6

Trilby contemplaba con una indiferencia complacida a los mejicanos que, llamativamente ataviados, bailaban al ritmo vibrante de la música. Desde que se había establecido en Arizona, era la primera vez que asistía a una celebración de esa clase. A pesar de su reticencia natural, el colorido y el ambiente festivo le resultaban atractivos.

Junto a ella, Thorn, recostado con indolencia contra una pared de adobe, retorcía entre sus largos dedos un trozo de cuero sin curtir. Ni el ni Jack se habían vestido para la ocasión. En medio de la muchedumbre, Trilby y su madre eran las únicas personas que parecían del Este. La mayoría de las mujeres mejicanas lucían blusas blancas con faldas de colores y los hombres llevaban pantalones blancos y ponchos de tonos vivos. Trilby dirigió una mirada de disgusto a su elegante vestido azul marino con adornos de encaje blanco y abotonado hasta el cuello. Con gesto nervioso, se llevo la mano al cuello del vestido.

—No se inquiete —la reprendió Thorn con suavidad—. Esta muy bonita.

—No me di cuenta de que venia demasiado arreglada—se quejo—. Esto es tan... tan informal.

—Esta gente no tiene dinero para comprar ropas elegantes —dijo el—. Pero son felices a pesar de todo.

—Al parecer lo son —acordó ella, envidiando en cierto modo su extraversion, ya que las personas con que se relacionaba se mostraban siempre muy contenidas ¿No es peligroso estar aquí? A causa de los disturbios que se producen en México, quiero decir.

—Aun cuando algunas de estas personas sean simpatizantes de la revuelta, no corremos ningún riesgo —la tranquilizó el—. Conozco a la mayoría de los aldeanos, pues algunos de sus parientes trabajan para mi.

—Oh —fue lo único que atino a decir ella.

La muchacha seguía tensa, con los dedos fuertemente entrelazados. Thorn lo advirtió con una débil sonrisa, se guardo el trozo de cuero en el bolsillo de la camisa blanca de mangas largas para tomar las suaves manos de Trilby entre las suyas.

—Relájese—dijo, mirándola con ojos serenos—. Siempre esta tan tensa, pequeña, tan recelosa.

—Me resulta... difícil —balbuceo ella, mientras la música, las risas y la algarabía de la gente los envolvía. La intensa mirada del hombre, tal vez demasiado prolongada según las normas de cortesía convencional, despertaba en su interior extrañas sensaciones. Tuvo la impresión de que el hombre la estaba escrutando.

—¿Que le resulta difícil? ¿Disfrutar?

—Supongo que si. En el Este nos mostramos mucho mas discretos.

Thorn arqueo las cejas.

—¿De verdad? Creía que al menos los Cajuns' Bran alocados.

—Yo no soy una Cajun —alego ella—. Mis antepasados eran originarios de Virginia y se establecieron en Baton Rouge después de la guerra civil. Desde entonces mi familia ha vivido allí.Las manos del hombre entre las suyas se volvieron mas suaves, acariciadoras.

— No lleva siempre el cabello suelto?

—Yo... bien, no, no siempre —murmuro ella—. Como usted me consideraba al principio una... una mujer fácil, me pareció que llevar el cabello suelto estaba mal...

él hizo una mueca.

—Ignoro por que Sally dijo esas cosas de usted —dijo el, y en sus ojos se leía el arrepentimiento—. Si yo la hubiese conocido un poco mejor a usted, nunca la habría creído.

—Su primo solo intentaba mostrarse simpático conmigo —manifestó ella, a la defensiva—. Se limito a tratarme con amabilidad; eso fue todo.

Thorn se llevo la palma de la mano de la muchacha a los labios y la beso lentamente, haciendo que un hormigueo recorriera el cuerpo de Trilby.

—Yo seré amable con usted, Trilby, si me lo permite —prometió el con voz grave, mirándola a los ojos—. Me arrepiento sinceramente de mi comportamiento con usted. Nada de lo que he hecho en mi vida me molesta mas que eso.

Trilby lucho contra el delicioso placer que despertaba en ella la serena mirada del hombre.

Se sentía atraída por el, y eso le disgustaba. Era un rufián, muy distinto a Richard.

—No le guardo rencor —dijo ella—. Usted no me conoce.

—Quiero conocerla —replico el, con voz ronca.

Los ojos de Thorn parecían haberse vuelto mas oscuros aun y traslucían una sabiduría y una seguridad que la turbaron.

En ese momento la banda interpretaba una balada lenta, sensual. él la condujo entre el gentío de bailarines y la rodeo con sus brazos con toda corrección.

—Baile conmigo, Trilby.

Thorn comenzó a moverse al ritmo de la música. No realizo ningún acto ofensivo, pero el contacto de su mano cálida y fuerte en su cintura y el apretón discretamente acariciador de sus dedos en torno a ella la hicieron sentir que le flaqueaban las piernas. Lo miro a los ojos y quedo cautiva en ellos.

—¿Empiezo a parecerle menos salvaje, Trilby? —pregunto el con calma—. ¿O no consigue olvidar lo que vio cuando lleve al cuatrero al rancho?

Ella se ruborizo ligeramente.

—Supongo que al final una se acostumbra a esas cosas.

—No hay mas remedio —dijo el con tono dulce y burlón—. Endurézcase, pequeña. Tiene temple; solo necesita desarrollarlo.

—Creo que debería volver a casa —dijo ella de repente.

La alta figura del hombre se puso rígida.

—¿Por que?

—Yo... echo de menos a Richard —dijo, en un vano intento por apaciguar los latidos de su corazón.

—Con el tiempo, le olvidara —repuso el, secamente.

Súbitamente, el hombre deslizo la mano alrededor de la cintura de la muchacha para atraerla mas hacia si y descanso su mejilla contra la de ella.

—¡No haga eso! —rogó ella, sin aliento. El robusto pecho de Vance se apretaba contra sus suaves senos, y en la intimidad del abrazo ella sintió que el corazón se le desbocaba—. ¡Thorn!

El sonido de su nombre en los labios de la muchacha excito mas al hombre, que comenzó a acariciarle la espalda.

—No la dejare marchar —dijo, conteniendo la respiración.

—Yo no sirvo para esta clase de vida —atino a decir ella. Cerro los ojos, indefensa, cuando el contacto y la fragancia del hombre vencieron sus defensas, volviéndola vulnerable—. Para este lugar. Soy una chica de cuidado.

—Puede aprender a ser una chica de campo.

—Esa decisión no le incumbe a usted.

—No este tan segura de eso —replico el con una sonrisa irónica.

En el momento en que ella se disponía a protestar, Samantha tiro de la manga de su padre y les hizo detenerse.

—Papa, ¿puedo comer una empanada frita? —pregunto la niña—. Se llaman tamales.

—Te quemara la lengua. —Thorn soltó una risa ahogada, apartándose de Trilby para arrodillarse ante su hija—. Esta es comida mejicana de verdad, nena, y no la versión suavizada que María nos prepara en casa.

Samantha se enterneció ante la desacostumbrada sonrisa afectuosa que le dedicaba su padre.

—¿Seguro? —pregunto, abriendo mucho los ojos.

Thorn asintió.

La niña hizo una mueca.

—Oh, muy bien. —Alzo la vista para observar con timidez a Trilby—. Esta usted muy guapa, señorita Lang —añadió.

—También lo esta usted, señorita Vance —replico Trilby, con una dulce sonrisa.

Samantha le devolvió la sonrisa y se encamino hacia donde se encontraban los vendedores de comida.

—No seguirá mi consejo y tendrá dolor de tripa toda la noche —gruño el.

—Se parece mucho a usted, ¿verdad? —comento Trilby.

—En algunos aspectos, si. —Le rozo la boca con la Punta de un dedo. Ella dio un respingo ante la sensación que le produjo el contacto y retrocedió. Thorn sonrió porque conocía el motivo—. Se ha ruborizado muchísimo. Cuando baila conmigo su corazón late como un tambor. Lo note mientras la sostenía entre mis brazos.

Ella enrojeció aun mas.

—Usted no habla como un caballero.

—No soy un caballero —le recordó el. Su mirada os_ cura, intensa, se poso sobre su boca—. Me gustaría llevarla detrás de un edificio y besarla hasta que no pudiese mantenerse en pie.

Me gustaría hacer que su boca se pusiese tan roja como el pañuelo que esos mejicanos se anudan al cuello.

—¡Señor Vance! —protesto ella.

Thorn miro alrededor en busca de la familia de la muchacha. Al comprobar que conversaban con otras personas, rió entre dientes y, cogiendo a Trilby de la mano la condujo hasta un callejón estrecho y oscuro.

—¿Que hace? —mascullo ella, furiosa—. ¿Que pensara la gente... ?

Thorn interrumpió la pregunta con su boca. Alzo a la muchacha y la estrecho antes de besarla lentamente, con exquisita ternura, y ella tuvo la sensación de que flotaba en el aire.

Trilby sabia a café, y al hombre le daba vueltas la cabeza mientras la atraía mas hacia si y le separaba los labios con su cálida y apremiante lengua.

Trilby se resistió un instante. La fuerza del hombre y la intimidad de su boca sobre la suya la hicieron relajarse hasta que sus huesos parecieron derretirse. Se abandonó de inmediato y rodeo con los brazos el cuerpo de Thorn, estremecida y trémula de placer. Era imposible oponerse al gozo que el le ofrecía. Desterró de su mente todas las razones por que debería indignarse y se entrego a la ardiente destreza del hombre.

Se recrearon en el beso. El cuerpo de la muchacha comenzó a palpitar acalorado cuando el la estrecho mas hacia si, y vibro contra el pecho poderoso, que oprimía sus senos. Estaba subyugada; lo único que podía hacer era apretarse mas contra el, buscando prolongar el deleite, satisfacer el hambre que aumentaba cuanto mas lo alimentaba.

Thorn advirtió la reacción de la muchacha. No había disfrutado de la compañía de una mujer desde la muerte

de su esposa, y Trilby ejercía un poder mágico en su cuerpo voraz. Gimió, y de pronto ella noto la mano de el sobre su seno, y como el pulgar frotaba suavemente su pezón, provocando su endurecimiento. Eso no era decente, pensó ella medio histérica. ¡Debía detenerle!

Pero Trilby estaba sumergiéndose en la nueva experiencia, y el placer prohibido que el le proporcionaba resultaba exquisito. Sintió que el la apartaba ligeramente, lo suficiente para permitir a aquella mano enloquecedora un mejor acceso a la suave ondulación de su cuerpo.

—Dulce —murmuro el, titubeante, contra su boca—. Eres... la miel mas dulce de que he gozado, Trilby. —Gimió el, agitado—. Déjame acariciarte debajo del corpiño.

La mano del hombre se afano con los botones. ¡Y el había dicho que ya no pensaba mal de ella! La brusca intimidad de lo que el estaba haciendo disipo de repente la fiebre que se había apoderado de la mente y el cuerpo de la muchacha, que comenzó a golpear el pecho del hombre con furia. Se retiro de el, jadeando, con el rostro enrojecido de rabia.

—¿Que ocurre? —pregunto el, un poco aturdido.

—Usted dijo que no creía lo que su esposa le había explicado sobre mi, pero no es cierto.

¡Debe creerlo para ofenderme de este modo! —susurro ella, angustiada—. ¡Oh, suélteme!

—exclamo, empujándole cuando el trato de retenerla.

El rostro del hombre se demudo.

—No ha sido una ofensa. ¡Trilby, tranquilícese y escúcheme! —gruño el, sujetándola con mas fuerza.

Ella se libero con súbita determinación para regresar Corriendo al baile. Las lagrimas inundaban sus ojos: Thorn todavía la consideraba una mujer fácil. La había tocado de un modo indecente.

¡Y ella se lo había consentido! Es mas, ¡ella lo había... alentado! El la cogió del brazo en el momento en que ella llegaba al lugar en que se congregaban los bailarines.

—No ha sido una ofensa—repitió el, mirándose en sus ojos angustiados—. ¡Maldita sea! Usted es una mujer, ¿no es cierto? ¿Su madre no le ha contado lo que sucede entre un hombre y una mujer?

—Los hombres decentes no tocan a las mujeres decentes como usted lo ha hecho

—murmuro ella, lloriqueando.

Thorn suspiro y recorrió con la vista la suave cabellera rubia de la muchacha. ¡Y el la había creído experimentada! No sabia como manejar esa ultima crisis emocional.

—¿Al menos me escuchara?

—Quiero ir a casa —musito ella, dirigiéndole una mirada asesina—. ¡Le odio!

Sally le había dicho lo mismo muchísimas veces. Después de haber descubierto que estaba embarazada de Samantha, se lo había repetido casi a diario. Trilby mostraba en sus ojos la misma mirada despectiva que solfa dedicarle su esposa, y eso le provocaba nauseas. Su temperamento venció a su comprensión, y la soltó bruscamente.

—Por supuesto, señorita Lang. Nos marcharemos en cuanto su familia este lista.

¡Después de todo, tal vez usted no sea lo bastante mujer para mí!

Trilby observo como se alejaba con el orgullo herido. No quería estropear la diversión de los demás, pero no podía soportar permanecer allí después de lo ocurrido. No sabia por que se había dejado arrastrar por el de esa manera, por que le había permitido que la tocase de un modo tan obsceno.

Se le encendió el rostro al preguntarse si no sería una mujer sin moral, puesto que así lo había creído un hombre experimentado. Tal vez Thorn solo había visto lo que ella era en realidad. Lucho por reprimir las lagrimas mientras se apresuraba a buscar a sus padres.

—Estas muy ruborizada, Trilby —exclamo Mary, entre risas—. ¿Todo va bien?

—Me siento mal —dijo Trilby, llevándose una mano al estomago—. Lo lamento, pero

¿podríamos marcharnos?

—Por supuesto, querida.

Mary rodeo con un brazo protector la cintura de su hija, y ambas se reunieron con Jack.

Minutos mas tarde, emprendieron el regreso por el largo camino polvoriento que conducía a Blackwater Springs.

Trilby iba sentada detrás con Mary y Teddy, que no cesaba de hablar con gran excitación de las piñatas. Mientras tanto, Jack Lang comentaba a gritos la fiesta de Thorn para imponer su voz al rugido del motor.

La muchacha se alegraba de que todo hubiese terminado. En casa trataría de calmar sus nervios antes de que Richard llegase. Debía recordar que amaba a Richard. Tal vez era vulnerable a aquel salvaje que se hallaba junto a su padre, pero Richard era su amado.

Reclino la cabeza contra el respaldo del asiento y cerro los ojos. ¿Que ocurriría si Richard la consideraba una mujer fácil? Y algo peor, como pudo permitir que Thorn la tocase de ese modo cuando ella amaba a Richard si no era una libertina?

Siguió torturándose con esos interrogantes mucho después de que un taciturno Thorn los dejase ante la puerta de su casa y el mismo se marchase hacia la suya en compañía de su hijita.

Lisa Morris oyó que la puerta de los aposentos de los oficiales se cerraba de un golpe. Se volvió en el momento en que su marido arrojaba el sombrero y la chaqueta sobre una silla.

Sin pensar, los cogió y los cepillo. Estaban tan cubiertos de polvo que tuvo la impresión de que no conseguiría limpiarlos por completo.

Le llamo la atención un largo cabello de color negro, así como la fragancia de un perfume barato. El pelo de Lisa era rubio, no negro, y nunca usaba perfume. No miro a su marido cuando deposito de nuevo la chaqueta sobre la silla con disgusto disimulado.

—Has estado fuera del puesto.

—Si. Haciendo una exploración para localizar a los mejicanos desaparecidos —dijo el, y bostezo—. Estoy cansado.

—¿ Cerca de la frontera? —inquirió ella.

—Por los alrededores de Douglas —respondió el, mirándola con curiosidad—. ¿Por que?

—Me pregunto si has encontrado a algún insurrecto. El rió. ¡Y había temido que ella sospechara de el! De todas formas, ¿como podría estar enterada de la existencia de Selina?

—Nunca los encuentro. Son como fantasmas; humo en el viento.

—Si, comprendo.

Estaba harta de todo. Sabia que su marido tenia una querida en Douglas. La esposa consentida y chismosa de otro oficial se había deleitado hablándole de Selina. La mujer ignoraba que a Lisa había dejado de importarle hacia mucho tiempo a quien calentaba la cama su marido. Estaba cansada de el, cansada de la vida que llevaba.

Su descarriado marido no sospechaba que ella había entablado una demanda de divorcio en secreto. Ella no tenia ni idea de como reaccionaria cuando se lo notificara. Aunque temía su carácter, no estaba dispuesta a soportar ninguna humillación mas. Deseaba su libertad.

—David, me gustaría regresar al Este —dijo con calma.

El se volvió, sorprendido.

—¿ Que?

Lisa enlazo las manos, pálida pero serena, sin que su rostro inexpresivo delatase la inquietud que la embargaba. Lo miro con sus dulces ojos azules, que se mostraban obsesivos y heridos.

—He dicho que me gustaría regresar a Baltimore —repitió ella—. Tengo una prima allí que me hospedaría en su casa.

—La prima Hetty —dijo el, con desprecio—, que lo convertiría en su esclava.

Ella alzo el mentón orgullosamente.

—¿Acaso soy algo mas que eso aquí? —pregunto con voz ronca—. Yo me dedico a ocuparme de la casa mientras tu visitas a tu querida y vienes a mis brazos apestando a perfume barato.

Si ella hubiese estado furiosa con el o hubiese comenzado a gritar o hubiese actuado de un modo arrogante, el se habría defendido de la acusación. Sin embargo Lisa hablaba con tranquilidad, casi con indiferencia, y su actitud lo desarmo.

David la miro, enrojecido de vergüenza.

—Usted me expulso de su lecho cuando perdió a] bebe, señora —le recordó el—. Un hombre tiene apetitos.

—Tú nunca me amaste realmente, David —dijo ella.

Al coronel le dolió oír la verdad.

—¡Tal vez me harte de hacer el amor a una esfinge de cera!

Ella no se inmuto. Ya no le quedaban fuerzas. Se le habían ido a lo largo de los anos que llevaba en esa región, durante los cuales había perdido su juventud y a su bebe. Ella tampoco amaba a su esposo. En cambio había querido al niño.

—Te casaste conmigo porque mi padre era el comandante en jefe —le reprocho Lisa—. Ambos lo sabemos. Fingiste amarme hasta que se produjo tu ascenso. Y continuaste fingiendo mientras seguías ascendiendo. Después de la muerte de mi padre, ya no necesitabas simular mas. Pero, claro, un oficial nunca abandona a su esposa, ¿verdad, David? No si quiere conseguir un cargo importante. Ya ves —añadió, ligeramente divertida a] verlo enrojecer— te conozco muy bien.

También te conocía mi padre, pero yo me negué a escucharlo.

El no podía asimilar las palabras de su esposa, pues eran ciertas. No la había amado. Ella se había mostrado fría y le recibía mal en la cama. Ni siquiera el embarazo había despertado ningún sentimiento tierno en el. No la amaba. Era culpable de haberlo fingido. Pero era pobre y ambicioso. En cambio, el padre de Lisa era rico y tenia un rango elevado en el ejercito.

David había visto en el matrimonio con Lisa un modo rápido de ascender en la jerarquía militar. Al cabo de un tiempo, la desdicha de compartir la vida con una mujer a quien no amaba eclipso el jubilo de su éxito profesional.

—No deberías haberte casado conmigo —dijo el.

—Ahora me doy cuenta. —Examino el atractivo rostro de su marido con mas anhelo del que esperaba sentir—. Sabia que ningún hombre se casaría conmigo por mi misma —dijo ella, causando un gran impresión en su marido—. Era consciente de que los hombres solo se interesarían por mi debido a la posición de mi padre. Esta bien. No he sido completamente infeliz. De hecho, hubo... hubo momentos en que creí sentir afecto por ti. Ahora es mejor que nos separemos. Ya no puedo vivir contigo, David, sabiendo... lo de esa mujer.

El aspiro lenta y profundamente.

—No te marcharas —aseguro con frialdad—. ¡No puedes marcharte! Me perteneces —añadió.

—No soy una propiedad.

—Lo eres si yo lo digo —replico el—. No dispones de dinero propio, y yo no te daría nada.

¿Como esperas comprar el billete para Maryland?

—¿Por que no me dejas ir? —exclamo la mujer—. ¡Tu no me quieres!

—Eres mi esposa —dijo el, inflexible—. Y yo soy el comandante en jefe de este puesto.

No deseo que mis hombres cotilleen sobre mi.

—Es solo por eso. ¡No te importaría que yo te abandonase si eso no acarreara consecuencias para ti!

La mandíbula de David se endureció.

—No tienes de que quejarte. Te proporciono una casa, hermosos vestidos, y gozas de buena reputación.

—Supongo que consideras que eso basta para hacerme la vida soportable mientras tú te diviertes con tú querida.

La expresión ofendida de la mujer le irrito.

—Si quieres otro hijo, te lo daré —dijo el, secamente.

—Oh, David, cuanta generosidad —dijo ella, irónica, con una altivez que el nunca había visto en ella—. Y que terrible experiencia.

La hostilidad de la mujer le asombraba. El la miro y de repente se dio cuenta de que nunca había dedicado ni un minuto a conocerla durante los dos anos de matrimonio. Ella era como una sombra que se ocupaba de la casa, cocinaba, limpiaba. Nunca hablaban. El le hacia el amor cuando lo necesitaba, ella había quedado embarazada y había perdido el bebe.

Después, David había conocido a Selina. Su esposa nunca le había interesado y jamás le había ofrecido la tierna pasión que había demostrado ese día a Selina. El coronel nunca se había preocupado por excitar a Lisa y ahora se preguntaba por que. Era una mujer de senos pequeños, pero tenia una bonita figura. La había besado un par de veces, y lo cierto era que no le había desagradado. En cualquier caso, era Selina quien le enloquecía, quien encendía su sangre; a quien amaba.

—No quiero quedarme aquí, David —insistió Lisa.

El se acerco a la mujer, acogiéndole la barbilla.

—Me apetece un poco de café.

Lisa enrojeció de resentimiento e ira cuando sus dedos la acariciaron. El interpreto su rubor como timidez y sonrió con cierta vanidad mientras se inclinaba para besarla. Al sentir los labios de su marido, ella se retorció, apartándose de el, mirándole con furia.

—¡No me toques! —exclamo fuera de si—. ¿Como te atreves a tratar de manipularme cuando acabas de salir de la cama de esa mujer?

Se froto la boca con la mano como si el contacto del hombre le repugnase.

—No te hagas ilusiones —dijo el, tenso, profundamente ofendido—. Selina es dos veces mas mujer que tu.

—Entonces guarda tus caricias para ella —replico ella con orgullo—. Puede obligarme a permanecer aquí, señor, pero nunca a que me resulte placentero.

La mujer se dirigió a la cocina y el se quedo mirándola, sorprendido y escandalizado.

Thorn Vance estaba arrodillado ante una charca cuando uno de sus vaqueros detuvo su caballo junto a el. Cerca, dos vacas yacían muertas bajo el sol.

—Esta envenenada, señor, ¿verdad? —pregunto Jorge.

Thorn blasfemo.

—Sí, esta envenenada. ¡Álcali, maldita la suerte! —Se puso en pie—. Pensé que sería arsénico. Tengo tierras en México.

—Es sabido que usted permite que los caballos de los maderistas beban aquí, señor, que simpatiza con la causa —dijo el hombre de menor estatura con aire solemne, sonriendo—. Ningún revolucionario verdadero le haría daño.

—Dudo de que lo hayan hecho ellos. Este era el ultimo agua potable de que disponía —dijo Thorn con aspereza. Se quedo mirando fijamente la charca, airado—. El ganado sediento que no pueda abrevar morirá. Se realizaron excavaciones en busca de agua en el valle de San Bernardino y encontraron manantiales subterráneos —dijo casi para si mismo—. Tal vez me vea obligado a hacer lo mismo.

—Hay agua en el río.

—Claro, pero discurre por el rancho de Blackwater Springs' y tang no me la venderá.

Ni siquiera quiere darme agua en arriendo.

—En los viejos tiempos, señor, su padre habría usado el agua incluso sin permiso —le recordó Jorge.

—Yo no soy mi padre.

Monto su caballo. No quería que su vaquero se enterase de que, de no haber sido por Trilby, el quizás habría actuado como su padre. Ella ya lo consideraba un salvaje incivilizado, y no podía tolerar que el concepto que de el tenía empeorase.

Detestaba el modo en que la joven había huido de el la noche de la fiesta. Thorn habría querido explicarle que había sido la pasión, y no el afán de ofenderla, lo que le había impulsado a acariciarla. La había deseado ardientemente y había perdido el control. En ningún caso se había propuesto molestarla.

Vance reconocía que la actitud de Trilby era lógica. Si el no hubiese creído esas estúpidas calumnias sobre ella, nunca le habría dado motivos para dudar de sus intenciones. Había perdido el terreno que podía haber ganado, y ese Richard no tardaría en presentarse en el rancho.

Sintió nauseas al pensar en ese hombre del Este. Sabía que Richard era totalmente distinto a el y que Trilby se creía enamorada de ese lechuguino remilgado.

Jack Lang había mencionado solo una vez al pretendiente de Trilby y de un modo nada menospreciativo. El desconocido Richard estaba acostumbrado a los buenos modales y la vida fácil. No olería a ganado y humo, no estaría cubierto de polvo ni vestiría ropas viejas, no distinguiría un extremo de un revolver del otro; aspectos que Trilby valoraba. Thorn consideraba a aquel caballero un competidor.

—Probaremos mas lejos —dijo, espoleando su montura.

—El apache puede encontrar agua, señor—dijo el mejicano—. Usted sabe que Naki tiene un don especial.

—Permitiré que lo intente. Respeto mucho las habilidades de los apaches criados en el desierto, Jorge, pues poseen conocimientos que los hombres blancos nunca han alcanzado.

—Ah, señor, usted no es como esos gringos recién llegados que miran con desprecio y arrugan la nariz ante la gente de piel oscura —dijo el peón, meditabundo y melancólico—. Usted es como el patrón, su padre; conoce la naturaleza de las cosas, señor.

—Aprecio el conocimiento —replico Thorn, y rió con amargura—, lo que me convierte en un salvaje ante ciertas personas procedentes del Este.

Jorge sabia a quien se refería, pero considero que no debía mencionarlo.

—Muchos opinan igual de Madero, el libertador de un pueblo oprimido.

—Hablas como un partidario de lucha.

—¡Señor!

Thorn rió entre dientes ante la expresión ofendida de Jorge.

—Se que siente tu gente por Madero y por que.

—Si, señor —acordó Jorge, mas calmado—. El es un santo para mi pueblo, así como los que luchan por nuestra libertad.

—Yo le apoyo, pero no lucharía por el —dijo Thorn, con ojos centelleantes, al hombre menos corpulento—. Los asuntos internos de México no me incumben, a menos que Madero o algunos de sus hombres me involucren en ellos. En ese caso —añadió suavemente—, se arrepentirán de haberlo hecho.

El mejicano percibió la ira del hombre alto.

—¿La opresión no debería ser asunto de todos los hombres libres, señor? —pregunto, con sereno orgullo.

Thorn lo miró.

—Oh, diablos, quizá debería ser así —dijo, furioso—. Pero yo ya tengo suficientes problemas sin necesidad de preocuparme por los vuestros. Lo que quiero es agua, no una guerra civil.

Jorge rió con nerviosismo.

—Si usted lo dice, patrón. Los insurrectos no pretenden causarle daño a usted. Ellos luchan contra Díaz. Estos extranjeros que se dedican a la minería en nuestra tierra poseen demasiado —observo Jorge, pensativo—, mientras que en México los niños pequeños pasan hambre. Esta es la situación, patrón, pero no debería ser así.

—¿Estas mostrando signos de convertirte en un socialista, compadre? —pregunto al hombre de menor estatura.

Jorge rió y sus blancos dientes resplandecieron en un rostro como de bronce bruñido.

—No yo, señor. Un maderista, tal vez.

Thorn se quito el sombrero e hizo una reverencia al mejicano. Jorge rió y, espoleando a su caballo, siguió avanzando.

Es tarde, en el rancho, Thorn reflexiono sobre lo que Jorge había dicho sobre el agua. Tal vez era una solución desesperada que merecía la pena ser considerada.

Se acerco a Naki. Su nombre se componía de dos palabras apaches, pero la mayoría de la gente solo sabia pronunciar una, por lo que en Los Santos el indio era conocido como Naki.

Con su cortesía habitual, el respondía al nombre como si se lo hubiesen dado al nacer.

Naki era alto para su raza, muy taciturno y tranquilo. No tenia ni esposa ni familia. Aunque no era un hombre viejo, había algo antiguo en sus ojos negros. Era muy reservado y solo se mostraba afectuoso con Thorn Vance debido a que este se había tornado la molestia de aprender su idioma. Vance era el único hombre blanco que lo había hecho, según recordaba Naki, aparte del antropólogo, McCollum. En realidad, Naki hablaba varios idiomas, pero cuando cavilaba, solo respondía en apache. Aquella era una de esas ocasiones.

Thorn se dirigió a el en ingles y, como el indio no contesto, le interrogo en apache.

—¿Donde esta Tiza? —pregunto, refiriéndose al amigo mimbreno del hombre que solía rastrear con el.

—Oyaa, Naghaa —replico Naki, con voz lenta y profunda, y añadió algunas pocas palabras mas a continuación, arrastrando las vocales, remarcando los sonidos oclusivos, las consonantes nasales y los tonos agudos cuando era necesario. < Se ha ido. Anda por ahí», había dicho.

Thorn escudriño el horizonte y rió entre dientes. —Nakwii —corrigió, mirando perversamente en dirección a Naki—. Esta vomitando.

El apache se encogió de hombros.

—A causa del licor del hombre blanco. Yo no se lo di. Thorn apoyo una rodilla en el suelo, clavando la vista en los ojos serenos del otro hombre. Naki era unos anos mayor que Thorn, quien contaba treinta y dos. —Ya te he complacido. Ahora habla en ingles.

—Lo haré si tu lo deseas, aunque me deje mal gusto en la boca —repuso Naki secamente, en un ingles casi perfecto; un legado de los anos que había vivido oculto con los curas cuando sus parientes chiricahua fueron enviados a una prisión de Florida después de que Jerónimo fuera capturado—. Necesitas practicar el apache. —No tengo tiempo. Debo encontrar agua.

—¿Eso es todo? —Naki extendió un brazo—. Hay un rió a unos pocos kilómetros de aquí

—dijo.

Thorn le lanzo una mirada furiosa.

—Necesito disponer de agua aquí para mi ganado. No puedo mover el rió.

Naki se encogió de hombros. —Mueve al ganado.

—A veces llegas a ser continuamente exasperante —dijo, irritado—. ¿Por que no te pego un tiro?

¿Quien mas podría leerte a Herodoto en griego clásico? —replico, sarcástico, el indio—. Además de guiar a tu amigo arqueólogo a las mejores excavaciones. Sin mi, McCollum se arrojaría de cabeza al pozo de una mina y nunca volverían a verlo.

Thorn levanto las manos.

—Muy bien, admito que eres una persona muy instruida. Ahora, ¿que te parece si me dices donde puedo buscar agua?

Naki se inclino hacia Thorn con aire conspirador, mientras la lacia cabellera negra enmarcaba su bello rostro de pómulos pronunciados.

—Prueba en el rancho Blackwater Springs.

El apache se puso en pie y se alejo mientras Thorn se consumía de rabia. Vance estaba convencido de que nada podía hacer con su amigo cuando este decidía mostrarse enigmático.