LA
MUJER ALTA
—¡Qué sabemos! Amigos míos.... ¡qué sabemos!
—exclamó Gabriel, distinguido ingeniero de Montes, sentándose
debajo de un pino y cerca de una fuente, en la cumbre del
Guadarrama, a legua y media de El Escorial, en el límite divisorio
de las provincias de Madrid y Segovia; sitio y fuente y pino que yo
conozco y me parece estar viendo, pero cuyo nombre se me ha
olvidado.
—Sentémonos, como es de rigor y está
escrito.. en nuestro programa —continuó Gabriel—, a descansar y
hacer por la vida en este ameno y clásico paraje, famoso por la
virtud digestiva del agua de ese manantial y por los muchos
borregos que aquí se han comido nuestros ilustres maestros don
Miguel Bosch, don Máximo Laguna, don Agustín Pascual y otros
grandes naturistas; os contaré una rara y peregrina historia en
comprobación de mi tesis..., reducida a manifestar, aunque me
llaméis oscurantista, que en el globo terráqueo ocurren todavía
cosas sobrenaturales: esto es, cosas que no caben en la cuadrícula
de la razón, de la ciencia ni de la filosofía, tal y como hoy se
entienden (o no se entienden) semejantes palabras, palabras y
palabras, que diría Hamlet...
Enderezaba Gabriel este pintoresco discurso
a cinco sujetos de diferente edad, pero ninguno joven, y sólo uno
entrado ya en años; también ingenieros de Montes tres de ellos,
pintor el cuarto y un poco literato el quinto; todos los cuales
habían subido con el orador, que era el más pollo, en sendas burras
de alquiler, desde el Real Sitio de San Lorenzo, a pasar aquel día
herborizando en los hermosos pinares de Peguerinos, cazando
mariposas por medio de mangas de tul, cogiendo coleópteros raros
bajo la corteza de los pinos enfermos y comiéndose una carga de
víveres fiambres pagados a escote.
Sucedía esto en 1875, y era en el rigor del
estío; no recuerdo si el día de Santiago o el de San Luis...
Inclínome a creer el de San Luis. Como quiera que fuese, gozábase
en aquellas alturas de un fresco delicioso, y el corazón, el
estómago y la inteligencia funcionaban allí mejor que en el mundo
social y la vida ordinaria... Sentado que se hubieron los seis
amigos, Gabriel continuó hablando de esta manera:
—Creo que no me tacharéis de visionario...
Por fortuna o desgracia mía soy, digámoslo así, un hombre a la
moderna, nada supersticioso, y tan positivista como el que más,
bien que incluya entre los datos positivos de la Naturaleza todas
las misteriosas facultades y emociones de mi alma en materias de
sentimiento...Pues bien: a propósito de fenómenos sobrenaturales o
extranaturales, oíd lo que yo he oído y ved lo que yo he visto, aun
sin ser el verdadero héroe de la singularísima historia que voy a
contar; y decidme en seguida qué explicación terrestre, física,
natural, o como queramos llamarla, puede darse a tan maravilloso
acontecimiento.
—El caso fue como sigue... ¡A ver! ¡Echad
una gota, que ya se habrá refrescado el pellejo dentro de esa
bullidora y cristiana fuente, colocada por Dios en esta pinífera
cumbre para enfriar el vino de los botánicos!