coronel —repuso Powell con calma, midiendo con la mirada al

otro hombre—. Mientras usted se hallaba en el Este, situado en la sociedad de Washington, yo estaba aquí, en el desierto, extrayendo flechas del cuerpo de los soldados que perseguían Jerónimo por este páramo desolado.

David enrojeció.

—Doctor Powell...

—Váyase a casa, coronel —dijo Powell con aspereza—. Esta de mas aquí.

David vacilo. Tras una prolongada mirada de arrepentimiento al rostro ausente de Lisa, salió del dispensario dando un portazo.

—Gracias —dijo ella, con voz somnolienta.

Una mano grande y encallecida le palpo la frente.

—Duerma, señora Morris. No hay nada que agradecer.

Ella se dejo arrastrar hacia el sumo, sintiéndose segura por primera vez en mucho tiempo, a pesar del dolor. Cuando quedo dormida, un hombre melancólico con una gran nariz y unos cansados ojos azules se sentó junto a ella y le sostuvo la mano. Y allí permaneció hasta la mañana.

El día de Acción de Gracias había transcurrido tranquilo y sin novedades. Las mujeres habían pasado la mañana cocinando y la tarde limpiando. Había sido una reunión divertida, pero Trilby estaba triste. Las atenciones que Richard prodigaba a una Julie cada vez mas coqueta le hablan aguado la fiesta.

Sissy persuadió a la alicaída Trilby de que la acompañase al desierto, no muy lejos, para visitar algunas ruinas.

—¿Son ruinas hohokam? —pregunto Trilby cuando las dos mujeres bajaron de la calesa y comenzaron a recorrer un emplazamiento con restos de objetos de cerámica en una llanura cercana a la cadena montañosa.

—No lo se. —Sissy se arrodillo y cogió un trozo de cerámica—. ¿No es increíble? —dijo con admiración reverente—. Trilby, ate das cuenta de que este trocito fue fabricado por seres humanos hace tal vez mil anos?

Trilby se abanico con el sombrero de ala ancha que llevaba en la mano. Se había puesto una larga falda de montar y una blusa. Sissy vestía como su amiga. Hacía mucho calor en el desierto, y el aire seco no representaba ningún alivio.

—Me hubiese gustado traer el coche —musito Sissy. —Créeme, el caballo y la calesa son mucho menos complicados.

Trilby sonrió. Le sorprendía que hubiera tenido el valor suficiente para ir hasta allí con Sissy, aunque el caballo que tiraba de la calesa era manso y no le daba miedo; además, no había tenido que conducir. Alzo la vista, frunciendo el entrecejo.

—Sissy, hay nubes en el horizonte. ¿Recuerdas lo que te dije sobre el peligro de los arroyos secos, aun cuando llueva a muchos kilómetros de distancia, y de la terrible crecida que se produjo en el verano?

—Si, lo recuerdo —susurro Sissy.

—Seria mejor que regresáramos.

—¡Pero si acabamos de llegar!

—¡Sissy!

—Vamos, Trilby. Solo quiero fisgonear un poco. Después de todo, esto no es un arroyo seco.

¿Por que no vas a buscar a Richard a los corrales? —pregunto Sissy, con una sonrisa traviesa—. No puedo marcharme en este momento. —Suspiro de manera teatral—. Tendrás que ir sola. —Miro a Trilby con curiosidad y sonrió irónicamente—. Estoy segura de que se te partirá el alma cuando tengas que pasar a recogerme.

A Trilby le dio un vuelco el corazón. Se le presentaba la oportunidad de estar a solas con Richard, que había ido con ellas hasta los corrales para observar como los hombres marcaban el ganado. Las chicas le habían dejado allí con la promesa de regresar al cabo de unos minutos. Sissy estaba representando el papel de Cupido, y Trilby la bendijo por ello. Sin embargo, tendría que conducir la calesa sola. Examino con nerviosismo al caballo manso; estaba atado y las riendas se arrastraban por el suelo.

—Todavía me asusta un poco ese caballo —dijo Trilby, preocupada.

—Tu le gustas. Limítate a darle un golpecito con las riendas para que se ponga en marcha y a tirar de estas hacia atrás para que se detenga. El caballo seguirá el camino y Richard conducirá de vuelta a casa.

—Muy bien. Pero no debería dejarte aquí sola...

—No seas tonta—interrumpió Sissy—. Estoy perfectamente segura. Además, tengo esta cosa horrible que tu padre insistió en que trajese. —Con gran cautela cogió la pistola por la culata como si fuese una serpiente—. ¡Uf!

—Tardare poco mas de un minuto —prometió Trilby, con los ojos brillantes ante el pensamiento de estar a solas con Richard—. ¡Eres encantadora!

—Lo se. —Sissy rió entre dientes—. Vamos. Haz que Julie tenga algo de que preocuparse.

—Podía habernos acompañado —dijo Trilby.

—¿Y estropearse el cutis exponiéndose al sol? ;Que horror!

Trilby subió a la calesa, riendo ante el comentario de su amiga.

—No tardare.

—No importa silo haces —murmuro Sissy, enfrascada ya en la búsqueda de restos de cerámica.

Trilby llego sana y salva a los corrales y agradeció entregar las riendas a Richard en el camino de regreso. Se produjo un prolongado silencio entre ambos mientras la calesa traqueteaba a tu largo del camino. El calor y el olor de la piel chamuscada de los animales habían puesto de mal humor a Richard. Había palidecido en los corrales, y algunos de los vaqueros se habían burlado de el. Se sentía herido en su orgullo.

—Detesto este lugar —dijo irritado—. Me arrepiento de haber venido.

Trilby se rebullo en su asiento, incomoda.

—Esperaba que disfrutaras de tu visita, Richard. No resulta tan desagradable cuando te acostumbras.

—Siento discrepar. —Sus ojos escrutaron el horizonte—. Es como el infierno, y perdón por la expresión. Realmente es un páramo.

Trilby bajo la vista mientras el golpeaba suavemente la grupa del caballo con las riendas para obligarle a marchar mas rápido.

—Vas a casarte con Julie, Richard?

—No lo se —respondió el—. Es hermosa y dulce, y su familia tiene dinero. ¡Por cierto, no le complace en absoluto vivir en medio de este maldito desierto! —Los ojos de Trilby brillaron al asomar las lagrimas a ellos—. ; Oh, maldita sea! Vamos, Trilby, no quería decir eso. —Richard tiro de las riendas y detuvo al caballo para acariciar el rostro triste de la muchacha—. Lo siento, pequeña. Realmente, lo siento. Trilby...

Le alzo la barbilla y miro su boca tierna y temblorosa. Solo la había besado una vez, hacia mucho tiempo, y en ese momento aparecía muy tentadora con sus ojos grises anegados en lagrimas. Sonriendo con pesar, se incline y rozo lentamente con sus labios la boca de Trilby, atrayéndola hacia si.

La joven había esperado que cayesen estrellas si Richard la besaba de ese modo. Le sorprendió descubrir que lo que había experimentado no se parecía en absoluto al placer explosivo que Thorn había despertado en su cuerpo. Eso la hirió, y levanto la cabeza para devolverle el beso, tratando de obligarse a sentir. ¡Ella amaba a Richard! ¡Por supuesto que lo amaba!

Eso mismo creyó el hombre que cabalgaba cerca del lugar al verlos besarse. La furia se apodero de el.

—Contrólate —dijo Naki con calma, cogiéndole del brazo con una mano fuerte y firme—. Ese no es el modo.

—Tu no eres la persona mas adecuada para recomendar moderación—dijo Thorn, soltándose de la mano con

violencia.

—Oh, la moderación y la cortesía forman una buena combinación para mi gente —dijo el apache—. Un día os expulsaremos de nuestras tierras como los mejicanos están decididos a hacer con los amos españoles en esta revolución que han iniciado. Con la diferencia de que nosotros lo haremos legalmente. Y os venceremos utilizando vuestras propias armas.

—Te deseo buena suerte.

—Las mujeres son veleidosas —dijo el indio, observando como Trilby se separaba del hombre—. Este lugar

no es para ella.

—Lo sería si tratase de adaptarse —replico Thorn, con los dientes apretados. Con el sombrero de ala ancha caído sobre su rostro delgado, ofrecía un aspecto amenazador—. ¡Maldito sea ese dandi del Este! ¿Por que ha tenido que aparecer ahora? ¡Ni siquiera es un hombre! ¡Dios mío, vomito al ver como marcaban al ganado!

Naki dejo escapar una risa ahogada.

—Ya me di cuenta.

—Y también los demás. ¿Que ve ella en el?

—El pasado —dijo Naki sabiamente—. Los recuerdos que revive con el. —Cogió la mano de su amigo—. Si la quieres, tómala.

—Esa es tu filosofía, ¿verdad?

Naki se encogió de hombros.

—Entre mi gente, las mujeres son fuertes, independientes y valerosas, muy semejantes a las mujeres mejicanas. Se burlan de la debilidad de un hombre. Tal sea igual que ellas.

Podrías demostrar la debilidad hombre rubio y tu fuerza.

—A veces me sorprendes con tu perspicacia — Thorn, pensativo—. Bajemos e interrumpamos es.. emotiva.

Naki dirigió la vista hacia el cielo.

—Esta a punto de llover. ¿No había salido con esa mujer flaca de gafas?

Thorn frunció el entrecejo, preguntándose como Naki sabia eso. El los había visto pasar en la calesa. Naki no se hallaba cerca entonces.

—Si, los acompañaba. Su hermano menor dijo algo de ir a buscar restos de cerámica.. a buscar restos de cerámica.

—Serra mejor que la encuentre. Las ruinas están cerca de un arroyo seco.

—Me dio la impresión de que la asustaste cuando te presentaron. Será mejor que vaya yo.

—No. Yo lo haré —replico Naki, con una malévola mirada—. La llevare al rancho.

—No te excedas en la diversión.

Naki arqueo las cejas.

—¿Como voy a divertirme con una jovencita aterrorizada?

—No me cabe duda de que lo harás. Recuerda son huéspedes de Jack Lang y que yo quiero conseguir su agua.

—Igual que quieres a su hija, si no me equivoco.

—Vete de aquí—refunfuño Thorn.

Naki soltó una risa ahogada, hizo girar su cabal se alejo en dirección a las ruinas.

Trilby se había apartado de Richard en cuanto di a los jinetes en la distancia. Furiosa, se dio cuenta de inmediato de quiénes era.

—¿Que ocurre?—pregunto Richard, sonriendo. Atribuyendo su reacciona la timidez y eso le conmovió. No resultaba tan excitante como Julie, pero su boca suave era dulce, y le había gustado besarla. Tener a Trilby bajo su hechizo era algo demasiado halagador para no aprovecharlo.

—Allí esta Thorn Vance con uno de sus hombres; creo que se trata del apache —dijo Trilby, nerviosa.

Richard miro hacia el montículo en donde se hallaban hombres. En ese momento el indio hacia girar su caballo y se alejaba. Vance comenzó a avanzar hacia ellos, cómodamente instalado en la montura, como cualquiera de los vaqueros. A Richard le irrito la manera en que los miro el hombre, tan condenadamente arrogante y seguro de sí mismo, cuando se detuvo junto a la calesa.

—Buenos días —dijo Thorn, tocándose el ala del sombrero a modo de saludo—. Tienen problemas con el caballo, o se han perdido,

Trilby se ruborizo.

—Ni lo uno, ni lo otro. Solo nos paramos para charlar—respondió, con voz ahogada.

La mirada de Thorn la turbaba, pues le traía vividos recuerdos de la fiesta y la sensación del fuerte cuerpo del hombre contra el suyo mientras su boca exploraba la suya. Besar a Thorn había representado una experiencia explosiva, mientras que la misma caricia con Richard había resultado extrañamente insatisfactoria.

—Sin duda usted tendrá algo mejor que hacer—intervino Richard, dirigiéndole una mirada airada.

Thorn se echo hacia atrás el sombrero.

—Oh, claro que si —acordó Thorn, divertido—. Pero amenaza lluvia y existe el peligro de una crecida repentina. Les aconsejo que regresen a casa mientras puedan.

De pronto Trilby recordó a su amiga.

—¡Sissy! ;La dejé en las ruinas!

—Naki ha ido a recogerla —dijo Thorn—. Estará a salvo.

—¿El apache? —Trilby estaba horrorizada—. ¡Se llevara un susto de muerte! ¡Ese hombre la aterroriza!

—Será mejor que vaya acostumbrándose a el – Replico Thorn—. Acampara con nosotros.

todavía quiere ir —pregunto a Richard.

El joven se animo.

—Claro que si. Es aburridísimo permanecer todo el día en casa.

—¿Esta seguro de que le gusta cazar? —inquirió Thorn, aludiendo veladamente al estomago revuelto de: hombre cuando marcaban las reses.

Richard enrojeció.

—Hay una diferencia sustancial entre cazar y atormentar al ganado.

—El robo de ganado es algo habitual aquí, hijo —dijo Thorn, condescendiente—. Ganado que no se marca, ganado que se pierde.

—Estoy convencida de que Richard lo sabe, señor Vance —intervino Trilby, sarcástica.

Thorn la mire, inclinándose sobre la perilla de su montura, y en sus ojos oscuros centelleaban vestigios do deseo. Luego bajo la vista hasta la tierna boca de la muchacha, donde se demoro tanto tiempo que Trilby sintió que se le aceleraba el pulso. Ella comenzó a manosear las riendas con nerviosismo, temiendo que Richard advirtiese el interés de Thorn.

Por supuesto, Richard se había percatado. Le extrañaba que a aquel hombre le atrajese Trilby, sobre todo cuando ella no le correspondía. Deslizando un brazo posesivo sobre los hombros de la muchacha, la acerco hacia si.

—¿Cuando iremos de caza? —pregunto Richard a Thorn.

Vance se irguió en la montura, y su fascinación por la boca de Trilby se convirtió en franco aborrecimiento por el dandi sentado tan cerca de ella.

—En dos o tres días —contesto—. Debo ultimar los preparativos con Jack Lang y disponer el suministro de algunas provisiones. ¿Tiene usted sus propios rifles?

—Si, por supuesto —respondió Richard—. Nunca viajo sin mi equipo de caza y acampada.

—Naturalmente.

—Siento que tenga tanta prisa a causa de la lluvia, señor Vance —dijo Trilby, de manera intencionada.

—¿Es ese el motivo por el que tengo prisa? —pregunto el—. Muy bien. Supongo que así es.

Vayan con cuidado y procuren no quedarse atascados en ninguna hondonada del camino. Podría ser fatal. Si lo desean, me ofrezco a escoltarlos.

—Somos capaces de llegar solos a casa—mascullo ella—. —Esta seguro de que el vaquero indio se ocupara de Sissy?

—Estoy seguro —la tranquilizó el.

Richard frunció el entrecejo.

—Espero que usted mismo se ocupe de Sissy —dijo a Thorn—. No me gusta la idea de que mi hermana este sola con un indio.

—Su hermana estará perfectamente segura, se lo aseguro.

Richard interpreto que eso significaba que Thorn se encargaría de su hermana y se relajo.

—Muy bien entonces. Buenos días. —Richard tiro bruscamente de las riendas, urgiendo al caballo a salir al trote.

Thorn los observe divertido y complacido.

—Su conducta resulta irritante, ¿no es cierto? —dijo Richard cuando retire el brazo de los hombros de Trilby y se estiro perezosamente—. Sin embargo, será agradable ponerlo en un brete cuando vayamos de caza. Toma. —Le entrego las riendas—. Conduce un rato. Estoy agotado. Trata de evitar los baches, ¿quieres, papá?

El se recostó contra el respaldo del asiento, cruzo los brazos y cerro los ojos. Trilby estuvo a punto de empezar a gritar. Solo entonces se dio cuenta de que Richard le había dedicado sus atenciones para fastidiar a Thorn. Su interés había sido fingido. Sintió ganas de llorar.

Mientras avanzaban por el camino en dirección a] rancho, las nubes fueron aproximándose. Trilby confiaba en que Sissy la perdonara.