Epílogo

 

Chloe

 

 

Hace aproximadamente nueve meses

 

Bennett apareció detrás de mí y me agarró las caderas con firmeza.

—Voy a la barra. ¿Quieres algo?

Me volví hacia él y sonreí mientras sus labios recorrían mi mandíbula y bajaban por mi cuello.

—No, gracias.

Se echó hacia atrás y observó mi expresión.

—¿Estás segura? ¿Aún te duele la cabeza?

Parpadeé y miré hacia otro lado. No quería que viese la mentira en mis ojos.

—Un poco.

Me dio la vuelta y se inclinó. Tuve que levantar la cara y mirarlo a los ojos.

—¿Te apetece un vaso de agua o alguna otra cosa? —insistió.

—Sí, agua. Gracias, cariño.

Diez minutos después me encontró cerca de la pista de baile, fascinada por la pareja de recién casados. No los conocía demasiado; trabajaban en una empresa asociada con la mía. Sin embargo, su expresión ilusionada y el aspecto de quien se dispone a iniciar una aventura resonaban en mi sangre como un zumbido suave y persistente.

Apareció detrás de mí y me besó en el cuello.

—¿Estás bien?

Asentí con la cabeza, cogí el vaso de agua que me ofrecía y levanté la barbilla en dirección a la pareja que bailaba en mitad de la pista de baile al aire libre.

—Los estoy mirando.

—Una buena boda.

Me apoyé contra él y noté que mi cuerpo se calmaba ante la cálida y sólida presencia que estaba a mi lado. Bennett dio un sorbo de su bebida y me pasó un brazo por la cintura.

—Está imponente —dije, mirando fijamente a la novia con su precioso vestido color perla.

—Es evidente que él está de acuerdo —comentó Bennett, señalando al novio con la barbilla—. Cuando se han besado, casi la devora.

Me volví hacia él y retrocedí un poco al notar el fuerte olor a whisky.

—Deja eso —dije—. Baila conmigo.

Bennett hizo un puchero.

—Acabo de pedírmelo.

—¿Preferirías llevarlo por sombrero?

Dejó su vaso en una mesa cercana, entrelazó sus dedos con los míos y me guio hasta la pista de baile.

Apoyó las manos en la parte baja de mi espalda, me estrechó contra su cuerpo y, que Dios me ayudase, vi que algún instinto lo impulsaba a hacerlo con cuidado, sin esa autoridad habitual tan propia de Bennett Ryan.

—Esta noche estás muy callada —dijo, inclinándose para besar mi hombro desnudo—. ¿Seguro que estás bien?

Asentí con la cabeza y apoyé la mejilla contra su clavícula.

—Lo estoy asimilando todo. Me siento tan feliz que creo que voy a estallar.

—¿Te sientes feliz? Esta noche no nos hemos peleado ni un sola vez. Nunca lo habría imaginado.

Me eché a reír y levanté la cara para mirarlo.

—¿Bennett?

—¿Sí?

Noté que el estómago se me montaba en el pecho y que el corazón se me subía a la garganta. Quería darle la noticia más tarde, pero no podía esperar más. Las palabras no querían quedarse donde estaban.

—Vas a ser papá.

Entre mis brazos, Bennett se quedó paralizado. Los pies dejaron de dibujar su lento círculo. Se echó a temblar y dio un paso atrás. La emoción que vi en los ojos de mi marido era completamente nueva.

Nunca lo había visto tan impresionado.

—¿Qué acabas de decir?

Las palabras salieron de sus labios demasiado altas, demasiado tensas, como un mazo que golpease un tambor.

—He dicho que vas a ser papá.

Levantó una mano estremecida y se la llevó a la boca.

—¿Estás segura? —dijo desde detrás de sus dedos, con unos ojos que empezaban a brillar.

Asentí con la cabeza, sintiendo que también a mí me escocían los ojos. Su reacción, su alivio, ilusión y ternura, hizo que me flojearan las rodillas.

—Estoy segura.

Tras dos años de intentarlo, no me había quedado embarazada ni una sola vez. Meses de planificar y elaborar gráficos. Dos rondas fracasadas de fecundación in vitro. Y allí estábamos, un mes después de nuestra mutua decisión de dejarlo correr por el momento, y yo estaba embarazada.

Bennett se pasó la palma de la mano por la cara, me cogió del brazo, me sacó de la pista de baile y me llevó bajo la sombra de la carpa.

—¿Cómo has...? ¿Cuándo?

—Esta mañana me he hecho la prueba —contesté; me mordisqueé el labio inferior—. Vale, la verdad es que esta mañana me he hecho unas diecisiete pruebas. Acabo de quedarme embarazada. Solo tenía unos días de retraso.

—Chlo. —Se me quedó mirando y sonrió de oreja a oreja—. Vamos a ser unos padres espantosos.

Me mostré de acuerdo con una carcajada.

—Los peores.

—No conocemos el fracaso —dijo, mientras sus ojos buscaban obsesivamente los míos—. Seguramente seremos los más estrictos...

—Severos...

—Autoritarios...

—Neuróticos...

—No —dijo Bennett, sacudiendo la cabeza; volvía a tener los ojos brillantes—. Vas a ser perfecta. Vas a volverme loco.

Su boca cubrió la mía, abierta y exigente. Su lengua se deslizó sobre mis labios, mis dientes y más hondo. Lo agarré del pelo abundante y perfectamente despeinado y lo sujeté mientras me estrechaba contra sí, casi con desesperación.

«Madre mía.

»Estoy embarazada.

»Voy a tener el bebé de este cabrón.»