12

-¡Thorn! ¡No... puede! -dijo ella, jadeando.

Pero el podía, y lo hizo. Buscando locamente la satisfacción, ciego de deseo, Thorn gimió, y su cuerpo se contrajo cuando sintió que la envoltura del suave pétalo activaba en él una urgencia explosiva. Sostuvo a Trilby debajo de él y empujó rítmicamente hasta que consiguió saciar su agonizante necesidad de clímax

Cuando lo alcanzó, su mente quedó en blanco, mientras un placer ofuscador lo elevaba y arqueaba su cuerpo en la cuna de la morbidez de Trilby.

—¡Oh... Dios mío! —La voz del hombre se quebró, reverente.

Se contuvo, solo por un segundo, y luego se derrumbó encima de ella, devastado.

Trilby sollozaba apasionadamente, porque intuyó que él había alcanzado el paraíso. En cambio para ella la ascensión había sido dolorosa e insatisfactoria. Notaba el sudor del pecho del hombre contra sus senos mientras él seguía estremeciéndose y resollaba en busca de aire. A Trilby le dolían los lugares más íntimos, y se sentía como si la hubiesen desgarrado. De pronto Thorn resultaba pesado encima de ella, y Trilby advertía una molesta humedad... allí.

El reparó en las lagrimas de su amante al volver la cabeza y comenzó a besarle el rostro con gran ternura. —Por favor—susurró ella, sintiéndose despreciable. Déjeme ir.

—No, pequeña—murmuró él con dulzura—; todavía no.

La delgada mano del hombre se deslizó por los muslos desnudos, entre los cuerpos de ambos.

Unió lentamente su boca a la de la muchacha, separándole los labios con delicadeza mientras sus dedos se movían y comenzaban a acariciar zonas sensibles.

Jadeando, Trilby trató de apartarlo, protestando ardientemente ante la absoluta intimidad. Sin embargo, el tocó su cuerpo de un modo tal que logró que ella se abandonase a sus caricias.

Los dedos de Trilby se aferraron a los duros brazos del hombre mientras un goce dulce y oscuro invadía su cuerpo.

—Lo sé —susurró el—. Duele y estas decepcionada; te prometo que esta vez no dolerá.

¿Lo sientes, cariño? —preguntó el, con voz ronca, mientras su mano recorría el cuerpo de la mujer, que gemía, trémula—. ¿No es agradable, Trilby? ¿No te hace desear más? Y yo puedo dártelo...

Los segundos se dilataron; ella comenzó a morder los labios del hombre, palpitando con el ritmo, con el placer intenso y la tensión creciente, mágica y diabólica, indecorosa y satisfactoria.

Las uñas de la muchacha se clavaron en los brazos del hombre. No veía su rostro, pero si oía su respiración, irregular y rápida como la de ella. Sabía que mientras viviese recordaría la respiración del hombre mezclada con la suya y el tamborileo de la lluvia sobre la gruesa lona de la tienda, no más suave que sus gritos apenas contenidos de placer.

—Oh... por favor, Thorn —dijo ella, con un débil gimoteo, mientras se retorcía sobre la manta que cubría el suelo debajo de ellos. Estaba dominada por unas sensaciones desenfrenadas que la mantenían en una cima de placer que resultaba arrasadora—. Por favor... por favor... hazme...

todo...

—Pronto. —El pronunció la palabra en la boca de la muchacha—. No debemos apresurarnos.

Ha de ser lento a fin de que tu cuerpo este preparado para aceptar el mío cuando vuelva a poseerte.

Trilby hincó los dedos en la espalda del hombre, deseándolo, y se lo susurró al oído, apenas capaz de pronunciar las palabras.

La boca del hombre descendió hasta los pechos de la muchacha para mordisquearlos, succionarlos y acariciarlos con la lengua. Con súbita urgencia, Trilby guió la mano del hombre en una demanda licenciosa que después la avergonzaría. Sin embargo en ese momento solo importaba acabar con el tormento y la tensión, traspasar la barrera que bloqueaba su entrega al placer. Solo un poco... más... un poco... más... Ella se convulsionó de repente, y broncos gritos brotaron de su garganta cuando alcanzó el éxtasis.

En ese instante, Thorn entró en ella, que vio constelaciones bajo los párpados cerrados. No había dolor, ni futuro, ni pasado; solo la invasión del cuerpo de aquel hombre dentro del suyo y la pasión que la dejaba totalmente a merced de Thorn, quien arremetía contra sus caderas acogedoras hasta que ella, estremecida, perdió la conciencia.

El la sostuvo durante un largo rato después, atusándole dulcemente el cabello, meciendo en sus brazos el cuerpo anhelante y suave de la muchacha mientras oían caer la lluvia. Vance no hizo ademán de vestirse, y tampoco ella. La realidad de su deseo era demasiado asombrosa.

—Debo regresar... a mi tienda, Thorn —dijo Trilby sollozando, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

El sorbió las lágrimas con sus besos.

—No debes llorar, cariño —susurró—. Me has entregado tu virginidad. —Su voz sonó profunda contra el oído de la muchacha—. Sentí cuando me la diste, Trilby —gimió él—. Lo sentí.

Ella jadeaba. La boca del hombre cubrió la de ella y la mujer volvió a desearlo. Era increíble; su cuerpo, dolorido, seguía anhelante. Trilby atrajo hacia si a Thorn, mientras sus manos apremiantes le acariciaban con ansia incontenible.

—No —murmuró él—. No, Trilby, otra vez no. Es mejor que no lo hagamos. Ahora te dolería.

Ella lloró, y el vaquero la abrazó, acunándola hasta que se tranquilizó.

—Debes casarte conmigo —dijo al fin Vance—. Lo comprendes, ¿verdad?

—Thorn...

—Tal vez haya engendrado un niño, Trilby —susurró el en su oído.

Ella contuvo el aliento. Tendida en la oscuridad, entre los brazos de Thorn, trató de imaginar como sería llevar en su vientre un hijo de él.

Trilby apoyó la mejilla contra el pecho velludo del hombre y sólo entonces comprendió. Si, podía haber un hijo. Y no estaban casados.

—Oh... oh, querido... —comenzó a decir.

—Confía en mí—susurró él—. Deja de pelear conmigo. Te quiero más que a mi vida. Puedo proporcionarte cuanto desees, cuanto necesites. Después de todo, el matrimonio no es el fin del mundo. Y ahora no tenemos opción —dijo, solemne.

—Ninguna opción —repitió ella, angustiada.

Se habían desvanecido definitivamente las esperanzas de encontrar la felicidad junto a Richard, pues hasta entonces ella se había engañado convenciéndose de que el podría fijarse en ella aunque Julie se hallara cerca. Ahora nunca podría conquistar a Richard porque Thorn la había incitado a comportarse de un modo impropio de una dama. Le había mostrado el lado oscuro de si misma, aquel que le producía más vergüenza.

Thorn, por su parte, estaba enfrascado en sus propios pensamientos. Por fin había conseguido a Trilby, de paso, el acceso al agua de la tierra de su padre. Además, había vivido la experiencia más sensual de su vida. ¡Sentir de ese modo con una virgen! Todos sus planes se habían realizado al margen de su voluntad, sin que el se hubiese esforzado por llevarlos a cabo. Sin embargo, el había eliminado las opciones de Trilby, y ella estaba llorando por ello; no se sentía muy orgulloso de si mismo.

—Samantha puede ser la encargada de llevar el ramillete de flores en nuestra boda. Y si Sissy quiere quedarse para la ceremonia, podría ser dama de honor. ¿Te gustaría? —preguntó Thorn.

Trilby se mordió el labio, nerviosa. Samantha, matrimonio, hijos... Thorn en ningún momento había hablado de amor. Sólo había dicho que la quería. Y ella, como una idiota, se dejó arrastrar por sus emociones. ¡Y había... yacido con él!

—Deberá ser pronto —añadió él con calma—. Muy pronto.

Ella se ruborizó.

—Oh... Dios mío —susurró, agitada.

El le besó la frente con gran ternura.

—Deja de lamentarte como si fueses una perdida. Hemos hecho el amor, pero el mundo no se acaba por eso. Vamos a casarnos, Trilby.

—Esta bien —replicó ella.

Vance pretendía consolarla, pero no lo conseguía. Ella se sentía como una cualquiera. Recordó las palabras que él le había dicho... ¡y las que ella le había dicho a él! Ruborizada, se separó de su amante para vestirse. Al cabo de un minuto, él hizo lo mismo. Una vez vestidos los dos, Trilby se sintió Aún mas avergonzada de su falta de principios. Thorn encendió una lámpara y, cogiéndola del brazo, la acompañó a la tienda de repuesto que se había montado para el equipo.

—Al menos estará seca —dijo el vaquero.

Ella alzó la mirada hacia el hombre por primera vez desde que yacieran juntos. Parecía distinto; más joven y vital, sin la expresión adusta que solía mostrar. Sin embargo, se le notaba molesto. Trilby hizo una mueca al preguntarse si tal vez el se arrepentía del irracional arrebato de ambos tanto como ella. De hecho no parecía feliz. Tal vez, pensó la muchacha, en realidad no quería casarse con ella, pero era un hombre honrado, y ambos habían permitido que sus emociones los arrastrasen y no podían retroceder.

Vance le había hecho prometer que se casaría con él, a pesar de que sabía lo que ella creía sentir por Richard. Ahora lamentaba no haberle pedido la mano de una manera honorable. Tal como se habían desarrollado los acontecimientos, ella se sentiría atrapada. ¿Qué ocurriría si de verdad amaba a Richard? El vaquero le habría privado de toda posibilidad de felicidad. Lo que antes había dado la impresión de ser tan sincero, de pronto le parecía cualquier cosa menos verdadero, y maldecía su impetuosidad tanto como su egoísmo.

—Procura no preocuparte —dijo él con calma—. Seremos felices juntos, Trilby. Cuidare de ti y tu familia. Juro que no tendrás de que arrepentirte.

Ella ya se arrepentía, pensó desdichada, porque entre ellos no existía más que deseo. Él no la amaba. Además estaba Richard, quien, aunque la hubiese traicionado con Julie, había sido su mundo durante demasiado tiempo. Embargada por emociones confusas, se sentía culpable y avergonzada.

Thorn advirtió la inquietud en su rostro.

—Trata de no odiarme —dijo con serenidad.

—También fue culpa mía, Thorn —dijo ella, vacilante.

No sabía que sentía. Había sido educada en la creencia de que las mujeres soportaba la sucia lujuria de los hombres sólo para tener hijos y acababa de descubrir que eso no era más que una falacia, que las mujeres también podían obtener placer. Eso la atormentaba.

Thorn cogió las manos de la muchacha entre las suyas, mirándola a los ojos.

—No puedes echarte atrás. Debemos impedir que nuestras familias sufran a causa de nuestro error, en caso de que haya consecuencias.

—Tu ya tienes a Samantha... —empezó a decir ella.

—No me importaría tener otro hijo —interrumpió el—. En cuanto haya finalizado esta acampada, solicitaremos una licencia de matrimonio y buscaremos un pastor.

—Tal vez yo no le guste a Samantha —conjeturó ella.

—Samantha te adora. No imagines complicaciones —atajó el, severo.

Thorn apartó la vista. Resultaba difícil mirarla a la cara después de que se hubiera enfriado la pasión que había explotado entre ellos abruptamente. Nunca había acariciado a Sally de ese modo ni la había deseado tanto como para no poder contenerse. De todas formas, Trilby casi se lo había pedido. Todavía temblaba como consecuencia del éxtasis que había experimentado con ella.

—Debo entrar —dijo ella, con timidez.

Buscó el rostro del hombre y dejó que su mirada se posase en su pecho. Thorn sólo se había prendido algunos botones de la camisa, dejando visible una buena parte de su pecho, ancho y velludo. Trilby desvió la vista enseguida al darse cuenta de como reaccionaba su cuerpo. Le molestaba ser tan receptiva a él físicamente. Siempre se había considerado más bien fría y de pronto, tras haber descubierto la sexualidad, su propio deseo le produjo temor y rechazo.

—Debo entrar —repitió, nerviosa.

—Aquí estarás cómoda y seca —aseguró él—. Que duermas bien, Trilby. Si te sirve de ayuda, te diré que lamento haber dejado que las cosas llegaran tan lejos.

Thorn parecía tan preocupado como ella y se mostraba esquivo.

—También yo —afirmó ella, rígida—. Buenas noches.

El se limitó a hacer un gesto de asentimiento y se marchó. Trilby entró en la tienda, agotada de placer triste, y cerró la abertura de la puerta.

Thorn permaneció a la intemperie durante un largo rato, paseando. Nunca debió haber permitido que sucediese. La mirada que había visto en el rostro de la muchacha le perseguiría de por vida. No había dejado de herirla desde el día en que se conocieron. Deseaba saber por qué reaccionaba de aquel modo ante ella. Su comportamiento con Trilby era inexplicable, casi como de enamorado. Se burló de eso. Estaba volviéndose insensato al llegar a la madurez, pensó mientras regresaba a su tienda.

Trilby apenas pudo dormir, y a la mañana siguiente se sentía apenada y agobiada por la culpa. Julie parecía ofendida, y Richard se mostraba malhumorado esquivo. Cuando Julie se acercó a él, este se apartó, dejando a su hermosa prima deshecha en lágrimas.

Julie ignoraba que él había perdido el respeto y el afecto que le había profesado en una noche. Al entregarse a él, había dado la impresión de que estaba deseando cazar a cualquier tipo.

Y un hombre de mundo, de su clase social, no se casaba con una mujer experimentada y fácil.

Richard lanzó una mirada a Trilby y lamentó haberla ignorado durante su estancia en el rancho. Trilby era la clase de chica adecuada para el matrimonio y a la que un hombre estimaría.

A ella nunca se la sorprendería rondando la tienda de un varón en medio de la noche para pedir que la poseyeran. Si, Trilby le convenía, y aún no era demasiado tarde para reconducir las cosas. Julie sin duda se enfurecería y armaría alboroto, pero nadie le haría caso. El ya no la amaba, y no le importaba que ella se enterase.

Cuando se reunieron en torno al fuego para desayunar, Richard se sentó junto a Trilby y la colmó de atenciones.

—Me he portado mal contigo, ¿verdad? —dijo con serenidad—. Lo siento, Trilby. Estaba embobado con Julie, pero he abierto los ojos —añadió, dirigiendo una mirada maliciosa a su prima.

Julie enrojeció y apartó la vista. Nunca hubiese supuesto que Richard reaccionara de ese modo ante su actitud. La había impulsado tan solo el deseo de que Trilby los oyese juntos.

Además, había sido muy dulce besarlo. Sin embargo, el la había rechazado en cuanto Trilby se alejó y le había ordenado que saliese de su tienda. Le había recriminado su comportamiento, que, según él, demostraba quien era ella en realidad y le había dicho que no quería relacionarse con una descarada.

Julie había regresado a la tienda que compartía con Sissy y había llorado hasta que concilió el sueño. Por fortuna su compañera ignoraba que había sucedido, pues estaba profundamente dormida. Pero Trilby si lo sabía; tenía que saberlo, y por ello Julie odió la piedad que percibió en sus ojos tanto como detestaba las repentinas atenciones que Richard le prodigaba.

Trilby intuía qué había hecho abrir los ojos a Richard, pero no podía abordar ese tema. Se llevó a la boca una cucharada de huevos revueltos. Lo que creía haber sentido por Richard había muerto de forma repentina.

Cuando Thorn, que había estado atendiendo a los caballos, regresó, encontró a Richard sentado junto a Trilby en una actitud aparentemente muy amistosa. Tuvo que contenerse para no prorrumpir en maldiciones. Con una rabia salvaje, limpió y cargó su rifle, manteniéndose bien apartado del resto del grupo.

Trilby, que advirtió su ausencia, comenzó a temer que la intimidad que habían compartido hubiera extinguido lo que Thorn había sentido por ella. Tal vez había decidido que ni siquiera se desposaría con ella, y le resultaba aterrador. ¿Qué haría si estaba embarazada? Sería su perdición.

A medida que avanzaba el día, Thorn continuó ignorándola, aunque en ocasiones le lanzaba alguna que otra mirada. Trilby no sospechaba que Vance estaba celoso del repentino interés que Richard mostraba por ella. Por el contrario, suponía que la miraba con desdén debido a su comportamiento de la noche anterior. Para colmo, asediada por su propio sentimiento de culpa también ella comenzó a evitar al ranchero, lo cual, evidentemente, complicó aún más la situación.

Por la tarde los hombres fueron de caza. Julie, alicaída y ofendida, se encerró en su tienda, de modo que la dos amigas se quedaron solas. Con cierta renuencia Trilby contó a Sissy lo que había visto en la tienda de Richard.

—¿Mi hermano y Julie pasaron juntos la noche? —preguntó Sissy.

—Francamente, no lo sé. Estoy casi convencida de que Julie hizo algo en mi tienda para que el agua se filtrase. Thorn acudió en mi ayuda, y ambos oímos a tu prima y Richard. Ignoro si sucedió algo, pero él parece hoy muy enojado con Julie.

—Ahora te das cuenta de cómo es realmente mi querido hermano, ¿verdad?

Trilby asintió. —Me temo que sí. —Por fin —dijo Sissy.

—Voy a casarme con Thorn. Al menos, creo que lo haré. El me lo pidió.

—¡Felicitaciones! Thorn cuidará de ti. Trilby se encogió de hombros.

—Thorn no me ama. Creo que ningún hombre de los que he conocido me ha amado. En cualquier caso, Thorn es una persona acomodada y viviremos bien.

Espero que nos entendamos.

—¿Le amas? —inquirió Sissy, dulcemente.

Trilby la miró con semblante sombrío.

—Eso carece de importancia.

—Claro que importa.

Trilby miró de hito en hito a su amiga.

—¿Adónde fuiste anoche cuando desapareciste después de la cena?

—Me ofrecieron una serenata. ¿No oíste la flauta? —preguntó Sissy, con alegría forzada.

—¿La flauta?

Sissy asintió.

—Es una costumbre apache. —Su rostro adoptó una expresión abatida, y todo su fingido entusiasmo se desvaneció—. No sé qué vamos a hacer. Naki siente lo mismo que yo, pero vivimos en un mundo que no aprueba el amor entre personas de razas diferentes.

—Pobrecita.

Sissy suspiro con tristeza.

—He tenido mala suerte, ¿o no es así?

—Sin embargo, ayer no te prestó la mas mínima atención durante todo el día.

Sissy sonrió.

—Otra costumbre. El pueblo apache es fascinante. Cuando le comenté que el doctor McCollum era uno de mis profesores, quedó impresionado. Me matricularé en otro curso de arqueología en primavera. Eso me brindará la oportunidad de regresar aquí con mi clase.

Nuestras familias contribuyen a pagar el viaje. Nos quedaremos dos semanas. Así volveré a verlo —dijo con voz apagada, sintiendo ya el dolor de la partida.

—¿Ves? Tu tienes ilusiones.

—Oh, si. Lo malo es que primero tendré que despedirme —replicó Sissy, apesadumbrada—. No sé como podré soportarlo. Le amo —murmuró con vehemencia—. Trilby, ¡le amo tanto!

Sin saber que decir, Trilby acogió a su amiga en un abrazo cálido, consolador, y en sus ojos se percibía cuánto le inquietaba la situación de Sissy.

—Ven —dijo Trilby al cabo de un minuto, más preocupada por el dolor de su amiga que por el suyo—. Vamos a lavar los platos. Traeré algo de agua del arroyo.

Sissy se enjugó las lágrimas y se obligó a sonreír.

—De acuerdo.

Empuñando un rifle, Richard se convertía en el hombre más violento que Thorn había visto en su vida. Su comportamiento asustaba a Ben, quien se apartaba cada vez que su hermano disparaba al azar hacia los matorrales.

En una ocasión Thorn le cogió el cañón del rifle y lo desvió justo a tiempo de impedir que hiriese a uno de sus hombres, a quién Richard había apuntado imprudentemente con el arma.

—Vigile lo que hace —le advirtió Thorn, tajante—. Si continúa actuando de manera tan insensata, le quitaré el rifle.

—¡De ninguna manera, señor! —replicó Richard, indignado.

Thorn no se inmutó.

—No quiero que ninguno de mis hombres resulte herido. Si no guarda usted ese rifle, lo haré yo. —Su mano se posó, amenazadora, sobre la culata de su revólver. No añadió una palabra más. No era necesario tras un gesto tan elocuente.

Richard rió con nerviosismo. —Está bromeando, por supuesto.

— N o .

—¡Por amor de Dios! Yo no habría disparado a nadie.

—Me alegra oírlo. ¿Seguimos?

El hombre del Oeste se alejó con ágiles zancadas sosteniendo su propio rifle con la mano libre. Naki, que se hallaba cerca, dirigió al joven una mirada fría antes de volverse y alcanzar a Thorn para continuar rastreando la presa.

—¡Como hay Dios que no sería capaz de dispararme! —susurró Richard a Ben, quien no estaba seguro de ello.

—Será mejor que vigiles adónde apuntas la próxima vez —previno—. El señor Torrance me habló de Thorn Vance, y te advierto que utiliza el revólver si lo juzga oportuno. Ha matado a algunos hombres, ¿sabes?

El rostro de Richard palideció aun más.

—¡A un salvaje como ese no debería permitírsele andar suelto!

—Es un salvaje rico —replicó Ben—. Y un mal enemigo. No es necesario que te diga lo que podría hacerte si accidentalmente hieres a alguien.

Richard lo entendió. Le intimidaba Thorn Vance, cuyo carácter irritable prefería no poner a prueba. Durante el resto del día, se comportó como un invitado modelo e incluso disimuló su desdén por el indio. Tampoco daría la espalda a ese apache, pensó con furia, pues la mirada que brillaba en sus ojos era tan salvaje como el desierto.

Ese día, solo Ben consiguió cazar un ciervo de rabo blanco. Lo colocó sobre su montura y lo llevó con orgullo al campamento. Los demás prorrumpieron en exclamaciones ante la belleza del animal y luego hicieron comentarios acerca de la deliciosa carne que les suministraría. Arrastrando las palabras, Richard manifestó que la cabeza, debidamente engastada, quedaría muy bien encima de la repisa de la chimenea de su casa de Luisiana. Trilby no miró al ciervo; era demasiado melindrosa, y le encantaban los animales. Sissy abrazó a su hermano menor y alabó su destreza. Julie continuaba dentro de la tienda, y a la hora de la cena Sissy le llevó un plato de comida que la muchacha no probó.

Richard sabía que le sucedía a su prima y no le preocupaba su tristeza. Era una mujer adulta que había acudido a él la noche anterior. Si quería representar el papel de mujer licenciosa, debía saber afrontar las consecuencias. El no se sentía culpable.

Se sentó junto a Trilby y comenzó a hablar, animado, sin mostrarse dolido por el tratamiento que Thorn le había dispensado anteriormente. Alardeaba de las expediciones de caza en que había participado y de las grandes piezas que había conseguido, esperando impresionar a los hombres.

Desde luego, no impresionó a Thorn, que se hallaba un poco apartado, con una taza de café negro entre las manos. El ranchero estaba tan serio como Trilby, a quien no miraba ni hablaba. Finalmente se dirigió a su tienda después de dar una vuelta por los alrededores del campamento. No dio las buenas noches a Trilby, una omisión imperdonable.

Trilby permaneció junto a Richard, y las amables atenciones que este le dedicaba aliviaron el dolor de su corazón. Le resultó extraño que Richard, que había sido todo su mundo meses atrás, se hubiese convertido de pronto en una especie de camuflaje para impedir que Thorn advirtiese cuanto sufría por su rechazo.

Cuando todos se acostaron y el campamento se hallaba en calma, algo quebró la paz. Hacía tiempo que la lluvia había cesado. Trilby estaba casi dormida cuando unos pasos la sobresaltaron. Una figura alta irrumpió en la tienda y se arrodilló junto a ella. La muchacha se incorporó, y una mano le tapó suavemente la boca.

—Tranquila —dijo Thorn, secamente, con voz grave y apremiante—. Vístete enseguida. ¿Sabes disparar un revólver?

Ella se estremeció.

—No —respondió, asustada por la urgencia del tono de voz del hombre.

La luz de una lámpara penetró por la abertura de la entrada de la tienda, y ella distinguió a Mosby Torrance.

—Torrance, avisa a los demás —dijo Thorn, volviendo la cabeza.

—Si, señor.

Antes de que el viejo se alejara, Trilby apreció el brillo del cañón de acero de un Colt 45

en la mano de Thorn.

—¿Qué ocurre? —preguntó al instante.

—Mejicanos —contestó, escueto—. Naki estaba efectuando un reconocimiento por la montaña y se topó con una partida de mejicanos. Es probable que tengamos que huir. Espero que tus amigos tengan temple. Trilby, todo dependerá de ello.

—Sissy y Ben aguantarán —dijo ella—. El resto..., no lo sé.

—¿No sabes si tu amado tiene temple? —preguntó el fríamente—. Creo que si se encuentra en un aprieto, se pondrá de rodillas y suplicará. En cualquier caso no dejaré que le suceda nada.

—¿Y que ocurrirá con Sissy?

—Naki la protegerá con su vida. Supongo que ya lo sabes.

—A Richard no le gustará eso.

—¡Al diablo con Richard! —dijo el, malhumorado—. Levántate.

Trilby se levantó y buscó a tientas los zapatos. Se calzó y, aunque se puso la chaqueta, casi temblaba cuando salió de la tienda. Thorn y ella se reunieron con Mosby Torrance, Naki y los demás bajo los árboles.

—De veras, esta es una maldita e inconveniente precaución —murmuraba Richard—. Yo no oigo nada.

—Y no oirá nada hasta que se acerquen para cortarle el cuello —aseguró Thorn—. Estos hombres son revolucionarios y están desesperados. No tienen nada. Créame, si pueden capturar a uno de ustedes y exigir un rescate por su liberación, lo harán.

—¿El ejército no interviene? —preguntó Ben.

—No disponen de efectivos —informó Thorn—. La frontera es extensa. Vamos, muévanse tan rápida y silenciosamente como puedan. Descenderemos por el lado opuesto de la montaña y tal vez así los evitemos. De lo contrario, me temo que se producirá un tiroteo.

—Yo cuidaré de las mujeres —se ofreció Mosby Torrance, reuniendo a Julie, Sissy y Trilby—. No se preocupe —tranquilizó Thorn, empuñando con mano firme su revolver de seis tiros—. Conmigo estarán a salvo.

—Sin duda, señor —dijo Ben, sonriendo.

—Gracias a Dios dejamos a Teddy en casa —señalo Trilby—. No me gustaría nada que estuviese aquí.

—Él maldecirá no haber estado. —Thorn rió entre dientes—. Vamos, señoritas.

Sissy dirigió una mirada inquieta a Naki, a sabiendas de que el no se la devolvería. La ancestral costumbre estaba profundamente arraigada en él. Tras una silenciosa plegaria por la seguridad del hombre, la muchacha siguió a los demás.

Naki llevaba un enorme cuchillo en el cinturón y un rifle en la mano. Observándolo, Thorn pensó que era fácil entender por qué los primeros colonos se ponían nerviosos ante la mención de la palabra —apache—. Con sus mocasines adornados con flecos, el taparrabos y la camisa, tenía una apariencia salvaje. Cuando Naki hundió un dedo en un bolsillo de su cinturón, lo sacó untado con un ungüento de color rojo y se lo pasó por la cara. De ese modo su rostro quedo pintado con un destello luminoso de rojo intenso, que hacia juego con el color de la cinta de tela que ceñía su frente. Su aspecto resultaba tan inquietante como la situación.

—¿Cuántos son? —preguntó Thorn al apache.

—Al menos diez —respondió Naki con calma—, todos a caballo.

—Usted regresó al campamento solo, ¿no es así? ¡Quizá usted mismo los ha conducido hasta aquí! —acusó Richard con vehemencia.

Naki se volvió hacia el hombre rubio con resignada irritación.

—Señor Bates, hasta un salvaje ignorante se sentiría obligado a ayudar al hombre para quien trabaja.

Richard se ruborizó. Resultaba desconcertante oír a un indio utilizar un inglés tan preciso. ¡Y

ni siquiera tenia acento!

—¿Podemos eludirlos? —pregunto Ben.

—Con esas enormes mulas de carga que ustedes cabalgan? —preguntó a su vez Naki, escéptico.

Thorn le dirigió una mirada centelleante.

—Adelante, ofende a mis caballos.

—Es mi opinión —replicó Naki—. A pesar de la... inexperiencia de tus invitados, habría sido más prudente que montasen caballos apropiados.

—¿Es culpa mía? Algunos de ellos se hubiesen caído de los «caballos apropiados» en menos de cinco minutos —gruñó el ranchero, enfundando su revólver—. Vamos. Ben, usted y Richard acompañen a Torrance, por favor, y cubran su retirada.

—¿Y dónde estará usted? —preguntó Richard, arrastrando sarcásticamente las palabras.

Thorn esbozó una sonrisa desdeñosa.

—Naki y yo daremos la bienvenida a nuestros visitantes en el campamento.

Cuando alcanzaron a Torrance, Richard se acercó a Trilby y la cogió de un brazo, como si el fuera su único protector. Thorn le lanzó una mirada colérica, pero no era momento para celos.

Hizo una señal a Naki y ambos desaparecieron entre los árboles.

—¿De verdad van a recibir a los mejicanos, señor Torrance? —preguntó Sissy mientras descendían veloces hacia el lugar donde los caballos se hallaban atados en un corral improvisado.

Torrance miró a la muchacha, que se encontraba a su lado. Pensó que esa chica no demostraba nada de miedo podía decirle la verdad, porque sería capaz de soportarla

—No, señorita, no lo harán —respondió—. Mataran tantos como puedan e inmovilizaran a los demás para darnos la oportunidad de escapar.

Sissy contuvo el aliento y volvió a mirar hacia la colina con un gesto de preocupación.

Sabia que Naki podía cuidar de si mismo, pero pensar que existía la posibilidad de que lo mataran le resultaba insufrible.

—El apache no es insensato, señorita Bates —dijo Torrance, advirtiendo la inquietud de la joven, quien lo miró, ruborizada.

—Estoy preocupada por los dos —alegó.

—Por supuesto, señorita. Es por aquí.

Ella lo siguió, sorprendida ante la agilidad del anciano. Algunos en el rancho consideraban que el señor Torrance era demasiado viejo para tenerlo en cuenta, pero ella nunca lo hubiese descartado en absoluto; era un hombre más capaz de lo que parecía.

Trilby no miró hacia atrás, pues temía que su rostro la delatase. Thorn se había encargado de avisarla antes que a nadie, lo que sin duda significaba algo. Pero de momento estaba demasiado preocupada por Vance como para reflexionar sobre esa cuestión.

—No te ocurrirá nada —dijo Richard, sonriendo—. Yo cuidaré de ti.

—Eres voluble, Richard —le reprochó su prima, con voz quebrada.

Julie estaba fatigada y enojada. Richard se volvió y clavó la mirada en el rostro encendido de la muchacha.

—La mayoría de los hombres apreciamos a las mujeres por el valor que ellas mismas se atribuyen —dijo, relajadamente—. Las mujeres que se comportan vilmente se dañan a sí mismas.

Julie contuvo el aliento, y sus mejillas enrojecieron.

—¿Cómo puedes decir algo semejante? Te amo. Solo quería que supieses que te amo. ¡No actúes ahora como si no hubiese sucedido nada!

—Tu comportamiento fue intolerable —dijo él, contundente—. Te rebajaste, fuera cual fuese el motivo.

Julie hundió el rostro en las manos y comenzó a sollozar.

—Esto es muy cruel por tu parte —reprendió Sissy a su hermano—. ¡No eres un caballero!

—¿Quién eres tu para hablar de normas morales conmigo, cuando has permitido que un indio piel roja pusiera sus sucias manos sobre ti? —acusó Richard.

Los ojos de Sissy relampaguearon de furia.

—¡Canalla asqueroso! —espetó Sissy, con rabia.

—Por favor —terció Trilby—. Nos encontramos en una situación muy peligrosa. Este no es momento para pelear.

—Trilby tiene razón —concedió Richard, sonriendo para disimular el enfado que le había provocado la inesperada reacción de su hermana—. Tenemos que conseguir regresar al rancho mientras podamos.

—Espero que a Thorn y Naki no les ocurra nada—dijo Sissy con voz apagada.

—Yo también —acordó Trilby.

Con una Julie abatida arrastrándose tras ellos, se dirigieron hasta los caballos. Trilby pasó un momento angustioso cuando su mansa montura estuvo a punto de tirarla al suelo. En pocos minutos se hallaban cabalgando por el polvoriento sendero que descendía por la montaña. En la distancia se oyó un estampido súbito y penetrante, seguido por muchos más. Había comenzado el tiroteo. Trilby comenzó a rezar al imaginar a Thorn herido y sufriendo, rodeado de enemigos, sin nadie que le atendiese.

“No debe sucederle nada —pensó, volviéndose para mirar con ojos angustiados el camino por el que habían descendido—.¡Por favor, Dios, que no le pase nada!”