8
Jensen
Las distancias eran muy cortas en Windham, pero tardamos una hora en recorrer tres manzanas. Ziggy y Will se paraban en cada escaparate, tanto si pertenecía a una tienda de antigüedades como si se trataba de una agencia inmobiliaria. Para cuando llegamos a Duke’s Tavern, los dos habían hecho planes para comprar un sofá, dos mesas auxiliares, una lámpara antigua y una casa en Canterbury.
Sin darme cuenta, recorrí todo el trayecto de la mano de Pippa. En rigor, no tenía por qué hacerlo: Becky no estaba, ni tampoco Cam, ni estábamos representando el espectáculo de un matrimonio. Sin embargo, resultaba agradable tocarla de ese modo. Además, recordé que solo un día antes me había planteado la posibilidad de hacerlo de todos modos, y no por una mentira impulsiva, sino porque ella era preciosa y los dos estábamos libres, ¿y por qué puñetas no?
Tras afrontar a la Becky real, en carne y hueso, nuestra historia me parecía en cierto modo como el monstruo que los niños imaginan en su armario. Yo había agrandado nuestro pasado en mi mente; habría dado por sentado que una coincidencia así sería muy dolorosa, pero debía reconocer que, sobre todo, resultaba embarazosa. Cam parecía agradable, aunque insulso. Becky parecía feliz... aunque un poco frágil al volver a verme. De forma completamente inesperada, aquel encuentro parecía ser más duro para ella que para mí.
Duke’s Tavern me recordó todos y cada uno de los bares pequeños que había visitado en mi vida. Olía a cerveza derramada y también, un poco, a moho. Había una máquina de palomitas y una pila de bandejas de papel para que los clientes se sirvieran. Había un solo camarero y una solitaria máquina de karaoke en una esquina. Varios clientes se hallaban sentados ante la barra y en las mesitas repartidas por el local, pero, se mirara por donde se mirase, el establecimiento no podía considerarse concurrido.
Ver a Niall Stella tan alto, tan eternamente sereno, en un lugar como aquel nos inspiraba a todos cierta satisfacción. Se sentó con cuidado en una silla con funda de vinilo y pidió una Guinness.
—Te has... —empezó Pippa, contemplándome—. Te has suavizado.
—¿Cómo?
Ladeando la cabeza, dijo:
—Hace cinco días habría dado por sentado que vendrías vestido como un hombre de negocios. Pero ahora estás... —Dejó caer la mirada sobre mi camiseta nueva de la Willimantic Brewing Co. y el único par de vaqueros que había metido en la maleta—. Estás guapo.
—Cuando hice el equipaje, funcionaba en piloto automático —reconocí, pasando por alto el cumplido—. Casi todo lo que llevo son jerséis y camisas de vestir.
—Ya me he dado cuenta. —Se inclinó hacia mí y noté su aliento cálido en el cuello—. De todas formas, me gustas. Pero me gustas un poco más cuando puedo ver esos brazos. —La mano de Pippa ascendió suavemente por mi antebrazo y se detuvo en el bíceps—. Tienes buenos brazos.
Me estremecí y me apresuré a desviar mi atención hacia el camarero, que en ese momento colocaba una bebida delante de cada uno. Will levantó su vaso, lleno de India Pale Ale.
—Por los matrimonios: viejos, nuevos y de mentira. Que os den todo lo que siempre habéis querido.
Mirándome a los ojos, Will alargó el brazo para brindar conmigo. Levanté la pinta de cerveza negra y la entrechoqué con la suya.
—Feliz cumpleaños, mamón —dijo, con una gran sonrisa.
—¿Feliz cumpleaños? —sonó la voz de Becky a mi espalda, y vi que la sonrisa desaparecía de la cara de Will. Este enderezó la espalda y le pasó el brazo por los hombros a su mujer—. ¿De quién es el cumpleaños? —preguntó Becky.
—Hola —dijo Will—. Bueno, solo estamos haciendo el tonto.
—Es el cumpleaños de Pippa —dije, sonriéndole, y ella negó con la cabeza, divertida—. Estábamos a punto de cantarle.
Al otro lado de la mesa, Niall se inclinó hacia delante y se tapó el rostro con las manos.
—Esto es demasiado para mí —dijo entre risas, sacudiendo la cabeza.
Cam llamó al camarero con un gesto del brazo mientras Becky cogía una silla para sentarse a mi derecha.
—¿Te parece bien que me siente aquí?
Noté que Pippa, sentada a mi izquierda, se ponía un poco rígida. Murmuré:
—Claro.
Lo cierto era que no quería que Becky se sentara allí.
No quería a Becky a mi lado.
No quería tenerla cerca en ese viaje.
Ya no estaba enamorado de ella, no quería volver atrás ni cambiar nada. Ni siquiera necesitaba una explicación mejor para el final de nuestro matrimonio. Solo quería seguir adelante. Y, aunque el resto de mi existencia se había convertido en un éxito, Will tenía razón: yo mismo había hecho de mi vida amorosa un absoluto fracaso. Sencillamente, no había querido afrontarla.
Cam pidió una Bud Light y una copa del cutre merlot de la casa para Becky. Capté la risita de Will antes de que Ziggs le diera un pellizco bajo la mesa. Supuse que era eso lo que había ocurrido, porque ella se inclinó hacia él y le susurró:
—Para.
Sabía muy bien que aquello de aparentar buen rollo y fingir ser viejos amigos era un error. Yo no podía hacerlo. Ni Will. Y Ziggy, menos que nadie. Becky la había cagado. Lo estábamos pasando bien antes de que llegara ella, y disimular tres días más haciéndonos los simpáticos iba a suponer un gran desgaste para todos.
—¿Dónde habéis cenado? —preguntó Becky, con una amable sonrisa.
—En John’s Table —contestó Ruby, intuyendo la ligera tensión que se había instalado en torno a la mesa—. Ha sido flipante.
—Creo que tenemos una reserva allí para mañana —dijo Becky, mirando a Cam en busca de confirmación. Este asintió con la cabeza—. Hemos cenado en el Lonely Sail. Ha estado muy bien.
Todos emitimos leves «ahhhs», como si aquello le pareciera interesante a alguno de nosotros.
Becky sonrió y dijo:
—¿Os acordáis del día que rompimos la mesa en aquel sitio de bocadillos? ¿Cómo se llamaba?
Me miró con los ojos entornados, tratando de recordar.
—Attman’s —dijo Will, antes de dar un sorbo de cerveza.
Sonreí, recordando. Estábamos borrachos y Becky se montó a caballito encima de mí, impulsándonos a ambos contra la mesa, que derribamos y arrancamos de su pie. El pobre chaval que trabajaba allí chilló de pánico y nos dijo que nos marcháramos, que ya la arreglaría él.
—Tendríamos que haberla pagado —dijo ella, sacudiendo la cabeza.
—¿La mesa? ¿Con qué dinero? —pregunté, riéndome un poco—. Si no recuerdo mal, aquella noche compartimos un bocadillo porque teníamos siete dólares entre los tres.
También me acordaba del resto de aquella noche: Will y yo volviendo a trompicones a nuestra habitación, cayéndonos al suelo e ideando una forma de proyectar la televisión en el techo para poder jugar borrachos a videojuegos, tumbados boca arriba.
Acabamos logrando conectar el televisor a un proyector en desuso que habíamos pillado del almacén del departamento de biología ese fin de semana. Fue alucinante.
De hecho, casi todos mis recuerdos de la universidad tenían que ver con Will.
El silencio envolvió al grupo, y creo que todos nos dimos cuenta de que ya no teníamos nada en común.
Cam golpeó la mesa suavemente con los nudillos.
—¿Alguno de vosotros es de los Mets?
Todos negamos con la cabeza, farfullando alguna versión de «no» y «no mucho». Él se llevó la cerveza a los labios, levantando la mirada hacia un televisor colgado encima de la barra, donde, supuestamente, daban un partido de los Mets.
Ziggy me miró a los ojos. Vi que estaba irritada.
La noche, llena hasta ese momento de la clase de diversión capaz de empujarme a acostarme tarde y a beber sin parar, estaba perdiendo fuelle. Echaba de menos la risa de Pippa. Echaba de menos el subidón que sentía cuando me miraba y yo no sabía muy bien lo que se disponía a hacer.
Le pasé el brazo por los hombros y la estreché contra mí.
—Creo que te debo una canción —dije.
Ella se irguió y me sonrió.
—¿Sí? ¡Genial!
—Tú eliges. —Bajé la voz—. Estoy deseando levantarme de la mesa.
La miré fijamente y me pregunté si veía que mis ojos decían: «No quiero estar con ella».
Más que oír, vi que decía:
—De acuerdo.
Acto seguido, me cogió de la mano, tiró de mí hacia el rincón del micrófono, que descansaba sobre un taburete, bajo un solo foco, y lo encendió. Todos los clientes hicieron una mueca al oír el chirrido ensordecedor que invadió el bar. Pippa se llevó el micrófono a los labios.
—¡Hola, Connecticut! —cantó, agitando los hombros con una pizca de coquetería—. Jensen, que es este de aquí, me ha prometido que cantaría conmigo, así que he pensado que estaría bien cantar algo muy, muy romántico.
En la mesa, Will se echó a reír. Mi hermana nos miraba con los ojos soñolientos por el vino. Ruby estaba sentada a medias sobre las rodillas de Niall, chupándole el cuello o durmiendo, y la única persona que nos observaba con toda su atención era Becky.
Me puse muy nervioso.
La mano de Pippa se apoyó en mi mandíbula y me volvió hacia ella.
—Esta va por ti.
Empezó a sonar «Kiss Off», de Violent Femmes, y Pippa dio un bote a mi lado, disponiéndose a cantar.
Will se metió dos dedos en la boca y emitió un penetrante silbido. Hasta Ruby se incorporó, soltando un prolongado grito de ánimo.
Pippa comenzó a cantar:
I need someone, a person to talk to
Someone who’d care to love
Al mirar su amplia sonrisa y sus ojillos traviesos, me fue imposible resistirme. Así que me uní a ella:
Could it be you?
Could it be you?
Resultó ridículo y embarazoso, y cantábamos fatal, pero también fue un momento de catarsis, el más intenso desde mi divorcio. ¿Cómo era posible? Estaba cantando a voz en cuello una canción rabiosa con una mujer a la que había conocido pocos días atrás, que, aunque al principio me cayó muy mal, de algún modo había llegado a adorar, y Becky, nada menos que Becky, nos miraba con una mezcla de alivio y tristeza en la cara.
Sin embargo, hasta ella desapareció en ese momento, porque la mujer que tenía delante atrajo toda mi atención. El pelo suelto de Pippa le cubría los hombros. Bajo el vestido de punto, su cuerpo resultaba fácil de imaginar. Alargué el brazo y deslicé una mano en torno a su cintura para atraerla hacia mí un poco más.
Me entraron ganas de besarla.
Sabía que en parte era por el vino, la cerveza y la emocionante sensación de libertad que me producía estar en una pequeña población en la que nadie me conocía, pero también sabía que esa sensación no guardaba ninguna relación con Becky.
Pippa daba botes junto a mí. Cantaba fatal, aunque, en realidad, su forma de hacerlo resultaba perfecta para la canción. Unos pendientes muy largos le colgaban de las orejas hasta rozarle los hombros. Las pulseras producían un sonido metálico en su muñeca. El pintalabios le teñía los labios de un rojo fuego muy seductor y hacía que su alegre sonrisa pareciese infinita.
La canción terminó con un rasgueo disonante de la guitarra y Pippa se me quedó mirando, sin aliento. Yo no solía actuar sin pensar, pero no me incliné para besarla porque nos estuviesen mirando. Lo hice porque, en ese momento, era incapaz de pensar en nada más.
Regresamos a la mesa, donde nos recibieron los lentos aplausos de Will, la risa bobalicona de Hanna, los ojos como platos de Ruby y Niall y la sonrisa llorosa de Becky. Cam estaba jugando con el móvil.
—Hacéis muy buena pareja —dijo Becky.
—Desde luego —convino Ziggy, y, por alguna razón, su opinión significó mucho en ese instante.
Me sentía vagamente impaciente, como me ocurría a veces en una reunión innecesaria que se alargaba o al final de una llamada telefónica interminable. Pippa entrelazó su mano con la mía y se quedó mirando a Becky y Cam, que nos sustituyeron junto a la máquina de karaoke, seleccionando una vieja melodía de Anne Murray. Una de sus canciones lentas de estilo country.
—¿No te parece una elección extraña para seguir? —preguntó Pippa, con la cabeza sobre mi hombro—. Aunque supongo que la nuestra también lo ha sido para empezar.
Me acerqué un poco más para que pudiera oírme por encima de sus voces.
—El padre de Becky murió cuando ella era una adolescente. A él le encantaba Anne Murray. Le trae recuerdos.
—¡Ah! —exclamó Pippa, inclinando la cabeza hacia mí.
«Así empieza —pensé—. No con una gran avalancha de información, sino con pequeños datos.» A aquellas alturas, Cam debía de saber todas esas pequeñas cosas sobre Becky, y muchas más.
Yo podía enterarme de que Pippa no necesitaba mirar la letra en la pantalla para cantar las canciones de Violent Femmes. Podía enterarme de que baila como un teleñeco, tiene dos madres y acostumbra a gritar bajo la lluvia.
Mi boca cubrió la suya de nuevo. Cuando me aparté, vi una pregunta en sus ojos.
—¿Qué? —pregunté, apartándole un mechón de pelo de la cara.
—¿Estás borracho? —quiso saber.
Entre risas, le dije:
—Pues... sí. ¿Es que tú no?
—Sí, claro. Pero ese beso me ha parecido de verdad.
Abrí la boca para responder. Sin embargo, en ese instante noté un movimiento de cuerpos en torno a la mesa y alcé la vista.
—Este sitio es un rollo —dijo Will, levantándose y poniéndose la cazadora—. Vamos a la enoteca del hotel.
Eché un vistazo a mi reloj y vi que solo eran las diez.
Me levanté y ayudé a Pippa con su abrigo. Pagamos en silencio y salimos de Duke’s Tavern.
Hasta que no entramos en la pensión, no caí en la cuenta de que nos habíamos ido en mitad de la canción de Becky, sin despedirnos siquiera.
Se acercaba el momento de la verdad.
Bueno, casi.
Mientras entrábamos en la pequeña enoteca del hostal, noté la llamada de la habitación, en el piso de arriba. ¿Estábamos aplazando lo inevitable (un embarazoso baile en una cama minúscula), o intentábamos recuperar la diversión?
—Creo que tenemos que celebrar una conferencia de grupo —dijo mi hermana, dejándose caer en una de las butacas—. Tenemos que debatir seriamente si nos quedamos con esta gente o seguimos hasta la siguiente parada.
—Yo pensaba que lo de Becky no sería gran cosa —comentó Will, asintiendo con la cabeza—. Pensaba que sería divertido fingir que estabais casados y que todos lo pasaríamos en grande, pero a medida que la emoción se va disipando y avanza la noche, resulta un poco raro que Becky no te quite ojo de encima.
—Es verdad —dijo Pippa, mirándome—. ¿No te has dado cuenta?
Me encogí de hombros. La chimenea desprendía mucho calor y me quité el jersey.
—Supongo que a ella también se le hará raro.
—Cam es muy guapo —dijo Ruby—, pero parece un tarugo como la copa de un pino.
Cerré los ojos y me apoyé en el respaldo del sofá. Había llegado el momento de afrontar la realidad: volver a ver a Becky había sido más agotador por mis constantes expectativas de que pasaran cosas raras que por ninguna rareza que hubiese ocurrido de verdad. Así que dije:
—Francamente, a mí tanto me da que nos quedemos o nos vayamos.
—Quien mejor parece llevarlo es Jensen —opinó Ziggy—. A mí me entran ganas de ponerla a parir cada vez que la veo.
—Bueno, ha sido un día tremendo, y he bebido una barbaridad —dijo Will—. ¿Quién tenía que cuidar de mí? ¿Tú? —Se apoyó en Ziggy con una sonrisa bobalicona—. ¡Hola!
—Vale, creo que alguien está listo para irse a la cama —dijo Hanna, y sonrió cuando Will apretó su cara contra el pecho de ella—. ¿Y si lo hablamos por la mañana? Si vamos a llegar antes a la cabaña, tendré que hacer unos cambios. Quizá deberíamos dormir allí y ver si seguimos queriendo asesinar a Beck... —Hanna se detuvo y sonrió con malicia—. ¡Ups, he metido la pata! Quiero decir que ya veremos lo que opinamos mañana.
—Un plan excelente —dijo Niall, y se levantó de la mesa.
Ruby nos dio un abrazo a cada uno y, tras una ronda de «buenas noches» y «nos vemos por la mañana», se fueron en dirección al ascensor.
Miré a Pippa y vi que me observaba. ¿Acababa de recordar también que teníamos una habitación y una sola cama que compartir entre los dos?
Se levantó y me tendió la mano.
—¿Listo? —preguntó, con una sonrisa.
—Sí, ya era hora —dije, y me arrepentí al instante de lo que acababa de decir.
«Concéntrate, Jensen.»
El corazón se me aceleró bajo el esternón mientras me levantaba y cogía su mano. La noté menuda, cálida y suave, pero también sólida. Era ella la que me tranquilizaba a mí, igual que había hecho por la mañana, y mis pies casi se detuvieron cuando mi cerebro cayó en la cuenta de que cualquiera que nos mirase daría por sentado que estábamos de luna de miel.
Eso no me ayudaba.
Cogidos de la mano, cruzamos el vestíbulo y subimos las escaleras. Nos dirigíamos a nuestra habitación, y yo no tenía la menor idea de lo que vendría a continuación.