7
Naki monto su caballo con suma destreza y cabalgo hasta el lugar en que todavía se hallaba Thorn.
—No es necesario que me mires así —dijo el indio imperturbable—. Nosotros, los apaches, escribimos el libro sobre las virtudes de la actitud taciturna. Regresare cuando haya encontrado agua. Si no, te enviare una nota antes de arrojarme a un precipicio.
—Los apaches no tenéis sentido del humor —le recordó Thorn—. Todos los libros que he leído lo mencionan.
—Esos libros están equivocados. Pregunta a tu amigo arqueólogo McCollum. Vivió un mes con nosotros, durante el cual le facilitamos informaciones muy interesantes sobre nuestra gente —replico Naki, con una sonrisa irónica.
—Craig McCollum no es arqueólogo, sino un antropólogo que también imparte clases de arqueología. Y los historiadores futuros te maldecirán si le proporcionas datos erróneos sobre tu cultura —observo Thorn.
—Al menos tuvo la consideración de aprender nuestra lengua, como tu. La mayoría de los vuestros es demasiado arrogante para tomarse esa molestia.
—Es una lengua condenadamente difícil de aprender.
—Eso mismo afirmo el antropólogo—dijo Naki, enfatizando la u1tima palabra—. Tomo notas en apache para trazar la historia de la vida de cada uno de los ancianos a quienes entrevisto en busca de información. Sin embargo, hombre blanco, nuestra lengua es mis sencilla que la vuestra
—repuso el indio—. Te veré dentro de unos días.
Hizo girar su jaca y se alejo al trote.
Tiza lo saludo con la mano. Naki se detuvo para decir al viejo adonde se dirigía, pero rechazo su compañía. En algunas ocasiones ansiaba fervientemente la soledad; ese era uno de ellos.
El sábado, la estación del ferrocarril de Douglas en Railroad Avenue se hallaba abarrotada de gente.
Trilby casi brincaba de alegría en el anden, y su vestido de algodón azul de cuadros se le enredaba en los tobillos al caminar. Se había recogido la rubia cabellera en lo alto de la cabeza, que cubría con un gracioso sombrero. Con el rostro radiante, ofrecía un aspecto joven y atractivo, y Mary Lang sonreía ante la impaciencia de su hija.
—Por Dios, Trilby, ¿no puedes quedarte sentada? —murmuro Teddy, con fastidio—. ¡Acabareis haciendo un agujero en la madera del suelo!
—¡No puedo esperar! Oh, ¿Y si no viene en el tren? —pregunto Trilby con tono lastimero—. ¡No podría soportarlo!
—Nos envió un telegrama para anunciarnos que vendría y le acompañarían Julie, Ben y Sissy.
Vamos a disfrutar, muchacha —la tranquilizó su padre, sonriendo—. Seria estupendo volver a ver caras conocidas.
—Para Trilby, especialmente un rostro —intervino Mary, con una sonrisa indulgente.
—¡Oh, Richard, llévame contigo! —exclamo Teddy con tono teatral, tapándose los ojos con el antebrazo.
Trilby le atizo con la sombrilla.
—¡Para ya!
Teddy le saco la lengua.
—Richard y Trilby, Richard y Trilby.
—Ya esta bien, muchacho —le amonesto Jack—. Por hoy ya te has portado bastante mal.
Teddy se froto la espalda dolorida y mire a su padre con enojo.
—Eres muy severo conmigo, padre.
—Recuérdamelo cuando compres una barra de menta en el colmado.
Los ojos de Teddy se iluminaron.
—¿Y que te parece un helado de crema?
—Hoy no. Nuestros invitados llegaran cansados y querrán ir directamente al rancho.
Prometo obsequiarte con un helado de crema la próxima vez que vengamos a la ciudad. ¿De acuerdo?
—Si.
Trilby apenas los oía. Tenia la vista clavada en el horizonte, por donde había aparecido el tren, que avanzaba furiosamente hacia la estación, dejando tras el una espesa nube de humo.
—El muy condenado deja una estela de humo a su paso —murmuraba junto a ellos un anciano—. Odio los trenes. Odio la civilización. Cuando llegue aquí a principio de los cincuenta, ni siquiera había una carretera, mucho menos una ciudad. Solo había apaches y unos cuantos mejicanos. Era un lugar mucho mejor sin todos esos salones de te y helados y las asociaciones en defensa de los derechos de la mujer.
—La ultima semana cerraron la única cantina que le fiaba—susurro Jack a Mary, sonriendo—. Desde entonces no ha bebido un solo trago.
Mary reprimió una carcajada. Se volvió para mirar el automóvil de la familia, en que solo cabían tres personas, siempre y cuando se apretujasen. A Richard le acompañaban Ben, Sissy y Julie; en total, cuatro. Trilby, su padre, su madre y Teddy sumaban otros cuatro. Por esa razón tuvieron que alquilar otro coche, con chófer incluido. La idea se le había ocurrido a Trilby, quien lo había pagado con el dinero que obtenía vendiendo huevos y mantequilla. Mary se sentía muy apenada debido a las dificultades económicas por las que atravesaban. Ella, al igual que Trilby y los demás, estaba acostumbrada a un nivel de vida mas elevado del que disfrutaban desde que se habían trasladado a Arizona.
La proximidad del tren distrajo a Mary de sus pensamientos. La gente se apiñaba mas en el anden, tratando de ver a través del humo, y varias personas tosieron cuando finalmente el ferrocarril se detuvo y los pasajeros comenzaron a bajar.
—¡Mirad! —exclamo Trilby al verlo descender del tren con una maleta en la mano—. ¡Es Richard!
Richard Bates la oyó y la busco con la vista. Era un hombre alto, de cabello muy rubio y tez pálida que lucia un bigote fino y vestía traje gris y sombrero de hongo a juego. Una sonrisa ilumino su bello rostro cuando diviso a la muchacha.
—¡Trilby!
Trilby deseo correr hacia sus brazos, pero la actitud del hombre no invitaba a hacerlo. Avanzo hasta ella con su habitual gracia indolente y le cogió la mano para besarla cálidamente, con gran amabilidad y cierto afecto. Su mirada se desvió hacia la familia de la joven antes de posarse de nuevo en ella.
—Es estupendo que nos hayas invitado —dijo—. Todos esperábamos este momento con gran interés. ¡Sissy, vamos! —llamo, irritado, volviendo la cabeza—. Es exasperante —se quejo—. Parece incapaz de dar dos pasos sin tropezar. ¡Eso le ocurre por pasarse la vida con la nariz metida en los libros!
Sissy era hermana de Richard y una vieja amiga de Trilby.
—No debes ser tan cruel, Richard —le reprendió Trilby—. Sissy es muy inteligente.
—Es un incordio. ¡Tu la conoces! —Se volvió para mirar hacia atrás y sonrió de un modo diferente a la llamativa rubia que había descendido del tren antes que Sissy—. Esta es mi novia. Acércate, prima Julie, para que te presente a los Lang. Esta es mi prima, Julie Moureaux, de Nueva Orleans. Por supuesto, recordaran a mi hermana Sissy y a mi hermano... Ben, ¿donde estas?
Un hombre joven, de pelo oscuro y algo enjuto, ayudaba a Sissy a apearse del tren. Ambos formaban una pareja curiosa; la muchacha delgada, de cabello castaño, con gafas, junto al joven larguirucho y desmañado. Se parecían mucho entre si, y no tanto a su hermano mayor.
—Se mostraban tan excitados por la posibilidad de ver indios salvajes que me avergonzaron durante todo el trayecto, pues no apartaban la vista de las ventanillas, buscándolos —dijo Richard, disgustado—. Estaban seguros de que les arrancarían la cabellera en cuanto cruzasen la frontera de Arizona. De haber sabido que se comportarían así, no los habría traído conmigo. —Se volvió hacia su prima mientras Sissy y Ben contemplaban cuanto les rodeaba con absorta fascinación—. Julie —prosiguió con una sonrisa, sosteniendo cálidamente la mano de su prima—, ate acuerdas de Trilby?
—Claro que la recuerdo, aunque hace muchos anos que no nos vemos —dijo Julie cortésmente, mirándola con sus bellos ojos azules al tiempo que le tendía la mano con una sonrisa amistosa. Es muy amable de tu parte invitarnos a todos. Espero que no seamos una molestia.
—¡Que tontería! ¡Claro que no! —replico Mary Lang, adelantándose para saludar a los recién llegados. Trilby se quedo muda y con el corazón encogido al ver el modo en que Richard y Julie se trataban—. Considerad el rancho vuestra casa durante todo el tiempo que deseéis.
Richard contemplo el desolado paisaje e hizo una mueca.
—Supongo que no por mucho tiempo, señora Lang. ¿Como se sobrevive en un lugar tan horrible como este?
—No resulta fácil, te lo aseguro —dijo Trilby, negándose a permitir que la importunase la reacción de Richard ante el desierto. Después de todo, era espantoso. ¿Acaso no lo decía ella continuamente?
—Vaya, no es horrible en absoluto, muchacho —repuso Jack Lang, indignado—. Ya veras; tiene mucho que ofrecer.
Richard se limito a encogerse de hombros y sonreír a Julie.
Sissy se unió a ellos junto con Ben, y Trilby la abrazo.
—;Oh, que alegría volver a verte! No tengo amigas aquí. Si no fuese por mama, no tendría a ninguna mujer con quien hablar.
—A duras penas llamaría a Sissy una mujer—dijo Richard, con franqueza—. Es derecha como un palo y estudia en la universidad —añadió, como si considerase una aberración el interés de su hermana por la educación superior—. Ha cumplido veintitrés años y nunca ha tenido un pretendiente...
—Calla, Richard —musito Sissy, empujando las gafas sobre la nariz con un golpecito arisco de su dedo. A través de las lentes, sus ojos verdes echaron chispas al mirar al hombre—. ¡Sabes mucho sobre mi!
—Eres cruel, Dick —intervino Ben, ruborizándose por su propia audacia—. Siempre estas fastidiando a Sissy.
—Dejad de reñir ahora mismo —les censuro la prima Julie—. Recordad que somos invitados y os comportáis como niños.
Sissy y Ben le dirigieron una mirada furiosa. Con diecinueve anos, su prima era mas joven que ellos, y no les gustaba. Julie pareció darse cuenta de que se había excedido porque les dedico una sonrisa lánguida y luego rió con cierto nerviosismo.
—Vamos. ¡Hace tanto calor aquí! —dijo, abanicándose.
—Estoy de acuerdo —suspiro Richard, cogiendo a Julie del brazo—. ¡Ya detesto este lugar!
—dijo con tono despectivo, mirando alrededor.
Trilby volvió a sentirse mal. Asió a su amiga Sissy del brazo y esta la miro con cierta compasión, pero ese no era momento para hablar.
Ben ayudo a Sissy y Julie a subir al coche alquilado, mientras Jack Lang se encargaba del equipaje, pues ninguno de los jóvenes visitantes se mostró dispuesto a ocuparse de las maletas.
Trilby observaba a su padre, imaginando a Thorn liberándolo de esa pesada carga. Le irrito no poder hacerlo ella.
La gota que colmo el vaso fue el hecho de que Richard decidiera viajar con su prima y sus hermanos, y no con Trilby, que tenia el corazón destrozado, aunque trataba de no demostrarlo.
Mary lo advirtió y sonrió a su hija con el propósito de tranquilizarla, pero Trilby solo tenia ganas de llorar. Había puesto todas sus esperanzas en esa visita, y su fantasía de que Richard le sonriera cortésmente y la mirara a los ojos no se había realizado.
El largo trayecto hasta el rancho resulto agotador. Trilby se sentó con rigidez entre sus padres, mientras Teddy se repantigaba en el asiento trasero. Richard había rodeado con un brazo los hombros de Julie cuando se acomodaron en el coche alquilado, y Trilby observo que así seguía cuando volvió a mirar hacia el otro coche a través de la espesa nube de polvo.
había esperado con ansiedad esa visita durante tanto tiempo... y de pronto se preguntaba si no acabaría por convertirse en una pesadilla. Richard se había limitado a mostrarse cortes.
Desde luego, no actuaba como si la hubiese añorado durante los meses de su separación.
Se detuvieron en un cruce, cerca del rancho, al encontrarse con una partida de hombres a caballo que flanquearon ambos automóviles. Trilby se estremeció ante la exhibición de habilidad en el manejo del caballo. Luego le irrito comprobar que eran los jinetes de Los Santos, encabezados por su burlón y guapo patrón.
—Thorn, que alegría verlo —saludo Jack Lang—. ¿Que le trae por aquí?
—Estamos escoltándolos —dijo Thorn. Poso la vista en Trilby para después dirigirla al joven alto y atractivo y los demás pasajeros instalados en el otro vehículo y entonces parpadeo. Lo que vio disipo sus temores, aun cuando Trilby diese la impresión de que había muerto su perro favorito—. Se ha difundido la noticia de que recibirían visitantes del Este
—añadió Thorn—. Y como se han producido incidentes en la frontera, creí que se sentiría mas seguro si los acompañábamos.
—Realmente nos tranquiliza y se lo agradecemos —intervino Mary—. Thorn, permítame que le presente a nuestros huéspedes.
Mary y Tribly se apearon del coche. Thorn desmonto, y todos juntos se encaminaron hacia el segundo automóvil para hacer las presentaciones.
Trilby se dedico a observar con atención las reacciones de los recién llegados. Sissy miraba con grandes ojos curiosos al grupo de hombres de aspecto peligroso. Al ver a los apaches que iban con Thorn, sus ojos se desorbitaron.
A Sissy la fascinaba la antropología. Se había matriculado en una universidad del Norte donde se impartía dicha especialidad. Vivía allí en casa de una tía abuela y asistía a clase. En ese momento disfrutaba de unas vacaciones antes de que se iniciara el siguiente trimestre, y la muchacha se sentía encantada de aprovechar la ocasión para reanudar la vieja relación con su amiga Trilby. Siempre le había fascinado la posibilidad de aprender cosas sobre otras culturas, y le interesaban especialmente los apaches. Su profesor, que sabia muchísimo sobre ellos, le había prestado libros y artículos sobre el tema. Además había leído toda la información que pudo encontrar en la biblioteca. Y de pronto aparecía ante ella un espécimen vivo y tan bello que al contemplarle le dio un vuelco el corazón.
El hombre era alto; te revelaba la longitud de sus estribos y el tamaño de su caballo.
Llevaba su espesa cabellera, negra y lacia, que le llegaba a los hombros, brillante como el plumaje de un mirlo, sujeta con una colorida cinta de tela que le ceñía la frente. Su cuerpo resultaba agradable y daba la impresión de ser muy fuerte, a juzgar por su ancho pecho, cubierto con una camisa azul de cuadros, y sus largas y poderosas piernas. Calzaba mocasines de cana larga y usaba polainas, dejando al descubierto unos muslos bronceados y musculosos. Sus bellas manos estaban cruzadas sobre la perilla de la montura. La vista de la muchacha se demoro en los largos y morenos dedos. Lo mas hermoso era su rostro, de pómulos prominentes y nariz recta como una flecha, en que destacaban los ojos, muy oscuros, grandes y hundidos. Su boca era curiosamente fina para tratarse de un indio, y tenía la mandíbula cuadrada y la frente amplia. Mientras le examinaba, pensó que podría pasarse el resto de su vida contemplándolo.
Naki era muy consciente de la mirada ardiente de Sissy, pero fingió no haber advertido ni la mirada ni a la chica. Los apaches consideraban de muy mala educación prestar demasiada atención a las mujeres en publico. El código moral por el que se regían era muy estricto al respecto. A pesar del tiempo que Llevaba en compañía de los blancos, Naki respetaba las normas apaches.
Sin embargo, si había reparado en la mujer blanca. Era alta y esbelta y nada desagradable.
Usaba gafas. Se pregunto si eso significaba que era inteligente. A veces anhelaba hablar con alguien instruido. Había amado a su difunta esposa mejicana, cuyos temas de conversación se reducían a su relación y el mundo que los rodeaba. Se pregunto como seria charlar con una mujer sobre las obras de Poe o Thoreau. Rió para sus adentros. Sin duda esa mujer estaba tan asustada como fascinada. Era probable que lo juzgase de acuerdo con el habitual estereotipo del hombre blanco: un pobre e ignorante salvaje digno de compasión. El disfrutaba representando ese papel solo para ver los rostros atónitos de sus victimas cuando comenzaba a citar a Tucidides o Herodoto, o a declamar poesía británica del siglo xix.
—Discúlpeme, señor Vance—dijo Sissy amablemente, mirándolo con sus enormes ojos verdes detrás de las pequeñas gafas de montura metálica—. ¿El es apache? —pregunto, señalando a Naki.
—Si, lo es. No se preocupe, los apaches no se muestran hostiles en la actualidad, a pesar de las historian de horror que hayan podido contarle en el tren —la tranquilizó Thorn. Hizo una indicación a Naki, quien se adelanto sin bajarse del caballo. El aspecto del apache era majestuoso, con su bello rostro bronceado como una mascara de la muerte. Sus ojos oscuros parpadearon con una tremenda perversidad—. Este es Naki. —Thorn presento el hombre a la esbelta muchacha vestida de azul procedente del Este—. Naki, te presento a la señorita Sissy Bates.
Viene de Luisiana.
A Naki no le gusto lo que sintió al contemplar esos ojos verdes. Estaba muerto por dentro desde el fallecimiento de Conchita y quería permanecer así. De modo que decidió realizar una representación exagerada. Se llevo una mano al pecho, y con una leve inclinación de la cabeza, dijo:
—¡Uf! ¡Mi mucho buen injun!
Thorn arqueo las cejas, asombrado, y uno de los vaqueros se cubrió la boca con la mano para disimular la
risa. El mismo Jack Lang tuvo que contenerse para no estropear el espectáculo, pues había oído a Naki hablar en perfecto ingles; si el indio quería mantenerlo en secreto, era cosa suya.
Sissy, que había creído a pies juntillas la magnifica actuación del apache, se sintió decepcionada. Había esperado algo mas de un hombre tan elegante. Ella también podría representar lo que probablemente era el papel habitual de una mujer blanca, lo que despertaría el interés del apache. Ella quería penetrar en su mente, deseaba que e1 la recordase, aunque ignoraba la razón. No había ningún futuro en enamorarse de un hombre como ese. Sin embargo, a Sissy le interesaba el apache.
—El, el señor Naki no arranca la cabellera a la gente, ¿verdad? —pregunto Sissy a Thorn en un susurro.
Curiosamente, los ojos del indio, que además de bellos eran perspicaces, se iluminaron con un destello divertido.
Thorn se esforzó por reprimir la risa y frunció el entrecejo, reflexivo.
—Bien, no creo que haya arrancado la cabellera a nadie este mes. —Se volvió y pregunto a Naki, en apache, si estaba disfrutando.
Naki asintió y replicó en su lengua nativa.
—¿Esta mujer es una enferma mental?
—Te sorprende, ¿verdad? Deben de haberle hablado de los apaches en el tren.
—Dile que llevo una cabellera en el bolsillo —murmuró Naki—. Te desafió a que lo hagas.
—Calla —musito Thorn.
—¿Que esta diciéndole? —pregunto Ben, curioso.
—Dice que la mujer blanca parece fuerte y tiene buenos dientes —respondió Thorn, disimulando una sonrisa irónica—. Quiere saber cuantos caballos piden por ella.
Sissy y Ben se quedaron boquiabiertos, Richard emitió una exclamación indignada, y los Lang vacilaron, intentando decidir como responder a la insolente afrenta que acababan de hacer a sus huéspedes.
—Mentiroso —acuso Naki a Thorn en apache, ofendido—. ¡No la aceptaría ni aunque me ofreciesen cien caballos por ella! No tiene nada de carne en los huesos. —Eso no era del todo cierto, pero Naki no quería admitir ante su patrón que la mujer le atraía.
—Estas despertando sus sospechas —dijo Thorn, hablando en apache. Sonrió—. ¿No puedes sonreír?
Naki separo los labios, mostrando los dientes a Sissy de modo amenazador. Ella alzo la cabeza y lo miro fijamente. Oh, bien, si el deseaba que ella fingiese, lo haría. Se llevo una mano al pecho y contuvo la respiración, sentándose casi en el regazo de Ben al retroceder.
—Vete —dijo Thorn a Naki en ingles, con frialdad.
—De acuerdo —replico Naki en apache antes de alejarse montado en su caballo.
—¿No es majestuoso? Julie se mostraba entusiasmada—. Oh, Sissy, no debes estar tan espantada. Parecía bastante amable.
—Salvajes —dijo Richard, incomodo—. ¿Como se atreven a vivir cerca de ellos?
Thorn le dirigió una mirada circunspecta.
—aquí logramos sobrevivir a toda clase de sabandijas —dijo a Richard, con autentica malicia—. Incluso a los recién llegados del Este.
Jack Lang lo interpreto como un chiste y rió, al igual que Richard, tan necio que no capto el insulto. En cambio Trilby silo hizo y lanzo a Thorn una mirada asesina. Vance se limito a sonreír.
—Tenemos que seguir—dijo a Jack, volviendo a subir a su montura con un gracioso balanceo—. Encantado de conocer a sus invitados. —Se toco el ala del sombrero.
—Le agradecemos que nos escolte, Thorn —dijo Jack Lang, calurosamente.
Richard se inclinó.
—¿Hay alguna posibilidad de organizar una partida de caza durante nuestra estancia?
—pregunto—. Me gusta el deporte. Hace poco estuve cazando jabalís en África.
—aquí abundan los cerdos salvajes —explico Jack Lang— y los ciervos de rabo blanco.
Espero que a Thorn no le importe acampar contigo una noche, si te apetece.
—¡Claro! —exclamo Richard, entusiasmado—. He traído mi tienda de campaña...
—Tenemos muchas tiendas —replico Thorn, arrastrando lentamente las palabras—. ¿Cuanto tiempo estará aquí?
—Bastante tiempo, supongo... —comenzó a decir Trilby.
—Solo una semana; tal vez algo mas, querida amiga. —Richard suspiro—. Lo siento, pero mi primo, el duque de Lancaster, me ha invitado a pasar una temporada en su finca de Escocia.
—¡Oh, Richard, que esnob pareces! —le regaño Julie—. No es en absoluto caballeroso mencionar algo así cuando acabas de bajar del tren.
—Lo lamento —dijo, dedicándole una tímida sonrisa.
Trilby reparo en el brillo de los ojos de Julie, y también Thorn, quien se enderezo en su montura, alto y elegante aunque vistiese ropas de trabajo. Los zahones de ala de murciélago que llevaba puestos no conseguían disimular los músculos, duros y poderosos, de sus piernas. Julie las miraba por debajo de sus pestañas. Al advertirlo, Trilby sintió una extraña punzada de irritación.
—Entonces, me mantendré en contacto. Siga por el camino principal, Jack —aconsejo Thorn a Lang—. Estaremos por aquí cerca hasta que lleguen a la casa. Avise si nos necesita.
—Tengo un rifle en el suelo del automóvil —dijo Jack.
Thorn asintió. Llevaba su propia arma, de forma bien visible en una vieja cartuchera negra a la altura de la cadera.
—¿Es realmente necesario llevar una pistola como esa, señor Vance? —pregunto Julie con curiosidad.
La delgada y bellamente masculina mano del hombre, de largos dedos y unas inmaculadas, toco la culata gastada del arma.
—Si, señorita, lo es —contesto—. Hemos tenido muchos problemas aquí desde que se inicio la Revolución Mexicana. Contamos con un puesto del ejercito en Dou glas, pero nos hallamos bastante lejos de la ciudad. A veces nos vemos obligados a depender de nuestros propios medios.
—¡No querrá decir que los mejicanos disparan contra ustedes! —Julie se había quedado boquiabierta.
Thorn alzo una ceja.
—Eso quiero decir. Jack le explicara que en este momento no es seguro cabalgar por los alrededores sin escolta o alejarse de la casa, a menos que uno de los hombres le acompañe. Siempre conviene tomar precauciones.
—Nos aseguraremos de que las chicas no se alejen. Gracias, Thorn —dijo Jack.
—No hay de que. —Rozo el ala ancha de su sombrero con la punta de los dedos. Sus ojos oscuros tenían un brillo tenebroso—. Buenos días. Ha sido un placer conocerlos.
Tras hacer una señal a sus hombres, espoleo su caballo y los precedió por el sendero que discurría paralelo al camino. Cabalgaba del mismo modo que hacia todo lo demás, con gracia y estilo. Trilby recorrió con la vista el cuerpo de Vance.
—¡Dios mío, como cabalga! —exclamo Julie, entusiasmada—. Vuestro vecino es muy guapo.
—Es viudo —dijo Jack.
—Si, esta enamorado de nuestra Trilby —intervino Teddy, sonriendo.
Trilby se ruborizo.
—¡Calla, Teddy! —ordeno.
—Parece bastante tosco —comento Richard, con frialdad—• Y esos hombres... algunos eran mejicanos, y me estremezco al pensar en esos apaches rondando por la zona de noche. Vive con salvajes, ¿verdad?
—Si, bueno... —dijo Jack, con cierta rigidez, sintiéndose impulsado a defender a Thorn—. Antes de llegar nosotros, este era su territorio.
—No hicieron casi nada en el —replico Richard con desdén—. ¡Que gente tan atrasada! ¿Como soportas vivir aquí, Trilby?
Era la primera pregunta que le dirigía directamente a ella, y el rostro de la muchacha se ilumino.
—Es muy diferente a la vida en Luisiana. La añoro terriblemente.
—No me extraña —repuso Richard.
Sissy y Ben permanecían un poco apartados mientras los demás hablaban.
—¿Por que empezaste a temblar? —pregunto Ben a Sissy en un susurro—. Tu y yo sabemos que te fascinaba el imponente piel roja.
—Ese apache es un enigma —replico ella con calma—. ¿Te diste cuenta del modo en que parpadeaba cuando el señor Vance le hablaba? Apuesto a que todo fue una comedia. No creo que sea estúpido. Sospecho que estaba actuando.
—Sissy, la mayoría de los indios no esta al nivel de los profesores universitarios —dijo su hermano.
—La mayoría no. Pero ese... —Se mordió el labio inferior—. Ben, ¿no era magnifico? Nunca había visto a nadie como el.
—Ten cuidado —advirtió el—. Existen barreras raciales; no comiences a transgredirlas. Ya sabes como es Richard.
—No me importa Richard —replico ella—. Quiero saber mas sobre el peón del señor Vance.
—Solo te aconsejo que actúes con cautela, ¿de acuerdo?
—¿Oíste lo que ese piel roja dijo sobre Sissy? —mascullo Richard, mirando a su hermana—. ¡Todas esas ofensas!
—Oh, si. —Sissy se calo el sombrero de paja y sonrió a su hermano—. Estoy segura de que estaba midiendo mi cuero cabelludo.
—Te pasas la mitad de la vida en museos contemplando viejas fotografías y retratos de indios
—prosiguió Richard—. Bien, me alegro de que finalmente hayas comprendido que los indios no son románticos, sino sucios, ignorantes e impertinentes.
—Y tu eres un esnob —dijo Sissy, con desdén—. Yo estudio antropología, y por tanto me interesan las demás culturas.
—¿De veras? Deberías hablar con Thorn —tercio Jack Lang—. Tiene un amigo antropólogo.
—¿Ah, si? —Sissy se mostró entusiasmada.
—Si. Se llama McCollum y viene todos los veranos para realizar excavaciones por los alrededores. Thorn conoce muy bien la zona.
—¡increíble! —Sissy no podía ocultar su asombro—. ¡El doctor McCollum es mi profesor de antropología!
Trilby rió.
—¡Nunca lo mencionaste en tus cartas!
—Me lo reservaba para contártelo cuando nos viésemos —dijo Sissy—. ¡Me encanta estar aquí!
—Me encanta tenerte aquí —agrego Trilby. Dirigió una mirada a Richard, quien en ese momento se hallaba ocupado mostrando algo a Julie.
—El señor Vance es bastante atractivo, ¿no te parece? —comento Sissy a Trilby.
—Es mejor que tengas cuidado, Trilby, o Sissy tratara de arrebatarte a tu pretendiente. —Julie rió complacida, mirando de soslayo a Richard, quien fruncía el entrecejo—. Es mas bien un salvaje,
¿verdad? Supongo que vivir con mejicanos e indios embrutece.
Trilby parecía —y se sentía— a punto de vomitar. Julie estaba cumpliendo muy bien su propósito; Richard le pertenecía y no permitiría que Trilby se acercase a el. Si Richard había advertido su actitud posesiva, no parecía importarle.
Trilby regreso al coche sin pronunciar una palabra mas. De todos modos, no sabia que decir. Richard observo su silencioso retiro con repentina consternación. Comenzó a decir algo, pero Jack Lang se lo impidió al empujar a Ted y Mary hacia el automóvil. Tras subir el, lo hizo arrancar, y el ruido del motor puso fin a la conversación.
A pocos kilómetros de Los Santos una familia de peones mejicanos daba de comer a uno de los oficiales de Madero. En la pequeña y mísera choza de adobe, donde unas cuantas gallinas picoteaban el suelo de tierra, la mujer cocinaba en un pequeño fuego tortitas con la magra cantidad de harina que les había entregado el maderista.
—Muchas gracias —murmuro el joven alto cuando la mujer le sirvió una cucharada de frijoles sobre la torta. Se cuidaba de no ofender a esa gente rechazando su hospitalidad y sus alimentos.
No poseían nada, pero eran orgullosos.
—Es un placer poder atenderle —dijo el peón, con gran seriedad—. Ustedes luchan contra los federales para defender a personas como nosotros.
—Un día ganaremos, amigo —afirmo el hombre de Madero con fervor—. Nuestra causa es justa. Recuperaremos la tierra que esos puercos españoles robaron a nuestro pueblo.
Conseguiremos que esos perros paguen por lo que han hecho a México.
—Si —replico el peón.
—Ahora, infórmeme de las novedades.
—Se rumorea que un grupo de gringos ha venido al rancho de Blackwater Springs; gente acomodada de las ciudades ricas del Este.
El oficial asintió y frunció el entrecejo, meditabundo.
—¿No son como el gringo que recientemente visito al patrón de Los Santos? ¿Un hombre instruido, pero sin dinero?
—No, señor —dijo el peón, con vehemencia—. Estos gringos poseen mucho dinero. Mi amigo Juan, que trabaja en Blackwater Springs, asegura que vio muchos billetes de banco y monedas de oro.—Interesante—dijo el hombre mas joven—. Comunicare las noticias en México. Y la próxima vez —añadió sonriente, mientras se ponía en pie— habrá mas harina. Tal vez hasta un poco de café.—Señor—dijo la mujer de la casa, arrodillándose para besarle la mano—, le damos las gracias en nombre de la Virgen Santa por su amabilidad. Cada noche rogare a la Virgen en mis plegarias que interceda por usted y lo mantenga a salvo.
—Y yo por toda nuestra gente —dijo el hombre con solemnidad—. No es justo que nosotros tengamos tan poco cuando los patrones disfrutan de tanto y aun ambicionan mas. Y a pesar de lo que los federales han hecho a los aldeanos, ¡ay de mi!, recuperaremos nuestra tierra.
Alimentaremos al hambriento y le devolveremos lo que los invasores le robaron. Les haremos pagar por los crímenes cometidos contra nosotros, ¡lo juro! —aseguro con voz ronca.
Recordaba escenas que le producían nauseas, atrocidades perpetradas por los federales que luchaban en favor de Díaz contra los revolucionarios. La fama de esos hombres aterrorizaba a los peones; torturaban a esos inocentes, asesinaban a las mujeres y los niños, y todo en nombre del gobierno de México. < El gobierno>>, pensó con rabia, mientras sus ojos compasivos recorrían el mísero interior de esa choza. No era el gobierno del pueblo el que permitía que los pobres muriesen de hambre y trataba de arrebatarles lo poco que poseían. Había que actuar, y Madero era el hombre indicado.
—Vayan con Dios, amigos míos —dijo, quitándose el sombrero—. Comunicare las noticias que me han proporcionado a nuestro amigo Francisco Madero. ¡Adiós!
Richard caminaba por la casa de los Lang intentando desentumecer sus doloridas piernas. Julie y Sissy se habían acostado, porque el calor les resultaba molesto. Ben se hallaba en el establo con un antiguo ranger de Texas llamado Torrance y el pequeño Ted, escuchando espeluznantes relatos del viejo Oeste. A Richard no le interesaban esos temas y no disponía de tiempo para los embustes de viejos inútiles.
Trilby se encontraba en la cocina con su madre, preparando bizcochos. Richard apoyo un hombro contra el marco de la puerta y las observo. Clavo la vista con curiosidad en Trilby. Había cambiado durante el tiempo que llevaba sin verla. Seguía siendo fea, por supuesto, pero había olvidado tu dulce que era. A veces Julie llegaba a mostrarse desagradable debido a su lengua afila—da y su franqueza. En cambio Trilby era distinta. De alguna manera, hacia que un hombre se sintiese mejor. Le gustaba como le halagaba la silenciosa adulación de la muchacha. Era eso lo que había añorado.
—Mucho trabajo, ¿no es así?
Trilby se ruborizo, y sus manos se volvieron torpes cuando Richard entro en la cocina. Rió con nerviosismo.
—Me has asustado. Creí que estabas descansando.
—El reposo es para las damas. Ya estoy bastante recuperado del viaje, aunque todavía tengo las piernas un poco entumecidas. Algunos de los pasajeros temían que los mejicanos asaltasen el tren, ¿te imaginas?
—No es tan descabellado como supones —interrumpió Mary.
A continuación procedió a contarle un reciente incidente acaecido en México, durante el cual se había disparado contra un tren del Ferrocarril Mejicano del Noroeste, y varios pasajeros murieron.
—¿Murieron varios pasajeros? —repitió Richard, estupefacto.
—Si —contesto Mary—. Se han producido disturbios y tiroteos en todo el territorio mejicano, en especial en Chihuahua. Tropas estadounidenses han sido enviadas a Texas para patrullar la frontera, y se rumorea que miles de insurgentes están agrupándose cerca de Chihuahua, dispuestos a atacar.
—Y el rancho de Madero, situado cerca de Laredo, fue saqueado —añadió Trilby—. Madero logro huir, y los asaltantes mataron a muchos de sus caballos.
—En todas partes se habla de la guerra —dijo Mary, con preocupación—. Espero que no entremos en guerra contra México. —Sacudió la cabeza mientras vaciaba en una olla el contenido de una lata de habas y luego vertía sobre estas el agua de la tetera. Después, con gran cuidado, coloco la olla sobre el hornillo de la cocina de leña y la tapo, enjugándose el rostro con el delantal cuando termino—. Francamente, el calor que hace en esta cocina resulta insoportable. Trilby, ¿por que no os sentáis en el porche? Debo advertirte, Richard, que el calor nunca disminuye, ni siquiera en otoño.
—Habrá polvo fuera —observo Richard—. Preferiría el salón. ¿Podría tomar un poco de te? Ha sido un día agotador.
—Claro —dijo Mary, sonriendo.
Trilby percibió un destello de desaprobación, rápidamente apagado, en los ojos de su madre.
Richard no disfrutaría de su estancia en el rancho; de momento, eso parecía.
Richard y Trilby se dirigieron al salón. El joven hizo una mueca de disgusto al comprobar que había polvo en el sofá
—Es imposible impedir que el polvo cubra todo —justifico Trilby—. Lo lamento...
—Este maldito desierto—dijo el, moviendo la cabeza—. ¿Como has venido a parar aquí, Trilby?
Envejecerás antes de tiempo. Y los habitantes de estos contornos... Ese Vance y los hombres incivilizados que le acompañaban. ¡Dios mío!
Trilby reprimió el impulso de defender a Thorn Vance.
Le sorprendía que le molestase que insultasen a aquel hombre, que había causado tanto daño a su propia reputación. No obstante, últimamente el se había mostrado casi tierno.
Observo como Richard se acomodaba en el sofá con una mueca de disgusto y apoyaba un pie calzado sobre e1 sin importarle su antigüedad o la calidad del tejido.
Trilby se manoseaba nerviosamente la falda del sencillo vestido de cuadros marrones y blancos que se había puesto al volver de la estación. La larga cabellera rubia le caía hasta los hombros, y se había pellizcado las mejillas y mordido los labios para darles color. Pero, lamentablemente, eso no la ayudaba a parecer mas guapa. Richard la comparaba con Julie y la encontraba carente de atractivo.
—Julie detesta este lugar —dijo e1, conteniendo un bostezo—. Y dudo de que Sissy aguante mucho tiempo aquí. < Viste la cara que puso cuando el indio le sonrió?
—Creo que subestimas a Sissy —replico ella, sintiendo un súbito arrebato de indignación—. No es cobarde y estudia la cultura india en las clases de antropología...
—Es una jovencita tonta y sin cerebro.
Los ojos de Trilby echaban chispas.
—Es muy instruida; y en su ambiente se muestra muy sosegada. El Oeste salvaje no es el lugar mas adecuado para todo el mundo.
—Desde luego, mi pobre querida, no lo es para ti. Te noto apagada, Trilby —dijo el, pensativo—. Estas pálida y delgada. Considero que deberías regresar al Este con nosotros.
El rostro de Trilby se ilumino.
—¿De verdad?
—¡Claro! Podrías encontrar a alguien que te hospedara, ¿no te parece?
Richard actuaba como si le resultase totalmente indiferente lo que ella hiciera. Trilby no pudo evitar que la decepción se trasluciese en su rostro. ¡había esperado tanto y recibía tan poco!
Sonrió, como si la actitud de su amigo no le importase, y volvió a la cocina para ayudar a Mary. La visita de sus sueños estaba convirtiéndose en una pesadilla y el solo llevaba un día allí.
Trilby había pensado que no podría ser peor, pero a partir de ese día la situación se agravo. A Richard le irritaba todo; desde su dormitorio hasta la falta de comodidades en la casa y el hecho de que el agua extraída del pozo debiera calentarse en la cocina para el baño. El acostumbraba a tomar un baño diario y, cuando Jack menciono que el agua era un bien costoso, se limito a reír.
Ben no se comportaba de una forma tan desagradable. Pasaba la mayor parte del tiempo con Teddy, Mosby Torrance y los vaqueros, interesándose por el trabajo de estos. Para asombro de todos, trataba a los caballos con toda familiaridad y al cabo de dos días cabalgaba como un nativo. Incluso se vestía con el atuendo propio de los vaqueros y lo lucia con tanta naturalidad que uno de los mejicanos comento que ya pertenecía al rancho. Cuando no cabalgaba, se sentaba en compañía de Ted a escuchar los relatos de Torrance sobre los viejos tiempos con interés halagador. El viejo y el simpatizaron de inmediato.
Sissy no se separaba de Trilby, lo que dificultaba que esta conversara con Richard. En realidad, eso no importaba mucho, porque Julie, cuando no estaba durmiendo, no se apartaba de el.
—Los indios no atacaran —aseguro Trilby a su amiga—. Debes relajarte y dejar de buscar grupos guerreros.
Sissy suspiro e hizo una mueca.
—¿Esa es la impresión que doy? No me asustan los grupos guerreros —dijo Sissy.
En realidad, solo buscaba a un apache en particular, a quien encontraba fascinante. Era una estupidez esperar que e1 tratase de encontrara a ella. Con el cabello oscuro recogido en un mono, vestida con una blusa marinera y una falda larga y calzada con zapatos acordonados de tacón alto, Sissy ofrecía un aspecto muy femenino. Ni siquiera ]as gafas restaban atractivo a su bello rostro y sus grandes ojos verdes. Y cuando sonreía, era encantadora.
Desde su llegada Sissy se había mostrado extrañamente silenciosa. No era la compañera entusiasta y vivaz que Trilby había conocido en la infancia. Parecía preocupada.
—Julie parece estar disfrutando —dijo Trilby, observando a través de la puerta del pasillo a Julie y Richard, que jugaban al ajedrez en el salón.
—Esta loca por Richard —dijo Sissy con tristeza—. Lo siento. Se que estabas enamorada de el.
Pero ellos son mucho mas afines, ¿no te parece?
—Supongo.
No quería hablar de ese tema; se sentía desdichada. Sissy la abrazo.
—No te preocupes, se te formaran arrugas en la cara. Todo se arreglara —la consoló con dulzura.
Trilby le devolvió el abrazo.
—Soy tan infeliz. ¿No se nota? Creía que el me había echado de menos, pero no fue así. Me temo que he fantaseado demasiado. Richard ama a Julie.
—Lo se. Quise escribirte para informarte, pero no pude. Quiero a mi hermano, pero no se merece a alguien tan dulce como tu —afirmo Sissy con solemnidad—. Ben es dos veces mas hombre que el.
Trilby rió.
—Mi cabeza lo sabe, pero mi corazón no escucha. Lo he amado siempre.
—Yo no se mucho sobre el amor —murmuro Sissy, con la mirada clavada en el horizonte—. Dudo de que algún hombre llegue a enamorarse de mi; es lógico —se apresuro a decir cuando Trilby comenzó a protestar—. Realmente, creo que no sirvo para ser una buena esposa y madre; soy demasiado rara. Trilby, ¿crees que podríamos explorar las montañas?
—pregunto Sissy de repente—. Me encantaría buscar ruinas antiguas. Los indios hohokam habitaban esta zona hace muchísimo tiempo, según dijo el doctor McCollum.
—Supongo que tu doctor McCollum es el amigo de Thorn Vance. Debe de conocer muchísimo sobre esta zona.
—En efecto, pero explico muy poco sobre los apaches —añadió Sissy, frunciendo el entrecejo—. Recuerdo que otros estudiantes hablaban de un apache en particular a quien McCollum menciono en una conferencia, a la que no asistí porque estaba enferma; los apuntes que me prestaron no incluían ninguna referencia al respecto. —Miro a Trilby—. Debe de haber muchos objetos interesantes en esta zona; es muy rica históricamente.
—Si, creo que podríamos emprender una exploración. Preguntare a papá.
—Gracias —dijo Sissy—. Seria estupendo. ¿Y vamos a ir de caza? Yo no quiero disparar contra nada...
—No tendremos que hacerlo. Eso es algo con que
disfrutan los hombres. En cambio acampar al aire libre resulta divertido, ¿no te parece?
—pregunto Trilby—. A menudo me he preguntado como seria. Nunca se me ha presentado la oportunidad de hacerlo.
—¡Que gran idea, Trilby! —exclamo Sissy, sonriendo—. Me alegro de haber venido.
—Y yo de que lo hayas hecho —dijo Trilby, sin apartar la vista de Julie y Richard.
—La universidad seguirá estando allí cuando comience el próximo trimestre.
Richard oyó la suave voz de Trilby y advirtió que lo observaba. Le complacía ser el centro de atención en la competencia que se había establecido entre la tímida Trilby y la sofisticada Julie. Alzo la vista y al captar la mirada de Trilby le sonrió lentamente. Ella se ruborizo y el rió.
—¿Te divierte algo? —le pregunto Julie con curiosidad.
—Por supuesto, el juego me resulta estimulante —replico el.
En realidad, no se refería al ajedrez.